Vanessa pasó la brocha con la lustrosa pintura blanca esmaltada por el rodapié, mientras sujetaba un trozo de cartón en la otra mano para no manchar el amarillo de las paredes que ya había terminado.
La radio que Zac había tenido en la cocina de la cabaña estaba en el suelo, en una de las esquinas, sintonizando una emisora que ponía animadas canciones de rock. Había dejado el volumen bastante bajo, para poder oír a Michael si se despertaba.
No sabía lo que la entusiasmaba más, lo mucho que estaba avanzando la habitación del niño, o el hecho de poder doblarse y agacharse. Incluso había podido gastar parte de sus ahorros en comprarse dos pantalones con la talla de antes de su embarazo; le estaban un poco ajustados en la cintura, pero era optimista.
De repente, deseó que todos los aspectos de su vida recuperaran la normalidad con tanta facilidad. Zac aún estaba enfadado con ella.
Se encogió de hombros mientras volvía a meter la brocha en el cubo de pintura. Él era un hombre con genio y bastante temperamental, nunca había intentado ocultárselo o negarlo, y lo cierto era que ella se había equivocado al no confiar en que él haría lo correcto. Pero ya le había pedido perdón, y aunque sabía que no debería permitir que la afectara su continua frialdad, no podía evitarlo.
De alguna forma, eran dos desconocidos como nunca lo habían sido en la pequeña cabaña de Colorado. No era por la casa, aunque ella seguía culpando en parte a su tamaño y su elegancia; anteriormente, la falta de espacio les había obligado a compartir, a acercarse, a depender el uno en el otro. Sentir que alguien dependía de ella, aunque sólo fuera para dar una taza de café en el momento justo, se había convertido en algo importante para Vanessa.
Sin embargo, en aquella casa enorme no tenía que hacer casi nada, aparte de ocuparse de Michael. Zac y ella podían pasar horas bajo el mismo techo, sin saber apenas de la existencia del otro.
Pero la diferencia no estaba en las paredes, en las ventanas y en los suelos, sino en ellos mismos. Ella seguía siendo Vanessa Hudgens, una chica de clase baja, la misma que había ido de casa en casa sin tener la posibilidad de vivir realmente en ningún sitio. La misma que había ido de familia en familia, sin tener la posibilidad de pertenecer a algún lugar.
Y él era... Vanessa soltó una carcajada con cierta amargura. Él era Zachary Efron, un hombre que había sabido cuál era su lugar desde el mismo momento de su nacimiento, que nunca tendría que preguntarse si seguiría en el mismo sitio al día siguiente.
Eso era lo que Vanessa quería para Michael, lo único que le importaba. Le traían sin cuidado el dinero, el apellido y la enorme casa con las cristaleras y las elegantes terrazas, lo importante era pertenecer, sentirse parte de algo, encontrar el sitio de uno en la vida. Era algo que ella siempre había deseado, de modo que estaba decidida a que su hijo lo tuviera, y por su parte estaba dispuesta a esperar... a pertenecerle a Zac.
Al parecer, Zac y ella sólo eran capaces de aunar esfuerzos en las cuestiones relacionadas con Michael.
Vanessa esbozó una sonrisa, ya que no había ninguna duda de que él adoraba al niño. No se agachaba junto a la cuna ni se paseaba por la habitación a las tres de la madrugada por pena o por obligación, sino porque era un hombre con una gran capacidad para amar, y le había entregado todo su amor a Michael, sin ningún tipo de reserva. Zac era una persona atenta, cariñosa y participativa... cuando se trataba de Michael.
Pero cuando estaban juntos sin el niño, el ambiente siempre se cargaba de tensión.
Ni siquiera se tocaban. Aunque vivían en la misma casa y dormían juntos, no se tocaban casi nunca, y cuando lo hacían era de forma totalmente fortuita e impersonal.
Como una familia, habían ido a comprar todas las cosas que Michael podía necesitar... los muebles para su cuarto, sábanas, un juguete que tocaba una canción de cuna al darle cuerda, y un montón de peluches a los que seguramente el niño tardaría meses en prestar atención.
