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sábado, 6 de agosto de 2011

Capítulo 3


El primer plato consistía en una deliciosa crema de zanahorias decorada con una estrella de nata líquida y una ramita de perejil. Vanessa pensó que las cañerías debían ser de la época victoriana, y las cortinas datarían de la guerra, pero la comida parecía preparada por alguien que siguiera las últimas tendencias.

El comedor era una amplia habitación que cruzaba todo el piso principal, con ventanas en los extremos de cada pared y vistas hacia el valle y las ruinas. Todas las paredes estaban enyesadas, y las cortinas estaban descoloridas, al igual que en el salón.

Había mesas para dos y cuatro invitados, pero todos se sentaron en una mesa grande al fondo de la habitación, en un acogedor rincón. Había otra chimenea que otorgaba un aspecto reconfortante, frente al viento y la lluvia que golpeaba los cristales.

La mesa era redonda y para alivio de Vanessa, Mona se sentó entre Zac y ella.

Mona: No siempre comemos así de bien -le explicó-. Después del incendio, se suspendieron las cenas en el hotel, pero Jane es la mejor cocinera en muchos kilómetros, y gracias a nuestra insistencia y a que ella se aburría cocinando para tan poca gente, Zac se vio obligado a volver a abrir el comedor. Pero los lunes cocinamos los propios residentes. De forma tradicional, los cocineros libran el lunes. Los pinches sólo pueden dar abasto con un grupo pequeño.

Jeremy: Y aquí estamos -dijo desde el otro extremo-.

Vanessa aún estaba intentando situarlo en un papel dentro de la película.

Priscilla: Querida, me pregunto si podría pintar un retrato del fantasma -dijo bruscamente. Se apoyó en la mesa, con el mismo entusiasmo que lo habría hecho Madame Arcati-. ¿No cree que podría inspirarle, Vanessa?

Ella parpadeó.

Ness: No lo sé. ¿Quién es? ¿Cuándo vivió?

Mona: No se sabe exactamente, aunque en el pueblo se oyen muchas historias.

Jeremy: Dicen que es una chica -añadió-. Aunque a veces creo que es un hombre. Tiene el mismo sentido del humor que Althorpe.

Ness: ¿Quién es Althorpe?

Miró al perro, que descansaba junto al fuego. Pero recordó que le habían dicho que se llamaba Bill.

Jeremy: ¡Por Dios! -exclamó-. ¡Althorpe, el Vizconde! -Vanessa continuaba en blanco-. El hermano de la Princesa de Gales -le aclaró-.

Mona: Por supuesto, ahora es el Conde Spencer -señaló-.

Jeremy: Claro -dijo golpeándose la frente con la mano-. La última vez que hablé con mi querido primo, aún se llamaba Althorpe. Es un primo por parte de madre -le dijo a Vanessa, seguro de impresionarla-. Me temo que la familia de mi padre no tiene tan buenas relaciones con la casa real. -Añadió aquel comentario con la típica desaprobación inglesa, convencido de que, una vez que había quedado patente su relación con el Conde Spencer, a Vanessa no le importaría el origen de su padre-. De todas formas, me temo que ahora le sonríe la suerte, aparte de haber caído en desgracia frente a los demás -prosiguió-.

«Sydney Greenstreet», se dijo Vanessa, que por fin había encontrado su papel. «Y está a dieta.»

El segundo plato era salmón a la plancha con patatas cocidas y guisantes, todo cocinado a la perfección.

Mona: Jane suele tomarse los lunes libres -explicó-. Pero esta noche cocina porque es el primer día que viene, después de pasar fuera una semana. Su madre está muy enferma, y Zac le dio unos días para ir a visitarla. Los lunes normalmente preparamos algo entre todos.

Priscilla: La verdad es que estábamos tan hartos de nuestros mejunjes que le rogamos que cocinara hoy, y no ha puesto ningún inconveniente.

