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sábado, 13 de agosto de 2011

Capítulo 5


La hierba le parecía muy suave, como si la propia tierra la quisiera abrazar. Todo era perfecto, incluso el trino de un mirlo sobre sus cabezas y el balar de las ovejas en la distancia. Yr wif i yn dy garu di, oyó junto a su oído, Fy nghalon i. Todas las criaturas del mundo decían las mismas palabras, y ella los comprendía.

Ness: Zac -gimió-.

En aquel momento, el mirlo respondió al canto de su compañera. Zac le acarició el cuello, los hombros y las mejillas con manos temblorosas, mientras Vanessa sentía que su corazón se aceleraba. Estaban en otro mundo, rodeados por la naturaleza, el sol y la música. Y se besaban siguiendo una suave melodía.

Vanessa le acarició el pelo, tan tupido como la hierba sobre la que descansaban. Él la besó en la boca, y después en el oído y en la mejilla.

Zac: Eres preciosa.

Apenas era consciente de sus propias palabras. Continuó besándola y hablándole. Le desabrochó la camisa y se la abrió para besarle los hombros y después los senos.

Vanessa sintió que le hervía la sangre. En sólo un momento había pasado de un extremo a otro, de no sentir nada a verse desbordada por la pasión.

Ness: No -dijo, asustada-. No.

Zac levantó la cabeza y la miró, sonriendo. Tenía los ojos encendidos por el deseo y le temblaban los brazos.

Zac: ¿Qué pasa? -preguntó, cada vez más excitado-.

Pero no obtuvo ninguna respuesta. Ella lo empujó a un lado.

Ness: ¡No! -gritó-.

Zac seguía tendido a su lado, abrazándola. Vanessa sintió que todo su cuerpo se ponía tenso.

Zac: Ya veo.

Respiró profundamente, y un mechón de pelo le cayó en la frente. Había fuego en sus ojos cuando la miró. Los cerró, y cuando volvió a abrirlos, el brillo había desaparecido. Se levantó de su lado.

Vanessa temblaba y estaba conmocionada como si acabara de sufrir un accidente. Se sentó y dejó caer la cabeza hacia delante. Tenía frío y se sentía mareada.

Ness: Lo siento. No puedo.

Zac suspiró.

Zac: No importa.

Vanessa empezó a llorar, preguntándose cómo había podido suceder algo así.

Ness: No puedo, lo siento.

Zac: Ya lo veo. -Guardó silencio mientras lloraba. Después la estrechó entre sus brazos, como haría un padre, para calmarla-. Tranquila.

Le acarició el pelo y dejó que llorara contra su pecho.

Cuando Zac se fue, Vanessa se quedó frente al caballete, contemplando el valle. Aún había luz suficiente. No le apetecía pintar en absoluto, pero tampoco quería volver al hotel y que la vieran en aquel estado. De modo que cogió la paleta y se sentó.

Afortunadamente, había caído con el óleo hacia arriba. Cogió el pincel. Se había concentrado más en la figura de la mujer y el valle apenas estaba esbozado. Decidió seguir con el paisaje, ya que en aquel momento, no tenía la paciencia necesaria para continuar pintando los detalles de la figura. Observó el valle, y puso un poco de blanco, negro y gris marengo en la paleta. Después empezó a pintar.

Pintó el valle a través de los ojos de la mujer, frío y apagado, estéril, abandonado, un lugar donde las semillas nunca brotaban. Un valle sin vida, donde la savia se congelaba en los troncos y la sangre se secaba en las venas. Donde la oveja no respondía al cordero, el sol brillaba con frialdad en un cielo gris y había un invierno permanente. Donde ni siquiera había lugar para la putrefacción, porque todo lo que se descompone supone una promesa de vida.

Mientras pintaba, las lágrimas se secaron en sus mejillas, y no volvió a llorar.

