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jueves, 30 de mayo de 2019

Capítulo 16


Vanessa abrió la puerta de la librería temprano, por segunda vez en dos días. Pero esta vez lo hizo con el rostro sonriente.

Ness: Hola. Acabo de llegar. El café aún tardará unos minutos.

Zac: No he venido para eso.

Una vez dentro, Zac cerró la puerta.

Ness: Ay, pasa algo. -Instintivamente, le cogió la mano-. ¿Problemas en el hotel?

Zac: No. Quiero saber por qué no me has contado lo de Austin Freemont.

Maldita sea, Ashley. Un rencor teñido de irritación se apoderó de ella primero.

Ness: No es algo de lo que quisiera hablar.

Pasó tras el mostrador. Aunque él no quisiera café, ella sí. Además, le ofrecía cierta distancia y algo que hacer con las manos.

Zac: Querrás decir que no es algo de lo que quisieras hablar conmigo.

Ness: Ni con nadie. Fue una situación incómoda. Trabajar de cara al público implica enfrentarse a situaciones incómodas de cuando en cuando.

Zac: ¿Cuántos clientes te atrapan aquí dentro y te ponen las manos encima?

Ness: No estaba atrapada. -Se negaba a verse así. Atrapada o indefensa-. Además, fue culpa mía, por abrirle la puerta.

Zac: ¿Por qué narices lo hiciste?

Dado que ella misma se había reprendido una decena de veces desde entonces, aquella pregunta hiriente le dolió como una bofetada. Se la devolvió.

Ness: Mira, Zac, fue instintivo. Un cliente a la puerta, y alguien a quien conocía.

Zac: Alguien que sabes que se te ha estado insinuando, acosándote.

Ness: Sí, y ahora sé que no debería haberlo dejado entrar. Confío en que entiendas que no volveré a cometer ese error. Se lo dejé claro a él, y a Ashley. Esto es asunto mío.

Zac: ¿Eso es lo que quieres? ¿Que no me meta en tus asuntos?

Ella resopló nerviosa.

Ness: No me refería a eso.

Zac: Eso es lo que has dicho, y eso me ha parecido, desde el principio.

Volvió a sentirse atrapada, esta vez por una preocupación a su juicio excesiva y lo que a su modo de ver era un enfado desmedido.

Ness: Estás sacando las cosas de quicio.

Zac: No lo creo. Cada vez que quiero echarte una mano, tengo que convencerte para que me dejes hacerlo.

Ness: No quiero aprovecharme de…

Zac: ¿Por qué narices no? Nos acostamos juntos… cuando tenemos ocasión.

Ness: Eso no implica que quiera o espere que te ocupes de lo que puedo hacer yo. Aprecio tu ayuda, y tú lo sabes, pero eso no significa que vaya a contar con que siempre estés pendiente de mí.

El silencio que se hizo a continuación resonó como una campanada.

Zac: Las parejas se cuidan, Vanessa, por eso son pareja. Y se lo cuentan si les pasa algo que les asusta.

Ness: En serio, Zac, en serio, estás haciendo una montaña de un grano de arena. Ashley…

Zac: No metas a Ashley en esto. ¿Se fue Freemont cuando le pediste que lo hiciera?

Ness: No.

Zac: ¿Dejó de tocarte cuando se lo pediste?

Ness: En realidad no me… -Sí, claro que sí, reconoció en su interior. Por qué complicar la estupidez con la obcecación-. No. No volverá a entrar aquí. No se lo permitiré. Ya se lo he dicho a mis empleadas.

Zac notó que aquello le escocía. También.

Zac: Se lo has contado a tus empleadas pero a mí no.

Ness: Oh, Zac -exclamó alzando las manos, frustrada y sintiéndose cada vez más culpable, a su pesar-. Les he dicho que fue grosero y se puso pesado esa mañana, y que no lo dejen entrar en la tienda. No se lo he contado todo con pelos y señales. Además, sabes qué, en realidad, esto es cosa mía, no tuya.

Zac: Es cosa nuestra. Es cosa de confianza.