Jeremy: Sí, tiene suerte de no haber estado aquí la semana pasada. Le podía haber tocado comer una tostada con judías por encima -dijo temblando al recordarlo-.

Maddie: Qué ridiculez. No estuvo tan mal -lo recriminó-. Los filetes que preparó Zac estaban deliciosos.

Se detuvo, pero nadie dijo nada. Vanessa se preguntaba qué habría cocinado ella cuando le tocó el turno. Madeleine se volvió hacia ella.

Maddie: ¿Usted cocina?

Vanessa se quedó pensativa. Era una excelente cocinera. Le gustaba tanto comer que no podía pasar por alto algo tan importante como la preparación de la comida. Pero vio algo en la mirada de Zac que la hizo abstenerse de hablar de sí misma. Tenía la impresión de que, si revelaba demasiado, aquel hombre le robaría el alma.

Ness: Sé preparar bocadillos de queso y crema de champiñones -dijo tímidamente-.

Todos los invitados hicieron una mueca de fingida resignación.

Maddie: ¡Otra experta en bocadillos!

Zac: Como puede ver, desde el incendio, hemos desarrollado una mentalidad todo terreno -dijo haciendo una mueca-. Podemos enfrentarnos a cualquier cosa. Por lo general, los lunes compartimos la tarea, pero la semana pasada tuvimos que establecer turnos.

Mona: El segundo cocinero se ha ido a trabajar a otro hotel -le dijo en voz baja-. Ya que no van a admitir clientes este verano...

Priscilla: Por desgracia -dijo en voz alta y clara-, el enemigo está entre nosotros.

Vanessa se volvió hacia ella con tanta rapidez que el pelo le golpeó la cara. Los demás no se inmutaron, aunque Mona parecía molesta.

Jeremy: Otra vez no, por favor.

Vanessa sentía que el corazón se le aceleraba, y tuvo que cerrar los ojos para evitar mirar a Zac y ver si se había dado cuenta de su reacción. Por un terrorífico momento tuvo la impresión de que Priscilla se refería a ella.

Ness: ¿Qué quiere decir? -preguntó, esperando que nadie hubiera notado su tensión-.

Jeremy: Todo el mundo cree que el fantasma es un bromista inocente -dijo, con voz grave-. Pero yo creo que ha cambiado.

Ness: ¿Cómo?

Jeremy: Sí, se ha vuelto peor. Más siniestro. A veces ocurre.

Ness: ¿De verdad? Nunca había oído algo así. ¿Qué puede hacer cambiar a un fantasma?

Madame Arcati agitó una mano.

Priscilla: Puede ser por muchas razones. Nunca se sabe -se puso una mano en la frente-. Yo he sentido en este fantasma una especie de resentimiento o frustración que ha debido llevar consigo mucho tiempo.

Vanessa había oído cosas más raras, aunque no podía evitar la risa. Miró directamente a Zac, por primera vez desde que se sentaron a la mesa.

Ness: ¿Ha pensado en traer un exorcista? Tal vez el cura...

Priscilla se horrorizó al oír aquella idea.

Priscilla: ¡No! No se debe hacer eso. No en determinadas circunstancias.

Molly: ¿Por qué? Mi madre también lo dice -dijo con curiosidad-.

Acababa de entrar en aquel momento con el segundo plato.

Priscilla: No se puede exorcizar a un fantasma que ha cambiado -explicó-. Es extremadamente peligroso,

Vanessa estaba dispuesta a llegar más lejos.

Ness: Vamos, ¿desde cuándo los fantasmas son peligrosos? ¿No será que han visto demasiadas películas?

Priscilla: Es algo mucho más serio -la recriminó-.

Ness: Ya veo -se volvió hacia Zac-. ¿Ha intentado un exorcismo? -Él negó con la cabeza-. ¿Por qué no?

Zac: Porque me gusta el fantasma. Y a la mayoría de la gente. Es una tradición, lleva en esta casa muchas generaciones. Y yo sólo llevo tres años. Sería pretencioso por mi parte decirle que se fuera.

