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sábado, 20 de agosto de 2011

Capítulo 8


La niebla se acumulaba sobre las montañas como un mar de humo. Cubría todo el valle, y otorgaba un aspecto misterioso y fascinante a las verdes laderas, incluso bajo el brillante sol de la mañana de verano.

«Debo surcar el mar hacia Avalon», pensó Vanessa, en sueños. «Aunque si me quedo más tiempo mirando, la espada Excalibur aparecerá».

Y apareció, blanca y gris, envuelta en la niebla, tomando forma bajo sus delicadas pinceladas; otra realidad imposible en aquel mundo imaginario, que sólo algunos se atrevían a ver. Vanessa sonreía mientras pintaba, aunque inconscientemente. Aquella sonrisa reflejaba que el cuadro había cobrado vida y parecía tener voluntad propia para convertirse en lo que quisiera. Vanessa no había planeado incluir a Excalibur en el paisaje, pero tampoco había planeado algunos de sus mejores cuadros. Si hubiera resistido aquella inspiración, casi una intromisión, habría echado a perder el cuadro.

Excalibur tenía una resplandeciente esmeralda incrustada en la empuñadura, rodeada de letras rúnicas. Vanessa se dio cuenta una vez que la pintó, se pasó la lengua por los labios y se inclinó para acentuar el resplandor. La inspiración procedía de otra parte. La técnica era lo único que ella había aportado al cuadro.

Añadió un poco de blanco para conseguir el efecto del brillo. Pensó que, en el centro del resplandor verde, debía haber una imagen, cogió un pincel del número uno y lo manchó de rojo carmín. Tal vez podría pintar una rosa, o unos labios rojos, o algo que mezclara ambos detalles.

Maddie: ¡Qué interesante! Supongo que es Excalibur, ¿verdad?

Vanessa se sobresaltó, y la pincelada roja fue a parar al cielo de tonos grises y azules. La visión se quebró y cayo en una especie de niebla. Vanessa volvió al mundo real, con la sensación de haber perdido algo importante. Volvió la cabeza sobre el hombro y parpadeó. Aún se encontraba entre dos mundos, y la mujer que vio frente a ella le pareció una completa desconocida.

Ness: Hola, Madeleine -dijo al fin-.

Maddie: Oh, lo siento. No pensé que pudiera sobresaltarte. Creí que me habías oído llegar.

Ness: Cuando pinto no me entero de lo que sucede a mi alrededor.

Dejó el pincel en el suelo. Pensó que debía reconstruir aquella imagen, pero en otro momento.

Maddie: Te he estropeado el cuadro. Pero ha sido sin querer. Creía que estabais charlando.

Vanessa frunció el ceño, desorientada. Entonces se dio cuenta de que el escalofrío que había sentido en la espalda un rato atrás le había indicado que no estaba sola. Se volvió en el asiento y lo vio. Estaba tendido en el suelo y apoyado en un codo, masticando una brizna de hierba. El sol brillaba en su cabello rubio, y otra luz le iluminaba los ojos.

Lo había estado evitando los últimos días, pero su presencia seguía poniéndola nerviosa.

Zac sonrió y se encogió de hombros, sin decir nada. Vanessa estaba desconcertada. Bajó la mirada y se inclinó para guardar la paleta en la caja de pinturas.

Maddie: Siento mucho haberte estropeado el trabajo -dijo con remordimiento-. Espero que puedas arreglarlo -se acercó al cuadro y se inclinó para observarlo mejor-. Seguro que podrás hacerlo.

Ness: Por supuesto.

Se alegraba de que la hubiera distraído. Intentó desviar la atención de aquellos ojos que observaban el fino algodón del vestido de verano, la curva de sus hombros y brazos sudorosos, los mechones de pelo que le caían en la frente y el cuello, y las hábiles manos manchadas de pintura.

Ness: No será difícil -añadió-.

Y era cierto. Hacer desaparecer la mancha de carmín del cielo era algo muy sencillo. Sin embargo, si hubiera ocurrido en el brillo de la esmeralda, el problema habría resultado más serio.

Cogió un trapo del interior de la caja de madera y limpió los pinceles que había usado.

Ness: ¿Cuánto tiempo llevabas mirándome? -preguntó, sin levantar la vista de los pinceles-.

Zac: Unos cinco minutos antes del nacimiento de Excalibur.

Resultaba curioso que se expresara de aquella manera, como si comprendiera el proceso creativo.

