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viernes, 22 de febrero de 2019

Capítulo 20


Dan Gardner no se casó con Brittany por su dinero. No del todo. Algunas personas eran tan malvadas como para pensar que sí lo había hecho... e incluso afirmarlo. Durante las primeras semanas, después del matrimonio, aparecieron numerosas especulaciones en la prensa amarilla sobre ese punto, así como con respecto a la disparidad de edad entre ambos: ella era diez años mayor que él. Convencido de la fuerza de la publicidad, el mismo Dan había hecho publicar esos artículos.

Pero había otros motivos por los que él se había casado con ella. Admiraba su habilidad. Comprendía sus debilidades y, aún más importante, sabía cómo explotarlas. Fue él, al reconocer las inseguridades y recelos de Brittany, quien había insistido en firmar un acuerdo prenupcial. El divorcio no lo beneficiaría. Dan no planeaba divorciarse de Brittany... a menos que eso lo beneficiara. Fue él, porque sabía la debilidad de Brittany por todo lo romántico y su necesidad de ser el centro del amor, quien dispuso cenas para dos con luz de velas y fines de semana tranquilos en el campo.

Tal vez no se había casado por su dinero, pero se proponía disfrutarlo.

Britt: ¡Mira esto! -le arrojó un ejemplar de TV Guide desde el otro extremo del cuarto con la foto de Vanessa hacia arriba-. ¡Míralo! ¡La nueva princesa de la televisión! Cálida y accesible, sexy e inteligente. Nada más que lisonjas, Dan. Maldita sea, le han dado la portada y dos páginas completas.

Dan: No permitas que eso te preocupe. -Como esa noche se quedaban en casa, Dan le sirvió una copa de champán. Era más fácil manejarla cuando estaba un poco borracha y llorosa. Cuando estaba deprimida, la relación sexual era sencillamente estupenda-. Ahora su caída será mucho más dolorosa, eso es todo.

Britt: Eso no es todo -negó y le arrebató la copa. No quería beber, pero lo anhelaba y no estaba de humor para tratar de luchar contra ello-. Ya has visto los índices de audiencia. Tuvo un veinte por ciento en las últimas tres semanas.

Dan: Y tú terminaste el año como la número uno -le recordó-.

Britt: Pero este es otro año -saltó-. El ayer no cuenta -dijo y bebió con avidez. Muerta de envidia, apartó la revista de un puntapié-. No importa lo que yo haga, ella sigue subiendo. Ahora me roba prensa. -Vació su copa y se la dio a Dan-.

Dan: Tu programa no es tu único interés -afirmó y volvió a llenarle la copa-. Tienes los especiales, los proyectos que estudia A. P. Producciones. Tus intereses están mucho más diversificados que los de ella. Vanessa solo tiene un instrumento, Brittany. Lo toca bien, pero es solo uno.

Esa descripción la tranquilizó un poco.

Britt: Siempre fue una persona limitada, con sus horarios y pequeñas tarjetas. Pero no quiero que me supere, Dan -reconoció con los ojos llenos de lágrimas-. Creo que no podría soportarlo. De ella, menos que de nadie.

Dan: Lo estás convirtiendo en algo demasiado personal -aseveró y le llenó la copa de nuevo, pues sabía que después de la tercera quedaría tan dócil como un bebé con la barriga llena-.

Britt: Es personal. Ella quiere herirme, Dan. Ella y ese bastardo de Loren Bach. Harían cualquier cosa con tal de lastimarme.

Dan: Nadie te lastimará.

Britt: Saben que yo soy la mejor.

Dan: Por supuesto que lo saben. Déjalo todo de mi cuenta, querida, yo me ocuparé -apartó la copa, le abrió la bata y comenzó a acariciarle los pezones-.


Ness: ¿Las discusiones con su pareja terminan en una batalla campal, con acusaciones mutuas y platos voladores? Vea mañana, en La hora de Vanessa, «Cómo pelear limpio».

Durante el resto de la hora Vanessa grabó flashes promocionales para las emisoras de todo el país; un trabajo tedioso en el mejor de los casos, pero al que jamás se negaba.

