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viernes, 13 de noviembre de 2015

Capítulo 2


No había duda de que el hermano mayor de Andrew era muy atractivo.

Un hombre brusco y malhumorado, pero aun así… Vanessa lo miró, incapaz de hacer otra cosa.

Ataviado con zapatos blancos inmaculados, pantalones color vainilla, camisa blanca impoluta y corbata del mismo tono que sus ojos, Zac Efron no solo era atractivo, era perfecto.

Ni uno solo de sus cabellos aparecía fuera de lugar. Era la personificación de la elegancia. Y por alguna extraña razón, cuanto más lo miraba, más deseaba arrojarlo al suelo y revolverle un poco la ropa y el pelo.

Su reacción la sorprendió. A lo largo de los años, había trabajado con distintos hombres sin sentir jamás el impulso de atacar a ninguno. Estaba tan atónita, que cuando él se cruzó de brazos, esperando una respuesta suya, lo único que pudo hacer fue mirarlo con fijeza.

Afortunadamente, Alex acudió en su ayuda.

Alex: Papá -protestó-. No puedes llamar a la policía.

La preocupación del niño hizo que Vanessa olvidara sus problemas y recobrara la compostura.

Ness: No pasa nada, precioso -murmuró-. Ya me ocupo yo de esto.

Le dio el ratón a David con cuidado y se dijo que debería alegrarse de comprobar que a Zac Efron no le resultaba tan indiferente el bienestar de sus hijos como creyera con anterioridad.

Respiró hondo, se puso en pie, enderezó los hombros y tendió una mano.

Ness: Hola. Soy Vanessa Hudgens.

Zac miró un momento su mano antes de aceptar el gesto y estrechársela con brevedad. Bajó ligeramente la cabeza.

Zac: Señorita Hudgens.

La frialdad de su tono contrastaba con la calidez de su mano.

La miró impaciente hasta que Vanessa se dio cuenta de que estaba esperando sus explicaciones.

Aquello consiguió sacarla de sus casillas. ¿Qué se creía aquel hombre? ¿Qué había entrado en su cesta de la ropa para robarle los calcetines?

Se estiró todo lo que pudo.

Ness: El animalito de David se metió en la cesta. Me incliné para cogerlo, perdí el equilibrio cuando uno de los niños tropezó conmigo, la tapa del fondo cedió y me caí por ahí -dijo con sequedad-. Creo que ya conoce usted el resto.

Zac: Sí -musitó sin ceder ni un ápice-. Eso responde a una de las preguntas. ¿Qué me dice de la otra?

Vanessa le devolvió la mirada, molesta por su actitud.

Ness: ¿Qué otra?

Zac: ¿Qué hace usted en mi casa? ¿Dónde está la señora Clyde?

Ness: Eso son dos preguntas.

Alex avanzó medio paso y se metió entre ellos.

Alex: La señora Clyde se marchó, papá.

Zac: ¿Qué? -miró a su hijo mayor-.

Alex: Se marchó -repitió-.

Zac: ¿Cuándo?

El niño se encogió de hombros.

Alex: No lo sé. Hace dos días creo.

Ness: Tres.

Zac: ¿Y por qué no me llamó nadie?

Alex frunció el ceño.

Alex: Te llamé. Me dijeron que me llamarías tú.

Para sorpresa de Vanessa, Zac pareció casi avergonzado.

Zac: Tienes razón. No me dieron el mensaje. Pero eso no explica por qué…

Mike: La señora Clyde era mala -intervino-. Gritaba mucho.

David asintió con solemnidad.

David: Sí. Dijo que éramos unos diablos, papá.

Alex: En realidad, dijo de la semilla del diablo -aclaró-.

Zac, al oírlo, se quedó inmóvil y apretó los labios con fuerza.

Vanessa pensó con humor que la agencia de niñeras iba a tener problemas a la mañana siguiente. Tal vez Zac Efron no fuera tan malo después de todo. A lo mejor le dolía la cabeza o estaba cansado y eso explicaba su mal humor.