Ness: Yo confío en ti, claro que sí. Supongo que el caso es que no te lo he contado porque sabía que te disgustarías y te cabrearías y me montarías el dramón. Y así ha sido: te has cabreado y me has montado el dramón, pero eso no cambia el hecho de que Austin sea un capullo integral y yo lo echara de mi tienda.

Zac: ¿Habrías podido echarlo si Ashley no hubiera venido a tu puerta?

Ness: Vino, así que…

Zac: Eso no es respuesta. Concédeme eso al menos, Vanessa. Concédetelo a ti misma.

Vanessa se angustió, porque no lo sabía, no estaba segura de la respuesta.

Ness: Creo… creo que la cosa se habría puesto difícil y… y tensa, pero…

Zac: Tensa. -Mirándola, asintió despacio con la cabeza-. Esa es la palabra.

Ness: Habría conseguido que se fuera, Zac. Siempre lo hago.

Zac: ¿Siempre? -apoyó las manos en el mostrador que los separaba-. Esa es otra. Ya lo ha hecho antes.

Ness: No, eso exactamente, no. Se pone pesado, sí, y resulta insufrible y molesto… y a veces me da un poco de miedo, vale. Se le ha metido en la cabeza que, si insiste, conseguirá que salga con él. Algo que no va a suceder jamás.

Zac: ¿Se ha presentado también en tu casa?

Vanessa pensó en el fin de semana de gastroenteritis y críos aburridos. Y esa no había sido la primera vez.

Ness: Sí, pero…

Zac: Maldita sea.

Ness: Zac…

Zac: Ese tío es más que un pesado, Vanessa. Te está acosando, y eso no puede ser. Tienes que ir a la policía.

Ness: No quiero hacer eso. Me niego.

Zac: No me creo que seas tan ingenua. -Se apartó y se dirigió a las pilas de libros. Vanessa notaba que se esforzaba con controlarse, pero aún había mucha rabia en sus ojos cuando volvió a ella-. A ver si me explico. Viene aquí cuando estás sola.

Ness: Yo le dejé entrar. El error fue mío.

Zac: Me da lo mismo. Te presiona, y no es la primera vez, para que salgas con él. Tú declinas la oferta. Le pides que se vaya. No se va. Entonces te asusta y te intimida acorralándote contra este mostrador. Le pides que pare, no para. Le dices que se largue, no se larga. Te pone las manos encima y no sabes qué habría pasado si no llega a venir Ashley oportunamente. ¿No es así?

Ness: Zac… -Algo en la expresión de Zac hizo que dejara de justificarse. Porque él tenía razón, lo reconocía. Y ella no era tan ingenua-. Sí, así es. Pero no me hizo daño, ni nada parecido.

Zac: Si no hubiera aparecido Ashley, posiblemente sí lo habría hecho. Viene aquí, se planta en tu casa. Piénsalo bien, después piensa en tus hijos y en lo que habría sido de ellos si el episodio de la tienda se te hubiera ido de las manos, si te hubiera pasado algo.

Ness: Eso no es justo. No es justo que metas a los niños en esto.

Zac: Desde luego que no lo es. Si esto es cosa tuya, también es cosa de ellos. Llama a la policía, cuéntale lo que pasó. Así queda registrado. ¿Quieres acabar con esto? Pues esa es una forma de acabar con ello. Es evidente que él no te hará caso. Puede que la próxima vez no venga por la tienda. Puede que decida pasarse por tu casa. A tus hijos les gusta abrir la puerta. Piensa en qué pasaría si uno de ellos lo deja entrar.

Ness: Ahora eres tú quien quiere asustarme. Lo estás consiguiendo -masculló-. Muy bien, llamaré a la policía, le contaré lo que ocurrió. Más que nada porque tienes razón: no me va a hacer caso. No se toma en serio mis negativas, mi desinterés. Supongo que, si hago esto, sí.

Zac: Bien, tengo la sensación de que a mí me tomará más en serio.

Ness: Lo sabía. -Lo señaló con un dedo-. Tenías que ir a plantarle cara. Convertirlo en un problema.

Zac: Vanessa, por el amor de Dios.

