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martes, 24 de junio de 2014

Capítulo 18


Zac observó cómo las luces traseras del Cadillac desaparecían en la nevosa mañana. Después cerró las puertas del taller, encerrándose con el cadáver de su mejor amigo. Con el fantasma de su más antiguo amigo.

Salvo que él no creía en fantasmas. Y menos en fantasmas que utilizaban un cuchillo para hacer lo que le habían hecho a Max. Reconocía la firma de Mike. Max no era la primera persona que Mike había asesinado. Aunque, por lo poco que había podido averiguar, Zac sabía que prefería hacer daño a las mujeres.

Agarró el paquete de cigarrillos y notó que le temblaba la mano. Tenía dos alternativas. Podía avisar a la policía y convencerlos de que él, un ex convicto, no tenía nada que ver con el cadáver que había aparecido en su taller. El segundo cadáver en tres meses. Dudaba que el teniente MacPherson diera algún crédito a sus explicaciones. Sobre todo, cuando le dijera que a Max lo había asesinado un muerto.

Pero lo peor era que harían que Vanessa volviera a Wisconsin. El Volvo era su coche y estaría lleno de huellas dactilares suyas. Tal vez la policía se conformaría con que prestara declaración en Rhode Island, sin tener que desplazarse. Al fin y al cabo, era improbable que una inocente de clase alta como Vanessa hubiese asesinado a un desconocido.

Pero Zac no podía correr el riesgo. No quería volver a verla nunca más. Hacía mucho tiempo que había aceptado que Vanessa no era para él. Haberla poseído en todos los aspectos durante dos días había sido un regalo inesperado.

Se palmeó los bolsillos buscando el encendedor, pero no lo tenía. Debía de habérsele caído mientras dormía abrazado a Vanessa.

En realidad, había dormido poco. En el viejo edificio había algo peligroso y maligno, y Zac no se atrevía a bajar la guardia. Además, deseaba contemplar a Vanessa. Sentir su corazón latiendo contra su pecho. Oír el suave sonido de su respiración...

Zac se acercó al Volvo para cerrar el maletero y contempló los restos de Max.

Zac: Lo siento, viejo amigo -dijo en tono suave-. Debí sospechar lo que sucedía. Debí haberte avisado.

No pensaba llorar. No había llorado desde que tenía ocho años y su madre se fue de casa y lo dejó con el borracho de su padre.

Miró el arrugado paquete de cigarrillos que tenía en la mano. Max siempre le había dicho que debía dejar de fumar, que el tabaco lo mataría. Pero era él quien había muerto, ¿verdad?

Zac: Toma, amigo -dijo arrojando el paquete dentro del maletero-. Es lo menos que puedo hacer por ti.

Zac sacó el coche de Vanessa del taller y después cerró las puertas con llave. Aún había un charco de sangre reseca en el suelo, donde había estado el Volvo, y no quería que alguien entrara y lo viera. Condujo en silencio, pensando en lo mucho que necesitaba un cigarrillo. Al menos, eso le servía de distracción y le impedía pensar en todo lo demás.

Wisconsin era un estado de terrenos muy llanos, pero en los límites del condado había un barranco estrecho y profundo cubierto de vegetación. En verano, los árboles y arbustos formaban una auténtica selva. Si orientaba el coche en la dirección adecuada, lo haría desaparecer en el fondo del barranco y tardarían décadas en encontrarlo.

No podrían identificar a Max. No tenía familia ni historial de ninguna clase. Zac ni siquiera sabía su verdadero nombre. Solo su apodo. Diablos, era posible que nunca encontraran el coche. Zac así lo esperaba.

Situó el coche en el mismo borde del precipicio y se bajó. Solo necesitó empujar un poco para que el Volvo empezara a moverse. Zac dio unos golpecitos con los nudillos en el maletero, un inútil gesto de afecto y de despedida.