Estaba más acostumbrada a oír a la gente preguntarle de dónde sacaba las ideas, como si fueran algo que se pudiera comprar en una tienda. No pudo evitar una sonrisa, y se volvió hacia él. Él le devolvió la mirada con tanta intensidad que Vanessa no pudo desviar la suya, y apenas podía respirar.

Madeleine contemplaba el paisaje. La niebla empezaba a desvanecerse bajo el calor del sol, y el valle ya se distinguía bajo las colinas. Vanessa llevaba varios días levantándose temprano para contemplar la niebla. Subía con su equipo de pintura hacia el muro, donde nadie podía verla, y pintaba sin interrupción durante un par de horas.

Maddie: He visto mil veces esta escena y jamás he imaginado una espada en el cielo. ¿De dónde sacas esas ideas?

Había un ligero tono de desaprobación en aquella voz, que a Vanessa le recordaba a un profesor que había tenido en el colegio, y que detestaba el arte. Trató de evitar una mueca de fastidio, pero entonces se volvió hacia Zac, que tenía una mirada tan irresistible, y empezó a reír, como si el aire estuviera rociado de champán.

Ness: Simplemente me vienen -le explicó a Madeleine-.

No había forma de explicárselo. Entonces pensó que la idea de la espada le había venido poco después de que Zac apareciera. Tal vez había algo freudiano en todo aquello. Podía haber sentido inconscientemente su presencia, y había pintado la espada no como un objeto místico, sino como un símbolo fálico sobre las colinas con formas de senos.

Por supuesto, sus predecesores no lo habrían expresado así, sino más bien como el profundo misterio de la sexualidad. Tal vez el significado fuera el mismo, pero ahora se llamaba por su nom­bre a lo que antes se consideraba misterioso.

Madeleine se despidió de ellos y bajó por la lade­ra, para tomar el camino hacia Pontdewi. Vanessa se quedó en silencio, con Zac a su espalda. Vanessa recogía el caballete y las pinturas, mientras Zac continuaba tumbado en la hierba, esperando. Al final, se vio forzada a volverse para mirarlo de nuevo.

Él la miró como si entendiera lo que estaba pen­sando y le sonrió con ternura. Vanessa sintió un nudo en la garganta. Zac estaba apoyado en la hierba sobre un codo, y le tendió el otro brazo. Lo hizo de forma espontánea, como si ambos supieran que ella se tumbaría a su lado, sólo porque él se lo pedía.

Lo miró durante un momento, intentando resis­tir la atracción de sus ojos, de su presencia, de su mano extendida. Por fin, sacudió la cabeza y Zac bajó el brazo.

Zac: ¿No sigues? -preguntó, con suavidad-.

Vanessa volvió a negar con la cabeza y se volvió hacia el valle.

Ness: Se ha ido la niebla. Tendré que esperar a otro día.

Se inclinó para recoger el equipo de pintura. Zac se levantó con desgana y caminó hacia ella para ayudarla. Cogió sus cosas y las dejó junto a la torre en ruinas. Después, tomó a Vanessa por la cintura y la sentó en el muro de piedra, antes de cruzarlo.

Balch estaba atado fuera de la fortaleza y mas­ticaba hierba.

Ness: ¿Has venido a caballo? No te oí -exclamó-.

Zac: No, estabas inmersa en el trabajo -dijo cogiendo las riendas del caballo-. Te has escondido bien, hacía tiempo que no te veía.

Vanessa sintió un calor en las mejillas.

Ness: Estaba trabajando.

Era cierto, como también lo era que en los últi­mos días había intentando evitar a Zac. Incluso había comido dos veces en el bar del pueblo.

Zac: ¿Te apetece un descanso? Hoy hay mercadillo en Machyrilleth, un pueblo cercano, y Jane me ha dado una larga lista.

El sol ya empezaba a calentar, y Vanessa no podía pasar por alto las instrucciones de Alex.

Ness: Muy bien. -Después añadió, culpable- Gracias.

Zac sonrió.

El mercadillo del pueblo resplandecía bajo el sol. Pasearon por las calles, entre los puestos de verduras de alegres colores, rojos, verdes, amarillos y marrones. También había puestos de huevos, mantequilla y quesos locales e importados; ollas y cacerolas resplandecientes; camisas y faldas de fuertes colores, mecidos por la brisa; maquinaria para labrar granjas; objetos de ferretería; tazas de té y cuchillos.

Ness: Es muy grande -observó-. ¿Siempre está aquí?

Conocía algunos mercadillos londinenses, Pero había algo en aquél que lo hacía más real. Tal vez fuera la cantidad de gente que vendía su propios productos.

