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viernes, 8 de marzo de 2013

Capítulo 3


Las luces del teatro de la ciudad eran casi cegadoras. Los niños y los adultos ocupaban todo el escenario, distribuidos en grupos de actividad.

Ness casi había llegado hasta ellos, buscando a Diana, cuando vio a Zac entrar desde la calle cargando unos tablones. Él se detuvo junto a ella en cuanto la vio y sonrió abiertamente, calentándola hasta lo más profundo de su ser.

Zac: Sabía que vendrías.

Ness: No te regodees, Efron. He sucumbido al poder del matriarcado, nada más.

Zac: Es bueno saber que eres sensible a algo.

También era sensible a él, pensó Ness, al recibir de Zac una mirada profunda que llegaba más lejos de lo que ella hubiera considerado cortés. ¿Por qué estaba él tan interesado en ella? Tendría que empezar a pensar en empeorar su apariencia un poco más todavía, se dijo mientras lo miraba desplazarse con los tablones al hombro. Aunque tuvo que reconocer que lo que realmente estaba mirando era su tenso trasero embutido en unos pantalones vaqueros.

Ness dio con Diana Adkins, la directora del evento. Tenía el pelo corto y oscuro y su rostro parecía de porcelana y le recordó al de su madre. Era evidente que Lucy Hudgens no se dejaría nunca atrapar en un servicio voluntario, si no que se limitaría a dar un donativo. Diana apareció vestida con vaqueros y sudadera, protegida por un delantal.

Diana: Gracias por venir, Ness.

Ness: Solo son un par de manos deseosas de ayudar.

Diana suspiro y señaló a los grupos.

Diana: Puedes elegir cualquier trabajo.

Ness: Haré lo que sea más necesario.

Diana: Los disfraces están casi sin empezar... -dijo con un ligero tono de súplica-.

¿Disfraces? Un lugar recóndito en el corazón de Ness empezó a palpitar. Coser, incluso cortar telas. No sería alta costura, pero podría volver a diseñar, aunque fuera para una función infantil.

Ness: Ni una palabra más. Me dedicaré a eso.

Ness se dirigió a la zona de la orquesta, donde había una mesa grande y un par de máquinas de coser, que estaban utilizando dos de las madres. Había metros de diferentes telas por todas partes, botones y ribetes de terciopelo. Media docena de críos correteaban por allí, sin control. Ness se presentó a las dos mujeres, Susan y Mary.

Ness: ¿Por qué no os tomáis un respiro y me cedéis la labor de costura?

Susan: ¿De veras?

Ness: Claro.

Las mujeres suspiraron aliviadas y se fueron a por sus hijos, que se estaban acercando peligrosamente a las labores de montaje de los decorados.

Coser era una actividad que Ness podía realizar sin pensar. Organizó rápidamente el lío de telas, conjugando los colores de los tejidos con los ribetes de terciopelo. Después de echar un rápido vistazo a los patrones, se sentó delante de una de las máquinas de coser. El ruido de los martillos y los gritos de los niños no le impidieron concentrarse.

Cuando levantó la vista para llamar a Amy, la princesa de la obra de teatro, se encontró con la mirada de Zac, con un martillo en la mano. Se le aceleró el corazón y se sonrojó como una colegiala. Luego sintió cómo el estómago se le encogía. Ese hombre era poderoso y estaba imponente con su camiseta de color azul, que resaltaba el color de sus ojos, y esos vaqueros que moldeaban sus piernas.

Zac: Me preguntaba si necesitarías un descanso.

Ness consultó el reloj y se dio cuenta de que llevaba allí sentada más de una hora.

Ness: Mentira.

Zac: Yo nunca miento, Ness -dijo frunciendo el ceño, enfadado-.

Y Ness sintió profundamente el peso de sus propias mentiras.

Ness: De acuerdo, si tú lo dices, lo admito -aceptó, a sabiendas de que un hombre que no mentía jamás toleraría las mentiras de otra persona-.

Zac: ¿Quieres ser mi pareja en el baile de clausura de la feria?

