topbella

martes, 17 de junio de 2014

Capítulo 16


No se había parado a ponerse una chaqueta, pero le daba igual. La camisa de franela le bastaría para resistir el frío y alejarse de Vanessa un rato.

Debió haber esperado su reacción, desde luego. Vanessa se había educado con la Duquesa, al lado de Mike. Era imposible que no se hubiese corrompido, pese a su aparente inocencia. Le gustaba acostarse con él, sí... Haría cualquier cosa que Zac quisiera si la tocaba de la forma adecuada. Cualquier cosa menos confiar en él.

Era absurdo que eso le molestase tanto. ¿Por qué diablos necesitaba que Vanessa confiara en él, cuando lo único que deseaba era tirársela? Acabar con doce años de frustración en el menor tiempo posible.

Quizás era porque Vanessa había confiado en Mike, había creído en él como jamás creyó en Zac. Mike era la criatura más traicionera que Zac había conocido, y ella seguía considerándolo un santo. Mientras que a él lo veía como a un chico malo con el que pasar un buen rato.

Diablos, ¿acaso no era así como se veía a sí mismo? ¿No era así como deseaba que ella lo viera?

Hablaría con Max para aclarar sus ideas. Max siempre lo ayudaba a ver las cosas con claridad. Y lo acompañaba a las reuniones. Sí, iría a su casa y le pediría que lo llevara a Santa Ana en su coche.

Empezaba a hacer frío, así que Zac decidió apretar el paso para no congelarse las pelotas.

Pero, al llegar, vio que Max tenía todas las luces apagadas. Vivía en el primer piso de un decrépito edificio de apartamentos y siempre dormía con una luz encendida. Temía la oscuridad... Una flaqueza que había confesado a pocas personas, Zac entre ellas. Y su apartamento estaba a oscuras.

Zac sabía dónde dejaba Max la llave de reserva, y oyó los gatos antes incluso de abrir la puerta. Siempre le había hecho gracia la debilidad de Max por los gatos. Tenía tres, que enseguida empezaron a rozarse por las piernas de Zac emitiendo quejumbrosos maullidos. Parecían estar hambrientos.

Zac se agachó para recoger a uno de los peludos animalitos, acarició la cabeza de otro y luego se dirigió a la pequeña cocina de Max.

El plato de comida de los gatos estaba vacío. Era absurdo... Max adoraba a sus gatos. Nunca los habría dejado sin comida.

Zac llenó el plato de comida y al instante se vio recompensado con un par de ronroneos. Uno de los animales se restregó por sus tobillos, y otro decidió afilarse las uñas en su espinilla antes de ponerse a comer.

Zac encendió la luz de la cocina. Supuestamente los gatos veían en la oscuridad, pero Max nunca les dejaba las luces apagadas.

La vecina del piso de arriba, una viuda regordeta que también amaba los animales, prometió cuidar de los gatos hasta que Max regresara.

Zac, sin embargo, tuvo el presentimiento de que Max no volvería nunca.

Caminó por la nevada calle hasta la iglesia de Santa Ana. Quedaba lejos y no llevaba chaqueta, pero le importaba una mierda. Habían ocurrido demasiado desgracias en las últimas veinticuatro horas.

Normalmente, era una persona cínica, pragmática y realista. Pero ahora le rondaban en la cabeza toda clase de macabras fantasías, y estaba a punto de enamo...

Diablos, no. Solamente necesitaba asistir a una reunión para aclarar su mente. Luego se pasaría por el apartamento de Max y encontraría allí a su viejo amigo, que tendría una excusa perfectamente válida para haberse ausentado del apartamento.

Después, cuando regresara al garaje, agarraría a Vanessa, la metería en su coche y le cerraría la puerta.

O tal vez ni siquiera la tocaría. Tocarla solía acarrearle problemas. Podría echarla con facilidad simplemente hablándole.

Aunque lo más seguro era que se hubiese marchado ya. Zac así lo esperaba.

Encendió un último cigarrillo antes de entrar en la reunión. Los domingos por la noche, Santa Ana estaba abarrotada. El café era horrible, pero al menos estaría caliente. Y tal vez las cosas empezarían a tener algo de sentido.