Luego observó cómo el vehículo se despeñaba por el borde del precipicio y desaparecía en el profundo barranco. Los árboles y la nieve amortiguaron el ruido. La explosión final se oyó muy lejos, y el fuego apenas era visible desde lo alto del risco.

Zac permaneció allí hasta que las llamas se fueron extinguiendo y solo quedó una débil columna de humo.

Había empezado a nevar con más fuerza. Zac tenía el cabello, los hombros y los pies húmedos. No se había parado a ponerse unas botas y sus zapatillas de lona no eran el calzado idóneo para caminar por la nieve, pero le importaba una mierda. Necesitaba un cigarrillo, necesitaba que Max estuviese vivo, y necesitaba a Vanessa. Y no tendría ninguna de las tres cosas.

Cuando por fin regresó al garaje, casi era mediodía. Después de entrar, cerró la puerta y contempló la vacía cocina. La mesa de roble donde había estado a punto de poseer a Vanessa. Donde había jugado a las cartas con Max. Donde había permanecido sentado, fumando cigarrillo tras cigarrillo, mientras oía cómo golpeaban a Mike hasta matarlo.

Atravesó la cocina y volcó la mesa, tirando al suelo las tazas y los platos. Luego agarró una silla y la estrelló contra la mesa hasta reducirla a astillas. La siguiente tardó un poco más en hacerse pedazos. Zac recorrió la habitación y fue destrozando metódicamente todo lo que encontraba, el microondas, la vajilla, la comida... Hasta consiguió tirar al suelo el frigorífico.

Finalmente, permaneció inmóvil en medio del caos, tratando de recuperar el aliento. El destrozo debería haberlo ayudado a sentirse mejor, a desahogarse. Pero la furia seguía hirviendo en su interior.

Zac se dirigió hacia el taller. Miró el sofá donde había dormido con Vanessa. El charco de sangre en el lugar donde había estado el coche. Y entonces vio la palabra escrita con sangre en el suelo de cemento. Antes había quedado oculta debajo del Volvo.

«Mazmorra». Era como Mike llamaba a la casa de su niñez, la que había quedado arrasada en el incendio que acabó con sus padres. En realidad la mansión se llamaba Dungeness Towers.

La había bautizado así el bisabuelo de Mike, un inmigrante escocés que amasó una fortuna con el negocio del transporte y que erigió la imponente mansión como monumento a su propia importancia. La última vez que Zac la vio, solo quedaban dos de las torres y la cochera donde en otros tiempos habían vendido droga y manipulado coches robados. Zac se ocupaba de los coches. Mike buscaba gente que los robara, y luego Zac los desmontaba y los reconvertía en un tiempo récord.

Mike se encargaba de la venta de droga, actividad que a Zac no le interesaba especialmente. Había vendido marihuana y algunas anfetas en el instituto, pero Mike estaba empezando a traficar con drogas más peligrosas, y Zac había perdido el interés. En aquella época, reconstruir coches robados ya le proporcionaba toda la emoción que necesitaba.

Ambos llamaban a aquel lugar «la Mazmorra». Mike había dicho siempre que, cuando muriese, su fantasma volvería para rondar la vieja casa.

Zac cerró los ojos y se acordó del torso arañado de Vanessa. Habría preferido pensar en sus pechos, pero las señales eran más importantes. Por suerte, ella no había visto las palabras que le habían grabado en la piel. «Puta». «Traidor». «Mazmorra».

Otro mensaje, sin duda dirigido a Zac.

¿Quién sino él iba a mirar el pecho desnudo de Vanessa?

Tendría que ir a por Mike tarde o temprano. Aquello era una llamada, una invitación, un desafío. De un muerto que sabía que Zac lo había dejado en manos de sus enemigos y no había hecho nada para salvarlo.

Si Zac no iba a por él, el fantasma de Mike Hudgens iría a por Vanessa.

