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martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 3


Vanessa se despertó en la penumbra, desorientada, y luchó por dominar su pánico. Se oía un fuerte zumbido, tenía frío, le dolía la espalda y no sabía dónde estaba. La luz de neón volvió a brillar, iluminando el cuarto por un breve momento, y Vanessa lo recordó todo. Sintió que su pánico aumentaba.

Se incorporó y respiró hondo para calmarse. Nunca le había gustado dormir en camas extrañas. Por eso, entre otros motivos, había viajado hasta Wisconsin sin pararse a descansar en un motel.

Miró hacia la ventana, contemplando la mortecina luz grisácea del amanecer de noviembre. Ignoraba cuánto había dormido. Podían haber pasado horas o minutos. A la implacable luz del día, el pequeño cuarto parecía una celda. Se dio cuenta de que el zumbido procedía de una rejilla que expulsaba aire caliente. Al menos, aquel sitio tenía calefacción central.

Vanessa volvió a tumbarse y cerró los ojos. ¿Para qué iba a levantarse? Zac estaría durmiendo los efectos de lo que hubiese tomado la noche anterior y no se encontraría en condiciones de ayudarla. Al fin y al cabo, tampoco tenía interés en hacer nada por ella. Nunca se habían llevado bien.

Vanessa se estremeció. Lo sucedido aquella terrible noche, hacía ya tanto tiempo, nunca había llegado a borrarse de su mente. Pasaron los meses, e incluso los años, sin que Vanessa pensara en lo ocurrido, sin que recordara el dolor y la vergüenza. Pero bastó una mirada a los fríos ojos azules de Zac para que regresaran de golpe todos los recuerdos.

Respiró honda y lentamente para disipar la tensión de su cuerpo. Había pasado mucho tiempo, se dijo. Y Zac había acabado tan borracho que era imposible que recordara los detalles de lo ocurrido. Si es que se acordaba de algo.

Vanessa llevaba cuarenta y ocho horas con la misma ropa y empezaba a sentirse más que sucia. En cuanto saliera de allí, pararía en el primer motel que encontrara, se daría una ducha de dos horas e intentaría dormir un poco. Después se dirigiría directamente a Rhode Island, sin más respuestas que cuando emprendió aquella absurda búsqueda.

El cuarto empezaba a caldearse, de modo que Vanessa pudo prescindir del saco de dormir. Se pasó la mano por el cabello revuelto y, en ese momento, vio su maleta.

Se quedó mirándola, sin cometer el error de interpretarlo como una buena señal. Si Zac hubiese arreglado ya su coche, no le habría subido la maleta. No haría nada que contribuyese a prolongar su estancia allí.

Vanessa abrió la puerta que daba al largo y estrecho pasillo. La bombilla desnuda situada en el extremo iluminaba el cuarto de baño vacío. Las demás puertas estaban cerradas, y Vanessa se preguntó dónde dormiría Zac.

Tampoco es que le importara. Para entonces el baño presentaba un aspecto bastante decente y, ahora que tenía ropa limpia, la perspectiva de ducharse le resultaba cada vez más tentadora. No se marcharía hasta que Zac se despertara y le diera las cosas de Mike, y no estaba dispuesta a llevar aquella ropa sucia ni un momento más.

La puerta del baño tenía cerradura. Una de esas cerraduras antiguas con llave maestra. De haber sido más lista, podría haberse llevado la llave la noche anterior para cerrar la puerta del cuarto. Así Zac no habría entrado en la oscuridad para dejar allí la maleta. ¿Se habría detenido un momento para mirarla mientras dormía? Lo dudaba.

La bañera era una mugrienta antigualla con la ducha acoplada al techo, pero el agua salía caliente y las toallas olían a limpio.

Vanessa se peinó el cabello húmedo con las manos e hizo una mueca al verse en el espejo. Solo llevaba camisetas y tejanos en la maleta. Parecía una niñita de doce años, sin maquillaje, con el pelo mojado y aquellas ropas de chico. Cualquier otra mujer de veintiocho años se habría alegrado de parecer tan joven. Vanessa, sin embargo, se acordó de cuando tenía dieciséis años y Zac Efron era el aterrador centro de su universo.

