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sábado, 27 de agosto de 2011

Capítulo 11


Vanessa salió de su habitación, apoyó en la pared el caballete y la caja de pinturas y cerró con llave. Después volvió a coger sus cosas y empezó a bajar las escaleras.

Solía bajar por la escalera principal. Pero había unas escaleras antiguas y estrechas que subían des­de la cocina hasta el apartamento de Zac; y aque­lla mañana, sin saber por qué, decidió bajar por ellas. En el piso siguiente tendría que ir por el pasillo hasta la escalera principal si no quería aca­bar en las cocinas. La distribución de la casa era un tanto extraña; había zonas que no se comu­nicaban entre sí y varios tramos de escaleras. Vanessa aún no las conocía muy bien.

Iba tarareando mientras bajaba con el aparatoso equipo. Zac había cumplido su promesa de la noche anterior y no la había dejado dormir hasta después del amanecer. Vanessa había dormido hasta tarde y se despertó cansada, pero contenta al des­cubrir que Zac ya estaba trabajando en el estudio.

Decidió empezar un nuevo cuadro aquella maña­na. No le parecía que la luz fuera apropiada para Excalibur, aunque su humor era el adecuado. Tal vez lo intentara.

Cuando estaba llegando al siguiente piso, la caja de pinturas resbaló y se abrió. Todos los tubos, pinceles, trapos y botes saltaron por las escaleras. Por mucho que Vanessa intentó sujetarlos no sirvió de nada y el bote de aguarrás salió disparado, cayó en el suelo y fue a parar en la puerta de una habitación, donde se rompió en varios trozos.

El olor inundó todo el lugar y se formó un charco que empezó a extenderse hasta el interior de la habitación. Vanessa no pudo evitar una exclamación; el aguarrás podía estropear el suelo. Lo dejó todo en el suelo y corrió hacia la habitación.

Golpeó la puerta.

Ness: ¿Oiga? -llamó, pero no obtuvo respuesta-.

La puerta estaba cerrada con llave. Acercó el oído y volvió a llamar. Escuchó algo parecido a un murmullo, tal vez el sonido de un pequeño motor, pero nadie respondió. Se dio la vuelta y bajó hasta la cocina.

Ness: ¡Molly! -gritó-. ¡Molly!

Era un poco más tarde de las once. La cocina estaba resplandeciente y Molly y Jane estaban de pie, tomando una taza de té, antes de proseguir con el trabajo. Las dos se sobresaltaron al verla.

Molly: Vanessa, ¿qué ocurre?

Les explicó lo que había ocurrido. Molly cogió un cubo, un trapo y un juego de llaves, y subió con ella las escaleras.

Molly: ¡Vaya! -Se tapó la nariz al sentir el olor del aguarrás-. Es la habitación de Priscilla y Madeleine -dijo mientras buscaba la llave-. Voy a limpiarlo. Salie­ron temprano y dijeron que no volverían hasta la tarde.

Abrió la puerta y la dejó abierta, como acos­tumbraba a hacer cuando limpiaba. No había nadie dentro, pero el murmullo que Vanessa había escu­chado se oía con más fuerza y Molly se quedó boquia­bierta y dio un pequeño grito. Vanessa se asomó para ver de qué se trataba.

En un rincón de la habitación había una enorme gotera. El papel de la pared ya estaba empapado, al igual que un trozo de alfombra, pero no parecía que hubiera grandes daños. Había una manta sobre un baúl de madera. Molly la cogió y la metió en la tubería rota para evitar que siguiera fluyendo el agua.

Molly: ¡Vete a avisar a Evan! -gritó a Vanessa-. Dile que corte el agua. -Cuando Vanessa ya se iba a marchar, añadió-: ¡Y que traiga la caja de herramientas!

Vanessa no perdió el tiempo y en cinco minutos, el encargado de mantenimiento del hotel cerró el agua, llegó a la habitación y reparó la avería, mien­tras Molly, Norah y Vanessa lo recogían todo.

Metieron la manta empapada en un cubo de basura para llevarlo a la cocina. Después, Molly y Evan levantaron la cama para que Vanessa y Norah pudieran recoger la alfombra.

