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viernes, 6 de marzo de 2015

Capítulo 5


Lo que Zac escuchó fue un asombroso e impaciente «¡Dígame!».

Zac: ¿Ness? -preguntó con cautela-. Soy Zac.

Como si no lo supiera. Reconocería su voz en cualquier momento, en cualquier lugar. Tenía aquel tono grave y sensual grabado en lo más hondo de su cerebro. Si la hubiera llamado una hora antes, se habría alegrado, pero en ese momento iba a tener que aguantar su mal humor.

Ness: Hola, Zac -dijo con frialdad-.

Se produjo un breve silencio al otro extremo de la línea, y después la voz masculina intentó sonar calmada y bajo control.

Zac: ¿Estás bien?

Ness: Claro que sí. ¿Por qué lo preguntas? -contestó, indiferente-.

Zac: Pareces enfadada.

Ness: ¿Enfadada? Yo no me enfado -le espetó-. Soy una dulce escritora sentada en su torre de marfil. Nada me puede afectar.

Zac: ¿Qué ha pasado?

Ness: Nada.

Zac: Ness... -le advirtió-.

Temblando, Ness respiró profundamente y se enfrentó a él con dureza.

Ness: Mira, Zac. Será mejor que hable contigo en otra ocasión. Tengo que salir.

Sin darle siquiera oportunidad de responder, colgó el teléfono y se escapó presurosa. Necesitaba aire fresco. Un paseo por los alrededores sería estupendo para ayudarla a desechar parte de la tensión.

Huyendo de la casa, corrió hacia el páramo que se extendía en la parte de atrás. Al alejarse todavía pudo escuchar el ruido lejano del teléfono antes de que el sonido del viento a través de los arbustos lo absorbiera por completo. Estaba anocheciendo y hacía frío, pero recibió contenta el aire helado de la noche. Cualquier cosa que la ayudara a dejar de pensar en su madre....

Manteniendo un paso rápido, subió por un lado de una colina y bajó por otro. Cuando se quedaba sin aliento, paraba un minuto, tomaba aire y luego reanudaba la carrera con pasos más seguros.

Pronto se hizo completamente de noche. Cuando decidió volver a la casa, el páramo estaba envuelto en un velo tenebroso. Pasando junto a un grupo de pinos, tropezó con unas raíces y casi cayó al suelo. Maldiciendo, hundió las manos en los bolsillos y tomó un camino menos poblado de árboles y arbustos.

A lo lejos, la luz de su estudio brillaba en medio de la oscuridad de la noche. Con un suspiro de derrota, se sentó de un salto sobre un pequeño muro de piedra y dio la espalda a su hogar. Todavía no estaba preparada para entrar. La angustia que rodeaba su corazón no había desaparecido, tan solo disminuido con el paseo.

Bajando la cabeza, cerró los ojos y se pasó una mano por las cejas. El nudo que sentía en la garganta la estaba destrozando. Hacía mucho tiempo que no lloraba. Intentó contenerse, pero no podía alejar las imágenes que flotaban en su mente. Su madre, su padre, Drake, Zac, la visión de una cara era más dolorosa que la anterior. Si pudiera borrarlas...

Como en respuesta a su silenciosa plegaria, el sonido de pasos interrumpió sus meditaciones. Las hojas caídas, secas y esperando que el viento se las llevara a un lugar más protegido, crujían bajo los pasos que se acercaban.

Ness levantó la cabeza, demasiado asustada como para volverse. Durante una décima de segundo, su imaginación se desbordó. ¿Vendrá él a por ella? Otras imágenes asaltaron su mente; una moto saboteada, barriles empujados desde un tejado, un libro que no había tocado durante meses sobre la repisa de la chimenea, cosas cambiadas de sitio... Alguien parecía ir tras ella. ¿Pero quién?

Los pasos se acercaron más, hasta pararse cerca de donde ella estaba. ¿Sería la oscuridad su amiga o su enemiga? ¿La escondería de su perseguidor?

Zac: ¿Ness?

El sonido de la voz de Zac, preocupada e insegura, la hizo enfurecerse consigo misma. Lo había hecho otra vez, se había dejado llevar por su imaginación.

El ruido de pasos se oyó más cerca. Se paró tras ella.

Zac: ¿Ness? ¿Qué estás haciendo?

Ella hizo un movimiento de negación con la cabeza y apoyó la barbilla sobre el pecho. Al desvanecerse el miedo, los recuerdos dolorosos volvieron y cerró los ojos para evitar que le cayeran las lágrimas.

Zac: Ness, ¿qué pasa?

Si él hubiera estado enfadado o impaciente, Ness hubiera podido musitar algún tipo de disculpa, o se hubiera podido defender de sus ataques. Pero se limitó a apretar la barbilla contra su pecho con más fuerza. Una a una, las lágrimas contenidas durante tanto tiempo empezaron a rodar lentamente por sus mejillas.

Zac: ¡Ness!

De una zancada, Zac salvó la distancia que los separaba y pasó una pierna por encima del muro de piedra, sentándose a horcajadas sobre él, al lado de Ness. La rodeó con los brazos e intentó acercarla a él. Ella ofreció resistencia, pero Zac no se dio por vencido.