Vanessa se derrumbó en una de las sillas de la cocina y miró la puerta con incredulidad. Zac se había largado, sin más. La había llevado al borde del orgasmo y luego se había ido como si tal cosa.

Debía de haber superado su obsesión con increíble rapidez, se dijo amargamente. No había tardado mucho en saciar un deseo acumulado durante doce años.

Que se fuera a la mierda. Que se fueran todos a la mierda. Estaba cansada de sentirse vulnerable, necesitada e indefensa. ¿Que Zac había desinflado los neumáticos? Pues bien, Vanessa había visto el compresor y se las arreglaría para inflarlos ella solita. Inteligencia y determinación no le faltaban. Luego se marcharía pitando antes de que él regresara. Eso era lo que Zac quería, ¿verdad? Lo que ambos querían.

Si no conseguía inflar los neumáticos, se llevaría el primer coche que lograra poner en marcha. Cualquiera menos el Cadillac amarillo. Prefería caminar descalza por la nieve antes que volver a meterse en aquel maldito coche.

Era la primera vez que se quedaba sola en el garaje. Sin la música de Zac sonando a todo volumen, aquel sitio parecía vacío y desolado. Embrujado, casi.

Sus zapatos estaban manchados de sangre, pero eso no le importaba. Se los puso y después se dirigió hacia el taller, negándose a mirar hacia atrás. No conseguía librarse de la sensación de que alguien o algo la observaba, y ahora, al estar el garaje desierto, dicha sensación era aún más intensa.

El viejo edificio crujía con el viento, que hacía temblar las ventanas y sacudía las puertas del taller. Arriba se oían unos débiles ruidos. Más ratas, supuestamente. Vanessa también oyó el sonido de sus propios pasos mientras caminaba por el suelo de cemento hacia el viejo Volvo.

Evitó intencionadamente mirar el Cadillac. Le daban ganas de darse de cabezazos contra la pared por haber sido tan estúpida. Había hecho exactamente lo que Zac quería. Y lo que quería era tirársela en el asiento trasero de su descapotable, como debió haber hecho muchos años antes.

Claro que ella también puso su granito de arena. ¿Cómo se le había ocurrido hacerle una felación, cuando era algo que solía darle asco? ¿Y cuál de los dos seguía aún excitado? ¿Cuál se había marchado sin pensárselo dos veces?

Engañándose no conseguiría más que malgastar energía, se dijo Vanessa. Era mejor aceptar la verdad y reconocer que siempre había deseado a Zac Efron. Probablemente nunca dejaría de desearlo.

No podía soportar el inquietante silencio del taller. Puso un compacto elegido al azar y subió el volumen de la música antes de acercarse al coche.

El compresor era algo más complicado que los que había en las gasolineras y no tenía manómetro. Vanessa tendría que calcular a ojo la cantidad de aire necesaria para inflar los neumáticos. Luego, una vez que se hubiera marchado de allí, se detendría en alguna estación de servicio para que un profesional los ajustase.

Infló sin problemas tres neumáticos, pero el cuarto decidió resistirse. Después del tercer intento, Vanessa se dio cuenta de que el maldito neumático tenía un corte.

¿Por qué iba Zac a hacer algo semejante, cuando lo único que pretendía era demorar su marcha? ¿Por qué iba a estropear el neumático? Zac Efron podía ser muchas cosas, pero no era mezquino.

Ni Vanessa Hudgens era una derrotista. Había cambiado neumáticos en otras ocasiones, y no tendría problemas para cambiar aquél.

Al ponerse de pie, se sintió ligeramente mareada. Había comido poco, se dijo mientras se apoyaba con una mano en el parachoques del Volvo. Ya comería cuando se largara de allí. Aunque el solo hecho de pensar en la comida hizo que se le revolviera el estómago.

Rodeó el vehículo. En el suelo, debajo del maletero, había una mancha de color oscuro, y Vanessa maldijo entre dientes. Debía de ser un escape de aceite o de líquido de frenos. Algo oscuro y viscoso que se extendía debajo del coche, en la oscuridad.

