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jueves, 26 de noviembre de 2015

Capítulo 6


Zac: ¿Cómo que no va a venir? -preguntó a la mañana siguiente por el teléfono de la cocina-. Esa mujer es empleada suya y puede ordenarle que venga a trabajar o enviarme a otra persona.

Francine Layman contestó con aire de disculpa, pero con firmeza:

Francine: Lo siento, señor Efron. Lamentablemente, se ha corrido la voz de los problemas que tiene en su casa. No sé lo que espera que haga yo. No puedo obligar a la señora Claus ni a nadie a ir a limpiar y cocinar para ustedes.

Zac: Lo comprendo -dijo con exagerada paciencia, incapaz de creer lo que le estaba ocurriendo-.

Miró a su alrededor. La cocina estaba llena de vasos, platos, cucharas y tazones. Además, el zumo y la harina del día anterior llenaban el suelo blanco. Necesitaba urgentemente una asistenta.

Zac: Como ya he dicho, lo comprendo. Pero eso no cambia el hecho de que tenemos un contrato.

Francine: Uno en el que usted se compromete a ofrecer condiciones de trabajo seguras -lo interrumpió-. Y mi abogado me informa de que las ratas, murciélagos y tarántulas violan ese contrato. Además, la señora Claus no se ha marchado. Está enferma.

Zac: Escuche, señora Layman. Por lo que a mí respecta, unos sofocos no son una enfermedad.

La señora Layman guardó silencio un momento.

Francine: ¿Sabe, señor Efron? -dijo con dignidad-. No conozco a su hermano, pero empiezo a comprender por qué su prometida lo prefiere a él. Y ahora, si me disculpa, me llaman por la otra línea. Buenos días.

Colgó el teléfono y Zac miró el auricular con incredulidad. Colgó a su vez. Por un momento, sintió tentaciones de mandarlo todo al diablo, llamar a Helen y preguntarle si había habitaciones libres en uno de sus hoteles. Los empleados vigilarían a los niños, él podría trabajar y sería un buen modo de acabar con aquello.

Pero, si lo hacía, los niños se criarían como salvajes que aterrorizarían a personas inocentes hasta que un día acabarían en un lugar mucho peor que la academia militar.

Aquella idea fue como un jarro de agua fría, que lo obligó a controlarse. Respiró hondo y se esforzó por pensar racionalmente en la situación.

En cuanto lo hubo hecho, comprendió que aquel último desastre no era tan malo. Después de todo, la señora Rosencrantz, su ama de llaves, volvería de sus vacaciones dos semanas y media más tarde. Aunque no tenía mucha experiencia en llevar una casa, no podía ser muy distinto a llevar un negocio, y eso era algo que él hacía con maestría.

Lo primero que tenía que hacer era organizarse, algo con lo que podía empezar de inmediato. Echó otro vistazo a su alrededor. Lo más urgente era limpiar la cocina. A continuación, tendrían que comprar comida.

Alex eligió aquel momento para entrar allí, seguido de sus dos hermanos. Los tres niños se subieron de inmediato a sus taburetes.

***: Buenos días, papá -murmuraron, bostezando todavía-.

Zac: Buenos días.

Empezó a llenar el fregadero con agua caliente, pero se detuvo para mirarlos.

Si actuaba con inteligencia, podría aprovechar la marcha de la señora Claus en provecho propio. Su ausencia le daría muchas oportunidades de enseñar responsabilidad a los niños y le demostraría a Vanessa que sabía lo que hacía.

Zac: Me alegro de que estéis levantados -dijo con decisión-. Tenemos mucho que hacer hoy.

Mike: ¿Nos vas a llevar a dar un paseo en barco?

Alex: Podría venir también Vanessa -añadió-. Entiende mucho de barcos.

Zac: No. Se trata de otra cosa. La señora Claus no va a venir, así que tendremos que arreglarnos solos. Empezaremos por limpiar la cocina y luego iremos a la tienda a comprar comida.

David: Vale.

Mike y Alex, sin embargo, lo miraron con desmayo.

Alex: ¿Ahora? Pero si acabamos de levantarnos.

Mike: Todavía no hemos desayunado -protestó-.

Alex: Sí -asintió-. Cuando estaba Vanessa aquí, siempre nos preparaba el desayuno y nos llevaba a sitios. A la playa a volar cometas o al aeropuerto a ver despegar y aterrizar los aviones.