Zac: Maldita sea, estás helada. -Desabrochándose la cazadora, la obligó a que se pegara contra su pecho, abrazándola para que entrara en calor-. ¿Has perdido la cabeza? ¡Vas a pillar una neumonía!

Ness: No -murmuró, a pesar de que el calor del cuerpo masculino la estaba reconfortando como nada hubiera podido hacerlo-. Puedo cuidar de mí misma.

Zac: Ya lo veo. Por una razón u otra estás deprimida y enfadada, no tienes ni siquiera agallas para hablar de ello, y luego te pierdes en la noche como si estuvieras buscando tu propia destrucción. ¿Qué es lo que te pasa, Ness? ¿No sabes quiénes son tus amigos?

Ness: No me grites -contestó con voz áspera-.

Zac: ¡Entonces no me des motivos para hacerlo! Esto sí que ha sido una bienvenida. He tenido que pasar dos días en Nueva York, en contra de mis planes y mi deseo. Lo único que me ha estado manteniendo estos dos días ha sido la idea de volver a verte a mi vuelta y, ¿qué ocurre? ¡Qué me cuelgas el teléfono! ¡Y luego esto! Te he buscado por toda la casa y el jardín antes de encontrarte aquí.

Ness: ¡No grites! -lloriqueó, embargada por una emoción que no podía explicar-.

Y fue entonces cuando empezó a llorar, cada vez más profunda y desesperadamente, con unos sollozos y espasmos que hicieron que Zac se quedara mudo.

Enterrando la cabeza en el pelo femenino, Zac la abrazó con fuerza y la acunó, ofreciéndole un calor y una protección que Ness fue incapaz de rechazar.

Zac: Está bien, pequeña -canturreó en su oído-. Está bien, desahógate. Te hará bien.

Lo que le estaba haciendo bien era su abrazo reconfortante. Deslizando los brazos alrededor de la cintura masculina, se agarró a él como si fuera la única cosa estable de su vida. No lo era, lo sabía, pero mantuvo esa ilusión durante unos momentos. Hacía tanto tiempo que no se cobijaba en otro ser humano, tanto tiempo...

Muy lentamente, dejó de llorar. Con los ojos cerrados y la mejilla apoyada contra el corazón masculino, Ness respiró la fragancia de aquel cuerpo que tantas emociones había despertado en ella. Fue recuperando su entereza y, sin quererlo en absoluto, se separó un poco y alzó la cara hacia él.

Notó que él tampoco quería soltarla.

Zac: ¿Te sientes mejor? -preguntó besando las lágrimas que quedaban en su cara-.

Repentinamente avergonzada, sonrió y bajó los ojos.

Ness: Sí -susurró-. Lo siento.

Zac: ¿Por qué? ¿Por ser humana?

Ness: Llorar es una emoción que no tiene sentido.

Zac: No cuando no tienes otra forma de expresar lo que sientes. Y era obvio que lo que no querías era hablar. Has debido de haber aguantado estas lágrimas durante mucho tiempo, ¿eh?

Ness: La verdad es que no -murmuró-. Solo una hora, más o menos.

Zac: Algo habrá pasado para hacer que saliera a la superficie, pero hace tiempo que te está destruyendo por dentro... ¿Quieres hablar sobre ello?

Ella levantó la cabeza y sofocó un gemido.

Ness: No lo sé.

Zac: Bueno, mientras lo decides será mejor que entremos en casa. No me dijeron que hacía tanto frío en noviembre cuando decidí mudarme aquí -comentó-.

Zac la ayudó a levantarse y a pasar sobre el muro de piedra. Mientras caminaban hacia la casa en silencio, Ness saboreó aquellos últimos momentos de ternura. Una vez en el interior de la casa, Zac la soltó, arrojó su cazadora sobre un sillón y miró a la chimenea.

Zac: ¿Te importa si la enciendo?

Ness: En absoluto.

Hundiéndose en un sillón, lo observó mientras colocaba primero la leña menuda y encima algunos troncos. Unos minutos más tarde, las llamas chisporroteaban en la chimenea.

Zac: Ya está -dijo frotándose las manos-. Ahora, ¿dónde está el coñac?

Ness: ¿El coñac?

Zac: Sí, para el frío -explicó mirando a su alrededor en busca del bar-. Y si tú no lo necesitas, yo sí.

Ella hizo un gesto con la barbilla señalando la habitación contigua. Era el comedor, sencillo pero elegante, con una mesa blanca, cuatro sillas barnizadas en rosa y ocre y, tras ellas, un enorme mueble blanco.

Ness: En la vitrina de la derecha. La botella de coñac está detrás.

Zac no tuvo problema en encontrarla. La sacó junto con dos copas y, volviendo al salón, las depositó sobre la mesita de cristal situada entre el sofá y los sillones.

Zac: Toma -dijo ofreciéndole una copa de coñac-. Bebe.

Ness: Estoy bien, en serio.

Antes de que se diera cuenta de lo que pretendía hacer, Zac le había agarrado los dedos entre las manos.

Zac: Tienes los dedos helados. Bebe.

