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lunes, 15 de agosto de 2011

Capítulo 6


Vanessa se sentó en la cama con la pequeña cinta en la mano. Estaba segura de que Zac no lo había hecho. Difícilmente podían creerlo sospechoso cuando iba a recibir tan poco dinero. Cogió un bolígrafo y las etiquetas y anotó la fecha, poniéndole un asterisco para recordar que era una conversación importante. Después pegó la etiqueta en la cinta.

Suponía que su trabajo acababa allí. Pensó en llamar al día siguiente a Alex, quien sin duda le diría que volviera.

Decidió tomar algunas notas para dar a Alex datos más precisos, e introdujo la cinta en la grabadora.

La cinta tenía una duración total de hora y media, por las dos caras. El micrófono se activaba con la voz, de manera que en los intervalos de silencio se desconectaba automáticamente. Vanessa rebobinó la cinta hasta el principio de la primera cara, se puso los auriculares y pulsó el botón para reproducirla.

Yr wyf i yn dy garu di, volvió a escuchar a Zac, y dio un brinco, sorprendida. Se preguntó qué demonios era aquello. Fy nghalón i.

Y después oyó su propia voz susurrando «Zac, Zac».

Su corazón se aceleró. Desconectó el aparato. Se preguntó cómo podía haber ocurrido. Tal vez la grabadora se había puesto en marcha cuando él la cogió en brazos, o cuando la dejó en la hierba.

No quería escucharlo. No quería volver a experimentar el pánico que la atormentaba. Decidió borrar la cinta. Alex se la pediría, y no estaba dispuesta a permitir que nadie escuchara aquello.

Pero, lentamente, sus dedos alcanzaron el aparato y volvieron a ponerlo en marcha. «Eres preciosa», escuchó en su profunda e hipnótica voz.

Aquello era lo que más la desconcertaba, porque ella no era guapa. Se preguntó qué habría hecho si él no hubiera pronunciado aquellas palabras. Pero recordó que fue en el momento en que Zac le tocó los senos cuando se sintió aterrorizada. Cuando empezó a desabrocharle la camisa. Levantó la vista hacia el espejo de cuerpo entero. Contempló el oscuro pelo negro, las delicadas cejas que se curvaban, exóticas, sobre los ojos marrones, la suave piel y la boca carnosa.

Se preguntó si era guapa. Otros hombres se lo habían dicho antes, pero jamás le había afectado tanto como cuando Zac lo hizo. Nunca había necesitado creer lo que le decían. Tal vez fuera guapa, a pesar de todo.

«Eres preciosa.»

Se levantó despacio, como si estuviera hipnotizada, y se acercó al espejo, memorizando las palabras de Zac. Sólo estaba encendida la lámpara de la mesilla, y bajo su delicada luz sintió una especie de valor y determinación que no había experimentado antes. «Preciosa», había dicho Zac, y después repitió aquellas extrañas palabras, que tal vez significaban lo mismo en galés. Yr wyf i yn dy garu di.

Detuvo la cinta y se sentó en el sillón que había junto al espejo. Se quitó la goma del pelo y la tiró al suelo. Después se agachó para coger el borde inferior de su vestido, se lo quitó por encima de la cabeza y lo dejó en el sillón. Se quedó un rato en ropa interior, y por fin se llevó los brazos hacia atrás para desabrocharse el sujetador.

Se lo quitó y liberó sus senos tersos y bien formados. Por primera vez en muchos años, era capaz de mirarlos.

No había necesitado injertos en la cara gracias a que, en el incendio, su padre le había apagado las llamas del pelo rápidamente. Se había quemado una oreja y parte del cuero cabelludo, pero afortunadamente la cara recuperó su aspecto normal con el tiempo.

Se le había curado, pero habían transcurrido casi dos años antes de que le desapareciera el tono rojizo de las quemaduras, y durante aquel tiempo, se había visto extraña. Tenía la parte izquierda de la frente y de la mejilla de un color rojo intenso, y el resto de un blanco inmaculado, como si media parte de la cara estuviera sonrojándose continuamente.

Incluso los adultos se lo comentaban. Los niños habían sido muy crueles. Algunos simplemente estallaban en carcajadas al verla, y ella se sumió en una furia y un dolor mudos, que incrementaban aún más el tono rojizo de su piel.

