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martes, 10 de noviembre de 2015

Capítulo 1


Port Sandy, Washington, 5 de julio

Alex: ¡Eh, Vanessa! -gritó a través del tubo de plástico-. ¿Sabes una cosa?

Vanessa Hudgens, agarrada con fuerza al mismo tubo a varios metros por debajo del nivel del suelo, frunció el ceño al oír el eco de la voz del niño a su alrededor.

Ness: ¿Qué? -gritó a su vez-.

Alex: Mike dice que puede ver una ambulancia y un camión de bomberos.

La joven se esforzó en escuchar y percibió el sonido de dos sirenas en la distancia.

Alex: Nunca habíamos tenido aquí un camión de bomberos -declaró entusiasmado-. ¿No es fantástico?

Vanessa no estaba tan segura.

Ness: Fantástico -asintió-.

Pero, mientras lo hacía, la imagen terrible de bomberos bajando por las tuberías de la elegante casa donde estaba atascada llenó su cabeza. Con la suerte que tenía, seguro que sus rescatadores rompían más de un cristal y utilizaban sus hachas para liberarla a través de las paredes.

Reprimió un gemido. Si Zac Efron, el dueño de la casa y padre de los niños, decidía alguna vez volver a casa, probablemente la haría arrestar.

Aunque, por otra parte, ella no tenía la culpa de haberse metido en aquel lío solo por intentar rescatar al ratón chino de los niños de la cesta de la ropa. Después de todo, ¿cómo iba ella a saber que la cesta, construida en la pared del cuarto de baño, tenía un fondo falso que desembocaba en un tubo lo bastante grande como para tragarse a una persona?

No podía. Ni tampoco estaría en aquel lío si Zac Efron fuera un padre responsable. No solo llevaba seis semanas en viaje de negocios, sino que dos días atrás, cuando su hijo lo llamó para informarlo de la marcha repentina de la niñera, pareció estar demasiado ocupado para regresar.

Ni siquiera la calmó saber que la agencia de niñeras llamó para disculparse y ofrecerles una sustituta temporal. ¿Qué excusa podía tener un padre para tratar a sus hijos con tanta indiferencia?

Alex: ¿Vanessa? ¿Te importa que vaya a mirar los camiones? Te prometo que solo iré hasta la ventana.

Ness: Claro que no. Vete.

Alex: Muy bien.

El fondo de la cesta se cerró sobre ella.

Vanessa movió la cabeza. En el transcurso de sus doce años como periodista, independiente primero y más tarde con la revista World News International, se había visto en más de un apuro. Había sufrido bombardeos en Beirut, un rinoceronte había atacado a su Land Rover en Kitgum y en una ocasión hasta fue hecha prisionera unos días por las guerrillas de El Salvador. Su situación actual tenía que parecerle nimia en comparación.

Sin embargo, en aquel momento no lo sentía así. Las pantorrillas le dolían, ya que se las había golpeado al resbalar, los hombros le dolían de estar encajados contra el metal y comenzaba a dolerle también la cabeza por estar demasiado tiempo cabeza abajo.

Para estropearlo todo aún más, Brutus, la criatura responsable de su desgracia, parecía agitarse más y más con el paso del tiempo. Aunque lo tenía sujeto con firmeza, el animalito le clavaba las uñas en la palma de la mano y estaba segura de que no tardaría en sentir también sus dientes. Después de sus años como reportera, no le costaba trabajo imaginarse el titular: «Periodista de éxito destrozada por un roedor en un extraño accidente. Detalles en la página 5».

Su amigo Andrew probablemente se reiría con ganas y le diría que eso era lo que les ocurría a los periodistas que querían cambiar de profesión. Insistiría seguramente en que precisamente por eso le había prestado la cabaña que tenía en las propiedades de su hermano: para que descubriera lo poco preparada que estaba para la vida normal.

