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domingo, 31 de agosto de 2014

Capítulo 3


9 de mayo de 1893

Victoria Hudgens estaba fuera de sí.

Lo sabía porque acababa de decapitar todas las orquídeas de su amado invernadero. Las cabezas rodaban por el suelo en una carnicería hermosa y grotesca, como si estuviera representando una versión floral de la Revolución francesa.

No era la primera, ni siquiera la milésima vez, que deseaba que el séptimo duque de Fairford hubiera vivido dos semanas más. Dos miserables semanas. Después podía haberse emborrachado de veneno, atado a las vías del ferrocarril y, mientras esperaba a que llegara el tren, haberse pegado un tiro en la cabeza.

Lo único que quería era que Ness fuera duquesa. ¿Acaso era pedir demasiado?

Duquesa... todo el mundo la llamaba así a ella cuando era niña. Era bella, educada, serena y regia; todos estaban convencidos de que se casaría con un duque. Pero luego su padre fue víctima de un fraude que lo dejó casi en la ruina, y la larga y prolongada enfermedad de su madre hizo que la economía de la familia se hundiera, pasando de precaria a catastrófica. Acabó casándose con un hombre que le doblaba la edad, un rico industrial que deseaba infundir un poco de refinamiento en su linaje.

Pero la sociedad consideró que el dinero de John Hudgens era demasiado nuevo, demasiado grosero. De repente, Victoria se encontró excluida de los salones donde antes había sido acogida. Se trago la humillación y juró que no permitiría que a su propia hija le pasara lo mismo. La niña tendría el refinamiento de Victoria y la fortuna de su padre; arrasaría Londres y sería duquesa, aunque fuera lo último que ella hiciese.

Ness estuvo a punto de conseguirlo. Bueno, en realidad lo había conseguido. Esa vez la culpa fue toda de Alexander. Pero luego, con gran asombro de Victoria, Ness lo hizo de nuevo: se casó con el primo de Alexander y heredero del título. Qué feliz y orgullosa, qué descansada estaba Victoria el día de la boda de Ness.

Y luego todo se estropeó. Zac se marchó al día siguiente del enlace sin dar explicaciones a nadie. Y por mucho que suplicó, lloró y trató de engatusarla, Victoria no consiguió sonsacarle a Ness ni una palabra sobre lo que había sucedido.

Ness: ¿Qué te importa? -le replicó, glacial-. Hemos decidido llevar vidas separadas. Cuando él herede, yo me convertiré igualmente en duquesa. ¿No es eso lo único que siempre has querido?

Victoria tuvo que contentarse con eso. Mientras, en secreto, mantenía correspondencia con Zac, dejando caer retazos de información sobre Ness entre descripciones de su jardín y de sus galas de caridad. Las cartas de él llegaban cuatro veces al año, tan seguras como la rotación de las estaciones, informativas y amables en extremo. Estas cartas mantenían vivas sus esperanzas. Seguro que tenía intención de volver algún día o no se molestaría en escribir a su madre política, año tras año.

Pero ¿por qué Ness no podía dejar las cosas como estaban? ¿En qué pensaba aquella chica, arriesgándose a algo tan desagradable y perjudicial como un divorcio? ¿Y para qué, para casarse con aquel vulgar y corriente lord Frederick, que no era digno de lavarle las enaguas y mucho menos de tocarla sin ellas puestas? La idea la ponía enferma. Lo único bueno era que seguro que esto haría reaccionar a Zac y actuar. Tal vez incluso volviera. Tal vez se produciría un apasionado enfrentamiento.

El telegrama de Zac, el día antes, informándole de su llegada, la había elevado al séptimo cielo. Se apresuró a enviarle otro en respuesta, casi incapaz de contener su júbilo. Pero esta mañana había llegado su respuesta, veintisiete palabras de implacables malas noticias:

“QUERIDA SEÑORA STOP POR FAVOR MATE SUS ESPERANZAS YA COMO ACTO DE PIEDAD HACIA USTED MISMA STOP PIENSO CONCEDER EL DIVORCIO STOP DESPUÉS DE CIERTO INTERVALO STOP AFECTUOSAMENTE SUYO STOP ZAC”.

Así que había cogido la herramienta de jardín que tenía más a mano y destrozado todas sus variedades de orquídeas, preciosas, raras y cultivadas con tanto esfuerzo. Dejó caer las tijeras como una criminal arrepentida que lanza lejos el arma asesina. Debía dejar de actuar así. Acabaría en el manicomio de Bedlam, vieja, con el pelo enmarañado y canoso, implorándole a la almohada que no abandonara la cama.

Bien, no podía impedir el divorcio. Pero sí que podía buscarle otro duque a Ness. De hecho, había uno que vivía a poca distancia, en el mismo camino de cottage, a pocas millas de la costa de Devon. Su excelencia el duque de Perrin era un recluso bastante intimidante. Pero era un hombre de cuerpo y mente sanos. Y, con cuarenta y cinco años de edad, todavía no era demasiado viejo para Ness, que se acercaba peligrosamente a los treinta.

