topbella

miércoles, 4 de marzo de 2015

Capítulo 4


El Sunday Times estaba olvidado sobre la mesa de la cocina y la taza de café se había quedado preparada junto al periódico. Después de menos de tres horas de sueño, Zac se había pasado la mañana paseando por la playa.

Se sentía perplejo al recordar la fiesta y las horas que siguieron inmediatamente después. Ness Hudgens era la mujer más intrigante que había conocido nunca, y se dio cuenta de que no era la primera vez que lo pensaba.

Autocontrol. Nunca lo había experimentado. Haberla besado y abrazado y haberle hecho alcanzar el éxtasis pasional y después... echarse atrás, se había quedado asombrado por su propia reacción. Ella le había ofrecido completar el acto y él lo había rechazado. Pero había sido totalmente sincero, aunque en ese momento estuviera confuso. Verla satisfecha le había producido una gran satisfacción, mucho más de lo que nunca hubiera imaginado. Lo inquietaba lo que le hubiera podido hacer su marido. ¿Pegarle? ¿Tomarla por la fuerza? No se le había pasado por alto el hecho de que, cuando ella se le ofreció, lo hizo con una sombra de resignación en los ojos. ¿Como la prostituta que vende su cuerpo para ganar el dinero que necesita para vivir? No, como la esposa que acepta su destino.

Él quería hacer el amor con ella. Pero ¿cómo y cuándo? Estaba asustada y él no debía hacer nada que la asustara todavía más. Por lo que le había dicho y lo que él había deducido, haría unos diez años que ningún hombre la había tocado tan íntimamente como él lo había hecho la noche anterior. Y las cosas estaban sucediendo tan rápidamente...

Tendría que ir despacio. Cuando hicieran el amor, quería que ella lo deseara tan ardientemente como él, y que su deseo fuera tan fuerte que le hiciera olvidar el pasado.

Podría ser muy fácil. Ahora sabía que la podía tener a su voluntad solo con besarla. Pero era demasiado fácil y se resistió a la idea. Quizá porque lo que necesitaba era tener la sensación de haberla conquistado, o quizá porque, de su relación con ella, quería algo más que sexo. Quizá.

Habiendo olvidado el libro, el periódico del domingo y el apetitoso desayuno que se había prometido, Ness daba vueltas por el salón como un animal enjaulado. No entendía que le había pasado para permitirle a Zac Efron, un hombre que conocía desde hacía apenas una semana, la intimidad de la noche anterior. Solo le produciría dolor, como había ocurrido años atrás. ¿No había sufrido ya bastante?

Cuando él se marchó, le había costado mucho dormirse. Ahora, cansada y profundamente emocionada, tenía que enfrentarse a una tarde con Zac.

¿Cómo iba a poder hacerlo? Estaba confusa y asustada, y un poco insegura e incómoda por lo que le había dejado hacer. Le había gustado, sí, y a pesar de que luchaba contra los sentimientos y pasiones que habían resurgido en ella, no podía negar la impaciencia que sentía por volver a verlo. Pero era un hombre como los demás. ¿Seguiría junto a ella una vez que la pasión inicial hubiera desaparecido? Una relación sentimental con él podría acabar siendo otra pesadilla.

El tiempo seguía pasando deprisa mientras ella vagaba por la casa, distraída, de habitación en habitación. No podía trabajar. No podía leer. Lo único que parecía ser capaz de hacer era sacar conjuntos de su armario de la ropa, estudiarlos, probarse algunos y luego volverlos a colgar con un gesto de fastidio e indecisión. A las dos y media se dio cuenta de que no se podía retrasar más y se decidió por unos vaqueros, una blusa y un jersey de lana. Se vistió y se recogió el pelo en una coleta. Se dio un poco de maquillaje y colorete y bajó al salón a esperar.

Rezó para que Zac llegara tarde, pero justo cuando daban las tres sonó el timbre de la puerta. Apretó los labios y, frotándose las manos, nerviosamente, se dirigió a la puerta y abrió.

Los vaqueros de Zac estaban tan descoloridos como los suyos. Encima, llevaba una camisa con los primeros botones desabrochados y la misma cazadora de cuero que llevaba la primera vez que se vieron. Calzaba botas un tanto desgastadas por el uso. Estaba guapísimo.

Zac: ¿Preparada? -preguntó un poco impaciente. Ella asintió mientras él la recorría con los ojos-. ¿No vas a pasar un poco de frío así? Viene una brisa bastante fresca del océano. Quizá deberías llevar una cazadora o algo para protegerte del viento.

Ness: Sí, será mejor que me ponga algo encima -asintió echando un vistazo afuera-.

Abrió el ropero del vestíbulo y, pasando rápidamente la vista sobre su colección de elegantes chaquetas y abrigos, escogió un sencillo chaquetón de pana. Caminaron hacia el coche en silencio.

Zac: ¿Por dónde empezamos? Tú eres la guía.

Ness: Podemos seguir la carretera hacia el sur. Es un itinerario precioso para ir a Edgartown.

