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miércoles, 17 de agosto de 2011

Capítulo 7


Vanessa se recogió la falda y se sentó en el todo terreno. Las piernas se le pegaban al asiento. Sonrió.

Ness: Lo que ahora necesito es una buena ducha caliente con mucha presión. Pero supongo que tendré que conformarme con una ducha normal.

Zac: Pero caliente, ¿no?

Zac la miraba mientras conducía. El sol empezaba a descender a sus espaldas. Habían nadado y comido un delicioso picnic preparado por Jane, habían tomado el sol, y después de pasar todo el día en la playa, se sentían envueltos en un sensual adormecimiento. Tenían la piel pegajosa con la mezcla de sal, arena y crema. Hacía años que Vanessa no se sentía tan viva.

Zac: Al menos tenemos agua caliente.

Ness: Cierto. Me conformaré con una ducha caliente.

Zac: ¿Qué más necesitas? -preguntó, riendo-.

Ness: Daría un ojo de la cara por una ducha que tuviera más presión.

Zac sonrió, mostrando su perfecta dentadura.

Zac: Muy bien. Te contaré un secreto. Arriba tengo una ducha especial. Puedes usarla si prometes no decir nada.

Ness: ¿En qué consiste esa ducha especial?

Zac: Tiene un motor eléctrico que aumenta la presión. El agua del hotel no viene directamente del canal, sino de un tanque. Por eso apenas tiene presión.

Ness: ¿Y dónde tienes esa ducha?

Zac: En mi piso. Vivo en el piso de arriba.

Ness: ¿Y a cambio de un simple ojo de mi cara puedo disponer hoy de semejante lujo?

Zac: El precio es más alto cuando la ducha se convierte en una necesidad. Se podría decir que actuamos como traficantes de drogas.

Vanessa rió más de lo que la broma merecía. No recordaba haberse reído tanto como aquel día. Tal vez empezaba a ver una pequeña luz en la oscuridad. Le maravillaba lo fácil que era. Un hombre la besaba dos veces y parecía que el corazón iba a levantar el vuelo como un pájaro.


El piso estaba restaurado y mezclaba con elegancia detalles antiguos y modernos. El techo era alto y arqueado, con reproducciones decorativas en madera, y un tragaluz que iluminaba toda la habitación. Zac no había alterado la estructura original del edificio para introducir aquellos cambios. El suelo estaba revestido de madera pulida, que brillaba en los espacios que las alfombras dejaban libres. La enorme chimenea de piedra gris había sido restaurada para devolverle su aspecto original.

Las ventanas tenían vidrieras antiguas, y a su alrededor crecía la hiedra. En las paredes había empleado piedra, yeso y algunas tablas de madera.

El cuarto de baño era de ensueño. Las paredes y el suelo estaban cubiertos de una rígida piedra negra, incluido el espacio que rodeaba la ducha y el lavabo. Tenía un aspecto formal y antiguo, en el que Owen Glendower se habría sentido muy cómodo.

La ducha le pareció increíble, un lujo que no había tenido desde que dejó su casa, hace cinco años. Estuvo debajo durante cinco minutos, sin moverse, como si la acabaran de rescatar de un desierto. El agua le caía sobre la cabeza, la cara, y todo el cuerpo hasta las plantas de los pies, como un masaje terapéutico.

En el extremo opuesto a la ducha, y pegado a la pared, había un espejo de cuerpo entero. Cuando acabó estaba cubierto de vapor y su reflejo parecía el de un fantasma. Pulsó un botón y puso en funcionamiento un ventilador. El calor empezó a disiparse. Se secó, mientras su reflejo en el cristal se hacía más claro.

La imagen empezó a aclararse en las partes superior e inferior. Por un momento, mientras el centro permanecía borroso, se vio a sí misma como una mujer normal. Una mujer a la que un hombre desearía tocar y hacer el amor con ella. Alta, de piernas esbeltas, brazos bien formados, un delicado y claro bello púbico, vientre liso y cintura delgada; cuello largo y delgado, rostro atractivo, un saludable y espeso cabello negro, y piel suave, ligeramente bronceada en la cara, los brazos y las piernas.

El vapor desapareció por completo y Vanessa se obligó a mirarse. Observó sus senos, redondos y generosos. Uno era de un blanco perfecto, y en el otro aparecía una marca oscura de piel mas gruesa, que le llegaba hasta debajo del brazo. El pezón apuntaba hacia arriba más de lo normal, destruyendo la simetría y cualquier asomo de belleza.


