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domingo, 30 de julio de 2017

Capítulo 30


Dar malas noticias formaba parte de su trabajo, se recordó Zac mientras caminaba entre la nieve para llegar a la cabaña del campamento Kioga. Siempre había sido así. En la academia le habían enseñado métodos para dar malas noticias y proporcionar apoyo a su receptor. En el trabajo había tenido que llamar muchas veces a puertas de desconocidos para decirle a alguien completamente desprevenido que había ocurrido lo que jamás debería ocurrir: un accidente, una muerte, una detención o cualquier otro incidente que podía cambiar para siempre su vida. El recuerdo de aquellos momentos le perseguía durante años.

Por culpa de la nevada la carretera hasta el campamento no era accesible, de modo que había subido en una moto de nieve y se había visto obligado a recorrer el último tramo caminando con las raquetas. Uno de sus ayudantes le había dicho que podía ponerse en contacto con Vanessa por teléfono, pero Zac había descartado inmediatamente aquella opción. Necesitaba decírselo en persona.

Para cuando llegó a la cabaña estaba anocheciendo y nevaba con más fuerza que nunca. Se concentró en el resplandor dorado de la luz que iluminaba la ventana y en el humo algodonoso que salía de la chimenea. Imaginó a Vanessa en el interior, seguramente sentada ante el ordenador, o preparando algo de comer, escuchando música, pensando, o soñando. Y esas imágenes hicieron emerger una intensa ternura y la conciencia de que Vanessa había estado a su lado durante casi toda su vida. Muchos años atrás, durante un verano, se había enamorado de ella. A partir de entonces había pasado muchos años intentando olvidarse de ella. Pero en ese momento estaba obligado a reconocer que le había resultado imposible. En alguna parte del mundo había gente que sabía amar, que encontraba el amor de una manera fácil y era algo que pronto daba sentido a sus vidas. Él no formaba parte de ese grupo.

Se detuvo en la puerta de la cabaña y se quitó las raquetas. Los escalones de la entrada estaban cubiertos de nieve y colgaban carámbanos del tejado. Al pasar por debajo, uno de ellos cayó y se clavó silenciosamente en la nieve. Zac llamó a Vanessa y llamó después a la puerta. Rufus corrió ladrando hacia allí.

Buen perro, pensó Zac. Le gustaba aquel instinto protector.

La puerta se abrió y Rufus se deshizo en muestras de afecto en cuanto le reconoció. Vanessa retrocedió con una expresión que Zac no supo cómo interpretar. No parecía alegrarse en absoluto de verlo y parecía sentirse... ¿culpable, quizá? ¿Pero por qué iba a sentirse culpable? Iba vestida con vaqueros, un jersey de lana y una cola de caballo. Permanecía frente a él con los brazos cruzados, en una postura casi defensiva.

Ness: Zac, no te esperaba.

Era evidente.

Zac: Tengo que hablar contigo, y... quería hacerlo en persona.

Vanessa frunció el ceño y desvió la mirada, como si estuviera... Zac no podía quitarse de la cabeza la idea de que se estaba comportando como alguien a quien acabaran de detener.

Zac entró y cerró la puerta tras él. Con Rufus saltando a su alrededor, se quitó las botas y el abrigo.

Zac: ¿Puedo sentarme?

Ness: Sí, claro -señaló el sofá-.

Zac decidió abordar rápido aquel asunto. Vanessa parecía distraída y nerviosa, y retener aquella información le parecía cruel.

Zac: Han encontrado un cadáver en una de las cuevas de hielo de las cascadas -dijo sin ninguna clase de preámbulo-.

Vanessa lo miró confundida.

Ness: Un cadáver.

Zac: Sí.

Ness: Un cadáver humano.

Zac volvió a asentir. Aunque se moría de ganas de abrazarla, mantuvo los puños cerrados.

Zac: Sarah, Troy y Miley han ido a hacer una excursión con raquetas. Todavía no han identificado... -había estado a punto de decir «los restos», pero se le quebró la voz-. En cuanto mejore el tiempo, vendrá un equipo de recuperación. Quería que lo supieras para que estés preparada para la noticia -de acuerdo, pensó. Ya no podía seguir retrasando el momento-. Estamos casi convencidos de que es el cadáver de tu madre.

Zac observó cómo iba asimilando Vanessa aquella información, cómo el desconcierto inicial daba paso a la comprensión y después al dolor.

Zac: He comparado... eh, he comparado las ropas con todos los informes sobre personas desaparecidas -le explicó-.

Había leído dos veces el informe sobre la desaparición de la madre de Vanessa, aunque no le habría hecho falta. Lo había repasado tantas veces a lo largo de los años que lo había memorizado y en cuanto había visto la fotografía de Miley, había sabido que era ella.

Zac: Es bastante concluyente -se interrumpió. Le dolía infinitamente estar haciéndole daño-. Lo siento.

Vanessa permaneció en silencio durante mucho rato. Parecía estar muy lejos de allí. Tragó saliva y se colocó un mechón de pelo tras la oreja. Después, tomó aire y lo soltó lentamente.

Ness: Cuando era pequeña, tenía un diario -dijo con un hilo de voz-. Cada entrada comenzaba con un «querida mamá». Era mi manera de convertirla en alguien real. Aunque pasaban los años y seguía sin tener noticias de ella, para mí era alguien real, una persona a la que le contaba todo, que estaba allí cuando la necesitaba.

Zac: Ness, no sé qué decir, excepto que averiguaremos lo que le pasó. Te juro que lo averiguaré.

Vanessa se mostraba preocupantemente tranquila, aunque Zac sospechaba que se estaba desatando una tormenta dentro de ella. Después se aclaró la garganta y volvió a desviar la mirada. Zac volvió a tener la impresión de que se estaba comportando como si se sintiera culpable.

Ness: Eh, por cierto... Mi madre tenía un secreto. Acabo de descubrirlo esta mañana.

Se levantó y se acercó a la mesa. Al lado del ordenador había una caja con aparejos de pesca. Estaba quemada por fuera, de modo que debía de ser uno de los objetos rescatados del incendio. Le tendió una taza de té que parecía contener un puñado de guijarros.

Ness: Creo que son diamantes. De hecho, después de hablar con Leslie, estoy segura. Y creo que lo que le pasó a mi madre tiene que ver con eso.

Zac se colocó una de las piedras en la palma de la mano mientras Vanessa le explicaba que habían estado escondidos en unos plomos de pesca que había hecho su propia madre.

Zac sintió un escalofrío al pensar en las posibilidades que aquella información abría. Anne tenía una fortuna escondida y era posible que eso hubiera puesto en peligro su vida.

Zac: Tenemos que verificar lo que es esto.

Pero la intuición le decía que Vanessa tenía razón.

Vanessa permanecía al lado de la mesa. Parecía de pronto muy pequeña y perdida.