Más tarde, cuando decidió recoger sus cosas, echó en falta la grabadora. De mala gana, se volvió hacia la fortaleza y entró en ella. El sol empezaba a descender en el cielo, pero aún así alcanzó a ver el aparato, tirado en el suelo. Se limpió las manos en los pantalones y lo recogió.

Se lo colocó en la cintura y se puso los auriculares alrededor del cuello. Miró a su alrededor, hacia la hierba que cubría el lugar como una alfombra, y se preguntó qué había pasado. Tal vez se habían dejado llevar por el deseo de la mujer misteriosa.

Dio la vuelta y volvió junto al caballete. Miró el cuadro con indiferencia. Parecía distinto, como si no lo hubiera pintado ella. Observó aquel paisaje desolado y terrible, algo que nunca se había permitido pintar, frío y desagradable. Le habría gustado tacharlo con unas franjas rojas que dijeran: «Existe la vida, existe la belleza, aunque no se encuentre en mí. Pero triunfará. Debe triunfar».

Escuchó una voz interior que decía: «Ésta es mi vida. He pintado mi propia vida, vacía y sin sentido».

El sol ya se ocultaba tras un grupo de árboles. Hacía frío, y Vanessa estaba tiritando. Cubrió el cuadro mientras se preguntaba quién había estado a punto de hacer el amor con Zac y quién había pintado aquel cuadro. Debía descubrirlo. Tenía que pensar.

Todos estaban tomando té en el jardín y la llamaron para que se uniera a ellos. Vanessa sonrió y estuvo un rato charlando con el grupo. Después les dijo que tenía que guardar los cuadros y se llevo una taza de té a la habitación.

Una vez allí, abrió la ventana de par en par y se echó en la cama. Se sentía desbordada por los acontecimientos y se arrepintió de haber ido a aquel lugar. Debería haber puesto una excusa a Alex cuando le dijo que se trataba de un incendio.

Había algo extraño en su interior, algo incomprensible que no tardaría mucho tiempo en descubrir.


Se despertó porque no podía respirar. Sentía una especie de asfixia, pero en la oscuridad no podía saber que su tos se debía al humo. Había un enorme estruendo, un ruido que no había oído nunca y que la aterrorizaba. Caminó hacia la puerta y la abrió. La oscuridad desapareció y vio una intensa luz roja y brillante y un mar de llamas que subía por las escaleras.

Un objeto ardiendo le cayó en el pecho y le prendió el pelo. Empezó a gritar. Entonces apareció su padre, abriéndose paso entre las llamas, le apagó el pelo con las manos y la cogió en brazos para llevarla al dormitorio. Sintió que el pecho de su padre se estremecía con la tos, y el balanceo de su cuerpo cuando levantó una pierna para romper la ventana.

Alguien gritó desde abajo:

***: ¡Salta!, ¡Salta!

Había gente corriendo por todas partes.

***: ¡Richard! -gritó su padre-. Voy a tirar a Vanessa. ¿Podrás cogerla?

Vanessa sintió el aire frío de la noche y se abrazó al cuello de su padre.

Ness: ¡No! -gritó. En aquel momento lo quería más que nunca. Sentía un amor tan intenso que parecía que el corazón se le iba a desgarrar-. ¡Salta conmigo! -imploró-. ¡Salta tú también!

Su padre la abrazó con fuerza durante unos segundos.

***: Tengo que ir a buscar a tu madre. Después iré contigo, Vanessa. Después.

Ness: ¡Prométemelo! -gritó-.

Pero en aquel momento, la arrojó al aire helado y su llanto fue barrido por el viento. Unos brazos la cogieron y la dejaron en la nieve. Estaba jadeando, con la cara y el pecho quemados y congelados a la vez. Después empezaron a alejarla de la casa, que ardía como una antorcha.

Ness: ¡Papá! ¡Papá! -gritó-.

El techo se hundió con un rugido infernal.

Se despertó en otra clase de infierno, blanco y vacío, en el que sólo había lugar para el dolor.