Vanessa estaba a punto de abrir el maletero cuando en el equipo empezó a sonar otra canción. Se quedó petrificada.

La voz quejumbrosa de Bono, el vocalista de U2, llenaba el taller, y Vanessa no sabía qué le dolía más, el corazón o el estómago revuelto.

Aquella música evocaba amor y sexo, y resonaba en lo más hondo de su alma.

También le dolía la cabeza, pero hizo un esfuerzo para alejarse del Volvo y parar aquella maldita canción antes de que la hiciera llorar. Tendría que haber corrido, pero, por algún motivo, parecía moverse a cámara lenta. El olor a gases de escape que impregnaba el taller era más intenso que nunca. Cuando Vanessa logró por fin apagar el atronador estéreo que había encendido fácilmente un rato antes, estaba a punto de desmayarse.

El desierto taller tendría que haberse quedado en silencio, pero no fue así. El motor de un coche rugía vilmente.

Vanessa avanzó hacia los vehículos aparcados en el lado izquierdo del taller, solo para darse cuenta de que el ruido procedía de todas partes. Había más de un coche en marcha, bombeando monóxido de carbono en la habitación. Con razón estaba mareada y tenía ganas de vomitar.

Lo mejor que podía hacer era salir corriendo de allí antes de perder el conocimiento. Trató de correr hacia la puerta de la cocina, pero era como caminar sobre una masa de gelatina. Se le enredaron los pies y cayó de bruces en el suelo de cemento.

Vanessa intentó levantarse, pero le fallaron los brazos. Se dejó caer de nuevo, recostó la mejilla en el rugoso cemento y empezó a cerrar los ojos. Si no se levantaba, moriría. Era así de simple. Solo una persona podía haber puesto los motores en marcha. Zac debía de haber regresado, sin que ella se diera cuenta, para acabar lo que había empezado un rato antes.

No tenía sentido. Él no tenía motivos para querer matarla. Aunque quizás un hombre apodado «Asesino» no necesitaba ningún motivo. Tal vez ya se había hartado de tener que aguantarla.

Trató de moverse, de arrastrarse hacia la puerta, pero no pudo. Intentó abrir los ojos y creyó ver a alguien de pie delante de la puerta cerrada.

Ness: Auxilio... -suplicó con voz ronca, pero la figura no se movió-.

Los párpados le pesaban como el plomo, pero se obligó a abrir los ojos y miró al hombre que permanecía entre las sombras.

Y entonces comprendió que se estaba muriendo y que no podía hacer nada para evitarlo. Porque Mike estaba allí de pie, a su lado, esperando a que se reuniera con él.

Y Vanessa dejó de luchar.


La miró con verdadero afecto. No importaba que Zac y ella hubiesen estado copulando como conejos. Vanessa siempre había sido su hermanita pequeña y lo había considerado una persona maravillosa. A él le había gustado esa admiración ciega. Naturalmente, Vanessa ignoraba por completo cómo era en realidad. La adoración basada en la ignorancia no tenía mucho valor a la larga.

Tía Isabella, en cambio, sí sabía cómo era. Sabía lo que había hecho, las cosas que seguía haciendo, y lo había amado y protegido igualmente. Le había brindado su protección sin reservas. Y no lo había hecho solo por la memoria de su hermana fallecida. Veía a Mike como si fuera hijo suyo realmente. Se había casado con su primo segundo para preservar el apellido Hudgens y, al final, no había podido tener hijos. Solo quedaba Mike, que se convirtió en el centro de su vida. Vanessa ocupaba un segundo plano, al menos por lo que a Isabella respectaba.

Morir había sido lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Por primera vez, había escapado de la obsesiva devoción de tía Isabella, lo cual resultaba enormemente liberador. Recomendaría la muerte a todo el mundo sin dudarlo... De momento, su existencia fantasmal era la época favorita de su vida.

Vanessa había perdido el conocimiento por completo. Se acercó a ella y la contempló. Matar a alguien querido producía un placer especial... una emoción incomparable. Vanessa le había hecho ese regalo, y le estaba tan agradecido que casi se le saltaron las lágrimas. Se acuclilló para tomarle el pulso. Era lento. Casi inexistente.