Había sido muy fácil, incluso divertido, discutir sobre sillas y parquecitos, y elegir juntos los artículos que iban comprándole al niño. Vanessa nunca había esperado poder darle tantas cosas a su hijo, o poder compartir la experiencia.
Sin embargo, al volver a casa había vuelto a aparecer la tensión entre ellos.
Se dijo que era una tonta; al fin y al cabo, había recibido un hogar, protección y cuidados, y sobre todo un padre tierno y cariñoso para su hijo. Desear más de lo que tenía era lo que siempre la había llevado a sufrir decepciones en el pasado.
Pero no podía evitar anhelar que Zac volviera a sonreírle de nuevo... a ella, no a la madre de Michael ni a la modelo de uno de sus cuadros.
Quizás era mejor seguir así, como un par de amigos que compartían un interés común, aunque no sabía cómo iba a reaccionar cuando él la buscara como mujer. Sabía que el momento llegaría tarde o temprano, porque el deseo de él era obvio, y era un hombre demasiado viril para seguir compartiendo la cama con ella sin tocarla.
Su experiencia con el acto sexual le había enseñado que el hombre exigía y la mujer se sometía. Zac podía desearla sin amarla, sin sentir siquiera algo de afecto por ella, y Vanessa sabía perfectamente bien la falta de amor y de cariño que podía haber en la cama de un matrimonio. Un hombre como Zac tendría muchas exigencias, y ella cedería, porque lo amaba demasiado para negarle algo. Y de ese modo, el ciclo que había conseguido romper volvería a empezar de nuevo.
Era algo que lo enfurecía, y cuanto más controlaba su genio, más se incrementaba su enfado. No le había levantado la voz ni una sola vez desde el día que habían llegado a la casa, pero ella parecía estar esperando un arrebato de genio por su parte.
Le había dado todo el espacio que le había sido humanamente posible, y eso le estaba matando. Dormir con ella, sentir que se volvía hacia él en medio de la noche y que sólo los separaba el fino algodón de su camisón, había dado un nuevo significado al insomnio.
Había empezado a trabajar en medio de la noche, y a pasar el tiempo libre en su estudio o en la galería de arte, con tal de resistir la tentación de reclamar lo que ya le pertenecía legalmente.
Vanessa aún seguía muy delicada, tanto física como emocionalmente, y por eso no se atrevía a pedirle nada. Sin importar lo egoísta que pudiera haber sido en el pasado, no podía justificar de ninguna manera satisfacerse a expensas de ella... o asustarla dejando que viera con cuánta desesperación, con cuánta violencia la deseaba.
Aun así, sabía que dentro de ella había una pasión explosiva, la había visto reflejada en sus ojos. Vanessa lo necesitaba tanto como él a ella, y no estaba seguro de si alguno de los dos alcanzaba a entender realmente adonde podía llevarles aquel anhelo.
Podía ser paciente. Sabía que el cuerpo de ella necesitaba tiempo para recuperarse del parto, y sería capaz de dárselo; sin embargo, no sabía si podría esperar a que se curaran las heridas de su mente.
Deseaba con todas sus fuerzas ir hacia ella, sentarse a su lado y acariciarle el pelo, quería reconfortarla, pero no tenía ni idea de cómo expresar lo que sentía en palabras. De modo que se metió las manos en los bolsillos, y le dijo:
Estaban sentados el uno junto al otro encima de un trapo, y ella tenía aferrada una de sus manos. Asombrada, notó que el pulso de Zac se aceleraba, y vio en sus ojos lo que él le había ocultado durante días: deseo, puro y simple. La intensidad que percibió en él la puso un poco nerviosa, pero incapaz de resistirse, se inclinó hacia él.
El trapo se le cayó de la mano.
Michael empezó a llorar.
Zac y Vanessa se apartaron bruscamente, como niños pillados in fraganti con la mano en la caja de galletas.
Dejando al niño sequito y tranquilo, fue al cuarto de baño contiguo para refrescarse un poco. Después de lavarse y quitarse la pintura que le manchaba la cara, se miró en el espejo de cuerpo entero que había enfrente de la enorme bañera.