Entre la multitud estaría a salvo, pensó para sus adentros, e incluso aunque el verano ya había terminado, siendo domingo habría bastantes turistas que estarían pasando el día en la isla.

Notando la incomodidad de Ness, Zac no habló hasta que llegaron a la carretera principal.

Zac: ¿Cómo conociste a los Hemsworth? -empezó intentando acercarse a ella con temas que no fueran demasiado personales-.

Ness: Mi agente los conocía y me los presentó cuando me vine a vivir a la isla.

Zac: ¿Tu agente tiene una casa aquí?

Ella negó con un movimiento de cabeza.

Ness: En Nueva York. Ella conoce a Will por motivos profesionales. A veces le pasa trabajos de algunos de sus clientes.

Zac: ¿Ha sido tu agente desde el principio?

Ness: Ashley fue quien vendió mi primer libro, pero solo después de que yo ya hubiese escrito y publicado algunas historias cortas -le confió con una sonrisa-.

Zac: ¿Cómo la conociste?

Ness: Por un amigo común. Parece que es así como funcionan las cosas.

Zac: ¿Ese amigo era también escritor?

Ness: Sí. Había publicado un libro de misterio y está trabajando en el segundo desde entonces -comentó recordando a su amigo con cariño-. Era todo un personaje. Creo que sus esfuerzos fueron mal encaminados y que se tenía que haber dedicado al teatro. Era un genio para maquillarse y disfrazarse, y no digamos para imitar acentos y deformidades físicas. Muchas veces improvisaba una pequeña actuación para hacerme reír.

Zac: ¿Necesitabas que alguien te hiciera reír?

Inquieta otra vez, bajó la vista hacia sus manos.

Ness: Cuando me fui a vivir a la Costa Este estaba un poco deprimida.

Zac: ¿A la costa?

Ness: A Maine. Un poco después de que... se rompiera mi matrimonio. Estaba muy sola y me sentía muy insegura.

Zac: ¿Llenó él un vacío?

Ella alzó la mirada, sorprendida.

Ness: Sí, pero no en ese sentido. Era un buen amigo. Y yo necesitaba tanto a alguien...

Zac: ¿No tienes familia?

Ness: Sí, tengo familia -contestó con los ojos perdidos en el paisaje-.

Zac: No pareces muy emocionada por ello.

Ness: Ellos son los que no están emocionados conmigo. Los decepcioné. Tenía que haber seguido con Drake, formar una familia y ser una esposa buena, fiel y obediente -contestó sin poder ocultar su amargura-.

Zac: Pero no lo hiciste.

Ness: No. Quería algo más.

Zac: ¿Cómo qué?

Ness: Como....

Zac: Como amor. Y romanticismo. Y confianza y lealtad.

Ness: ¡Bah! No es importante.

Zac sabía que sí lo era. Y también sabía que no podía hurgar en ella tan profundamente en un día. Ness estaba hablando. Abriéndose. Los temas más profundos y dolorosos ya saldrían con el tiempo.

Zac: Tu familia debe de estar orgullosa de ti.

Ness: No especialmente. Son granjeros, se dedican al cultivo de la patata. No es que haya nada malo en ello -se apresuró a añadir-. Drake también lo es. Trabajan mucho, y no sienten ningún tipo de simpatías por un soñador.

Zac apartó los ojos de la carretera un momento para observar la expresión de ironía que había aparecido en el semblante femenino

Zac: ¿Así es corno te ves a ti misma? ¿Cómo una soñadora?

Ness: Así es como me ven ellos.

Zac: ¿Los ves a menudo?

Ness: Nunca. Viven en el condado de Aroostook, en la parte interior de Maine. No he vuelto allí desde que me fui.

Zac: ¿Ni siquiera después de hacerte famosa?

Ness: No soy famosa, al menos yo no lo veo así. Soy una escritora que ha tenido mucha suerte. Me siento bien conmigo misma, segura de mí. Volver y tener que enfrentarme a su idea del éxito... no, no creo que pudiera soportarlo.

Zac: ¿Los echas de menos?

Ella lo miró y dejó escapar una carcajada; después, tapándose la boca con las manos se quedó mirando a través de la ventana.

Ness: Supongo que sí -admitió-. Me quedan buenos recuerdos, recuerdos de cuando era una niña, de mi madre abrazándome después de haber tenido una pesadilla, de mi padre llevándome sobre los hombros. -El tono cálido de su voz se desvaneció a medida que recordaba el paso del tiempo-. Pero las cosas cambiaron. Económicamente no nos iba muy bien, y las esperanzas de un niño son distintas a las de un adulto.

Mientras se acercaban a Edgartown, Zac condujo en silencio, dejándola hablar. Ness, retornando al presente, se avergonzó de haberle contado todo aquello. Se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente y frunció el ceño.

Zac: ¿Qué te pasa? -preguntó suavemente-.

Ness: No debería haberte contado todo eso. Es totalmente irrelevante.

Y sorprendente, teniendo en cuenta que era la primera vez que hablaba del tema después de muchos años de silencio.

Zac: En absoluto. Para mí es fascinante.