Zac: Está bien -la miró con sospecha-. ¿Y quién va a explicarme por qué dijo eso la señora Clyde y por qué se marchó?

Alex: ¿Quién sabe?

Desgraciadamente, David se tomó aquello literalmente.

David: Yo lo sé -anunció con orgullo-. Fue por Ike y Spike. A la señora Clyde le daban miedo -se volvió hacia su hermano mayor-. ¿No te acuerdas? Gritó mucho cuando… -soltó un grito-. Papá, Alex acaba de pellizcarme.

Alex: No es cierto -musitó con aire inocente-.

Zac levantó la voz.

Zac: ¿Quiénes son Ike y Spike?

Alex: Eso no importa -se apresuró a decir-. Lo que importa es que alguien cuidara de nosotros, ¿no? -miró expectante a su padre-.

Zac: Sí, claro, pero…

Alex: Entonces deberías estar contento, porque Vanessa estaba aquí y nos ha cuidado muy bien -se quedó pensativo un momento-. Nos obligaba a lavarnos las dos manos y a comer las verduras antes del postre. Y hasta nos ha ayudado a reparar el fuerte del bosque.

Mike: Sí -asintió con entusiasmo-. Deberías verlo ahora, papá. Vanessa nos ha ayudado a hacer una puerta y le hemos hecho un agujero a un lado para tener mirilla. Vanessa sabe hacer cosas muy interesantes.

David: Nos ayudó también a hacer una bandera -se unió al grupo de elogios-. Tiene calaveras y dagas y…

Zac: Esperad -levantó una mano-. A ver si lo entiendo bien. La señora Clyde se marchó porque tenía miedo de Ike y Spike y la agencia os envió a Vanessa para reemplazarla.

Ness: No… -comenzó a decir-.

Alex: ¡De eso nada! -la interrumpió-. Vanessa es guay.

Zac lo miró confuso.

Zac: ¿Y qué tiene que ver eso con lo demás?

Alex: La envió el tío Andrew.

Zac: ¿Andrew?

Ness: Estoy pasando unos días en su cabaña -intervino-. ¿No recibió su nota?

Zac negó con la cabeza y la joven reprimió un gemido. Alex no necesitó más para meterse de nuevo en la conversación.

Alex: Mira, papá. Vanessa no tiene casa ni familia. Está sola. No tiene marido ni hijos propios -miró a su padre para asegurarse de que le prestaba atención y suspiró con dramatismo-. Antes trabajaba, pero ahora ya no. Así que el tío Andrew le dijo que podía venirse aquí una temporada y utilizar su cabaña.

La joven lo miró sin aliento. ¡Santo Cielo! Con solo unas palabras bien escogidas, su amiguito acababa de implicar que no solo estaba sin casa y sin trabajo, sino casi al borde de la miseria.

Ness: Espera un momento…

Mike: Cuenta muchas historias sobre las tribus del Amazonas que comen lagartos -dijo en voz alta-.

Ness: Me temo que los niños le están dando una impresión falsa -intervino-. Es cierto que cuento historias, pero es porque soy…

Zac: ¿No es usted de la agencia de empleo? -la interrumpió-.

Ness: No.

Zac: ¿Y está aquí porque conoce a mi hermano?

Vanessa empezaba a cansarse de que la interrumpieran continuamente.

Ness: No en el sentido bíblico -dijo con firmeza. No sabía por qué, pero le parecía importante dejar aquello claro-, pero sí, somos amigos. Colegas. Trabajamos juntos y…

Zac: Lo siento -se pasó una mano por el pelo-. No lo había entendido bien. Creía… bueno, no importa lo que creyera. Tengo que darle las gracias. Si no hubiera estado usted aquí -se interrumpió, sacó un billetero del bolsillo y le tendió unos billetes-. Tenga. Por sus molestias.

Vanessa miró el dinero y luego el rostro del hombre, mientras se esforzaba por no sentirse insultada.