Vestida con ropa masculina que le quedaba enorme y con el pelo recogido en una coleta, no tenía un aspecto nada sexy, y sin embargo, por un instante Zac había parecido completamente seducido en la habitación de Michael.
¿Era eso lo que ella quería?
Preguntándose cómo podía saber lo que realmente quería, Vanessa presionó los dedos contra sus ojos mientras intentaba desenmarañar sus sentimientos, pero estaba completamente confundida. A veces intentaba imaginarse cómo sería estar con Zac, hacer el amor con él, pero entonces se acordaba de cómo había sido en el pasado, cuando el acto no había tenido nada que ver con el amor.
Sabía que no debía dejar que los recuerdos siguieran inmiscuyéndose en su vida, se dijo que era una persona demasiado sensata para caer en ese error... o al menos, quería serlo. Había asistido a terapia, y había hablado con asesoras y con otras mujeres que habían padecido situaciones muy similares a la suya. Como había tenido que mudarse constantemente, no había podido permanecer en ningún grupo en concreto durante demasiado tiempo, pero la habían ayudado inmensamente.
Saber que no era la única persona en el mundo que había pasado por algo así, ver y hablar con otras mujeres que habían conseguido cambiar sus vidas, le había dado las fuerzas necesarias para seguir adelante.
Ella sabía, al menos desde un punto de vista intelectual, que lo que le había pasado había sido el resultado de la enfermedad de un hombre sumada a su propia inseguridad, pero era muy diferente saberlo que aceptarlo y superarlo, que arriesgarse a tener otra relación.
Quería ser una persona normal, y estaba decidida a conseguirlo. Ese había sido el lema común de todas las sesiones a las que había asistido en diferentes ciudades. Junto con el miedo, la rabia y el enfado consigo misma, había habido una necesidad desesperada de volver a ser una mujer normal.
Pero era muy difícil dar ese paso enorme y aterrador hacia el futuro. Con los ojos fijos en el reflejo de sus propios ojos en el espejo, Vanessa se recordó que era algo que tenía que hacer por sí sola, que nadie podía hacerlo por ella. Pero con Zac y sus sentimientos por él, sabía que tenía una oportunidad de conseguirlo... si estaba dispuesta a correr el riesgo.
Sabía que no sabría lo unidos que podían llegar a estar, lo mucho que podían significar el uno para el otro, si no se permitía desear compartir su intimidad con él.
Vanessa se mordió el labio inferior, y se volvió para contemplar el lujoso cuarto de baño, que era casi tan grande como algunas de las habitaciones en las que había vivido a lo largo de los años. Estaba decorado completamente en blanco, y era un espacio reluciente que invitaba al relax y a la complacencia.
Podía hundirse en el agua caliente y profunda de la bañera, y permanecer allí hasta que su piel estuviera sonrosada. Aún tenía un bote casi entero de un seductor perfume francés que Geoffrey le había comprado en París, podía ponerse un poco, y entonces... entonces, ¿qué?
No tenía nada hermoso o femenino que ponerse, la única ropa que no había llevado a casas de empeño o a tiendas de segunda mano durante su huida a través del país era de premamá. Los dos pares de pantalones y las blusas de algodón no contaban.
En todo caso, ¿qué importaba si tenía o no un armario lleno de picardías de encaje? Seguiría sin saber qué decir o hacer, ya que hacía mucho tiempo que no pensaba en sí misma sólo como mujer, a lo mejor nunca lo había hecho; además, quizás sería mejor reestablecer la antigua camaradería con Zac, antes de que intentaran tener relaciones sexuales.
Si eso era lo que él quería... y lo que ella quería, claro.
Vanessa salió del cuarto de baño y fue a buscarlo.
Al llegar a la habitación de Michael, se quedó con la boca abierta al ver que el zócalo ya estaba terminado, las latas de pinturas cerradas y los pinceles y las brochas limpios. Se volvió hacia Zac, y lo vio doblando tranquilamente un trapo.