Ness: He estado siempre tan enfadada con mi madre... -dijo por fin-. La culpaba por haberse ido y haberme abandonado. Ahora no sé qué sentir -cruzó los brazos por debajo de los senos, como si necesitara abrazarse a sí misma-.

Y Zac tuvo entonces la certeza de que era un auténtico canalla, porque lo que él sintió fue una oleada de puro deseo. No era una novedad, pero allí estaba, en medio de una tragedia y deseando acostarse con ella. Lo había hecho en otra ocasión, cuando habían anunciado la muerte de Derek. Y allí estaba de nuevo, informándole de otra tragedia y deseándola con todas sus fuerzas.

Ness: ¿Por qué me miras así?

Zac: No creo que quieras saberlo.




Pobre Ness... 😟
Zac podría haberla abrazado o algo y no pensar siempre en lo mismo 😒

¡Gracias por leer!


viernes, 28 de julio de 2017

Capítulo 29


1983

Anne: Hemos llegado a un acuerdo -le dijo a Leslie-. No tienes por qué saber nada más.

Leslie no salía de su asombro mientras miraba a su amiga. Estaban las dos en la panadería. Leslie había llegado a las cuatro menos cuarto de la mañana, la hora a la que normalmente se abría el negocio. Normalmente estaba una hora sola, hasta que empezaban a llegar los demás, pero aquella mañana, Anne la había sorprendido apareciendo a primera hora. Pero en vez de ponerse a trabajar, le había pedido a Leslie que se acercara con ella a la cámara de refrigeración. Allí le había enseñado una cajita de terciopelo negro. Al ver lo que contenía, Leslie había pensado que estaba sufriendo alucinaciones. Anne le había asegurado que eran diamantes de un quilate y de una pureza absoluta, lo que significaba que eran completamente transparentes. Le explicó que se los habían dado el señor y la señora Lightsey, de la joyería Lightsey Gold & Gem de Nueva York. Habían llegado a un acuerdo.

Leslie: No entiendo nada. ¿Quiénes son ésos? ¿Y por qué te han dado unos diamantes?

Anne: Acabo de decírtelo -cerró la caja y se la llevó al pecho-.

Leslie: Sí, me has dicho lo del acuerdo, ¿pero eso qué significa? ¿Y quién es esa gente?

Anne se guardó la caja en la riñonera que llevaba atada a la cintura.

Anne: Tengo que sacar esto de aquí. Pensaba que la cámara refrigerada sería un buen escondite, pero después del apagón de ayer, ya no estoy tan segura. Y estoy empezando a ponerme nerviosa.

Leslie: ¿Nerviosa por qué?

Anne: Tengo la sensación de que alguien me vigila.

Leslie: ¿Quién?

Anne: No lo sé, alguien. Por eso tengo que encontrar un escondite mejor. También quería decírselo a alguien por si... bueno, ya sabes.

Leslie: ¿Por si acaso qué?

Anne: Por si me ocurre algo. Sé que no me pasará nada, te lo juro. Sólo es una medida de precaución. De todas maneras, eres la única persona en la que puedo confiar.

A Leslie comenzaba a ponerle nerviosa aquel tono que no parecía presagiar nada bueno.

Leslie: Si confías en mí, tendrás que contármelo todo.

Regresaron a la panadería, donde todo estaba reluciente, esperando un nuevo día. Leslie miró a su amiga. Anne estaba más guapa que nunca. Sus constantes viajes le habían aportado un estilo especial. Parecía salida de una revista de modas. Llevaba una bufanda de seda y un bolso de cuero informal, e incluso a aquella hora de la mañana parecía imbuida de una energía inagotable. A Anne le encantaba viajar y encontraba la vida en Avalon insoportablemente aburrida. Aunque adoraba a su hija, puesto que era imposible no querer a Vanessa, no era capaz de quedarse tranquila en el pueblo. Y de repente, otra novedad, pensó Leslie. Justo cuando pensaba que Anne ya no podía tener más secretos, dejaba caer aquella bomba.

Mientras Leslie se ocupaba de preparar una masa de trigo y miel, Anne comenzó a hablar.

Anne: El señor y la señora Lightsey son los padres de Pamela Lightsey, la chica con la que iba a casarse Philip.

En ese momento, Leslie se acordó. Los Lightsey eran amigos de los Hudgens y a veces iban a Avalon a veranear.

Anne: Estaban desesperados porque Philip se casara con Pamela y sabían que él no lo haría si yo seguía con él -continuó-. Yo también estaba segura de que en cuanto le dijera a Philip que estaba embarazada, se acabaría todo entre Pamela y él. La cuestión es que los Lightsey también son conscientes de eso. Por eso me dijeron que si rompía con Philip y le hacía creer que realmente era cosa mía, no me arrepentiría. Ellos están en el negocio de los diamantes, así que... -palmeó la riñonera que contenía las piedras preciosas-.

Aquella noche, ante la insistencia de Anne, Leslie salió con ella y pararon en Scootter's, un establecimiento muy popular situado en la carretera del río.

Se sentaron en una de las mesas y allí estuvieron tomando una copa y captando las miradas de algunos de los chicos. Bueno, por lo menos Anne. A su lado, Leslie se sentía completamente invisible y más simple que el pan blanco.

Se sentaron unos chicos de Avalon en la mesa de al lado, Terry Davis, que trabajaba en el campamento Kioga, Jimmy Tisdale, profesor del instituto, y Matthew Alger, que trabajaba para el Ayuntamiento. En lo que se refería a las artes del coqueteo, Anne era toda una experta, pero Leslie se conformaba con permanecer callada y observar. Le parecía todo un arte ser capaz de llamar la atención de un hombre y retentarla sólo con la mirada y el lenguaje del cuerpo. Aunque requería una intensa concentración, tenía que parecer algo espontáneo y natural.

A los pocos minutos, Anne estaba riendo e intercambiando secretos al oído con Matthew, que parecía tener ganas de comérsela. Leslie se disculpó y se fue al cuarto de baño. A los pocos minutos, Anne se reunió con ella.

Anne: ¿Qué te pasa?

Leslie se dio cuenta de que su amiga estaba bebida.

Leslie: No puedo dejar de pensar en lo que me has contado hoy. En lo que hiciste...

Anne: Tenía que hacerlo, ¿sabes? No sé si te acuerdas, pero la panadería no iba particularmente bien ese verano.

Leslie: Sí, ya lo sé.

Anne: Es una especie de inversión.

Leslie: Philip te habría ayudado. Si le hubieras contado que estabas embarazada y te hubieras casado con él, los Hudgens te habrían ayudado.

Anne la miró fijamente.

Anne: ¿Y cómo habría quedado yo? Como una idiota que se quedó embarazada y se casó con un inocente para quedarse con su dinero. Ya me conoces, Leslie, yo jamás haría una cosa así.

Sí, Anne siempre había sido una mujer muy orgullosa.