Ness: ¡Vaya! -exclamó al levantar la alfombra-.

Debajo de la cama descubrió dos libros de bol­sillo, echados a perder por la humedad. Estaban abiertos y boca abajo, como si alguien que los estaba leyendo por la noche los hubiera puesto bajo la cama antes de dormirse. Vanessa los recogió y los dejó sobre la cama.

Se llevaron la alfombra, fregaron el suelo y después Vanessa cogió los libros y los llevó hacia la ventana abierta. El sol brillaba con fuerza y soplaba una suave brisa procedente de la colina. Los libros habían engrosado con el agua, pero Vanessa pensó que una vez secos se podrían leer.

Fantasmas de Gran Bretaña, y El diccionario de los Fantasmas. Vanessa sonrió. Sin duda Priscilla se estaba documentando para escribir su propio libro. La ilustración de la portada no parecía gran cosa y las de dentro resultaban demasiado extravagantes para un trabajo serio. Parecían propias de un aficionado. Vanessa pensó que ella podría haberlas hecho mejor.

«¡Una explosión fantasmagórica! En el bonito pueblo de Cheslyn Slade, Wiltshire, hubo una explosión que nadie pudo explicar en términos científicos. En la noche del 13 de junio de 1944... »

Vanessa dejó de leer, riendo. Era un libro para niños. No parecía una documentación muy valiosa para una parapsicóloga. Se preguntó qué haría Priscilla con un libro así. Abrió el otro libro. El estilo era parecido y no empleaba términos técnicos. Tenía algunas ilustraciones, pero la de la portada parecía del mismo autor del otro libro.

Vanessa frunció el ceño y después empezó a reír exageradamente. La autora de ambos libros era Diane Middleton. Parecía que descubría todos los pseudónimos al mismo tiempo. Priscilla, la parapsicóloga, la mujer que despreciaba el término «médium» y cualquier comparación con Madame Arcati, escribía libros baratos sobre fantasmas.

Se volvió, pero Norah y Molly se habían ido con las sábanas de la cama. Pensó que tal vez sería mejor que nadie más conociera el secreto de Priscilla.

Aunque a Zac sí se lo contaría. Era el tipo de broma que sabría apreciar.

A las doce estaban todos en la cocina, tomando otra taza de té y riendo, aliviados por haber evitado un posible desastre.

Norah: Gracias a Dios que se le cayó la caja de pinturas -dijo mientras rellenaba la taza de Vanessa­-. Afortunadamente, no ha pasado nada, pero de no haber sido por ti no nos habríamos dado cuenta en dos o tres horas.

Molly: O incluso en todo el día -añadió-. Yo acababa de limpiar la habitación. Y Priscilla y Madeleine se habían ido de picnic, así que no regresarían hasta tarde. El agua habría llegado hasta el salón, pero nadie lo habría notado, porque no se suele usar en un día normal -respiró profundamente y sacudió la cabeza-. Habría sido un desastre: todas sus ropas arruinadas, los colchones y las alfombras empapadas... ¡Gracias, Vanessa, por tirar la caja!

Vanessa sonrió y asintió. Pero estaba recordando que si no hubiera bajado por aquellas escaleras jamás habrían encontrado la tubería rota.

Frunció el ceño mientras pensaba. No solía utilizar aquellas escaleras, pero algo la había impulsado a hacerlo. Y mientras bajaba, se había sentido extraña.


Hacía un bonito día. Vanessa subió hasta la fortaleza y trabajó en el cuadro que había empezado una semana atrás, el de la mujer que observaba el valle. Era extraño, muy diferente a lo que solía pintar. Era la clase de cuadro que había pintado a veces para Stephen, el director de su tesis.

Stephen: Pareces captar el lado oculto de las cosas -le había dicho en una ocasión-. Espero que alguna vez seas capaz de captar tu lado oculto.