El tono, una especie de cansancio que a menudo percibía en su propia voz cuando los niños se portaban mal, le habría hecho gracia en cualquier otra circunstancia.

Zac: Es que es un problema. ¿Qué crees, que voy a desafiarlo? ¿Darle una paliza?

Ness: ¿No lo vas a hacer?

Zac: Me encantaría, y reconozco que fue mi primera reacción instintiva. Pero no, no es lo que voy a hacer. Voy a hablar con él, dejarle claro que, si vuelve a molestarte, sufrirá las consecuencias.

Ness: Vamos, que si vuelve a molestarme, le darás una paliza, ¿no?

Zac tuvo que sonreír.

Zac: Es entre posible y probable. Hay algo entre tú y yo. Tú me importas. Yo te cuento lo que voy a hacer porque, cuando hay algo entre dos personas, cuando dos se importan, se cuentan las cosas.

Algo de lo que dijo le llegó muy hondo y le produjo una sensación de vacío. Luego lo piensas, se dijo. Primero, el presente.

Ness: No veo que iniciar una disputa con él sea una solución.

Zac: Vanessa -le envolvió las manos con las suyas-, no he empezado yo. Ni tú. Haz lo que te toca. Llama. Yo haré lo que me toca. Si Austin tiene algo de sentido común, o instinto de supervivencia, te dejará en paz. -Le apretó las manos antes de soltarlas-. Quizá estés cabreada conmigo un tiempo. Yo todavía estoy un poco cabreado contigo. Lo superaremos.

Ness: ¿Sabes qué he observado siempre en ti y tus hermanos? Lo cabezotas que sois, y lo convencidísimos que estáis de que siempre tenéis la solución.

Zac: Cuando uno tiene la solución, eso no es ser cabezota. Es tener la razón, punto. -Se encaminó a la puerta y la abrió-. Tú eres la mujer de mi vida. ¿Otra cosa que tenemos mis hermanos y yo? Que siempre cuidamos de la mujer de nuestra vida. No sabemos hacerlo de otro modo.

Salió, se metió las manos en los bolsillos y cruzó la calle. Estaba algo más que cabreado, lo reconocía. Con ella, con el puto Austin Freemont, con toda aquella jodida situación.

Sabía fingirse sereno cuando era necesario. Sabía hacer uso de cierto autocontrol aun cuando no le apetecía.

Recorrió el hotel en busca de alguno de sus hermanos, o de los dos. El placer de ver y oler la pintura, a los hombres ocupados trabajando, no logró deshacer la rabia que todavía le roía las entrañas.

Percibió el olor a madreselva al llegar al segundo piso, y oyó que se abría de repente la puerta del balcón de la E y D.

Zac. Ahora no -masculló, y siguió hacia el tercero-.

Encontró a Alex en la cocina de la gerente, instalando los primeros armarios.

Alex: Bien, échame una mano.

Zac: Me voy a Hagerstown.

Alex: Échame una mano de todos modos. Ayúdame a colgar este. ¿Cómo te ha ido con Vanessa?

Zac: No conoces a alguien hasta que lo conoces. ¿No era eso lo que solía decir papá? -Sostuvo el mueble en vilo a la altura de las marcas mientras Alex cogía el taladro-. Es bastante más cabezota de lo que yo pensaba.

Alex: Dime una cosa, ¿cuántas mujeres has conocido que no fueran cabezotas?

Zac se lo pensó.

Zac: Buena observación. Pero va a llamar a comisaría. No quiere, y se ha cabreado porque he dado con una razón sólida para que lo haga.

Alex metió el primer tornillo.

Alex: Has usado a los niños, ¿a que sí?

Zac: Pues sí; son su punto débil. Además, no le he dicho nada que no fuera cierto. También le ha cabreado que vaya a hablar con Freemont.

Alex: Te advertí que no se lo dijeras.

Zac: No es así como hago las cosas. No es así como se construye una relación.

Alex: Construir una relación -se mofó, poniendo en marcha el taladro-. Has estado leyendo otra vez.

Zac: Que te den.

Se volvió cuando oyó entrar a David.