Para evitar la obvia sensualidad de sus manos, Ness tomó la copa y se la llevó a los labios, dejando que el licor la calentara por dentro. Mantuvo la mirada baja mientras él se acomodaba en el sofá, estirando las piernas y cruzando los tobillos. Dio un largo trago a su copa, observó el líquido ámbar durante un momento y luego levantó la mirada.

Zac: Siento mucho no haberte podido llamar antes. Había algo urgente en Nueva York de lo que no me enteré hasta el lunes por la mañana y apenas tuve tiempo para tomar un par de cosas y salir corriendo hacia el aeropuerto y...

Había pensado en llamarla muchas veces mientras estaba en la ciudad, pero no sabía que le iba a decir. «Te echo de menos. Me gustaría que estuvieras aquí. Cuando vuelva haremos cosas feas juntos». Cada una era peor que la anterior. Además, no estaba preparado para decirle lo fascinado que se sentía por ella. Todavía no. Las cosas estaban yendo muy deprisa. Pero se lo diría pronto, en cuanto notara que estaba preparada.

Ness: ¿Arreglaste todos los asuntos en Nueva York? -murmuró tomando otro sorbo de coñac-.

Zac: Sí. Todo arreglado. Lo que ocurre es que todavía no se han acostumbrado a que no esté allí.

En otro hombre hubiera podido sonar a arrogancia. Pero no en él. Ness lo miró con admiración.

Ness: Tienes mucho éxito en los negocios -afirmó-.

Zac: Pero no ha sido siempre así.

Ness: ¿Te refieres a cuando empezaste? -preguntó con interés, mirándolo a los ojos-.

Zac: A entonces... y a antes. -Ness frunció el ceño sin estar segura de lo que quería decir, por lo que él prosiguió-. Salí de la nada. Mis padres eran muy pobres. Mi padre trabajaba en una fábrica textil y yo también lo hice en cuanto tuve la edad, al salir de la escuela. Cuando empecé a aspirar a algo mejor, se puso furioso. Durante un tiempo no nos hablábamos a menos que fuera para discutir.

Ness: ¿No quería que tuvieras mejor vida que la que él había tenido?

Era algo que Ness no podía entender, como tampoco entendía la resistencia de sus padres ante su propio éxito.

Zac: Claro que sí. Quería algo mejor para su hijo, pero yo hablaba de algo mucho más grande de lo que él nunca pudo llegar a imaginar. Estaba asustado. Asustado de que no fuera más que un sueño y de que fracasara, acabando en la fábrica como él.

Tal y como Zac lo describía, tenía sentido. Quería escuchar el resto.

Ness: ¿Qué pasó? ¿Cómo lograste salir de allí?

Zac: Tuve mucha suerte. Gané una beca para una escuela de arte. Sin ella, la universidad hubiera sido el primer sueño frustrado.

Ness: ¿Te dedicaste a diseñar nada más terminar?

Zac: Poco a poco. Estuve trabajando por mi cuenta mientras seguía un curso sobre empresas. Después, pedí todos los créditos que me fue posible y abrí la primera tienda -explicó con una mueca, al recordar aquellos días-. Fue muy duro. Los alquileres en Nueva York eran  increíblemente altos, y todos los beneficios iban directamente a pagar los créditos y los intereses. Estuve a punto de cerrarla varias veces y tirarlo todo por la borda.

Ness: ¿Qué te mantuvo a flote?

Él la miró intensamente.

Zac: Mi orgullo. Estaba totalmente decidido a conseguirlo, aunque solo fuera para demostrarle a mi padre que estaba equivocado.

Ness: Al fin se lo demostraste.

Zac la miró con tristeza.

Zac: Sí, pero demasiado tarde. Murió justo cuando las cosas estaban empezando a ir bien. Mi madre tampoco vivió mucho más tiempo, y tampoco pude hacer por ella las cosas que hubiera podido hacer ahora.

Ness: Lo siento -dijo suavemente-.

Estaba impresionada por los sentimientos de aquel hombre y por la expresión de dolor que había aparecido en su rostro al evocar el pasado.

Zac: De todas formas -resumió con un suspiro- las cosas me han ido bien, y aquí estoy. He tenido éxitos y fracasos, pero en general no me puedo quejar.

Ness: Por lo que dices, parece como si hubieras tenido una vida bastante satisfactoria.

Por primera vez desde que la había ido a buscar aquella noche, se recordó sus propias frustraciones.

Si Zac hubiera estado totalmente inmerso en su propia historia no hubiera reparado en la sombra de amargura que oscureció el semblante femenino. Pero él la estaba observando, analizando sus delicadas facciones, cuando vio el cambio de expresión. La mandíbula más tensa y los labios ligeramente apretados. No había estado totalmente inmerso en su historia porque se la había contado con un fin: quería que ella lo conociera, que lo escuchara y confiara en él.

Zac: Profesionalmente estoy satisfecho -afirmo invitándola a que siguiera preguntando-.

Ness mordió el anzuelo. Desde el momento en que lo conoció había sentido una gran curiosidad por él. Si estaba hablando de sí mismo, ella quería saber más.