Lo era, a pesar de que nunca le habían interesado en absoluto las historias de las mujeres que conocía. Sin embargo ahora parecía no tener bastante, necesitaba que ella continuara hablando y contándole parte de su pasado, poco a poco, hasta oírlo todo.

Zac: ¿Siempre quisiste ser escritora?

Ness: ¿Yo? -dijo riéndose-. Estás hablando con una mujer que casi suspendió gramática en el instituto.

Zac: Los profesores que tuviste deben de estar tirándose de los pelos.

Ness: Eso espero. Me ponían notas muy bajas en todos los trabajos y redacciones porque decían que tenía ideas muy poco reales y prácticas.

Zac: Ah. Un instituto de patatas.

Ness: Más o menos.

Zac: ¿Y cuándo empezaste? A escribir, me refiero.

Ness: Fue Austin quien me animó a hacerlo. Entonces, yo estaba trabajando de camarera en un restaurante de la playa. Leía todo lo que caía en mis manos, y él me sugirió que hiciera un curso en la universidad estatal.

Zac: ¿Y?

Ness: Me matriculé en Literatura Inglesa.

Zac: ¿También pensaban tus profesores que lo que escribías no era... práctico?

Ness: No. Les gustaba.

Zac: ¿Y te animaron para que publicaras algo de lo que habías escrito?

Ness: No. Fue Austin. Al principio yo pensaba que estaba loco, pero después me di cuenta de que no tenía nada que perder.

Zac paró el coche y aparcó cerca del centro de la ciudad. Después, giró la cabeza hacia ella.

Zac: Y empezaste a vender al instante.

Ness: No, que va -sonrió-. Me lo rechazaron en algunos sitios.

Zac: ¿Te sentiste deprimida o desilusionada por ello?

Ness: No, no demasiado. Además, era solo un cuento corto y no había esperado nada en particular.

Zac: ¿Y después...? -la animó a seguir con sus ojos fijos en los de ella-.

Ness: Después, llegó la primera respuesta de aceptación y...

Zac: Y el resto ya es historia.

Ness se sonrojó y apartó la mirada, sin poder soportar más la intensidad de aquellos ojos azules que la cautivaban.

Ness: Más o menos.

Se quedó en silencio, con las manos cruzadas sobre su regazo. Fue la voz de Zac la que le hizo alzar la cabeza.

Zac: Gracias.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Por haberme contado esto. No se lo cuentas a mucha gente, ¿verdad?

Ness: No.

Zac: Entonces me siento especialmente honrado.

Ella se sonrojó de nuevo y él apretó su mano.

Ness: Vamos. Daremos un paseo.

Las calles de Edgartown estaban llenas de gente que disfrutaban dando un paseo por la agradable ciudad. De vez en cuando se cruzaban con personajes llenos de colorido, como un viejo con traje de rayas negro, impecable camisa blanca y pajarita, que se ayudaba de un anticuado bastón, o un joven con barba que se quedó mirando a Ness hasta que Zac la arrastró hasta el interior de una librería. Allí, para su mortificación, Zac se disponía a comprar un ejemplar de su último libro.

Ness: ¡Zac! -protestó ruborizándose y tratando de esconder la cara-.

Zac: ¿Qué pasa? -preguntó con una mueca inocente-.

Ness: Tú no quieres comprar eso -lo reprendió en un susurro-.

Zac: Claro que quiero. Quiero saber qué tipo de cosas escribes -aseguró con ironía-. Has picado mi curiosidad.

Ness: No te va a gustar.

Zac: Claro que me va a gustar. Me lo firmarás, ¿verdad?

Ness: Escribiré algo obsceno -farfulló-.

Él bajó el tono de voz y le dijo:

Zac: Todavía mejor, así me pondrá en forma cuando las noches sean frías y solitarias en la isla, querida mía.

Notando que él le iba a ganar si seguían por el mismo camino, Ness se limitó a hojear las revistas colocadas a la puerta del establecimiento, pretendiendo que no lo conocía mientras él pagaba su compra.

Era un día precioso para pasear. El sol calentaba y contrarrestaba el efecto del viento que jugueteaba con sus cabellos. Mientras vagaban por aquellas estrechas y pintorescas calles, Zac le pasó un brazo por los hombros. Ness no pudo protestar. Era muy reconfortante sentirlo tan cerca.

Pasaron por delante del juzgado y del ayuntamiento, las oficinas del periódico de la isla y después el museo.

Zac: Ahí está la biblioteca -bromeó-. ¿Entramos a ver si tienen una copia de tu libro?

Ness: Está cerrada. Y no lo tienen.

Zac: ¿Lo has comprobado?

Ness: En Chilmark. Voy allí a buscar documentación. Y la bibliotecaria me dejó claro que a ella no le interesaba «ese tipo de literatura».

Zac: ¿Esnobismo? ¿En Vineyard?

Ness: Un poco -sonrió asombrada ante lo relajada que se sentía-. Pero no a menudo. Es simplemente un problema de gustos.