David: Los tíos de abajo dicen que has entrado como una exhalación, así que supongo que has hablado con Vanessa.

Zac: Sí, he hablado con ella. Me voy a hablar con Austin.

David: Bien. ¿Seguro que no necesitas refuerzos?

Zac: Puedo con Freemont yo solo.

Alex: Ha estado entrenándose con Vanessa -dijo al tiempo que comprobaba que el armario estuviese nivelado-.

David: Bueno, ella se equivoca -opinó encogiéndose de hombros-.

Alex: No sé qué parte del manual no habéis entendido, tíos, pero, cuando una mujer se equivoca, más vale no meter la pata. Flores -le dijo a Zac-.

Zac: No voy a comprarle flores. Tendría que comprármelas ella a mí. Ha sido ella quien se ha equivocado, y me importa bien poco lo que diga el manual.

Zac salió airado y Alex negó la cabeza.

Alex: Mira, con veinte pavos de margaritas o lo que sea, podría arreglarlo un poco.

David: Se aferra a sus principios.

Alex: Sí, y el tío que se aferra a sus principios no pilla. -Acabó el primer armario y dio un paso atrás para echarle un vistazo-. Vamos a colgar el resto de los altillos.

David: En teoría, he quedado con Brittany en Vesta a las diez. Ashley nos va a dejar usar el cuartito para empezar a revisar el software de reservas.

Alex: Podrá esperar unos minutos. No estarás pensando en tirártela, ¿no?

David: Joder, tío, no me voy a tirar a la gerente de nuestro hotel.

Alex: Entonces no tendrás que comprarle flores si llegas tarde. Vamos a colgar esto.


De camino a Sharpsburg Pike, Zac recobró la calma. Por experiencia, sabía que se consigue más con el diálogo sensato que con el enfrentamiento furioso. Solo tenía que seguir recordándose que buscaba resultados y no la satisfacción de una pelea.

No era que no pudiese con el pringado de Austin Freemont, pues ya lo había hecho en una ocasión en el segundo año de instituto, no, el tercero, recordó, cuando el capullo había intentado que el pequeño Denny Moser devolviera sobre sus deberes, zarandeándolo por los pies.

Y aquella vez, recordó, le había bastado con un puñetazo.

Recordó también que Freemont había ido a llorarle al subdirector Klein, pero, como Denny lo había apoyado, Zac no se había metido en ningún lío.

Freemont solía evitar a los Efron, se dijo, aparcando en el concesionario.

Dudaba que le hiciera gracia verlo allí, en su terreno.

Entró derecho en la exposición, con sus coches estrella, nuevos y relucientes. Antes de que hubiera echado siquiera un vistazo, uno de los vendedores se acercó veloz.

**: ¡Buenos días! Hoy es el día perfecto para comprar un coche. ¿Qué le interesa?

Zac: No busco coche. Busco a Austin Freemont.

El vendedor no perdió la sonrisa, pero su mirada se apagó.

**: Estará al fondo, en su despacho. Puedo pedirle que salga.

Zac: No, no es necesario. Ya voy yo. ¿Dónde está el despacho?

El hombre hizo un gesto.

**: Allí, al fondo, a la izquierda. Al final del pasillo, el del rincón.

Zac: Gracias.

Se abrió camino por un pasillo sembrado de despachos vacíos, otros ocupados por vendedores que manejaban teléfonos u ordenadores. Encontró a Austin con los pies plantados en el escritorio, hojeando un ejemplar de GQ.

Típico.

Zac: Siento interrumpir, ya veo que estás muy liado.

Austin alzó la vista. Lo primero fue la expresión de desdén, una simple torsión de la boca mientras bajaba despacio los pies al suelo.

Austin: ¿Buscas una camioneta nueva? Tenemos un modelo básico muy económico que te vendría de perlas. Sin adornos, para el proletario.

Zac: Buen eslogan.

Zac entró y cerró la puerta.

Austin: Deja la puerta abierta.

Zac: Estupendo, si prefieres que se entere todo el mundo.

