topbella

jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 1


Era una fría noche de noviembre, y la calefacción del viejo Volvo había dejado de funcionar. Vanessa mantuvo los ojos fijos en la carretera sin prestar atención a las luces indicadoras que parpadeaban en el salpicadero, concentrada tan solo en su destino. Había puesto un CD de música New Age para relajarse, aunque solo sirvió para que su tensión aumentara mientras trataba de combatir los efectos adormecedores de la suave melodía. Sentía las manos entumecidas obre el volante.

¿Qué diablos estaba haciendo allí? Mike había muerto tres meses antes, asesinado... Yendo allí no solucionaría nada, no eludiría el dolor.

Se concentró en la carretera, procurando seguir despierta después de diecisiete horas al volante. Mike había muerto y nadie sabía cómo había ocurrido. Lo encontraron muerto de una paliza en un antiguo garaje de Cooperstown, en Virginia, y a nadie pareció importarle un comino. La policía se limitó a llevar a cabo una investigación superficial. Dijeron que había sido una disputa por un asunto de drogas. Tenían cosas más importantes en las que emplear su tiempo. Después de tres meses, nadie se acordaba ya de lo sucedido.

Nadie salvo Vanessa Hudgens y su madre. Mike había vivido con su familia desde que tenía diez años, cuando sus padres murieron en un incendio. Para Vanessa había sido un hermano, más que un primo. Isabella y Victor Hudgens habían querido a su sobrino como si fuese su propio hijo. A veces Vanessa tenía la impresión de que lo querían más que a ella, aunque siempre desterraba tan paranoico y desleal pensamiento. Sus padres la amaban tanto como a Mike. Todos querían al simpático e irresponsable Mike, con su espléndida sonrisa y su encanto natural. Incluso se parecía físicamente a los padres de Vanessa, con su atractiva tez clara y sus ojos azules. Un parecido del que Vanessa, que era hija adoptada, carecía.

Pero eso a ella nunca le había importado. En su pequeña familia había existido suficiente amor para hacer frente a la fatalidad. Una fatalidad que había acompañado a Mike como un vengativo ángel de la guarda y que culminó con su muerte a miles de kilómetros de su hogar.

La policía no dio importancia al asunto. Isabella, sí. Tras enterarse de la muerte de Mike, se sumió en una profunda depresión, negándose a comer y a salir de casa, llorando la pérdida de su sobrino con una pasión casi bíblica. Pero tanto Isabella como Vanessa necesitaban respuestas antes de dejarlo descansar en paz. Después de un triste día de Acción de Gracias, Vanessa se había subido a su viejo coche y había recorrido miles de kilómetros para buscar esas respuestas.

De haberse parado a reflexionar, no habría salido de Marshfield, Rhode Island. Las carreteras estaban abarrotadas, pues la gente solía desplazarse para pasar la festividad con la familia. Además, el coche de Vanessa se hallaba en las últimas. Apenas le servía para ir al pequeño colegio privado donde impartía clases. No estaba para trotes, y ya empezaba a dar señales de ello.

Los limpiaparabrisas habían dejado de funcionar horas antes. Por suerte, la lluvia había cesado. Después de cruzar la frontera de Wisconsin, Vanessa salió de la interestatal y tomó las oscuras y húmedas carreteras de las afueras de la ciudad. Morir en Wisconsin había sido como una especie de ofensa final, se dijo. Un personaje extravagante y especial como Mike debería haber muerto de forma más espectacular, no en una sórdida habitación situada en el piso superior un garaje.

Pero Zac Efron lo había dispuesto así. El mejor y más antiguo amigo de Mike, la persona que lo había arrastrado al arroyo. El hombre al que Mike solía llamar «asesino». Tal vez había hecho honor a su apodo tres meses antes.

La policía llegó a interrogarlo, pero lo dejó en libertad. No se presentaron cargos contra él y simplemente se cerró el caso cuando surgieron asuntos más importantes.

La pregunta que atormentaba a Vanessa era muy sencilla. ¿Lo había asesinado Zac Efron impunemente?