Vanessa pensó que tal vez tuviera razón. Oyó pasos sobre ella y un segundo después, Alex, Mike y David comenzaron a gritar:

«¡Aquí arriba! ¡Estamos aquí arriba!»

Oyó un grito distante de asentimiento, seguido de pasos de botas que subían las escaleras y bajaban por el pasillo. Imaginó las marcas que dejarían las suelas negras de las botas de los bomberos sobre la madera pálida y las gruesas alfombras y se estremeció un momento antes de recordarse que debía estarles agradecida.

Al menos, no se estaban abriendo paso a través de las paredes.

Encima de ella, unas voces iniciaron una catarata de preguntas.

**: ¿Ha sido uno de vosotros el que ha llamado?

***: ¿Dónde está el problema?

*: ¿Están vuestros padres en casa?

**: ¡Espero que esto no sea una broma pesada!

***: ¿Estáis aquí solos, niños?

*: ¿Qué es lo que ocurre?

Los tres Efron intentaron responder a la vez.

David: No tenemos madre.

Mike: Ha llamado Alex. Es el mayor.

Alex: Se trata de Vanessa. Está atrapada en el tubo de la cesta de la ropa.

**: Espera un momento, hijo. ¿Quién has dicho?

Alex: Vanessa -repitió exasperado-.

La joven suspiró.

Ness: Ten paciencia, Brutus. Me parece que van a tardar un rato en liberarnos.


Zac: Cuando lleguen los contratos, asegúrese de que han incluido las cláusulas de revisión -dijo por el teléfono del coche-. Hemos tardado seis semanas en conseguir que las aceptaran y no quiero más retrasos. Que los examinen los abogados y, si todo está correcto, envíenmelos a mi casa.

**: Sí, señor -repuso Helen O'Connell, su secretaria-. ¿Algo más?

Zac suspiró con cansancio.

Zac: Espero que no. Después de estas últimas semanas, necesito descansar.

Helen: Deduzco que todo va bien con los niños, pues.

Zac frunció el ceño.

Zac: ¿Y por qué no iba a ser así?

Helen: Oh, es solo que cuando Alex llamó…

Zac: Un momento. ¿Cuándo llamó Alex?

Helen: Antes de ayer -hizo una pausa-. No me diga que Whitset no le dio el mensaje.

Zac: ¿Whitset? Su mujer se puso de parto hace dos días. Se desmayó en el trabajo. Cuando recuperó el conocimiento, apenas si recordaba su nombre, mucho menos mensajes.

Helen: Oh, Cielos.

Zac: ¿Mencionó Alex por qué llamaba?

Hubo una pausa antes de que Helen hablara con tono de disculpa.

Helen: Bueno, sí y no. Dijo que tenía que decirle algo sobre la señora Clyde.

Zac tardó un momento en darse cuenta de que aquél era el nombre de la niñera que había contratado justo antes de marcharse.

Zac: ¿Dijo el qué?

Helen: No, señor. Solo dijo que lo llamara usted.

Zac: No oyó usted sirenas ni gritos, ¿verdad?

Bromeaba solo a medias y Helen lo sabía.

Helen: Esta vez no -lo tranquilizó-. A decir verdad, ahora que lo pienso, parecía muy contento, así que estoy segura de que no era nada grave. Le pregunté si la señora Rosencrantz se había ido de vacaciones y dijo que sí. Le pregunté si todo iba bien con su sustituía de la agencia y me dijo que sí y cuando le pregunté cómo iba todo lo demás, se echó a reír y me contestó que de maravilla.

Zac: Estupendo -comentó con aprensión-.

La última vez que Alex dijo que todo iba de maravilla, fue justo antes de que alguien entregara en la casa un equipo de juego de «Lawrence de Arabia» completo, con una tienda de beduino y dos camellos viejos.

