topbella

miércoles, 6 de febrero de 2019

Capítulo 13


Eran más de las dos de la madrugada en Bagdad cuando Zac revisó sus notas para la transmisión en directo de las Noticias de la tarde de la CBC. Se sentó en la única silla que no estaba llena de cintas y cables y se puso una camisa limpia mientras mentalmente convertía ideas y observaciones en un reportaje.

Desconectó su mente del entorno: los ruidos de los preparativos, el olor a comida fría y las conversaciones.

Los técnicos estaban diseminados alrededor de la suite, revisaban equipos y hacían bromas. El sentido del humor, sobre todo si era negro, ayudaba a eliminar tensiones. Durante los últimos dos días habían almacenado comida y agua embotellada.

Era 16 de enero.

Curt: Quizá deberíamos anudar varias sábanas juntas y colgarlas fuera de la ventana como una enorme bandera blanca.

**: No; pondremos mi gorra de los Bears -dijo el ingeniero y se tocó la visera-. ¿A qué muchacho estadounidense se le ocurriría bombardear a un fanático del rugby?

Zac: Oí que el Pentágono ordenó que bombardearan primero los hoteles -levantó la vista de sus apuntes y sonrió-. Ya sabes lo harto que está Cheney de la prensa -tomó el teléfono que lo conectaba con Chicago y pescó la conversación que tenía lugar en el escritorio de noticias durante los anuncios-. Oye, Martin, ¿qué hicieron los Bulls anoche? -Mientras hablaba se colocó frente a las ventanas para que Curt pudiera medir la luz contra el cielo nocturno-. Sí, aquí todo está tranquilo pero con muchos nervios.

Cuando apareció el realizador en línea, Zac asintió.

**: Entraremos en antena en el próximo bloque -le dijo a Curt-. Dentro de cuatro minutos.

Curt: Acercad las luces -pidió-. Tengo una sombra fea aquí.

Pero antes de que nadie tuviera tiempo de moverse, se oyó un estruendo a lo lejos.

*: ¿Qué demonios ha sido eso? -El ingeniero palideció y tragó saliva-. ¿Truenos? ¿Han sido truenos?

Zac: Dios -giró la cabeza a tiempo de ver la andanada de proyectiles que surcaba el cielo nocturno-. Martin. ¿Todavía estás allí? ¿Haversham? -Llamó al director mientras Curt enfocaba el cielo con la cámara-. Tenemos juerga. El ataque aéreo ha comenzado. Sí, estoy seguro. Ponme en antena, por el amor de Dios.

Oyó las maldiciones y los gritos provenientes de la sala de control de Chicago y luego solo zumbidos de estática.

Zac: Nos han perdido, maldición. -Con frialdad, observó el violento espectáculo de luces. En ningún momento se le ocurrió pensar que sobre ellos podía caer una bomba. Lo único que pensaba era en transmitir lo que ocurría-. Sigue filmando.

Curt: No tienes que decírmelo dos veces -prácticamente estaba colgado de la baranda-. ¡Mira eso! -gritó. Las sirenas antiaéreas ululaban sobre el estruendo de las bombas-. Hemos conseguido un asiento de primera fila.

Desalentado, Zac sacó fuera su micrófono para registrar los sonidos de la batalla.

Zac: Intenta restablecer comunicación con Chicago.

*: Eso hago -dijo el ingeniero y siguió manejando los controles con manos temblorosas-. Eso trato de hacer, maldita sea.

Con los ojos entrecerrados, Zac se dirigió a la baranda del balcón y luego se volvió hacia la cámara.

Si no podían salir en directo, por lo menos grabarían un vídeo.

Zac: El cielo nocturno de Bagdad estalló a las dos y treinta y cinco de esta mañana. Hay explosiones y fuego de artillería antiaérea. Cada tanto, del horizonte brotan llamas. -Cuando miró hacia fuera vio, con incredulidad, la estela de un proyectil que se dirigía hacia ellos-. Dios, ¿has filmado eso? ¿Lo has conseguido?