Ness: Es usted muy amable, pero no -se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones-. Ha sido un placer estar con sus hijos -miró a los niños con ternura-. Son fantásticos. Lo he pasado muy bien.

Zac la miró con labios apretados.

Zac: Insisto. Se lo ha ganado.

Irritado, miró a su alrededor y observó las alfombrillas amontonadas en la esquina, las toallas dejadas de cualquier modo sobre el mostrador y los trozos de cesta que cubrían el suelo.

Zac: A partir de ahora, ya me ocupo yo -anunció-.

La voz de Mike se levantó sobre las demás.

Mike: Vanessa ha prometido enseñarnos a preparar la cena en la barbacoa.

Zac frunció el ceño.

Zac: Esta noche no -dijo con firmeza-. Estoy seguro de que la señorita Hudgens está deseando volver a la cabaña y proseguir con sus vacaciones -miró a la joven-. Por supuesto, puede quedarse allí el tiempo que desee.

No era una oferta muy generosa, teniendo en cuenta que la cabaña pertenecía a su hermano. Pero Vanessa captó su mensaje: no la quería en su casa.

Alex: Pero papá -intervino-. Nosotros queremos que se quede. Nos gusta hacer cosas con ella.

Ness: No te preocupes, Alex. Lo haremos en otro momento.

Alex: Pero…

Ness: Calla. Hace mucho tiempo que tu padre no está en casa y seguro que está impaciente por teneros para él solo y que le contéis todo lo que habéis hecho -sonrió débilmente-. Cogeré mis cosas y me marcharé.

Dio un paso hacia la puerta.

Zac: Espere -ordenó-. ¿No se olvida de algo? -le tendió el dinero-.

¿Así que aquel hombre parecía decidido a reducir su amistad con los niños a una transacción comercial? Abrió la boca para rechazar su oferta, pero vaciló.

Después de todo, había bastantes caridades locales a las que podía entregar el dinero. Y si, además, conseguía darle una lección a Zac, tanto mejor.

Ness: ¿Cuánto es? -preguntó con lentitud-.

El hombre parpadeó.

Zac: ¿Cuánto es el qué?

Ness: ¿Cuánto me ofrece?

Zac miró los billetes, sorprendido por el giro que tomaba la conversación.

Zac: Trescientos cincuenta dólares.

Vanessa tendió la mano y cogió los billetes.

Ness: Suba a quinientos y acepto -musitó. El hombre no dijo nada. Sacó de nuevo su billetero y le tendió el resto del dinero-. Gracias -musitó guardándose el dinero-.

Alex: Sí, papá -dijo con importancia-. Vanessa vale más porque ha ganado un “Holitzer”.

Ness: Se dice Pulitzer, Alex -lo corrigió-.

Echó a andar hacia la puerta.

Alex: Espera -gritó-. Te ayudaré a guardar tus cosas.

Mike: Y yo puedo llevarte la bolsa si quieres -intervino-. Soy muy fuerte.

David: Esperadme a mí -gritó decidido a no quedarse atrás-. Yo también quiero ayudar.

Vanessa los miró con afecto.

Ness: Gracias, chicos.

Sintió los ojos de Zac sobre la espalda hasta que salió por la puerta.

¡Era increíble! Zac había conocido a mujeres atrevidas y descaradas, pero Vanessa Hudgens se llevaba la palma.

Hasta ese momento, no había reconocido su nombre. Andrew la había mencionado en más de una ocasión, a menudo con cierta rabia, cuando ella detectaba una historia en la que estaba trabajando él.

Se preguntó cómo habría convencido a su hermano para que la dejara quedarse allí. Seguro que había bastado una mirada a sus ojos castaños y su boca exótica y la joven lo había tenido comiendo en la palma de su mano.

Aun así, eso no era excusa para permitirle acceso a sus hijos. En cuanto tuviera ocasión, hablaría seriamente con su hermano mediano.