La colocó boca arriba. Zac había estado dentro de ella... Él los había visto. Tirarse el cuerpo moribundo de Vanessa sería casi como tirarse a Zac. Algo que había deseado durante mucho, mucho tiempo.

Pero el taller estaba lleno de veneno, y no podía quedarse allí. Además, Zac podía volver.

Le levantó la camiseta, agarró un cuchillo y le rasgó el sujetador. En los senos aún tenía señales hechas por la boca de Zac, por la aspereza de su barba.

El cuchillo estaba muy afilado. Lo había limpiado después de acabar con Max, y lo había vuelto a afilar. Era un hombre que apreciaba sus herramientas y las cuidaba primorosamente.

La piel de Vanessa era morena y suave. Debería tener otras señales además de las de Zac.

Apretó la afilada punta del cuchillo contra la tersa piel.

Cuando hubo terminado, volvió a bajarle camiseta. La sangre empezó a filtrarse enseguida por el tejido de algodón.

Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la débil boca. Un beso con lengua. Luego se levantó.

El monóxido de carbono no debería perjudicar a un muerto. ¿Cuántas veces podía morir un hombre?

Pero aún no estaba preparado para ver a Zac. Volvería a esconderse en uno de sus lugares estratégicos y esperaría a que regresara. A que encontrara el cuerpo de Vanessa. Y entonces empezaría lo bueno.


Cuando Zac salió del sótano de la iglesia, ya estaba nevando otra vez. Iba a ser un invierno terrible, pero a él no le importaba. Prefería la nieve a la lluvia de Rhode Island.

Nada más llegar al taller, volvería a inflar los neumáticos del Volvo y Vanessa podría marcharse. Si no se las había arreglado para inflarlos ella sola, claro. Ganas no le faltaban.

Debería sentirse mejor, se dijo Zac. Normalmente solía sentirse sereno y centrado después de una reunión, pero esa noche no. Se había pasado el rato mirando el reloj, sin escuchar lo que decía el orientador.

Debía encontrar a Max. Debía asegurarse de que Vanessa estaba a salvo. De que sus irracionales sospechas no tenían un ápice de verdad.

Emprendió el camino de regreso a paso ligero. Tenía que combatir el frío, ¿no? Y correr era la mejor manera de hacerlo. En realidad no le preocupaba que Vanessa corriera algún peligro. Al fin y al cabo, ¿quién podría amenazarla?

Pero Zac lo sabía. En su dominio interno, lo sabía, y se sentía fatal por haberla dejado sola.

Oyó la música mucho antes de llegar al garaje. Nirvana, a todo volumen. ¿Qué estaba haciendo Vanessa en el taller? ¿Y qué hacía escuchando a Nirvana, si no le gustaba?

Vio que las puertas del taller estaban cerradas. Selladas, de hecho, por un zócalo de nieve. Y la puerta de la cocina no se abría, estaba atascada con algo. Zac la empujó con el hombro una vez, dos veces, hasta que finalmente se abrió y la silla que la bloqueaba se hizo astillas bajo la fuerza de su cuerpo.

De inmediato olió el monóxido de carbono que se filtraba por debajo de la puerta que daba al taller. No dudó. Vanessa no se había marchado ni estaba arriba. Estaba en aquel taller cargado de aire envenenado.

Echó abajo la puerta de una patada. Una espesa capa de humo azulado cubría el suelo de cemento, y Zac tardó un momento en ver a Vanessa tumbada boca arriba entre las dos hileras de coches.

La tomó en brazos y la sacó del taller rápidamente. Todavía respiraba, y su pulso era regular, aunque Zac ignoraba cuánto tiempo había estado allí dentro.

Hasta la cocina apestaba a gases de escape, de modo que Zac llevó a Vanessa a la calle y la soltó en la nieve. Luego fue en busca de un montón de mantas para taparla.

Cuatro de sus coches estaban en marcha, llenando hasta el último rincón del taller de monóxido de carbono. Zac cortó primero la maldita música y luego intentó parar los coches. Ninguno tenía la llave en el contacto. Alguien les había hecho un puente.