Hasta que le creció el pelo, no pudo ocultar de ninguna manera la punta quemada de la oreja, ni la calva que tenía tras ella.

«Oye, piel roja, ¿tu padre era medio indio o qué?» «Alguien ha intentado cortarle la cabellera.» «Ha debido ser su padre medio piel roja.»

Incluso los profesores demostraban a veces una increíble indiferencia, sin mostrar ninguna comprensión por la causa de su cambio de comportamiento. La niña que antes era brillante ahora era insociable y reservada, y ante aquel cambio, respondían con sarcasmo, dejándola perpleja y desesperanzada. «Antes conocías la respuesta, Vanessa. Por favor, esfuérzate o pensaremos que también te has quemado el cerebro.»

Al cabo de dos años, todo pareció volver a la normalidad. El pelo le cubrió la calva y creció lo suficiente para ocultar la oreja, que había cicatrizado bien. El color rojo de la cara desapareció. La gente olvidó que alguna vez había estado desfigurada, y la propia Vanessa, poco a poco, empezó a olvidar cómo se había convertido en una niña desagradable y fea, en una sola noche.

Una vez que el dolor desapareció, apenas prestó atención a la marca cuadrada de su pecho. Su abuela siempre le compraba bañadores poco escotados, y la gente no parecía fijarse en la zona oscura que procedía de la piel del muslo.

Pero entonces empezaron a crecerle los senos. En el instituto tenían piscina, y los vestuarios eran públicos. Un día escuchó: «Dios mío, Vanessa, tienes un pezón más grande que el otro». Se miró en el espejo y comprobó que era verdad.

Volvió a experimentar la humillación y la vergüenza al tomar consciencia de su deformidad. Estaba desesperada por parecer normal y fue a un médico, pero no pudo hacer nada. La explicación era muy sencilla: la piel del muslo no era tan flexible como la del pecho. Probablemente, sus senos nunca serían iguales. Tendrían el mismo tamaño, porque la piel de la parte inferior del pecho compensaría la falta de elasticidad. Pero el pezón izquierdo, arrastrado por la piel del injerto, siempre estaría erguido, y el parche siempre tendría un color ligeramente diferente, que se acentuaría si tomaba el sol. Sin embargo, se podía considerar afortunada. Aquello no impediría que pudiera dar el pecho a sus hijos. Podía haber muerto en el incendio, pero sobrevivió y sólo le quedó una pequeña deformación.

Le costó algún tiempo, pero acabó por aceptarlo. Y aunque nunca dejó de sentirse deforme, cuando las chicas le preguntaban acerca de la marca, contestaba: «Fue en un incendio. Tuve mucha suerte». Y descubrió que su propia aceptación evitaba las reacciones violentas que tanto odiaba.

Pero aquello fue antes de conocer a Drew. Se apartó del espejo, cogió la parte superior del pijama apresuradamente, y se la puso. Se acostó y apagó la luz. Recordó que Drew también pensaba que era preciosa, hasta que la vio desnuda. Y no se arriesgaría a pasar otra vez por aquello mientras viviera.


Se encontró con Zac en el desayuno.

Ness: No voy a ir contigo a Aberystwyth. Creo que prefiero pintar.

Zac: Va a estar despejado todo el día. Es un buen día para ir a la montaña. ¿Te apetece ir de picnic a Cadair Idris?

Ness: Gracias, pero quiero pintar -repitió, con decisión-.

Zac: Los picnics de Jane son la envidia de todos los invitados no residentes.

No pudo evitar reír. Pero sabía que debía vencer la tentación. De lo contrario, la situación se le podría ir de las manos.

Ness: En otra ocasión.

Pero estaba segura de que no habría otra ocasión. Con un poco de suerte, se iría aquel mismo día.

Él sonrió, y aquello fue como un alivio para su corazón vacío y desolado. Pensó que no podía irse de allí con tanta rapidez.

Zac se marchó unos minutos más tarde. Vanessa sintió que se alejara de ella y se sentó sola, frente a su café, hasta que llegaron Mona y Jeremy.

Mona: ¿Hoy también va a pintar?