Ness: ¿Y personalmente?

Él se encogió de hombros.

Zac: Personalmente... queda todavía algo por alcanzar.

¿Qué era lo que le había dicho Claire, que se lo conocía por lo duro que era con las mujeres?

Ness: Venga, Zac, no me vayas a decir ahora que no te has divertido.

Zac: Divertirse es una cosa, pero hay muchas maneras de divertirse. Existe una forma de divertirse cuando tienes diecisiete años y lo quieres conocer todo, y otra cuando tienes veintiséis y has llegado a alcanzar el éxito. Pero cuando llegas a los treinta y uno, como yo, es más difícil divertirse con lo que te divertías antes.

Esos no eran los derroteros que esperaba que tomara aquella conversación, pero era incapaz de callarse. Deseaba que ella supiera en qué punto se encontraba, que quería y qué necesitaba.

Ness lo miró con expresión dudosa.

Ness: Pero las mujeres todavía están ahí.

Zac: ¡Oh sí! -admitió inexorable-. Ambiciosas y vacías.

Ness: ¿Vacías? Eso no puedo creerlo.

Zac: Para mí, por lo menos -replicó mirándola intensamente-. Lo cual ha sido una de las razones por las que dejé Nueva York. Estaba harto de conversaciones sin sentido, de bromas que no eran divertidas, y de estar aburrido. Y, sobre todo, de ser considerado como un «buen partido». Incluso se me achacó la paternidad de un niño el año pasado.

Ness se lo quedó mirando, incrédula. El tono de Zac se hizo más distante y la voz más grave.

Zac: Oh, yo no era su padre, como se demostró fácilmente en el juicio. Pero el hecho de haber utilizado a un niño para eso me hizo rebelarme. -Parándose para respirar, se centró en Ness-. Quiero algo más. Algo más profundo y más estable -dijo con la voz enronquecida-. Quiero un futuro con una mujer que sea tan intrigante como adorable. Quiero a alguien que sea impecablemente fiel e infinitamente comprensiva. Quiero un hogar. Y quiero hijos. -Profiriendo un sonido de desprecio, dirigió su intensa mirada a la ventana y a la oscuridad que se extendía tras esta-. Mi... amiga en Nueva York se metió en problemas y luego intentó sacar provecho de su error. Hoy en día, la mayoría de las mujeres están más interesadas en sus carreras profesionales o en su figura que en tener hijos -aseguró volviendo los ojos hacia Ness, una vez que sus ideas habían quedado claras-. Pero yo he sido hijo único y quiero varios hijos. -Tomó una bocanada de aire, dispuesto a seguir hablando-. ¿No has deseado nunca tener un hijo?

Ness tardó un minuto en darse cuenta de la pregunta que acababa de ser formulada. Se había quedado perpleja por todo lo que le había contado. Aquel no era el hombre que esperaba encontrar en el famoso Zachary Efron.

Ness: ¿Qué?

Zac: Niños. ¿Has querido tenerlos?

¿Los había querido? Con la respiración cortada y un nudo en la garganta, intentó tragar saliva. Levantándose del sillón, se colocó delante del fuego y se arrodilló, buscando el calor que combatiera el repentino frío que le helaba las entrañas.

Ness: Los quería -dijo en un tono de voz apenas perceptible, dejando que sus pensamientos volvieran a aquellos días ya tan lejanos-. Estuve a punto de tener uno.

El fuego eligió ese momento para chispear y el crujir de la madera apagó el sonido de los pasos de Zac. Cuando se agachó junto a ella, Ness estaba sumida en sus recuerdos.

Zac: ¿Qué pasó?

Ella lo miró a la cara, bronceada y viril bajo la luz de las llamas. Drake era guapo también, pero no tenía el aire de ternura y suavidad que reflejaba el semblante de Zac.

Ness: Lo perdí -dijo en tono inexpresivo-. Mejor dicho, murió al nacer. -Tenía los labios y la boca secos. Los humedeció con la lengua y, con los ojos fijos en la chimenea, dejó que su mente volviera al pasado. Cuando habló de nuevo, su voz se había suavizado y lo hizo con ojos suplicantes, clavados en Zac, pidiéndole su comprensión-. Quería aquel niño. ¡Cómo deseaba tener un hijo y amarlo! Era un niño. Cuando abortas en los primeros meses de embarazo no lo sabes, pero yo lo sabía. Yo sabía que era un niño. Un hermoso niño ya formado -se estremeció de dolor-, que fue estrangulado por el cordón umbilical porque su madre no sabía lo que hacer.

Zac levantó una mano y la posó suavemente sobre una de sus mejillas.

Zac: Por Dios, Ness. No puedes culparte a ti misma. Seguro que los médicos...

Retirándole la mano, se quedó mirando fijamente las llamas.

Ness: No hubo médico. Todo pasó demasiado deprisa. Todavía faltaban diez semanas para el parto. ¡Era tan pequeño y tan débil! Y yo tenía diecinueve años y mucho miedo. Y estaba sola en casa.

Zac: ¿Y tu marido?