Cuando era una joven casadera y vivía en ese mismo cottage, en la periferia de la propiedad y la esfera social del duque, Victoria lo había deseado para ella misma. Pero de eso hacía tres décadas. Nadie conocía sus antiguas ambiciones. Y el duque... bueno, él ni siquiera sabía que ella existiera.

Tendría que abandonar su reserva, propia de una duquesa, olvidar que nunca los habían presentado e irrumpir en su camino, que lo hacía pasar junto a su casa todas las tardes a las cuatro menos cuarto, tanto si llovía como si hacía sol.

En otras palabras, tendría que actuar igual que Ness.


Cuando Zac volvió a casa después de su paseo matutino a caballo, Parker le informó de que lady Tremaine deseaba reunirse con él cuando le resultara conveniente. Sin duda, lo que quería decir era que se presentara en aquel mismo momento. Pero esto no le resultaba conveniente en absoluto, ya que tenía hambre y estaba desaliñado.

Desayunó y se bañó. Después de frotarse una última vez el pelo, dejó que la toalla le cayera encima de los hombros y cogió la ropa limpia que había dispuesto encima de la cama. En aquel preciso momento, su esposa, como un torbellino de blusa blanca y falda de color caramelo, irrumpió en la habitación.

Ness dio dos pasos y se detuvo mientras fruncía el ceño. Como habían prometido, habían aireado, limpiado y amueblado la habitación con un magnífico conjunto de muebles de secuoya -cama, mesillas de noche, armario y arcón- rescatado de su largo sueño en la buhardilla y devuelto al servicio. Debajo del gran Monet colgado encima de la repisa de la chimenea, florecían en silencio dos macetas de orquídeas, con su fragancia dulce y ligera. Pero pese a todo el frotar y abrillantar que Parker había ordenado, el olor a humedad seguía impregnando los muebles resucitados, un olor a vejez e historia perdida.

Ness: Tiene exactamente el mismo aspecto -dijo casi como para sus adentros-. No tenía ni idea de que Parker se acordara.

Probablemente, Parker se acordaba incluso de la última vez que ella se había roto una uña. Tenía ese efecto en los hombres. Ni siquiera un hombre que la dejara atrás olvidaba nada de ella.

En los viejos tiempos, cuando se sentía más benévolo hacia su esposa, Zac estaba seguro de que Dios se había demorado en su creación, insuflando más vida y determinación en ella que en los simples mortales. Incluso ahora, con los estragos de una noche en blanco en la cara, sus ojos de ónice oscuro brillaban con más luminosidad que el cielo nocturno sobre el puerto de Nueva York el Día de la Independencia.

Zac: ¿Puedo ayudarte en algo?

Su mirada volvió a él. Estaba bastante decente. El batín cubría todo lo que debía ser cubierto y la mayor parte del resto, además. Pero la verdad es que pareció sorprendida, y luego leve pero inconfundiblemente incómoda.

No se sonrojó. Raramente se sonrojaba. Pero cuando lo hacía, cuando sus mejillas pálidas y altaneras adquirían el tono de un helado de fresas, cualquier hombre tenía que estar, por fuerza, momificado para no reaccionar.

Ness: Te estabas demorando mucho -dijo, bruscamente a modo de explicación-.

Zac: Y sospechabas que te estaba haciendo esperar a propósito. -Negó con la cabeza-. Deberías saber que estoy por encima de ese tipo de venganzas mezquinas.

En la cara de Ness apareció una expresión de dolida ironía.

Ness: Por supuesto. Prefieres que tu venganza sea grandiosa y espectacular.

Zac: Como gustes -respondió, inclinándose para ponerse la ropa interior. La cama estaba entre los dos, con la parte alta del colchón a la altura de su cintura, pero el acto de vestirse no dejaba de ser una exhibición de poder por su parte-. Bien, ¿de qué asunto tan importante se trata que no puede esperar hasta que me haya vestido?

Ness: Te pido disculpas por entrar de manera tan intempestiva -dijo, fríamente-. Me marcharé y te esperaré en la biblioteca.

Zac: No te molestes, puesto que ya estás aquí. -Se puso los pantalones-. ¿De qué querías hablar conmigo?

Ness siempre había tenido buenos reflejos.

Ness: Bien. He reflexionado sobre tus condiciones. Las encuentro a la vez demasiado indefinidas y demasiado abiertas.

Es lo que él había pensado. No se podía decir que ella fuera de las que dejan que nadie les pase por encima. De hecho, prefería ser ella quien pasara por encima de los demás. Solo le sorprendía que hubiera tardado tanto en ir a presentarle sus objeciones.

Zac: Explícate.

Tiró la toalla encima de una silla, se desató el batín y lo dejó caer sobre la cama.