***: ¡Diablos! ¿Qué es eso? ¡Qué cosa tan rara!

Recordó aquella voz masculina con tanta claridad que pareció retumbar en las paredes de piedra.

Entonces Vanessa se había cubierto con una mano, para evitar que siguiera mirando.

Ness: Es un injerto. Me quemé.

No podía dejar de escuchar su risa nerviosa.

***: Vaya, Vanessa, tendrías que haberme avisado.

Seguía riendo.

Ness: Lo siento.

***: Bueno, ahora veo por qué te hacías tanto de rogar. Te vas a divertir mucho en la vida, ¿eh? Bueno, no me hagas caso, soy un bocazas.


Desde entonces, nunca se miraba, odiaba aquella deformidad. Hasta aquel día, en que pudo mantener los ojos abiertos y fijos en ella. «Nada ha cambiado» se dijo. «Un hombre te ha besado dos veces, pero en realidad nada ha cambiado.»

Diez minutos después salió del cuarto de baño.

Zac: ¿Quieres que comamos algo aquí arriba, lejos de la multitud? -sugirió-. Puedo pedir a Jane que nos envíe una bandeja.

Vanessa contempló la habitación, fría y oscura, la luz púrpura y dorada del atardecer que pasa­ba a través de los cristales, y las sombras vibrantes de las hojas mecidas por la brisa. Vio flotar motas de polvo en la luz, y se sintió agotada por la acti­vidad del día. Lo último que le apetecía era la compañía de extraños. Pero le apetecía menos aún lo que veía reflejado en los ojos de Zac. Porque sabía cómo aquella expresión podía cambiar con rapidez, y no estaba dispuesta a comprobarlo. Al menos no con Zac. Sabía que con él sería mucho peor.

Estaba segura de que se marcharía el día siguien­te. Se planteó la posibilidad de arriesgarse, sólo por una vez. A fin de cuentas, no lo volvería a ver.

Ness: No, gracias -le contestó-. Ya me voy.


Alex: Quieren que te quedes más tiempo.

Ness: ¿Qué? -El corazón le latió con fuerza. Era como si la obligaran a meterse en la boca del lobo-. ¿Por qué? Él no lo hizo. Es imposible.

Alex: Mira, están muy satisfechos con la manera en que has llevado este asunto, pero todavía no se dan por vencidos. Quédate allí y consigue toda la información que puedas, y es posible que dentro de poco puedan darte instrucciones más específicas. -Vanessa maldijo-. ¿Qué pasa, cariño? ¿No se te está dando bien la pintura? -preguntó con sarcasmo-.

Ness: No -respondió con sequedad-.

No estaba dispuesta a explicarle por lo que esta­ba pasando y lo que suponía para ella quedarse allí.

Alex: Aguanta. Lee un libro. Eso ayuda a pasar el tiempo. Y graba todo lo que pue­das. Nunca se sabe.

Ness: ¿Qué es lo que nunca se sabe?

Alex: Puede que él mienta, Vanessa. Pero al menos habla contigo. Quién sabe, tal vez te cuente una historia diferente cada día. El tapiz no se había tasado en su valor actual. Procura averiguar algo al respecto.

Pensó que si grababa todas sus conversaciones tendría más posibilidades de llevar las riendas. Suspiró.

Ness: Él no lo hizo, y lo sabes. No es vuestro hombre.

Alex: Vanessa, querida, este cliente es muy importante, y los dos cobramos en función del tiempo que emplees. Hay crisis. Si tú no necesitas el dinero, yo sí. Así que no lo eches a perder.

Volvió a suspirar.

Ness: Alex, no hay nada raro en este asunto. Es una tontería que me quede aquí. Están pagando por nada.

Alex: Mira, cariño, es una compañía de seguros. Son muy escrupulosos y quieren que las cosas se hagan a su manera.. Están cargados de dinero, así que no veo la razón para no sacar una buena tajada de todo esto. Aunque te quedaras un mes, ni siquiera se fijarían en la factura.

Ness: ¿Un mes? -gritó-. ¡Yo no me quedo aquí un mes!

Alex: Pareces una doncella victoriana ofendida. Mira, pienses lo que pienses, ellos tienen sus sospechas y prefieren pagarnos a nosotros nuestro sueldo miserable antes que pagar ese seguro. Ahora, haz el favor de ponerte a trabajar. Me alegra hablar con mi agente en el campo de batalla. Me recuerda los viejos tiempos.