Ella parpadeó, sorprendida, y se fijo en cómo un par de personas que pasaban por allí se los quedaban mirando, a la expectativa.

Ness: ¿Tu qué? -lo había oído perfectamente, pero necesitaba tiempo para pensar-.

Zac: El Baile de Invierno es el último evento de la feria. Se celebra en el club de campo con todo tipo de lujos.

Ness: Comprendo -soltó un trozo de tela e hizo caso omiso de la parte de su cerebro que quería aceptar la oferta-. No, gracias.

Él soltó un hondo suspiro. Estaba claro que se esperaba esa respuesta.

Zac: Entonces, pediré que te sienten junto a mí durante la cena.

Ness: Tampoco, gracias de nuevo -dijo apartando la mirada de él para llamar a Amy. La niña se acercó corriendo-. Discúlpame, tengo una prueba con la princesa -se despidió-.

Zac: Necesitas comer algo.

Ness: No contigo.

La breve risotada de Zac se perdió en los confines del escenario. El regresó a su trabajo y Ness se concentró en la niña, que estaba risueña y alegre. Se contagió de optimismo y empezó a ponerle alfileres a la tela del traje. Amy llevaba puesta su tiara y se mantuvo completamente quieta mientras Ness trabajaba. Era fácil satisfacer a los niños, pensó, nada que ver con las modelos cotizadas a las que estaba acostumbrada. Ni con las clientas adineradas, propensas a súbitos cambios de humor.

Ness ayudó a Amy a sacarse el vestido por la cabeza.

Ness: ¿Te gusta, princesa?

Amy: Es precioso, señorita Montez -dijo con tanta solemnidad como le permitían sus seis años de edad antes de salir corriendo para contárselo a sus amigas-.

Ness observó el panorama y se dio cuenta de que los niños estaban excitados y las madres a punto del agotamiento. Tomó medidas a todos los niños rápidamente y le dijo a Susan que no iba a volver a necesitar a los pequeños ese día. Susan se sintió aliviada de poder llevarse a los niños a dormir y le prometió a Ness una caja de galletas caseras para que las sirviera en la librería junto a los cafés.

Dos horas más tarde oyó la voz de Zac.

Zac: Oye, creo que podrías dejarlo por hoy.

Solo el sonido de su voz consiguió que se le alterara la sangre. Cuando levantó la vista se lo encontró junto a ella, oliendo a serrín y a loción para después del afeitado, con una apariencia tan desaliñada que estuvo a punto de derretirse allí mismo. Su problema con él estaba tomando grandes dimensiones. Jamás había reaccionado de esa manera a la presencia de un hombre en toda su... bueno, nunca.

Zac captó el brillante relámpago de sus ojos.

Zac: Cielos, cuando te pones a trabajar, te pones.

Ness: Soy muy aplicada -repuso tratando de detener la corriente eléctrica que recorría todo su cuerpo-.

Zac miró con detalle los trajes que ya estaban terminados y que colgaban de un perchero móvil. La había estado observando durante las dos últimas horas y sabía que no había parado ni un momento y que había trabajado con eficacia y rapidez, concentrada en cosas que solo ella conocía hasta que él la había interrumpido.

Ness: Solo hay que seguir los patrones -comentó con sencillez-.

Zac: No me cabe duda, pero lo tienes todo casi terminado. Y lo que has hecho ha quedado estu-pendo.

Ness: Todavía tengo que añadir muchos ribetes y botones en los uniformes.

Zac: Para eso está el día de mañana.

Ness: Cierto -dijo dejándose caer sobre el respaldo de la silla con un suspiro de cansancio-.

Zac: Cena conmigo -daba por seguro que se negaría, pero tenía que aprovechar la oportunidad de que en ese momento ella tenía las defensas bajas-.

Ness lo miró.

Ness: Vamos a tener auténticos problemas si insistes en lo mismo todo el tiempo, Zac.

Zac: Concédeme una oportunidad.... cena conmigo.

Ness: No, gracias.

Ella tenía aspecto de querer aceptar la invitación, pero por la razón que fuera, no se decidía a ren-dirse.

Zac: Eres espantosamente terca.