Era un enfrentamiento que tendría que haberse producido mucho tiempo antes. Los dos habían sido unos monstruos egoístas y autodestructivos en la adolescencia. Pero Zac había madurado, había aprendido a valorar mínimamente lo que era importante en la vida.

Mike siguió siendo un crío peligroso al que solo le interesaba la venganza y conseguir todo aquello que se le antojara, fuera cual fuese el costo.

Zac no tenía alternativa. Tal vez podía vivir allí solo, con el fantasma de Mike acosándolo y dejándole ratas muertas en señal de afecto.

Pero ya había perdido a Max y, si no hacía algo, Vanessa sería la siguiente.

En realidad, Zac no creía en fantasmas. Lo cual dejaba una sola posibilidad: Mike estaba vivo y era otro el que había muerto destrozado a golpes en la habitación de arriba.

Iría a por él, sí, a su debido tiempo. De momento, Vanessa se había marchado y estaba a salvo. Lo más inteligente sería no caer en la trampa de Mike. Permanecer en el garaje y esperar a que su fantasma siguiera acosándolo.

Porque Mike seguiría con aquel inexorable acoso hasta conseguir aquello que deseaba.

Al propio Zac.


Vanessa condujo a ciegas, concentrada en las carreteras nevadas y en la escasa visibilidad. Las condiciones mejoraron una vez que llegó a la interestatal, y el abundante tráfico de la mañana consiguió distraer aquella parte de su cerebro que seguía pensando en Zac. ¿Asesino? ¿Quién había asesinado a Max?

No podía haber sido Zac. Dios, que no hubiera sido Zac.

Se detuvo a desayunar en un McDonald's. El sándwich no le sentó muy bien, pero el café caliente y cargado le aportó la energía que necesitaba para continuar durante otras dos horas. Casi había llegado a la frontera de Indiana, tenía ganas de hacer pis y se estaba quedando sin gasolina. Paró en una gasolinera y sacó la billetera que Zac le había dejado en el regazo.

Tarjetas de crédito. ¿Quién habría pensado que un chico malo como Zac Efron acabaría teniendo tarjetas de crédito? Buscó la de la gasolina y luego observó horrorizada cómo el Cadillac absorbía treinta dólares de carburante.

Por suerte, el baño de la estación de servicio estaba razonablemente limpio. Mientras se lavaba las manos, Vanessa se observó en el espejo.

Tenía un aspecto espantoso. Como si acabara de ver un fantasma.

Con mucho cuidado, se quitó el suéter de Zac para mirarse el pecho.

Con razón le ardía tanto. Las marcas que recorrían su piel estaban rojas e irritadas, aunque ya no sangraban. Podía haber sido peor, se dijo. Quienquiera que le hubiese hecho aquello, no se había acercado a los senos. Le había hecho cortes y arañazos en todo el pecho salvo en los pequeños senos, y Vanessa no pudo sino pensar que había sido algo intencionado. La persona que le hizo aquello no quiso tocar sus pechos. No quiso tocar esa parte de su anatomía femenina.

Observó más de cerca las señales.

Había letras. Palabras. No podía leerlas en el espejo, dado que se veían al revés. Entornó los ojos y trató de invertir el orden de las letras. Con la primera resultó fácil. «Puta» era una palabra sencilla, aunque debía de ser la primera vez en su vida que alguien le dirigía ese insulto. La palabra escrita en la parte superior de su vientre era más difícil de descifrar. La D se veía con claridad, así como algunas vocales. Entrecerró más los ojos, intentando invertirlas. Parecía decir Mazmorra, pero ¿por qué diablos iban a grabarle esa palabra en la piel? ¿Y por qué diablos iban a grabarle nada en la piel?

Vanessa se bajó otra vez el suéter y desterró de su mente las preguntas.

Compró un paquete de seis latas de CocaCola light y una caja de dónuts, y regresó al coche. La billetera de Zac no contenía solo tarjetas de crédito, sino también un montón de dinero. Y su permiso de conducir.