Ness: Probablemente, pero primero necesito hacer un poco de ejercicio. He pensado en dar un paseo hasta el pueblo. ¿Saben cuánto se tarda en ir a pie?

El día anterior había ido en coche.

Mona: Media hora por la carretera. Pero si quiere disfrutar del paisaje, vaya por la senda para excursionistas. Pasa por la fortaleza, en el otro lado de la colina, y baja unos veinte metros desde la muralla. Si va hacia la derecha llegará al bosque, y Pontdewi está solo a veinte minutos.


Vanessa subió hacia la muralla y se abrió paso entre los arbustos. Después, subió unos escalones para cruzar la valla de piedra que separaba el terreno del hotel de los pastos para las ovejas. Al verla, unas cuantas desconfiaron y salieron corriendo.

Ness: No voy a haceros daño -gritó-.

Pero no parecía que la comprendieran.

La senda continuaba junto a la valla de piedra y después se desviaba hacia el bosque. Fue un paseo agradable y tranquilo, y pronto se encontró en la vieja cabina de teléfonos, donde empezó a revolver en sus bolsillos en busca de monedas.

Alex: Has trabajado rápido -dijo cuando escuchó las noticias-. Informaré al cliente. Llámame dentro de un par de días.

Ness: ¿Puedo irme ya a casa? -casi le imploró-.

Alex: ¿Qué te pasa, morena? ¿Estás ansiosa por volver a la gran ciudad? -le preguntó, imitando el acento norteamericano-.

Ness: Bueno...

Alex: Perdona -interrumpió-, no quiero acabar tan pronto con este asunto. Mi cliente no ha sido totalmente sincero y me gustaría que te quedaras más tiempo, hasta que todo se aclare.

Aquello echaba a perder sus planes. Colgó el teléfono y se quedó un momento en la calle, con el sol a su espalda. En el pueblo sólo había un bar, George, y una diminuta tienda que también era la oficina de correos. Nada más. Según el letrero de la puerta, en George ofrecían cafés por las mañanas, y por las tardes servían la merienda en la terraza.

Vanessa cruzó la carretera.

Entró en el bar y pidió un café y unas pastas.

***: Usted se aloja en el White Lady, ¿no es verdad? -le preguntó la camarera-. Fue una pena lo del incendio. Mi cuñada trabajaba para Zac, pero ahora apenas tiene clientes ¿no?

Ness: Sólo unos pocos.

***: Qué pena.

Vanessa era la primera clienta de la mañana y la camarera parecía tener ganas de charla.

Ness: Me pregunto cómo empezaría el fuego.

***: Bueno, está claro que no fue Jess, tal y como dicen esas mujeres -respondió la camarera, con violencia-.

Vanessa conectó la grabadora, ya un hábito en ella.

Ness: ¿Usted no cree que el fantasma haya cambiado?

***: Nunca he oído que a otros fantasmas les haya pasado. Como ellas son profesionales, o como quiera llamarlo, supongo que lo sabrán. Pero conocemos a Jess. Ella nunca habría provocado un incendio. Se limita a bromear y a reír.

Ness: Sí, ya la he oído.

La camarera sonrió.

***: ¿De verdad? Eso significa que le cae bien. ¿Lo sabía? -Vanessa asintió-. La gente suele mentir al respecto -continuó-. Pero siempre se nota quién la ha oído y quién no.

Zac: ¿Le importaría ponerme otro café, Gwen?

Al oír aquella voz, Vanessa se volvió con tanta brusquedad que estuvo a punto de tirar el suyo.

Ness: ¿No ibas a Aberystwyth? -le amonestó-.

Zac: Y pensaba hacerlo. Pero tan pronto como llegué al mar, me di cuenta de que era una pérdida de tiempo pasar el día en una biblioteca. No solemos tener tan buen tiempo en Gales. Así que volví para ver si te apetecía ir a nadar al mar. -La camarera le sirvió el café-. Me dijeron que venías al pueblo -continuó-. Creí que ibas a ir a pintar.

Por la expresión de su cara, Vanessa supo que la había atrapado. Se sonrojó.

Ness: Bueno, pretendo hacerlo. Pero me apetecía hacer un poco de ejercicio antes de empezar.