Ness: Estaba por ahí de copas con sus amigotes. La cosecha había sido muy buena aquel año, pero para lo que me sirvió... Embarazada y todo, me destrocé ayudándolo, y luego él no estuvo allí para ayudarme. No estaba allí cuando yo lo necesitaba. Nunca estaba a mi lado cuando lo necesitaba.

Zac: Pero tus padres...

Ness: Era demasiado tarde -lo interrumpió en tono seco-. Para cuando pude llegar al teléfono, era demasiado tarde. No pude ayudarlo -gimió desesperada-. Dios sabe que lo intenté, pero no sabía qué hacer.

Antes de que pudiera oponer resistencia, Zac se sentó detrás de ella. La rodeó con los muslos y los brazos y la obligó a recostarse contra su pecho.

Zac: No fue culpa tuya, Ness. Esas cosas ocurren.

Ness: Allí no. Los partos no eran complicados. En cuanto dabas a luz, volvías rápidamente al trabajo. Fui una desilusión para ellos incluso en eso.

Zac: Pero ese era su problema, no el tuyo -dijo enfadado por que alguien hubiera sido tan insensible con Ness, que se merecía tanto cariño y atención-. Y sin ellos, estás perfectamente.

Ness trató de controlarse, pero estaba demasiado afectada y no pudo callar.

Ness: ¡Pero ahora ella está enferma y no sé qué hacer!

Habían recorrido el círculo completo. Zac se dio cuenta de que por fin había contestado a la pregunta que él le había hecho cuando la encontró sentada bajo el frío de la noche.

Zac: ¿Qué ha pasado? -preguntó con suavidad-. ¿Qué ha pasado hoy, Ness?

Ness: Me ha llamado mi hermana para decirme que mi madre está enferma. Tiene un tumor. La van a operar el lunes.

Zac: ¿Quieres ir con ella?

Ness: Sí. ¡No! ¡No puedo!

Zac: ¿Por qué no?

Ness: ¡Porque no puedo! -inconscientemente apretó las manos de Zac contra su estómago-. He sufrido mucho por ellos, pero lo último que quiero es verla en una cama de hospital, pálida y sin fuerzas.

Zac: Tú la quieres.

Ness: ¡Es mi madre! -su voz rompió en un gemido-. Y duele...

Zac: Lo sé, querida -dijo meciéndola suavemente para aliviar su dolor-. Y todo irá bien.

Ness: Pero ¿cómo? Si muere...

Zac: ¿Qué te ha dicho tu hermana? ¿Es tan grave?

Ness suspiró y se pasó la mano por las mejillas.

Ness: No. Todavía no. Quizá no sea importante en absoluto.

Zac: ¿Entonces? No es tan grave...

Ness: Pero el problema sigue ahí. Y si no me tengo que enfrentar a ella mañana o pasado será la semana que viene o el mes que viene o el año que viene o cuando sea. -Hablaba tan deprisa que se quedaba sin respiración. Se paró y tomó aire, recostándose contra él-. ¿No lo ves? He evitado hablar con ellos durante años, y quiero seguir evitándolo. Pero no sé si podré. Si no es mi madre, será mi padre. No... no tengo fuerzas para enfrentarme con ellos.

Zac: Ness, eres una mujer fuerte. Estoy convencido de que tienes la fuerza suficiente para hacer lo que quieras. Diablos, mira todo lo que has conseguido, empezando de la nada, sola. Te has construido una carrera y un hogar. Si eso no es ser fuerte ya me dirás lo que es. Debe de haber miles de mujeres que te admirarían por ello.

Ness exhaló un suspiro de desaliento.

Ness: No es oro todo lo que reluce...

Zac: La vida nunca es perfecta -razonó acariciándola con su aliento-. Es una cuestión de encontrar el mejor compromiso.

Ness: ¡Pero yo no quiero comprometerme! -gritó tajantemente-. Yo lo quiero todo. Quiero paz y felicidad, amor y éxito y respeto.

Zacc: Quizá todo eso quede reservado para las novelas. Un ideal. Está bien escribir sobre ello, pero... -Ness se había librado de sus brazos y puesto rápidamente en pie. Sin mirarlo, salió corriendo del salón y se perdió tras la puerta de la cocina-. ¡Ness! -Salió tras ella, casi dándose contra la puerta de vaivén de la cocina que oscilaba con un movimiento uniforme. Empujándola con rabia, siguió hacia delante-. Escucha, Ness, no estaba criticando tu trabajo.

Ella se acurrucó en una silla junto a la ventana, vencida, angustiada, corno si le hubieran arrancado algo muy dentro de su ser. Cruzando la habitación, Zac se arrodilló junto a ella.

Zac: Ness, puedo entender esos ideales. Yo también deseo todo eso. ¿No he sido yo quien ha expuesto unos deseos firmes hace un rato? Lo que ocurre es que no puedes dejarte llevar porque uno de ellos no se cumpla... -calló y la miró a la cara con ternura-. He leído tu libro.

Pensó que Ness haría algún comentario rápido y luego se alejaría de él. Pero se quedó inmóvil en la silla, evi¬tando mirarlo a los ojos.

Ness: ¿Sí? -preguntó tímidamente-.