Cuando terminó, Ashley entró en el plató con una lata de Pepsi. Se contoneaba un poco al caminar, pues estaba embarazada de su segundo hijo.

Ash: El precio de la fama.

Ness: Puedo pagarlo -bebió un buen trago de bebida helada-. ¿No te dije que te fueras temprano a tu casa?

Ash: ¿No te dije yo que estoy perfectamente bien? Todavía me faltan tres semanas.

Ness: Dentro de tres semanas no pasarás por la puerta.

Ash: ¿Qué has dicho?

Ness: Nada -bebió otro trago antes de abandonar el plató. Se detuvo junto al espejo de cuerpo entero y pasó un brazo alrededor de la cintura de Ashley-. ¿No crees que estás un poco más voluminosa que cuando esperabas a Audrey?

Ash: Es la retención de líquido.

Ness: ¿Seguro que no tiene nada que ver con todas esas rosquillas de chocolate que te zampas?

Ash: Al bebé le encantan. ¿Qué se supone que debo hacer? Los antojos tienen que filtrarse a través mío. -Las dos se dirigieron a los ascensores. Cuando subieron a uno, dijo-: Estoy deseando que te toque a ti. Si no fueras tan empecinada y te casaras con Zac, podrías empezar a tener hijos. Y también tú vivirías los gozos de la maternidad: pies hinchados, indigestión, estrías y vejiga débil.

Ness: Suena muy atractivo

Ash: El problema (y también la razón de que de nuevo me aproxime al tamaño de un pequeño planeta) es que es atractivo. No hay nada igual en el mundo -murmuró. Las puertas del ascensor se abrieron-. ¿Y? ¿Vas a casarte con Zac o qué?

Ness: Lo estoy pensando.

Ash: Hace semanas que lo estás pensando.

Ness: Él también lo está pensando -adujo, aunque sabía que sonaba a evasiva. Fastidiada, entró en su oficina-. Y en este momento las cosas están bastante complicadas.

Ash: Las cosas siempre están complicadas. Las personas que esperan el momento perfecto, por lo general mueren antes.

Ness: Vaya consuelo.

Ash: Bueno, no quiero presionarte.

Ness: ¿Ah, no? -sonrió-.

Ash: Bueno, no presionarte pero sí darte un empujoncito. ¿Qué es esto? -recogió la rosa blanca que había sobre el escritorio de Vanessa. La olió-. Muy romántico y dulce. -Vio el sobre blanco-. ¿Zac?

No, pensó Vanessa, y se estremeció. No era de Zac. Tomó la correspondencia que Cassie le había preparado.

Ash: ¿No vas a abrir el sobre?

Ness: Más tarde.

Ash: Dios, qué tranquila eres, Ness. Si un tipo me mandara una rosa, yo estaría muy nerviosa.

Ness: Estoy ocupada.

Ashley levantó la cabeza al notar el cambio de tono en Vanessa.

Ash: Ya lo veo. Me voy. Te dejaré tranquila.

Ness: Lo siento -le tomó un brazo-. No fue mi intención ser desagradable contigo. Pero estoy muy irritable. Se acerca la fecha de los Emmy. Esa historia estúpida que la prensa amarilla publicó la semana pasada sobre mi aventura secreta con Loren Bach terminó de ponerme los nervios de punta.

Ash: No dejes que eso te trastorne. Vamos, estoy segura de que a Loren le agradó la idea.

Ness: Él puede darse ese lujo.

Ash: Nadie cree esas cosas. Bueno, al menos nadie con un cociente intelectual de ocho. En cuanto al Emmy, tampoco allí tienes nada de que preocuparte. Lo ganarás.

Vanessa se echó a reír y despidió a Ashley con la mano.

Ness: Lárgate de aquí y vete a tu casa. De todos modos ya son casi las cinco.

Ash: Te veré mañana.

Ness: De acuerdo.