El paisaje era más bonito de lo que había imaginado. Las laderas de las colinas estaban cubiertas de musgo y árboles llenos de magia que parecían tan viejos como la misma tierra. Cualquier elevación del terreno ofrecía una vista espectacular.

El cielo azul y despejado, y las playas amplias y limpias parecían propios del Caribe. Las casas antiguas estaban rodeadas por muros de piedra de siglos pasados. Abundaban los ríos, lagos y arroyos, y en los campos verdes pastaban las oscuras vacas, las blancas ovejas y los caballos, que ofrecían un cuadro más pintoresco de lo que podía soñar. Los círculos de menhires, las susurrantes cataratas y todos los sitios continuaban igual desde que su bisabuelo abandonó aquellas tierras.

Vanessa condujo y caminó por aquellos parajes, siempre con su caballete y sus pinturas, para dejar constancia de aquella belleza. Era como el regreso al hogar. El mito, la historia y la magia. Era la tierra de sus antepasados, el lugar en el que estaban sus raíces. Sabía que nunca volvería a ser la misma.


Mona: Gales tiene un clima muy húmedo. Por eso es tan verde.

Vanessa estaba contemplando la lluvia. Llevaba dos días sin poder pintar.

Se habían quedado solas después de comer y no tenían ninguna razón especial para levantarse de la mesa. Madeleine y Priscilla habían salido temprano aquel día, con la comida en unas mochilas. Jeremy había ido a Londres para ver a su editor. Zac había subido a su piso una hora antes. Pero Mona y Vanessa no tenían nada que hacer, excepto tomar un café y charlar.

No conectó la grabadora porque estuvieron charlando sobre el pasado. Mona había perdido a su marido cuando tenía veintidós años y esperaba su primer bebé, que también murió. No volvió a casarse y tuvo que aprender a dirigir un hotel, cuando nunca había tenido que mover un dedo para salir adelante.

Una ráfaga de viento entró por la ventana y Vanessa se empapó. Apenas se distinguía la fortaleza, oscurecida por la lluvia y la espesa niebla.

En aquel momento tuvo una idea y conectó la grabadora.

Ness: He pensado que me gustaría pintar la escena del tapiz que se quemó en el incendio. Sobre todo si el tiempo continúa así. ¿Lo recuerda bien como para describírmelo?

Mona dejó su taza.

Mona: Es una idea estupenda, querida. Seguro que a Zac le encantará. Le gustaba mucho ese tapiz. ¿Se lo ha encargado él?

Ness: La verdad es que no se lo he comentado. Estaba pensando en un cuadro pequeño. Pero si a él le gusta la idea podría ser más grande. Por supuesto, no sería tan valioso como el tapiz.

Mona: Creo que a Zac no le importaba por su valor. Quería exponerlo cuando restaurara la casa.

Ness: ¿Dónde lo consiguió?

Mona: Siempre estuvo aquí, al menos por lo que yo sé. Lo encontré guardado en un aparador en 1956. Pero hasta que murió mi padre, en 1970, no lo saqué para colgarlo. A mí padre no le gustaba tanto como a mí.

Ness: ¿Fue entonces cuando lo tasó para asegurarlo?

Mona suspiró.

Mona: Me temo que sí. Nunca supuse que subiría tanto su valor. El joven agente que me aconsejó su venta lo pasó por alto.

Ness: Un golpe de suerte para Zac -dijo con brusquedad-.

Mona: Sí, él fue el primer sorprendido. Cuando vino a ver la casa sólo había echado un vistazo por encima a esa habitación. Se quedó encantado cuando vio el tapiz. Es muy aficionado a los mitos galeses. Aunque no tenía intención de venderlo, acordamos que, si algún día se decidía, me pagaría la mitad del dinero que obtuviera.

Ness: Era la representación de «El Sueño de Rhoabwy», ¿verdad? ¿Conoce la historia?

Mona: Querida, la escuché hace mucho tiempo, pero me temo que no lo recuerdo todo. Zac tiene la traducción al inglés del Mabinogion. Puedes pedírsela.

Ness: Pero, ¿me podría describir la escena? -presionó-.

Se sentía arrepentida. Hasta entonces, en ninguna investigación se había encontrado tan cerca de la gente a la que espiaba, y odiaba lo que hacía. Por otro lado, estaba muy interesada en obtener más información sobre sus antepasados. Y no mentía al decir que quería pintar «El Sueño de Rhonabwy».