Comprado mediante una de las tarjetas de crédito de Zac, el juego había sido calificado como lo último en experiencia educativa. Zac, desde luego, sí había aprendido mucho. Había aprendido que en el condado de Port Sandy, los camellos se consideran mascotas exóticas y que las multas por carecer de licencia para cuidarlos eran astronómicas. Había aprendido que esas criaturas escupen cuando se enfadan y, sobre todo, había aprendido a ponerse en guardia siempre que su hijo mayor utilizaba las palabras «de maravilla».

Helen: ¿Es eso todo, señor?

Zac: Sí. Si no se ha quemado la casa, estaré en la oficina la semana que viene antes de salir para Nuevo México. Si surge algo, llámeme.

Helen: Sí, señor. Y no se preocupe. Estoy segura de que los niños están bien.

Zac: Eso espero. Nos veremos la semana que viene.

Desconectó el teléfono, esperó a oír la señal de marcar y marcó el número de su casa al tiempo que metía el Mercedes por el desvío de la autopista.

Giró al oeste, en dirección al sol poniente, agradecido por el aire acondicionado del coche. El teléfono comenzó a sonar y lo miró con impaciencia. Deseaba que alguien contestara en seguida. Cuando salió para el complejo turístico de Aristo Cay a finales de mayo, no esperaba pasar seis semanas fuera. Después de haber negociado la compra con la familia Carlyle durante meses, estaba convencido de que el trato estaba ya casi cerrado.

Pero no fue así. Zac no había contado con que Miranda, la única hija de Howard Carlyle, acababa de divorciarse. Ni había podido prever que, al verlo, decidiera cambiar la venta por una asociación.

El hombre hizo una mueca. Aunque no había vivido como un monje los cuatro años que llevaba de viudo, sí se había hecho el firme propósito de no mezclar el sexo con su vida familiar ni con los negocios.

En lo referente a su familia, su razonamiento era muy sencillo. Sus hijos habían perdido ya una madre y, pasara lo que pasara, estaba decidido a ahorrarles ese dolor en un futuro. Como no pensaba volver a casarse, no había motivos para mezclar a los niños con mujeres que sabía no serían más que compañeras temporales.

Profesionalmente, le parecía también lo mejor. Tenía treinta y dos años y era la cabeza de Efron Retreats, propietarios y directores de cinco complejos turísticos de lujo extendidos por los Estados Unidos. Su trabajo fue una tabla de salvación cuando murió su esposa y no estaba dispuesto a poner eso en peligro por algo tan efímero como el placer físico.

No obstante, le había llevado tiempo convencer de ello a Miranda.

El teléfono siguió sonando al otro lado. ¿Dónde diablos estaban todos? Aunque la niñera estuviera ocupada con los niños, el ama de llaves debería haber contestado.

A menos que hubiera ocurrido algo, claro.

Zac respiró hondo para tranquilizarse. Se dijo que era más probable que el ama de llaves tuviera la aspiradora puesta y no oyera el teléfono. Quizá la niñera y sus pupilos habían salido a dar un paseo.

Pero Alex le había dicho a Helen que había un problema.

Apretó los dientes para reprimir una maldición. Apartó el teléfono de la oreja, pensó un momento y marcó otro número. Una vez más el teléfono volvió a sonar. Aquella vez, sin embargo, sí contestó una voz animosa:

**: Ha llamado usted a la agencia Frannie -le informó el contestador-. En este momento no estamos en el despacho, pero si quiere dejar un mensaje, le devolveremos la llamada.

Zac dejó su nombre y número de teléfono. Giró al sur hacia la carretera que conducía a su casa sobre la costa, conectó la radio y procuró olvidarse de todo lo que no fuera llegar a su casa lo antes posible. Pisó el acelerador con satisfacción, pero cuando llegó a la verja y la encontró abierta, sintió un nudo en el estómago.

Apretó el volante hasta que los nudillos se le quedaron blancos y cruzó la entrada a toda velocidad. Le pareció que tardaba siglos en llegar a la última curva. La casa, un edificio elegante de tres pisos se levantaba ante él.