Ness: ¿Cree que es una mujer?

Zac: Sin duda.

Ness: ¿Por qué? -le preguntó con curiosidad-.

Zac: Porque he acabado por conocerla, y es muy femenina -dijo, sonriendo-.

Vanessa sintió que se le ponía la carne de gallina. Ahora temblaba visiblemente, aunque no por los motivos que todos suponían.

Mona: No hay nada que temer. Yo he vivido con ella muchos años y nunca ha actuado con maldad. Hace algunas chiquilladas, pero con tanto sentido del humor que siempre se la acaba perdonando -se volvió hacia Zac-. Sería una pena que se fuera.

Ness: Voy a tener que pellizcarme -dijo con asombro-. ¿Siempre representan esta escena con los nuevos huéspedes? Supongo que no dirán en serio que creen en ese fantasma, que vive en esta casa y todas esas cosas.

Madeleine suspiró.

Maddie: Ah, la limitada mente colonial. Claro, supongo que en Canadá no hay edificios suficientemente antiguos para albergar fantasmas. Aquí, querida, llevamos construyendo edificios mucho más tiempo que ustedes. La mayoría de las mansiones de Inglaterra tiene fantasmas, y sospecho que las casas pequeñas también. Es estúpido ridiculizar algo que no se conoce.

Vanessa no supo qué decir ante aquella regañina. En realidad, no había querido ridiculizar a su fantasma, y parecía haberse quedado muda. Le habría gustado responder al ataque de Madeleine, pero lo único que sentía era aquella insoportable timidez que tan bien conocía, y la certeza de no poder contar con nadie.

Miró a Zac, sin saber muy bien por qué. Tal vez porque sintió que él la miraba. Encontró comprensión en sus ojos y él se inclinó hacia ella.

Zac: Siempre podrá pintar su retrato.

De repente se sintió aliviada. Se vio envuelta en una oleada de risas incontrolables y contagiosas. Aquello acaparó la atención de todos, aunque Priscilla seguía diciendo que aquello no era algo sobrenatural, sino perfectamente científico, aunque aún no se había estudiado lo suficiente.

Maddie: ¿Qué pasa? ¿Cuál es el chiste?

Resultaba evidente que desaprobaba aquellas risas.

Vanessa se mordió el labio y sacudió la cabeza, intentando contenerse.

Zac: No le he dicho a Vanessa que pinte al fantasma, sino que te pinte a ti -dijo con calma-.

Madeleine intentó fingir que no le preocupaba.

Maddie: ¿De verdad? ¿A mí? No sé por qué.

Zac: Porque es una artista del color y de las formas, no de las palabras. Y por ese motivo ha estado en desventaja cuando la has insultado delante de todos.

Tanto Vanessa como Madeleine se quedaron boquiabiertas. Vanessa observó paralizada cómo Madeleine se sonrojaba lentamente, desde el cuello, pasando por las mejillas y finalmente hasta las raíces del pelo. Por un momento, la mujer se quedó sin habla. Después miró su plato, a Zac, y por último a Vanessa. Se tocó el cuello inquieta, como si llevara un collar.

Maddie: Puedo asegurarle que no he querido insultarla, querida. Espero que me perdone. Me temo que entre nosotros es una costumbre llamar coloniales a los canadienses y a los australianos, pero le aseguro que no es con mala intención, aunque sé que a ustedes les irrita.

Vanessa estaba absolutamente desconcertada.

Ness: Ya, ya me imagino, es que...

Se sumió en silencio cuando volvió a aparecer Molly.

La joven sirvió el postre, a base de melocotones y crema y aprovechó el silencio para preguntar a Vanessa:

Molly: ¿Les ha contado lo de su familia?

Evidentemente no era una empleada cualquiera. Vanessa pensó que también debía asignarle un papel en la película.

Molly: Vanessa quiere aprovechar su estancia para localizar algunos familiares, ¿no se lo ha contado?