Mientras tanto, la señorita Hudgens tendría que tener cuidado. Él, Zac, no tenía el corazón tan blando como su hermano.

Decidió aprovechar la momentánea ausencia de los niños para ir a su cuarto a tomar una ducha.

Cuando abrió la puerta del baño veinte minutos más tarde, sus hijos lo esperaban ya tumbados sobre su cama.

Miró un momento sus expresiones tristes y se acercó a su vestidor.

Zac: ¿Ya se ha ido vuestra amiga?

Alex miró la claraboya del techo y suspiró.

Alex: Sí. Parecía muy triste. Ahora vuelve a estar sola en la cabaña.

Zac pensó que aquello no era del todo cierto; tenía sus quinientos dólares para hacerle compañía.

Mike: Ha dicho que podemos ir a verla mañana si a ti no te importa -intervino-. ¿Nos dejas?

Zac: Ya veremos -musitó, que no tenía tal intención-.

Mientras buscaba su ropa interior, observó a David por el rabillo del ojo. El niño metió los pies, calzados con zapatillas deportivas, en los zapatos de su padre y echó a andar por la estancia.

Mike se dejó caer sobre el estómago y comenzó a dar patadas en el aire.

Mike: ¿Sabes una cosa, papá?

Zac: ¿Qué?

Mike: Tengo hambre.

Zac le agradeció el cambio de tema. Se dio cuenta de que él también tenía hambre.

Zac: Os diré lo que haremos. ¿Por qué no os laváis la cara y las manos mientras termino de vestirme y nos vamos a cenar por ahí?

Mike saltó de la cama al suelo.

Mike: ¿De verdad?

Alex se incorporó sobre un codo.

Alex: ¿Puede venir Vanessa?

Zac: No. Es una comida familiar.

Mike: ¿Podemos ir a la pizzería?

Zac suspiró. Su hijo mediano siempre quería comer pizza. Aun así, aquella era su primera noche en la casa.

Zac: Desde luego.

Mike: ¡Estupendo! Vamos, Alex.

Mike tiró de su hermano mayor y los tres salieron por la puerta.


Diez minutos después, bajaban todos las escaleras para meterse en el coche. Zac se dio cuenta entonces de que tenía la puerta abierta y, en su pánico por entrar en la casa, había dejado el coche en marcha. Probó a girar la llave, pero no hizo contacto: la batería se había agotado.

Alex se removió en el asiento de al lado.

Alex: Vamos, papá. Vámonos ya.

Los otros dos saltaban en el asiento de atrás.

Mike y David: Vámonos, vámonos -gritaban-.

Zac suspiró y se giró en el asiento para hablar con los tres a la vez.

Zac: Lo siento, chicos. La batería se ha agotado. Tendremos que dejarlo para otra ocasión.

Sus hijos lo miraron primero con incredulidad y luego con reproche.

Mike: Pero lo has prometido.

Zac: Eso fue antes de saber que el coche no funcionaba.

David: Tengo hambre -protestó-.

Mike: Yo también -se quejó-. ¿Qué vamos a hacer?

Alex: ¡Ya lo tengo! -gritó feliz-. Podemos ir a casa de Vanessa, pedirle que nos lleve en su coche y cenar todos juntos.

Mike y David: Sí -gritaron-.

Zac: No -repuso con firmeza. Salió del coche-. Yo prepararé la cena.

Los niños salieron detrás de él con expresión dudosa.

Alex: ¿Sabes cocinar?

Zac: Sí. ¿Qué os parecen sándwiches tostados de queso?

David: Vale.

Mike: Vale.

Alex: ¡Puaj! -hizo una mueca de asco-. Odio el queso tostado. Apuesto a que si Vanessa estuviera aquí, no tendríamos que comer sándwiches de queso. Ella sabe preparar comida de verdad.

Zac apretó los dientes.

Zac: Saldrá bien, ya lo verás.

Y así fue, al menos al principio. Zac no tardó en localizar el queso, el pan y la margarina y unas bolsas de patatas fritas.