Se sentía incómoda trabajando con Stephen, sobre todo porque era incapaz de reconocer que tenía razón en lo que decía. Aunque con él había realizado sus mejores trabajos. En aquella época, lo único que sabía era que lo temía, pero desconocía la razón. Todo el mundo se sorprendió cuando decidió que un profesor distinto la ayudara en su tesis, y ahora lo comprendía. Durante el año que trabajó con el nuevo profesor, su trabajo no tenía la misma fuerza.

Siempre se había preguntado por qué temía tanto a Stephen y quería alejarse de él por todos los medios posibles. Ahora lo sabía. Era por la misma razón por la que había tenido miedo de Zac. Se había sentido atraída por él, una atracción demasiado fuerte para ocultarla. Y seguramente, si alguien se lo hubiera insinuado entonces, lo habría negado.

Sentía algo más que una atracción sexual por Zac. Desde el primer momento, había tenido la extraña sensación de que lo conocía. La presencia de Zac la había impulsado a descubrir su lado oculto. Si no hubiera tenido un trabajo que hacer, se habría alejado de él y seguiría negándose a ser deseada, a ser amada. Odiaría y temería al hombre que la atraía.

Seguiría siendo una artista mediocre y pintaría ilustraciones de libros como Fantasmas de Gran Bretaña.

Cogió otro cuadro y lo puso en el caballete. Se trataba de una vista inacabada del hotel y el valle. Había algo más a lo que no había tenido el valor de enfrentarse. Rápidamente, puso sobre la paleta un poco de naranja, rojo, amarillo, azul, marrón y negro. Con ligeras pinceladas, empezó a pintar el hotel en llamas; un incendio terrible propio de la peor pesadilla.

Con unos pequeños trazos perfiló la silueta de un hombre en una de las ventanas superiores. Estaba mirando la habitación en llamas en el momento en que el tejado se derrumbaba.

Abajo, en el exterior, un hombre alto llevaba en brazos a una niña vestida con un camisón rosa, que miraba hacia la ventana lanzando un grito desesperado.

«Lo supe entonces», pensó Vanessa mientras pintaba. «Desde el momento en que escuché aquel ruido infernal supe que no volverían. El resto fue una farsa».


Vanessa estaba abriendo la puerta de la habitación cuando Priscilla y Madeleine llegaban a la suya, en el piso inferior.

Oyó la voz de Madeleine al abrir la puerta.

Maddie: Qué extraño.

Priscilla: ¡Madeleine! -gritó-.

Vanessa se mordió los labios. Al parecer, no se habían encontrado a nadie que les avisara de lo que había sucedido, aunque Norah había dicho que estaría pendiente de su regreso.

Maddie: ¿Qué ocurre, Priscilla? -preguntó esperando algo horrible-.

Su voz sonaba alarmada y Vanessa pensó que la expresión de Priscilla debía ser algo digno de ver. Aunque en realidad no había de qué asustarse. Sólo había desaparecido la alfombra y faltaban las sába­nas de la cama.

Priscilla: ¡Dios mío! -exclamó al cabo de un momento-. ¿Qué ha pasado aquí?

Maddie: No tengo ni idea.

Vanessa dejó sus cosas dentro de la habitación, cerró la puerta y bajó las escaleras. Norah ya había llegado y encontró a las tres mujeres dentro de la habitación, con la puerta abierta.

Norah: Lo siento. Quería haberos avisado antes de que subierais. Afortunadamente, no ha habido nin­gún daño importante.

Priscilla: Jessica otra vez -dijo rotundamente-.

Maddie: Estoy segura de que sí habrá causado algún daño. ¿Se han manchado nuestras cosas?

Norah: No, sólo la alfombra y parte de las sábanas. Se rompió una cañería. El agua empezó a salirse, pero pudimos detenerlo a tiempo. Hemos pensado trasladarlas al otro extremo del vestíbulo, a la Guar­dería. Desde allí se ve el valle.

Hubo un momento de silencio.

Priscilla: Pero siempre hemos estado en la Capilla -dijo horrorizada-. Siempre que hemos venido hemos reservado esta habitación.

Norah: Sí, pero Zac ha pensado...