Oyó que su ingeniero lanzaba una imprecación cuando el edificio se estremeció. Zac gritó al micrófono:

Zac: La ciudad está siendo bombardeada desde el aire. La espera ha terminado. La cosa ha empezado. -Volvió a mirar al ingeniero-. ¿Has tenido suerte?

*: No. -Aunque estaba blanco como el papel, logró esbozar una sonrisa-. Creo que nuestros cordiales anfitriones aparecerán en cualquier momento para sacarnos de aquí.

Zac: Primero tienen que encontrarnos.

Mientras Zac grababa su reportaje sobre la contienda, Vanessa asistía a una cena interminable y aburrida. Los acordes monótonos de una música para piano flotaban en la sala de baile del hotel de Indianápolis. Además de los discursos que se pronunciarían al término de la cena, del vino mediocre y el pollo de consistencia gomosa, también debería soportar el largo viaje de vuelta a Chicago.

Con malicia, pensó que al menos no tenía que sufrir todo eso sola: se había llevado con ella a Jeff Hyatt.

 Jeff: El pollo no está tan malo -murmuró al tragar un trozo-. Siempre y cuando uno le agregue bastante sal.

Ella lo miró.

Ness: Eso es lo que me encanta de ti, Jeff. Siempre optimista. A ver si puedes sonreír cuando sepas que, después que terminemos de tragar este corcho, el gerente del canal, el jefe de ventas y dos de nuestros anunciantes pronunciarán un discurso.

Él pensó un momento y decidió beber agua en lugar de vino.

Jeff: Bueno, podría ser peor.

Ness: ¿Ah, sí?

Jeff: Sí. La nieve podría aislarnos en este lugar.

Vanessa se estremeció.

Ness: No lo digas ni en broma.

Jeff: Me gustan estos viajes. Conocer a todo el mundo, ver cómo te ponen alfombra roja.

Ness: Eso también me gusta a mí. Pasar un tiempo en uno de los canales repetidores y ver el entusiasmo que tienen por el programa. Y casi todas las personas son estupendas.

Suspiró y se puso a juguetear con el arroz que había junto al pollo. Se sentía cansada. Siempre había tenido energía de sobra, pero ahora la sensación era la de haber agotado sus reservas.

El hecho de conducir un programa no significaba solamente tener buena presencia delante de las cámaras y habilidad para las entrevistas, sino también estar disponible las veinticuatro horas del día.

Bueno, has conseguido lo que querías, Ness, se dijo. Ahora basta de quejas y ponte a trabajar. Con una sonrisa decidida, miró al hombre que estaba a su lado. Fred Banks, recordó, era el dueño del canal y un entusiasta del golf.

Ness: No puedo decirle lo mucho que he disfrutado hoy viendo el funcionamiento de su emisora. Tiene un equipo de gente maravillosa.

Fred: Bueno, me gusta creer que es así -respondió con orgullo-. En este momento somos el número dos, pero nos proponemos ser el número uno en el curso de este año. Y su programa nos ayudará a conseguirlo.

Ness: Eso espero. He oído decir que usted nació aquí, en Indianápolis.

Fred: Así es. Nací y me crié aquí.

Mientras él se extendía en historias sobre las delicias de su ciudad natal, Vanessa hacía comentarios adecuados y paseaba la vista por el lugar. Cada mesa estaba ocupada por personas que, de alguna manera, dependían de ella. Y hacer un buen programa no era suficiente. Ella lo había hecho esa mañana. Pero hubo casi diez horas previas, sin contar el tiempo pasado para maquillarse, peinarse, probarse ropa y la preproducción. Después hubo una entrevista, una reunión de equipo, llamadas telefónicas que era preciso devolver, correspondencia para contestar.

La correspondencia había incluido otra extraña carta de quien ella comenzaba a considerar su admirador más persistente: «CON EL PELO CORTO PARECES UN ÁNGEL SEXY. ME ENCANTA TU ASPECTO. TE QUIERO».

Se guardó la nota y contestó tres docenas de otras cartas. Todo eso antes de abordar un avión con Jeff para ir a Indianápolis y el recorrido por la emisora, las reuniones y apretones de manos con los integrantes del equipo local, el almuerzo de negocios, la breve aparición en las noticias locales y, ahora, ese banquete interminable.