Tenía ya el queso cortado y estaba untando la mantequilla en el pan cuando sonó el teléfono. Lo cogió Alex, habló un momento, y luego miró a su padre.

Alex: Es la señora Layman de la agencia de niñeras.

Zac dejó el cuchillo sobre el mostrador.

Zac: Muy bien. Lo cogeré en el estudio.

Alex: ¿De qué quieres hablar con ella?

Zac: Necesitamos una nueva niñera -repuso con firmeza-. Cuelga el teléfono y lo cogeré en la otra habitación.

Alex: Pero papá…

Zac: Ahora mismo vuelvo.

Bajó por el pasillo y entró en la estancia elegante que consideraba su santuario. Aunque las paredes y las alfombras eran de un color beige claro, los tonos marino, dorado y marrón de las estanterías le conferían un aire indudablemente masculino. Cogió el teléfono.

Zac: ¿Diga? ¿Señora Layman?

Francine Layman, una mujer enérgica de sesenta años, tomó la iniciativa.

Francine: Señor Efron. Me alegro de que haya vuelto. Estoy segura de que le alegrará saber que hemos convencido a la señora Clyde para que no lo demande.

Zac, que había empezado a sentarse en un sillón de orejeras, se puso en pie de inmediato.

Zac: ¿Cómo dice?

Francine: Siempre que usted acceda a pagarle parte de su terapia, está dispuesta a firmar una declaración que lo exima de responsabilidades.

Zac: ¿Responsabilidades? ¿Por qué?

Francine suspiró de modo audible.

Francine: Por su depresión nerviosa. Se niega todavía a entrar en detalles; no hace más que estremecerse y susurrar algo sobre arañas gigantes que se comen a las personas, pero estoy segura de que será algo temporal. Unas cuantas sesiones de terapia, la dosis correcta de tranquilizantes y estará como nueva -hizo una pausa-. Aunque quizá quiera considerar desinfectar su casa.

Zac: ¿Desinfectar? -gritó-. No diga tonterías. Esa mujer se marchó y dejó a mis hijos solos y sin vigilancia. Y usted ni siquiera se molestó en llamarme.

Francine: Oh, no, señor. Eso no es cierto. Hablé con su hijo Albert.

Zac: Alex.

Francine: Sí, eso es. Un muchacho encantador. Me aseguró que había hablado con su secretaria y que le pediría que me llamara aquí. ¿No me cree?

Zac: Sí, claro, pero…

Francine: Según Alex, su prometida estaba allí para ocuparse de todo.

Zac: ¿Mi prometida? Yo no tengo prometida.

Hubo un momento de silencio.

Francine: Pero yo llamé a este mismo número y hablé con una joven encantadora, una tal señorita Hudgens, que me aseguró que estaría encantada de quedarse con los niños hasta su regreso. Y después de lo que dijo su hijo, asumí que… ¡Oh, Dios mío! ¿Han roto ustedes la relación?

Zac apretó la mandíbula con fuerza.

Zac: La señorita Hudgens es amiga de mi hermano -dijo con frialdad-.

Francine: Oh, Dios mío -parecía escandalizada-. He oído hablar de cosas así, claro, pero debe resultarle muy incómodo.

Zac, confuso, trató de entender las palabras de la mujer.

Zac: Espere un momento. No me refería a eso.

Francine: Por favor, señor Efron -lo interrumpió-. No quiero ser grosera, pero creo que sería mejor que dejemos de lado sus asuntos personales y hablemos de lo que importa.

Zac se tocó el puente de la nariz y no tuvo más remedio que admitir que la mujer tenía razón.

Zac: Muy bien.

Francine: ¿Podemos, pues, asumir, que desea usted una nueva niñera puesto que no se va a casar?

El hombre cerró los ojos.

Zac: Sí.

Francine: Estupendo. ¿Qué le parece la semana que viene?

Zac: ¿Para qué?

Francine: Para las entrevistas.