Vanessa recogió el sobre con cautela. Tomó el abrecartas con mango de ébano y lo abrió: VANESSA, HARÍA CUALQUIER COSA POR TI. SI TAN SOLO ME MIRARAS, TE DARÍA LO QUE QUISIERAS. TODO. HACE TANTO QUE TE ESPERO. 

Vanessa comenzaba a pensar que el autor de las notas no bromeaba. Metió la carta de nuevo en el sobre, abrió el cajón inferior del escritorio y lo colocó sobre los anteriores mensajes. Decidida a manejar el asunto de manera práctica, cogió la rosa y se puso a estudiar sus frágiles pétalos, como si pudieran darle una pista sobre la identidad del remitente.

Obsesión. Una palabra que asustaba, pero pensó que algunas formas de obsesión eran inocuas. Sin embargo, la flor indicaba un cambio. Antes no había obsequios, solo mensajes con tinta roja. Seguramente la rosa era una señal de afecto, de estima.., pero las espinas que adornaban su tallo podían hacer que brotara la sangre.

Se dijo que se estaba comportando como una tonta. Se puso de pie, llenó un vaso de agua y puso allí la rosa. No podía dejar que una flor hermosa se marchitara y muriera. De todos modos, la colocó en una mesa en el otro extremo de la habitación antes de regresar a su escritorio.

Durante los siguientes veinte minutos firmó correspondencia. Todavía tenía la pluma estilográfica en la mano cuando sonó el intercomunicador.

Ness: Sí, Cassie.

Cassie: Es Zac Efron por la línea dos.

Ness: Gracias. Ya he terminado con estas cartas. ¿Puedes despacharlas camino a tu casa?

Cassie: Por supuesto.

Ness: ¿Zac? ¿Estás abajo? Lo siento, hemos tenido algunos inconvenientes y voy retrasada. -Miró su reloj e hizo una mueca-. No podré llegar puntual para cenar.

Zac: No importa. Yo estoy en el otro extremo de la ciudad, clavado en una reunión. Me parece que yo tampoco podría llegar a esa hora.

Ness: Lo cancelamos, entonces. Podemos comer más tarde. -Levantó la vista y miró a Cassie, que en ese momento recogía la correspondencia firmada del escritorio de Vanessa-. Cassie, por favor, cancela mi compromiso de las siete.

Cassie: Está bien. ¿Necesitas algo más antes de que me vaya? Ya sabes que puedo quedarme a visionar esos vídeos contigo.

Ness: No, gracias. Nos veremos mañana. ¿Zac?

Zac: Sigo aquí.

Ness: Tengo que visionar algunos videos. ¿Por qué no pasas por aquí a buscarme antes de volver a casa? Dejaré ir a mi chófer.

Zac: De acuerdo. Será alrededor de las ocho, o quizá un poco más tarde.

Ness: Si es más tarde, mejor todavía. Necesitaré por lo menos tres horas para terminar aquí. Trabajo mejor cuando todo el mundo se ha ido.

Zac: Si tengo algún inconveniente, te avisaré.

Ness: Aquí estaré. Adiós.

Vanessa colgó e hizo girar su sillón para quedar frente a la ventana. El sol ya se ponía y el cielo se oscurecía. Alcanzó a ver luces que se encendían en otros edificios como puntitos contra la creciente oscuridad.

Imaginó que los edificios comenzarían a vaciarse y a llenarse la autopista. En sus casas, las personas encenderían el televisor para enterarse de las noticias de la tarde y pensarían en la cena.

Si se casaba con Zac, ambos regresarían a su casa. A la casa de ambos, no a la de él ni a la de ella.

Si se casaba con Zac... Jugueteó con la pulsera que siempre llevaba puesta y que era para ella un talismán, así como lo era para Zac el crucifijo que usaba. Si se casaba con él, haría promesas para toda la eternidad.

Ella creía en cumplir las promesas. Ambos comenzarían a formar una familia. Ella creía firmemente en la familia.

Tendría que encontrar la manera de que todo funcionara bien, de que todos los elementos se equilibraran.

Eso era lo que la detenía.

No importa cuántas veces tratara de serenarse y de razonarlo todo, o con cuánta frecuencia se esforzara por hacer una lista de prioridades y un plan de ataque, siempre terminaba por acobardarse y por fracasar.

