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viernes, 6 de junio de 2014

Capítulo 12


Vanessa tardó un buen rato en dejar de llorar. Tan solo podía agradecer a Dios que Zac la hubiese dejado sola un momento, porque así había tenido ocasión de huir. Si se hubiera quedado, podría haber sido mucho peor. Podría haberle gustado.

Vanessa había creído que no corría peligro. Zac la había besado. La había tocado. Le había deslizado las manos debajo de la ropa y le había acariciado los senos. La había tumbado en la mesa de la cocina y la había cubierto con su cuerpo. Le había hecho todo aquello que Vanessa tanto temía. Aun así, ella había resistido.

Hasta que esa tarde la tumbó en el desvencijado sofá y la penetró. No la había besado. No la había acariciado. Apenas la había tocado. Sin embargo, casi logró que ella lo deseara.

Abajo se oía la infernal música de Zac, el rugido de un motor y golpes metálicos de herramientas.

Vanessa necesitaba lavarse, quitarse el olor de Zac. Y luego debía irse de allí lo más rápido posible.

Corrió por el pasillo y se duchó tan deprisa como pudo. Cuando salió del baño, sin embargo, aún se oía el estruendo abajo.

La puerta del dormitorio de Zac estaba entreabierta. Al menos, Vanessa supuso que era el dormitorio de Zac. Abrió del todo la puerta y entró. Si encontraba algunos zapatos, podría irse antes de que él se diera cuenta.

En el cuarto había poca cosa. Una cama grande, deshecha, con las sábanas revueltas. Vanessa se quedó mirándola un momento, nerviosa. No podía mirar aquella cama sin pensar en Zac. Tumbado. Con ella debajo.

Sobre las sábanas vio una prenda de color. Era una de las camisetas que ella había llevado un rato antes. Debió de caérsele mientras corría.

Vanessa agarró la camiseta y fue hasta el armario. No encontró calzado de ningún tipo. Frustrada, se giró de nuevo y se acercó a la cómoda situada frente a la cama. Movida por un impulso, abrió los cajones. Era más que probable que Zac le hubiese quitado el bolso y los zapatos, y aquel parecía un sitio apropiado donde guardarlos. Pero los cajones solo contenían ropa: camisetas, tejanos y calcetines. No había ninguna ropa interior. Vanessa no se sorprendió.

Hasta que vio una prenda de tela roja y rosa arrebujada en un rincón, debajo de las camisetas. Vanessa la sacó y sintió que el corazón se le encogía al reconocer la prenda.

No la había visto en trece años, pero se acordaba de ella perfectamente.

Cierto día Vanessa fue de compras con su amiga Sara y vio un vestido a rayas rosas y rojas en Macy's. Era un vestido algo atrevido, corto y escotado. Vanessa pensó que con él estaría muy atractiva, incluso deseable. Se puso el vestido y disfrutó sintiéndose sexy y seductora, por primera vez en su vida.

Su madre acabó quitándoselo, por supuesto. Lo hizo jirones y lo tiró al cubo de la basura, que era donde debía estar, dijo Isabella. Luego le compró otro vestido con el que Vanessa se sentía como una colegiala católica.

Sacudió el vestido y lo miró. Visto ahora, resultaba un poco vulgar, aunque en aquel entonces le había encantado. Ni siquiera las fuertes manos de Isabella habían conseguido romper del todo el tejido de poliéster.

Vanessa se lo acercó al rostro e inhaló el aroma del pasado.

Olía al perfume que usaba en aquella época. Y también desprendía un leve olor a gasolina y cigarrillos. Zac.

¿Cómo diablos tenía Zac el vestido? ¿Y por qué lo conservaba aún, después de tantos años? Era absurdo... Zac ni siquiera la había mirado cuando era una quinceañera y llevaba aquel vestido.

En honor a la verdad, debía reconocer que había sido a él a quien había querido impresionar vistiéndose así. Había querido que se fijara en ella, que viese que ya era una mujer adulta. Cuando solo tenía quince años, pensó Vanessa tristemente.