Zac tardó apenas unos segundos en arrancar los cables que hacían funcionar los motores. A continuación, abrió las puertas del garaje para dejar salir el gas y corrió al lado de Vanessa.

Vio que estaba tiritando, lo cual era normal dado que se hallaba tumbada sobre un montón de nieve. Zac retiró las mantas y la tomó en brazos.

Ella gimió antes de abrir poco a poco los ojos. Parecía incapaz de enfocar su visión, y Zac comprendió que tenía que llevarla a un hospital cuanto antes. Pero, de repente, Vanessa saltó de sus brazos, se giró y empezó a vomitar.

Él siguió sosteniéndola igualmente. Cuando hubo dado las últimas arcadas, volvió a tomarla entre sus brazos y ella recostó la cabeza en su pecho.

Zac: Tengo que llevarte a un hospital -dijo al cabo de un momento, acariciándole la mejilla-.

Permanecía arrodillado en la nieve, tenía frío, estaba empapado e incómodo. Pero no quería moverse, no quería soltarla.

Ella meneó la cabeza contra su pecho.

Ness: No. Estoy bien.

Zac: Perdiste el conocimiento. Sabe Dios cuánta mierda de ésa has absorbido. Iremos en tu coche. Si el médico nos confirma que estás bien, podrás marcharte enseguida.

Ness: No podemos ir en mi coche. Rajaste uno de los neumáticos, ¿recuerdas?

El corazón de Zac se había calmado y su cerebro había empezado a funcionar por fin.

Zac: Yo no he rajado ningún neumático.

Ella no dijo nada. Simplemente acurrucó la cabeza contra su pecho, como una gatita que buscara consuelo. Por mucho que le costara, Zac tenía que preguntárselo. Dudaba que Vanessa supiera hacer un puente a un automóvil, pero ¿qué otra persona pudo haber sido? ¿Quién más había allí?

Zac: ¿Intentabas suicidarte? Dime la verdad, Vanessa.

Ella alzó la cabeza para mirarlo. Las lágrimas contenidas hacían brillar sus ojos.

Ness: Que sea tan estúpida como para amarte no significa que valga la pena suicidarse por ti. -Zac parpadeó sorprendido, aunque Vanessa no parecía consciente de lo que acababa de decir-. Había alguien en el taller. Yo había puesto la música muy alta y no oí nada hasta que fue demasiado tarde.

Zac: ¿Estabas escuchando Nirvana?

Ness: No. A U2.

Al menos, sus gustos seguían siendo los que él recordaba. Aún estaba sorprendido por lo que Vanessa había dicho antes.

Zac: Entonces, alguien intentó matarte.

Ness: Sí -apretó el rostro contra la camiseta blanca de Zac-. ¿Fuiste tú?

Zac: Yo no estaba aquí, ¿recuerdas? Además, si quisiera matarte no te habría salvado, ¿verdad? No tendría mucho sentido.

Ness: Nada tiene sentido -murmuró cansada-. ¿Podemos entrar? Tengo el trasero empapado.

Zac: El hospital...

Ness: No. Arregla el maldito neumático y me iré de aquí. No volveré a pisar tu casa nunca más -dijo con voz derrotada-.

Él deseó que volviera a decirle que lo quería. Se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que hasta entonces las mujeres solo le habían dicho eso cuando se estaban corriendo. Cualquiera podía creer que estaba enamorado mientras tenía un orgasmo. Sin embargo, Vanessa Hudgens había inhalado aire envenenado, acababa de vomitar y estaba sentada sobre la nieve, y le había dicho que lo amaba.

A Zac le resultaba tan extraño que apenas podía empezar a asimilarlo. Se levantó, y Vanessa emitió un gemido de dolor.

Zac: ¿Te encuentras bien?

No le gustaba que su voz sonara tan preocupada, pero no podía evitarlo.

Ness: Perfectamente. Creo que podré andar...

Zac: Yo te llevaré.

Para ser sinceros, solo buscaba un pretexto para tenerla abrazada.

En la cocina hacía frío. Las puertas abiertas por las que había escapado el mortífero gas habían dejado entrar el gélido aire nocturno. Zac cerró la puerta de la cocina con el pie, y después cerró también la del taller.