Zac entrecerró los ojos.

Zac: Pues yo os llevaré a la tienda. En cuanto al desayuno…

Se interrumpió. Sabía de sobra que en la casa no había huevos ni fruta ni una caja de cereales.

Pero se negó a admitir su derrota. Pensó un segundo, cogió tres platos y sacó del frigorífico los trozos de pizza que les habían sobrado en la pizzería dos días atrás. Colocó uno en cada plato.

Zac: Ya está -musitó-.

Mike: Estupendo -comentó sorprendido-.

David asintió y Alex pareció impresionado.

Zac sintió una punzada de placer, lo cual ayudó a subirle la moral durante las dos horas y media siguientes, que fue el tiempo que tardaron los niños en terminar el desayuno, vestirse, hacer las camas y ayudarle a limpiar la cocina, una tarea que podía haber hecho solo en veinticinco minutos.

Al final, sin embargo, los mostradores estuvieron limpios y ordenados, el suelo brillante y las especias habían vuelto a su estante. Zac metió el último tazón sucio en el lavavajillas y se secó las manos. Miró a sus ayudantes.

Zac: Buen trabajo. Ahora lo único que falta es echar el jabón.

Alex: ¿Puedo hacerlo yo? Por favor. He visto a la señora Rosencrantz un millón de veces.

Zac: Muy bien. Mientras tanto, voy a cambiarme de camisa.

Subió las escaleras de dos en dos, animado por el modo en que había transcurrido la mañana. No era tan difícil, después de todo.

Cuando volvió abajo, descubrió que los niños lo esperaban fuera. Cerró la casa y metió a todos en el coche, que había sido reparado aquella mañana temprano.

Después de una parada en la hamburguesería, llegaron a la una y media al supermercado. Zac metió a los niños en la tienda, les recomendó que no se alejaran, cogió un carrito y metió los cereales, la leche y el queso antes de dirigirse a la sección de comida congelada.

Hacía mucho tiempo que no iba de compras personalmente y le sorprendió la variedad de selecciones que encontró. Miró admirado las hileras de comidas preparadas, que incluían todo lo que pudiera imaginar. Había hasta desayunos, que constaban de huevos, tortitas y salchichas empaquetados en cajas pequeñas que se calentaban en el microondas. En lo referente a las comidas, las dos semanas siguientes serían coser y cantar.

Alex tiró de la manga de su camisa.

Alex: ¿Papá?

Zac: ¿Sí?

Alex: ¿Podemos ir a ver el tanque de las langostas vivas?

Zac miró en la dirección que señalaba su hijo y asintió.

Zac: Sí, pero no toquéis nada.

Alex: Vale.

Se alejaron los tres corriendo y el hombre se disponía a meter algunas comidas preparadas en el carro cuando una voz lo detuvo.

*: Ah. Veo que ahora se interesa por la nutrición.

Reconoció la voz de Vanessa y se puso tenso en el acto. Soltó las comidas en el carrito y se volvió hacia ella.

Zac: ¿Qué hace usted aquí?

La mujer abrió mucho los ojos.

Ness: No llego tarde, ¿verdad?

Llevaba unos pantalones cortos blancos, una blusa color melocotón y unas sandalias. Zac sintió una oleada de calor.

Zac: ¿Tarde para qué?

Vanessa lo miró con curiosidad.

Ness: Para que me lleven a casa. Alex me ha dicho…

Zac: Espere un momento. ¿Alex la ha llamado? ¿Cuándo?

Ness: Hace una hora.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Para preguntarme si necesitaba algo del supermercado. Le he explicado que iba a traer mi coche al taller. Me ha dicho que esperara un momento y después ha dicho que usted estaría encantado de llevarme a casa. ¿No se lo ha preguntado a usted?

Zac negó con la cabeza y la joven comenzó a alejarse.

Ness: No se preocupe. Estoy segura de que uno de los empleados del taller podrá llevarme.

La mirada del hombre pasó de sus ojos a sus labios sensuales. Él también estaba seguro de ello.

Zac: Olvídelo.

Vanessa se detuvo, sorprendida.

Ness; ¿Qué?

Zac: La verja está cerrada; no podría pasar. Además, no es ninguna molestia.

Ness: Gracias.

Zac: De nada. No tiene importancia.

Sus ojos se encontraron. Un ligero rubor tiñó las mejillas de Vanessa, que se apresuró a apartar la vista.