Zac: De cabo a rabo. Es maravilloso.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

Ness: Lo estás diciendo para complacerme.

Zac: ¿Crees que te diría una cosa así solo para complacerte? -contestó, perplejo-. La verdad es que... quizá lo hubiera hecho hace un tiempo, si me hubiera ayudado a conseguir mis propósitos. No lo estaba diciendo para halagarte. Podría haber dicho que entendía el motivo por el que a las mujeres les gusta ese tipo de novelas, pero he dicho que es maravilloso y lo he dicho en serio. No solo porque estuviera bien escrito sino porque los personajes son reales y están descritos con fuerza y profundidad, y el argumento es compacto y está perfectamente hilado. Pero la clave principal son las emociones. Si quieres que te diga la verdad, en lo que se refiere a ideales sobre el amor, sentí envidia del protagonista. Por haber encontrado a una mujer como ella, una mujer que confía plenamente en él, que lo adora, que está convencida de que no tiene futuro sin él.

Muy lentamente, el hielo que había invadido el cuerpo femenino fue derritiéndose bajo el calor de las palabras de Zac. La necesidad que reflejaban los ojos del hombre era tangible.

Profundamente afectada e incapaz de expresarlo con palabras, le acarició la mejilla. En aquel instante se sintió más cerca de él de lo que se había sentido nunca de nadie. Cuando sus dedos se cerraron tras la nuca femenina y la atrajo hacia él, ella no se resistió. La besó con suavidad, con una delicadeza que le hizo comprender la abrumadora reacción que ella le inspiraba. Los labios masculinos succionaron los suyos y su lengua llenó aquella boca con exquisita delicadeza. Por primera vez, ella respondió sin reservas, ofreciéndole su boca como un agradecimiento por su comprensión. Atónita, sintió el agradecimiento de Zac, que despertó un súbito deseo en ella que la aturdió. De repente quería acariciarle el pelo, los hombros, sentir el calor de su piel bajo el jersey, bajo la camisa.

Cuando él se apartó, se sintió desilusionada, pero el tono ronco de su voz le hizo darse cuenta de que él también la deseaba.

Zac: Creo que -dijo aclarándose la garganta-. Será mejor que comamos algo. -Le dio una palmadita en el muslo, pero Ness no pudo reaccionar-. Venga. Vamos a algún sitio a comer algo.

Ness: ¡Oh, Zac! -exclamó todavía recuperándose del poder del beso-. No sé. Tengo un aspecto terrible.

Zac: Estás preciosa -dijo sintiendo cada palabra-.

Tenía una expresión suave y vulnerable, como si la necesitara mucho, y eso le gustaba.

Ness: ¿Por qué no preparamos algo aquí? Tengo algunas chuletas en el congelador. Y patatas y cosas para hacer una ensalada.

Zac: Pero eso es mucho trabajo.

Ness: No importa.

La idea de cocinar para él le gustaba.

Zac: Una cena casera. Muy tentador.

Ness: Yo lo prepararé todo -afirmó recordando la mañana que él había preparado el desayuno-.

Ahora era su turno y deseaba hacerlo.

Zac: ¿De verdad? -preguntó con la sonrisa de un niño pequeño-. ¿Y no me puedo sentar con las piernas en la mesa y solo mirar?

Ness: Si quieres...

Zac: De acuerdo. Puedo soportar que me mimes un poco. Esto de vivir solo es un poco más difícil de lo que yo pensaba.

Sintiéndose como pez en el agua y totalmente segura de sí misma, Ness lo empujó hacia el salón.

Ness: Siéntate -le ordenó-. ¿Pongo un poco de música?

Zac: Sí, por favor. Algo suave y apropiado para soñar despierto delante del fuego.

Después de lo que habían estado hablando, las palabras de Zac no podían ser más reconfortantes. Con una sonrisa, sintonizó una emisora con música tranquila y, volvió a la cocina para preparar la cena. Mientras las chuletas se descongelaban en el microondas, preparó la ensalada; luego, asó las patatas. Mientras ponía la mesa del comedor, miró de reojo a Zac, que estaba con los ojos cerrados y totalmente relajado delante del fuego. Se maravilló de cómo le había hecho olvidar sus problemas. Ahora los veía desde otra perspectiva. Al menos, estaba decidida a no dejarse obsesionar por ellos cuando tenía cosas más placenteras en qué pensar.

La cena fue un rotundo éxito. Con los estómagos llenos, se sentaron ante la chimenea con una copa de vino en la mano. Ness estaba más relajada de lo que había estado en mucho tiempo, y no se engañó pensando que era por la cena, por el vino o por la música. Era por Zac, que estaba sentado a su lado sin exigir nada, solo su compañía.

Cuando, debido a la hora que se había levantado para trabajar y la tensión bajo la que había estado horas antes, notó que se le cerraban los ojos, se acurrucó felizmente junto a él y se quedó dormida. Él la despertó suavemente unas horas más tarde.

Zac: ¿Ness? -susurró, acariciándole la mejilla con los labios-. Pequeña, es hora de levantarse.

Sin prisa alguna y medio adormilada, se apretó más contra él.

Ness: ¿Qué hora es? -preguntó aturdida-.