Cuando salió del baño, el pasillo aún estaba a oscuras y las puertas seguían cerradas. Dejó la ropa sucia en un rincón del cuarto y luego se asomó a la ventana. Ya empezaba a clarear la mañana; debían de ser alrededor de las siete. Tenía dos alternativas: esperar a que Zac acabara de dormir la resaca y se levantara, o bajar para ocuparse de todo ella misma. No sería tan difícil. Debía localizar el coche, encontrar a alguien que lo remolcara, llamar a Isabella, buscar café y algo que comer...

Vanessa bajó con cuidado las angostas escaleras, agarrada al destartalado pasamanos. No había luces encendidas, de modo que, al llegar abajo, alargó la mano hacia la puerta de la cocina, cuando pisó algo blando y suave. Algo grande.

Gritó, cayó hacia atrás en la oscuridad y de inmediato se sintió como una idiota. Probablemente no había sido nada, una prenda de ropa tirada en el suelo, tal vez...

La puerta de la cocina se abrió de golpe y apareció Zac. Irradiaba impaciencia.

Zac: ¿A qué coño vienen esos gritos? ¿Te has caído?

Ness: He... he pisado algo -respondió tratando de no tartamudear-. Probablemente no era nada... -bajó los ojos hasta el pequeño recuadro de suelo situado al pie de la escalera. Tragó saliva-. O quizá sí.

Zac: Es una rata -dijo con una voz tan neutra como su expresión-. Salen de vez en cuando.

Ness: ¿Tienes ratas? -inquirió horrorizada-.

Zac: Perdona, princesa, pero esto no es el Taj Mahal, sino un almacén viejo. Es normal que haya ratas. Al menos, las que aparecen ya están muertas. Alguien debió de poner veneno detrás de las paredes hace años, y aún hace efecto. No hay peligro de que me roben la comida.

Comida, pensó Vanessa. Miró la rata muerta, pero ni siquiera el cadáver del animal bastó para distraerla.

Ness: Tengo hambre.

Zac: Pues ve a la cocina y busca algo de comer. ¿A menos que te apetezca rata frita?

Vanessa, que seguía sentada en la escalera, se levantó y lo miró furiosa.

Ness: ¿Puedes quitar la rata primero? No quiero pisarla.

Fue un grave error. Antes de que ella comprendiera sus intenciones, Zac la alzó en vilo y la llevó hasta la cocina. Después la soltó inmediatamente, como si no fuera más atractiva que la rata muerta.

Zac: Ya está, Alteza. Hay pan en la encimera y cerveza en el frigorífico.

Ness: Seguro que sí -repuso ella en tono hostil-. Pero no acostumbro a beber cerveza en el desayuno.

Zac: Deberías probarlo.

Agarró la rata por el rabo. El animal colgaba flácido de su mano, y Vanessa se estremeció.

Ness: Gracias, te dejaré a ti la cerveza.

Zac: Qué detalle -llevó la rata hasta la puerta trasera y la arrojó al callejón-. Asunto resuelto.

Ness: ¿Piensas dejarla ahí? ¿Para que propague enfermedades y Dios sabe qué más?

Zac: Con los carroñeros que hay en la zona, no durará mucho. Se la comerán sus hermanas o algún perro callejero. Bueno, haré café. El pan está en la encimera.

Vanessa encontró dos piezas de pan dentro de una bolsa de plástico.

Ness: ¿Y la tostadora?

Zac: Está estropeada. Encima de la hornilla hay mantequilla de cacahuete. Hazte un sándwich.

Vanessa se sentó a la mesa y empezó a prepararse el sándwich mientras observaba cómo Zac ponía la cafetera después de vaciar los posos del café antiguo.

Ness: ¿No la lavas primero?

Zac: ¿Para qué? Antes también contenía café.

Se apoyó en la encimera y la miró perezosamente.

Ness: Pero los restos harán que el café sepa amargo -dijo sin entrar en el aspecto de la limpieza-.

A juzgar por el aspecto de la cocina, la higiene no era una de las prioridades de Zac.

Zac: Quizá lo prefiero amargo.

Ness: No me cabe duda -contestó mientras devoraba el improvisado sándwich-. Supongo que no tendrás algo tan trivial como un refresco de cola.

Zac: Busca en el frigorífico, Alteza.

Zac había mentido sobre la cerveza. Debían de habérselas bebido todas durante la partida de póquer. El frigorífico solo contenía un trozo de queso, una caja de leche y varias latas de Coca-Cola. Vanessa sacó una, la abrió y tomó un largo trago, dejando que la endulzada cafeína burbujeara por su garganta.