Leslie: Entonces, preferiste ser madre soltera y aceptar un soborno que casarte con un hombre del que estabas enamorada.

Anne: Tenía 18 años cuando salía con Philip, por el amor de Dios. En ese momento no sabía nada del amor y del matrimonio. A veces creo que continúo sin saberlo. Pero siempre he comprendido el valor del dinero.

Sonó entonces la cisterna de uno de los cubículos del baño. A Leslie se le heló la sangre en las venas. Dios santo, eso significaba que alguien había oído la conversación. Salió del cubículo una mujer morena y se acercó al lavabo. Era una chica de la familia Tisdale. Angela, quizá, aunque no recordaba muy bien el nombre.

Cuando salió del baño, Leslie miró a Anne asustada.

Leslie ¿Crees que sabe de lo que estamos hablando?

Anne: No me importa. Hoy ya me he encargado de todo. La única que me ha visto esconder los diamantes ha sido Vanessa y es demasiado pequeña como para entender lo que estaba haciendo.

Leslie: ¿Eso no es ilegal?

Anne: Mira, sólo tengo algo que me han dado los Lightsey -replicó exasperada-. Y creo que no me has visto comprar coches nuevos, ni ropa cara ni nada de eso. No quiero levantar sospechas.

Cuando necesitara dinero, le explicó, vendería alguno de esos diamantes en Nueva York, o en Toronto, o incluso sería capaz de ir a venderlos a Europa.

Leslie: ¿Y por qué me lo has contado hoy? ¿Por qué ahora?

Siempre había admirado el aspecto de Anne, su valor, su confianza en sí misma. Pero en aquel momento sentía algo más que admiración: sentía sorpresa y desaprobación.

Anne: A lo mejor necesito pasar algún tiempo fuera. Más tiempo del habitual.




El día que abandonó a Ness... 😡

¡Gracias por leer!


miércoles, 26 de julio de 2017

Capítulo 28


Vanessa estaba intentando recrear una escena que apenas recordaba. Tal como le había dicho a Zac por teléfono, aquél era un día perfecto para trabajar en el libro. Se había despertado en medio de un mundo iluminado por el reflejo del sol sobre la nieve recién caída y había llamado a todos aquellos a los que había prometido llamar cada día: a Ashley, Leslie, Olivia y Zac. Les había llamado porque sabía que si no lo hacía, llamarían ellos.

Era un día perfecto para trabajar. Encendió la estufa de leña y colocó la tetera encima para que hirviera el agua. Abrió las cortinas para disfrutar de la vista del lago, una vasta extensión blanca con una isla diminuta en el centro, también cubierta de nieve. Se preparó el té y se puso unos vaqueros y un jersey. Se sentó en el sofá, delante del fuego, encendió el ordenador portátil y...

Nada.

Era terrible.

Estaba en un entorno ideal, sola con sus pensamientos y recuerdos, y parecía incapaz de escribir. Cuando intentaba forzarlas, las palabras no acudían a su mente, o sonaban trilladas.

No entendía lo que le pasaba.

Ni siquiera se sentía como si fuera la misma persona que escribía las columnas para el periódico justo antes de la hora de cierre. Las palabras escapaban entonces de sus dedos y capturaban la escena con la misma nitidez que una fotografía. Después, escribía la receta para ilustrar lo que decía. Entonces apenas tenía tiempo para nada, escribía la columna deprisa y corriendo, pero la entregaba sintiéndose confiada y satisfecha.

En aquel momento, sin embargo, tenía todo el tiempo del mundo, pero estaba nerviosa, insegura. Al principio, ponía como excusa el hecho de que hubieran ardido las recetas manuscritas de su abuela en el incendio. Sin poder apoyarse en ellas, ¿cómo iba a revivir el pasado?

Pero no había tardado en admitir que eso era sólo una excusa. Sobre todo después de que el Troubadour hubiera dado cuenta del incendio y Ashley hubiera solicitado fotografías y recuerdos a todo el que pudiera ofrecerlos. Al volver de Nueva York, había descubierto con asombro que Ashley había recopilado varias cajas de objetos: una fotografía aquí, la página de un libro allá, una antigua lista de productos de la panadería, un par de álbumes de fotografías del instituto, uno de ellos de la época en la que estudiaba allí Anne... La mayor parte de los objetos iban acompañados de una nota, sentimos mucho tu pérdida, y algunos también con alguna donación económica que Vanessa había llevado inmediatamente a la iglesia. Y todo ello de los habitantes de aquel lugar del que tantas ganas tenía de marcharse, de un lugar que consideraba cerrado y provinciano. A lo mejor Zac tenía razón, después de todo. A lo mejor estaba en el lugar al que realmente pertenecía.

Aun así, Martin Greer le había encomendado una tarea que no se parecía nada a lo que había hecho hasta entonces. No bastaba con las recetas y las imágenes de la panadería. Tenía que examinar la historia de su familia a un nivel más profundo. Quería detalles y sentimientos, algo que no necesitaba para escribir sus columnas. Quería patetismo: el abandono de su madre, la ausencia de su padre y su repentina aparición. Y aunque Greer sólo había mencionado a Derek de pasada, también se había olido la tragedia en aquel episodio de su vida. Pero Vanessa no sabía si sería capaz de encontrar las palabras adecuadas para hablar de aquello.

Frustrada, se levantó del sofá y comenzó caminar. Encendió la radio.

Desde allí sólo se oía una emisora con claridad. La selección de canciones era antigua y aburrida, pero a veces aquel murmullo de fondo era preferible al silencio. Continuó caminando por la habitación mientras sonaba en la radio My Sharona y ni siquiera le entraron ganas de bailar. La canción fue seguida por un anuncio local, bastante chapucero. «Palmquist, el joyero de tu familia desde 1975», concluía el anuncio.

En 1975, la madre de Vanessa era una joven atractiva y después de salir del instituto trabajaba en la joyería como dependienta. Era ambiciosa, le habían contado sus abuelos, trabajaba en la joyería por las tardes y por las mañanas en la panadería. Hasta Jane recordaba aquel rasgo de Anne, siempre estaba intentando salir adelante.

Vanessa hojeó el libro del instituto intentando encontrar una fotografía de su madre. Anne transmitía una energía y una valentía que, según Leslie, atraían a la gente hacia ella. Vanessa no se parecía en eso a su madre. A lo mejor si se hubiera criado con ella, habría aprendido también a ser valiente.

¿Pero de verdad quería ser como Anne? ¿Quería ser tan amante de la aventura como para terminar dejando su casa para siempre?

Ness: Espero que seas feliz, estés donde estés -le dijo a la chica que salía en la fotografía-.

Notó entonces un olor metálico y comprendió que ya estaba hirviendo el agua de la tetera que había colocado sobre la estufa. Se puso un guante de cocina y llevó la tetera al fregadero para añadirle el té. El silbido de la tetera despertó a Rufus que estaba durmiendo frente a la chimenea.