Zac: El mercadillo de Machyrilleth lleva funcionando cada miércoles desde hace ochocientos años.

Vanessa alzó la vista, sorprendida. El sol la cegaba.

Ness: ¿Me tomas el pelo?

Se puso la mano sobre los ojos, para poder verlo.

Zac negó con la cabeza.

Zac: No. El rey Eduardo concedió el permiso en diciembre de 1291. Hay una copia en los archivos, que están un poco más abajo.

Ness: ¿Cada miércoles? ¿Sin falta?

Zac: Eso tengo entendido. Los puestos de ganado estaban donde está ahora el reloj.

Ness: Soy canadiense. Creo que no estoy preparada para enfrentarme a una tradición de ochocientos años.

Zac: Pero llevas sangre galesa -le recordó-.

Vanessa miró la calle, con los tenderetes expuestos en ambos lados, y se preguntó si en siglos pasados sus antepasados habrían ido hasta allí para comprar comida para su familia.

Mientras Zac compraba, Vanessa lo seguía. Cuando algo le llamaba la atención se detenía, y luego debía encontrar a Zac entre la multitud. Se detuvo en todos los puestos que vendían dibujos enmarcados y acuarelas originales. Pocos cuadros eran buenos, y la mayoría representaba animales entrañables de grandes ojos, niños tiernamente santificados o paisajes mal pintados. Pero descubrió una acuarela de delicadas pinceladas que tenía muy buen aspecto. No se limitaba a una simple función estética, sino que inspiraba algo especial. Preguntó el precio e hizo un gesto de asombro. Le parecía muy bajo para una acuarela original. El artista se vendía por muy poco. Si el trabajo era de mayor calidad también debían exigir un precio mayor.

Zac: La mayoría de la gente cuelga esos cuadros en la cocina -dijo detrás de ella-. Hay una tienda para turistas con trabajos de artistas locales, cruzando la carretera. ¿Te gustaría verla? Yo acabo en un minuto.

Lo siguió hasta el próximo puesto, donde compro un surtido de cuadernos y una caja de folios. Aquello no estaba en la lista de Jane.

Ness: ¿Estás trabajando en algo?

Zac: Sí -respondió, con aire ausente-.

Ness: ¿Sobre qué? O no debería saberlo

Zac hizo una pausa, y después contestó.

Zac: Estoy escribiendo sobre el Mabinogion.

Ness: La epopeya sobre Gales.

Siguió a Zac a través de la calle.

Zac: Exacto.

Ness: ¿Es verdadera, Zac?

Zac: ¿Qué entiendes por verdadera?

Ness: Si está basada en un hecho real.

Zac se echó a reír.

Zac: Depende de lo que entiendas por un hecho real. Aquí está la tienda.

Era la típica tienda que se podía ver en cualquier lugar donde se desarrollara una intensa actividad artística. Zac le contó que un grupo de artistas sin ánimo de competir en su trabajo había alqui­lado el local y dirigían el negocio entre todos. Los socios eran dos alfareros de estilos muy distintos, un joyero que trabajaba la plata y la piedra pulida del lugar entre otras cosas, un acuarelista, un teje­dor y un tallista de madera.

Vanessa dio una vuelta por la tienda, observando los trabajos expuestos, y se preguntó por que no habría tenido el valor de hacer algo así después de graduarse. En vez de trabajar para Alex en Londres, donde todo era tan caro, podía haberse establecido en aquella avenida, que parecía abierta para ella.

Algunas veces había vendido algo en el puesto que tenía un amigo suyo en Embankment, pero siempre había atribuido sus ventas a la suerte. Tal vez la visita a Gales le había infundido más con­fianza. Por primera vez, tenía la convicción de que podría vivir de sus obras de arte, en lugar de trabajar de detective para Alex.

Ness: No hay óleos -dijo casi para sí-.

Zac: En efecto -se volvió hacia el hombre que estaba sentado tras el mostrador-. ¿Cómo va el negocio, John?

John: Bore da (Buenos días), Zac. Un poco flojo esta semana. Pero en conjunto muy bien.

Zac: Vanessa, te presento a John Llewellyn. Es el autor de las tallas de madera que están expuestas. John, mi amiga Vanessa Hudgens. Pinta al óleo.

John la estrechó la mano con fuerza.

John: ¿Está pintado algo ahora? ¿Va a pasar aquí mucho tiempo?

Ness: Estoy pasando un par de semanas en el White Lady.

El hombre levantó las cejas e inclinó la cabeza hacia Zac.