No, un buen programa no era suficiente. Ella tenía que ser también diplomática, embajadora, reina, socia de negocios y celebridad. Debía cumplir cada uno de esos roles correctamente, y al mismo tiempo disimular que no se sentía sola o preocupada por Zac, o que no echaba en falta esas horas tranquilas en que podía acurrucarse en el sofá y leer un libro por puro placer, en lugar de verse obligada a hacerlo porque estaba a punto de entrevistar a su autor.

Bueno, esto es lo que quería, se dijo Vanessa y le sonrió al camarero que le servía melocotones con nata.

Jeff: Puedes dormir en el avión, en el viaje de vuelta -le susurró al oído-.

Ness: ¿Se me nota?

Jeff: Un poco.

Vanessa se excusó y se levantó de la mesa. Si no podía vencer la fatiga, sí podía al menos disimular sus señales.

Estaba casi en la puerta cuando oyó que alguien golpeaba el micrófono ubicado en el podio. Miró hacia atrás y vio a Fred Banks de pie debajo de las luces.

Fred: Ruego su atención. Acabo de recibir la noticia de que Bagdad está siendo atacada por fuerzas de las Naciones Unidas.

A Vanessa le zumbaban los oídos. Borrosamente alcanzó a oír que los decibelios aumentaban en el salón de baile, como el mar con marea alta. Desde algún lugar cercano, un camarero levantó un puño en ademán triunfal.

**: ¡Espero que echen a patadas a ese hijo de perra! -gritó-.

Lentamente, desaparecida la fatiga, regresó a la mesa. Tenía una tarea que terminar.


Zac estaba sentado en el suelo de la habitación de un hotel, con el ordenador portátil sobre las rodillas. Escribía una nota con toda la velocidad que sus dedos le permitían. Ya casi era el amanecer y aún tenía los ojos muy irritados, pero no se sentía cansado. Fuera, la batalla continuaba. Dentro, se iniciaba el juego del gato y el ratón.

A lo largo de las últimas tres horas se habían mudado dos veces y arrastrado los equipos y las provisiones. Mientras los soldados iraquíes registraban el edificio y desplazaban a los huéspedes y a los equipos internacionales de prensa al subsuelo del hotel, Zac y su equipo se pasaban de una habitación a otra.

Mientras él tomaba su turno como centinela, sus dos compañeros se echaron sobre la cama para dormir un rato.

Satisfecho con lo que había escrito hasta ese momento, Zac apagó el ordenador. Se puso de pie, se desperezó para aflojar el entumecimiento de la espalda y el cuello y se puso a fantasear con el desayuno que le apetecería comer: crepes con mermelada de arándano y litros de café caliente. Levantó la cámara.

Por la ventana filmó las imágenes finales del primer día de guerra, los resplandores de los veloces misiles y las huellas de las balas. Pensó en la devastación que verían cuando amaneciera del todo, y cuánto podría filmar.

Curt: Me parece que tendré que denunciarte al gremio, amigo.

Zac bajó la cámara y miró a Curt. El cámara estaba de pie junto a la cama, y se frotaba los ojos.

Zac: Lo que te revienta es que yo sepa manejar la cámara tan bien como tú.

Curt: Mierda. -Ante ese desafío, se acercó a la cámara-. Tú no puedes hacer nada, salvo aparecer apuesto en los vídeos.

Zac: Entonces prepárate para demostrarlo. Tengo que leer una noticia.

Curt: Bueno, para eso eres el jefe -reconoció y comenzó a grabar mientras las bombas explotaban-. ¿Vamos a tratar de encontrar la manera de salir de aquí?

Zac: Tengo algunos contactos en Bagdad -dijo mientras observaba los fuegos que se elevaban en el horizonte-. Creo.


Cuando terminaron los discursos después de la cena, hubo estrechado las últimas manos y besado las últimas mejillas, Vanessa enfiló hacia un teléfono. Mientras ella llamaba a Ashley y Richard, Jeff usó el otro teléfono para ponerse en contacto con la sala de redacción en Chicago.