Ness: Lo siento, chico.

Aquel olor a hierro y a vapor le hizo evocar un recuerdo distante. Cerró los ojos. Revivió entonces con detalle una antigua escena del pasado. La cocina olía a hierro y a vapor y en la radio sonaba una canción familiar, 867-5390/Jenny.

Viajó hasta el pasado, su imaginación se adentró en aquella escena que había estado intentando revivir desde hacía años. Era invierno y ella era muy pequeña. Estaba sentada en la mesa de fórmica con una taza de chocolate. La taza tenía forma de cabeza de elefante, las orejas eran las asas.

Su madre permanecía junto a los fogones, moviéndose al ritmo de la música. Cada vez que la canción decía «Jenny, Jenny», se volvía hacia Vanessa y la señalaba, haciéndole reír.

Ness: ¿Qué estás haciendo? -le preguntó mirando hacia la cazuela que estaba en el fuego-.

Anne: Una fortuna -contestó riendo-.

Ness: ¿Qué es eso?

Anne: Ya lo averiguarás cuando seas mayor.

Ness: ¿Puedo ayudarte?

Vanessa se levantó de la silla y comenzó a avanzar con sus zapatillas de Winnie the Poo hacia los fogones.

Anne: No -respondió con voz firme-. Está muy caliente. No toques nada. Son plomos para pescar.

Vanessa continuó observando a cierta distancia. Las ventanas estaban abiertas, su madre decía que para que no se acumulara el humo. Después, vertió el líquido oscuro que había estado calentando en la cazuela sobre una bandeja y continuó bailando hasta el final de la canción. Estaba muy guapa y parecía feliz.

Anne: Creo que voy a salir a celebrarlo. 

Ness: No, mamá -protestó-, siempre te vas.

Anne: Y siempre vuelvo. Ahora, esperaremos hasta que esto se enfríe. Después, guardaremos los plomos en la caja de pesca del abuelo. Y tendrás que tener mucho cuidado de no perder ninguno.

Sonó algo en la cocina y Vanessa abrió los ojos. Pestañeó con fuerza mientras se acostumbraba a la intensa luz que se filtraba por las ventanas. Probablemente, aquél era el recuerdo más nítido que tenía de su madre y había revivido aquella escena en más de una ocasión. Pero había algo que continuaba escapándosele, algo que no conseguía atrapar. A pesar de todos sus sueños y ambiciones, a pesar de las ganas de ser rica y conocer mundo, Anne todavía continuaba pescando con su padre en invierno, cuando para conseguirlo tenían que agujerear el hielo.

Vanessa se preguntó cómo estarían aquellos plomos caseros, en el caso de que estuvieran todavía en alguna parte, y si serían tal como ella los recordaba. A lo mejor continuaban en la caja de pesca de su abuelo, sin dejarse afectar por el paso del tiempo. Se puso la cazadora, los guantes y las botas y salió al cobertizo en el que guardaba todo aquello que habían conseguido rescatar del fuego. Estaba todo nevado y tenía que caminar alzando mucho las piernas para sortear la nieve. Rufus corría junto a ella, dejando sus huellas en la nieve. La zona estaría en estado de emergencia por nevadas durante dos días, quizá más, de modo que sólo podrían circular vehículos cuando fuera completamente imprescindible.

Tuvo que cavar una zanja con sus propias manos delante de las puertas del cobertizo para poder abrirlas. Una vez dentro, buscó entre las cajas hasta encontrar la que contenía el equipo de pesca de su abuelo, que se había salvado del fuego porque estaba dentro de un armario en el cuarto de la lavadora. La acercó a la puerta para poder aprovechar la luz, dejó la caja en el suelo y la abrió, desplegando todas las bandejas con los anzuelos oxidados y otros objetos derretidos por el calor del fuego que seguramente en otro tiempo habían sido cebos y boyas de plástico. Habían sobrevivido algunos plomos, pero la mayor parte se habían derretido. El plomo fundido se había extendido en el fondo de la caja y se había endurecido. Encontró también en el fondo un puñado de guijarros con aristas afiladas. Vanessa se quitó un guante ayudándose con los dientes y tomó uno de ellos; descubrió entonces que no era un simple guijarro. Era demasiado simétrico. Lo frotó contra sus pantalones y lo guardó en el guante. Encontró una navaja e intentó levantar el plomo derretido.

En el silencio de aquel paisaje nevado, su grito ahogado sonó como un aullido de desesperación. Cerró la caja y corrió a toda velocidad hacia el interior de la cabaña. Era una locura. Una completa locura. Tenía que estar equivocada. No podía ser cierto. Pero en el fondo, sabía cuál era la verdad.

Corrió al interior de la cabaña. Dejó pasar a Rufus y se quitó el anorak y las botas. Después se sentó a la mesa y limpió algunos de aquellos guijarros lo mejor que pudo, intentando imaginar qué podía proponerse su madre y rezando para que hubiera alguna explicación inocente para lo que acababa de encontrar. Pero a medida que pasaba el tiempo, iban creciendo sus sospechas. Intentó encontrar la mejor manera de explicarle a Zac lo que había encontrado sin dar la impresión de haberse vuelto loca. La mano le temblaba mientras marcaba el teléfono de la comisaría. El ayudante de Zac le dijo que no estaba disponible, a no ser que se tratara de una emergencia.

Ness: No es una emergencia. Por lo menos, no es algo muy urgente. Pero, por favor, dile que me llame en cuanto pueda.

Colgó el teléfono y marcó el número de Ashley, que tampoco estaba disponible. En un día de nieve, los funcionarios públicos estaban ocupados, intentando proteger a sus vecinos. Probó con la panadería. Cuando había llamado a Leslie, ésta le había dicho que abrirían más tarde y cerrarían antes.

Leslie contestó la llamada.

Leslie: Panadería Sky River.

Ness: Soy Vanessa, ¿va todo bien?

Leslie: Claro que sí -Se adivinaba una sonrisa en su voz-. De hecho, estamos muy ocupados. Sólo ha venido Mariel Gale. La verdad es que no podemos hacer gran cosa porque hay muchos sitios cerrados. ¿Tú cómo estás?

Ness: Rodeada de nieve, pero estoy bien. Mira, ¿está Zac por allí?

Leslie: No, no le he visto.

Ness: ¿Y Ashley?

Leslie: Tampoco. ¿Pero qué necesitas, cariño?

Vanessa tragó saliva y se esforzó en parecer tranquila.

Ness: He estado revisando algunos de los objetos que se salvaron del incendio y he encontrado algo... Bueno, creo que es algo que hizo mi madre hace mucho tiempo. Leslie, no sé cómo contarte esto. Creo que he encontrado una fortuna en diamantes en la caja de pesca de mi abuelo -se interrumpió-. Dime que no crees que esté loca.