Todos se sorprendieron.

Maddie: ¿De verdad?

Mona: ¿Dónde están?

Jeremy: ¿Quiere decir que es usted de por aquí?

Cuando le dejaron hablar, se explicó.

Ness: Mi bisabuelo nació en Gales en 1879. Se llamaba Arthur John Hudgens. Eso es todo lo que sé. Y he pensado que tal vez podría descubrir algo más.

Molly: Vanesa, con una sola s no es un nombre galés. Pero sí lo es Vanessa.

Ness: En mi partida de nacimiento consta el nombre con doble s -interrumpió entusiasmada- Siempre me he preguntado la razón.

Mona: ¿Sí?, entonces, ¿cómo deberíamos pronunciarlo, Zac?

Zac: Hay que acentuar la segunda sílaba. Significa «mariposa», o «heroína», no estoy seguro. Es un nombre poco frecuente.

Maddie: Puede encontrar información sobre las partidas de nacimiento en Saint Catherine House. Pero tendría que ir a Londres.

Vanessa se sorprendió.

Ness: ¿De verdad? Pude haberlo hecho mientras estaba allí, pero no lo sabía.

Maddie: ¿Ha estado en Londres?

Ness: Sí. -De pronto, se sobresaltó. No sabía muy bien si les había hecho creer que había llegado directamente de Canadá. No podía recordarlo. Miró a Mona con nerviosismo, y después a Zac. Era ridículo pensar que él sabía algo, aunque parecía muy inteligente. Se dijo que debía tener más cuidado-. Sí -continuó-. He estado en Londres, pero muy poco tiempo. Y no me di cuenta de que allí podría obtener información.

Zac: También puede conseguirla aquí. En la Biblioteca Nacional de Aberystwyth están registrados los nacimientos desde 1837.

Ness: ¿Está muy lejos de aquí?

Zac: No mucho. En coche se llega en un par de horas.

Ness: Puede que vaya.

Priscilla: Así que es usted galesa, Vanessa. Debíamos haberlo supuesto.

Vanessa ya estaba un poco cansada de su sexto sentido, pero sonrío.

Ness: ¿De verdad?

Priscilla: Tiene el pelo negro, es un rasgo típico de los celtas.

Vanessa se rió y se paso una mano sobre el pelo.

Ness: Sí, ya me lo han dicho antes. Pero mi bisabuelo era muy rubio, al menos así lo retrataron. Un celta muy claro, según he oído.

Priscilla: Como Zac, entonces.

Ella lo miró. Era evidente que tenía rasgos galeses, como se podía apreciar en las cejas y los ojos claros, las facciones, la nariz y la boca. Pero aquello no era lo que la ponía nerviosa. En realidad, no sabía el motivo.

Ness: ¿No será descendiente del señor de la fortaleza que defendió Owen Glendower? -preguntó a Zac- ¿O tal vez del propio Glendower?

Él la observaba con interés.

Zac: No. Procedo del valle. Por mis venas corre sangre de mineros y granjeros. ¿A qué se dedicaba su bisabuelo?

Ness: Era constructor.

Nadie más tomaba parte en aquella conversación, todos estaban atentos a lo que decían.

Ness: Construía casas -continuó-. Al igual que su padre.

Zac: ¿Y emigró a Canadá?

Ness: Exacto. Y allí se hizo cura. Después fue elegido para el Parlamento.

Mona: Supongo que era un buen orador. Los galeses lo son.

Ness: Murió cuando mi madre tenía quince o dieciséis años. Nunca le oí hablar, por supuesto. Pero mi abuelo decía que desprendía un magnetismo especial en la tribuna.

Miró a Zac y se lo imaginó en una tribuna, hipnotizando a los brillos con su profunda voz.

Una voz que escucharía a menudo si decidía continuar con aquel asunto. Una voz que debería grabar en una cinta. Entonces se dio cuenta de que él también la miraba y parpadeó, temblando ligeramente.