Richard: ¿Qué? ¿Qué ocurre?

Ness: ¿Richard? Richard, soy Vanessa. Voy camino al aeropuerto de Indianápolis. Me acabo de enterar del bombardeo de Bagdad y...

Richard: Nosotros también. Pero en este momento tenemos aquí una crisis particular. Ashley tiene contracciones. Estábamos por salir para el hospital.

Ness: ¿Ya? -Sintió una punzada y se apretó fuerte las sienes-. Creí que todavía faltaban diez días.

Richard: Eso díselo a Big Ed. Respira, Ashley, no te olvides de respirar.

Ness: Solo dime si ella está bien.

Richard: Acaba de terminarse media pizza... por eso no quiso decirme que las contracciones habían empezado. Ya se puso en contacto con Bach. Parece que mañana suspenderán tu programa... No, maldita sea, Ashley, no te dejaré hablar con ella. Tienes que respirar.

Ness: Estaré allí lo antes que pueda. Dile... Dios, solo dile que estaré allí.

Richard: Cuento con ello. ¡Eh! ¡Vamos a tener un bebé! Hasta pronto.

Vanessa apoyó la frente contra la pared.

Ness: ¡Vaya día!

Jeff: Zac Efron ha informado del ataque aéreo.

Ness: ¿Qué? -Se volvió para mirar a Jeff-. ¿Zac? ¿Entonces está bien?

Jeff: Estaba hablando con el estudio cuando empezó el ataque. Consiguió pasar alrededor de cinco segundos de imágenes antes de que perdieran el contacto.

Ness: De modo que no sabemos nada más -dijo muy despacio-.

Jeff: Mira, no es la primera vez que está en una situación como esta, ¿no? -le pasó el brazo por los hombros y la condujo al coche que los esperaba-.

Ness: Sí, claro. Es verdad.

Jeff: Míralo de esta manera. Nosotros hemos podido salir de aquí una hora antes de lo previsto porque todos querían llegar a sus casas y encender el televisor.

Ella casi se echó a reír.

Ness: Eres incorregible, Jeff.

Él le dedicó una sonrisa radiante.

Jeff: Lo mismo digo.


Eran las seis de la mañana cuando Vanessa finalmente entró en su apartamento. Hacía veinticuatro horas que estaba en pie y sentía un cansancio terrible. Pero recordó que había cumplido con sus obligaciones profesionales y visto nacer a su ahijada.

Audrey Vanessa Tisdale, pensó, y sonrió mientras se dirigía al dormitorio. Un milagro rubio de tres kilos seiscientos. Después de ver llegar al mundo a esa criatura tan hermosa, costaba creer que en el otro extremo del mundo se librara una guerra.

Mientras se sacaba la ropa, con una enorme gratitud por saber que esa mañana habían suspendido el programa, encendió el televisor y trasladó esa guerra a su casa.

Se preguntó qué hora sería en Bagdad, pero su mente se negó a hacer cálculos. Muy cansada, se sentó en el borde de la cama, y trató de concentrarse en las imágenes e informes.

Cuídate mucho, maldita sea, fue lo último que pensó antes de tumbarse sobre el edredón y quedarse dormida.


Tarde, durante la segunda noche de la guerra del Golfo, Zac se instaló en una base saudí. Estaba deseando un baño, cansado y hambriento. Oía el rugido de los cazas que despegaban del campo de aviación para dirigirse a Irak. Sabía que otros equipos periodísticos difundirían las noticias.

Estaba de un humor de perros. Como resultado de las restricciones del Pentágono sobre los medios de prensa, él tendría que aguardar su turno antes de viajar al frente y, una vez allí, solamente podría ir a donde los oficiales del ejército le indicaran. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, todos los informes y reportajes estarían sujetos a censura.

Era una de las pocas palabras que Zac consideraba una obscenidad.

Curt: ¿No quieres tomarte un poco más de tiempo para afeitar esa cara bonita?