Vanessa contempló la pequeña tarjeta de plástico. La foto no le hacía justicia, pero era la primera fotografía suya que veía. Miraba a la cámara con cara de pocos amigos, no se había afeitado y tenía el pelo demasiado largo. Vanessa siguió mirando la foto un buen rato, y comprendió que no iba a devolvérsela.

Ojeó el resto de las tarjetas y se detuvo al ver una de Alcohólicos Anónimos. ¿Qué demonios hacía aquella tarjeta en la billetera de Zac? Siguió buscando y halló la respuesta: un calendario de reuniones. El chico malo se había reformado.

Creyó que no había nada más en la billetera hasta que reparó en un bolsillo adicional. Extrajo la foto y deseó no haberlo hecho.

Era una fotografía de ella. Una fotografía que Vanessa no había visto nunca. Ni siquiera conocía su existencia.

Pero sabía cuándo se tomó. Fue en una tarde de verano, cuando tenía veinte años. Zac había desaparecido de su vida para siempre, o eso creía Vanessa. Su padre había muerto, y su madre había organizado la recepción posterior al funeral en el jardín de su casa de Marshfield. Era un hermoso día de verano, y Vanessa llevaba un vestido de color amarillo claro, el favorito de su padre. Su madre había protestado, afirmando que era poco respetuoso, pero por una vez Vanessa se había mantenido en sus trece. A su padre le encantaba aquel vestido, y ella amaba a su padre. Pese a la insistencia de Isabella, se negó a vestir de negro.

Estaba hablando con una amiga de su madre, tenía una taza de té en la mano y sonreía con la boca, aunque no con los ojos. Recordaba perfectamente lo que sentía en aquel momento, el deseo desesperado de estrellar la taza contra el suelo y salir corriendo. No obstante, se mantuvo firme y cumplió con su deber.

Mike debió de tomar la foto sin que Vanessa se diera cuenta. Y, de algún modo, Zac se había hecho con ella y la había guardado en su billetera.

Vanessa prefería no pensar en cómo la habría conseguido.

Conectó el móvil que había comprado con el dinero de Zac, esperó un poco hasta que se hubo cargado y luego marcó el número de su casa. Casi se sobresaltó al oír la voz de su madre al otro lado de la línea.

Bella: ¿Dónde estás, Vanessa?

Ness: Voy de camino de casa. Me temo que no llevo las cosas de Mike. En el garaje no había... no había nada.

Nunca había mentido, y ahora le estaba mintiendo a su madre.

Bella: No seas ridícula. Zac dijo que tenía dos cajas llenas de cosas de Mike. Quiero tenerlas, Vanessa. Son lo único que me queda de él.

Ness: Han desaparecido -contestó con rotundidad-. Igual que Mike.

Y, de repente, se quedó petrificada al recordar lo que había dicho Zac. Que Mike podía no haber muerto. Alguien rondaba el garaje, dejaba ratas muertas, había intentado hacerle daño, le había grabado palabras en la piel. Había asesinado a Max. Y Zac era muchas cosas, pero, a pesar de su apodo, no era un asesino.

Aun así, ese alguien no podía ser Mike. No podía ser que estuviese vivo, que hubiese intentado lastimarla. Era como un hermano para ella. Aunque Vanessa había descubierto que no se podía confiar en él. Le había mentido sobre lo sucedido la noche del baile, sobre otras muchas cosas. Y estaba muerto. Zac había identificado su cadáver.

Un cadáver que había quedado reducido a un amasijo irreconocible. ¿Y si Mike había matado a la persona que quería matarlo a él?

Bella: Vanessa, ¿me estás escuchando?

La voz de su madre sonó con estridencia en su oído, y Vanessa pensó de pronto que Isabella ni siquiera le había preguntado cómo estaba. Solo había preguntado por Mike. Vanessa no sabía si se debía al poder de sugestión de Zac o al hecho de que por fin había comprendido la verdad, pero ahora se daba cuenta de que nunca le había importado a su madre. Su padre sí la había querido, de eso no tenía duda, pero Isabella siempre había estado obsesionada con Mike. Y él se había aprovechado de ello.