Por la mañana encontró una avispa en el borde de la ventana. La observó mientras se frotaba la cabeza con las patas, igual que un gato. La avispa voló con la brisa y Vanessa la siguió con la vista, hasta el valle.

Era una preciosa mañana. El sol estaba ascendiendo por las colinas y aún no había alcanzado el valle. Pero brillaba con fuerza en el hotel. Había dejado las cortinas descorridas, de manera que la luz del día la despertó temprano. Se lavó rápidamente y se vistió.

La noche anterior había decidido seguir adelante con el trabajo, harta de conducir y fascinada con aquel lugar y Zac Efron. Había muchas razones para no irse de allí: la oportunidad de pintar, el enfado de Alex sí volvía, y el dinero. Tampoco le apetecía quedar como una tonta. Y existía otra razón, algo inexplicable que tan pronto la atraía como la repelía.

Comprobó el equipo de grabación y se lo escondió entre la ropa. Aún faltaba una hora para el desayuno, de modo que decidió salir a explorar un poco. Quería ver las ruinas de la fortaleza.

Al salir oyó el tintineo de los platos, a lo lejos. Abrió la puerta principal y abandonó las sombras de la casa para encontrarse bajo el brillante sol, que auguraba un día despejado y caluroso.

Subió la colina y llegó a las ruinas en sólo cinco minutos. Volvió a pensar en los granjeros del valle. Les debía llevar al menos media hora alcanzar la fortaleza, sobre todo si tenían que cargar con niños, comida y sus más preciadas pertenencias. El pánico también debía suponer una pesada carga. Se preguntó si los ingleses quemarían y saquearían los pueblos a su paso.

La fortaleza no le pareció muy grande, en comparación con los castillos galeses, y la mayor parte estaba en muy mal estado. Comprobó que lo que le había dicho Zac el día anterior era verdad: se habían utilizado muchas de sus piedras en la construcción del hotel, y tal vez también en algunas cercas y casas del valle. Sólo quedaban una pocas piedras que permitían averiguar el considerable perímetro de las paredes. La estructura de la torre principal se mantenía en pie, igual que una edificación auxiliar que formaba parte de la muralla.

Vanessa subió por una vieja pero sólida escalera, que estaba en el interior de la fortaleza. Hacía frío, y el lugar estaba sumido en la oscuridad, aunque a mediodía el sol debía alcanzarlo de lleno. Se quedó un rato allí arriba, mirando a través de una alta ventanilla. Podía imaginar el castillo tal como fue, oscuro y sombrío. Sintió la presencia de una mujer que había estado allí, observando y esperando algo que no conseguía averiguar. Tal vez el retorno de su marido tras la batalla. Un hombre al que amaba profundamente, un hombre fuerte y moreno que había partido con su príncipe, y que tal vez murió en la batalla. Y aquella mujer seguía esperando oír el sonido de los cascos del caballo, que indicaría que su marido estaba vivo y volvía a ella, o que precedían al mensajero que le comunicaba su muerte. Imaginó el sonido de los cascos, resonando en la piedra, y cómo debió sentirlos aquella mujer, en todo el cuerpo, en los huesos y en el corazón, sin saber si sería su voz la que escucharía, o la de un desconocido.

Zac: ¿Vanessa? ¿Está usted ahí?

Dio un brinco como si le hubieran echado agua hirviendo encima, y estuvo a punto de caerse de la plataforma de piedra. Oyó resoplar a un caballo y miró hacia el final de las escaleras de piedra. Entre las sombras descubrió a Zac, que montaba un gran caballo negro y la miraba con curiosidad.

Ness: Hola -saludó, apenas sin voz-.

La figura imponente de Zac la estremeció.

Zac: Supuse que la encontraría aquí.

Dejó caer las riendas y se bajó del caballo, que enseguida empezó a comer la hierba que abundaba en el suelo de la fortaleza. Zac fue hacia el pie de las escaleras y miró hacia arriba.