Obediente, volvió a abrir la puerta. Pensó en quedarse de pie, luego optó por una pose desenfadada, despreocupada incluso, y se sentó.

Austin: Salvo que hayas venido a comprar un coche, estoy ocupado.

Zac: Sí, mirando las corbatas de moda. No te voy a entretener, luego puedes seguir. Ayer te pasaste de la raya con Vanessa.

Austin: No sabes de qué estás hablando.

Zac: Sé que has estado… digamos que dándole la lata. -Una expresión insultante, se dijo. Un acto propio de un niño, no de un hombre-. Y que no aceptas un no por respuesta. No está interesada en ti.

Austin: ¿Ahora hablas por ella?

Zac: Hablo por mí. Ella ya ha hablado por sí misma. Hablo por mí cuando te digo que la dejes en paz.

Austin: ¿Y, si no, qué? -se toqueteó la solapa-. ¿Has venido a amenazarme? ¿Crees que me asustas?

Zac: Sí, creo que te asusto. Creo que eres lo bastante listo para eso. Es muy simple. Has estado acosando a Vanessa. A ella no le gusta. Y vas a dejar de hacerlo.

Austin: Tú no me das órdenes.

Para probarlo, Zac se revolvió en el asiento y lo vio apartarse de un brinco.

Zac: Te expongo los hechos. Vanessa está prohibida. Punto.

Austin: ¿Porque tú lo digas? ¿Porque le haya dado por tontear con chusma como tú? -Acalorado, le aparecieron unas manchas rojas en las mejillas que no combinaban para nada con su corbata-. No es asunto tuyo si Vanessa y yo tuvimos un pequeño malentendido ayer.

Algunas personas nunca cambian, observó Zac. Estaba convencido de que Austin se había servido de esa táctica del «pequeño malentendido» para justificar su acoso a Denny Moser ante el subdirector, el señor Klein.

Zac: Por supuesto que es asunto mío, y le está contando ese pequeño malentendido a la policía en este preciso instante.

Las mejillas de Austin se encendieron todavía más y luego volvieron a apagarse.

Austin: Ella jamás haría algo así.

Zac. No vuelvas a acercarte a ella. Tú no vives en el pueblo, Austin. No tienes razón para pisar Boonsboro.

Austin: ¿Ahora te crees el dueño del pueblo?

Zac: Lo que creo es que Vanessa me importa más que Denny Moser. No es que a él no lo apreciara -dijo con tranquilidad-. Y aún lo aprecio. Pero como vuelvas a intentar algo con Vanessa, sabrás cuánto más me importa ella.

Zac se levantó.

Austin: Vas a arrepentirte de haberme amenazado.

Zac: Yo no te he amenazado. Ni lo voy a hacer. Confiemos en que no me obligues a actuar. Bonita corbata -añadió, y salió despacio-.

No le compró flores, habría sido capitular demasiado ante Alex. Le compró una planta. Una planta no eran flores, aunque las tuviera.

Le escribió una tarjetita.

No ha llegado la sangre al río.

EFRON

No era una disculpa, decidió. Era un alegato y un detalle. No tenía sentido que ninguno de los dos se cabreara cuando ambos habían hecho lo que había que hacer.

Se lo llevó a la librería, más que nada, reconoció, para que sus hermanos no lo vieran y se lo refregaran.

Cassie: Vanessa está al fondo con un cliente. Le diré que has venido.

Zac: No, solo he venido a traerle esto. Tengo que volver al trabajo.

Cassie: Qué bonita. Me encantan las violetas africanas. ¿Qué celebráis?

Zac: Nada.

Cassie: ¿Porque sí? Esa es la mejor celebración.

Zac: Sí, bueno… Tengo que irme.

Se escabulló.

Cuando volvió a la tercera planta, Alex casi había terminado. Le pareció surrealista, como si hubiera pasado por una especie de salto en el tiempo.

Alex: ¿Y bien?

Zac: Ha reaccionado como el gilipollas que es. Pero ha pillado el mensaje.

Alex: Estupendo, a ver si ahora podemos centrarnos en el trabajo.

Zac: Por mí, bien.

