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miércoles, 11 de junio de 2014

Capítulo 14


Zac permaneció en la ducha un buen rato, hasta que se acabó el agua caliente. Apoyó las manos en la pared, cerró los ojos y alzó la cara hacia el chorro de abundante agua. No se sentía culpable. No tenía motivos para ello. Solo había hecho lo que Vanessa le había pedido, y esta vez lo había hecho bien. Y pensaba hacerlo de nuevo en cuanto ella se sintiera capaz. Lo harían sin parar hasta que se saciaran el uno del otro.

Zac creyó que tardaría semanas en lograr que Vanessa se corriera, pero había sido facilísimo. No debía extrañarle. Había estado colada por él desde siempre, y ver cumplida una fantasía sexual de la adolescencia pesaba mucho.

Además, él era un experto en lo que se refería al sexo. No había dudado que, a la larga, conseguiría que Vanessa llegara al orgasmo. Al final, no le costó tanto.

Estaba tratando de matar el tiempo. Vanessa necesitaba dormir, recuperarse. Diablos, solo de pensar en ella se le había puesto dura de nuevo. Estaba listo para otro polvo, pero sabía que Vanessa se sentiría incómoda. Si entraba en el cuarto, no podría resistir la tentación de poseerla otra vez, y no deseaba hacerle daño. Quería que a Vanessa le gustase hacer el amor con él. Mientras siguiera deseándola, claro.

No sería para siempre. Nunca lo era. Más tarde o más temprano, incluso las amantes más hábiles acababan aburriéndolo. Y a Zac no le gustaban las exigencias emocionales. En otra época Vanessa creyó estar enamorada de él. Después de un buen orgasmo, probablemente volvería a creer que lo estaba. Y Zac ya le había provocado dos.

De todos modos, acabaría desilusionándose al cabo de un tiempo. Él seguía siendo Zac, el Asesino. Un hombre que había traicionado al que fue su mejor amigo durante la mayor parte de su vida.

No, no tenía ningún futuro con Vanessa. Ni con Vanessa ni con nadie. Pero ¿a quién coño le importaba el futuro? Lo único que importaba era el presente, el ahora. Y ahora tenía a una mujer en su cama. Una mujer a la que necesitaba. En definitiva, nada más tenía importancia. Zac cerró el grifo y se vistió. Luego procedió a afeitarse. No quería arañar con su barba de un día la cara de Vanessa. Ni sus muslos, pensó con una sonrisa pícara.

No se miró a los ojos en el espejo mientras se concentraba en el afeitado. No era un hombre que se mintiera a sí mismo, y prefería no arriesgarse a encontrar en su semblante algo que no deseaba ver.

Acabó de vestirse rápidamente y se asomó al dormitorio antes de bajar. Vanessa estaba dormida. Zac cerró la puerta en silencio y bajó al taller.

No sabía si intentaría huir de nuevo. Era posible que sí. Seguramente le costaría mirarlo a la cara después de lo que habían hecho. Pero estaba nevando mucho, y el venerable Volvo no estaba equipado con neumáticos para la nieve.

Zac salió, se subió en el Volvo y lo puso en marcha. Después de guardarlo en el taller, volvió a salir y cerró las puertas. Había una mancha de color oscuro en el lugar donde había estado aparcado el Volvo, y Zac se detuvo un momento. Era imposible que el coche tuviera una fuga. Lo había revisado con absoluta minuciosidad.

Regresó al taller, abrió el capó del Volvo y echó un vistazo. Todo parecía en orden. No había fugas, y los depósitos seguían llenos. Miró de soslayo la parte trasera del vehículo. Si el líquido que manchaba la nieve había salido del Volvo, ya había dejado de filtrarse.

Le echaría otra ojeada por la mañana, solo para asegurarse. Además, sería una excusa perfecta para que Vanessa se quedara allí un poco más de tiempo. Él no necesitaba ninguna excusa, pero ella sí. Seguramente no estaba dispuesta a admitir que deseaba dejar a su madre, su trabajo y su impecable vida por unos días, unas semanas o incluso unos meses de ardiente sexo.