Vanessa sintió un curioso impulso, como si perviviera en ella el espíritu de la dama del castillo y aquél fuera su caballero. Contuvo el deseo de correr hacia él y bajó las escaleras lentamente. Le habría resultado difícil explicarle su conexión con aquella mujer de otra época lejana, que esperó durante tanto tiempo a su caballero. Y por fin, aparecía, en la figura de Zac.

Cuando llegó a su altura, hubo un momento de silencio y ambos se miraron, como si algo inesperado fuera a suceder.

Zac: ¿Necesita un guía?

Su trabajo consistía en contestar que sí. La noche anterior había decidido que no tenía sentido aquel miedo irracional, pero a pesar de todo seguía sintiéndose insegura a su lado. Se sentía como si estuviera en el borde de un precipicio, Incluso a la luz del día lo temía.

Ness: Sí, gracias.

El espeso pelaje del caballo estaba sudoroso por el ejercicio, pero Vanessa no pudo resistir la tentación de acariciarle el cuello. El animal respondió agitando la cabeza bruscamente y la empujo con el hocico. Vanessa rió y dio un paso atrás, intentando mantener el equilibrio.

Ness: Vaya, parece muy sociable.

Zac: Algunas veces.

El caballo seguía empujando a Vanessa.

Ness: Debe pensar que le voy a dar azúcar.

Zac: Más bien cree que usted es el azúcar.

Zac estaba sonriendo, pero Vanessa no vio nada especial en aquello. Pensó que podía sonreír así a cualquiera. Aún así seguía encontrando una doble intención a sus palabras. De repente, empezó a sentirse agobiada por el fuerte olor del caballo, que no dejaba de apretar el hocico contra su pecho. Dio un grito y se echó hacia atrás, turbada ante aquella ridícula situación. Para ocultar su sonrojo, inclinó la cabeza Y ajustó el cable de la grabadora que llevaba sujeta al cinturón, como si pensase que el caballo podía haberlo desconectado.

Al hacerlo pulsó el botón de grabación con disimulo, y aquel leve movimiento pareció devolverle la confianza. Miró a Zac y se retiró el pelo de la cara.

Ness: No pasa nada. ¿Cómo se llama?

Zac la miraba con tal firmeza que estuvo a punto de desconectar la grabadora, convencida de que se había dado cuenta. Pero se mordió un labio y sonrió.

Zac: Balch.

Vanessa frunció el ceño.

Ness: ¿Como la ciudad?

Zac: Se siente orgulloso de ser galés. Se pronuncia acabado en el sonido de la jota, como la palabra escocesa «loch».

Ness: Es muy bonito.

El caballo había vuelto a comer hierba y Vanessa aprovechó para volver a acariciarlo. Entonces el animal alzó la cabeza y resopló suavemente en su oído.

Ness: ¡Bueno, pues vete! Sé apreciar cuando alguien no me quiere.

Zac arqueó una ceja.

Zac: ¿Está segura?

Vanessa fingió no escucharlo, miró hacia arriba y le preguntó sobre la edad del edificio y su constructor. No había mucho que ver, pero entraron en lo que debieron ser unas habitaciones, aunque sin puertas que las separaran. Zac describió lo que cada una de ellas debía haber sido. A medida que hablaba, Vanessa revivía las vidas de sus habitantes. Pensó que era cierto lo que se decía de los galeses, puesto que tanto su voz como aquel lugar parecían hechizarla.

Salieron y empezaron a caminar hacia otra pequeña estructura.

Ness: ¿Y quién vivió aquí?

Zac: El constructor debió ser un pequeño señor del siglo trece que debía tributo al príncipe Llewelyn. Es probable que el valle perteneciera al castillo.

Vanessa miró a su alrededor, sonriendo. El sol ascendía sobre las montañas iluminando el valle con su luz dorada. Sentía un profundo vínculo con todas las personas que habían vivido en aquel lugar a lo largo del tiempo.