Zac apretó con fuerza el auricular.

Zac: ¿Y por qué no mañana?

Francine: Oh, no creo.

Zac: Estupendo. Estamos de acuerdo. Mire, tengo trabajo. Tengo que estar en Nuevo México a finales de la semana que viene y necesito…

David: ¿Papá? -lo miraba vacilante desde la puerta-.

Zac: Un momento -cubrió el auricular con una mano-. Estoy en el teléfono, David. ¿Qué quieres?

David: Alex dice que te pregunte si el queso tiene que ponerse negro.

Zac: Depende. ¿De qué queso me hablas?

David: Del de los sándwiches.

Zac frunció el ceño.

Zac: ¿Y se está poniendo negro? ¿Por qué?

David: No lo sé.

Zac: ¿Dónde está?

David: Con el pan.

Su padre levantó los ojos al cielo, implorando paciencia.

Zac: ¿Y dónde está el pan?

David: En el tostador.

Zac: ¿Señora Layman? Tengo que dejarla. Quiero oír noticias suyas mañana a primera hora. Entonces me hablará de las candidatas que tenga.

Francine: Pero…

Zac colgó el teléfono, cogió a David en brazos y corrió por el pasillo. Entre la señorita Hudgens, la señora Layman, su cansancio y el miedo pasado aquel día, estaba a punto de perder la razón. Abrió con fuerza la puerta de la cocina y entró en la estancia en el instante en que saltaba la alarma de incendios.

Miró hacia el mostrador. No solo salía humo del tostador, sino que el aparato hacía además unos ruidos muy raros.

Dejó a David en el suelo, sacó el cable del enchufe y depositó el tostador en el fregadero. Luego se acercó a abrir la puerta de atrás para que entrara aire fresco en la estancia.

Se volvió hacia los niños.

Zac: ¿Qué diablos os creéis que hacéis? -gritó a Alex y a Mike, furioso todavía a causa del miedo-.

Mike: Oh, oh -musitó-. Esto no tiene buen aspecto.

Alex levantó la barbilla con ferocidad.

Alex: David y Mike tenían hambre y tú llevabas horas en el teléfono.

Zac: No me importa cuánto tiempo pase en el teléfono. Tenéis suerte de no haber quemado la casa. ¿No se os ocurre otra cosa que meter queso en el tostador?

A Mike le tembló el labio inferior.

Mike: Solo queríamos ayudar.

Alex pasó un brazo protector en torno a los hombros de su hermano.

Alex: Sí. ¿Cómo íbamos a saberlo? No tenemos ninguna madre que nos enseñe estas cosas, ¿sabes?

La lógica del pequeño y el recuerdo de su falta de madre acabó como por ensalmo con la rabia de Zac, que fue sustituida por los remordimientos. ¡Pasaba semanas sin ver a sus hijos y lo primero que hacía al llegar era gritarles!

Antes de que se le ocurriera algo que decir, David miró los rostros furiosos de los otros y se echó a llorar.

Como si se tratara de una señal, los otros dos se cubrieron los ojos con las manos y comenzaron también a sollozar.

¿Qué podía hacer él?




Hala, Efron, a ver cómo sales de esta. Llama a Vanessa, ella sabrá qué hacer porque es más guay que tú XD

¡Thank you por los coments y las visitas!

Bienvenida al blog, DinamitaZV. Espero ver más comentarios tuyos.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Pobre Zac, que lío se le ha armado con los hijos, la niñera y Ness...
Aunque yo se que Ness seria muy buena cuidando a los hijos de Zac, ya que se llevan muy bien.
Me encanto el capitulo.


Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Jajaja muy bueno el capítulo
Me encanta la novela
Es muy divertida
Ya quiero ver cuando zac llame a Vanessa
Y creo que será en el próximo capítulo
Zac ya no puede más con sus demonios
Sigue la pronto
Esta muy buena y divertirá
Ya quiero ver el amor entre ellos

Besos
Síguela

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