Trabajaron toda la mañana, hasta bien entrada la tarde. Zac dejó de instalar barras y ganchos en los armarios del dormitorio del apartamento al oír voces femeninas.

Cuando asomó la cabeza, vio a Brittany, Ashley y Vanessa reunidas en la cocina.

Zac: Señoras.

Brtt: David nos ha dicho que probablemente habríais terminado con los armarios -cerró la puerta del armario en el que curioseaba-. Han quedado muy bien.

Ash: Nos la íbamos a llevar a mirar muebles después, pero hemos oído decir que las baldosas del Ático van a buen ritmo. Queremos verlas.

Zac: Están trabajando en ello ahora, pero podéis subir a echar un vistazo.

Ness: Id vosotras -miró fijamente a Zac-. Enseguida subo yo.

Ashley le hizo un gesto de pulgar arriba a Zac a espaldas de Vanessa, luego sacó a Brittany del apartamento.

Zac: ¿Ashley y tú estáis bien?

Ness: Brittany y ella se han confabulado contra mí. «Estábamos preocupadas por ti» y todo eso. Cuesta rebatir una preocupación real y sincera. He decidido darles una oportunidad, como hice contigo.

Zac: ¿Qué te ha dicho la policía?

Ness: He hablado con Charlie Reeder. Le ha gustado tan poquito como a ti. Aun así, no pueden hacer mucho. Como dije, lo dejé entrar, y no me hizo daño. No me amenazó. Pero han tomado nota y, si se repite, puedo pedir orden de alejamiento. Hablarán con él si es necesario. De hecho, tengo la sensación de que Charlie va a hablar con él de todos modos. Parece que provoco eso en la gente.

Zac: Una preocupación real y sincera.

Ness: Ajá. ¿Tú has hablado con Austin?

Zac: Hemos tenido una charla, y ya sabe lo que hay. Ha sido rápida, clara y directa.

Ness: Y no ha llegado la sangre al río, según la violeta africana.

Zac: No.

Ness: ¿Me has regalado la planta para ablandarme?

Dejó la herramienta y se acercó a ella.

Zac: Te la he regalado para que entiendas que no tenemos por qué discutir.

Ness: Ha funcionado. Como algo que me dijiste cuando me estabas sermoneando.

Zac: Yo no te estaba… vale, igual sí.

Ness: Dijiste que las parejas se cuentan sus problemas. He tenido que preguntarme si ya he olvidado cómo era ser pareja. Pero lo cierto es que Cody estuvo ausente la mitad de nuestro matrimonio. Y, cuando no estaba, se jugaba la vida a diario. Perdí la costumbre de contarle mis cuitas domésticas. ¿Por qué preocuparlo, con lo que llevaba ya encima, si uno de los niños tenía fiebre, se atascaba el váter o aparecía una gotera en el tejado?

Zac: Te acostumbraste a ocuparte sola de las cosas.

Ness: ¿Qué iba a hacer él desde Irak si el coche se estropeaba en Kansas?

Zac la miró fijamente, en silencio.

Zac: Yo no estoy en Irak.

Ness: No, y tampoco yo estoy en Kansas ya. -Alzó las manos y luego las bajó-. No es que haya olvidado cómo ser pareja, solo que mi experiencia como parte de una es distinta de la tuya. De la de la mayoría de la gente, quizá. Y llevo sola mucho tiempo.

Zac: Ahora ya no lo estás. Yo no estoy combatiendo en ninguna guerra, estoy aquí. -Necesitaba estar ahí, con ella, observó-. Me imagino que sabes usar un desatascador si rebosa el váter.

Vanessa rió un poco.

Ness: Te lo aseguro.

La cogió de la barbilla.

Zac: Pero si tienes una gotera en el tejado, no hace falta que te subas tú a arreglarla.

Ness: Entonces, hay grados. Puede que me lleve un tiempo descubrirlos.

Zac: Tenemos tiempo. Además, parece que vamos bien.

Ness: Bastante bien, al menos. Las peleas me dejan algo nerviosa una temporada. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche? Mi versión de la preciosa plantita de interior.