Ness: Mucha gente habrá visto la salida del sol en este mismo lugar a lo largo de siete siglos -dijo a media voz-.

Zac: Yo diría que durante muchos más. Es probable que haya habido otros asentamientos desde la prehistoria. Antes de esta fortaleza hubo otra, probablemente de la época del rey Arturo. Anteriormente, los romanos estuvieron aquí, y antes que ellos, los celtas.

Vanessa lo observó mientras hablaba de sus ancestros, y pensó que tal vez aquello era lo que le inspiraba sentimientos tan contradictorios.

Ness: ¿Y qué construyeron?

Zac señaló un punto a lo lejos.

Zac: En aquella elevación del terreno quedan restos de una fortificación, que debe datar del primer o segundo siglo antes de Cristo.

Vanessa lo miró.

Ness: ¿Es usted historiador?

Zac dudó antes de contestar.

Zac: Se podría decir que sí.

Ness: ¿Por qué decidió comprar el hotel?

La cinta continuaba grabando y Vanessa se sintió una tramposa. Desconfiaba de aquel hombre y su voz no la hacía sentirse mejor. Normalmente, le costaba mostrar interés por alguien que le desagradaba tanto. Como había ocurrido con Stephen, su tutor en la universidad. Todos insistían en lo buen profesor que era y lo mucho que iba a mejorar su rendimiento con él, pero ella no lo soportaba. Odiaba tener que hablar con él.

Zac: Estaba buscando algo en el pueblo, y resultó que Mona vendía su castillo. Mi familia procede de las afueras, y es más que probable que tuvieran que pagar impuesto al señor del castillo -sonrió-. Lo encontré irresistible.

Ness: ¿A qué se dedica un historiador?

Zac: A veces doy clases. Pero sobre todo me gusta escribir.

No parecía tener muchas ganas de dar explicaciones.

Ness: ¿Y qué escribe?

Zac: Artículos, y algún libro.

Ness: ¿Sobre Gales?

Zac: Algunas veces.

Ness: ¿Podría leer algo?

Hizo aquella pregunta sin saber muy bien por qué. Intentó convencerse de que no quería obtener más información sobre él, sino sobre sus propios antepasados.

Zac se quedó en silencio, mirándola.

Ness: Bueno, si prefiere que no lea nada, no importa -añadió-.

Zac: Al contrario, me halaga su interés.

Vanessa no lo creyó.

Ness: ¿Cómo era la fortaleza celta? ¿Qué tipo de vida llevaban?

Miró la elevación del terreno, que no le sugería nada. Sólo era un pequeño montón de tierra, cubierto de brezo y matorrales.

Zac: Generalmente, elegían terrenos secos y empleaban madera en sus construcciones. Si está interesada en ver alguna, en mis libros puede encontrar reproducciones. Se alimentaban a base de trigo y cebada. Construían fortificaciones muy resistentes y con complejos sistemas de defensa, lo cual indica que a menudo debían hacer frente a guerras familiares.

Ness: ¿Cree que los granjeros subían del valle para obtener protección?

Zac: Supongo que lo venían haciendo desde hace dos mil años siempre que había una guerra.

Vanessa imaginó que podría pintar un cuadro que abarcara todos los períodos por los que había pasado aquella zona: construcciones celtas, guarniciones romanas, el castillo de uno de los nobles de Arturo y la fortaleza de Llewelyn, más tarde de los defensores de Owen Glendower.

Ness: En esta fortaleza había una mujer, esperando -dijo como en sueños-.

Zac: ¿Si?

Ness: No hablo de un fantasma. Estaba esperando a un hombre que nunca regresó.

Zac: ¿Cree que no?

No quiso confesarle que ella también esperó una vez a un hombre que nunca volvió, y tal vez aquélla era la razón por la que sentía la presencia de aquella mujer con tanta fuerza.