Ness: Hablar contigo es imposible.

Zac: Solo es una cena -insinuó sonriente-.

Ness: No habrá nada abierto a estas horas -si algo sabía sobre la ciudad era que todo cerraba a las nueve, excepto algunas pizzerías y restaurantes selectos-.

Zac: ¿Eso crees? -se dio la vuelta y le mostró una bolsa con sándwiches y refrescos-.

Ella lo miró con cierta resistencia.

Ness: De acuerdo, no puedo negarme.

Zac se metió los pulgares en los bolsillos para evitar la tentación de tocarla. Se sentaron al ex-tremo del escenario y ella le dio un mordisco a un sándwich, procurando contener los temblores. Él se sentó junto a ella.

Zac: Ése es el calzado más espantoso que he visto llevar a una mujer.

Ness: No es la primera vez que me lo dices -contestó mirando las botas de combate-. Son cómodas y calientes, como las tuyas.

Él llevaba unas botas que habían conocido mejores tiempos.

Zac se limitó a mirarla durante un instante. No quería hablar de zapatos. Quería felicitarla por el buen trabajo que había hecho. Quería decirle lo conmovido que se sentía por su talento y su dedicación.

Zac: Me has impresionado -acertó a decir-. Llegaste y te pusiste rápidamente manos a la obra.

Ness: Dios santo, ¿crees que las madres pueden ofenderse? -se preocupó-. Al fin y al cabo, yo solo soy una extraña.

Zac sonrió.

Zac: Es un proyecto conjunto. Además, ¿no te fijaste en lo aliviada que parecía Susan? Les has hecho un gran favor.

Ness: La verdad es que he disfrutado, lo admito. ¿Cómo os ha ido a vosotros? -se apresuró a preguntar para evitar que Zac se pusiera a investigar de dónde procedía su soltura con la máquina de coser-.

Zac echó un vistazo a las maderas cortadas y a las herramientas. El decorado no estaba termi-nado.

Zac: Todavía tenemos que cortar otro decorado y luego pintarlos, pero puede esperar hasta mañana.

Ness: Mañana -musitó-.

Zac: Es el servicio comunitario -le recordó-.

Ness: Pienso venir -se defendió-. Pero la única razón por que lo hago es porque tu madre me hizo sentir culpable.

Zac: Lo sé. De alguien tenía que haber heredado yo mis dotes de convicción. -Ella rió abiertamente-. Tienes una boca preciosa, deberías reírte más a menudo, Ness.

Ness: Suelo reírme, al menos un par de veces al día.

Zac: No en mi presencia.

Ness: ¿Pretendes que te haga un cumplido? Creo que debes tener suficientes con tu club de admi-radoras.

Él frunció el ceño y ella le dirigió una mirada a un par de jovencitas que no le quitaban los ojos de encima.

Zac: Son solo niñas.

Ness: Deben andar por los veinte, Efron. Y estoy segura de que te agradecerían que les dedicaras un poco de atención.

Zac: Pues no lo van a conseguir -dijo mirando a Ness-. Sé por tu acento que no eres del sur, ¿qué te trajo hasta aquí? -preguntó antes de que ella pudiera improvisar una frase ingeniosa-.

Ness se debatió interiormente antes de elegir sus palabras con cuidado.

Ness: La tranquilidad, el paisaje... -no iba a confesar que se había instalado allí por el anonimato-.

Zac: ¿Te has dedicado siempre a vender libros?

Ness: Sí.

Estaba amontonando unas mentiras encima de las otras, pero... ¿qué importaba? Se encontraba situada en la cima de una montaña de mentiras y tenía que pasarse todo el día pendiente de no caerse por la pendiente.

Zac: ¿Cómo te decidiste a comprar y restaurar esa casa?

Ness: Me enamoré de ella en cuanto la vi -confesó contenta de poder decir alguna verdad-. La casa tenía un toque señorial, a pesar de estar pintada de verde. Lloraba por estar abandonada y reclamaba a gritos un vestido nuevo y un buen corte de pelo.

Él sonrió.