Vio la ambulancia y el coche de los bomberos y tragó saliva. Miró en dirección a las puertas dobles que llevaban al interior de la casa: estaban abiertas de par en par.

Detuvo el coche, abrió la puerta y saltó al suelo. Corrió por el césped, subió los escalones de ladrillo y se detuvo en el suelo de mármol del vestíbulo. Después del sol del exterior, la casa parecía fría y sombría.

Y silenciosa. Demasiado silenciosa.

Zac: ¡Alex! ¡Michael! ¡David! ¿Hay alguien?

Silencio. Por un momento, no percibió otro sonido que el de su propia respiración. Luego detectó un ruido lejano y un murmullo de voces que procedían de arriba.

Subió la escalera amplia y curva que conducía al ala de los niños. Al acercarse al enorme cuarto de baño de sus hijos, vio varios hombres uniformados en su interior y se detuvo un momento. Respiró hondo y se dijo que no debía dejarse llevar por el pánico.

Cuando entró en el baño, parecía estar en control de la situación.

Zac: Soy Zac Efron. ¿Quién está al mando aquí? ¿Qué es lo que pasa?

La habitación se quedó un momento en silencio. Los tres bomberos colocados cerca de la pared izquierda dejaron de hablar y los enfermeros del otro lado se volvieron a mirarlo.

Tres voces infantiles rompieron el silencio.

*: ¡Papá! -gritó David, de cuatro años-.

Salió corriendo de detrás de la media pared que separaba la bañera del resto de la estancia y se lanzó a sus brazos.

**: ¡Papá! -gritó excitado Mike, de seis años, siguiendo a su hermano-.

Alex: ¿Papá? -asomó la cabeza por detrás de la pared y lo miró horrorizado-. ¿Qué haces aquí?

Al igual que Zac, los tres niños tenían ojos azules y cabello castaño claro. David, delgado y anguloso, había heredado la sonrisa dulce y la naturaleza sensible de su madre. Mike era rechoncho, de mejillas redondas, nariz llena de pecas y expresión de franqueza. Alex, delgado y fuerte, con ojos azules brillantes y sonrisa seductora, poseía más curiosidad que un equipo de científicos, más energía que una flota de submarinos nucleares y más entusiasmo que un gimnasio de animadoras, una combinación que atraía problemas con la misma facilidad con que las flores atraen a las abejas.

En aquel momento miraba a su padre como si se tratara de un malvado escapado de la cárcel.

Zac abrazó con brevedad a los dos pequeños y centró la mirada en su hijo mayor.

Zac: Hemos cerrado las negociaciones -dijo con lentitud-. Quería daros una sorpresa.

Alex: ¡Pero no estoy listo!

Zac: ¿Listo? -enarcó las cejas-. ¿Listo para qué?

Alex pareció fascinado de repente por la punta de su zapatilla deportiva.

Alex: Bueno, cosas mías -musitó, con la vista baja-.

La aprensión de Zac aumentó. Volvió la vista hacia su hijo mediano.

Zac: ¿Michael? ¿Quieres contarme lo que ocurre aquí?

El aludido lanzó una mirada rápida a su hermano y luego bajó también la vista.

Hubo un silencio tenso hasta que David tiró a su padre de la manga y dijo con claridad:

Mike: Vanessa se ha atascado.

La mirada de Zac se suavizó al contemplar a su hijo pequeño.

Zac: ¿Quién?

David: Vanessa, pero ha sido en un rescate, papá.

Alex suspiró.

Alex: Una misión de rescate, David.

Mike: Sí -intervino-. Además, ha sido culpa tuya.

A David le tembló el labio inferior.

David: No es cierto.

Alex: Sí lo es. Si hubieras cogido a Brutus como debías, nada de esto habría ocurrido.

Zac: ¿Quién es Brutus?

Los ojos de David se llenaron de lágrimas.