Unos desconocidos se acercaban de vez en cuando y la observaban a través de un cristal, hablaban entre ellos y tomaban notas. Nadie la tocaba. Y cuando lo hacían, utilizaban guantes. Sus rostros eran tristes y sacudían la cabeza cuando la miraban. Vanessa pensó que no la tocaban porque estaba sucia y fea. Y todo el tiempo sentía un profundo dolor. Moverse, e incluso respirar, le resultaba doloroso. Pero sentía mucho más dolor cuando cobraba consciencia de lo que había ocurrido.

Al cabo de una eternidad vio rostros conocidos tras el cristal. Sus abuelos, que lloraban y trataban de sonreír a un tiempo.

***: Mi pobre niña -decía su abuela-.

Pero su rostro estaba triste.

Su abuela tampoco la tocó. Entonces pensó que realmente debía haberse vuelto horrible, puesto que su abuela la quería y siempre la abrazaba y la acariciaba. Pero nunca entraron en la horrible crisálida blanca que la envolvía. Siempre se quedaban fuera, llorando y saludándola.

Ness: ¿Dónde está mi padre? -preguntó a las personas de blanco-.

Pero siempre se volvían, incómodos, sin contestar.

Ness: ¿Dónde está papá? -preguntó a sus abuelos-. Prometió que volvería.

***: Ahora no puede venir, cariño -le respondieron-. No puede.

Ness: Fue a buscar a mamá. ¿La encontró? Dijo que después vendrían.

***: No puede venir ahora -dijo su abuelo-.

Su abuela estaba llorando y no podía hablar.

Ness: ¿Cuándo van a venir?

Pero entonces no obtuvo respuesta. Al cabo de un momento, su pregunta fue otra.

Ness: ¿Van a volver?

Pero tampoco respondieron.

Se hizo la misma pregunta en su corazón, deseando encontrar una respuesta. «Volverá», se dijo. Y como aquellas palabras no la consolaron, gritó con determinación:

Ness: ¡Volverá! ¡Tiene que volver!

Un día llegó su abuelo con una de las personas de blanco.

***: Me temo que vamos a tener que hacerlo. Lo hemos aplazado tanto como hemos podido, pero no se ha recuperado. El daño es demasiado profundo.

Después de aquello empezó a experimentar dife­rentes tipos de dolor. Le dolía la pierna casi a la altura de la cadera, y vio que allí también tenía un vendaje.

***: Todo ha marchado muy bien -dijo el hombre de blanco a su abuelo-. Espero que responda favorablemente al injerto.

Después se encontró en la cama en la que dormía cuando visitaba a sus abuelos. Iba a verla mucha gente y cuando la miraban, sonreían con tristeza, sacudiendo la cabeza.

***: Era una niña muy guapa -decían a su abuelo-. Es una pena.

Notaba algo raro en el pelo, pero no sabía qué era. Su madre solía cepillárselo por la mañana y por la noche, y las dos se reían mientras se lo medía. Le decía hasta qué parte de la espalda le llegaba, y recordó que, en poco tiempo, pasó del centro de la espalda hasta la cintura.

Ahora su abuela sólo se lo cepillaba a la altura de la cabeza y jamás dejaba que se mirase en el espejo cuando terminaba. Le dolía cuando la peinaba, pero aun así un día le preguntó:

Ness: Abuela, ¿por qué no me lo cepillas entero?

Entonces su abuela empezó a llorar, dejó el cepillo y se cubrió la cara con las manos, sollozando. Estaba sentada sobre la tapa del inodoro y Vanessa se volvió para abrazarla.

Ness: No llores, abuela. Cuando papá vuelva, todo se arreglará.

El llanto de la abuela aumentó y cogió a la niña en sus brazos.

***: Mi niña, tu papá no va a venir. No va a volver nunca más. Mi cielo, ¡tu pobre pelo!, ¡tu pobre cara!

Le acarició la cara y la besó con dulzura. Sus labios estaban mojados por las lágrimas.