Zac: La natación es estupenda. Y el mar está a pocos minutos. -Cogió la taza de café y le echó azúcar. Después miró a Vanessa con una sonrisa. Antes de que pudiera contestarle, le habló-. ¿Estabas hablando de Jess con Gwen?

Afortunadamente, no había llegado a tiempo para oírlas hablar del incendio.

Ness: Sí. Es algo bastante peculiar, ¿no te parece?

Zac: ¿Tú crees? Después de todo, ella forma parte de la vida aquí, como las ovejas y las cañerías viejas.

Ness: ¿Piensas hablarme de ella alguna vez?

Aquella pregunta resultaba extraña para alguien que pensaba irse al día siguiente, pero Vanessa apenas lo notó.

Zac: Claro. -Apuró el café, se levantó y dejó unas monedas sobre la mesa-. Vamos.

Ness: ¿Qué?

Zac: Te hablaré de Jess en la playa.

Vanessa llevaba un bañador verde, poco escotado y con anchos tirantes, que ocultaba la marca. Zac llevaba un bañador negro de algodón, que no era nada ajustado, pero le quedaba muy bien. El reflejo del sol en el mar los deslumbraba, y el aire era tan puro que los pulmones acostumbrados al de Londres no podrían soportarlo.

Nadaron un rato y después, se tumbaron en las toallas. El momento inevitable llegó.

Zac: Tienes la piel muy blanca. ¿Has traído crema protectora?

Zac había llevado una sombrilla, pero Vanessa tenía tantas ansias de sol que no quiso ponerse en la sombra. Pero tenía razón, podía quemarse fácilmente.

Ness: Está ahí.

Zac le alcanzó el bolso. Vanessa, como un animal domesticado, buscó en su interior, sacó un tubo grande de protector y se lo dio.

Entonces él le desató los tirantes y se los bajó.

Eran meramente decorativos. El bañador llevaba tiras que hacían que se sujetara solo y los tirantes habían sido diseñados para atarse alrededor del cuello o en un lazo, por debajo del pecho, pero Vanessa nunca había mostrado los hombros en público, y se sentía desnuda. Se llevó las manos al pecho, y entonces se ruborizó al pensar en lo estúpido de su comportamiento. Se inclinó mientras Zac le extendía la crema por la espalda.

Había comprado el bañador en una tienda especializada en mujeres operadas de mastectomía, pero no por ello dejaba de tener estilo. Era de corte alto en la parte inferior, y tenía un amplio escote en forma de triángulo en la espalda para compensar el escaso escote de la parte delantera. A medida que Zac extendía la crema, Vanessa tomaba consciencia de lo amplio que resultaba el escote trasero del bañador.

Zac cubrió cada centímetro de sus hombros, cuello y espalda, y algunos más, Deslizó los dedos bajo el bañador, a la altura de los tirantes y después en el lugar en que acababa el escote. Vanessa se estremeció y tuvo que morderse el labio para no gritar.

Sentía como una corriente eléctrica, todo su cuerpo se estremecía ante aquellas caricias tan deseadas. No podía decir ni hacer nada, estaba como hipnotizada. Sabía que debía detenerlo, pero también era consciente de que si movía un solo músculo no sería para apartarse de él. Si se pusiera en pie, las piernas no podrían sujetarla.

Zac: Date la vuelta.

El sonido de su voz era como otra caricia, y le hacía temblar. Se volvió, con las manos aún en el pecho, sujetando los tirantes. Con un solo dedo, Zac le extendió la crema sobre la piel de la cara, sobre la nariz, bajo los ojos y alrededor de la boca, en un gesto cargado de erotismo.

Le retiró las manos del pecho, con delicadeza, y subió los suaves pliegues de la tela. Vanessa mantenía los ojos cerrados y continuaba mordiéndose los labios cuando, por fin, Zac descubrió la marca de su piel. No observó ningún cambio en su comportamiento, nada que le indicara que lo había visto, pero era imposible que le hubiera pasado desapercibido bajo la luz del sol.

Ness: Me quemé.

Zac acarició sus senos.

Zac: Vaya, lo siento.

Entonces, con suma delicadeza, Zac le aplico la crema en la parte descolorida que tenía sobre el pecho izquierdo. Ella sintió un escalofrío. Abrió los ojos y apenas podía respirar, como si le faltara el oxígeno.