Zac: Lárgate, Curt. Salimos al aire dentro de diez minutos. -Escuchó la cuenta atrás en su auricular-. En las horas previas al amanecer del segundo día de la operación Tormenta del Desierto... -comenzó-.

Sentada en su sofá en Chicago, Vanessa se inclinó hacia delante y estudió la imagen de Zac en la pantalla. Está cansado, pensó. Tenía un aspecto terriblemente exhausto. Pero, al mismo tiempo, decidido y valiente. Y estaba vivo.

Ella levantó su vaso de Pepsi diet en su honor y siguió comiendo el sándwich de mantequilla de cacahuete que se había preparado como cena.

Se preguntó qué pensaría él, qué sentiría mientras hablaba de misiones de ataque y estadísticas o respondía a las preguntas del nuevo presentador de las noticias. Detrás se desplegaba el cielo de Arabia y, cada tanto, Zac tenía que levantar la voz por encima del rugido de las turbinas de los jets.

«Nos alegra mucho que hayas salido sano y salvo de Bagdad, Zac. Estaremos a la espera de otros informes tuyos.»

«Gracias, Martin. Para la CBC, Zac Efron desde Arabia Saudí.»

Ness: Me alegra mucho verte, Zac -murmuró, luego suspiró y se puso de pie para llevar los platos a la cocina. Solo cuando pasó junto al contestador automático se dio cuenta que la luz de los mensajes titilaba-. Demonios.

Apoyó los platos y pulsó la tecla de rebobinado. Había dormido seis horas, y después había salido nuevamente. Pasó por el hospital, estuvo unas horas en la oficina, donde reinaba el caos. Ese caos, y los rumores sobre la guerra, la hicieron salir de nuevo con una pila de recortes y una bolsa de correspondencia. Había trabajado el resto de la tarde, sin prestar atención al teléfono y sin verificar si había mensajes. El nacimiento de un bebé y el estallido de una guerra eran motivos más que suficientes para distraerse, pensó mientras oprimía el play.

Había una llamada de su madre y otra de Simon. Anotó los mensajes en un bloc. Después, dos personas colgaron sin dejar mensaje, cada una con una larga pausa antes de que sonara el clic.

«¿Kansas? -Vanessa dejó caer el lápiz cuando la voz de Zac llenó el cuarto-. ¿Dónde demonios estás? Deben de ser las cinco de la mañana ahí. Solo tengo esta línea por un minuto. Salimos de Bagdad. Dios, este lugar es una locura. No sé cuándo podré llamarte de nuevo, así que puedes seguirme por las noticias. Estaré pensando en ti, Vanessa. Dios, me cuesta pensar en cualquier otra cosa. Cómprate un par de camisas de franela y botas de goma. En la cabaña puede hacer mucho frío. Escríbeme, ¿de acuerdo? Envíame un vídeo, una señal de humo. Y cuéntame por qué demonios no contestas al teléfono.»

Vanessa ya bajaba la mano para pulsar rebobinado y volver a oír el mensaje, cuando emergió la voz de Loren Bach.

«Dios Santo, sí que eres una mujer difícil de encontrar. Llamé a tu oficina y tu secretaria me dijo que estabas en el hospital. Tuve un breve ataque de pánico hasta que me explicó que Ashley estaba teniendo su bebé. He oído decir que es una niña. No sé por qué demonios no estás de vuelta en tu casa, pero estas son las noticias: Delacort quiere ampliarte el contrato por dos años. Nuestra gente se pondrá en contacto con tu representante, pero yo quería ser el primero en contártelo. Felicidades, Vanessa.»

No supo bien por qué, pero se sentó en el suelo, se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar.


Los acontecimientos se precipitaron durante las siguientes cinco semanas. Con el nuevo contrato con Delacort firmado y sellado, Vanessa descubrió que su presupuesto y sus esperanzas se ampliaban. Pudo aumentar el sueldo de los integrantes de su equipo y amueblar un despacho para Ashley cuando volviera de su excedencia por maternidad.

Pero, lo mejor de todo, los índices de audiencia comenzaron a subir de forma sostenida durante las primeras semanas del nuevo año.