Zac la observaba con una expresión indescifrable en el rostro.

Ness: ¿Qué sucede? -preguntó algo irritada-.

Zac: No creía que fueras de esas personas que beben directamente de la lata.

Ness: A lo mejor es que no me fío de tu concepto de la limpieza.

Zac: Seguro que para ti deja mucho que desear.

Ness: Así es. ¿Cuándo recogiste mi maleta? ¿Has traído mi coche?

Zac: Tu coche sigue metido en una zanja junto a la carretera. Y yo no recogí la maleta. Max fue a hacerme un recado, encontró el coche y trajo la maleta. Le has causado muy buena impresión. Aunque, claro, él no te conoce tan bien como yo.

Ness: Tú no me conoces en absoluto. No nos hemos visto en doce años. Y en aquella época no teníamos relación ninguna.

Zac: Eso no es lo que yo recuerdo.

Vanessa notó como si le dieran una patada en el estómago. Ni siquiera parpadeó.

Ness: ¿Tan claros tienes los recuerdos, con los años que han pasado?

Zac: Lo suficientemente claros.

Vanessa se preguntó si estaría imaginando el leve tono de amenaza que percibía en su voz. Probablemente no.

Ness: Necesito llamar a mi madre.

Zac: ¿Para qué?

Ness: Para decirle que he llegado bien. Y que me iré en cuanto el coche esté arreglado. Esta misma tarde, espero.

Zac: No te hagas ilusiones. Max dice que el coche está hecho polvo.

Ness: Esto es un taller, ¿no? Te pagaré para que lo arregles.

Zac: Trabajo con coches americanos, no importados. Se precisan herramientas distintas.

Ness: En ese caso, llamaré a mi seguro de coche. Tal vez puedan enviar a alguien para que lo repare y, mientras tanto, me hospedaré en un motel. O alquilaré un coche.

Zac: Cariño, esto es el culo del mundo. El único motel de la zona es uno de esos tugurios que alquilan habitaciones por horas. Y el único que alquila coches soy yo.

Ness: ¿Y qué?

Zac la miró de soslayo.

Zac: Que no dejo que mis coches salgan del Estado. Luego no hay forma de traerlos de vuelta.

Ness: Pensé que estabas deseando echarme de aquí.

Zac: Te equivocas -dijo en tono perezoso mientras retiraba la cafetera, que se había llenado ya de un potingue negruzco-. Me parece que voy a disfrutar reviviendo los viejos tiempos. Los idílicos días de mi juventud.

Ness: Tu juventud no fue lo que se dice idílica.

Zac: La tuya tampoco, princesa.

Ness: No es así como yo lo recuerdo. Tenía unos padres cariñosos, una vida segura, y a Mike, que era como un hermano y mi mejor amigo. Hasta que tú lo atrapaste en tus redes.

Él se sentó junto a la mesa y sacó sus cigarrillos. Vanessa pensó que hacía años que no había estado cerca de alguien que fumara, y observó fascinada cómo encendía un pitillo con su mechero plateado.

Zac: Los recuerdos pueden ser inexactos -dijo echándole una bocanada de humo-.

A Vanessa le habría gustado toser, pero, en realidad, nunca había sido particularmente sensible al humo. Además, era evidente que Zac intentaba incomodarla, y no pensaba darle la satisfacción de conseguirlo.

Ness: Quizá los tuyos lo sean. Creo que yo tengo los detalles mucho más claros que tú.

Zac: Lo que tú digas.

Ness: ¿Dónde está el teléfono?

Zac: En el taller. Es un teléfono público. Asegúrate de llevar suficientes monedas.

Ness: ¿Cómo es posible que no tengas una línea telefónica propia?

Zac: No me gusta que se inmiscuyan en mi vida privada.

Ness: Entonces, haré lo posible por irme de aquí cuanto antes. Tráeme las cosas de Mike y llamaré al seguro.

Zac: ¿A qué tanta prisa, princesa? Mike lleva muerto tres meses. No va a ir a ninguna parte.

Ness: ¿Ni siquiera te importa? -inquirió-. ¡Era tu mejor amigo! Erais como hermanos, y murió bajo tu techo. ¿Es que no sientes nada? ¿Pena, dolor, culpabilidad?