Después sintió sus labios en el mismo lugar, y el pelo claro de Zac le hizo cosquillas en el cuello.

Ness: ¿Qué estás haciendo?

No sabía muy bien si podía más el miedo o la rabia que sentía.

Zac levantó la cabeza y la miró.

Zac: Te estoy besando.

Ness: No lo hagas. No.

Él frunció el ceño y la miró, desconcertado.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Me quemé aquí -dijo tontamente, como una niña-. Es piel injertada.

Zac: ¿Te duele cuando te toco? -preguntó sorprendido-. Parece que está curado.

Ness: No.

Zac: Estupendo.

Zac sonrió con una expresión que no le había dado tiempo a descifrar cuando ya la estaba besando de nuevo. Y aquel beso fue electrizante.

Después le puso crema en los brazos y en las piernas, y ella tembló bajo sus manos. No la tocaba con ninguna intención, pero cuando llegó a la altura de los muslos, no la necesitó. Ni cuando le acarició la parte interna del codo o la planta de los pies. Su cuerpo tradujo aquel contacto, y si él hubiera decidido hacer el amor con ella en la playa, apenas habría podido negarse.

Cuando acabó, Vanessa sintió que una sombra la cubría y supo que Zac había colocado la sombrilla. Después se tumbó a su lado. Vanessa no podía sentir ni la toalla ni la arena bajo su cuerpo. Le parecía estar levitando. Se dejó llevar por aquella sensación. Un insecto se posó un segundo en el brazo, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

Zac: ¿Estás dormida?

Vanessa pensó que debía estar bromeando si pensaba que se podía dormir en aquellas circunstancias. No había estado más despierta en su vida. Se lamió los labios y saboreó el gusto mentolado de su protector labial.

Ness: No.

Zac: ¿Estás preparada para oír la historia del fantasma?

No tenía ni idea de lo que estaba hablando. Le sorprendió que quisiera hablar de un fantasma en un día de playa soleado, y cuando ella estaba levitando a causa de la excitación.

Ness: Muy bien.

No tenía intención de protestar.

Zac: Se llamaba Jessica -empezó a explicarle-. Según dicen era descendiente del constructor original de la casa, su única hija. Aunque algunos dicen que sus padres tuvieron otro hijo, enfermo, al que nunca quisieron. Jess era una niña preciosa y se convirtió en una atractiva jovencita, a la que su padre adoraba. A los diecisiete años, le eligieron un marido, un buen partido. Pero ella estaba enamorada del hijo de uno de los vasallos del pueblo. Probablemente fuera un granjero, aunque nadie lo sabe con certeza.

Ness: ¿Con quién quería casarla su padre?

Empezaba a interesarse por la historia, a pesar de su estado físico.

Zac: Con el hijo de su hermana, que estaba casada con un señor. Pero Jess se negó. Su amante fue a pedirle su mano a su padre, y le dijo que ella ya le había entregado su corazón, y jamás podría pertenecer a otro.

Ness: ¡Qué valiente! -exclamó-.

Zac: Demasiado. Fue azotado por su insolencia. Y envió al padre un mensaje, que decía que si no le concedía su permiso, se fugaría con ella y jamás vería a sus nietos.

Ness: ¿Le dijo eso al señor de la propiedad? Suena un poco arriesgado.

Vanessa abrió los ojos y lo miró, porque en algún momento, tenía que hacerlo. Zac estaba tumbado junto a ella, apoyado en un codo. Lo veía a través de una nube, como si tuviera un aura alrededor.

Ness: ¿Y si su padre la encerraba?

Zac rió, mostrando sus perfectos dientes blancos. Vanessa tembló y volvió a cerrar los ojos.

Zac: Dicen que el amante era un maestro de las artes ocultas, ya que él se las ingenio para entrar en la casa sin ser visto. También dicen que, a menudo, pasaba las noches en su cama sin que nadie se enterara, y se iba antes de que amaneciera. Otros dicen que la había hipnotizado, y no hace falta mucha imaginación para descubrir que pretendía ganar sus favores sexuales.

Vanessa no podía entender aquello. Hacía mucho tiempo que nadie pretendía obtener sus favores sexuales, pero aquel día vio que podía ocurrir.