Ahora tenía diez ciudades que retransmitían su programa, y si bien todavía estaba por debajo del de Brittany, cada vez que los dos programas se emitían a la misma hora, el margen se había reducido.

Para celebrar ese éxito, compró una alfombra de Aubusson para reemplazar la que había conseguido en un mercadillo para su salón. Armonizaba a la perfección con el escritorio.

En abril tenía previsto salir en la portada de Woman's Day, con un artículo en People y también aceptó aparecer en un bloque de Temas de mujeres. El Chicago Tribune le hizo un reportaje importante en su edición dominical y la llamó «una estrella en ascenso».

Rechazó, con una mezcla de diversión y espanto, un ofrecimiento para posar en Playboy. Cuando se encendió la luz roja, Vanessa estaba sentada en el plató.

Ness: ¿Recuerdan ustedes su primer amor? ¿Ese primer beso que aceleró los latidos de su corazón? ¿Las largas conversaciones, las miradas furtivas? -Suspiró, y con ella suspiró todo el público presente-. Hoy vamos a reunir a tres parejas que lo recuerdan muy bien. Janet Hornesby tenía dieciséis años cuando tuvo su primer romance. Esto fue hace cincuenta años, pero ella no ha olvidado al muchachito que esa primavera le robó el corazón.

La cámara comenzó a ofrecer una panorámica sobre el panel y fue enfocando las risas nerviosas mientras Vanessa continuaba hablando.

Ness: Robert Seinfield solo tenía dieciocho años cuando se separó de su novia de secundaria y se trasladó con su familia a una ciudad a más de tres mil kilómetros de distancia. Aunque ha pasado una década, todavía piensa en Rose, la muchacha que le escribió su primera carta de amor. Y hace veintitrés años, los planes de estudio y las presiones familiares separaron a Teresa Jamison del hombre con el que ella creyó que se casaría. Creo que nuestros invitados de hoy se estarán preguntando: ¿Qué habría pasado si...? Yo, por lo menos, me lo pregunto. En el próximo bloque lo averiguaremos.

Ash: Dios, qué buen programa -con Audrey pegada a su pecho, apareció en el plató-. Creo que la señora Hornesby y su candidato tal vez tengan una segunda oportunidad.

Ness: ¿Qué haces aquí?

Ash: Quería que Audrey viera dónde trabaja su mamá. -Mientras sostenía fuertemente al bebé, miró con afecto el plató-. No sabes cuánto he añorado esto.

Ness: Ashley, acabas de tener un bebé.

Ash: Sí, eso me han dicho. ¿Sabes, Ness?, deberías hacer un programa de seguimiento. A la gente le encantan estas cosas sentimentales. Si alguna de esas tres parejas se junta, podrías hacer un programa de aniversario o algo así.

Ness: Ya lo he pensado -dio un paso atrás y puso los brazos en jarra-. Bueno, te veo espléndida. Realmente espléndida.

Ash: Me siento muy bien. En serio. Pero por mucho que me encanta ser mamá, detesto quedarme en casa. Necesito trabajar o soy capaz de hacer una locura. Como por ejemplo dedicarme a las labores.

Ness: No podemos permitir que eso suceda. Subamos y hablemos.

Ash: Primero quiero saludar a los miembros del equipo.

Ness: Estaré en la oficina cuando termines.

Con una sonrisa, Vanessa enfiló hacia el ascensor. Había ganado su apuesta de cincuenta dólares con Richard. Él estaba convencido de que Ashley se quedaría en casa durante dos meses enteros. Mientras subía al piso 16, miró su reloj y calculó el tiempo.

Ness: Cassie -dijo cuando entró en la oficina-, trata de cambiar mi compromiso para almorzar a la una y media.

Cassie: Muy bien. A propósito, muy buen programa. He oído decir que los teléfonos enloquecieron.

Ness: Nuestra meta es complacer al espectador -comentó y se dejó caer en su sillón para examinar la correspondencia que Cassie le había puesto en el escritorio-. Ashley está abajo. Subirá dentro de unos minutos.., con el bebé.