Zac: La habitación se caldeará enseguida... -dijo, pero ella empezó a forcejear-.

Zac siguió sujetándola instintivamente, hasta que Vanessa musitó «cuarto de baño» y no tuvo más remedio que soltarla.

Vanessa entró corriendo en el pequeño aseo que había debajo de las escaleras. Al cabo de un momento, Zac oyó que vomitaba otra vez. Decidió dejarla sola un rato. No era escrupuloso, pero ella sí, de modo que supuso que le haría un favor.

En el taller también hacía un frío glacial. Como el olor ya se había desvanecido, Zac volvió a cerrar las puertas de corredera y luego le echó un vistazo al Volvo.

Vanessa no había mentido. Uno de los neumáticos de la parte delantera estaba rajado. De hecho, sería imposible arreglarlo, aunque Zac podría cambiarlo por otro. Pero si él no había rajado el neumático, solo podía haber sido la propia Vanessa. ¿Quizá buscando una excusa para quedarse?

Qué más quisiera él. Se las había arreglado para inflar ella sola las otras tres ruedas, lo que indicaba que deseaba marcharse. Pero, entonces, ¿quién podía haber rajado el neumático?

El sospechoso más lógico era Max. El leal y entrometido Max, que creía saber lo que era mejor para Zac. Y tenía la estúpida y romántica idea de que Vanessa era la mujer perfecta para su amigo.

Pero Max había desaparecido sin decir palabra, cuando casi nunca salía del barrio. Además, no habría sido capaz de causar semejante destrozo, ni siquiera en nombre del amor.

Vanessa entró en el taller, aún más pálida que antes.

Zac: Sube y acuéstate. Arreglaré tu coche y podrás irte a primera hora de la mañana.

Ness: ¿Por qué voy a fiarme de ti?

Zac: Porque no tienes más remedio.

Al menos, era una respuesta sincera, aunque a Zac no le gustase.

Ness: Esa rata manchó de sangre todo el colchón.

Él ladeó la cabeza y la miró.

Zac: No hace falta que te diga dónde dormirás. Incluso puedes echar el pestillo, si quieres. Yo dormiré aquí abajo, en el sofá.

Sin poder evitarlo, Vanessa miró el sofá de reojo... y sus pálidas mejillas se tiñeron de color.

Zac se sintió fascinado. ¿Cómo podía ruborizarse después de todo lo que habían hecho?

Ness: Está bien.

Antes de que él pudiera responder, se dio media vuelta y desapareció por la estrecha escalera.

Zac deseó con toda su alma ir tras ella. No para echar un polvo, sino para tumbarse con ella en la cama y abrazarla aunque solo fuera un rato, antes de que se marchara para siempre.

Pero no volvería a tocarla. Cumpliría la promesa que se había hecho a sí mismo.

En el taller aún hacía frío, y Zac estaba muerto de cansancio. No le llevaría mucho tiempo arreglar el neumático de Vanessa, y los demás coches podían esperar hasta que ella se hubiese marchado. Entretanto, Zac dormiría unas horas en el desvencijado sofá.

Si tenía suerte y lograba conciliar el sueño.




Awwwwww! Ya empezamos a ver el lado tierno de Zac. Empezaba a pensar que no tenía ¬_¬
¡E incluso cree que podría estar enamorado! ¡Qué mono!

¡Pero Mike es repugnante! Mata a Max, intenta matar a Ness ¡y encima se la quería tirar! ¡Es asqueroso!

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


1 comentarios:

Unknown dijo...

Lo sabía lo sabía lo sabía!!! Mike era gay!!!!!! Deseada a Zac!!!!! Pero mató a Max!!! Noooooooooooooooooooooooooooo!!! Por qué?????? Era la única persona que realmente se preocupaba por Zac!! Qué pena... Y Mike es un asqueroso..

Pero pensé que había herido a Vanessa con un cuchillo, pero no ha dicho nada sobre eso, qué raro..

Me encantó el capi! Zac se está enamorando!!! Siiiiiiiiiiiiiii!!! *.*
Síguela pronto :D

Publicar un comentario

Perfil