Se hizo un silencio tan largo que, por un momento, Vanessa pensó que se había cortado el teléfono. Pero llegaron después hasta ella los sonidos lejanos de la panadería, la campanilla de la puerta, el pitido de la caja registradora, un murmullo de voces.

Ness: Leslie, ¿has oído lo que he dicho?

Leslie: Sí, te he oído.

Leslie sabía algo. Vanessa lo detectó en su voz.

Ness: Tienes que decírmelo -le pidió-. ¿Mi madre robaba en la joyería en la que trabajaba?

Leslie: No, cariño. Tu madre jamás robó nada en la joyería -se hizo una pausa-. Esos diamantes... fueron lo que pidió a cambio de mantener la identidad de tu padre en secreto.




¡Diamantes! 😮
¡Vanessa es rica!

¡Gracias por leer!


lunes, 24 de julio de 2017

Capítulo 27


Zac se levantó temprano y fue al río a correr con los perros. Había un gimnasio que compartían los bomberos con la policía del departamento, pero él prefería el ejercicio al aire libre y correr hasta que los pulmones parecían a punto de estallarle por el frío. Después, se duchó y se vistió para enfrentarse a un nuevo día, ordenó la casa y dio de comer a los animales.

Tener allí a Vanessa, aunque hubiera sido durante un corto período de tiempo, le había hecho enfrentarse a una verdad que había estado evitando durante muchos años. Tenía una vida solitaria y emocionalmente estéril y añoraba algo más. Era algo que no había querido admitir, pero a lo que no podía escapar. Antes de haber vivido con Vanessa, intentaba convencerse a sí mismo, diciéndose que le bastaba con la compañía de sus mascotas y sus aventuras de una sola noche, pero ya no podía seguir fingiendo. Quería cosas que probablemente no se merecía y no sabía qué hacer al respecto.

Había pasado mucho tiempo, todo el tiempo que llevaba trabajando como policía, de hecho, estudiando los aspectos más básicos de la humanidad. Trabajar como policía le había permitido contemplar las vidas de mucha gente, pero su trabajo le obligaba a acercarse a menudo a lo peor del ser humano. En un pueblo tan pequeño como Avalon, un jefe de policía no se pasaba la vida encerrado en un despacho y dando órdenes.

Con más frecuencia de la que le habría gustado, se veía a sí mismo en medio del campo de batalla, donde, inevitablemente, tenía que luchar contra los aspectos más sórdidos de la vida. En Avalon había corrupción y violencia, no con la misma intensidad que en una gran ciudad, pero ambos elementos estaban allí. Aunque se tratara de una población pequeña, continuaba siendo un lugar en el que muchos hombres bebían y golpeaban a sus mujeres y a sus hijos, en el que algunos jóvenes se drogaban con cristal y metanfetaminas en los sótanos de las casas de sus abuelas, en el que las adolescentes robaban en las tiendas y los muchachos del equipo de fútbol se desafiaban a colgarse desde el puente y hacer pintadas en la torre de agua. Había suficientes problemas como para mantenerle ocupado, pero todos aquellos problemas, todas las situaciones a las que se enfrentaba en el trabajo tendían a dejarle con una sensación de hastío. Le hacían preguntarse por qué la gente se molestaba en entregar su corazón a otros cuando la mayor parte de las veces terminaban rompiéndoselo.

Pero desde que Vanessa había vuelto, lo comprendía. Tal como le había prometido, Vanessa le llamaba cada día. Y tal como Zac había anticipado, no era suficiente. No sabía si le llamaba para cumplir con su deber o para evitar que se presentara allí todos los días para asegurarse de que estaba bien, como le había dicho que estaba dispuesto a hacer.

Zac revisó los mensajes que le habían dejado sobre la mesa. Las cosas iban despacio aquel día por culpa de la nieve. El departamento tenía que arreglárselas con menos policías de lo habitual. Uno de los ayudantes de su padre había llamado para invitarle a la cena anual de los senadores, un eufemismo que traducido significaba que tendría que pagar quinientos dólares por una cena. Tenía también un mensaje de su madre que, obedientemente, reiteraba la invitación. Zac veía a sus padres en muy escasas ocasiones. Las heridas de la infancia rara vez sanaban por completo. Arrugó ambos mensajes y los tiró. Tenía también dos mensajes de dos chicas, Mindy y Sierra, con las dos había estado saliendo una temporada.

No, saliendo no. A todas las mujeres con las que había estado las había conocido en un bar, había estado con ellas durante un fin de semana y después las había acompañado al tren. Técnicamente, quizá pudieran llamarse citas; él no recordaba haber dado a ninguna de aquellas mujeres su número de teléfono, pero las más insistentes siempre conseguían seguirle el rastro. Tiró también aquellos dos mensajes. No necesitaba segundas citas.

Y, eso era lo más patético, desde que Vanessa había estado en su casa, ni siquiera necesitaba primeras citas. Últimamente vivía célibe como un monje, en un doloroso estado de expectación. Pero no tan doloroso como el sexo sin sentido. Tiempo atrás solía decirse que le satisfacía, pero sabía que ya era inútil fingir.

Tenía que pedirle una cita, se decía a sí mismo.

Pero ya lo había intentado y Vanessa le había dicho que no.

Quizá tuviera que pedírselo otra vez. Era condenadamente humillante y no sabía si estaba dispuesto a enfrentarse a un segundo rechazo.

No había contestado a su propia pregunta cuando ya estaba descolgando el teléfono. Vanessa contestó al tercer timbrazo.

Ness: ¿Diga? -preguntó de buen humor-.

Zac: Soy yo.

Volvió la espalda para que los funcionarios que estaban fuera del despacho no pudieran verle a través del cristal. Le gustaba pensar que ponía cara de póquer, pero andando Vanessa de por medio, nunca podía estar seguro. Contuvo la respiración preguntándose si sería presuntuoso imaginar que Vanessa sabía quién era «yo».

Ness: Ah, hola, Zac.

Muy bien. No era presuntuoso. Pero Vanessa cambió de tono. La alegría inicial se transformó en cierto recelo.

Zac: Siento haberte decepcionado.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Estaba esperando una llamada del señor Greer, mi agente. Dios mío, ¿no te parece increíble que tenga un agente literario? O que vaya a tenerlo si de verdad consigo acabar el libro.

Zac: No me parece en absoluto increíble.

Ness: ¿Eso lo dices de verdad?

Zac: No sé por qué te parece tan extraordinario. Vas a escribir un libro, un gran libro que se convertirá en un éxito de ventas. Ya me lo dijiste cuando tenías, ¿cuántos? ¿Diez años?

Ness: ¿Y todavía te lo crees? -suavizó la voz-. Oh, Zac...

Aquel «oh, Zac», tuvo en él un efecto físico que le incapacitó para presentarse en público. Se sentó detrás de su escritorio y giró la silla hacia la pared.