Cassie: ¿Ha traído al bebé? Dios, estoy deseando verla. -Se detuvo al ver la expresión en la cara de Vanessa-. ¿Pasa algo malo?

Ness: ¿Malo? -Sorprendida, sacudió la cabeza-. No lo sé. Cassie, ¿sabes cómo llegó esto aquí?

Levantó un sobre blanco que llevaba su nombre.

Cassie: Ya estaba en tu escritorio cuando traje el resto de la correspondencia. ¿Por qué?

Ness: Es extraño. He estado recibiendo estas notas desde la última primavera -dijo y volvió el papel para que Cassie pudiera leerlo-.

Cassie: «Vanessa, eres tan hermosa. Tus ojos me penetran el alma. Te amaré eternamente.» Bueno, supongo que es halagador. Y bastante inofensivo comparado con algunas de las cartas que recibes. ¿Te preocupa?

Ness: Bueno, no diría que me preocupa. Tal vez me inquieta un poco. Me parece malsano que alguien mantenga esto durante tanto tiempo.

Cassie: ¿Estás segura de que todas esas cartas son de la misma persona?

Ness: La misma clase de sobre, el mismo tipo de mensaje, el mismo tipo de escritura con letras de imprenta y tinta roja. Quizá es alguien que trabaja en este edificio.

Alguien que ella viera todos los días. Alguien con quien hablara. Y trabajara.

Cassie: ¿Alguna persona te ha estado invitando a salir o intentando ligarte?

Ness: ¿Qué? No. -Con esfuerzo, se sacudió el mal humor y se encogió de hombros-. Es estúpido. Inofensivo -dijo, como tratando de convencerse a sí misma y después, lentamente, rompió la hoja en dos y la tiró a la papelera-. Veamos qué asuntos podemos solucionar antes del mediodía, Cassie.

Cassie: Está bien. ¿Viste anoche el especial de Brittany?

Ness: Por supuesto. No pensarás que me iba a perder el primer programa en horario central de mi principal competidora, ¿no? Hizo un buen trabajo.

Cassie: No todas las críticas opinaron lo mismo -señaló y colocó los recortes sobre el escritorio de Vanessa-. La del Times ha sido directamente asesina.

Vanessa tomó la pila de recortes y leyó la primera reseña.

Ness: «Pomposa y superficial. -Hizo una mueca-. Alternativamente con una sonrisa tonta y otra astuta.»

Cassie: Tampoco la audiencia fue lo que ellos esperaban -añadió-. No fue mala, pero para nada espectacular. El Post la acusó de hacer «autoexaltación».

Ness: Ese es precisamente su estilo.

Cassie: Fue demasiado hacer ese recorrido por su penthouse para la cámara y tantos elogios para Nueva York. Había más tomas de ella que de sus invitados -se encogió de hombros y sonrió-. Las conté.

Ness: Supongo que esto será difícil de digerir para Brittany -apartó la pila de recortes-. Pero ella se vengará. -Le dirigió a Cassie una mirada de advertencia-. Yo he tenido problemas con ella, pero no le deseo a nadie críticas lapidarias.

Cassie: Yo tampoco. Es solo que no quisiera que Brittany te hiciera daño.

Ness: A mí las balas me rebotan -dijo secamente-. Ahora olvidemos a Brittany. Estoy segura de que esta mañana, en la última persona en la que piensa es en mí.


La pataleta inicial de Brittany, por las críticas a su programa, tuvo como resultado un diluvio de periódicos hechos añicos que cubrieron el suelo de su oficina.

Britt: Esos cabronazos no se saldrán con la suya después de atacarme de este modo.

Dan Gardner, el nuevo productor ejecutivo del programa de Brittany, esperó prudentemente hasta que lo peor de la tormenta hubiera pasado. Tenía treinta años, la contextura física de un peso mediano con un cuerpo musculoso y compacto. Su pelo castaño con peinado conservador armonizaba con su rostro adolescente, acentuado por unos ojos azul oscuro y barbilla sutilmente marcada. Tenía una mente astuta y un objetivo simple: llegar a la cima en cualquier vehículo que lo llevara allí con la mayor rapidez posible.