Ya en el oeste de Pensilvania, se preguntó qué diablos estaba haciendo, cómo se le había ocurrido ir en busca de un hombre capaz de cometer un asesinato. Un hombre que ya le inspiraba pavor cuando no era más que un raterillo adolescente. Llevaba doce años sin verlo. Zac ni se había molestado en asistir al funeral de su más antiguo amigo. Aunque él no hubiese matado a su primo, pensó Vanessa, seguía siendo culpable. Le había suministrado la droga a Mike, lo había empujado por el oscuro sendero que desembocó en aquella sórdida muerte. Zac tenía la culpa, aunque no hubiera sido el asesino.

Al llegar a Ohio, sin embargo, Vanessa había dejado de pensar en ello. Tanto ella como su angustiada madre necesitaban respuestas. Y Zac no se atrevería a hacerle daño. Quizá fuera un canalla sin estudios y con un amplio historial delictivo, pero era muy inteligente. Demasiado inteligente como para cometer otro asesinato sin temer las consecuencias.

Vanessa tenía un pretexto convincente para ir a verlo. Zac guardaba una caja con las pertenencias de Mike. A pesar de que Isabella se la había pedido con insistencia, él no se había dignado a enviársela. Solo Dios sabía que contendría la caja. Quizás el reloj suizo que había pasado de generación en generación, quizás alguna pista sobre lo ocurrido. O tal vez ropa sucia y facturas sin pagar. No importaba. Isabella estaba obsesionada con tener todo aquello que había pertenecido a Mike, de modo que, después de la triste comida de Acción de Gracias, Vanessa accedió a ir por la caja.

Empezó a notar el cansancio en Indiana. Solo había tomado café y galletas saladas, y el fuerte dolor de cabeza que la acompañaba era tan constante como un viejo amigo. Probó a quitar el CD para escuchar la radio, pero únicamente encontró cadenas que ofrecían hip-hop y música clásica que le daba sueño, así que volvió a poner el CD y agarró con más fuerza el volante.

Illinois pasó de largo como un borrón. Ni siquiera le importó conducir por Chicago, cuando normalmente el tráfico de la ciudad le causaba pánico. Ya estaba cerca, a pocos kilómetros de su destino. Tenía la dirección y un mapa.

También tenía un coche a punto de venirse abajo, pensó, justo cuando empezaba a caer una ligera nevada. Activó los limpiaparabrisas, sin acordarse de que estaban averiados. Las tinieblas de la noche parecían más densas en aquella carretera secundaria, la luz de los faros apenas disipaba la oscuridad.

Comprendió entonces que no eran imaginaciones suyas, ni cosa del cansancio. Las luces empezaban a debilitarse y el coche iba cada vez más despacio, hasta que se paró, con un súbito petardeo, en medio de la carretera. La música New Age seguía sonando, aunque distorsionada. Luego también el CD enmudeció, las luces se extinguieron del todo y Vanessa se quedó allí sentada a oscuras.

Llorar era una opción, pero Vanessa se resistía a hacerlo. En realidad, no había llorado desde que se enteró de la muerte de Mike. Temía no poder parar si empezaba. Y, desde luego, no se echaría a llorar antes de verse cara a cara con Zac Efron. No le daría esa satisfacción.

Bajó la ventanilla, puso el vehículo en punto muerto y salió. El coche estaba situado sobre una ligera pendiente, y Vanessa no podía dejarlo allí, en mitad de la carretera, por desierta que ésta estuviera.

Empujar un coche con el hombro era más difícil de lo que parecía, aun contando con la ayuda de la pendiente. Y guiarlo a través de la ventanilla abierta resultaba casi imposible. No hubo forma de pararlo cuando comenzó a deslizarse cuesta abajo y cobró velocidad, haciendo que Vanessa cayera de rodillas sobre el húmedo pavimento mientras veía cómo el vehículo se estrellaba de costado contra un bosquecillo de árboles.