Zac: ¿Qué tal te va? ¿Te han pagado ya?

Zac sacudió la cabeza.

Zac: Aún no.

En el mostrador había tarjetas de la tienda. Vanessa cogió una y se la guardó en el bolso, donde llevaba la grabadora.

John: ¿Hay algún problema?

Zac: No dicen nada. O dicen que tienen que con­siderarlo. Pero creo que hay algo más.

John volvió a levantar las cejas.

John: ¿El jefe de bomberos no les pasó su informe?

Zac: Sí. Las latas de gasolina tenían al menos cin­cuenta años. Y él determinó que había sido un accidente.

John: Pero los del seguro no quieren pagar.

Zac asintió.

John chasqueó la lengua.

John: Y mientras tanto no puedes hacer nada. Si al menos restauraras la fachada, podrías utilizar las habitaciones que no han sufrido daños.

Zac: Tendré que empezar sin ellos.

John: Norah dice que se quemó el tapiz. No lo sabía. Eso si que es una tragedia.

Zac se limitó a asentir, y John se fijó de nuevo en Vanessa.

John: Así que es usted pintora ¿Es galesa?

Ness: Descendiente de galeses -dijo sonriendo-.

John: ¿Y quiere pintar los alrededores?

Ness: Es una manera de decirlo.

John: Bueno, si va a quedarse un tiempo por aqui, venga algún día a enseñarnos sus cuadros. Tal vez podamos exponerle alguno.

Aquélla era una generosa oferta, considerando que no sabía nada sobre ella.

Ness: Gracias.

Después volvieron al calor y el ruido del mercadillo.

Zac: Debe ser hora de comer.

Pasaron la tarde conduciendo y contemplando el paisaje, y después fueron a la playa. No habían llevado traje de baño, pero pasearon descalzos por la orilla hasta el atardecer, y volvieron al hotel bastante después de que se sirviera la merienda.

Zac: ¿Quieres ducharte? -Vanessa contestó que sí, y él le dio un juego de llaves-. Voy a llevarle todo esto a Jane. Sube y sírvete un té o una copa, si lo prefieres.

Vanessa pasó antes por su habitación para coger ropa limpia. Cuando salió de la ducha, Zac aún no había vuelto, y se sirvió una copa de jerez seco. Por alguna razón no le apetecía irse de allí. Se envolvió el pelo en una toalla y dio una vuelta por el piso.

En una de las habitaciones estaba el estudio de Zac. Las paredes estaban llenas de libros, y había un par de mapas y dibujos, una máquina de escribir y un escritorio con una gran silla negra frente a una estrecha ventana con cristalera. Y entonces descubrió a un gato pardo, tumbado en el escritorio entre una montaña de papeles y libros. Estaba aprovechando los últimos rayos de sol y la miraba fijamente.

Ness: Hola. ¿Eres un gato observador?

El gato maulló, estiró las patas traseras y empezó a lamerse con sumo esmero. Después se volvió a tumbar, sin prestar atención a Vanessa. Atraída tanto por la presencia del gato como por la ventana, caminó hacia allí.

Se veía la fortaleza, aunque no totalmente, ya que la ventana era muy estrecha. Tuvo la extraña sensación de que estaba mirando un mundo encantado a través de una ventana mágica. Era aquel tipo de ventana. Sonrió y decidió preguntar a Zac si podía pintar el paisaje que se contemplaba desde allí. Nunca se sabía lo que podía ver.

Acarició la cabeza del gato, casi sin darse cuenta. Tenía un color extraño, y su pelo era oscuro y espeso, como el de un oso. Sin pretenderlo, miró la hoja que estaba en la máquina de escribir.

Señor -dijo Caradoc-. Tus mensajeros no pueden hacer nada más. ¿No emprenderás tú mismo el camino que viste en tus sueños? Si nos guiaras...

Vanessa se sentía culpable y se comparó con Madeleine. Se volvió y abandonó la habitación, seguida por el gato. De vuelta en el salón, se dijo que debía irse, pero no lo hizo.

Allí también había estanterías llenas de libros. Se agachó y empezó a leer los títulos, sin ninguna intención en especial. Era una colección muy variada, que incluía libros antiguos y modernos: ficción, poesía, historia, mitología y religión. Vanessa no era muy aficionada a la lectura, pero le gustaba la literatura de ficción moderna.