Zac: Yo no soy responsable de la muerte de Mike -repuso con voz distante-.

Ness: No he dicho que lo seas. Pero debiste haberlo protegido. Si se había mezclado con mala gente, debiste haber hecho algo para ayudarlo, lo que fuera...

Se interrumpió al ver la expresión irónica de él.

Zac: Será mejor que hagas esas llamadas -dijo mientras se servía una taza de humeante potingue negro-. ¿Quieres café?

Ness: Preferiría morir antes que beber eso.

Zac: Antes o después, carita de ángel, tendrás que aprender a rebajar tus exquisitos niveles de exigencia.

El olor del café era tentador. Vanessa estaba segura de que sabría fatal... demasiado fuerte y amargo, haría estragos en su estómago y en sus nervios. Ni siquiera con leche y azúcar estaría pasable... Aun así, le apetecía.

Se levantó y se pasó una mano por el cabello húmedo. Zac la estaba observando, cosa que no le gustaba ni pizca. Cuanto antes se marchara de allí, mejor.

Ness: Así que mi coche sigue en la cuneta de la carretera... ¿Qué carretera dijiste que era?

Zac: La 31.

Ness: Bien. Llamaré a la compañía aseguradora y a mi madre, y haré las gestiones necesarias para dejar de perturbar tu intimidad. Eso es lo que quieres, ¿no? Que me vaya pitando de aquí.

Zac: ¿Tienes alguna duda al respecto?

Apagó el cigarrillo mientras la miraba por encima de la estela de humo.

En realidad, Vanessa sí tenía dudas al respecto. Resultaba ilógico, pero Zac no parecía tener prisa por que se fuera.

Ness: Voy a buscar mi bolso. A lo mejor mi móvil funciona aquí.

Zac: A lo mejor -dijo mientras sorbía el café sin siquiera hacer una mueca-. Pero yo no estaría muy seguro. En tu lugar, no estaría seguro de nada.

Vanessa no se molestó en discutir con él. Subió las estrechas y oscuras escaleras, evitando pisar la mancha que había dejado el cuerpo de la rata, y fue derecha a su cuarto.

A la grisácea luz de aquella mañana de noviembre, la sobria habitación resultaba aún menos acogedora que antes. Tan solo contenía el colchón, el saco de dormir y la maleta de Vanessa.

Del bolso no había ni rastro.


Qué frío hacía allí arriba. Mike nunca creyó que llegaría a sentir tanto frío, mientras los observaba desde lo alto. Era extraña la sensación de flotar, etéreo, hasta que todo se enfocaba ante sus ojos. Debió suponer que ella acudiría. Lo que no entendía era cómo había tardado tanto en llegar. Seguramente había quedado destrozada con su muerte y no podía seguir viviendo en paz sin obtener respuestas. Había ido allí para enfrentarse a su viejo colega Zac. El hombre que lo había dejado morir.

Todavía no sabía con seguridad qué iba a hacer al respecto, a pesar de que había tenido mucho tiempo para pensarlo. El tiempo había dejado de tener sentido, los días se confundían unos con otros. Estaba atrapado en aquel viejo edificio, incapaz de marcharse, pero la había oído moverse por el almacén y había sabido que era ella.

Lo de la rata muerta había sido un buen detalle. Dejaba una cada pocos días. No había esperado que fuese Vanessa quien la encontrase, pero tampoco le importaba. Ahora Zac tendría que improvisar una explicación, y deprisa. Conociéndolo, no le diría a Vanessa que el fantasma de su primo asesinado rondaba la vieja fábrica.

No, era preferible explicar que estaba infestada de ratas. Lo cual era cierto. Infestada por una rata que había traicionado a su mejor amigo y lo había enviado a la muerte. Y por el propio Rey Rata, Mike Hudgens.

Los buenos siempre volvían.




Oh my God... =S
Esto va de mal en peor y Zac es cada vez más estúpido ¬_¬
Y la rata... ¡oh, Dios! ¡Qué asco! Vanessa, ¡sal de ahí!

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Ratas? Fantasmas? El primo de Vane esta vivo o esta muerto realmente???


Muy bueno el capitulo de hoooy, sube pronto

Unknown dijo...

Fantasma??????????? Wooooooooooooooooooo!! Me encanta! Pero WTF con Zac? Pensé que quería que se fuera y ahora ya no quiere jajaja..

Síguela pronto :D

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