Se estremeció al oír el estrépito del choque. Los Volvo eran resistentes; ya encontraría a alguien que la ayudara a remolcarlo y a repararlo al día siguiente.

Diablos, Zac vivía en un viejo taller de reparación de vehículos. A lo mejor el taller aún funcionaba y así podría matar dos pájaros de un tiro.

Su reloj de pulsera era una elegante reliquia de familia. Había que darle cuerda a diario, y llevaba horas parado. Vanessa no sabía qué hora era, aunque calculaba que debían de ser más de las doce de la noche. No había visto otros coches desde que se internó en la carretera secundaria que llevaba a la pequeña ciudad de Cooperstown. Tenía una alternativa: bajar por la pendiente, acurrucarse en el asiento trasero del coche y esperar a que amaneciese. La nieve caía con más fuerza, pero no se moriría por pasar una noche en el coche sometida a temperaturas bajo cero.

Lo malo era que quizá por la mañana se despertaría dolorida y entumecida, y se arrepentiría de haber hecho aquel impulsivo viaje. Tal vez alquilaría un coche más seguro, dejaría allí el Volvo y regresaría a su casa. Total, ¿qué información esperaba poder sacarle a Zac Efron, un hombre que jamás revelaba sus secretos?

No, eso no iba a ocurrir. Había llegado demasiado lejos, se había mentalizado para enfrentarse a él. No se volvería atrás en ese momento.

Estaba segura de haber seguido la dirección correcta. Su única opción era avanzar por la carretera desierta hasta encontrar lo que buscaba. Tan solo tenía que bajar por la cuesta nevada y sacar el bolso del coche sin caerse de nuevo.

Al final, no le resultó tan difícil. Tenía los pies entumecidos del frío y de tanto andar. Se había arañado una rodilla al desplomarse sobre el duro pavimento y se había dejado el abrigo en Rhode Island, donde hacía un tiempo muy suave para esa época del año.

Vanessa siguió caminando, envuelta en un grueso jersey de lana ya algo gastado, abriéndose paso a través de la nieve que caía lentamente.

El edificio donde Mike había muerto se alzaba solitario en las afueras de la pequeña ciudad deteriorada. Cooperstown ni siquiera figuraba en el atlas de carreteras. Vanessa había tenido que buscar el itinerario en Internet. Aquel lugar no era sino un pálido fantasma de la ciudad industrial que fue antiguamente, y el edificio, que seguramente había sido una fábrica, parecía abandonado. Vanessa habría pasado de largo si no hubiera visto la luz mortecina que iluminaba una de las mugrientas ventanas. Y el letrero de la puerta: Taller de Efron.

Permaneció inmóvil delante de la puerta, temiendo dar el último paso. De repente oyó voces y, al cabo de un momento, la puerta se abrió, llenándose la noche de luz y ruido, y dos hombres se precipitaron al exterior enzarzados en un furioso abrazo.

Vanessa retrocedió justo a tiempo mientras los hombres caían sobre la fina capa de nieve. Uno de ellos se ahorcajó encima del otro y comenzó a darle una serie de puñetazos en la cara, con una violencia que, en otras circunstancias, habría horrorizado a Vanessa. Hacía doce años que no veía cómo una persona golpeaba a otra. Y en aquella ocasión había sido el mismo hombre que en aquel momento era el autor de la paliza, comprendió con súbito miedo.

El hombre dejó a su oponente en el suelo y se levantó. Vanessa vio cómo se limpiaba despreocupadamente en el pantalón los puños llenos de sangre.

Zac: No vuelvas por aquí -advirtió-.

Era la misma voz. Algo más ronca, pero la misma. Mike había sido asesinado a golpes en aquel mismo edificio. Quizá víctima de aquellos mismos puños.

Vanessa siguió inmóvil en la oscuridad, sin hacer ruido, aterrada. Pero él la vio, de todas formas.

Zac: ¿Quién anda ahí? -preguntó irguiendo la cabeza hacia las sombras-.