Zac: Ésa es la misma impresión que tengo yo al ver todas las casas históricas medio en ruinas que hay en la ciudad. Me da la impresión de que albergan almas que se están desvaneciendo. No sé si lo sabes, pero mi abuelo y mi padre empezaron su negocio dedicándose exclusivamente a las restauraciones. No fue Construcciones Efron la que restauró la tuya, ¿no?

Ness: No, fue la competencia. Vuestro presupuesto era demasiado alto.

Zac: Es una cuestión de calidad, preciosa.

Ness: Eh... La restauración ha quedado perfecta y cumple con todas las normas de protección del patrimonio histórico. Además, yo hice personalmente gran parte del trabajo.

Zac: ¿Cómo aprendiste?

Ness: Leí un libro.

Detrás de ellos, en el escenario, la gente empezaba a recoger las herramientas y a poner un poco de orden.
Y, sin embargo, Zac no retiró la mirada del rostro de Ness, fascinado por el brillo dorado de sus ojos. Quería verla sin gafas, pero sabía que eso solo sería el premio a una larga espera. Y él era paciente.

Cuando ella terminó de comerse el sándwich, Zac tomó una servilleta y le limpió un resto que se le había quedado en la barbilla. Cuando el pulgar de él recorrió sus labios, ella lo agarró de la muñeca.

Ness: Zac...

Él la tomo de la mano. Una corriente de calor fluía entre ellos. A ella le pareció que la sangre se le espesaba, que se movía con mayor lentitud y a mayor temperatura que de costumbre. Durante un instante, Zac sintió cómo el corazón se le detenía. La boca de ella era bonita y carnosa. Parecía necesitar ser besada y deseó que se encontraran a solas. Pero ese sentimiento de necesidad lo sorprendió: apenas la conocía. De hecho, lo único que sabía de ella era que le había llamado la atención y que deseaba conocerla más.

Una lejana risotada desde el escenario interrumpió el momento y Zac se puso a recoger los envases. Ness ayudó, sintiéndose tan nerviosa como una adolescente. Había llegado la hora de escucharse a sí misma, decidió. ¿Si no estuviera traumatizada por la traición de Drake Bell..., se sentiría atraída por Zac? Miró lentamente por detrás del hombro y admitió que sería capaz de entregarse a él como un gato a un plato de leche. Lo miró de arriba abajo, en vaqueros y camiseta, las piernas fuertes, la espalda ancha. Sin duda, pasaba la mayor parte del día en la oficina vestido de traje, pero nada podía superar su figura en aquel momento. Estaba espléndido.

Zac lanzó una lata vacía de refresco hacia la papelera, pero falló.

Ness sonrió mientras lo observaba acercarse a recoger la lata para tirarla. Justo en ese momento pasaba una niña con un tablón y, en un descuido, le atizó en la cabeza. Él se tambaleó y se cayó.

Ness: Zac -gritó poniéndose en pie e iniciando una carrera hasta el hombre derrumbado-.

La niña soltó la tabla y se disculpó varias veces lloriqueando mientras Ness se arrodillaba junto a él.

Zac se agarró la cabeza, gimiendo.

Zac: Ay, Dios santo.

Ness comprobó con las manos que se había hecho un chichón, pero que no había sangre.

Ness: Justo lo que me imaginaba. Tienes la cabeza demasiado dura.

Zac: Estoy herido -se quejó mirándola-. Consuélame.

Ness: Pobre criatura -dijo examinando sus ojos. Su mirada era limpia como el mar, no había ningún síntoma de mareo-. Mírame, Zac, ¿qué es lo que ves? -preguntó alzando dos dedos-.

Zac: Veo a la bella durmiente.

Ness: Deja de flirtear conmigo y respóndeme.

Zac: Estoy bien. Hum... hueles de maravilla.

Ella miró a la gente que los observaba.

Ness: ¿Alguien me puede traer un poco de hielo? Está bien, no llores más -le dijo a la niña causante del estropicio-.

Ness volvió a mirar a Zac y él se sintió aliviado.

Zac: Me encanta que te preocupes tanto por mí.