No quería ni imaginar cómo el vestido roto había acabado en manos de Zac. Lo único que sabía era que no lo dejaría allí.

Ya iba siendo hora de que se enfrentara a las personas que amaba. De que plantase cara a las exigencias y la desaprobación de Isabella. Diablos, tal vez incluso se pondría el maldito vestido cuando volviera a casa.

Y no permitiría que Zac volviera a tocarla. En cuanto lo oyera subir a su dormitorio, bajaría al taller, se metería en el maldito Cadillac amarillo y saldría de allí a toda velocidad, aunque tuviera que atravesar por la fuerza las puertas de madera del garaje. No pensaba seguir siendo víctima de las personas a las que amaba...

Bueno, no es que amara a Zac. Lo despreciaba. Lo había despreciado siempre, desde la noche en que Paul Jameson la violó en el asiento trasero de su Cadillac.

Aunque, por otra parte, jamás llegó a saber lo que había sucedido después. Jamás llegó a saber que Zac casi había matado a Paul de una paliza. Y ahora, mientras contemplaba el vestido que tenía en las manos, el vestido que Zac había guardado durante más de una década, Vanessa comprendió que era muy poco lo que sabía en realidad.


El Volvo le dio a Zac más trabajo de lo previsto, aunque por la tarde ya funcionaba de nuevo, probablemente mejor de lo que había funcionado nunca.

Vanessa no había dado señales de vida. No había salido de su fortaleza ni siquiera para comer o hacer pis, al menos que Zac supiera. Claro que había puesto un disco de Nirvana a todo volumen y era posible que no la hubiese oído.

Pero seguía en su cuarto, de eso no tenía duda. Podía sentirla allí, notaba su presencia en la piel. Como una hiedra venenosa, se dijo furioso.

Max tenía razón. Siempre tenía razón, maldito fuera. Era como Pepito Grillo: su puta conciencia. Los amigos en los que se podía confiar eran incluso más importantes que la mujer que uno deseaba... Zac lo había aprendido por las malas.

Dejaría que Vanessa se marchara.

Sacó el Volvo del taller, satisfecho al oír el suave ronroneo del motor. Casi había dejado de nevar, las farolas que aún funcionaban ya se habían encendido y soplaba un viento fresco y confortante.

Vanessa tenía tarjetas de crédito y doscientos dólares en el bolso. No tendría dificultades para alojarse en un hotel cuando se marchara de allí. Zac se había planteado meterle algo más de dinero en la cartera, pero ella probablemente habría montado en cólera al darse cuenta.

Aparcó el Volvo delante de la puerta del taller y paró el motor. Pensó en dejarlo en marcha. Vanessa querría irse como alma que lleva el diablo, y sería un detalle caballeroso por su parte dejar que el motor se calentara.

Pero, qué coño, él no era ningún caballero. Ya se estaba comportando como un tipo asquerosamente decente. Max se burlaría de él sin piedad. Insistía en que era mejor persona de lo que estaba dispuesto a reconocer, y con aquella conducta Zac no haría sino darle más munición.

En fin, no había otro remedio. No podía conducir el Cadillac sin pensar en Vanessa, y no era probable que eso fuese a cambiar. Pero Zac habría logrado soportar la tortura durante doce años. Podría soportarla durante otros doce. Además, había otras cosas de las que se sentía culpable. Como de la sangrienta muerte de Mike.

Al menos, se las había arreglado para evitar que Vanessa viera la habitación. Había sido imposible quitar toda la sangre de la vieja madera. Para ello, habría sido necesario arrancar las tablas del suelo y enlucir de nuevo la habitación. Zac no disponía de tiempo para eso. Después de que la policía se llevara el ensangrentado cadáver de Mike y retirara la cinta amarilla, Zac puso allí dentro todas las pertenencias de su amigo y cerró la puerta con llave. Tendría que haberle enviado las cosas a la Duquesa, pero se dijo que no le debía nada a aquella vieja zorra.

En realidad, esperaba que Vanessa fuese a buscarlas... y lo encontrase a él.