***: Cariño, me gustaría tanto que pudiera volver, pero es imposible. Está con tu madre, y con Dios.

Ness: ¿Y cuánto tiempo se va a quedar con Dios?

***: Para siempre, mi niña -dijo su abuela, más calmada-. No va a volver. Pero nos tienes a nosotros, y te queremos muchísimo.

Entonces comprendió que su pelo y su cara ahora eran horribles y por aquella razón su padre no volvería. El siempre le había dicho que era muy guapa, y le encantaba su pelo largo y brillante, por lo que según le iba creciendo, su madre y ella se lo contaban orgullosas. Su madre solía adornárselo con una cinta. Cuando su padre llegaba a casa, salía a recibirlo y él la miraba y le decía, «¡Esta noche estás guapísima! ¿Te has puesto esa cinta por mí?»

Ness: ¡Ponme una cinta en el pelo! -le dijo a su abuela-. Así vendrá papá.

Pero no surtió efecto. Su abuela tenía razón. Nunca volvería.


La ventana se cerró de golpe a causa del viento. Vanessa se incorporó y miró el reloj. Tendría que darse prisa, si quería cambiarse antes de cenar.

Se metió en la ducha, deseando que el agua limpiara también sus recuerdos, pero le resultaba imposible conseguirlo con una ducha británica, ya que en aquel país, las duchas consistían en unos tubos de goma que se encajaban en los grifos de la bañera. Le resultaba difícil mezclar el agua fría con la caliente, y tan pronto salía helada como ardiendo. Pero ya tenía experiencia con otras duchas parecidas y estaba inmunizada. Se volvió y dejó que el agua le cayera en la cara.

Volvió a la habitación y se secó, evitando mirarse en el espejo de cuerpo entero hasta que estuvo en ropa interior. Después se observó durante un momento. Tenía unas piernas largas y musculosas, unas caderas estrechas pero redondeadas, y una cintura esbelta. Pero su pecho...

Se dijo que era idiota por pensar en Zac como lo hacía. Aunque todo su pasado volviera ahora advirtiéndola del peligro, debía afrontar el hecho de que había ido allí para investigar si Zac había tenido algo que ver con el incendio. Sería estúpida si se encariñaba con él. El único hombre que le había interesado en mucho tiempo, era del que más debía desconfiar. Sonrió al pensar en las ironías de la vida.

Por cruel que pareciera, su pasado suponía una ventaja. Estaba segura de que en otras circunstancias se habría arriesgado más. Se conocía lo suficiente para saberlo. Descubrió que lo temía porque sentía algo especial por él. Tenía que haberlo supuesto desde el principio. Debía haber imaginado antes de que la tocara que debía evitar su contacto. Imaginó qué habría pasado en la fortaleza si ella se hubiera dejado llevar, si hubiera dejado que Zac la desnudara. Era como estar bajo la ducha, tan pronto sentía el frío del miedo como el calor del deseo.

De cualquier forma, quedarse allí ya suponía un peligro.

De repente se percató de la hora. Era muy tarde y aún tenía el pelo empapado. Fue hacia el tocador y cogió el secador. Desenredó el cable y buscó un enchufe. No había ninguno a la vista. La lámpara de la mesilla debía estar conectada al único enchufe de la habitación.

Se agachó y tanteó la pared bajo la cama, pero no encontró nada. Supuso que estaría más arriba, tras el cabecero. La cama era demasiado pesada para moverla, y sólo podía empujarla en una dirección, de manera que también tendría que desplazar la mesilla. Lo hizo y el cable llegó al tope, de manera que la lámpara estuvo a punto de caerse. La cogió a tiempo, pero se golpeó en la rodilla con la mesa.

Se le cayó la toalla de la cabeza y el pelo le tapó los ojos, impidiéndole ver, pero se las ingenió para dejar la lámpara en la cama y evitar que se rompiera.