No estaba segura de que saliera bien.

Recordó que no había ninguna prisa. Y que en ese momento su prioridad número uno era ascender el siguiente peldaño de su carrera.

Miró su reloj y calculó el tiempo que necesitaba. Decidió que tenía suficiente para distenderse un poco antes de ponerse manos a la obra.

Intentó poner en práctica una de las técnicas de relajación que le había enseñado un invitado a su programa: cerró los ojos y comenzó a hacer inhalaciones profundas. Se suponía que debía visualizar una puerta cerrada. Cuando estuviera lista, debía abrir esa puerta y entrar en un escenario que a ella le resultara agradable, apacible y sereno.

Como siempre, abrió la puerta demasiado rápido, impaciente por ver lo que había del otro lado.

El porche de la cabaña de Zac. Primavera. Mariposas que revoloteaban entre hierba y las flores. Alcanzaba a oír el monótono zumbido de las abejas alrededor de las azaleas que ella había ayudado a Zac a plantar. El cielo estaba despejado, de un azul intenso y perfecto para los sueños.

Suspiró. Había también música para cuerdas. Una cascada de emotivas notas de violín se filtraba por las ventanas abiertas.

Después, estaba tumbada sobre el césped, los brazos levantados hacia Zac. El sol formaba un halo alrededor de la cabeza de él y arrojaba sombras en su cara. De pronto él estaba entre sus brazos, y su boca sobre la suya. Vanessa sintió que su cuerpo se tensaba por el deseo. Comenzaron a moverse juntos, fluidamente, con la gracia de un par de bailarines, con la bóveda azul sobre ellos y el zumbido de las abejas que les arrullaban.

Oyó pronunciar su nombre, un susurro que asomó entre la música del sueño. Ella sonrió y abrió los ojos para mirarlo.

Pero no era Zac. Las nubes habían tapado el sol y oscurecido el cielo tanto que ella no pudo verle la cara. Pero no era Zac. Y él volvió a pronunciar su nombre.

**: Pienso en ti. Siempre.

Vanessa despertó, bañada en sudor con el corazón desbocado. Como para defenderse, se abrazó fuertemente para contrarrestar un escalofrío. Al demonio con la meditación, pensó, y luchó por librarse de los últimos vestigios del sueño. Haría esos ejercicios de relajación otro día.

Pero sus ojos se abrieron de par en par cuando miró el reloj. Había dormido casi una hora.

Una pérdida de tiempo absurda, reflexionó, y se puso de pie para estirarse. Debes trabajar, se dijo con firmeza, y se dio la vuelta para volver al escritorio.

Entonces vio las rosas. Dos pimpollos idénticos surgían del vaso de agua en el centro de su escritorio. Al principio no pudo creerlo; dio un paso y miró el lugar donde antes había colocado aquella única rosa. Ya no estaba allí. Ya no estaba allí porque ahora se encontraba sobre el escritorio, junto a su réplica casi exacta.

Se frotó los ojos y miró las dos rosas. Tal vez lo ha hecho Cassie, se dijo. O Simon, o Jeff o Margaret. Cualquiera que se hubiera quedado trabajando tarde en el edificio. Uno de ellos había encontrado una segunda rosa en alguna parte y se la había llevado. Al verla dormida, la colocó junto a la primera y puso las dos sobre el escritorio.

Al verla dormida, pensó de nuevo. Se estremeció y sintió que se le aflojaban las piernas. Había estado dormida. Sola, indefensa. Al dejarse caer sobre el brazo del sillón, vio la cinta sobre el escritorio. Por la marca se dio cuenta de que no era de los que usaban en el programa.

Esta vez no había nota. Tal vez no era necesaria. Pensó en huir, en salir corriendo de la oficina. Sin duda habría gente en la sala de redacción. Mucha gente trabajaba en el lapso entre las noticias de la tarde y el de la noche.

No estaba sola.

Con una llamada se pondría en contacto con el personal de seguridad. Con solo meterse en el ascensor entraría en el bullicio de actividad reinante unos pisos más abajo.