Ness: Me preocuparía de cualquiera que hubiera recibido un golpe en la cabeza -repuso consciente de la angustia que había sentido al verlo en el suelo-. Debes ser más precavido -lo regañó-. Primero, me destrozas la furgoneta y ahora casi te dejas matar por una niña.

Alguien llevó hielo envuelto en una tela y ella se lo puso sobre el chichón. El resto de la gente volvió a sus ocupaciones recogiendo los últimos trastos.

Un hombre preguntó si era necesario llevar a Zac a casa.

Zac: Puedo conducir -contestó incorporándose-. Me han dado golpes peores haciendo deporte.

Ness: Pero ya no tienes dieciocho años ni te crees invencible. Además, ya has demostrado que conducir no es tu principal virtud.

Zac: Le estás dando demasiada importancia, Ness - la reprendió-.

Ness: Por supuesto. Yo te llevaré a casa.

Él sonrió.

Ella se puso en pie, fue a buscar su bolso, comprobó que todo estaba en su sitio y volvió hacia él.

Zac jugó a hacerse el débil y se apoyó sobre el hombro de Ness.

Ness: Quítame las manos de encima, comediante -dijo mientras él se colgaba aún más de su cuerpo, con el brazo firmemente sujeto sobre sus hombros-.

Ness absorbió el calor y el aroma que desprendía el hombre. Él jugó con un mechón del pelo de ella que se había escapado del recogido y cuando Ness lo miró, su expresión decía claramente que estaba pensando en la intimidad. Ella meneó la cabeza y se lo quitó de encima en cuanto llegaron al coche.

Una vez dentro, puso en marcha el motor y salió a la calle. Estaba desierta y una ligera llovizna empapaba el firme reflejando la luz de las farolas.

Ness: ¿Dónde vives?

Él le dio instrucciones y apenas tardaron unos minutos en llegar hasta su dirección. La casa era grande y estaba al lado del mar, desde donde se podía oír el romper de las olas. Hacía más viento que en el centro de la ciudad y el olor marino era penetrante.

Ness: Tienes una casa preciosa. ¿Vives solo? -la casa tenía tres plantas y estaba cubierta de adornos vegetales-.

Él sonrió.

Zac: Me encanta que me lo digan. Sobre todo tú.

Ness: La has construido tú, ¿no?

Zac: Sí. Empecé hace cinco años.

Sin invitación, Ness trepó por los escalones de entrada hasta llegar al enorme porche. Aunque había espacio suficiente para poner una mesa y varias hamacas, estaba vacío.

Ness: Es preciosa -dijo antes de darse cuenta de que había otra pequeña construcción en el jardín-. Ese es tu taller, ¿no?

Zac: Efectivamente.

Ness: ¿Para qué lo usas?

Zac: Todavía estoy rematando los últimos detalles. Ahora estoy trabajando con las molduras de las ventanas. ¿Quieres ver la casa por dentro?

Ness sintió cómo un montón de alarmas se disparaban en su cerebro. ¿Dentro de esa casa a solas con él? Sí. Pero no, aún no había perdido el control de sus facultades mentales.

Ness: Quizá en otra ocasión, gracias.

Zac: Entra, Ness. Puedo invitarte a un café.

Ness: Zac, ambos sabemos lo que pretendes -dijo con un largo suspiro-.

Zac: Creí que estaba siendo delicado.

Ella soltó una risa cortante.

Ness: ¿Qué? No soy idiota. Lo único que quieres es llevarme a la cama.

Él se acercó, mirándola a los ojos.

Zac: Quiero algo más que llevarte a la cama, Ness.

El corazón de ella se detuvo un instante mientras la sangre corría por sus venas y la piel le ardía. Hacía mucho tiempo que un hombre no la miraba con deseo, pero se las arregló para bloquear sus sentimientos.

Ness: No seas idiota, apenas acabamos de conocernos.

Zac tampoco entendía su propia prisa. Su cuerpo deseaba a esa mujer. Un torrente de testosterona lo urgía a demostrarle lo bien que lo podían pasar juntos, con besos dulces y sexo caliente. Su deseo estaba alcanzando valores para él desconocidos y se dijo que seguramente tendría que ver con la resistencia de ella.