Zac: Escucha, me estaba preguntando...

Maldita fuera, ¿por qué le resultaría tan difícil? Sólo quería preguntarle si quería cenar con él.

Ness: ¿Qué te estabas preguntando?

Zac: Eh, ¿va todo bien por ahí?

Ness: Sí, claro, perfectamente. No puedo imaginarme un día mejor para trabajar en mi proyecto.

A Zac le dio un vuelco el corazón al tiempo que se le caía a los pies. Vanessa parecía sinceramente feliz estando lejos de él. A lo mejor había sido una tortura para ella vivir en su casa.

Zac: Hoy ha caído una gran nevada. Quería saber si tienes todo lo que necesitas.

Ness: Aquí nieva todos los días. Eso es lo mejor de este lugar -suspiró en el teléfono y dijo con cierta nostalgia-: Estoy sola y puedo dedicar mucho tiempo a recordar el pasado.

¿A acordarte de nosotros?, quiso preguntarle Zac, pero no lo hizo.

Llamaron a la puerta y Zac se giró en la silla. Ashley Tisdale entró en el despacho sin esperar invitación. Zac vio su rostro, tenso y con expresión de pánico y le dijo a Vanessa:

Zac: Tengo que colgar. Te llamaré más tarde.

«Gracias, Ashley», pensó. Había conseguido colgar el teléfono antes de hacer el ridículo más espantoso.

Ashley le dirigió una mirada fugaz.

Ash: ¿Era Vanessa? -preguntó, mirando hacia el teléfono-.

Maldita fuera, ¿tanto se notaba?

Zac: ¿Qué ha pasado? -le preguntó ignorando su pregunta-.

Ash: Ya sé adonde iba el dinero. Lo robaba Matthew Alger.

Zac tardó unos segundos en comprender lo que le estaba diciendo.

Zac: El dinero del Ayuntamiento.

Ashley asintió y le mostró una hoja impresa.

Ash: Lo ha hecho de una forma muy inteligente, hacía transferencias de los fondos especiales y reservados a los fondos generales, y desde allí sacaba el dinero. Ah, también se ha quedado con dinero de multas de tráfico y después ponía en los informes que se habían sustituido por servicios a la comunidad, cuando él ni siquiera está autorizado a proponer esos cambios -estaba indignada-. El muy sinvergüenza...

Estoy deseando...

Zac: No le digas nada a Alger todavía...

Ash: Demasiado tarde -se apartó, entró Matthew Alger y ella le fulminó con la mirada-. Zac acaba de decirme que no debería haberte dicho nada -le espetó-. Estoy segura de que tiene razón, pero la verdad es que no tengo mucha experiencia en tratar con administradores que roban. Tú eres el primero.

Mathew: No sé de qué demonios estás hablando.

Todo un clásico, pensó Zac. Aquélla era una frase que oía cada día en su trabajo y, normalmente, era mentira. Alger estaba mintiendo. Lo veía en su forma de mover los ojos, en la postura de sus manos.

Ash: Entonces, ¿vas a detenerle?

Que el cielo le librara de los ciudadanos que se proponían ayudarle a hacer su trabajo, pensó Zac.

Zac: Pediremos un auditor del Estado -dijo mientras garabateaba una nota-. Ahora mismo.

Ashley agarró el papel.

Ash: ¿Pero qué...?

En ese momento sonó el interfono. Zac estiró el cuello para mirar hacia recepción.

Zac: ¿Sí?

**: Hay tres chicos que quieren verte, jefe -le comunicó su ayudante-.

Zac alzó la mirada hacia Alger.

Zac: De momento, hemos terminado -miró de nuevo hacia el intercomunicador-. Diles que entren.

Para Zac era normal recibir visitas de adolescentes. Gracias a su grupo de jóvenes, eran muchos los chicos de Avalon que lo veían como un hombre accesible y dispuesto a ayudarlos a resolver sus problemas.

Se levantó y abrió la puerta. Para su sorpresa, entraron Troy, Sarah y Miley. Iban vestidos con ropa de montaña, llevaban raquetas de nieve y mochilas y tenían las mejillas sonrojadas por el frío. Evidentemente, también a Alger le sorprendió la visita. Fulminó a Troy con la mirada.

Matthew: ¿En qué lío te has metido?

Zac sabía que Ashley se estaba mordiendo la lengua. Y también que no sería capaz de acusar a Matthew delante de su hijo, por el bien de Troy.

Troy: No, señor -respondió consiguiendo que aquel «señor» sonara casi como un insulto-.

Se hizo un tenso silencio Al final, Matthew Alger se dirigió hacia la puerta.

Matthew: Estaré en mi despacho.

Sarah: Adiós, señor Alger -dijo en tono educado-.

Le dio un codazo a Troy y éste dijo:

Troy: Hasta luego, papá.

Los tres adolescentes le observaron marcharse. Zac estudió en silencio a los recién llegados, una costumbre adquirida en su trabajo. Le bastaba mirar a un adolescente para saber si había tenido una pelea, si había sido víctima de un atraco o si estaba en estado de shock. Zac incluso sabía, sin necesidad de utilizar ningún detector extraño, cuando un chico estaba mintiendo. En aquel momento, el único mensaje que recibía de aquellos tres era inquietud y, probablemente, miedo. Miley, a la que apenas conocía, estaba especialmente pálida y nerviosa. Llevaba una cámara al cuello que sostenía entre las manos de manera casi inconsciente.

Zac: Ya veo que habéis ido de excursión -les dijo, esperando animarles a hablar-.

Sarah: Sí -dijo dando un paso adelante-.

Zac: Pero no parecéis muy contentos. Yo pensaba que a todos los chicos de vuestra edad les gustaban los días de nieve.

Miley: Hemos ido a hacer una excursión con raquetas.

Troy: Hemos estado en las cascadas Meerskill.

Sarah: Teníamos permiso -le aclaró-. Están dentro de la propiedad del campamento Kioga y al padre de Miley le parecía bien.

El camino hacia las cascadas no estaba muy bien marcado, pero habiendo ido tres, seguramente no habían corrido ningún peligro.

Miley: Queríamos ver las cuevas de hielo -le temblaba la voz mientras giraba la cámara digital y se la mostraba-. Hemos encontrado una. En realidad, la ha encontrado Sarah. Hemos hecho algunas fotos.

Era extraño que aquellos chicos no hablaran a la vez. Normalmente no eran capaces de contenerse. Zac miró la fotografía diminuta con expresión escéptica. La gente llevaba todo tipo de cosas a la comisaría, objetos que confundían, con toda su inocente ignorancia, con otras cosas. Un pedazo de cornamenta de un animal podía confundirse con un hueso humano. El rastro de pelo dejado por un mamífero en la corteza de un árbol con un mechón de pelo de un niño perdido. Los tesoros enterrados demostraban ser de oro falso. En un 99% de los casos, todos aquellos descubrimientos tenían una explicación completamente lógica, no relacionada con ninguna clase de delito.