David: Es mi ratón chino. Me lo envió el tío James. A Alex le mandó un lagarto y a Mike, Ike y Spike. Brutus es mío. Es mi mejor amigo.

Zac apretó los dientes y se dijo que tenía que llamar a su hermano menor y pedirle una vez más que dejara de enviar mascotas a los niños. Pero antes tenía que llegar al fondo de la situación.

Zac: ¿Y qué tiene que ver Brutus con esto?

**: Disculpen, amigos -dijo una voz-. ¿Les importaría dejar las discusiones para más tarde y sacarme de aquí?

Zac giró a su alrededor, diciéndose que no era posible que la voz procediera del suelo.

Zac: ¿Qué diablos…? -Se detuvo sorprendido al ver que uno de los bomberos se hacía a un lado, lo que le permitió ver que los otros dos parecían dedicados a levantar la cesta de la ropa construida en la pared-. ¿Hay alguien ahí dentro? -preguntó incrédulo-.

*: No se preocupe, señor -el bombero más alto le tendió una mano-. Soy el lugarteniente Malloy, del departamento de Bomberos de Port Sandy. La señorita, la cuidadora de sus hijos, dice que está bien. Por lo que hemos podido ver, solo ha caído alrededor de un metro y medio, hasta que la curva del tubo ha detenido su cuerpo.

Zac: Comprendo -dijo con los ojos fijos en el agujero de la pared-.

A decir verdad, no comprendía nada. Por mucho que lo intentara, no podía imaginarse a la alta y estirada señora Clyde haciendo algo tan poco digno, y también le resultaba difícil creer que hubiera podido caber en un espacio tan estrecho.

Malloy: No se preocupe -repitió el lugarteniente, haciendo una seña a sus hombres para que siguieran con el trabajo-. La sacaremos enseguida.

Zac observó incrédulo cómo lanzaban los bomberos una soga con un lazo en el extremo por el agujero de su pared. Un momento después, la señora Clyde gritó:

«¡Bingo! Buen lanzamiento, chicos».

Los bomberos sonrieron y comenzaron a tirar de la soga. Momentos después aparecieron unos pies pequeños calzados con zapatillas deportivas. Mientras uno de los hombres se echaba hacia atrás para mantener la soga tensa, el otro se inclinó hacia adelante, cogió los pies por los tobillos y tiró de ellos.

Una mujer salió de las profundidades de la pared. Ataviada con pantalones cortos color caqui y una camiseta suelta y de espaldas al cuarto, parecía pequeña y delgada, de cabello oscuro brillante y un trasero firme.

Zac no la había visto en su vida.

La sorpresa lo dejó sin habla. Antes de que pudiera recuperarla, la estancia se llenó de actividad. Los enfermeros se acercaron corriendo a la desconocida y comenzaron a examinarla. Luego los tres niños la rodearon también y todo el mundo empezó a hablar al mismo tiempo.

Malloy: ¿Se encuentra bien, señorita? -preguntó el lugarteniente-.

Ness: Estoy bien -musitó-. Les agradezco mucho que me hayan sacado.

*: Esos arañazos de la pierna tienen mal aspecto -dictaminó uno de los enfermeros-. Quédese quieta un momento y los curaremos.

Ness: Estoy bien, de verdad -insistió-.

Alex: Es muy dura -dijo con orgullo-.

Mike: ¿Estaba oscuro?

David: ¿Tenías miedo?

Ness: Sí, estaba oscuro. Y no, no tenía miedo. Recuerda que Brutus me hacía compañía.

*: Pásame un desinfectante, Bill. Lo siento, señorita, pero esto le va a escocer un poco.

Malloy: Bueno, señor Efron -se acercó a Zac con una pequeña libreta de notas en la mano-. Parece que todo ha terminado bien. Le enviaré una copia de mi informe, pero puedo adelantarle que voy a recomendar que cierre usted ese tubo. Además del peligro evidente que supone para sus hijos, esa cosa sería terrible en caso de incendio -arrancó un trozo de papel de su libreta y se lo tendió a Zac-.