Zac le apretó el hombro y continuaron vagando por la ciudad. Ness se preguntó si Zac solía pasear por las calles de una ciudad agarrado a una mujer y, casi sin darse cuenta, se encontró pensando en qué tipo de mujer habría sido la última en caer bajo su hechizo. Porque ella, indudablemente, había caído.

Volviendo sobre sus pasos, se encaminaron hacia el puerto, donde se quedaron un rato contemplando los barcos de pesca que volvían tras faenar cerca de la costa.

Zac: ¿Tienes hambre? -le preguntó al cabo de un rato-.

El sol ya estaba bastante bajo en el horizonte.

Ness: Sí. Debe de ser por el paseo. Bueno, lo cierto es que no he desayunado, no he comido y ya está atardeciendo.

Él le sonrió, con una sonrisa de hombre de mundo que la hizo estremecerse.

Zac: Vamos a comer algo.

Ness: De acuerdo -dijo devolviéndole la sonrisa, con los ojos brillando de alegría-.

Tomados de la mano, dieron media vuelta y echaron a andar. Perdida en un mundo de placer momentáneo, Ness apenas escuchó el ruido de algo rodando sobre sus cabezas. Zac, sin embargo, sí lo oyó. Miró hacia arriba y reaccionó instintivamente, agarrando a Ness por los hombros y empujándola hacia atrás. Un segundo más tarde, y una pila de barriles de madera hubiera caído sobre ambos desde uno de los tejados.

Aterrorizados, se quedaron mirando los barriles hasta que estos chocaron contra una pared. Se habían salvado por unos segundos...

Zac: ¡Dios bendito! -exclamó sujetando a Ness con fuerza contra su cuerpo tembloroso-. ¿De dónde diablos han salido estos barriles? Señor, podían haberte matado.

Ness: ¿Acaso tu cabeza es más dura que la mía? -bromeó a pesar de lo asustada que estaba-.

Si hubiera estado sola, el pánico se hubiera apoderado de ella, pero Zac acababa de salvarle tanto del peligro como del miedo. Apoyando la cabeza contra el pecho del hombre, se empapó de su fuerza.

Durante un minuto se quedaron inmóviles, abrazándose con fuerza y pensando en lo que les hubiera podido pasar.

Zac: Ha faltado muy poco -murmuró jadeando-. Maldita sea, ¿cómo ha podido suceder una cosa así?

Ness: Es muy simple -afirmó-. Son barriles de aceite vacíos, de los que solían usar los balleneros años atrás. Han debido de estar apilados en algún lugar durante años, deslizándose poco a poco. Y hoy, con el aire, han rodado sin que nadie los pudiera controlar.

Zac la miró extrañado.

Zac: ¿Cómo sabes tanto del tema?

Ella sonrió e hizo una mueca de burla, deleitándose en el hecho de que a él no se le hubiera ocurrido y, también, en que la mantuviera abrazada junto a él.

Ness: En Delincuente de medianoche, el que había empujado los barriles había sido un hermanastro celoso. Pero aquello era una novela, pura ficción, y dentro de un argumento conveniente. Cosas como esas no ocurren en la vida real.

Zac: ¿Sobrevivió la protagonista?

Ness: ¡Claro que sí!

Él arqueó una ceja.

Zac: ¿Cómo?

Ness: Su verdadero amor estaba allí para salvarla en el momento justo -respondió con una sonrisa pícara, que desapareció repentinamente de su cara al darse cuenta de lo que acababa de decir-. Así son las novelas de amor -se apresuró a añadir-.

Los ojos azules de Zac la miraban ardientemente mientras las palabras de Ness se repetían en su mente sin cesar. «Su verdadero amor». Se preguntó si alguna vez él sería eso para ella, y si era eso lo que en realidad quería. Nunca había estado enamorado. ¿Era esa la explicación de la necesidad de protegerla que sentía, de su repentino deseo de sacrificarse?

Ness: ¿Zac? -susurró incapaz de soportar la tensión ni un momento más-.

El sonido de aquella voz, la expresión de miedo de sus ojos, lo devolvieron a la realidad. Miró a los peatones que se paraban junto a los barriles y observaban con curiosidad hacia el tejado de donde habían caído.

Notando un nudo en el estómago, la miró de nuevo a ella.

Zac: Vámonos de aquí -murmuró, nervioso, pasándole un brazo por los hombros-.

Zac andaba deprisa, con la mirada fija al frente. Sintiendo la necesidad que él tenía de que desapareciera el miedo. Ness intentó mantenerse fuerte. Cuando llegaron cerca de donde había aparcado el coche, él se relajó y recordó lo que se disponían a hacer cuando sucedió lo de los barriles.

Zac: Perdona, Ness -dijo mirándola-. Me he olvidado de que tenías hambre...

Ness: Estoy bien -aseguró-.

Zac, sin escuchar sus protestas, la llevó al otro extremo de la calle, hacia un pequeño restaurante.

Zac: Bien, yo tengo hambre -la informó, tratando de ocultar la incipiente sonrisa de burla-. Los actos heroicos necesitan de mucha energía, ya sabes, y tengo que recuperar fuerzas si te tengo que salvar de alguna otra calamidad.