El artista original había sido una mujer que trabajaba en el único medio que podía permitirse. Vanessa pensó que tal vez se sintiera desanimada con los lentos progresos de la aguja. Y todo su trabajo se había quemado en un momento. Pero ella estaba decidida a volver a darle vida.

Mona: Si quieres puedo intentarlo. Si pintas mientras hablo, tal vez pueda hacerlo. Estaba confeccionado en un extraño y antiguo estilo, ya sabes. Los colores originales eran muy vivos y la perspectiva…

En aquel momento escucharon los ladridos del perro en el vestíbulo, y un ruido de voces. Tras la tarde de inactividad, ambas decidieron investigar.

Madeleine y Priscilla se habían visto sorprendidas por la tormenta y acababan de entrar. Estaban llamando a Molly. Su aspecto debía haber desconcertado a Bill. Llevaban grandes gabardinas y sombreros, y estaban empapadas y cubiertas de barro.

El perro les ladraba con furia, como si fueran desconocidas.

Maddie: ¡Vanessa! ¡Mona! Estáis ahí -dijo agradecida-. ¿Podríais decir a Molly que nos traiga algo para limpiarnos un poco? No queremos manchar de barro todo el suelo.

Priscilla: ¡Vaya día! Primero nos sorprende una horrible borrasca. Muy tonificante, pero nos hemos empapado -explicó-. Y luego, Madeleine se cae.

Bill no dejaba de ladrar, nervioso.

Ness: ¡Quieto, Bill! -ordenó-.

No tenía muchas esperanzas de que la obedeciera, y en efecto, siguió ladrando.

Mona: No tiene mucho sentido del olfato. Y estáis muy raras.

La gabardina amarilla de Madeleine estaba cubierta de barro. Vanessa comprendió inmediatamente por qué no querían moverse de donde estaban.

Ness: Iré a buscar a Molly.

La encontró en la cocina, y volvió con ella, con un cubo y algunos trapos y toallas. Zac ya había bajado las escaleras.

Maddie: Por supuesto, no hemos podido disfrutar del picnic. No hemos estado a resguardo ni un solo momento desde que salimos de aquí.

Bill no parecía tener intención de callarse, ni siquiera cuando las dos mujeres se limpiaron las gabardinas y se quitaron todas las prendas externas. El perro había visto al enemigo, y la euforia de su triunfo, al ahuyentarlo y hacer aparecer a Madeleine y Priscilla en su lugar, no tenía límites. Al final, todos renunciaron a hacerle callar, pues cuanto más intentaban tranquilizarlo, más nervioso se ponía.

Mona sacudió la cabeza con tristeza y miró a Zac.

Mona: Supongo que ya chochea.

Madeleine estaba más mojada y sucia que Priscilla. Mientras seguía limpiándose el barro de las manos, se miró los calcetines y los pantalones empapados, y los mechones de pelo que le caían goteando agua.

Maddie: Bueno. Creo que la próxima vez...

No pudo terminar la frase. Bill se abalanzó emocionado hacia sus piernas, en un arrebato de cariño, y tan grande era su excitación que no pudo controlarse y desahogó la vejiga en sus pies.

Madeleine, por mucho que lo disimulara, era una persona muy rígida, y demasiado orgullosa para dejarse llevar por el sentido del humor. No era capaz de reírse de sí misma en una situación apurada, y el que hecho de que Vanessa no pudiera contener la risa no la ayudó.

Maddie: ¡Dios mío! -gritó. Levantó el pie izquierdo, embutido en sus nuevos y empapados calcetines, y lo miró con una indignación asombrosa-. ¡Pero qué demonios es esto!

Mona y Zac se controlaron mejor que Vanessa. Zac se lanzó a coger al desafortunado perro, lo sujetó por el collar, abrió la puerta más cercana, que daba al salón, lo empujó allí y después cerró la puerta rápidamente. Bill, que había dejado de ladrar un momento, empezó de nuevo, con más énfasis.

Zac: Lo siento, Madeleine. No sé qué le ha pasado.

Mona le agarró un brazo.

Mona: Zac -dijo, asustada-.

En aquel momento Vanessa sintió el olor.

Ness: Humo -dijo, frunciendo el ceño-. Algo se está quemando. -El olor la hizo recordar y gritó-. Dios mío, ¡fuego!

Bill empujaba la puerta del salón, ladrando y gimiendo como si lo hubieran encerrado con un fantasma. Zac le abrió la puerta y el olor del humo entró en el vestíbulo. Todos entraron rápidamente en la habitación, incluido Bill, que al parecer no había empujado la puerta para salir, sino para que ellos entraran.