Los labios de Zac eran firmes y cálidos, y apenas insinuaban la impaciencia que él sentía. Aunque sus brazos la apretaban con cuidado y ternura, Vanessa intuía que en el interior de su marido había un volcán ardiente a punto de estallar.
Se apoyó más contra él, y posó una mano en su mejilla en un gesto tranquilizador lleno de comprensión y aceptación.
Aquella caricia hizo que estallara el deseo que lo atormentaba noche y día, e incapaz de contenerse, Zac tensó los brazos a su alrededor y empezó a devorarle la boca. Vanessa respondió con un gemido que él apenas logró oír, con un temblor que casi ni notó. Tenso, hambriento, cayó víctima de ella y de sus propios anhelos.
La pasión no era algo nuevo para él, había sentido deseo de forma pasajera, deseo apasionado y con más o menos intensidad; entonces, ¿por qué aquello parecía una experiencia completamente nueva? Había tenido a otras mujeres en sus brazos en el pasado, había sentido su suavidad y había saboreado su dulzura, pero jamás había conocido una suavidad ni había experimentado una dulzura como las de Vanessa.
La boca de Zac inició un lento recorrido por su cara, por el contorno de su mandíbula, por su cuello, saboreándola y devorándola. Sus largas manos se deslizaron bajo la camisa que ella llevaba, y empezaron a explorarla en dirección ascendente. Al principio, la delicada línea de su espalda fue suficiente para él, y no deseó otra cosa que sentir la suavidad de su piel y los dulces temblores que la recorrían. Pero de repente, la necesidad de tocar, de poseer, se intensificó y se hizo incontenible, y mientras su boca regresaba de nuevo a los labios de ella, su mano se deslizó hasta cubrirle un pecho.
Vanessa se quedó sin aliento al sentir el primer roce, pero tras inhalar con rapidez, soltó el aire lentamente. Ni siquiera cegada por el amor y el deseo que sentía por él, había podido llegar a imaginarse la desesperación con la que necesitaría sentir sus manos acariciándola. Aquello era lo que necesitaba, pertenecer a aquel hombre de todas las maneras posibles.
La confusión, las dudas y los miedos se desvanecieron. Ningún recuerdo podía irrumpir en su mente cuando él la abrazaba de aquella manera, ningún susurro del pasado podía burlarse de ella. Lo único que existía para ella era Zac, y la promesa de una nueva vida y de un amor eterno.
Le temblaban las rodillas, así que se apoyó contra él, y se arqueó en una invitación tan instintiva que sólo él la reconoció por lo que era.
La habitación olía a pintura, y rebosaba luz gracias al sol que entraba por las ventanas desnudas de cortinas. Estaban completamente solos, envueltos en silencio, y Zac se imaginó recostándola en el suelo, arrancando su ropa hasta que estuvieran desnudos, piel contra piel, en el suelo de parqué. Se imaginó poseyéndola en aquella habitación bañada de luz, hasta que ambos estuvieran exhaustos y repletos.
Quizás con otra mujer lo habría hecho sin prestar atención a cuándo ni a dónde, y mucho menos a cómo, pero no con esa.
Con un esfuerzo sobrehumano, se obligó a apartarse de ella. Vanessa tenía los ojos nublados, y la boca suave y plena. Con una contención que no sabía que poseía, Zac soltó un juramento sólo para sí.
De pronto, se preguntó por qué los hombres la consideraban un mero objeto que podían tomar o rechazar según les conviniera. ¿Acaso parecía tan débil, tan maleable? Sintió una oleada de frustración, y apretó los puños con fuerza. Ella no era una persona débil, ya no, y había pasado mucho tiempo, en cierta forma toda una vida, desde que había sido maleable. Había dejado de ser una niñita atrapada en una red de mentiras de cuento de hadas, era una mujer, una madre, con responsabilidades y ambiciones.
Aunque estaba enamorada, y era posible que su amor resultara ser tan insensato como la vez anterior, no permitiría que la utilizaran, que la ignoraran ni que intentaran moldearla a voluntad.