Tuvo que reconocer que no le importaría volver a hacerlo, incluso le parecía una idea muy agradable.

A Ness también.

Ness: ¿Mi caballero andante de armadura resplandeciente?

Zac abrió la puerta del restaurante y le cedió el paso.

Zac: Quizá un poco oxidada -murmuró medio en broma-. Pero nada que un poco de aceite no pueda arreglar. Mira, ahí hay una mesa esperándonos. Vamos. -Agarrándola de la mano, la condujo hasta allí. Le apartó la silla para que se sentara y se inclinó sobre ella-. Aquí preparan una sopa de pescado exquisita -le susurró al oído-.

Ness: ¡Eh!, creía que tú eras nuevo en esta isla -protestó divertida-.

Zac: Pero no sé cocinar, y un hombre tiene que sobrevivir -comentó despacio-.

En aquel momento, viendo su piel bronceada, el pelo revuelto por el viento, la camisa abierta que dejaba adivinar el vello que cubría su pecho, Ness se sintió totalmente hechizada por su masculinidad.

Hablando claramente, Ness sabía que no deseaba un guía turístico, sino su compañía. Y ella también, tenía que reconocerlo. La cena que compartieron la convenció de haber hecho bien al seguir sus inclinaciones. La conversación fue trivial y relajarte, centrada principalmente en Vineyard.

Fue solo más tarde, después de que Zac la dejara en casa con un beso en la mejilla y la promesa de llamarla durante la semana, cuando ella se dio cuenta de que había sido la que más había hablado. Sí, había actuado corno una guía, pero una guía de su pasado, de su trabajo y de su vida cotidiana en la isla. Aparte de la atención con que la escuchaba y el ocasional amago de pasión mantenido cuidadosamente bajo control, Zac no había hablado de sí mismo. Ni ella había preguntado. Al recordar la conversación se sintió perpleja. Se había limitado a seguir las pautas que él marcaba, y que giraban sobre ella misma una y otra vez.

Sola en su dormitorio, recostada sobre la almohada, con un bolígrafo rojo y lo que había escrito durante los últimos días sobre el regazo, se dio cuenta de lo poco que sabía sobre él. De vuelta a casa, entre las paredes seguras de su hogar, se preguntó si no sería mejor así; no pidiendo más que su compañía, Zac había conseguido que se sintiera totalmente a gusto con él, teniendo en cuenta lo incómodo que estaba cuando había ido a recogerla. No mencionó en absoluto lo ocurrido la noche anterior en el sofá, quizá por ser consciente de que para ella hubiera sido muy difícil hablar sobre ello. Lo cual era cierto.

Pero había algo muy evidente. Zac quería hacer el amor con ella; le había prometido que habría mucho más, pero había rechazado su oferta. ¿Qué había dicho? Que harían el amor solo cuando los dos ardieran de deseo. Una semana antes no se le habría ocurrido pensar que algo así pudiera suceder. Nunca se había sentido arder de deseo por ningún hombre, pero ahora, tras el breve contacto sexual mantenido con Zac, sentía unas fieras llamaradas que le incendiaban el cuerpo. ¿Sería el primer paso hacia el fuego consumidor que Zac había prometido? ¿O una invitación al desastre?

Confusa, tomó papel y bolígrafo.

«Escribir historias de amor es más fácil que vivirlas», musitó para sí, frunciendo el ceño. Pasara lo que pasara, siempre era ella la que tenía el control. Si su héroe hacia algo que a ella no le gustaba, no tenía más que agarrar el bolígrafo rojo y tacharlo. Si su heroína se equivocaba y se encontraba en una situación difícil, tenía el mismo recurso. Y siempre había un final feliz, lo cual era una garantía de que las tribulaciones y problemas que se planteaban en el desarrollo de la acción siempre se solucionaban.

Sí, escribir era mucho más seguro; más seguro pero menos excitante que lo que había sentido la noche anterior entre los brazos de Zac...

Zac no la llamó el lunes. Inmersa en su trabajo, Ness se dijo a sí misma que no le importaba en lo más mínimo. Cuando el teléfono sonó el martes por la mañana, sin embargo, se levantó de un salto y corrió a contestar. Dejó que sonara una vez más y contestó con voz tranquila y reposada.

Ness: ¿Dígame?

Ash: ¿Ness? Soy Ashley.

Su desilusión fue aplacada por el placer que le producía hablar con su agente. Durante los tres años que había vivido en Nueva York, Ashley Tisdale se había convertido en su familia. Había sido Ashley quien, notando que Ness no era feliz en la ciudad, le sugirió que buscara otro lugar más tranquilo.

Ness: ¿Cómo estás, Ashley? Me alegro de oír tu voz.

Ash: Estoy bien. Preguntándome cómo estás tú. ¿Va todo bien?

Ness: Estupendamente. El libro que estoy empezando va por buen camino. Todavía no tengo el título, pero normalmente no se me ocurre hasta el final.