Ness: Alex me ha dicho que la señora Claus los ha dejado en la estacada. Parece que no va a volver.

Zac cogió otro montón de comidas.

Zac: Sí.

Ness: Tengo que admitir que me ha sorprendido que me dijera que venían de compras. Casi esperaba que hiciera las maletas y se llevara a los niños a uno de sus hoteles.

El hombre la miró sobresaltado. ¿Acaso era adivina?

Zac: ¿No se ha enterado? El mundo ha cambiado mucho desde que éramos niños. Ahora las mujeres pueden ser intrépidas reporteras y los hombres pueden hacer de madre.

La joven sonrió.

Ness: Estoy segura de que mi padre no ha visto nunca un supermercado por dentro.

Zac: No es un hombre de su casa, ¿eh?

Ness: En absoluto.

Algo en el tono de ella le llamó la atención.

Zac: ¿Es un aventurero como usted?

Ness: Nada de eso. Apenas si se acuerda de comer y mucho menos de comprar. Es un investigador genético, el típico científico despistado. No recuerda nunca un cumpleaños ni una fiesta, pero puede hablar días enteros sobre la secuencia del A.D.N.

Zac no supo qué decir, así que optó por lo más obvio.

Zac: Debe ser duro para su madre.

Ness: No lo creo -repuso con sequedad-. Ella también es especialista en genética y está tan absorta en su trabajo como él. Les encanta contar que querían llamarme Teresa, pero se distrajeron cuando le estaban contando a la enfermera cómo se deletreaba mi nombre. Mi madre le preguntó a mi padre por qué creía que había fallado uno de sus experimentos y los dos se olvidaron de la enfermera. Así fue como terminé llamándome Vanessa -movió la cabeza-. Los quiero mucho a los dos, pero están obsesionados con su trabajo.

Zac guardó silencio. Nunca se hubiera imaginado a la joven con una familia así.

Zac: ¿Y quién la crió?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Amas de llaves, niñeras, profesoras, los amigos de mis padres. En cuanto pasé de los diez años, se puede decir que me crié sola.

Zac: ¿No tiene hermanos ni hermanas?

Ness: No. Creo que ésa es una de las razones por las que disfruto tanto con la compañía de sus hijos. No siempre se llevan bien, pero se defienden mutuamente y eso es muy bonito -miró a su alrededor-. ¿Dónde están ahora?

Zac señaló la sección de mariscos.

Zac: Están allí mirando las langostas.

Ness: ¿Solos?

Vanessa se volvió y Zac se encontró mirando la curva de su trasero.

Zac: Sí, solos -volvió su atención a los niños-. Y no diga nada. Puedo verlos desde aquí y están bien. Por una vez hacen lo que les he dicho y no están tocando nada. ¿Lo ve? David está allí, al lado de la salsa de cangrejos. Y Alex está hablando con Mike que… ¿qué diablos hace Mike?

Ness: Parece que… ¡Oh, Dios mío! Creo que está quitando el tapón del tanque.

La joven echó a correr. Zac se quedó inmóvil un segundo antes de entrar también en acción. No tardó en adelantarla.

Zac: ¡Michael! -gritó-. ¡No toques eso!

La advertencia llegó demasiado tarde. El agua comenzó a caer por el agujero abierto. Zac frenó su carrera, resbaló en el suelo de linóleo y salió disparado contra el tanque, adonde llegó justo a tiempo de recibir toda la fuerza del chorro en la cara.


En el camino de regreso a casa, nadie abrió la boca. Lo cual fue muy inteligente por parte de todos, ya que Zac estaba furioso y no se molestaba en ocultarlo.

Por supuesto, tenía buenas razones para ello. Además de estar empapado de la cabeza a los pies y de oler a pescado, la travesura de Mike le había costado 400 dólares en daños.

Por si fuera poco, cuando le preguntó al niño por qué había hecho una cosa así, el pequeño se limitó a responder:

Mike: Porque me lo ha dicho Alex.

Se volvió hacia su hijo mayor, que lo miró con aire inocente.

Alex: Bueno, solo quería saber si podía salir toda esa agua por un agujero tan pequeño.

Y aquello no era lo peor. Lo peor con mucho, era que Zac había olvidado su libro de cheques en la casa, con lo que, aunque llevaba dinero suficiente para la comida, se había visto obligado a pedir prestado el resto a la mujer que iba sentada a su lado.