Al apoyar la barbilla sobre las rodillas, pensó que hablar era muy fácil, pero que ponerse en marcha, pasar de la palabra a la acción, era mucho más difícil. Se dijo que debería ir a ver a Zac para dejarle las cosas claras, pero tras lanzar una breve mirada hacia la puerta, se volvió de nuevo hacia la ventana. No tenía el valor suficiente para hacerlo.
Ése había sido siempre su problema. Podía decir lo que iba a hacer o a dejar de hacer, pero cuando llegaba la hora de actuar, le resultaba más fácil permanecer pasiva. En una época de su vida, había creído que la pasividad era lo mejor para ella, pero se había dado cuenta de que no era así cuando su matrimonio con Tony se había desmoronado. Se recordó que entonces sí que había tomado una decisión firme y había hecho algo palpable... o al menos había empezado a hacerlo, hasta que había permitido que la presionaran y la convencieran para que fingiese que su intento de conseguir el divorcio nunca había existido.
Había sido así durante toda su vida. De niña no había tenido elección posible, le habían dicho que viviera en un sitio o en otro, y ella no había tenido más remedio que obedecer. Cada casa tenía su propia serie de reglas y sus valores establecidos, y ella había tenido: que acatarlos, como una de esas muñecas de plástico que uno podía doblar y girar hasta ponerla en la posición que le diera la gana.
Aquella niña había permanecido en la mujer, hasta que la mujer había descubierto que llevaba un niño en su vientre.
Vanessa creía que la única acción positiva que había realizado en su vida había sido proteger a su hijo. Y lo había hecho, se recordó con fiereza. Había sido algo aterrador y muy duro, pero no se había acobardado, y se preguntó si eso significaba que la fuerza que siempre había deseado tener estaba en su interior, enterrada debajo de años de resignación silenciosa. Tenía que creer que era así, y actuar en consecuencia.
Amar a Zac no significaba, no podía significar que fuera a permanecer apartada a un lado sin rechistar, mientras él tomaba todas las decisiones por ella. Era hora de plantar los pies en el suelo y dejarse oír.
Vanessa se levantó, salió de la habitación de Michael y avanzó por el pasillo. Con cada paso sentía que su resolución se tambaleaba, y tenía que apuntalarla de nuevo. Cuando llegó a la puerta del estudio, volvió a dudar por unos segundos mientras se frotaba el pecho con el dorso de la mano, donde residía el dolor sordo de la incertidumbre.
Finalmente, respiró hondo, abrió la puerta y entró.
Zac estaba junto a la larga hilera de ventanas, con un pincel en la mano, trabajando en uno de los cuadros que había estado apilado a medio terminar en la cabaña. Vanessa se acordaba de él, era una escena en la nieve, un paisaje solitario y desnudo que lograba atraer la atención. La combinación de tonos blancos, fríos azules y plateados reflejaba un cierto aire de desafío.
Vanessa pensó que el cuadro se adecuaba perfectamente a la situación, ya que un impulso desafiante era precisamente lo que ella necesitaba en ese momento.
Él estaba tan concentrado en su trabajo, que ni siquiera la había oído entrar. No estaba dando largas pinceladas, sino añadiendo con delicadeza detalles tan diminutos, tan exactos, que Vanessa casi podía oír el sonido del viento.
Ella se volvió como un torbellino hacia él, y le pidió con fiereza:
¡Muchas gracias por leer y por comentar! 😏
La novela tiene 12 capítulos largos.
Amy, gracias por pasarte también por mi otro blog.
Tengo pensado terminar esa novela algún día de estos 😂
De momento, tendréis que conformaros con las adaptadas 😆😉
3 comentarios:
XD �� me encantaaan las noves cuidateee
Amy
Holii ( otra vez ) xd
Hay una nove que leí hace unos días y ya se me olvido el nombre XD se trata de que Vanessa es una agente en cubierto y está espiando a Zac para reunirlo con su abuela XD . No recuerdo el nombre xd te queria preguntar si tu lo sabes para buscarla
Amy
Hoolaa!
Me ha encantado el capitulo, los dos tienen bastante caracter pero aun no se dan cuenta de lo que sienten.
Veremos como siguen las cosas entre ellos!
Sube pronto :)
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