No estaba solo. La silueta de otro hombre bloqueaba la puerta, impidiendo que la luz iluminara la escena. El que estaba en el suelo gemía entre maldiciones, pero fue lo bastante prudente como para no moverse. Por un momento, Vanessa se sintió tentada de huir, pero no lo hizo. Salió de la oscuridad y avanzó. Él la reconocería, por supuesto, a pesar de que no la había visto desde aquella noche de hacía tantos años, cuando la vida de ambos cambió irremisiblemente.

Zac: ¿Qué coño estás haciendo tú aquí?

Vanessa no se había equivocado. Él la había reconocido.

Ness: Vengo en busca de respuestas.

Fue lo único que logró contestar.

Zac: Mike ha muerto -dijo con una voz tan fría e inexpresiva como sus ojos-.

Ness: Eso ya lo sé. Lo que necesito saber es por qué.

Él no respondió. Era tal como ella lo recordaba y, al mismo tiempo, totalmente distinto. No podía verle la cara, pues quedaba a contraluz, pero distinguía la sangre de sus manos.

Zac: Vuelve a tu casa, Vanessa -dijo al fin-. Vuelve a tu seguro y cómodo mundo, a tu escuela. Aquí no hay nada para ti.

Ella ni siquiera se preguntó cómo sabía que impartía clases en una escuela.

Ness: No puedo. Se lo prometí a mi madre. Necesitamos respuestas.

Zac: Tu madre... -emitió una risotada gutural-. Debí suponer que la «Duquesa» tenía algo que ver. Me importa una mierda lo que queráis tu madre y tú; solo me importa lo que quiero yo. Y quiero que metas ese enclenque trasero en el coche y te largues antes de que pierda la paciencia. Ya estoy de mala leche y, como recordarás, no soy agradable cuando me enfado.

El comentario era tan absurdo que Vanessa se rió.

Ness: Tú no eres agradable nunca.

Zac: Tienes razón -miró tras ella-. ¿Dónde está tu coche?

Ness: Por ahí, averiado.

Zac: ¿Y se supone que yo he de rescatarte?

**: ¡Vamos, Zac! -dijo el hombre de la puerta-. Deja que la pobre chica entre y se resguarde del frío. La estás asustando.

Zac: Se asusta con mucha facilidad -repuso-.

**: ¡Venga, tío! De todos modos, ya hemos acabado la partida. No creo que Tom esté en condiciones de jugar a las cartas, al menos por un tiempo -el hombre salió al callejón; era un individuo menudo, flaco, más bajo que Vanessa-. Soy Max -se presentó-. ¿Tú te llamas Tessa?

Zac: Vanessa -corrigió-. Vanessa Hudgens. Es la hermana de Mike.

Instintivamente, Max dio un paso atrás. Parecía nervioso.

Max: No sabía que tuviera hermanas. Creí que había salido del huevo de una serpiente.

Ness: Era mi primo -dijo sorprendida-. Nos criamos juntos.

Max: Entonces sabes qué clase de persona era -respondió asintiendo-. No le hagas caso a Zac. Se pone así siempre que alguien hace trampa jugando a las cartas. Por eso Tom ha acabado tirado en el barro. Pero no consentirá que te quedes ahí fuera y te mueras de frío.

Zac: ¿Quién dice que no?

Con ese comentario sarcástico, volvió adentro, pero dejó la puerta abierta.

Max: En Zac, eso es lo más parecido a una invitación. Mejor será que entres antes de que cambie de opinión y nos deje a los dos a la intemperie.

La habitación estaba cargada de humo de tabaco y el desorden era total. Habían estado jugando al póquer en una vieja mesa, y había cartas y patatas de bolsa esparcidas por el suelo. Dos de las sillas estaban volcadas. Zac permanecía de pie en el rincón, fumando un cigarrillo y mirando a Vanessa con los ojos entornados.

Ella reprimió un golpe de tos. La habitación era una pocilga, pero ¿acaso cabía esperar otra cosa de un hombre como Zac?

Max: Así que eres hermana de Mike -dijo mientras la observaba mejor a la luz-. No os parecéis mucho.