No, no estaba sola, y no había motivos para tener miedo. Y había muchas razones para visionar esa cinta. Se secó las manos húmedas en las caderas, antes de sacar la cinta de su caja y meterla en el aparato.

Los primeros segundos, después de apretar el play, mostraron una pantalla vacía y azul. Después, reconoció el edificio donde vivía, oyó el ruido del tráfico. Algunas personas caminaban por la acera en mangas de camisa, lo cual indicaba tiempo caluroso.

Se vio entrar por la puerta, levantar una mano, pasársela por el pelo. Consultar su reloj. La cámara hizo un zoom a su cara, a sus ojos llenos de impaciencia. Oyó también la respiración entrecortada del cámara.

Una furgoneta de la CBC se detuvo junto al bordillo. La imagen se fundió en negro.

Después ella caminaba por Michigan con Ashley, llevando varios paquetes. Usaba un jersey grueso y una chaqueta de gamuza. Cuando volvió la cabeza para reírse de Ashley, la imagen se congeló y se mantuvo sobre su cara sonriente hasta hacer un fundido.

Había más de una docena de clips, de retazos de su vida. Un recorrido de compras por el mercado, su llegada a una fiesta de beneficencia, una caminata por la Water Tower Place, juegos con Audrey en el parque, firma de autógrafos en un centro comercial. Ahora tenía el pelo corto y su ropa indicaba otro cambio de estación.

Y, todo el tiempo, la respiración entrecortada de quien sostenía la cámara.

El último clip era de ella durmiendo, acurrucada en el sillón de su despacho. Siguió con la vista clavada en la pantalla. El miedo se instaló en su corazón y la hizo temblar.

Durante años él la había estado siguiendo y vigilando. Había invadido pequeños momentos de su vida privada y los había hecho suyos. Ella en ningún momento se había dado cuenta.

Ahora, él quería que ella lo supiera. Quería que Vanessa entendiera lo cerca que estaba. Y cuánto más cerca podría estar.

Vanessa se precipitó para pulsar el eject. Tomó el bolso, metió la cinta y salió de su despacho. El pasillo estaba oscuro. Corrió hacia el ascensor.

Casi sin aliento, oprimió el botón de llamada. Se dio media vuelta y, apretada contra la pared, escudriñó las sombras en busca de algún movimiento.

Ness: Apresúrate, apresúrate.

Se llevó una mano a la boca al oír su propia voz.

El ruido del ascensor la hizo pegar un respingo. A punto de llorar por el alivio que sentía, se arrojó hacia las puertas que se abrían, pero dio un salto hacia atrás cuando vio una forma que descendía de la cabina.

Roger: Hola, Ness. ¿Te he asustado? -se acercó más mientras las puertas del ascensor se cerraban detrás de él-. Caray, estás blanca como el papel.

Ness: No te acerques -dio otro paso atrás-.

Miró la salida de incendios que daba a las escaleras.

Roger: ¿Qué te pasa? Estás temblando. Creo que será mejor que te sientes.

Ness: Estoy bien. Ya me voy.

Roger: Primero deberías recuperar el aliento. Vamos... 

Ella se apartó y evitó su mano.

Ness: ¿Qué quieres?

Roger: Cassie pasó por abajo antes de irse. Dijo que te quedabas a trabajar hasta tarde, así que se me ocurrió subir a preguntarte si querías algo de comer.

Ness: Viene Zac. Estará aquí en cualquier momento.

Roger: Bueno, era solo una idea. ¿Te sientes bien? ¿Tu familia está bien? 

Un nuevo miedo le atenazó la garganta.

Ness: ¿Por qué? ¿Por qué me preguntas eso?

Roger: Te veo tan trastornada que pensé que habrías recibido malas noticias.

Ness: No. -Muerta de pánico, se apartó de él-. Tengo muchas preocupaciones.

Estuvo a punto de gritar cuando volvió a oír el sonido del ascensor.

Roger: Por Dios, Ness, tranquilízate -la cogió por el brazo cuando ella echaba a correr hacia las escaleras-. 