Sonaba una especie de tintineo, como el de una campana. Pero Vanessa estaba tan absorta en lo que estaba haciendo que apenas se dio cuenta. Se echó el pelo hacia atrás, se inclinó y empujó la cama con todas sus fuerzas. Pudo desplazarla unos centímetros. Después se arrodilló con el secador en la mano, volvió a tantear la pared, y por fin encontró un enchufe triple. Conectó el aparato, se levantó y puso en marcha el secador.

En aquel momento sonó un pequeño estallido y el secador se paró definitivamente.

Bajó a cenar con un vestido de seda, de color crema y sin mangas. Llevaba el pelo, aun mojado, recogido en una coleta. Varios candelabros iluminaban el comedor, y la gente reía y bromeaba en varias mesas. De repente, Vanessa se dio cuenta de que aquella noche había más invitados.

***: ¿Cómo ha podido cocinar Jane a la luz de un candil? -preguntó una mujer-.

Zac: Creo que Jane podría cocinar con los ojos vendados -respondió su voz profunda, que sonaba divertida-.

Vanessa estaba temblando e hizo un esfuerzo para entrar en la habitación.

Molly: Hola, Vanessa. ¿Dónde le gustaría sentarse?

Era la voz de Molly, que apareció entre la oscuridad.

Había una mesa vacía en un rincón de la habitación, que estaba iluminada por los últimos rayos del sol.

Ness: ¿Allí? -sugirió-.

Molly: Enseguida le traigo la carta.

Vanessa se dirigió hacia la mesa y de repente se encontró frente a frente con Zac. La acompañó y le retiró la silla de la mesa. Vanessa se sentó en el momento en que aparecía Molly, y Zac cogió la carta.

Zac: ¿Te importaría traer otra, Molly? -Después se sentó con toda naturalidad en la silla que había frente a la de Vanessa, como sí llevara años haciéndolo. Abrió la carta y se la ofreció-. Los champiñones al ajillo de Jane son la sugerencia para esta noche -dijo, sonriendo-. Te los recomiendo.

Vanessa lo miró y no dijo nada cuando Molly volvió con la otra carta y un candelabro para la mesa. Tan pronto como se fue, bajó la cabeza y dijo:

Ness: Lo siento.

Estaba sujetando el menú con fuerza entre las dos manos, pero cuando Zac extendió el brazo, lo soltó y le ofreció una mano. Él se la llevó a los labios y le besó la punta de los dedos. Después la miró a los ojos, con la llama de las velas reflejada en las pupilas.

Zac: No me pidas perdón.

Le soltó la mano, como si intentara refrenar sus impulsos, y Vanessa se estremeció.

Zac cogió la carta y la abrió. Era muy limitada. Tenía dos o tres opciones para cada plato, y la lista sólo ocupaba una página.

Ness: ¿Qué me dices de los champiñones?

Su voz sonaba más natural. No quedaba ningún rastro de la tensión que se respiraba unos minutos atrás. Vanessa asintió y él sonrió.

Zac: Bien. ¿Qué te parece el filete de segundo? Si no te gusta, la tortilla de verduras es excelente.

Ness: Prefiero el filete.

Zac levantó una mano y Molly fue hacia ellos. Tomó nota de sus pedidos rápidamente.

Zac: Y una botella de Mouton Cadet -le dijo cuando se iba a llevar la carta-. ¿Te gustaría venir conmigo a Aberystwyth mañana? -preguntó, una vez que Molly se fue-.

Ness: ¿Vas a ir? -Pensó que aquella pregunta era estúpida. Zac asintió-. ¿Estará abierta la biblioteca? -siguió preguntando-.

Zac: Allí es donde quiero ir.

Vanessa estaba segura de que estaría a salvo con él, y quería averiguar algo más acerca de sus ancestros.

Ness: De acuerdo.

En aquel momento, entró en el comedor Madeleine, acompañada por su hermana.

Maddie: Estoy segura de que ha sido el fantasma. ¡Siempre eligiendo el momento más inoportuno!

Zac se volvió hacia ella.

Zac: Jess nunca juega con la electricidad, Madeleine.