Maddie: Vamos a inspeccionar la otra habitación, Priscilla -dijo interrumpiendo a Norah-.

Norah: Pero...

Las dos hermanas se miraron entre sí y después a Norah.

Maddie: Mi hermana necesita sentirse cómoda en su habitación. Ésta era la antigua capilla, por supuesto. Pero hay otras habitaciones en las que le sería imposible quedarse, sobre todo ahora que el fantasma está en plena transición. Si la otra habitación es de nuestro agrado, no ten­dremos ningún inconveniente en trasladarnos. Vamos, Priscilla.

Pero a Priscilla aún no la habían abandonado las vibraciones negativas. Tan pronto como lle­garon a la otra habitación y abrió la puerta, se volvió.

Priscilla: No -dijo con voz suplicante-. Por favor, Madeleine.

Madeleine se mordió un labio.

Maddie: Sólo esta noche, Priscilla. Si mañana sigues teniendo la misma impresión... -se volvió hacia Norah-. Espero que la Capilla esté preparada para mañana por la mañana.

Norah: Por supuesto.

Priscilla: Creo que no voy a poder pegar ojo en toda la noche.


Alex: ¿Por qué demonios no me lo dijiste antes?

Vanessa no le había contado el incidente de la alfombra quemada.

Ness: Porque pensé que no tenía importancia. Pero ahora ha ocurrido algo, y a decir verdad, todo me parece muy misterioso. -Le habló acerca de la cañería rota-. Esto empieza a ponerse serio. Nadie habría resultado herido, pero habría sido motivo suficiente para reclamar el seguro.

Alex: Ya entiendo.

Ness: No pudo ser él. No sería tan estúpido. Eso empeoraría su situación con la compañía de seguros y tendría menos posibilidades de cobrar.

Alex: ¿Crees que alguien lo está saboteando?

Ness: No lo sé. Si quieres hacer caso a las parapsicólogas, ellas dicen que el fantasma está cambiando, o algo parecido. ¿Te lo dije? Dicen que ahora, después de pasar varios siglos gastando bromas inocentes, se ha vuelto siniestra y peligrosa. Cuando las hermanas se recuperaron del susto, Priscilla había dicho a Zac que podía ver la mano de Jessica en todo aquel asunto.

Alex: No las creo -dijo sin más-.

Ness: Muy bien. Empezaré a investigar a los demás.

Se sentía como una traidora al darle los nombres de los demás clientes y del personal y al contarle lo que sabía de ellos. Nunca había tenido una relación tan cercana con las personas a las que había investigado. Le contó todo lo que había averiguado a lo largo de las dos semanas anteriores, incluida la muerte del marido de Mona, en Arnhem; que Jeremy, emparentado con la nobleza, era un poeta que publicaba en pequeñas revistas presuntuosas; que Priscilla escribía libros sobre fantasmas bajo el pseudónimo de Diane Middleton; que Molly estaba casada con un granjero del pueblo; que el primo de Gwen, la camarera del bar, había trabajado para Zac; y muchas otras cosas.

Era una traidora, pero no podía hacer otra cosa. Si dejaba el trabajo, la compañía de seguros enviaría a otra persona, que con toda seguridad se esforzaría por demostrar la culpabilidad de Zac. Si el incendio había sido provocado por otra persona, Vanessa era la única que podía demostrarlo, y al menos, lo intentaría.

Y si no continuaba, tendría que volver a Londres. Era una idea que no soportaba, aunque no sabía muy bien por qué. Quería quedarse allí, y después de todo tenía sus motivos. Gales era un bello lugar, la tierra de sus antepasados. Y estaba pintando buenos cuadros. Tenía muchas razones para quedarse.


Ness: Mira.

Estaban cenando en el restaurante del hotel. Zac cogió la gruesa hoja de papel que Vanessa le tendía. Lo miró y levantó las cejas. Acercó el candelabro de la mesa para tener más luz.

Zac: ¿Cómo has podido hacerlo? -preguntó sorprendido. Era una acuarela que representaba El Sueño de Rhonabwy-. Es igual que el tapiz -dijo, como un niño-.

Ness: ¿Está bien?