Zac: Es casi la una. Yo también me he quedado dormido, pero si no te meto ahora en la cama y me voy, creo que no lo haré nunca.

Deslizando los brazos bajo el cuerpo femenino, la levantó con sumo cuidado.

Ness: El fuego, Zac -murmuró tratando de pensar con claridad-. ¿Está apagado?

Zac: Casi -contestó mientras salía del salón.

Ness: ¿Y las luces de mi estudio? Creo que... se han quedado encendidas.

Zac: Lo miraré antes de irme.

Solo había una puerta abierta, obviamente su dormitorio. Entró sin preocuparse en encender la luz. Sin dejarla en el suelo, apartó las mantas y la dejó sobre la cama. Sintiendo que lo que tenía que hacer era limitarse a darle un beso de despedida y marcharse, pero incapaz de hacerlo, empezó a desnudarla. Le quitó el suéter de lana y luego la camiseta de algodón que llevaba debajo. Al ver sus pechos recogidos bajo un sujetador blanco de seda, le temblaron las manos. Pero rápidamente se concentró en los botones de los vaqueros y en la cremallera, le quitó las zapatillas y después los pantalones.

Cuando alzó los ojos hacia su cara, Ness lo miró con expresión alerta. No dijo nada, solo lo miraba, interrogante en la penumbra de la habitación. El corazón de Zac palpitaba con fuerza. Se dijo a sí mismo que se fuera mientras estuviera a tiempo, pero aquel cuerpo ejercía una atracción irresistible sobre él.

Pronunció su nombre con voz temblorosa y sus manos encontraron el camino hacia las piernas femeninas. Se deslizaron hacia las caderas, hacia la cintura. Luego, apoyando los brazos en la cama, se inclinó sobre ella, sobre sus labios, y los cubrió de suaves besos hasta que la boca se abrió, invitándolo.

Intentó mantener su pasión bajo control, a pesar de lo mucho que la necesitaba. Quería más, era superior a él. Quería quitarle la seda que cubría sus pechos y sentir su piel desnuda bajo su pecho. Quería deshacerse de sus ropas y enterrarse en ella. Quería su cuerpo, su alma, todo... pero su codicia lo asustó tanto como la hubiera asustado a ella si lo hubiera sabido. Todo había sucedido muy deprisa... demasiado, pero como le había dicho antes, era una cuestión de compromiso. Por ahora se limitaría a besarla y a esperar que fuera hacia él.

Ness sintió aquellos labios sensuales y ardientes sobre los suyos, y cerró los ojos ante la sensación de fuego que la quemaba dentro. Se sintió hambrienta de él y se abrió, feliz, a sus besos. Si eso era ternura, sabía lo que se había perdido.

Con vacilación, como temiendo que el sueño se rompiera en mil pedazos, alzó los brazos y los posó en los hombros masculinos, acariciándolos lentamente.

Ness le acarició el cuello, perdió los dedos entre sus cabellos, y sintió su temblor, maravillada de la excitación que despertaba en él. Pero así era como se sentía también ella: su cuerpo estaba repentinamente vivo y fuerte, y quería más de él.

Arrastrada por una fuerza interior, sus manos bajaron hasta la cintura masculina y levantaron el jersey de Zac. Pero, con un suspiro de frustración, sus manos quedaron sobre la camisa.

Ness: Quítate el jersey, Zac. Necesito... necesito tocarte.

¿Era su voz aquel susurro que le pedía a Zac que se desnudara? ¿Tenía derecho a seguir? Drake la hubiera castigado por su osadía, aunque ella nunca sintió la necesidad de tocarlo a él. Esperó ansiosa la reacción de Zac. Cuando él se incorporó y se quitó el jersey, Ness se sentó en la cama y lo observó.

Él ya estaba de nuevo ante ella, con destellos de pasión en los ojos.

Zac: Yo también lo necesito -dijo con voz áspera-.

Pensando solo en satisfacer la necesidad que sentía de tocarlo, le empezó a desabrochar los botones de la camisa con dedos temblorosos.

Por primera vez tenía ante ella el pecho desnudo. Incluso en la penumbra no podía ocultar su perfección; músculos firmes, piel tersa. Un atractivo irresistible. Lo acarició y notó el eco del temblor que sacudió el cuerpo masculino. Cálido bajo sus dedos y vibrando de emoción.

Zac se sentó también en la cama y la atrajo hacia él.

Susurró su nombre, enterrando los labios bajo su piel y dejando que sus manos recorrieran el cuerpo femenino con tal suavidad que parecía temer que se desvaneciera como una nube de humo.

Zac: Ness, Ness -murmuró con los ojos cerrados y el cuerpo encendido-.

Ness apenas podía creer la tensión que sentía. Había pensado que tocándolo se sentiría satisfecha, pero su hambre creció y, durante un instante, pensó si en realidad estaría hambrienta de sexo. Pero no. Había conocido muchos hombres que habían intentado conquistarla, pero nunca había sentido curiosidad ni deseo. Jason Blake le había hablado directamente de su pasión por ella, pero... nada. Solo Zac podía despertar sus ansias. Solo Zac.