Pero aquella vez no, pensó. Aquella vez, no era posible confundir lo que estaba viendo.

Zac: ¿Esa fotografía es de hoy?

Los tres niños asintieron al unísono.

Zac: ¿Habéis tocado algo?

Sarah sacudió la cabeza.

Sarah: Creo que no.

Zac: Voy a tener que quedarme con la tarjeta de la cámara. ¿Te parece bien, Miley?

Miley: Claro.

Se descolgó la cámara y lo miró con expresión asustada.

Zac: Habéis hecho bien, chicos -les dijo, y llamó por el intercomunicador a su ayudante-.




Wow! Deben de haber encontrado algo gordo 😮

¡Gracias por leer!


sábado, 22 de julio de 2017

Capítulo 26


A Miley le sorprendió e incluso le complació la reacción de su familia cuando dio la noticia. Todos se lo tomaron con calma. No hubo muestras de sorpresa u horror, sino más bien demostraciones de simpatía y comprensión. Bueno, a su hermano Max le pareció todo asqueroso y le dijo que era idiota, pero a los once años, casi todas las chicas le parecían idiotas. Además, tuvo que admitir que la perspectiva de convertirse en tío le parecía genial.

El día que había elegido para dar la noticia a sus amigos amaneció nevado, era un día de una blancura casi cegadora. Incluso antes de comprobar en la web del instituto si se habían suspendido las clases, lo supo. Día de nieve. No podía haber recibido un regalo mejor. Había algo mágico en aquellos días en los que la nieve obligaba a suspender las clases. Sin haberlo planeado, se encontraba con todo un día libre por delante. Un día en el que todo se paralizaba, todo quedaba suspendido hasta que las máquinas quitanieves despejaban las carreteras.

No había clases y nadie iba a trabajar. Todas las obligaciones y las citas se suspendían. No había nada que hacer, salvo holgazanear. Así que podría dormir, desayunar viendo la televisión. Y en vez de inventar una excusa por no haber podido hacer los deberes de Física, podría terminarlos tranquilamente.

Estaba a punto de volver a acurrucarse bajo las sábanas cuando sonó el teléfono. Miró la pantalla y abrió el teléfono.

Miley: ¿Qué haces despierta a esta hora? -le preguntó a Sarah-. Ha nevado.

Sarah: Exactamente -contestó con la voz vibrante de alegría-. Vístete, ponte unas cuantas capas de ropa. Vamos a terminar sudando.

Miley no pudo evitar una sonrisa. Sarah siempre tenía alguna aventura bajo la manga.

Miley: ¿Adónde vamos?

Sarah: Trae la cámara. Nos vemos en la panadería dentro de media hora. Vamos a ir a dar un paseo con las raquetas de nieve. Troy se encarga de llevarlas.

Miley cerró el teléfono y comenzó a vestirse. Debía ser una señal, pensó: una nevada y una excursión que no había planeado. A lo mejor se suponía que aquél era el día destinado a comunicar su embarazo a sus amigos. Mientras se lavaba los dientes, estudió su reflejo en el espejo. Su cuerpo parecía haber sido invadido por una fuerza extraña. Vacilaba entre los ataques de náuseas y unos ataques de un hambre insaciable. Tenía las mamas muy sensibles y comenzaban a desbordar el sujetador. Pero el estómago continuaba plano y los vaqueros le quedaban perfectamente. Intentó imaginarse a sí misma con una gran barriga, pero no era capaz. Aun así, ya había llegado el momento de contárselo a Sarah y a Troy. Sí, aquél era el día.

Fueron en el jeep de Troy hasta la carretera que llevaba a las cascadas Meerskill. Estaba despejada porque Vanessa estaba viviendo en el campamento. Pero no la molestarían porque irían directamente hacia el salto de agua.

Miley sacó la cámara y elevó el rostro hacia el cielo. Se aseguró después de que la cámara tuviera suficiente batería y memoria en la tarjeta. La luz invernal tenía una calidad especial que representaba al mismo tiempo un placer y un desafío para cualquier fotógrafo. A Miley le encantaban los contrastes que creaban, las imágenes descarnadas recortadas contra un fondo blanco infinito y había aprendido a ajustar el fotómetro y los filtros para crear bellas imágenes incluso con la luz más mortecina. Pero aquél no era el caso ese día. El sol había salido en todo su esplendor, generando unas sombras y unas texturas espectaculares. Fotografió un abedul; sus ramas esbeltas contra los campos de nieve eran como los trazos de tinta de un pincel sobre un lienzo. Los árboles parecían resplandecer bajo la luz de la mañana.

El camino estaba cubierto de nieve, pero no tardaron mucho en comenzar a recorrerlo con las raquetas. Troy había llevado tres pares tan ligeros que casi parecían flotar sobre la nieve. Era curiosa la situación de Troy. Su padre, que era mayor que la mayoría de los padres, parecía gastar como si no hubiera futuro y, sin embargo, jamás se le ocurría dejar una propina en la panadería. Pero el señor Alger tenía la costumbre de comprar siempre lo mejor, lo más caro, ya fuera un coche o unas raquetas de nieve. Debía ser un hombre esquizofrénico, porque regañaba continuamente a Troy porque pensaba que no trabajaba suficientes horas en la panadería. Era una locura. Mucha gente acusaba a los adolescentes de actuar de forma irracional, pero en muchas ocasiones, ésa sólo era la mitad de la historia. A lo mejor deberían comenzar a mirar a los padres para variar.

Intentó imaginar a su hijo como un adolescente, pero fue incapaz.

Sencillamente, todavía no era capaz de asimilar la idea de que su cuerpo podría crear una vida, y menos todavía que ella pudiera llegar a convertirse en una madre preocupada por los problemas de su hijo en el colegio. Aun así, se prometió ser una madre diferente. Sería la mejor amiga de su hijo. Escucharían los dos la misma clase de música y no se enfadaría por las notas. En cualquier caso, todo eso pertenecía a un futuro muy lejano. De momento tenía que preocuparse por dar la noticia a sus amigos.

Caminar con raquetas no era fácil. De hecho, había que hacer un gran esfuerzo. A medio camino, se detuvo, se quitó el anorak y se lo ató a la cintura. Después se quitó la bufanda y el gorro y los guardó en la mochila. Podría haber atribuido aquel calor a la revuelta hormonal de la que hablaban los libros sobre el embarazo, pero entonces se fijó en que Troy y Sarah también parecían cansados y estaban empapados en sudor.

Cuando llegaron al puente desde el que se contemplaban las cascadas, pidió un descanso para beber agua.

Miley: Además, quiero hacer unas fotografías -añadió-.