La mujer que no dejaba de fruncir los labios mientras miraba por la ventanilla. La misma que, cuando le tendió los cuatrocientos dólares en la tienda, se mordió el labio inferior para contener la risa. La que dijo:

Ness: Vaya, tiene usted suerte. Normalmente no llevo tanto dinero encima.

Entonces fue cuando Zac comprendió que le estaba prestando el mismo dinero que le dio él el día que se conocieron.

Conducía con la mirada fija en la carretera cuando sintió una punzada de algo que no podía definir como rabia. Empezaba a encontrar también divertido lo absurdo del incidente.

Pero no estaba dispuesto a admitirlo. No quería ni imaginar lo que harían a continuación los niños si pensaban que no estaba enfadado con su comportamiento. Siguió conduciendo en silencio hasta que hubo parado el coche delante de la casa.

Zac: Si no le importa a nadie -dijo con frialdad-. Me gustaría cambiarme de ropa ahora mismo.

Ness: ¿Qué hacemos con la comida?

El hombre le lanzó una mirada amarga.

Zac: Déme un minuto y volveré a descargarla.

La joven se aclaró las garganta.

Ness: Buena idea. Yo vigilaré a los niños.

Zac: Buena suerte -musitó-.

Vanessa lo observó abrir la puerta de atrás, sorprendida por aquella muestra repentina de humor y admirada por el modo en que se había comportado aquel día.

A pesar de su furia con el incidente, no gritó ni insultó a los niños. De hecho, en cuanto se hubo asegurado de que todos estaban bien, se mostró muy educado, tanto con el encargado como con los demás empleados del supermercado. No protestó por el dinero ni intentó culpar a nadie más de la travesura de Mike. Supo estar a la altura de las circunstancias y Vanessa tenía que admitir que la había impresionado.

Le sorprendió también lo fácil que le resultó hablar con él. No solía ir por ahí contando a la gente detalles sobre su infancia, pero con él le habían salido con facilidad.

Alex: ¿Vanessa?

Se volvió a mirar a Alex y sus hermanos.

Ness: ¿Sí?

Alex: ¿Crees que papá nos perdonará alguna vez?

La mujer reprimió una sonrisa.

Ness: Claro que sí. Aunque lo que habéis hecho era una estupidez -intentó mostrarse severa-. Podríais haber lastimado a alguien.

Alex asintió.

Alex: A papá ha faltado poco -la miró-. Se está esforzando mucho por cuidar bien de nosotros, pero no es fácil, porque está solo. Creo que por eso estaba ayer tan triste cuando salimos de la piscina.

Ness: ¿Estaba triste?

Mike: ¿Estaba triste? -repitió. Alex lanzó una mirada de advertencia a su hermano-. Ah, sí -se apresuró a rectificar-. Estaba muy triste.

Alex: Así es -prosiguió-. Muy triste. El tío Andrew dice que, desde que mamá se fue al cielo, papá ha estado muy solo y que necesita a alguien que…

Zac: ¡Alex!

Los cuatro se sobresaltaron al oír la voz de Zac.

Alex: ¡Oh, oh! -dijo con aprensión-. Me pregunto qué pasará ahora.

Ness: Quedaos aquí; voy a descubrirlo -se ofreció. Corrió hacia la puerta trasera, que conducía a la cocina-. ¿Qué pasa, Zac?

Dio un respingo al ver el suelo de la estancia lleno de burbujas de jabón. Pero no fue eso lo que la paralizó, sino el descubrimiento de que él se había quitado ya la mayor parte de la ropa mojada.

Vanessa sabía que mirar con fijeza es de mala educación, pero no pudo evitarlo.

Recorrió su cuerpo con la mirada y decidió que había una diferencia clara entre el aspecto de un hombre en bañador y el aspecto que tenía ataviado con calzoncillos cortos mojados. Para empezar, la seda de aquella prenda se le pegaba al cuerpo como si fuera plástico y, además, resultaban casi transparentes.

Zac debió pensar lo mismo, ya que emitió un sonido ahogado, cogió sus pantalones y los sujetó delante de él a modo de escudo.

Zac: ¿Qué diablos hace usted aquí?

Ness: He venido a ayudar.

Zac: ¿Sí? Pues no necesito ayuda.

Ness: Ya lo veo.

Zac enarcó una ceja.