El coche le proporcionaría un pretexto para quedarse. Aunque, al final, tendría que reconocer que deseaba a Zac tanto como él la deseaba a ella. Y que ese deseo tardaría mucho en extinguirse.


Vanessa se obligó a relajarse mientras oía las pisadas de Zac en el pasillo. Tenía la cabeza vuelta hacia la pared. Al oír que abría la puerta, contuvo la respiración y se preguntó si entraría y la tocaría de nuevo. Se preguntó cómo iba a negarse, cuando huir de él era lo último que deseaba.

Había recuperado el bolso, con todo su dinero y sus tarjetas de crédito. Zac le había dicho que el coche estaba arreglado. Aunque no fuera cierto, ahora tenía lo necesario para alquilar uno nuevo e irse pitando de allí. Él no intentaría detenerla. La pregunta era si de veras deseaba marcharse.

La puerta se cerró, y Vanessa oyó que Zac bajaba la escalera. Dejó escapar un profundo suspiro de alivio.

En la ducha no había agua caliente, pero no le importaba. Ducharse con agua fría era una forma de castigarse por su estupidez. Además, así se aplacaría el deseo que aún sentía. Porque era solamente eso, ¿verdad? Puro deseo físico.

Desde luego, no era amor.

Vanessa se envolvió en la toalla y corrió por el oscuro pasillo hasta su cuarto. Si Zac quería quedarse con el viejo vestido, se lo cedería con mucho gusto. Y también la lencería. Lo único que Vanessa necesitaba era su ropa y sus zapatos para irse a toda pastilla de allí.

Después de vestirse rápidamente, guardó el resto de la ropa en la maleta. Los zapatos de lona no quedaban bien con el vestido formal que le había comprado su madre, pero eso daba igual. Lo principal era escapar.

No encontraba su reloj de pulsera. No es que el maldito trasto pudiera dar la hora. No le había dado cuerda desde que llegó al taller. Pero era una reliquia de familia que le regaló su padre cuando tenía dieciséis años, y para Vanessa poseía un gran valor.

¿Acaso Zac se lo había quitado también y había olvidado devolvérselo? Era lo más valioso que Vanessa llevaba consigo. En otro tiempo, habría creído a Zac capaz de robárselo para venderlo. Pero Zac no era el canalla por el que ella lo había tomado. Y no deseaba pensar qué clase de hombre era en realidad. Tan solo deseaba escapar.

Aún le quedaba el suficiente instinto de conservación como para saber que entrar en su dormitorio había sido lo más estúpido que había hecho en toda su vida.

Alargó la mano hasta el saco de dormir que cubría el colchón y lo retiró para comprobar si había dejado el reloj en la cama. Y entonces gritó.

Se topó de frente con Zac, que acababa de subir a toda prisa la escalera.

Zac: ¿Qué demonios pasa?

Ness: Muerta... -resolló-. En el colchón... -se estremeció-. Hay sangre.

Zac: Quédate aquí -ordenó, y luego se dirigió al cuarto-.

Ella se apoyó en la pared y trató de dominar los temblores que la recorrían de arriba abajo. Odiaba aquel pasillo... Siempre tenía la sensación de que alguien la observaba, algún pervertido con aliento putrefacto y pensamientos retorcidos. Era una tontería, por supuesto. La única persona que había en el edificio, aparte de ella, era Zac.

Zac: Es una rata muerta -explicó con naturalidad cuando regresó al pasillo-. Ya te dije que aparecen continuamente.

Ness: La otra no tenía tanta sangre -dijo con voz débil-. ¿Y qué hacía en mi cama?

Zac: Si se tratara de un hombre, se me ocurrirían muchas razones. Pero dado que solo es una rata, no tengo ni idea. Debió de ingerir veneno y se arrastró hasta tu habitación antes de morir.