Pues bien, Vanessa ya lo había encontrado. Y ahora Zac se arrepentía de haber cometido semejante estupidez.

La habitación aún olía a muerte, a pesar de los tres meses transcurridos. Las manchas marrones del suelo y las paredes eran perfectamente visibles a la luz del crepúsculo, y Zac lo recordó todo. La figura destrozada y sin vida, la cara machacada, las ropas empapadas de sangre. Había visto muchas cosas en su vida, pero aquello era algo que tardaría en olvidar. Había permanecido sentado a la mesa de la cocina, oyendo el lejano alboroto que se producía arriba mientras golpeaban a su amigo hasta matarlo. Y no había hecho nada para impedirlo.

Se dijo que no sentía pena ni remordimientos. De haber tenido que hacerlo de nuevo, lo habría hecho sin dudar. Simplemente tendría que vivir con las consecuencias. Y nunca se había quejado del precio a pagar.

Zac introdujo las dos cajas de cartón en el maletero del Volvo. Vanessa seguía siendo tan ordenada como siempre. En el maletero no había libros desperdigados ni objetos colocados de cualquier manera. Estaba tan vacío como la vida de su dueña.

¿Y quién era él para juzgarla? Tampoco tenía nada en la vida salvo su trabajo, un par de amigos y un polvo ocasional cuando estaba de humor.

Bueno, eso y las reuniones.

Habría matado por una copa en ese mismo momento. En cuanto Vanessa se marchara, iría a una reunión. Se celebraban como mínimo tres reuniones los domingos por la noche, y Zac nunca había necesitado tanto asistir a una desde que dejó la bebida. Debió imaginar que la presencia de Vanessa pondría en peligro cinco años de abstinencia. Ninguna mujer valía la pena hasta ese punto.

Sacó de la caja fuerte el bolso y los zapatos.

Estaba oscureciendo, pero no encendió las luces.

No se molestó en amortiguar sus pisadas mientras subía la escalera. Esta vez quería que Vanessa lo oyera llegar. Que dispusiera de tiempo para esconderse. Si de algo estaba seguro era de que no quería volver a ver a Vanessa Hudgens nunca más. Sería incapaz de verla sin tocarla, y no debía permitirse esa debilidad. De todos modos, lo único que hacía era lastimarla... Cuanto antes se marchara, mejor. Después de tantos años, Zac estaba por fin listo para dejar atrás esa parte de su vida.

La puerta del cuarto seguía cerrada a cal y canto, pero ya no se oía ningún llanto al otro lado. No se oía nada.

Tal vez Vanessa ya se había marchado, aunque Zac no lo creía. Había desarrollado un sexto sentido que le permitía percibir su presencia, y sabía que estaba allí dentro, conteniendo la respiración, rezando para que él pasara de largo.

Zac llamó a la puerta.

Ness: ¡Vete!

Su voz aún sonaba espesa por las lágrimas, y Zac sonrió.

Peleona hasta el final. ¿Cómo se sentiría cuando desapareciera definitivamente de su vida? ¿Liberado? ¿O vacío?

Zac soltó las cosas junto a la puerta.

Zac: Aquí tienes tu bolso y tus zapatos. El Volvo está aparcado delante del taller. He guardado las cosas de Mike en el maletero. Permíteme un consejo... Si quieres seguir conduciendo un coche tan viejo, haz que lo revisen de vez en cuando. Hace años que deberías haberle cambiado las bujías y los platinos. No tendrás problemas para llegar con él a Rhode Island. Va mejor que antes. -No hubo respuesta al otro lado de la puerta, aunque Zac tampoco la había esperado-. Si necesitas más dinero en metálico, lo encontrarás en la caja fuerte del taller. La he dejado abierta. Y si lo que te preocupa es volver a verme, no temas. Me quitaré de en medio hasta que te hayas ido.

Tampoco entonces hubo respuesta.

Zac caminó por el pasillo hasta su cuarto, entró y cerró la puerta.