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor.

Zac: ¿Qué demonios está pasando aquí?

Ness: Oh, Dios -se liberó de Roger y cayó en brazos de Zac-. Gracias a Dios estás aquí. 

Él la estrechó y miró a Roger.

Zac: He preguntado qué demonios está pasando.

Roger: Dímelo tú a mí -se pasó una mano por el pelo-. Subí hace un minuto, y la he encontrado muy alterada. Solo trato de averiguar qué pasa.

Zac: ¿Te ha hecho daño? -le preguntó a Vanessa para perplejidad de Roger-.

Ness: No -negó sin apartar su cara del hombro de Zac. Pero sus temblores no cesaban-. Tenía tanto miedo... No puedo pensar. Por favor, llévame a casa.


Zac logró sonsacarle una explicación. Después le dio un coñac y visionó la cinta.

Vanessa no protestó cuando él telefoneó a la policía. Y se mostró más serena cuando volvió a contar lo sucedido. Ella conocía el valor de los detalles, de los horarios, de los hechos inequívocos y bien definidos. El detective que la entrevistó en el salón de Zac anotó todo en su libreta.

Ella conocía a ese hombre de pelo entrecano de Greektown: era la persona que había apartado a la pequeña de la línea de fuego.

Arnold Jenner era un policía tranquilo y meticuloso. Su cara franca tenía una nariz que había sido rota, no en su trabajo sino en un partido de softball. Usaba un traje marrón oscuro que revelaba una incipiente barriga. Su pelo era una mezcla de marrón y gris y lo llevaba muy corto. Había arrugas alrededor de su boca y de sus ojos, que indicaban que reía o fruncía el entrecejo con facilidad. Sus ojos, de un verde pálido y perezoso, debían de ser tan indescriptibles como el resto de su persona. Pero cuando Vanessa los miró, le inspiraron confianza.

Arnold: Me gustaría llevarme las cartas.

Ness: No las he guardado todas -señaló-. Las primeras… bueno, pensé que eran inofensivas. Los periodistas que aparecemos ante las cámaras recibimos muchas cartas, algunas muy raras.

Arnold: Entonces deme las que tenga.

Ness: Tengo algunas en la oficina, y otras en mi apartamento.

Arnold: ¿Usted no vive aquí?

Ness: No. -Miró a Zac-. No exactamente.

Arnold: Mmmm. -Jenner hizo otra anotación-. Señorita Hudgens, usted ha dicho que la última parte del vídeo había sido filmada esta misma tarde, entre las cinco y media y las seis y veinte.

Ness: Sí. Me había quedado dormida. Me sentía tensa, así que se me ocurrió practicar los ejercicios de relajación que me había enseñado un invitado al programa. Algo que ayudaba a meditar. -Se encogió de hombros y se sintió ridícula-. Supongo que no es mi estilo. O estoy despierta o estoy dormida. Cuando desperté, vi la segunda rosa sobre el escritorio. Y la cinta.

Arnold: ¿Quién tiene acceso a su oficina a esa hora?

Ness: Muchas personas. Mi propio equipo de trabajo, cualquiera que trabaje abajo.

Arnold: ¿De modo que el edificio estaba cerrado salvo el personal de la CBC?

Ness: No necesariamente. La puerta de atrás no estaría cerrada con llave a esa hora. Hay gente que termina su turno, otras personas que llegan a tomarlo, personas que vienen a buscar a otras. Incluso a echar un vistazo al lugar.

Arnold: Un lugar con mucho movimiento.

Ness: Sí, lo es.

Arnold: ¿Sospecha de alguien? ¿De alguna persona que usted haya desairado? ¿Alguien que haya demostrado un interés por usted mucho más que casual o amistoso?

Ness: No. No se me ocurre nadie que pudiera hacer una cosa así. Estoy segura de que es un extraño... probablemente un telespectador.

Arnold: Bueno, con el éxito que tiene su programa, eso no limita precisamente los sospechosos. Usted hace muchas presentaciones públicas. ¿Ha notado alguna cara en particular que siempre aparezca en ellas?