Zac: Si no es una copia perfecta., se acerca mucho. -Volvió a mirarlo. Vanessa podía apreciar que le había gustado-. ¿Encontraste una fotografía o algo parecido? -Miró hacia la mesa en la que estaban cenando Mona, Madeleine y Priscilla-. ¿O es que los poderes psíquicos se contagian?

Vanessa rió.

Ness: Mona encontró una vieja fotografía en blanco y negro, no del tapiz, sino de alguien que posaba delante. Había olvidado que la tenía. Se aprecian la mayoría de los detalles. Sólo tuvo que recordar los colores. Por supuesto, la descripción de la historia me ayudó mucho.

Zac sonrió y colocó el boceto en un lado de la mesa. Después apartó la sal y la aceitera que tenía delante y volvió a mirarlo. Cogió la mano de Vanessa y se la besó.

Zac: No creo que la copia resulte demasiado gratificante a un artista, pero me gustaría tener un mural al óleo de esta escena. ¿Te interesa?

Ness: Me interesa, pero no creo que pueda conseguir una copia perfecta. Habrá algún toque personal y notarás la diferencia.

Zac: Razón de más para que lo pintes.


Subieron a través del bosque hasta lo alto de la colina. Habían dejado el camino hace tiempo, ya que Zac quería llevarla a un sitio especial. Los últimos treinta metros habían sido lo suficientemente inclinados para que Vanessa llegara jadeando. Cuando por fin llegaron, Vanessa respiro profundamente, mientras miraba a su alrededor.

Era un lugar mágico, iluminado por el sol, con un enorme roble en el centro. Los viejos árboles de Gales abundaban sobre el manto de hierba y flores silvestres.

Cerca del roble, cubierto de líquenes, se levantaba un menhir. Debía medir poco más de un metro. Aunque, de alguna manera, parecía tener algún poder. Los menhires siempre llamaban la atención, pero aquél lo hacía de una manera especial. Capturó la atención de Vanessa de inmediato.

Ness: Es absolutamente mágico -dijo después de tomar aire-. ­¿Cuánto tiempo lleva aquí? -Zac negó con la cabeza-. Debieron celebrar algún tipo de ceremonia aquí. Se puede sentir. ¿Tú crees que adorarían a los árboles?

Zac: Antes de Cristo asociaban a la Diosa Blanca con los árboles.

Vanessa avanzó por la hierba y bajo las ramas extendidas de los árboles, para tocar la piedra. Podía sentir el poder de la tierra bajo la mano.

Ness: ¿Vienes aquí con frecuencia?

Tenía la extraña necesidad de hablar en voz baja, como si estuvieran en una iglesia.

Zac asintió.

Vanessa seguía recibiendo mensajes de la piedra.

Ness: ¿Y qué haces?

Zac se encogió de hombros.

Zac: Leo, escribo, o simplemente me siento a pensar.

Ness: ¿Vamos a merendar aquí?

Zac: Si tú quieres.

Ness: Sería poco menos que un sacrilegio.

Zac: Supongo que habrán celebrado más de una ceremonia sagrada en este lugar. Es difícil saberlo.

Por fin, extendieron la manta y la comida bajo las ramas del roble y se dispusieron a comer en aquel lugar sagrado. Cuando saciaron el hambre, Vanessa volvió a llenar los vasos con el suave vino blanco, y se tumbó, apoyándose en una raíz que emergía de la tierra.

Ness: Deberías contarme alguna historia del Mabinogion.

Zac: Muy apropiado -asintió-.

Ness: Alguna que quieras que pinte.

Zac: Está la historia de Zac ap Zachary y la de Elen de las Huestes. ¿Cual prefieres?

Vanessa dudó.

Ness: ¿Las dos pertenecen al Mabinogion?

Zac: Más o menos. ¿Quieres que te hable del sueño de Máximo? Elen tiene algo que ver.

Ness: Sí, por favor.

Zac: Máximo el soberano.

Zac empezó a contar la historia con una suave y profunda voz, mientras Vanessa contemplaba el árbol y el cielo perfecto y azul.