Zac: ¿Qué quiere decir con eso?

Ness: Nada. He entrado aquí y he visto… ah…

Zac: No puedo creerlo -para sorpresa de ella, arrojó a un lado los pantalones-. ¿Quiere mirar? Mire todo lo que quiera. Y si tanto le gusta eso, ¿qué le parece esto?

Se acercó a ella en dos zancadas, la cogió en sus brazos y la besó en la boca.

A Vanessa le pareció divino. Levantó las manos, le cogió los hombros y se apretó contra él.

Una ola de placer la envolvió; recorrió sus venas como un cartucho de dinamita que hiciera estallar sus inhibiciones. No solo abrió la boca para dejar paso a la lengua de él sino que se aplastó contra su cuerpo, regodeándose al comprobar que él también se había excitado.

Zac se quedó un segundo inmóvil, como sorprendido por la respuesta de ella. Luego la apretó con fuerza y profundizó en el beso, al tiempo que empezaba a acariciarle la curva del trasero.

Fue la sensación más erótica que ella había experimentado jamás. Lanzó un gemido.

Y de pronto, él la soltó y ella, que no estaba preparada, se tambaleó.

Zac tendió la mano y la cogió por el codo para ayudarla a recuperar el equilibrio.

Zac: Maldición. No sé lo que me ha pasado. Supongo que es todo esto -señaló el suelo-. Mira cómo está la cocina.

Vanessa contempló su hermosa espalda. Trató de buscar alguna palabra de consuelo, aunque se sentía bastante confusa.

Ness: Bueno -murmuró al fin-. Míralo por el lado bueno. Ya no necesitas ducharte.


A pesar de la observación de Vanessa, Zac sí se duchó.

Después se afeitó, se secó el pelo, se cortó las uñas y se lavó los dientes antes de ponerse unos pantalones color caqui y una camiseta polo amarillo claro.

Una vez vestido, arregló su cama y colocó los zapatos en el armario. Luego cogió una toalla y limpió el polvo de las mesillas de noche y de la cómoda.

Cuando hubo terminado, entró en el cuarto de baño a mirarse en el espejo.

Se dijo que aquello era una estupidez. Era ya muy mayor para sentirse avergonzado por lo ocurrido. Además, no tenía intención de seguir por aquel camino con Vanessa. Después de todo, tenía por norma no mezclar el sexo con su vida familiar, y, le gustara o no, la amistad de la joven con su hermano y con sus hijos la colocaba en el círculo familiar.

Entonces, ¿por qué seguía allí arriba como un cobarde?

Enderezó los hombros y se dirigió a la puerta.

No sabía lo que esperaba encontrarse al entrar en la cocina, pero no era lo que se encontró. El suelo estaba seco, la comida guardada y el lavavajillas vacío. Los niños estaban sentados pacíficamente en el mostrador dibujando.

Y solos.

Zac: ¿Dónde está Vanessa?

Alex levantó la vista de su folio.

Alex: Se ha ido a casa. Te ha dejado una nota.

Señaló una hoja de papel que había en el mostrador.

Zac se acercó a cogerla.

Zac, gracias por traerme a casa. Lamento las molestias. Los niños tenían hambre, así que he metido una cazuela en el horno. Espero que no te importe.

Vanessa.

¡Vaya! La mujer maravillosa había vuelto a las andadas. ¿Y no era una lástima que se hubiera marchado antes de tener ocasión de mostrarle lo poco que le había afectado lo ocurrido antes?

Sí que lo era.

Movió la cabeza y decidió mirar las cosas por el lado bueno. Al menos, disfrutaría de una cena casera. El aroma que salía del horno resultaba muy seductor.

Zac: ¿Ha dicho lo que ha preparado para cenar?

Alex cogió un lápiz y volvió a concentrarse en su trabajo.

Alex: Sí. Pescado.

Zac perdió el apetito.




Esta claro que Vanessa hace mucha falta en esa casa. Ya pronto Zac se dará cuenta.

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¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

El primer beso alfin
Muy bueno el capítulo
Y los hijos de zac cada vez más terribles
Ya hay más química entre zac y Vanessa
Ya quiero leer el próximo capítulo
Síguela pronto

Unknown dijo...

Me encanto el capitulo! Al fin el primer besoo.
Los hijos de Zac cada día mas terrible y cada día inventan algo para hacer.

Sube pronto :)

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