Ness: Prima -volvió a corregir-. Simplemente nos criamos juntos. Y soy adoptada.

Max: Una suerte para ti -dijo en tono críptico; luego miró a Zac-: Quizá debería dejaros solos para que rememoréis los viejos tiempos.

Zac: Dudo que hagamos tal cosa -afirmó-.

Maax: Bueno, pues para que resolváis vuestras diferencias. Sé amable con ella, Asesino. No todos los días llega a tu puerta una preciosidad como ésta. Pórtate como un héroe, para variar -insistió en tono severo-.

Zac: Vanessa sabe que no soy un héroe. Recoge a Tom cuando salgas, ¿quieres? No quiero más complicaciones esta noche. Con ella ya tengo bastante.

Max: Descuida. Pero te lo advierto, la próxima vez que vea a Vanessa quiero que esté perfectamente bien y contenta.

Zac: Estará perfectamente bien, te lo garantizo. Lo de «contenta» ya no es responsabilidad mía.

Max: Qué curioso, eso no es lo que dicen tus mujeres -murmuró-.

Zac: Por si no te has dado cuenta, ella no es una de mis mujeres -espetó-.

Max: Oh, sí que me he dado cuenta -dijo con desenfado-. Me doy cuenta de todo. No te dejes intimidar por él, Vanessa. Es perro ladrador, pero poco mordedor.

No era eso lo que ella recordaba. Pero Max salió y cerró la puerta, dejándolos solos en la mugrienta habitación cargada de humo.

Zac se retiró del rincón, poniendo derechas las sillas volcadas mientras se dirigía hacia el fregadero. Se hallaban en una especie de cocina, con microondas, hornillo, un fregadero metálico y un viejo frigorífico lleno, sin duda, de cervezas. La mesa de roble del centro de la habitación ocupaba la mayor parte del espacio, y Zac pasó muy cerca de Vanessa para llegar al fregadero. No hizo intento alguno de esquivarla, y ella tuvo que retroceder para apartarse de su camino.

Mientras Zac se limpiaba la sangre de los nudillos, Vanessa observó sus manos. Eran grandes, fuertes, surcadas de pequeños cortes y cicatrices. Tenía los nudillos en carne viva. La sangre no era solamente de la víctima. Sin muestras aparentes de dolor, se quitó la sangre y se secó los castigados nudillos con una toalla de papel. A continuación, se giró y se apoyó en el fregadero para mirar a Vanessa de arriba abajo.

Max había sido muy generoso al calificarla de «preciosidad». Llevaba dos días sin dormir, no se había maquillado y su húmedo cabello negro se adhería desordenadamente a su rostro. Nunca había sido el tipo de Zac, a Dios gracias, ni siquiera cuando lucía su mejor aspecto, de modo que no corría ningún peligro. Si era posible no correr peligro con un hombre así.

Zac: Puedes pasar la noche aquí -dijo bruscamente-. Son más de las tres, y no estoy de humor para remolcar tu coche. Mañana pediré que lo traigan, lo arreglaré y podrás largarte.

Ness: ¿Lo arreglarás? -repitió-.

Zac: Soy mecánico, ¿recuerdas? Sé arreglar un coche. Pero no tengo grúa. Otros se encargan de traerme los vehículos -abrió el frigorífico, y Vanessa se sorprendió al no ver ninguna cerveza. Debían de habérselas bebido todas-. Supongo que has venido por las cosas de Mike. Por mí, estupendo. No hacen más que ocupar espacio.

Ness: ¿Y por qué no nos las enviaste?

Zac: No tuve tiempo.

Sacó una caja de leche, la abrió y empezó a beber.

Vanessa se preguntó cómo reaccionaría él si se desmayaba. Después de tantas horas sin comer, y tras la larga caminata, se sentía mareada y débil como un gatito, pero Zac ni siquiera la había invitado a sentarse. Deseaba ir hasta la silla más próxima, pero, por algún motivo, no conseguía moverse.