Zac: Máximo era Emperador de Roma. Era sabio y apuesto, e idóneo para el gobierno. Un día reunió a todos sus diplomáticos y fueron a cazar a un valle cercano a Roma. Cuando el sol se levantaba sobre sus cabezas y el calor era insoportable, Máximo sintió sueño y decidió tumbarse a descansar a la orilla de un río. Y tuvo un sueño. Soñó que viajaba a través de montañas y llanos, siguiendo el curso de un gran río, hasta que llegó al mar. Allí embarcó en un formidable barco y navegó hasta una isla, y cruzó la isla para alcanzar el otro extremo. Llegó a una gran fortaleza. El tejado y las puertas eran de oro, y las paredes estaban incrustadas de joyas. Dentro, en una silla dorada, estaba la mujer más guapa que jamás había contemplado. La abrazó y se tendió con ella, pero entonces lo despertaron el ruido de los caballos y el gemido que el viento le traía a través de los campos.

Ness: Ah.

Zac rió.

Zac: Así que Máximo se enamoró de aquella mujer, y se sintió tan desgraciado al despertar y no encontrarla que se sumió en una profunda melancolía. Ya no quería cazar con sus hombres, ni escuchar canciones, ni beber. Sólo quería dormir, para soñar con su dama. Por fin, su hombre de confianza fue a hablar con él y le dijo que sus hombres estaban desolados, porque jamás se dirigía a ellos y no sabían qué hacer. Era preciso que reaccionara. De modo que reunió a sus sabios y les contó que estaba enamorado de una mujer que había visto en un sueño y era incapaz de interesarse por nada más. Los sabios le sugirieron que enviara mensajeros en busca de la mujer del sueño, y así al menos viviría con la esperanza de encontrarla. Máximo los envió por todo el mundo, pero al cabo de un año regresaron sin haberla encontrado. Entonces uno de los cónsules le propuso que tratara él mismo de encontrar el lugar de sus sueños.

Vanessa estaba absorta en la historia.

Zac: Máximo viajó hasta encontrar el río -continuó-, y entonces mandó a sus mensajeros que lo siguieran. Así lo hicieron, y encontraron todos los lugares que él les había descrito, hasta llegar a la fortaleza de la isla. Entraron y encontraron sentada en una silla dorada a Elen, hija de Eudav, con su padre y sus hermanos, Kynan y Avaori. Se arrodillaron delante de ella y, en nombre de Máximo, el emperador de Roma, le pidieron que se fuera con ellos. Pero Elen se negó, alegando que debía ser Máximo quien fuera hasta ella. Los mensajeros volvieron a Roma e informaron a Máximo, que emprendió viaje con su ejército. Conquistó la isla de Britania y llegó a la fortaleza de Eudav. Allí vio a Elen, tal como la había visto en el sueño. Aquella noche durmieron juntos y por la mañana ella le pidió el regalo que merecía, pues cuando la encontró era virgen. Máximo le dijo que la eligiera ella misma y Elen le pidió la isla de Britania para su padre y las tres islas mar adentro para ella, y también le pidió que construyera tres fortalezas en Arvon, Caerleon y Carmarthen. Más tarde tres caminos unirían las fortalezas.

Zac hizo una pausa y después continuó:

Zac: Máximo se quedó con Elen durante siete años, y al cabo de ese tiempo, le comunicaron que en Roma habían elegido a otro emperador. Se puso en marcha para reconquistar Roma, pero tras un año de aislamiento a la ciudad no conseguía la victoria. Mientras tanto, los hermanos de Elen reunieron un ejército con su nombre y lo enviaron a Roma, para ayudarlo. Máximo recuperó el trono y dejó que los hermanos conquistasen cuantos territorios desearan. Se hicieron con castillos y ciudades, y después Avaon y sus hombres volvieron a Britania, mientras que Kynan y su ejército se quedaron en la tierra que habían conquistado. Para preservar el idioma cortaron la lengua a las mujeres y, según la leyenda, ése es el motivo por el que aún se habla el celta en Gran Bretaña. Los tres caminos que unían las fortalezas se llamaron desde entonces los Caminos de Elen de las Huestes. Eligieron ese nombre porque los hombres de Britania se reunieron gracias a ella.