En el centro de la alfombra que estaba frente a la chimenea, empezaba a crecer una llama, levantando una nube de humo.

Molly: ¡El cubo!

Salió corriendo en su busca. Pero no fue necesario. Bill, que no dejaba de ladrar y de gemir, se agachó con las patas traseras extendidas y olfateó la alfombra, como si intentara descubrir qué era aquello. Después levantó la pata y orinó encima.

Su puntería resultó excelente. El pequeño fuego se extinguió antes de que Molly volviera con el cubo. La alfombra desprendía un olor fuerte y desagradable, una mezcla entre lana quemada y orina de perro.

Todos estallaron en carcajadas, aliviados. Priscilla, que se encontraba más cerca de la escena, había tragado mucho humo y empezó a toser mientras se echaba hacia atrás precipitadamente.

Mona: Muy bien, Bill -dijo con admiración-.

El perro se apartó y los miró, ya calmado, golpeando la cola contra el suelo y con la boca abierta en una amplia mueca.

Ladró una vez más, contento por su hazaña.

Zac lo miraba con una ceja levantada.

Zac: No volveremos a decir que chocheas, ¿verdad, chico? -dijo, riendo-.

Mona: Por supuesto que no -añadió-. Y mucho menos que ha perdido el sentido del olfato.

Ness: Pero, ¿cómo ha ocurrido? ¿Alguien estaba fumando?

El único que fumaba era Jeremy y estaba en Londres. Zac se acercó a la alfombra y apartó el humo con una mano. Había una marca oscura de unos treinta centímetros. Y en el centro un pequeño pegote carbonizado. Miró a Molly.

Zac: Molly, ¿cuándo encendiste el fuego aquí?

Molly: Hace una hora, justo después de comer. Me dijiste que lo hiciera cuando subiste, porque hacía frío. Y no cayó ningún trozo de carbón en la alfombra.

Zac sacudió la cabeza.

Zac: No, yo diría que esto se ha prendido hace unos quince minutos. ¿Alguien ha estado en esta habitación durante la última hora?

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: Mona y yo hemos estado en el comedor tomando café. Y no me ha parecido ver a nadie.

Sólo tres personas habían comido en el hotel, y Molly no había puesto la mesa acostumbrada, sino una más pequeña cerca de la ventana y con vistas al valle. Desde el comedor se veían sin problemas la puerta de entrada y el vestíbulo.

Mona asintió.

Mona: Todo ha estado tranquilo. Hace como una hora, Molly vino a traernos más café, así que creo que es cuando encendió la chimenea, y no hemos visto a nadie más desde entonces.

Priscilla cerró los ojos.

Priscilla: Siento la presencia -dijo con voz emocionada-. Me temo que ha sido Jess.

Zac sonrió. Miró el fuego de la chimenea, cuyas llamas caldeaban la habitación, haciéndola más cómoda.

Zac: Es más probable que haya saltado una brasa de la chimenea. Y, como para confirmarlo, el fuego aumentó en aquel mismo momento, y saltaron varias brasas.

Mona: Sí, parece que tienes razón.

Madeleine sacudió la cabeza.

Maddie: Sería mejor que hicierais caso de las advertencias de mi hermana.

Vanessa añadió rápidamente:

Ness: No se olviden de Bill.

Maddie: ¿Qué quiere decir?

Ness: ¿Qué le llamó la atención? Siempre han dicho que no tenía sentido del olfato, y no estaba ladrando a la puerta del salón, ¿verdad?

Mona: Bueno, tal vez… -empezó a decir-.

Ness: ¿No lo ven? Algo lo puso nervioso, pero no fue el fuego. Normalmente sólo le asusta. Y si no hubiera ocurrido el incidente de Madeleine, Zac no habría abierto esta puerta. Y tal vez no hubiera entrado nadie en una hora más.

Zac: ¿Qué tratas de decir?

Ness: Bueno... no lo sé -dijo, encogiéndose de hombros. Pero había algo extraño. Tendría que pensar-.

2 comentarios:

Natalia dijo...

Oh, dios, entonces quien ha incendiado eso?
Nessa ahora si que puede afirmar que no ha sido Zac! porque estaba con ella.
Que ha sido entonces verdaderamente el fantasma?
siguela pronto porfavor.
que esta muy interesante..
besitos

caromix27^^ dijo...

Un fantasma piromano!
un chucho q apaga incendios con orina xD
esto parece libro infantil xD excepto la parte de Zac (perve)me encanta!
chicas comenten mucho!

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