Zac: En realidad, no se sabe si su amante empleaba artes ocultas, pero Jess aceptó fugarse con él -prosiguió-.

Vanessa deseaba que dejara de emplear la palabra «amante». En su boca cobraba un significado especial, lleno de promesas.

Zac: Pero la noche que planearon la fuga los descubrieron. La doncella los traicionó, y encerraron a Jess en la casa con un vigilante en la puerta.

Ness: Vaya -tomó aire- ¿Y a él lo mataron?

Zac: Nadie lo sabe. Desapareció cuando se vio rodeado. Dicen que se convirtió en un pájaro y escapó. -Con aire ausente, extendió un poco de crema que se había quedado hecho un pegote en el brazo de Vanessa. Vanessa estaba sudando. Deseó que volviera a besarla-. Llamaron a un albañil del pueblo para que construyera un muro frente a la puerta -explicó-.

Ness: ¡Dios mío! -se incorporó y se sentó-. ¿Quieres decir que la emparedaron y murió de hambre o algo parecido?

Zac negó con la cabeza.

Zac: No en aquel momento. Jess estaba embarazada de su amante, y al cabo de unos meses, tuvo un bebé sano, al que puso el nombre de su padre. Pero ella murió poco después. El nieto que dio a su padre fue el único que tendría, la única oportunidad de dejar sus tierras a alguien de su propia sangre. -Cogió el tubo de crema solar y miro a Vanessa levantando una ceja-. ¿Me pones un poco en la espalda?

Ness: Claro.

Se dio la vuelta y Vanessa se arrodilló a su lado. Su cuello y los músculos de sus hombros le parecían muy fuertes. Apretó el tubo y le puso un poco de crema. Después, nerviosa, empezó a extendérsela.

Tenía la piel muy caliente. También sudaba, y la mezcla del sudor con la crema le resultaba espe­cialmente erótica. Se preguntó si aquella piel sabría a sal, y si sus labios serían tan cálidos como sus manos. Pensó que resultaba muy fácil entregarse a alguien en aquellas circunstancias.

Zac: De otra forma -continuó-, tendría que dejárselas a los hijos de su sobrino. Y no era lo que él deseaba.

Ness: Entonces, ¿se las dejó al hijo del siervo, el hombre con el que prohibió a su hija que se casara?

Tenía los muslos empapados en sudor. El día era realmente caluroso. Se preguntó si sería normal que la gente sudara al hacer el amor.

Descubrió un lunar en el hombro de Zac, pero el resto de su espalda estaba impecable. Tenía la piel suave. Le frotó los hombros y cuando llegó al cuello, él suspiró.

Zac: Qué bien -dijo, como si le gustara sentir las manos de Vanessa-.

Tenía las manos fuertes; pintar desarrollaba los músculos. Empezó a masajear el cuello de Zac y sintió que toda su energía y vitalidad fluían desde su sangre hasta ella, y de ahí al corazón. Era como si estuvieran envueltos en una nube de calor. Zac también tenía los muslos empapados en sudor. Observó sus pantorrillas, cubiertas de un fino vello oscuro y manchadas de arena.

Zac: Sin duda.

Vanessa parpadeó, sobresaltada al salir de su ensueño.

Ness: ¿De qué hablas?

Zac: Dejó sus propiedades en herencia a su nieto. Tal vez tenía remordimientos.

Ness: Pero el niño era ilegítimo.

Zac tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en los brazos. Sonrió.

Zac: Probablemente, pero nunca lo sabremos con seguridad. Unos meses después del nacimiento, se descubrió en el pueblo el registro de matrimonio de Jess y su amante, celebrado un año atrás por el párroco del pueblo. De modo que el hombre pudo declarar legítimo al niño y le cedió su herencia.

Ness: ¿Ya estaban casados? ¿Y por qué no se lo dijeron? ¿Qué podría haber pasado?

Zac se volvió para que Vanessa le echara crema por el pecho, que al igual que las piernas, estaba cubierto de vello y gotas de sudor. Observó su torso, los músculos de su estómago y la forma de su ombli­go, como si fuera un terreno extraño, peligroso para los no iniciados. Se echó un poco de crema en la mano y se la extendió por el estómago.