Era una citación por violar el código de leyes de incendios del condado.

Zac: Espere un momento -protestó-.

La radio que llevaba Malloy en el cinturón comenzó a hacer ruidos y el lugarteniente levantó una mano para pedir silencio. Escuchó atentamente la llamada en la que daban la dirección de una casa que estaba ardiendo y luego habló algo por la radio.

Malloy: Caballeros -dijo después-. Está a solo unos kilómetros de aquí. Vamos allá.

Los enfermeros terminaron rápidamente su trabajo mientras los bomberos guardaban su equipo y luego salieron los cinco por la puerta. Menos de quince segundos después, un par de sirenas anunciaron su partida.

Zac intentó controlar su confusión, pero el hecho de ver a la desconocida de frente por primera vez no se lo puso fácil.

La joven tenía el pelo negro, cortado a media melena, ojos castaños e inteligentes bordeados por unas pestañas larguísimas, nariz recta y boca sensual. Era preciosa, la energía y el buen humor que impregnaban su rostro lo hacían muy seductor. Poseía además una piel inmaculada. Zac sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal seguido de un calor intenso en el interior de su vientre.

¿Sería su piel así de suave y cremosa en todas partes? ¿La curva de su boca se acoplaría bien a los labios de el? ¿Y sus ojos? ¿Se harían más grandes y oscuros si le pasaba los pulgares por…?

Alex: ¿Eh, papá? ¿No vas a decir nada?

La voz animosa de Alex cayó sobre él como un cubo de agua fría.

¿Qué diablos le ocurría? ¿Qué se creía que hacía imaginando aquellas cosas sobre una mujer a la que ni siquiera conocía? ¡Y delante de sus hijos!

Todo el miedo y la frustración de aquel día parecieron estallar de repente. Sintió una rabia súbita, contra sí mismo, contra la situación y contra la mujer que le hacía perder el control.

Zac: No sé quién es usted -dijo con brusquedad-. Pero yo soy Zac Efron. Esta es mi casa y éstos -señaló a los niños que la rodeaban- son mis hijos. Y tiene usted diez segundos para decirme quién es, cómo ha llegado a mi casa y qué diablos hacía en mi tubo de la ropa.

La mujer se apartó un mechón de cabello de la mejilla sin dejar de mirarlo a los ojos. Sonrió.

Ness: ¿Y si no lo hago?

Zac no podía creer su desfachatez. La miró con furia.

Zac: Si no, llamaré a la policía.




¡Menudo primer capítulo! ¡Ha pasado de todo!
Vanessa viene pisando fuerte y Zac no se queda atrás.
¡No os perdáis el próximo capi!

¡Thank you por los coments y las visitas!
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¡Un besi!


3 comentarios:

Unknown dijo...

Wow que lindo capitulo!!
Pobre Ness con lo que le ha pasado, los hijos de Zac son muy muy terribles.
Zac quiere llamar a la policía después que Ness le cuido a los hijos? Esta loco, le debe mucho a Ness.
Y ya veo que a Zac le atrae Ness.
Me encanto este capitulo



Sube pronto :)

KatiiZV dijo...

bueno es la primera vez q comento siempre leo.... adoro estas novelas, son como un libro para mi <3 como toda fans... VERDADERA!!!

https://www.youtube.com/watch?v=boasVUAUk6A&index=16&list=LLN1Eps2xL_u75mzxuRVzx9g

:S

Maria jose dijo...

Lo leí desde hace 2 días pero no pude comentar
Que capítulo, esta novela se me hace muy diferente
A todas las que ayas puesto aquí
Me encanta el sentido del humor que tiene Vanessa
Es un personaje muy fuerte en esta novela
Ya me encanta y se ve que habrá muchos
Problemas entre zac y Vanessa
Eso me encantan
Sube pronto que esta novela está muuuuy buena
Saludos

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