Zac: No puedo contenerme cuando estoy cerca de ti.

Ness: ¿Te atreves a culparme a mí del comportamiento de tus hormonas a tu edad? -Él frunció el ceño y se mantuvo en silencio mientras se fijaba en algo que había en los ojos de ella y que no había visto hasta el momento: sombras-. Tómate una aspirina y vete a dormir -dijo ásperamente con necesidad de alejarse de él lo antes posible-. No pienso entablar una relación contigo ni con ningún otro hombre. Sé que solo represento una nueva conquista para ti, así que hazme el favor de dejarme en paz.

La acritud de su tono lo pilló con la guardia baja.

Zac: Ness, espera -acertó a decir-, eso no es cierto.

Ness: Buenas noches, Zac -dijo dirigiéndose hacia los escalones-.

Pero antes de que pudiera bajar el primero, él ya estaba allí, sujetándola por los hombros y atrayéndola hacia sí. Ella se agarró a su cintura para no perder el equilibrio y se miraron durante un instante.

Ness: No lo hagas -pidió-.

Zac: Puede que en principio solo supusieras un reto más -admitió-, pero eso ha cambiado -sus bocas estaban muy cerca-. Entra a jugar conmigo.

Ella emitió un gemido de pánico. Durante un momento se imaginó entrando con él en la casa y metiéndose en su cama. Sintiéndose deseada y compartiendo algo más que una charla y una cena. La necesidad de compartir su dulzura se adueñó de ella durante unos segundos. Pero sabía que solo sería un juego para él. Y Ness no iba a volver a prestarse a ello.

La realidad de su vida se le vino encima. Drake Bell, los titulares en la prensa amarilla, la sospecha de los lazos mafiosos de su familia que había arruinado su reputación. Porque la noticia había salido en los periódicos una semana antes de la celebración de su desfile de primavera y se había visto obligada a cancelarlo. En cuestión de días había pasado de ser la más famosa diseñadora europea a ser el objeto de las burlas despiadadas de toda la profesión.

Todo eso le impedía intimar más con Zac, incluso pensaba que ya había llegado demasiado lejos con él. Se arriesgaba a perder su anonimato y la verdad era que había llegado a apreciar su discreta y sencilla forma de vida en Bradford.

Ness: No puedo.

Zac: Sí puedes -dijo posando los labios sobre los suyos-.

Ness se sintió como si levitara, estaba presa entre los brazos de él, que seguía besándola con suavidad, adentrándose poco a poco en su alma. «Mamma mia», pensó. Había olvidado que un hombre pudiera besar de esa manera.




¡Sí puedes, sí puedes! XD
Bueno, aquí tenéis capítulo. ¿Contentas? Espero que sí. El capítulo ha estado muy bien.

Lau, lamento haberte decepcionado pensando que lo de ayer era capi. Pero era una bonita iniciativa, ¿no crees? A ver si me ayudas ;)
Y sí, los capis de esta nove son larguitos.

Al anónimo solo quiero decirle que me encanta que la gente exprese su opinión y que, a pesar de que no te guste Vanessa como novia para Zac, leas estas novelas dice mucho de ti. Y lo que has dicho de las estadounidenses no tenía ni idea. La verdad, yo no pongo a ninguno de los dos como malos. Los pongo como un poco tontos XD, porque creo que aun sienten algo y no están juntos. Pero recalco que eso es lo que yo creo.

Bueno, lo único que yo quería era expresar mi opinión y mis deseos y si alguien quiere ayudar, genial y si no, no pasa na. Las lectoras que aun sin ser fans de Zanessa, se pasen por aquí y lean tienen toda mi admiración y mi sincero agradecimiento.

¡Gracias!
Bye!
Kisses!


1 comentarios:

Unknown dijo...

AAAAAAAY NO PUEDES HABERLO DEJADO AHI AL CAPITULO EH!
ME ENCANTO EL CAPITULO, HA SIDO MUY INTERESANTE.
EL FINAL ME ENCANTO.
SUBE PRONTO.

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