Ash: ¿Estás contenta con los personajes? A mí me parecieron muy buenos cuando leí el esquema que me mandaste.

Ness: Sí, estoy contenta. El protagonista va a ser un hombre muy especial.

Del otro extremo de la línea se escuchó una risita.

Ash: Como todos los otros, si nos guiamos de los números de ventas. Te has enterado de que La venganza del cuervo está en la lista de los más vendidos del Times, ¿verdad?

Ness: Sí. Supongo que eso le gustará al editor.

Ash: Eso es lo mínimo. Por eso te llamo. Han decidido sacar a la venta nuevas ediciones de Sueños diabólicos y Emboscada en otoño.

Ness: ¿En serio? Eso es fantástico.

Ash: Sí, pero quieren que hagas una gira de promoción.

La expresión de la cara de Ness cambió al oírlo.

Ness: Ashley... Sabes cómo lo odio. Veinte ciudades en veinte días, con el pelo bien arreglado y una sonrisa de plástico en la boca. Acabo con los ojos destrozados, los pies llenos de callos y calambres por todo el cuerpo. Y luego necesito un mes para recuperarme. ¿Cómo voy a escribir después?

Ash: Cálmate, Ness. Esta vez no sería tan malo. Están hablando de diez días y solo en las ciudades más importantes del país. Entrevistas para televisión, anuncios y firma de autógrafos en algunos almacenes y librerías.

Ness: ¡Pero acabo de empezar un libro!

Ash: Y tienes un montón de tiempo para terminarlo. Además, la gira no sería hasta dentro de tres o cuatro semanas. Para entonces necesitarías un descanso, si es que todavía no lo has terminado -añadió, burlona-.

Ness: Nunca necesito un descanso cuando estoy escribiendo un libro -declaró cortante-. Estropea mi concentración.

Era extraño que su concentración se hubiera visto interrumpida en varias ocasiones durante la semana anterior y no hubiera tenido mayores problemas a la hora de escribir. Zac Efron era estimulante... En muchos sentidos.

Ash: De acuerdo -suspiró-. Intentaré hacerlos cambiar de idea. O, al menos, que la gira sea lo más corta posible. Quizá podamos dejarlo en una semana. ¿Te parece justo?

Ness: ¿Justo? -repitió resignada-. Supongo que sí. Después de todo, debo estarles agradecida por lo que están haciendo. ¿Van a hacer nuevas cubiertas?

Ash: Sí -contestó. Luego, bajó el tono de voz-. Van a poner una solapa que diga: «Por la autora de Delincuente de medianoche y La venganza del cuervo».

Ness: Pobre Diablo del bosque -bromeó recordando uno de los libros que no había sido mencionado-. Lo están dejando de lado.

Ash: Quizá no. Están... Quizá no debería decírtelo...

Ness: Ashley... -Como esta no contestaba, Ness se puso un poco nerviosa y levantó el tono de voz-. ¡Ashley, dímelo!

Su agente dudó un par de segundos más.

Ash: Están hablando de intentar vender El Diablo del bosque a una cadena de televisión para rodar una película.

Ness: ¿En serio? ¿Cuándo te lo han dicho? No me habías dicho ni una sola palabra sobre el asunto.

Ash: No he sabido nada hasta esta mañana. Y es solo un proyecto, que es por lo que no debería haber abierto la boca. Quizá luego no se llegue a nada después de haberte hecho ilusiones.

Ness: Lo sé -suspiró-. Pero a pesar de todo, me gusta que se me tome en cuenta, sobre todo en lo que concierne a mis libros.

Entonces Ashley se echó a reír.

Ash: Eso es lo maravilloso de ti, querida. No se te ha subido la fama a la cabeza, y es un verdadero alivio. Deberías ver a algunos de mis otros clientes. Son insoportables...

Al mencionar a sus otros clientes, Ness recordó a uno de ellos, uno que tenía un lugar especial en su mente y en su corazón y del que había hablado Zac un par de días antes.

Ness: ¿Sabes algo de Austin? No he hablado con él desde hace meses.

Ash: Me llamó hace unas semanas. Tan charlatán y encantador como siempre. Me estuvo contando su último proyecto. Está buscando tesoros hundidos en el océano, ¿lo sabías?

Ness: ¡Qué va! ¿Lo dices en serio?

Ash: ¡Quién sabe! Con Austin hablar de cualquier asunto es tan divertido que no te preocupas de si es o no cierto.

Ness: ¿Ha escrito algo últimamente?

Ash: Yo no le he visto nada. Habla sobre ello, pero nada más. Me preguntó por ti. Quería saberlo todo sobre tu último libro.

Ness: ¿La venganza del cuervo?

Ash: No, el nuevo, el que estás escribiendo ahora. Le conté el proyecto inicial y estaba ansioso por leerlo. -Se quedó callada un momento, dudando sin estar segura de haber hecho bien-. No te importará que se lo haya contado, ¿verdad?

Ness: Claro que no. Estuvo a mi lado al principio, animándome, leyendo los proyectos, discutiéndolos conmigo. Me siento culpable por haber perdido el contacto con él. Aunque contigo como intermediaria, podernos saber el uno del otro.