Vanessa permaneció sentada en el colchón con las piernas cruzadas mientras miraba la puerta con incredulidad. Tenía que tratarse de un truco, se dijo. Pero entonces oyó cómo Zac se alejaba por el pasillo y cerraba la puerta de su cuarto.

Justo cuando pensaba que empezaba a comprenderlo, la sorprendía con aquel gesto tan inesperado.

Abrió la puerta cautelosamente, casi temerosa de que hubiese mentido y la esperase allí fuera, pero el pasillo estaba oscuro y vacío. Y a sus pies estaban los zapatos y el bolso.

Vanessa los recogió rápidamente antes de que él pudiera cambiar de parecer y luego cerró la puerta tras de sí, sin dar crédito a su suerte. Zac la dejaba marchar, y nada en el mundo la obligaría a verlo de nuevo.

Miró por la ventana y comprobó que el Volvo estaba en el callejón, ligeramente cubierto de nieve. Si se daba prisa, podría marcharse antes de que anocheciera del todo, antes de que empezara a nevar con más fuerza, antes de que cambiase de idea...

¿Cómo diablos iba a cambiar de idea? Por lo que a ella se refería, Zac Efron era el hombre más peligroso del mundo. Destruía sus defensas, no aceptaba un «no» por respuesta, la aterrorizaba, le había robado y le había mentido. ¿Por qué no se ponía ya los zapatos y se iba tan deprisa como pudiera?

Si Max estuviera allí, podría hablar con él. Aunque no tenía ni la menor idea de qué iba a decirle. Que cuidara de Zac, quizá. Que velara por él.

No es que Vanessa lo quisiera. No es que le importara. No es que...

Comprendió, finalmente, que el único sitio al que iría esa noche sería al cuarto de Zac. A su cama de sábanas revueltas. Estaba cansada de tener miedo.

Le resultó fácil desconectar el cerebro y poner el piloto automático. Lo que iba a hacer no tenía ninguna lógica, de modo que no necesitaría pensar sobre ello. Se quitó la ropa que se había puesto después de ducharse apresuradamente. Los tejanos, la camiseta, la ropa interior blanca de algodón. En un rincón de la maleta había guardado las braguitas y el sujetador de seda rosa. Eran incluso más provocativos que la ropa interior de lavanda que había llevado antes.

El vestido aún le estaba bien, aunque le quedaba más ceñido que cuando tenía quince años. En el cuarto no había ningún espejo, pero Vanessa tampoco lo necesitaba. Sabía qué aspecto tenía. Estaba pálida, tenía el cabello revuelto y los ojos hinchados. Si se veía, se echaría atrás. Y ésta era su última oportunidad.

Si iba a acostarse con algún hombre, ese hombre sería Zac Efron. Él la deseaba: de eso ya no le cabía duda. De lo contrario, no habría guardado su vestido ni la habría retenido allí. Diablos, no la habría besado ni se habría acostado con ella en el sofá si no la deseara. A no ser que tuviera alguna retorcida cuenta pendiente con Mike. Y con ella.

No importaba. Ya nada importaba, salvo acabar lo que él había empezado.

Vanessa recorrió el pasillo y abrió la puerta del cuarto de Zac.

El dormitorio estaba a oscuras, iluminado únicamente por la parpadeante luz del televisor que había encima de la cómoda. Zac, que estaba echado en la cama con unos vaqueros y una camiseta blanca, giró la cabeza para mirarla. Vio el vestido que llevaba puesto.

Permaneció muy quieto. Luego movió el brazo, y Vanessa se dio cuenta de que le había quitado el sonido al televisor. El cuarto quedó en silencio.

Ella se lamió los labios, nerviosa.

Zac: Creía que querías irte.

Ness: Quería.

Zac: Creía que me tenías miedo.

Ness: Te tengo miedo.

Zac no hizo gesto de acercarse a ella ni de levantarse de la cama. Simplemente se recostó en la almohada y la observó.

Zac: ¿Entonces para qué has venido?

En su tono no había nota alguna de bienvenida, solo de frío recelo.