Ness: ¿Cómo eran de altas las construcciones en la época de Arturo? ¿Serían como ésta? Se debieron librar muchas batallas en otras fortalezas anteriores, ¿no es verdad? -Él no contestó, invitándola a continuar con su sueño-. No podría decir en qué época vivió -volvió a hablar de la mujer-. Hace quinientos años, o tal vez mil.

Zac: Supongo que las mujeres han estado esperando a los hombres desde que se inventaron las guerras.

Ness: Sí, pero, ¿quién era esta mujer? Me gustaría pintarla.

Zac la observó un momento detenidamente.

Zac: ¿Cree que puede tratarse de nuestro fantasma?

Aquella pregunta la hizo volver de su ensueño.

Ness: ¿Qué? Oh, no. No creo que esta mujer sea un fantasma. Es sólo que estuvo tanto tiempo esperando que es fácil sentir su presencia. ¿Sabe a lo que me refiero?

Zac: Sí.

Ness: No me suelen pasar estas cosas. Pero siento algo especial y quiero pintarlo. Realmente puedo sentirla, no como una idea, sino como una personalidad.

Empezó a dar forma al cuadro en su mente y se dio cuenta de que no necesitaba ver con claridad a la mujer. Podía ser un ojo que observara tras una ventanilla; o una figura distante en el baluarte. Había cosas más importantes que el color del pelo.

Caminaron sobre la hierba hacia la pequeña estructura en ruinas que se encontraba al lado de la fortaleza. Había una verja y varios letreros de madera que advertían que el lugar era peligroso. Vanessa se asomó para echar un vistazo.

Ness: ¿Corre peligro de derrumbarse?

Zac: Ha habido algún hundimiento. Lleva cerrado desde la guerra. Alguien se cayo en un agujero y se rompió una pierna. Probablemente fuera un pozo, así que el que se cayó tuvo suerte de poder salir. De vez en cuando viene algún turista, y es mejor que esté cerrado.

Vanessa metió la cabeza entre dos barrotes para ver mejor. Era mucho más pequeño que el edificio central y no tenía subdivisiones interiores.

Ness: ¿Qué cree que ...?

No pudo acabar la pregunta, porque uno de los barrotes se desprendió y estuvo a punto de caerse.

De no haber sido por Zac, que la sujetó con fuerza por la cintura, podía haber ocurrido una desgracia.

Zac: No debería acercarse tanto a esta zona -dijo, una vez que ella se incorporó-. No quiero que pase la noche en el fondo de un pozo.

Ness: Ni yo tengo intención de trepar por él . ¡El maldito barrote ha cedido! ¡No soy idiota!

El comentario no merecía una reacción como aquélla. Estaba nerviosa y desconfiaba de él. Al sujetarla, Zac había podido tocar la grabadora, y era posible que hubiera sentido la vibración que indicaba que estaba en marcha. Aún la estaba sujetando, tenía su mano izquierda alrededor de la cintura y la derecha sobre la cadera. Se volvió para mirarlo. Sus ojos eran muy azules.

Ness: Lo siento.

El corazón le latía con fuerza y no sabía por qué sentía tanto miedo. Sabía que, aunque Zac supiera quién era y fuera el responsable del incendio, no le haría daño, puesto que aquello despertaría la curiosidad de las autoridades.

Se dijo que era una estupidez considerarlo un peligro. Aun así, no podía librarse de la sensación de que, de un momento a otro, le daría un golpe en la cabeza y la tiraría al fondo del pozo.

3 comentarios:

Natasha dijo...

Muy cool el capi
me atrapo la historia xD
me encanto!
siguela!!

Anónimo dijo...

Caromix 27:
sorry! me fui y me olvide q no habia comentando xD
me encanto el cap
y no se xq presiento q zc sabe demasiado mmm...
bueno comenten mucho chicas!!
tkm mi ali!!

Natalia dijo...

joder, es la primera novela que leo y no sé como va a acabar.
Voy a leer el siguiente.
besos

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