Ness: Qué suerte. ¿Y la sangre? La otra rata no sangraba. Al menos, hasta que yo la pisé -añadió con un estremecimiento-.

Zac se encogió de hombros, mirándola. De repente, ella fue consciente de lo alto y fuerte que era. Recordó que estaban solos en el pasillo y que acababa de acostarse con él.

Zac: ¿Quién sabe? Puedo sugerir toda clase de hipótesis, pero no creo que te apetezca oírlas. Además, ¿qué importa? Al fin y al cabo, no volverás a dormir en ese cuarto.

Ness: No volveré a dormir en este sitio -precisó-.

Él esbozó una sonrisita burlona.

Zac: Bueno, dormir tampoco era lo que yo tenía en mente. Aguantaré despierto mientras aguantes tú.

Ness: Quería decir que me voy de aquí. ¿De acuerdo? Ya hemos hecho lo que teníamos que hacer. Cuentas saldadas. Tú te has vengado por el tiempo que pasaste en la cárcel. Yo he satisfecho una fantasía de la adolescencia y puedo seguir adelante con mi vida. Caso resuelto. Me marcho.

Esperó a que él montase en cólera.

Pero, en vez de eso, Zac ladeó la cabeza sin inmutarse.

Zac: ¿De veras? ¿Y qué te hace pensar eso? Personalmente, durante estos doce años he deseado hacer muchas cosas, y apenas he empezado a hacerlas.

Por una vez, Zac no le cerraba el camino de huida. El bolso y la maleta estaban en el cuarto, detrás de él, pero mientras Vanessa tuviera los zapatos y el coche llevaba las de ganar.

Ness: Intenta atraparme si quieres -lo desafió, tratando de disimular el nerviosismo de su voz-. Pero no te servirá de nada. Soy más rápida...

Zac: No pienso correr detrás de ti, Vanessa -contestó con calma-. Dejaré que te marches, ya te lo he dicho. Si quieres irte, adelante. He vuelto a guardar tu coche en el taller, pero no tendrás problemas para abrir las puertas. Las llaves están en el asiento del pasajero.

Ella no daba crédito a lo que oía.

Ness: ¿Dejas que me vaya? -repitió, esperando que un estallido de júbilo reemplazase el abatimiento que le oprimía el estómago-. Entonces, ¿quieres darme mi bolso y mi maleta? Prefiero no volver a entrar en ese cuarto.

Zac: Cómo no -entró en el dormitorio y volvió a salir con sus cosas-. ¿Quieres que las lleve abajo?

Bueno, ¿y ahora por qué diablos tenía ganas de llorar?

Ness: Puedo hacerlo yo misma -respondió quitándoselas de un tirón-.

Luego se dio media vuelta y empezó a bajar las escaleras. Por una vez, agradeció la oscuridad. Sentía un extraño picor en los ojos y no deseaba que Zac se diera cuenta.

Él la siguió, desde luego, a una distancia prudencial. Vanessa ni siquiera recordaba si llevaba consigo alguna chaqueta. Al menos, el Volvo disponía de un potente sistema de calefacción diseñado para los inviernos escandinavos. Una vez que el coche se calentase, todo iría bien.

Al llegar a la cocina, Vanessa soltó la maleta y se preparó para despedirse de Zac educadamente. Pero él pasó de largo y se dirigió hacia la puerta trasera con una sábana manchada de rojo en las manos. Vanessa comprendió que en ella llevaba la rata muerta.

Zac arrojó la rata afuera, con sábana y todo, y después permaneció inmóvil un momento, observando la nieve y el callejón que desembocaba en la calle principal. Finalmente, se volvió con gesto pensativo y cerró la puerta.

Zac: El coche está en el taller -dijo en tono ausente-. No hace falta que cierres las puertas cuando salgas. Ya lo haré yo.