Vanessa sonrió.

Maddie: ¿Por qué no?

Zac: Porque no la entiende. En sus tiempos, no existía -contestó, riendo-.

Maddie: Yo no estaría tan segura. -Caminó hacia una mesa y esperó a que Molly encendiera el candelabro-. Estaba caminando por la habitación, y cuando llegué al final de la alfombra se fue la luz. Seguro que es uno de sus trucos.

Zac: Créeme, la electricidad en esta casa tiene el suficiente carácter como para causar por sí misma este tipo de incidentes. Es un simple cortocircuito, y en cuanto Evan lo encuentre, lo arreglará.

De repente, Vanessa lo miró con gesto culpable.

Ness: ¡No me había dado cuenta! Estaba intentando enchufar el secador de pelo cuando se fue la luz. Ocurrió tan deprisa que no pensé... ¿crees que puedo haberlo causado yo?

Zac estalló en carcajadas.

Zac: Molly -llamó-. Ve y dile a Evan que mire el enchufe de la habitación de Llewelyn. -Después se volvió hacia Madeleine y se encogió de hombros, divertido-. ¿Lo ves? A Jess le gustan más los candelabros. Cuando tengas problemas con alguno, podrás decir que es culpa suya.

Maddie: Creo que no comprendes a nuestro fantasma -dijo, y se sentó-.

Frente a ella, la luz del candelabro empezó a disminuir hasta desaparecer.

Todos empezaron a reír y varias persona gritaron:

***: ¡Hola, Jess! ¡Cuanto tiempo sin verte!

Vanessa también reía, pero se detuvo bruscamente y frunció el ceño, al oír un tintineo.

Ness: ¿Qué es eso? -Se volvió, intentando oír mejor-. ¿Qué es eso? También lo oí hace un momento en mi habitación.

Zac: ¿Qué?

Ness: Es un tintineo, como el de una campanilla o algo parecido. No puedo describirlo. ¡Ahora!, ¿lo oyes?

Zac: Continuamente. No todo el mundo puede. Algunos dicen que es la risa de Jess. Según la tradición, suena como una campanilla. -Vanessa sonrió involuntariamente-. Es como una risa contagiosa, ¿verdad? Y hace que te apetezca reír. -Alzó las manos-. Vaya. Jess te da la bienvenida al White Dame.

A lo largo de la hora siguiente, estuvo nerviosa ante la cercanía de Zac. Le prestaba toda su atención y era sumamente amable. Sentía un magnetismo especial, pero al mismo tiempo, desconfiaba. Era como si Zac se encontrara al otro lado de un precipicio, y si se dejaba arrastrar por él, caería al fondo.

Otros hombres habían intentado seducirla en el pasado, pero nunca había tenido problemas para librarse de ellos. Sus intentos por atraerla fueron demasiado bruscos, y sus pretensiones tan evidentes que muchas veces había tenido que hacer un esfuerzo para contener la risa.

Pero Zac era diferente, era encantador. Con él podía hablar de lo que de verdad le apetecía y siempre demostraba interés. Desprendía un aire de tolerancia, como si conociera todos los detalles sobre su vida y los aceptara. Analizaba su carácter como un granjero analiza la tierra, que por muy fértil que sea, también tiene un lugar para la ruina y la desolación.

Aquello era lo que la desorientaba, aunque con toda seguridad no podría explicarlo con palabras. Era como si la estuviera pintando. Ella amaba los temas que elegía para sus cuadros, cualquiera que fuera el motivo que tuviera para pintarlos, y a pesar de sus imperfecciones.

Era como una invitación para que bajara la guardia, y sentía miedo. Veinte años atrás, la había bajado, y después se sintió completamente indefensa.

De repente, recordó que debería estar grabando la conversación. Miró de reojo el bolso que tenía en el regazo. Dentro estaba la grabadora, desconectada.