Zac guardó silencio durante un rato. Respiró profundamente y su estómago subió despacio y vol­vió a bajar.

Zac: También existe la sospecha de que el registro de matrimonio fue falsificado por orden del padre de Jess. Al parecer, el párroco del pueblo vivió muy bien el resto de sus días, y mientras vivió, cualquiera que necesitara un favor de la casa gran­de, si tenía al párroco de su parte, podía estar seguro de conseguirlo.

Ness: ¿Y el niño heredó sus tierras?

Zac: Así fue.

Ness: Y entonces, ¿por qué ronda el fantasma de Jess? ¿Esperaba que su amante volviera para llevársela? O tal vez se quedaría para ver crecer a su hijo, y después se acostumbró a estar allí.

Aunque en voz alta, parecía hablar consigo misma. Al tocar a Zac sintió que su piel se estremecía, pero él no pareció notarlo. Aquello suponía una nueva experiencia. Podía tocar la piel de un hombre desnudo sin ningún peligro. Se dijo que era algo sin importancia que cualquiera podría hacer.

Zac: ¿Tú habrías hecho lo mismo? ¿Esperarías a tu amante más allá de la muerte?

La curva de sus pestañas resultaba muy atractiva en aquel ángulo. Vanessa suspiró. No podía saber lo que habría hecho, porque no tenía ninguna experiencia en el amor. Aunque podía imaginarse a sí misma como un fantasma, esperando, tal vez a Zac. Llegó al final del estómago, donde comenzaba el bañador. Tenía los músculos tensos.

Ness: No lo sé. Tal vez habría intentado irme de casa antes de rechazar la propuesta de matrimonio de mi padre. Sobre todo si estuviera embarazada.

Rozó el bañador de Zac, que estaba húmedo y frío. Se echó hacia atrás y le puso un poco de crema en las piernas.

Zac: Dicen que el padre y la hija estaban muy unidos. Seguramente, ella creyó que lo podría convencer.

Zac emitió un pequeño gemido cuando Vanessa empezó a masajearle los muslos, en el límite del bañador. Tenía un poco de arena, y a Vanessa le resultaba agradable su tacto, mezclado con la crema.

Ness: Me pregunto qué fue de su amante. ¿Crees que lo mataron aquella noche?

Siguió ensimismada en los muslos fuertes y musculosos, que contrastaban con la suavidad de la piel. El bañador era largo y se los cubría en parte, de modo que pasó la mano por debajo del borde para poder extender bien la crema, en caso de que el sol también llegara allí.

Zac: Parece poco probable que hubieran podido encubrir un asesinato así, La gente lo habría rumoreado.

Zac se sentó y quitó las manos de Vanessa, aunque no había terminado.

Ness: Pero de todos modos él tendría que haberse ido del pueblo, ¿no?

Zac la miró y se apartó la arena de las piernas. Vanessa tapó el tubo de la crema y lo guardó en el bolso. No quería preguntárselo, pero al final no se pudo contener.

Ness: ¿Qué habrías hecho tú?

Cuando Zac la miró, parecía como si sus ojos hubieran absorbido toda la luz del sol. Sonrió.

Zac: Habría vuelto a buscarla.

Lo dijo sin intención y sin ningún énfasis, pero Vanessa sintió que el corazón empezaba a latirle más fuerte, como si Zac fuera a buscarla a ella y no admitiera un no por respuesta.

4 comentarios:

Jocelyn Mendoza dijo...

Hola!!!!!


Me encanto el capitulo


Siguela pronto!!! :D

Natasha dijo...

Me encanto el capii... estuvo muy bueno
aunque no entiendo esa "relacion" entre Zac y Vanessa... es rara :P

buee.. Siguela!.. tal vez el fantasma tenga algo que ver con eso xD

caromix27^^ dijo...

aww! me encanto cuando zac la beso!
Nessa creele eres preciosa!
Me encanta la nove!
si se lo q es tener una marca q no quieres enseñar... pero tb se q hay gente q siemprete va a ver hermosa no importa como estes!!<3
en fin me deje llevar xD
tkm mi ali!!
chicas comenten!!!

Natalia dijo...

Siguela pronto, porfi.
esta muy interesanteee!
Besitos.

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