Ash: ¿Por qué no lo llamas? Le encantaría hablar contigo.

Por primera vez, Ness dudó.

Ness: No sé. Me sentiría muy rara.

Ash: ¿Porque has triunfado? Ness, no deberías. Austin está muy contento por tu éxito.

Ness: Sí, pero ha tenido tan mala suerte... Estuvo una temporada escribiendo sin cesar y no consiguió vender ni una sola página.

Ash: Quizá solo tenía un libro en él. Eso les pasa a muchos escritores. Quizá ya se haya dado cuenta, si se ha metido a desenterrar tesoros hundidos.

Ness: Tesoros hundidos -repitió riéndose-. Suena muy típico de Austin. Lo echo de menos. Mucho.

Ash: Pues llámalo. Solo para saludarlo. ¡Ah! Me llaman por la otra línea. Tengo que dejarte. Escucha, te llamaré la semana que viene, ¿de acuerdo?

Ness: De acuerdo, Ashley. Cuídate.

Ash: Tú también, querida.

Ness colgó el teléfono sintiéndose feliz por tener una amiga como Ashley. Siguiendo su consejo, Ness buscó su agenda y marcó el número de Austin. Al no tener respuesta, colgó prometiéndose volver a llamarlo más tarde.

Retornó a su trabajo y se concentró durante un par de horas, hasta que se tomó un descanso para comer algo. Unas horas más tarde, el teléfono volvió a sonar. Su corazón empezó a latir con fuerza. Tomando un hondo respiro, descolgó el auricular.

Ness: ¿Dígame?

Se dio cuenta enseguida de que era una conferencia. No era Zac, pero su desilusión se tornó en perplejidad cuando escuchó la voz de su hermana.

Sele: ¿Ness? Soy Sele.

Hacia varios meses que Ness no había hablado con ningún miembro de su familia, y aquella vez había sido también con Sele; su hermana era tres años mayor que ella, y había sido el único miembro de la familia que se había mostrado tolerante con el tipo de vida que ella había escogido.

Ness: Hola, Sele. -Su voz tenía un tono de extrañeza. Le habían hecho tanto daño con su falta de comprensión, que los llamaba en muy raras ocasiones-. ¿Cómo estás? -prosiguió, intentando buscar una razón por la que su hermana la llamara-.

Sele: Estoy bien -contestó, aunque era obvio que había algo que no marchaba bien-.

Ness: ¿Y Luke? ¿Y los niños?

Sele estaba casada con un hombre que trabajaba mucho y tenía cuatro hijos, por los que sus padres estaban muy orgullosos de ella.

Sele: Están bien. Te llamo por... mamá.

Ness sintió una punzada de dolor.

Ness: ¿Qué le pasa? -preguntó con la voz calmada.

Sele: Está enferma.

Ness: ¿Enferma?

Sele: Está en el hospital. Fue al médico para hacerse un chequeo y le encontró un tumor. Van a operarla -hizo una pausa-. Creía que deberías saberlo.

Ness se quedó mirando al suelo, angustiada. El silencio era tenso, pero no sabía qué decir. Finalmente se aclaró la garganta.

Ness: ¿Cuándo la operarán?

Sele: A principios de la semana que viene. Los médicos quieren que descanse un poco antes. Ya sabes cuánto trabaja.

Ness: Lo sé -respondió con un destello de cólera-.

Cólera no contra su madre, sino contra su padre, que permitía que una mujer ya mayor trabajara tanto. Ness recordó el eterno aspecto de cansancio de su madre. Aquel cansancio se transformaba en impaciencia hacia los demás, especialmente hacia una persona que no estaba dispuesta a sacrificarse como ella lo había hecho: su hija Ness.

Ness: ¿Lo está pasando muy mal?

Sele: No, pero está preocupada por tener que dejar la casa sola. Y estoy segura de que debajo de la máscara de valentía que se pone, está muerta de miedo.

Ness estaba perpleja, tanto por el tono de voz de su hermana corno por sus palabras. Era la primera vez, la primera, que escuchaba a su hermana cuestionar el estoicismo de su madre. Era cierto que, de niña, Sele había protestado por la cantidad de tareas que su madre tenía que realizar, pero Sele había sido una verdadera Hudgens. Se había casado joven, trabajando junto a su marido, parido y educado a cuatro hijos, tal y como su madre había hecho. Ness siempre se había preguntado hasta qué punto Sele era como su madre.

Ness: ¿Qué es lo que dicen los médicos, Sele? ¿Creen que operando se solucionará?

Sele: No lo saben. No lo sabrán hasta después de la operación. Hablan de la posibilidad de seguir con un tratamiento, pero de momento no hay nada claro.

Ness: Ya veo.

Sele: Bien... pensé que deberías saberlo. No quería que te enteraras luego de lo... peor, en caso de que ocurra.

Ness: Claro, Sele -le aseguró-. ¿Sabe mamá que me has llamado?