Ness: No. Ya lo he pensado.

Arnold: Me llevaré la cinta. -Se puso de pie y se metió la libreta en el bolsillo-. Mandare a alguien a buscar las cartas.

Ness: No hay nada más, ¿verdad? -se puso de pie-.

Arnold: Nunca se sabe lo que podremos descubrir en la cinta. Un equipo sofisticado o algún pequeño sonido posible de identificar. Mientras tanto, no se preocupe. Estas cosas suceden con más frecuencia de lo que usted imagina.

Ness: Gracias, detective Jenner.

Arnold: Nos mantendremos en contacto. Ha sido un placer conocerla, señorita Hudgens, y a usted, señor Efron. He pasado mucho tiempo con ustedes dos en mi sofá.

Ness: Bueno, ya está -dijo cuando cerró la puerta detrás de Jenner-.

Zac: No ha servido de mucho -la cogió por los hombros. Había terminado la entrevista con Jenner, pero ahora era su turno-. No volverás a quedarte a trabajar hasta tarde.

Ness: Pero Zac...

Zac: Esto no es negociable, así que no discutas. ¿Sabes cómo me sentí cuando te vi aterrada mientras forcejeabas con Crowell?

Ness: Él trataba de ayudarme -aclaró ella. Cerró los ojos y suspiró-. Sí, creo que lo sé. Lo siento. Cuando tenga mucho trabajo me lo traeré a casa.

Zac: Hasta que esto se resuelva necesitas protección las veinticuatro horas.

Ness: ¿Un guardaespaldas? Zac, no volveré a quedarme en el despacho. Hasta procuraré tener a alguien a mi lado cuando salga a hacer exteriores o presentaciones públicas. Pero no pienso contratar a ningún matón para que me vigile.

Zac: No es nada inusual que una mujer de tu posición contrate un agente de seguridad.

Ness: Sea cual fuere mi posición, sigo siendo Vanessa Hudgens, de Topeka, y me niego a que un gorila asuste a la gente a la que trato de llegar. No lo soportaría, Zac. Sería demasiado estilo Hollywood para mí. Créeme, tomaré precauciones. Pero no he sido amenazada.

Zac: Te han espiado, seguido, filmado, acosado con cartas y llamadas anónimas.

Ness: Eso me asusta. Has hecho bien en llamar a la policía. Ahora que lo has hecho, tengo la sensación de que la situación se ha colocado en su justo lugar. Démosle la oportunidad de hacer aquello por lo que les pagamos.

Zac: Una fórmula de transacción -dijo mientras se paseaba con inquietud-. Por Dios, siempre estoy negociando contigo.

Ella se acercó y lo abrazó.

Ness: Por eso nuestra relación es tan sana. ¿Cuál es la concesión en este caso... una guardaespaldas llamada Sheila?

Zac: Tú instálate aquí. Eso no significa ninguna presión de mi parte, Vanessa. Mantén tu lugar; a mí no me importa. Pero vivirás aquí, conmigo.

Ness: Qué extraño -le besó en la mejilla-. Yo estaba por sugerir la misma solución.

Él le levantó la barbilla. Quería preguntarle si lo hacía porque estaba asustada o porque lo necesitaba.

Pero no se lo preguntó.

Zac: ¿Qué pasará cuando tenga que ausentarme de la ciudad?

Ness: Pensaba preguntarte si te gustan los perros -lo besó-.




¡Por favor! ¡No pueden ser más tiernos! 😍

¡Gracias por los comentarios!
No digo cuantos capítulos hay para añadirle emoción 😉


3 comentarios:

Maria jose dijo...

Que lindos!!!
Espero y le queden muchos mas capitulos
Siguela pronto que todo se ha puesto muy intenso
Saludos!!!

Caromi dijo...

OMG!!
pobre nessa, que miedo todo lo que le esta pasando
ojala atrapen pronto al loco ese
Zac es un lindo
Sube el otro capi pronto xfiss

Anónimo dijo...

Sube caaaap por faaa la amo!!

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