Zac: Me encantaría. -Le posó las manos en los hombros-. Voy a estar pendiente de ti. Espero que, aunque no quieras darlo por sentado, sepas aceptarlo. Incluso que te guste un poquito.

Ness: Me gustas tú. -Se aupó para besarlo-. Me gusta lo nuestro.

Zac. Ese es un buen comienzo.

Ness: Te veo esta noche -volvió a besarlo-. Gracias por la preocupación real y sincera, y por la planta.

Zac: No hay de qué -fue a terminar los armarios y sonrió un poco al oler a madreselva-. ¿También entras aquí? No me importa estar acompañado. Al menos, ahora no. Todo vuelve a ir bien. -De mejor humor, le dio un buen meneo a la barra del armario para asegurarse de que había quedado bien sujeta-. De maravilla.


Su buen humor se mantuvo durante toda la jornada, incluso en la reunión de después, a la que su hermano se presentó con Caroline para comprobar los progresos del suelo y la pintura. Lo animó oír sus voces resonar por el edificio mientras iban de una habitación a otra.

Tenía el tiempo justo para ir corriendo a casa y darse una ducha antes de salir para casa de Vanessa.

Había pocas cosas mejores que tres niños ansiosos por jugar y una mujer bonita que le hiciera a uno la cena. Y, se dijo mientras volvía a casa esa noche, si a eso añadía el poder pasar un rato con esa mujer bonita una vez acostados ya los niños, se convertía en la forma perfecta de terminar el día.

Vanessa y él habían superado los baches, decidió, y era consciente de que habían aprendido cosas el uno del otro, cosas que quizá ninguno de ellos había considerado.

Vanessa ya no era la chica despreocupada de cuando él se había enamorado por primera vez en el instituto. Eso lo sabía, claro, ¿cómo iba a serlo? Pero, mientras subía las escaleras a su piso, entendió que saber -saber de verdad- quién era esa chica en la que se había convertido hacía que ese segundo enamoramiento -suponía que podía llamarlo así- fuera mucho más hondo.

A los dieciséis, había sufrido el dolor de enamorarse de Vanessa, una chica que pertenecía a otro, que lo veía como a cualquier otro amigo. Había experimentado una gran confusión de sentimientos por la joven viuda que había vuelto con dos niños y otro en sus entrañas. Sentimientos a los que no podía dar forma más que de amistad, algo que ella había aceptado y a lo que había correspondido.

Y de pronto, descubría el gozo y la frustración de pasar de aquellos sentimientos cautelosos y seguros, de ir más allá del simple deseo al mismo estallido de emoción de su adolescencia.

Era extraño, pensó, que esos sentimientos pudieran perdurar más de un decenio. Sentimientos que había descuidado, ignorado, reprimido. Supuso que los cimientos de esos sentimientos siempre habían estado ahí, esperando quizá. Daba igual lo mucho que los dos hubieran cambiado, evolucionado, reestructurado sus vidas; en el fondo, seguían siendo quienes habían sido.

Se quedó de pie un rato, mirando por la ventana al hotel. Perdurando, pensó. Algunas cosas estaban destinadas a hacerlo. Necesitaban cuidados, comprensión, respeto, y muchísima dedicación. Cambiara lo que cambiase, el corazón perduraba.

Se fue a la cama ansioso por trabajar en esos cambios -en el hotel, con Vanessa y con los niños- y ver lo que pasaba.

Y se levantó con el mismo optimismo. Hasta el instante en que salió al aparcamiento de detrás de casa con su segundo café y vio las cuatro ruedas de su camioneta rajadas y los arañazos malintencionados del lado del conductor.




Pues yo sí quiero que Zac le de una paliza a Austin 😆


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Austin es muy molestoso
Zac hizo bien
Igual lo hubieses golpeado pero si vanesss se molestaría
Esto se pone aun mejor
Siguela pronto
Saludos!!!

Carolina dijo...

"La sangre no llego al río"
Y le deja una planta para no quedar como que él cedió xD
Austin me cae pésimo (el real también xD)
Ya con esto Zac tiene más razones para pegarle xD
Continuala pronto porfis

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