Conducida por su instinto femenino, llevó sus labios a los hombros varoniles y los saboreó, acariciándolos sensualmente con la lengua. Su piel estaba limpia y fresca, con un ligero sabor salado a sudor. Era un afrodisíaco para sus inexpertos sentidos, que la envolvía en una sensación de éxtasis.

Ness se sentó sobre los talones y buscó su mirada, consciente de la intensidad de los latidos de su corazón. Expresando lo que necesitaba con la mirada, Zac empezó a bajarle los tirantes del sujetador. No tenía manera de saber que su casi timidez excitaba a Ness todavía más. Los recuerdos que guardaba eran de caricias bruscas e insensibles. Aquella delicadeza era algo nuevo y maravilloso.

Los tirantes cayeron lentamente por sus brazos y, a medida que descendían, las copas del sujetador lo hacían también, dejando al descubierto sus senos. Cuando el sujetador llegó a la cintura, él sujetó los brazos femeninos a los lados y, respirando hondo, se la quedó mirando. No era la primera vez que la veía así, aunque bien hubiera podido serlo debido a la carga de electricidad que lo sacudió.

De rodillas frente a ella, Zac la abrazó. Un gemido de placer escapó de su garganta y cerró los ojos para saborear al máximo aquella sensación. ¿Había tardado alguna vez tanto tiempo para disfrutar de una mujer? ¿O había sido siempre demasiado egoísta y había estado demasiado ansioso de satisfacer sus propias necesidades? Pero aquel lento tormento era maravilloso. Y era Ness. Ness la que se movía con él, Ness la que tenía la llave de aquel exquisito paraíso.

Con las manos en su espalda, él movía el cuerpo femenino rítmicamente, frotándolo con increíble destreza contra él. Gimió de nuevo y murmuró su nombre, tumbándola lentamente sobre las sábanas. Posó las manos, ya libres, sobre la sedosa piel de sus muslos, separándolos, y se tumbó sobre ella. Tomó uno de sus pezones con la boca y lo succionó, hambriento. Ella se arqueó y gimió de placer. Él, sin poderse contener, empezó a moverse, lenta pero inexorablemente, diciéndole lo que quería, lo que necesitaba. Ness no estaba asustada. Todo lo contrario. Cuando sintió el ardiente deseo masculino en su cuerpo, se excitó aún más. De repente lo quería todo. Si iba a ser doloroso quería dolor. Si iba a ser violento, quería violencia. Deseaba a Zac. Lo necesitaba. Estaba segura de que moriría si no colmaba aquella agonizante necesidad.

Ness: Hazme el amor, Zac -susurró-. Por favor, hazme el amor. Te necesito. Necesito olvidar. Olvidarlo todo.

Sus frases entrecortadas se vieron coronadas por un gemido. Pero él se quedó repentinamente inmóvil. La tensión de su cuerpo era diferente a la que había notado segundos antes.

Ness esperó expectante a que él la tomara con la misma fuerza que había conocido en Drake y que tanto dolor le había causado. Era un hombre, ¿no? ¿Cómo había podido ser tan estúpida como para creer que él era diferente?

Pero él no la tomó. Se quedó inmóvil y, apartándose, reclinó la cabeza en el estómago de la mujer. Ella miró hacia abajo, pero solo alcanzó a ver su rodilla junto al brazo masculino. Él respiró profundamente varias veces antes de mirarla.

Ness estaba atónita. Nunca había visto tanto dolor en la cara de una persona. ¿Qué había hecho? Dios, ¿qué había hecho?

Ness: ¡Te necesito! -gimió con un nudo en la garganta-.

Zac: Quiero que me necesites a mí -exclamó con intensidad. Luego, su voz se convirtió en un murmullo-. Pero no como un escape. No para borrar los terribles recuerdos que puedas tener. A mí. Quiero que me desees a mí y solo a mí. A esto me refería.

Lentamente se incorporó y empezó a abrocharse los botones de la camisa, mientras ella lo miraba con perplejidad. Tras recoger el suéter caído en el suelo junto a la cama, se volvió hacia ella por última vez.

Zac: No me voy a vender a mí mismo, o a ti, sin habernos valorado justamente, o lo habremos perdido todo.

Cabizbajo, salió de la habitación y dejó a Ness sola, para que meditara sobre lo que le había dicho.




Pobre Ness... v.v

Me encanta Zac, qué caballero.

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2 comentarios:

Unknown dijo...

Wow wow wow y mas wow. Este capitulo fue una mezcla de sensaciones, fue muy tierno, triste, pasional, todo todo. Este capitulo tuvo un poco de todo.
Ness perdió a su bebe, pobrecita. Y ahora se nota como Zac valora toda la relación con Ness, quiere que lo necesite a el, morí de amor y que caballero, ojala hubieran hombres así en la realidad ..
Ame mucho este capi.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Hooohh dios zac tiene razón
El quiere que lo necesite a el
Zac es un amor en esta novela
Espero que vanessa no se lo tome a mal pero el
Tiene razón de sentirse así
Sube pronto que nos dejaste a todas
Con cara de saber maaaassss!!!!
Síguela!!!

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