Encontró un grupo de libros que pertenecían a autores modernos, como D.M. Thomas, Robertson Davies y Taliesin, y se preguntó cual sería el preferido de Zac. Aunque ella no leyera mucho, conocía aquellos nombres. Se sentó con las piernas cruzadas, se quitó la toalla y puso la copa en el suelo, a su lado. Encontró un ejemplar de El hotel blanco. Ya había leído aquel libro y lo había encontrado tan imprescindible como la pintura. De los escasos autores que conocía, pocos la habían impactado de aquella manera. Decidió que tenía que leer más.

Cogió otro libro, Bred in the Bone, en cuya portada leyó que había obtenido un galardón en un certamen. Alguien le había dicho que aquel libro trataba sobre artistas y le apetecía leerlo. Tal vez Zac se lo prestaría.

Estaba segura de que nunca había leído a Taliesin. Era un nombre curioso. Creyó recordar que alguien lo había mencionado poco tiempo atrás. Cambios atmosféricos. Las cartas de la diosa. También había oído aquel nombre recientemente. Heridas que sangran con profusión. Estaba segura de que aquel título sí lo habían mencionado. Cogió el libro y lo abrió. Una poderosa exploración erótica del mito y la realidad.

El gato se acercó, olfateó el jerez y se tumbó en su regazo, de manera que apenas le permitía moverse. Pasó las hojas con dificultad, incapaz de concentrarse. Se sentía intranquila. Se preguntó qué estaba haciendo allí, y por qué estaba esperando a Zac.

Una mujer galopaba en un caballo negro, susurrándole al oído que fuera más deprisa.

Tomó un sorbo de jerez y acarició al gato. Volvió a preguntarse por qué estaba esperando a Zac. El gato se tumbó boca arriba, con un ronroneo que invitaba a acariciarlo. Así lo hizo, y sonrió cuando el animal la recompensó con otro ronroneo, cambiando de postura para seguir recibiendo caricias.

Vanessa se inclinó y frotó la cara contra el pelo del animal.

Ness: Comprendo cómo te sientes. Igual que yo cuando...

Se interrumpió al darse cuenta de que el final de aquella frase era la respuesta a sus dudas, y volvió al libro.

El caballo no llevaba riendas ni silla. La mujer lo controlaba con la presión de las piernas y de las manos, y con la voz.

Vanessa presintió que en otras ocasiones sería imposible de controlar. Leyó lentamente, sin apreciar el aire erótico que estaba tomando la lectura, hasta que resultó demasiado evidente, hasta que comprendió que entre el caballo y la mujer existía una especie de armonía apasio­nada, una extraña atracción que no dejaba de ser física por el hecho de no ser convencional.

Ya había leído antes literatura erótica. Resultaba difícil evitarlo. Pero las descripciones del acto sexual que conocía no la habían afectado tanto como aquella poética pasión. No estaba preparada para experimentar la corriente de sensualidad que la arrastró cuando el caballo emprendió el vuelo en la noche, inesperadamente; ni para pensar en las caricias de Zac, ni en el duro enfrentamiento con la verdad de la que siempre huía.

Ness: Yo me siento igual cuando Zac me toca -d­ijo por fin, al gato-.

Entonces se dio cuenta de que aquello era lo que había estado esperando: la llegada de Zac, y sus caricias.

Cerró el libro con un golpe que hizo que el gato saltara de su regazo. Lo puso en la estantería de cualquier modo, cogió la copa de jerez y se levantó. Debía irse antes de que Zac volviera. No tenía fuerzas para volver a resistirse. Y su expe­riencia en el pasado la obligaba a desconfiar. Aun­que lo que había sentido con Drew no era nada en comparación con el daño que podría hacerle Zac, si descubría en él la misma mirada.

Se volvió y dejó la copa sobre una mesa, se inclinó para recoger la toalla y caminó hacia la puerta. El gato la seguía, enredándose en sus pier­nas, y no la dejaba avanzar. Pero ya era demasiado tarde. A medio camino se detuvo, inmóvil como una estatua. La puerta se abrió y su corazón latió con fuerza, como si detrás le esperara la misma muerte.

3 comentarios:

Natalia dijo...

Que interesante.
Siguela pronto.
Por cierto, sabes que?
Lo más probable es que empieza otra adaptación.
Ya te iré informando, ya que eres mi unica lectora :(
Muchos besitos.

Danna dijo...

hola alice pasa por mi blog te dedique una entrada para que sepas y pases! Espero y te animes a seguir y a leer la nove bybye tq!

yo:DannaMm

LaLii AleXaNDra dijo...

super..
no te habia podido comentar..
pero esta super la novela..
siguela..
es zac el que entra?
que pasara??
:)

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