Zac: En un día lluvioso apetece más pasar el tiempo en una biblioteca. Si mañana hiciera sol, tal vez te apetecería más ir a Cadair Idris.

Se sintió como si hubiera caído en una trampa. Parecía que Zac supiera lo difícil que le resultaba alejarse de él, su lucha interna por intentar confiar, y lo mucho que lo necesitaba. Volvía a sentirse indefensa, como en el pasado.

Ness: No sé si voy a pasar aquí el tiempo suficiente para hacer todo lo que quiero -dijo, sonriendo-.

Zac: Entonces tendremos que retenerte.

Lo dijo espontáneamente, como si no tuviera importancia. Pero Vanessa sintió que su corazón se aceleraba, como si se sintiera amenazada.

Abrió el bolso para sacar un pañuelo. Aprovechó para conectar la grabadora, cerró el bolso y lo dejó sobre la mesa. Ahora se encontraba mejor, como sí todo estuviera controlado. A fin de cuentas, estaba desempeñando su trabajo.

Ness: Desde luego, este sitio es precioso -dijo con sinceridad-. Creo que podría pasarme años pintando aquí. Pero supongo que la paz se va a quebrar pronto.

Él la miró.

Zac: ¿Sí?, ¿por qué?

Ness: Bueno, supongo que querrás reconstruir el hotel. ¿Empezarás pronto?

Se encogió de hombros.

Zac: Hasta que el seguro no pague, no me puedo permitir muchos gastos. Y no parece que vaya a ser pronto.

Ness: ¿Por qué no?

La pregunta les sonó igual de falsa a los dos. Pero él no lo demostró.

Zac: Imagino que están buscando pruebas de que el incendio fue provocado. Es la excusa de siempre.

Ness: ¿Y crees que las encontrarán? Quiero decir, ¿crees que fue provocado?

Zac volvió a encogerse de hombros.

Zac: Las circunstancias fueron extrañas. Nadie recuerda haber visto las latas de gasolina en el sótano. Aun así, debían de tener más de cincuenta años. De todas formas, no comprendo quién querría hacer algo así y por qué.

Vanessa frunció el ceño.

Ness: Y aparte de ti, ¿quién más podría beneficiarse?, ¿los nacionalistas galeses?

Zac: Yo desde luego, no -dijo con un aire absolutamente sincero-. Los nacionalistas galeses provocan incendios a veces, pero nunca, hasta ahora, en las propiedades de los galeses -le explicó-. Resultaría asombroso que hubieran decidido incendiar un hotel que los ingleses vendieron hace tres años. Y desde el incendio, he tenido que despedir a doce empleados, todos ellos galeses, y de este pueblo. No creo que estuvieran interesados en algo así.

Vanessa insistió.

Ness: ¿Y no hay nadie más?

Zac: Si hay alguien que quiera causarme algún daño, nunca lo ha demostrado. Nadie se ha interesado por este lugar desde que lo compré, y Mona dice que ni siquiera antes había tenido ninguna oferta. El hotel no se ha renovado desde la guerra, y como ya habrás observado, las cañerías son de la época victoriana. Sin embargo, los turistas siempre exigen habitaciones con cuarto de baño y calefacción central. Nunca está completamente lleno, ni en temporada alta, y los clientes no empezaron a comer en el restaurante hasta que contraté a Jane.

Hablaba como si estuviera haciendo un esfuerzo y como si algo le preocupara.

Ness: Entonces, ¿por qué lo compraste? ¿Tienes intención de hacer algunos cambios?

Según le había dicho Alex, aquello era lo que la compañía de seguros sospechaba. Que Zac había incendiado el lugar para obtener el dinero necesario para modernizarlo.

Zac: Tengo intención de restaurarlo.

Vanessa parpadeó.

Ness: ¿Qué?

Zac: No quiero un hotel. Quiero hacer desaparecer todo lo que pertenezca al estilo victoriano y todos los cambios que se han hecho desde la guerra, para intentar recobrar el aspecto original. La habitación de Llewelyn, que es donde tú estás, ya ha sido reformada.