Sele: No quería que eso la trastornara más de lo que está... ¡Oh, perdona! No quería decir eso. El caso es que está bastante animada y, si sabe que te he llamado, a lo mejor piensa que es porque se va a morir.

Ness: ¿Se va a morir? -Escuchó su voz tímida e insegura. Se puso la mano en la frente-.  ¿Se está muriendo, Sele? Por favor, dime la verdad.

Sele: No lo sé -contestó más calmada-. Lo sabremos la semana que viene. Pero escucha, no hay necesidad de que salgas corriendo hacia aquí. Quiero decir que de momento está bien. Y la operación, en sí misma, no es más peligrosa que cualquier otro tipo de operación.

Ness dejó caer la cabeza, cerró los ojos y se quedó pensativa durante un minuto. Cuando habló, su voz era todo lo calmada que podía ser para anunciar una decisión, de la que no se enorgullecía en absoluto. Era una cobarde. A pesar de que Sele le había dicho que de momento la situación de su madre no era grave, Ness sabía que debía tomar el primer avión e ir a Maine. Lo sabía, pero no podía hacerlo. No podía.

Ness: ¿Puedo llamarte después... de la operación? -preguntó por fin, esperando anhelante la contestación de su hermana-.

Sele: Claro, Ness.

Había un amago de resignación y alivio en sus palabras. Sele había hecho lo que creía que debía hacer. Lo que su hermana hiciera ya no dependía de ella.

Ness: Bien, entonces te llamaré la semana que viene -empezó-.

Deseó que su hermana intentara convencerla, que le dijera directamente que fuera. Pero al no hacer esta ninguna alusión al respecto, lo único que podía intentar era despedirse mostrando cierto interés.

Ness: ¿En qué hospital está mamá? -Sele le dijo el nombre y la dirección-. ¿Necesitáis algo? ¿Dinero? Me gustaría mucho...

Sele: Está bien, Ness, gracias. Lo cubre el seguro.

Y John y Linda Hudgens no soñarían en tocar su maldito dinero, ganado escribiendo libros sucios, pensó Ness amargamente.

Ness: Bien -dijo con un suspiro-. Si hay algo que pueda hacer...

Sele: Te lo diré, Ness. Hasta la próxima semana.

Ness se quedó mirando el teléfono una eternidad antes de que se obligara a levantarse y empezara a dar vueltas por la habitación. Con las manos metidas en los bolsillos traseros de los vaqueros, se paró delante de la ventana y miró al exterior. La operación no era especialmente peligrosa, lo había dicho Sele. Y después de todo, su madre era una mujer de hierro. No había nada por lo que preocuparse.

Volviendo a su mesa, Ness releyó el último párrafo que había escrito, pero no podía concentrarse. No era justo, se dijo. Las cosas habían estado yendo bien. Se había hecho a la idea de perder el contacto con su familia hacía ya mucho tiempo. Entre su trabajo, su nueva vida en Vineyard y sus amigos, tenía todo lo que quería. Ahora la enfermedad de su madre removía sentimientos, como culpabilidad y rechazo, que había estado intentando olvidar durante mucho tiempo. Pero ¿por qué iba a ir a Maine? ¿Había estado su madre a su lado cuando ella la había necesitado? ¡No! No había mostrado más simpatías ni afecto que su padre, sus hermanos o el patán de su ex marido.

Enfadada y herida, Ness fue a la cocina, llenó una cazuela de agua y la puso a calentar. Cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó contra la mesa.

El té no la ayudó a relajarse. Intentó alejar la llamada de Sele de su mente y concentrarse en otra cosa. En el argumento o en algún personaje de la novela, o incluso en la esperanza de que Zac la llamara, pero fue inútil.

Zac. ¿Qué le podía ofrecer a él? Estaría a su lado durante un tiempo, jugando con ella, haciéndola creer en una seguridad que al final destrozaría sin pensarlo dos veces.

Dejando la taza a medio tomar en el fregadero se dirigió a la puerta principal. Con la mano puesta en el pomo oyó el timbre del teléfono. Volviendo sobre sus pasos, confusa e irritada, descolgó el teléfono.




¡Quién será, quién será, quién será! ¡Qué nervios! Ella espera que sea Zac, quiere que sea Zac, pero imagina que la llama su compañía telefónica para hacerle una oferta XD Sería diver. Bueno, ya lo veremos en el próximo capi.

¡Thank you por los coments y las visitas!

¡Comentad, please!

¡Un besi!


3 comentarios:

Maria jose dijo...

Lindo capi ya quiero ver mas acción entre zac y vanessa
Y ojalá y el se la llamada telefónica sea zac
Espero y no sea alguien dandole alguna promoción
Aunque seria muy graciosos jajaja
Sube pronto!!!!!

Unknown dijo...

Que lindo capitulo.
Creo yo que Zac se esta dando cuenta que se esta enamorando de Ness y le da un poco de miedo.
Y porque no ha llamado aun? Espero que sea el sino Ness va a decidir dejarlo atrás o algo así :(

Sube prontoooooo :)

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

Publicar un comentario

Perfil