Vanessa estaba sumida en una especie de ensueño, mientras escuchaba la voz de Zac y recordaba cua­dros en su mente. Ahora el único sonido que escuchaba era el del viento sobre las hojas. Abrió los ojos y se resguardó del sol.

Ness: ¿Ya se ha acabado?

Zac: Me temo que sí. No solían exce­derse en los argumentos. Antiguamente, las leyen­das se daban a conocer a través de la música y la poesía.

Ness: Ya veo. ¿Y quieres que el resto de la información lo reflejen mis cuadros?

Sonrió, contento de que ella hubiera captado la idea.

Zac: Eso es.

Ness: Bueno, ya tengo ideas para unos cuantos cua­dros. El río, la fortaleza y la mujer en la silla dorada. Y los ejércitos, claro. ¿Es una historia real?

Zac: Está basada en algunos hechos reales. Hubo un hispano llamado Magno Máximo que prestó sus servicios al ejército británico durante el siglo cuatro. Las tropas lo proclamaron emperador y cruzó el canal, venció a los ejércitos romanos en Galia, Hispania y el norte de Italia, pero el empe­rador Teodosio lo derrotó en el 388 y lo decapitó. Incluso es posible que se fugara con alguna mujer galesa de la alta sociedad.

Ness: Es curioso que los romanos tomen parte en las leyendas de Gales.

Zac: Los romanos gobernaron durante tres siglos en estas tierras. Es lógico que dejaran alguna herencia. Me gusta esta historia porque creo que sugiere que, cuando los romanos conquistaron Gales la sociedad era matriarcal, y bajo la influencia romana cambió por completo.

Ness: ¿Sí? ¿Qué quieres decir?

A Vanessa la historia no le había sugerido nada parecido.

Zac: Era Elen quien estaba sentada en la silla dora­da, aun cuando su padre y sus hermanos estaban cerca. La silla debía de ser su trono. Y, aunque su padre estaba vivo, los romanos no le pidieron a él su mano, como sucede en las sociedades patriar­cales. Se dirigieron directamente a Elen. Y se negó a ir a Roma cuando el emperador la pidió en matri­monio, exigiendo que fuera él.

Vanessa parpadeó bajo la luz del sol.

Ness: Es verdad.

Zac: Cuando pide su regalo, no lo hace como si se tratara de un favor, como la mayoría de las mujeres. Exige el dominio de los territorios que Máximo ha conquistado. Y construye castillos y los une mediante caminos que después recibirán su nom­bre. Como cualquier gobernante, ella aprovechó los conocimientos de los conquistadores para el bien de su pueblo. -Cogió una manzana y se la frotó en el pantalón, con aire ausente-. Avaon y Kynan, sus hermanos, reunieron un ejército bajo su nombre, no el de su padre.

Ness: Ya veo.

Zac: ¿Y qué ocurrió? Máximo les otorgó el poder necesario para conquistar cuanto desearan. De repente, Kynan y Avaon obtenían poder, cuando antes lo recibían de su hermana. Ya ves, tomaron el concepto de la superioridad masculina de los romanos. ¿Y qué es lo primero que hicieron cuando tomaron el poder?

Ness: ¿Qué?

Zac: Cortaron la lengua a las mujeres. Silenciaron sus voces, como ocurrió desde entonces en todos los patriarcados. -Se inclinó y acarició la mejilla de Vanessa-. Creo que los romanos trajeron la idea de la superioridad masculina a Gales. Me gustaría que pintaras a Elen como una poderosa reina celta, Vanessa. El verdadero poder femenino.

2 comentarios:

caromix27^^ dijo...

El verdadero poder femenino (h)
Me encanto esa frase xD
muy buen cap!!
enserio q bueno!
comenten chicas!!
te quiero mi ali!

Natalia dijo...

cuanta intriga..
debes seguirla pronto para saber mas o menos que pasará que estoy perdida.. jaja

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