Sus miradas se encontraron. Mejor dicho, él la miró a los ojos y ella miró su torso desnudo. Como si él necesitara algo más que le recordase a la joven juguetona y descarada que enviaba sus dedos a realizar hazañas de alpinismo por sus muslos.

Ahora sus ojos se encontraron. Ella se sonrojó, pero se recuperó rápidamente.

Ness: Engendrar un heredero es un asunto incierto -dijo, con tono decidido-. Supongo que deseas un heredero, un varón.

Zac: Así es.

Se puso la camisa, se la metió por dentro de los pantalones y empezó a abrocharse los botones de la cadera derecha, acomodando sus partes ligeramente para aliviar la incomodidad provocada por su reacción ante ella.

La mirada de Ness estaba ahora en algún punto a su derecha. Probablemente en el poste de la cama.

Ness: Mi madre no consiguió tener un varón en diez años de matrimonio. Además, siempre cabe la posibilidad de que uno de los dos, o los dos, seamos estériles.

«Embustera.» Decidió no ponerla en evidencia.

Zac. ¿Y bien?

Ness: Necesito establecer un límite, por mí misma y por lord Frederick, al que no puedo pedir que espere eternamente.

¿Qué le decía la señora Hudgens en la furiosa carta que le había enviado?

«Lord Frederick, lo reconozco, es muy amable. Pero tiene el cerebro de un pudin y la elegancia de un pato viejo. No consigo entender, ni aunque me fuera la vida en ello, qué ve Ness en él.»

Zac se pasó los tirantes por encima de los hombros. Por una vez, la sagacidad de la señora Hudgens le había fallado. ¿Cuántos hombres había en Inglaterra que permanecerían lealmente al lado de una mujer en medio de un divorcio?

Ness: ...seis meses a partir de hoy -decía su esposa-. Si para cuando llegue noviembre todavía no he concebido, procederemos a divorciarnos. Si lo he hecho, esperaremos hasta que nazca el bebé.

El no podía imaginar un hijo real, ni siquiera un embarazo. Sus pensamientos se detenían al borde de la cama, no iban más allá. Una parte de él sentía repugnancia ante cualquier tipo de intimidad con ella, incluso del tipo más impersonal.

Pero él también tenía otras partes...

Ness: ¿Y bien? -insistió-.

Recuperó el control de sí mismo.

Zac: ¿Y si me das una hija?

Ness: Esto es algo sobre lo que yo no tengo ningún control.

¿Era así realmente?

Zac: Entiendo las ventajas de fijar unos límites, pero no puedo estar de acuerdo con tus condiciones. Seis meses es demasiado poco para garantizar nada. Un año. Y si es una niña, un intento más.

Ness: Nueve meses.

Él tenía todos los triunfos en la mano. Era hora de que ella se diera cuenta.

Zac: No he venido a regatear, lady Tremaine. Estoy siendo condescendiente contigo. Un año o no hay trato.

Ella alzó la barbilla.

Ness: ¿Un año a partir de hoy?

Zac: Un año desde el momento en que empecemos.

Ness: ¿Y cuándo será eso, oh mi dueño y señor?

El se echó a reír al oír lo áspero de su tono. En esto no había cambiado. Caería peleando.

Zac: Paciencia, Ness. Ten paciencia. Al final, conseguirás lo que quieres.

Ness: Será mejor que no lo olvides -replicó con una altivez propia de la reina Isabel después del hundimiento de la armada española-. Que tengas un buen día.

La siguió con la mirada mientras ella se marchaba, con su andar resuelto y el apuesto ondear de su falda. Nadie imaginaría, al mirarla, que acababa de entregarle su cabeza en una bandeja, rodeada de sus entrañas.

De repente recordó que, en un tiempo, le había gustado.

Demasiado.




Vanessa se ha metido en la boca del lobo XD

¡Thank you por los coments!

Selenita, no me seas impaciente. Déjame vivir XD
Por cierto, bienvenida al blog.

En el próximo capi sabremos más del pasado de estos dos.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


3 comentarios:

Unknown dijo...

Wow wow y mas wow!
Me quede con la ultima parte... a Zac en un tiempo le gusto Ness? Y por que ahora no le agrada? Algo paso en esos años de matrimonio...

Ya ya pero ya quiero sabeeerr!!!!

Sube prontoooo! :)

Maria jose dijo...

Ok, acabo de llagar de unas vacaciones y lo
Primero que hice fue leer 2 capítulos de esta novela
Ya estoy al día al fin
OMG!!! Esta novela tiene un pasado oculto
Ya quiero saber más,se pondrá muy interesante
En el siguiente capitulo (no me lo perderé por nada)
Suve pronto
Saludos

Anónimo dijo...

Las pobres e inocentes orquídeas terminaron pagando los platos rotos jajaja. La mamá de Ness es la soplona jajaja mentiras. ¿Será que Zac se fue huyéndole a algo? Por cierto, gracias por la bienvenida (con regaño incluido jajaja mentiras), es que tú abusas del tiempo en espera jajaja.
Sube pronto, bye!
Selena

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