Todo había cobrado un aire de irrealidad. Vanessa no podía creer que fuera tan fácil, que después de todo lo que había ocurrido él simplemente la dejase meterse en el coche e irse, sin decirle ni una palabra. Era precisamente lo que ella quería, desde luego, pero parecía casi surrealista.

Esbozó su sonrisa más educada, la que le había inculcado su madre.

Ness: Bueno... -empezó a decir-.

Zac: Bueno -dijo al fin, centrando nuevamente su atención en ella-. Tienes una expresión clavada a la de la Duquesa. Siento que se te haya pegado eso de ella. Ahora igual eres capaz de estrecharme la mano y darme las gracias por estos días tan estupendos.

Vanessa bajó la mano y se la escondió detrás de la espalda disimuladamente.

Ness: Claro que no -dijo en tono gélido-.

Zac: Entonces, ¿qué me vas decir?

Ness: Pues muy sencillo. Adiós.

Recogió el bolso y la maleta y fue hacia el taller.

En efecto, el Volvo estaba allí, aparcado en un rincón. Tenía el techo cubierto de nieve medio derretida. Y al menos dos neumáticos desinflados.

Vanessa soltó la maleta y el bolso y se quedó mirándolos mientras Zac se acercaba.

Ness: ¿Qué les ha pasado a los neumáticos?

Zac: Ni idea -respondió impasible-. Debiste de pisar alguna piedra o algo cuando te saliste de la carretera.

Ness: ¿Y no te diste cuenta mientras lo arreglabas?

Zac: Cuando yo lo arreglé aún no estaban desinflados.

Vanessa se giró para mirarlo a la cara.

Ness: ¿Ha sido cosa tuya? ¿Los has desinflado tú?

Era una estupidez preguntárselo. Por supuesto que no los habría desinflado él. A esas alturas, estaría deseando desembarazarse de ella.

Zac: Sí.

Ness: Podríamos... ¿Sí? -repitió con sorpresa al reparar en su respuesta-.

Zac: Sí. Yo desinflé los neumáticos. Los cuatro, de hecho. Por si se te ocurría escapar.

Ness: Creía que ibas a dejarme marchar.

Zac: Debería hacerlo.

Ella notó que se sentía incómodo.

Ness: Pero no lo harás.

Debería haber experimentado miedo o ira. No alivio.

Zac: No, no lo haré.

Vanessa soltó sus cosas en el suelo de cemento. Después se volvió hacia Zac. Le daba miedo, sin duda. Pero no era más que un ser humano, un chico malo que se había salido con la suya durante demasiado tiempo.

Ness: Entonces, convénceme para que me quede -dijo al tiempo que se retiraba el pelo de la cara y lo miraba con calma-.

Estaba pálida y tenía ojeras debajo de sus preciosos ojos marrones. Y lo miraba como si fuera un cruce entre el Diablo personificado y el Príncipe Azul. Él podría haberle dicho cuál de los dos era. Había tratado de convencerla de que era un monstruo. Por algún motivo, ya no quería seguir intentándolo.

En el taller hacía calor, pues la calefacción estaba en marcha. Zac aún no sabía por qué había saboteado el coche de Vanessa en el último momento. Si quería irse, debía dejar que se fuera. Que siguiera adelante con su vida. Pero, al final, no había podido hacerlo.

Ella aún lo miraba, esperanzada y asustada. Aquellos grandes ojos marrones eran absurdos... Una mujer adulta no debía tener un aspecto tan vulnerable.

Tan irresistible. Debió haber hecho lo posible para apartarla de sí, para asustarla, para echarla de su casa. Pero había hecho todo lo contrario.

Zac pasó por su lado, con cuidado de no rozarla, y se dirigió hacia la pared frontal del taller. Sabía exactamente qué compactos había en el equipo de música. Pulsó un par de botones y la música llenó la nave, ahogando toda posibilidad de conversación.

Después Zac se volvió hacia Vanessa.