Dan: Brittany, todo el mundo sabe que las críticas son una mierda -afirmó y le sirvió una taza de té-. Esos imbéciles siempre le lanzan golpes bajos a la persona que está arriba. Y allí es donde estás tú. En la cima.

Britt: Lo sé -dijo furiosa-.

Sabía que la furia era mejor que las lágrimas. Y no permitiría que nadie, absolutamente nadie, tuviera la satisfacción de ver lo herida que se encontraba. Se había sentido muy orgullosa al mostrar su nueva casa, al compartir su vida con el público.

Britt: Y los índices de audiencia lo habrían demostrado -saltó- si no hubiera sido por esa maldita guerra. A los malditos espectadores no hay guerra que les baste. Nos bombardean noche y día. ¿Por qué no pulverizamos ese maldito país y terminamos de una vez con todo?

Las lágrimas estaban cerca, peligrosamente cerca. Brittany las contuvo y bebió el té como si fuera una medicina. Lo que deseaba en realidad era una copa.

Dan: Eso no nos perjudica. Tu entrada en los informativos de las seis de la tarde ha aparecido en cinco cadenas. Y a los espectadores les encantó tu participación de la semana pasada en la base Andrews de la fuerza aérea.

Britt: Bueno, pues yo estoy harta de todo. -Arrojó la taza de té contra la pared, con lo cual la hizo estallar en mil pedazos y manchó el revestimiento de seda del cuarto-. Y estoy harta de esa putita de Chicago que trata de socavar mi audiencia.

Dan: Su éxito durará lo que dura un relámpago.

Ni siquiera se había inmutado con el estallido de Brittany. Lo esperaba. Ahora que había pasado, sabía que ella comenzaría a calmarse. Y cuando se calmaba, empezaba la necesidad.

Hacía varios meses que él abastecía las necesidades de Brittany.

Dan: Dentro de un año será historia, y tú seguirás siendo la número uno.

Ella se sentó detrás de su escritorio, se reclinó y cerró los ojos. Nada parecía salir como lo había planeado cuando formó su compañía productora. Lo controlaba todo, pero había tanto que hacer. Demasiadas exigencias, y demasiadas maneras de fracasar.

Pero ella no podía fracasar, jamás lo soportaría. Se calmó con una respiración lenta, controlada, como hacía cuando tenía pánico de presentarse ante las cámaras. Comprendió que era más productivo centrarse en los fracasos de otra persona que en los propios.

Britt: Tienes razón. Cuando Vanessa caiga en el olvido, se podrá considerar afortunada si la dejan leer el parte meteorológico al final de las noticias.

Cuando una sonrisa curvó los labios de Brittany, Dan se colocó detrás de su silla para masajearla y así aliviar la tensión de sus hombros.

Dan: Tú relájate. Deja que yo me encargue.

A Brittany le gustaba sentir aquellas manos competentes, suaves y seguras. La hacían sentirse protegida, a salvo. Ahora ella lo necesitaba con desesperación.

Britt: Ellos me quieren, ¿no es así, Dan?

Dan: Por supuesto que sí. -Las manos de él subieron hasta el cuello de Brittany y luego descendieron hasta sus pechos. Tan suaves y grandes, y siempre lo excitaban. La voz de él se volvió ronca cuando los pezones se endurecieron bajo los suaves pellizcos de su pulgar e índice-. Todo el mundo quiere a Brittany.

Britt: Y seguirán viendo mi programa -añadió-.

Suspiró y se distendió mientras las manos de él la modelaban.

Dan: Todos los días. De costa a costa.

Britt: Todos los días -repitió y su sonrisa se ensanchó-. Ve a cerrar la puerta con llave, Dan. Dile a Lorraine que no me pase llamadas.

Dan: De acuerdo.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Brittany me da mucho miedo
A vanessa le va muy bien en su programa
Otra vez con esas notan misteriosas
Y zac aun no regresa!!!
Ya quiero leer el siguiente capitulo
Siguela pronto
Saludos

Publicar un comentario

Perfil