Vanessa deseó darse media vuelta y echar a correr, pero no lo hizo. Cerró la puerta y se apoyó en ella, sin retirar la mano del pomo por si aún tenía que huir.

Ness: Dijiste que debíamos terminar lo que habíamos empezado -la voz le temblaba un poco, de modo que carraspeó-. No creo que lo del sofá pueda considerarse un final adecuado. Si tan desastroso fue, creo que deberías darme la oportunidad de mejorarlo.

No podía creer que hubiese dicho aquello.

No podía creer que estuviese a solas con él en su cuarto.

En el semblante de él apenas se apreció una leve reacción.

Zac: No fue desastroso por tu culpa. Además, nunca has prestado atención a nada de lo que digo. ¿A qué viene ese cambio?

Vanessa soltó el pomo. Zac no parecía tener el menor interés en retenerla allí. Escapar sería fácil. Y, probablemente, lo más sensato.

Ness: Creía que me deseabas. Al parecer, has cambiado de actitud. Has comprendido que obrabas mal. Lástima que Mike no esté aquí para verlo... Se sentiría muy orgulloso de ti.

Zac: Mike nunca se sentiría orgulloso de un gesto noble.

La luz del televisor parpadeó sobre su pecho. Seguía siendo tan atractivo como doce años antes. E igual de inalcanzable.

Ness: Está bien. Quizá solo he venido a despedirme.

Él dudó un instante, y luego pareció tomar una decisión.

Zac: Entonces, hazlo como es debido. Ven aquí, Vanessa.

Ness: No.

La leve sonrisa que arqueó los labios de Zac rompió por fin su expresión enigmática y distante.

Zac: Tú has empezado esto. Tú has llegado hasta aquí. Ven a la cama.

Por un momento ella permaneció inmóvil, paralizada. Después dio un paso hacia él.




¡Vanessa, tonta! ¡No puedo creer lo que has hecho! ¡Sal de ahí mientras estés a tiempo!
Y quítate ese ridículo vestido, por Dios. Ya no tienes 14 años ¬_¬

En fin... a mi manera de ver, Vanessa no actúa con cordura. ¿Qué pensáis vosotras?

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


5 comentarios:

Unknown dijo...

Estoy suuuuuuuuuper perdida!
Que ha pasado con Max?
Y Vanessa.... no aprende mas no? Queria irse y ahora que Zac la deja machar no se va... no la entiendo jajaja.


Genial el capii
Sube prontoo

Lau B. dijo...

AAAAAAAAAA!!
Pienso que es una guerrera! por fin va a vencer su miedo.
Siento que este es el principio de lo bueno!!
ambos se van a dar cuenta de lo que realmente significan el uno para el otro... no no se van a dar cuenta, lo van a aceptar!
En serio no se dan cuenta?
Zac la iba a dejar ir POR FIN! pudo tomar la decision de dejar todo esa parte de su vida y Vanessa... bueno ella esta dispuesta a enfrentar sus miedo mas grande! y ambas cosas las estan haciendo, cada uno, voluntariamente!
Sube pronto!!!
Bye
Xx

Lau B. dijo...

PS: Estoy preocupada por Max! Es el unico que me cayo bien desde el principio! Por favor que no le haya pasado nada!!

Maria jose dijo...

Queeeeee???? Por qué término
Cortaste el capítulo como si fuera pelicula jajajaja
Sube pronto ya quiero leer el próximo capitulo
Vanessa se le va a entregar
Ya quiero saber maaaaassss!!!!!

Unknown dijo...

Wooooooooooooo!! Pero querida!! Ya te habían dado lo que querías y tú necia sigues allí!!!!! Jajaja Vanessa lo desea tanto que se queda en lugar de huir!.. Pero.. Zac.. él es bueno, yo lo sé, muuuuy en el fondo, pero lo es!!! Estaba dispuesto a dejarla ir y se dio cuenta que sólo la hizo sufrir!

Y dónde está Max? Lo mataron supongo.. y ellos ni cuenta jaja!!!

Síguela prontoooo!! Me encantaaa!!! Porfaaa!!
Cuídate! :D

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