Estaba todavía más pálida que antes. Era una estrategia rastrera, y Zac lo sabía. Debería sentirse avergonzado de sí mismo, pero no era así.

La música de U2 llenaba la habitación y, de repente, Zac había retrocedido doce años en el tiempo y tenía entre sus brazos a una virgen temblorosa. Una virgen que ahora lo miraba recordando aquella canción.

Avanzó lentamente para no asustarla. Cuando la atrajo hacia sus brazos, ella no dudó. Le abrazó el cuello y recostó la cabeza en su pecho mientras empezaban a moverse al ritmo de la música.

Zac cerró los ojos y bailó con ella. Podía ver el viejo gimnasio del instituto de Marshfield, decorado con papel crepé y luces fluorescentes. Debió haberla llevado a aquel baile, debió haber tenido pelotas para pedírselo. Pero en aquel entonces Vanessa estaba saliendo con otro tipo, un clon de Paul, y no habría aceptado.

Ahora, sin embargo, recostaba su cuerpo contra el suyo como una dócil gatita y se dejaba mecer lentamente al son de la música en la penumbra del taller.

La deseaba, la necesitaba, más que el café y el tabaco, más que la última copa que tomó cinco años atrás, más que la tranquilidad de conciencia. Se moría por ella. Y, cuanto más se resistía, más intensa se volvía esa necesidad, tan intensa que amenazaba con destruirlo.

Podía ahuyentar a Vanessa. Sería muy fácil. La canción casi había terminado, en el equipo sonaría otro compacto y, cuando sonara, él le diría que la amaba y su vida se habría terminado.

Aún tenía una oportunidad de salvarse. Una oportunidad de ahuyentarla antes de que fuera demasiado tarde.

Zac se detuvo, le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo. Sus ojos brillaban en la oscuridad y su rostro tenía una expresión suave y soñadora. Zac habría podido correrse solamente mirándola.

Pero tenía que echarla de allí. De modo que dijo lo único que sabía que la ahuyentaría:

Zac: Métete en el asiento trasero del Cadillac.

Esperó que se indignara, que lo apartara de un empujón y echara a correr. Inflar los neumáticos no llevaría más de cinco minutos. Después Vanessa se iría. Zac nunca volvería a verla y estaría a salvo.

Ella lo miró, con la cara muy pálida y los labios, aquellos preciosos labios, temblorosos. Dio un paso atrás y dijo: Sí.




¡Hala venga, otra vez! ¡Ni que fueran conejos!
Vanessa que tonta eres. Pero vamos a ver, ¿¡no te ibas!? ¡Pues vete!
Me desespera esta niña.

¡El próximo capi promete!

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¡Un besi!


4 comentarios:

Lau B. dijo...

No hay mucho que decir!
Ella no se quiere ir! Tiene que pasar algo supremamente malo para que se vaya si es que se va algun dia!
Esos dos estan hechos es uno para el otro!!
Publica Pronto!
Bye
Xx

Unknown dijo...

Vane nunca se ira de ahi... ama tanto a Zac aunque no se de cuenta,y Zac tambien ama a Vane.

Y lo de la rata muerta fue Mike... como la vez pasada. Hasta Vane siente que hay un fantasma ahi aunque no lo asume....


Sube pronto.

Maria jose dijo...

Jajajajaja tu reacción me encanto
Fue igual a la mía
La nove esta buena, zac creyó que la
Espantaría pero resulta que vanessa
Esta loca por el
Sube pronto
Me gusta la novela es buena

Unknown dijo...

Los dos se aman con locura! Olvídense de que se ella se va, no se va a ir porque no quiere, ella no entiende eso, pero él igual intenta alejarla de él porque sabe que va a hacerle daño!!! No es eso lindooo??? Él está pensando en ella todo el tiempo, en su bien, él quiere protegerla y esos sentimientos a él lo asustan, es por eso que se comporta como una bestia a veces..

Bueno, me encantó el capi!!!
Sube prontitoooo!! ;)

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