Ness: Te escucho -dijo con voz débil. La piel del vientre le dolía otra vez. En esa zona tenía los cortes más profundos-. ¿Te suena de algo la palabra «mazmorra»?

Bella: Claro que sí. Mike solía llamar así a la casa de la familia. La casa que se quemó, la mansión de los Hudgens. En realidad, se llamaba Dungeness Towers, pero imagino que de pequeño Mike no sabía pronunciar ese nombre, por eso la llamaba «la Mazmorra».

Ness: ¿Qué le ocurrió a la casa?

Bella: Ahora no me interesa hablar de historia antigua, Vanessa. Quiero saber qué ha pasado con las cosas de Mike...

Ness: ¿Dónde está la casa?

Hizo caso omiso de las protestas de su madre.

Bella: En Connecticut. Al morir Mike la heredé yo, pero preferí no hacer nada con ella. Ese lugar está en ruinas y probablemente es peligroso. Cuando tenga algo más de fuerzas, haré que derriben la casa del todo y venderé el terreno. Al fin y al cabo, mi hermana y mi cuñado murieron allí. Ese sitio no me trae buenos recuerdos.

Ness: ¿Y a Mike?

Bella: Mike lo adoraba. Solía ir allí de acampada. Con ese horrible amigo suyo, Zac. Debí pedirle que derribara esa casa hace años.

Ness: ¿En qué parte de Connecticut?

Bella: En un pequeño pueblo llamado Danvers. ¿Qué importa eso?

Ness: Importa mucho -respondió en tono grave-.

Bella: Vanessa, quiero que vuelvas a Wisconsin, e insisto en que...

Vanessa cortó la comunicación y soltó el móvil en el asiento del pasajero. Estaba oscureciendo y, aunque había dejado de nevar, las carreteras seguían muy resbaladizas.

Haría lo más sensato. Buscaría una tienda de saldos y compraría una muda de ropa nueva, zapatos y artículos de tocador. Después se alojaría en un motel, cenaría bien y dormiría toda la noche.

Y ahí se acabaría su sensatez. Porque al día siguiente volvería a subirse en el coche de Zac y viajaría a Danvers, Connecticut, para enfrentarse al fantasma de Mike Hudgens. Quien nunca llegó a morir.




Oh, oh... Qué miedo =S
Se avecinan cosas, chicas. Cosas chungas.

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4 comentarios:

Maria jose dijo...

Sube el otro capitulo yaaaaa!!!!
Esta muy buena la novela, es una tortura esperar
Al siguiente capitulo, esta novela me esta volviendo
Adicta jajajajaja
Pero en verdad suba nuevo capitulo pronto
Se me hace que se van a encontrar ahí

Unknown dijo...

:o Puede que Mike este vivo y este pasando sus días en la Mazmorra!!!!!!!!! Como esta casi destruido, nadie sospecharía que él esta allí y el hecho de que el cuerpo de quien mataron estuviera casi irreconocible hace muy posible que no haya sido Mike!!

Qué novela para más intrigante!!!!!! Me encantaaaaaaa!! Está hermosa!! Porfa sube prontitoooo!! *.*

Lau B. dijo...

Puede que Mike este vivo? ESTA VIVO EL PEDASO DE PERVERTIDO ASQUEROSO DEPRAVADO!!!
Y ya quiero que lo maten en serio!
Uf!!! Soy una dama... las damas no le desean el mal a nadie!
ES UN DESGRACIADO!!!!
Publica pronto por favor!
Necesito ver que pasa!
Bye
Xx

Lau B. dijo...

Posdata: LA QUE HIZO CLICK EN IRA FUI YO!... y como diez veces!

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