Advirtió que él la estaba observando otra vez. Sus ojos eran tan fríos y azules como ella los recordaba.

Zac: Pareces hecha mierda.

Ness: Gracias.

Zac se retiró del fregadero.

Zac: Vamos. Puedes desmayarte, y no me apetece nada tener que llevarte en brazos arriba.

Era más observador de lo que ella había supuesto. Zac abrió una puerta que daba a unas estrechas y oscuras escaleras. Luego empezó a subirlas de dos en dos. Vanessa se aferró al pasamanos y subió despacio, sabiendo que él la esperaba arriba.

Zac no se apartó cuando Vanessa llegó al piso superior. Hizo gesto de tomarle el brazo, pero ella se retiró bruscamente de él, presa de un súbito pánico. El respingo la hizo retroceder otra vez hacia la destartalada escalera. Si no se cayó fue porque Zac la agarró rápidamente y tiró de ella hasta situarla de nuevo en el rellano.

Zac: ¿Es que quieres matarte? -espetó-.

Era un hombre muy fuerte. Más fuerte de lo que ella recordaba.

Ness: Puedes soltarme ya.

Zac: ¿Para que te lances escaleras abajo? De eso ni hablar.

Avanzó por el pasillo, arrastrándola consigo.

La bombilla desnuda del techo apenas iluminaba el corredor. Aquel sitio apestaba a gasolina, comida y otras cosas en las que Vanessa prefería no pensar. Zac abrió una puerta y, acto seguido, tiró de un cordón. La luz no se encendió.

Zac: Mierda -musitó-. No te muevas de aquí.

Al menos, la había soltado. Vanessa esperó en el pasillo mientras él desaparecía por otra puerta. Cuando regresó, llevaba un saco de dormir y una lámpara pequeña. Empujó a Vanessa al interior de la habitación, enchufó la lámpara y la colocó en el suelo, al lado del colchón que constituía el único mobiliario del siniestro y pequeño cuarto.

Zac arrojó el saco encima del colchón.

Zac: Tendrás que apañártelas con esto. El baño está al final del pasillo. ¿Quieres un pijama?

Ness: Dormiré con la ropa puesta.

Él esbozó una sonrisa fría y fugaz.

Zac: Seguro que sí. Acuéstate, Vanessa. Mañana podrás volver a tu casa.

Y, antes de que ella pudiera contestar, cerró la puerta, dejándola encerrada en la pequeña y vacía habitación.

Había alguien allí, en el enorme y viejo edificio. Él no necesitaba verlo ni oírlo para saberlo. Sabía que había llegado alguien, por fin, para liberarlo de su confinamiento.

¿Temería el recién llegado a los fantasmas? Él no deseaba asustarlo, al menos por el momento. Primero debía ver si podía serle de utilidad. Si podía ayudarle a matar a Zac Efron. Llevaba esperando demasiado tiempo. Ya era hora de que Zac pagase.




¡Menudo primer capi!
Vanessa se ha metido en la boca del lobo y Zac, a parte de ser un mal hablado, es un idiota. Y el mote que le han puesto sus amigos da miedito =S
¡Ness, sal de ahí!

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


3 comentarios:

Unknown dijo...

OMMMGG!!! Ameeee este capi!!! Me encantó!!!! Qué tal introducción para la nove!!! Pero no entendí la última parte!! Fantasma??? Lo quieren matar??? waaaaaaaa me encanta!!!

Pero.. Zac parece que es pobre y que Vanessa tiene dinero, tuvieon una noche loca hace años?? Jajaja..

No sé, estoy delirando porque me encantó la nove!!

Síguela pronto :D

Maria jose dijo...

Gran primer capitulo
Se ve muy interesante
Sube pronto!!!!
Vanessa y zac otra vez de enemigos
Eso me encanta!!!!

Unknown dijo...

Wow! Que capitulooo!
Interesante, me da miedo de a ratos, fantasmas? alguien quiere matar a zac? Que tanto sabe zac?
Dios, que novela mas intrigante.

Sube pronto

Publicar un comentario

Perfil