Ness: ¿Y después?

Zac le cogió la mano, con aire ausente, y la tomó entre las suyas. La volvió y se quedó contemplando su palma.

Zac: Después viviré aquí, claro. ¿Qué más puede haber?

Ness: ¿Y no puedes hacerlo ahora?

Zac le acarició la palma de la mano y Vanessa sintió un escalofrío desde la espalda hasta la cabeza. Cerró la mano y la retiró.

Zac: Claro que puedo. Y lo voy a hacer. Pero el fuego ha destruido los preciosos artesonados del siglo diecisiete, y en el salón del ala había un tapiz del siglo quince que era una auténtica pieza de museo. Va a ser muy difícil reemplazarlo, incluso si el seguro paga todo su valor.

El tono de su voz se había oscurecido.

Ness: ¿Qué representaba?

Zac: Era una escena del Mabinogion. «El Sueño de Rhonabwy». ¿Lo conoces?

Vanessa había oído algo acerca de las leyendas épicas de Gales, pero no las conocía a fondo. Negó con la cabeza.

Ness: Nunca he escuchado ninguna de esas historias.

Zac: «El Sueño de Rhonabwy» cuenta una partida de gwyddbwyll jugada entre Owein ap Uryen y el Rey Arturo. El tapiz los mostraba jugando entre las tiendas y pabellones de varios ejércitos, como el de Rhuvawn el Radiante de Deorthach, Caradawg Strong Arm, March ap Meirchyawn Cadwr, conde de Cornwall. Las tropas se habían reunido allí para luchar con Arturo contra Osla, el Caballero Negro.

Ness: Cuánto me habría gustado verlo -comentó-.

Le fascinaba oír hablar a Zac acerca de aquellos caballeros y su leyenda.

Zac: Sí. La mujer que lo tejió era toda una artista de la aguja. La historia describe los colores de los caballos y del ejército, y habían sido perfectamente reproducidos en el tapiz.

Ness: ¿Tienes alguna fotografía de la escena?

Zac negó con la cabeza.

Zac: Había quedado con un fotógrafo especializado en obras de arte en octubre, cuando acabase la temporada turística.

Ness: Lo siento.

Zac: Yo también. Sobre todo porque...

De repente se detuvo.

Ness: ¿Por qué?

Zac suspiró.

Zac: Era irreemplazable. Es imperdonable por mí parte no haber tomado más precauciones. Era una pieza histórica que había llevado todo una vida confeccionar, y en unos pocos minutos, el fuego la ha destruido. Incluso me habían propuesto que lo vendiera a un museo, pero me gustaba tenerlo aquí.

Ness: ¿Cuánto podría valer?

Zac: Calculo que algo más de cincuenta mil libras.

Ness: Vaya.

Pensó que no era una cantidad tan grande como para preocupar al seguro. A fin de cuentas, un buque petrolero podía costarles cientos de millones.

Zac: Aunque en una subasta, ni se sabe. Normalmente, los tapices bordados no tienen el mismo valor que los tejidos, que pueden llegar a valer medio millón. Pero éste representaba una escena poco frecuente, y se encontraba en muy buenas condiciones. Y, por supuesto, el hecho de que formara parte de la historia y la tradición de Gales aumentaba su valor.

Ness: Aun así, cincuenta mil libras son bastante dinero.

Él rió.

Zac: Pero no ha sido tasado en esa cantidad. Hace veinte años se valoró en cinco mil libras. Ha debido ser obra del diablo, que ha intentado demostrar que valía más -la miró disgustado- No, ha sido una verdadera pérdida. No hay nada positivo en esta historia.

2 comentarios:

caromix27^^ dijo...

ptm ¬¬
el blogger me borro el coment!!!
lo odio!!!
me gusto el capi!
y me dio pena ness!
comenten mas chicas!
tkm ali

Natalia dijo...

que le sucede a Ness en el pecho?
que interesante esta, siguela plis!!!

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