Durante el verano, las cascadas eran un ruidoso torrente que caía desde un manantial escondido en la parte superior de la montaña y se arrojaba contra las rocas de debajo. El invierno había convertido la cascada en una masa de hielo azul verdoso que se erguía sobre la superficie de la montaña como un entramado de pilares altos y esbeltos. Los carámbanos decoraban los bordes de la catarata y en el centro una alta columna de hielo se hundía como una daga en el agua estancada de la base.

Miley encontró unos ángulos sorprendentes para las fotografías. Se tumbó en el suelo para poder abarcar el puente, una antigua estructura bajo la que se abría un abismo.

Sarah: Se rumorea que le llamaban el Puente de los Suicidas. Dicen que dos amantes se suicidaron juntos aquí.

Troy: Sí, y que puedes oír a sus fantasmas llorando durante las noches de invierno -añadió-.

Sarah se puso inmediatamente a la defensiva.

Sarah: Eso es una historia de terror de Washington Irving. Las historias de fantasmas siempre suelen estar relacionadas con el paisaje.

Miley hizo una fotografía de su amiga, que no perdía su belleza a pesar de estar enfadada.

Sarah se volvió hacia ella, como si hubiera sentido su atención.

Sarah: Eh, ¿te gustaría hacerme la fotografía para el álbum de fotos del instituto?

A Miley le sorprendió y halagó la propuesta.

Miley: Claro, ¿por qué no?

Sarah: Te pagaría, por supuesto.

Sarah y su madre tenían que ahorrar hasta el último penique para que Sarah pudiera ir a la universidad.

Miley: No te cobraría nada -dijo, mientras miraba a su amiga por el visor-.

Sarah: Insisto -replicó haciendo siempre gala de un fuerte sentido de la justicia-. Creo que Dale Shirley cobra unos trescientos dólares. Tendría que ahorrar durante semanas para poder pagarle.

Shirley era el ocupado fotógrafo local cuyos trabajos ilustraban los folletos de la Cámara de Comercio, la tarjeta navideña del Ayuntamiento y, por supuesto, el álbum anual del instituto de Avalon. Miley pensó que sería un sueño que algún día llegaran a pagarle por hacer fotografías.

Miley: Él cobra tanto porque tiene muy buenas referencias y tiene su propio estudio y todas esas cosas.

Troy: Qué va. Cobra tanto porque lleva aquí toda la vida. Yo no quiero hacerme la fotografía con él, pero probablemente mi padre mi obligará.

Lo único que al padre de Troy le interesaba era dar una buena imagen de cara a su carrera hacia la alcaldía.

Miley: No, si yo te hago una fotografía mejor -dijo mientras fotografiaba a Troy-.

Troy parecía hecho expresamente para la nieve, de la misma forma que el lobo. Su pelo rubio y aquellos ojos azules tan increíblemente claros le daban un aspecto salvaje y casi sobrenatural.

Sarah miró por encima del hombro de Miley para ver la fotografía.

Sarah: Genial. Podrían hacer contigo un póster del ario perfecto.

Troy le tiró una bola de nieve.

Troy: Cállate.

Sarah: Cállate tú.

Miley los enmarcó en la cámara. Sarah comenzó a hacer inmediatamente todo tipo de poses. Se colocó las manos por detrás de la cabeza y alzó la barbilla. La melena rizada escapó del gorro de lana y Miley capturó el momento, sabiendo en ese mismo instante que estaba tomando una gran fotografía. Sarah no era considerada como una de las chicas más guapas del instituto, ella misma odiaba su aspecto, pero Miley sabía que era absurdo. La belleza de Sarah iba mucho más allá de lo que unos adolescentes de instituto podían apreciar. Tenía la piel de un moreno muy natural y unos rizos negros como la tinta. Su boca generosa y sus ojos almendrados le daban un aire de misterio hasta que sonreía, y entonces se mostraba abierta y cariñosa como un muñeco de peluche.

Sarah dejó que Miley le hiciera todas las fotografías que quiso. Se mostró paciente y dispuesta a colaborar en todo momento. Ése era otro de los rasgos que la definían, su deportividad y la actitud positiva con la que se enfrentaba a todo. Y lo más curioso era que, de todos los adolescentes que Miley conocía, Sarah Tisdale era la que más dificultades se había encontrado en la vida, la que más razones tenía para mostrar una actitud agresiva en el instituto o descuidar los estudios. Era hija de una madre adolescente y en su casa apenas llegaban a fin de mes.

Pero a pesar de tener tantos elementos en contra, Sarah sacaba todo sobresalientes e iba a terminar los estudios antes de lo que le correspondía y tenía un gran talento para la música. Habían aceptado de forma casi inmediata su petición de entrada en la universidad y estaba esperando noticias sobre la manera de financiar la matrícula. Era, por lo que Miley podía decir, la hija ideal, la clase de hija de la que cualquier padre estaría orgulloso, una hija por la que se felicitarían y de la que intentarían atribuirse el mérito. Sarah era la hija que la madre de Miley habría querido. Sin embargo, le había salido una hija a la que los estudios le importaban un comino y que para huir de los problemas se había quedado embarazada de un chico que ni siquiera le gustaba.

Troy: Ya basta -dijo después de que Miley tomara otra serie de fotografías-, vas a romper la cámara.

Miley hizo una fotografía de Troy con el rostro en tensión.

Sarah: ¿Veis esos salientes de allí? -señaló hacia los acantilados-. Mi tío me ha contado que son cuevas de hielo -tenía por lo menos seis tíos que parecían salidos del reparto de Los Soprano-. Son cuevas formadas en la ladera por el hielo. Estuve leyendo sobre ese tema en los archivos de la biblioteca para uno de los trabajos que tuve que hacer el año pasado. Algunos de los acantilados de la zona tienen unas cuevas con unas paredes de hielo tan gruesas que nunca se derriten, ni siquiera en verano. Esa es una de las razones por las que el pueblo se llama Avalon.

Miley inclinó la cabeza hacia un lado.

Miley: Muy bien, acabo de perderme.

Troy: Viene de la leyenda del rey Arturo. De la Cueva de Cristal de Merlín. Avalon fue el lugar en el que se refugió el rey cuando fue herido en su última batalla.

Miley: Debo haber perdido la memoria. La verdad es que no sé cómo me aguantáis. Soy una burra.

Era irónico, pensó, ella había ido a uno de los colegios más competitivos y exclusivos de Manhattan. Sin embargo, sus amigos, que siempre habían estudiado en la escuela pública, parecían mucho más inteligentes que ella.

Sarah: No eres ninguna burra.

Miley: Claro que sí. Y no sabes hasta qué punto -dijo abrazándose a sí misma. Había llegado el momento. Tenía que darles ya la noticia-. Tengo que contaros algo -dijo precipitadamente, dejando que las palabras escaparan de sus labios antes de que tuviera oportunidad de retenerlas-.

Debieron advertir la urgencia de su tono, porque ambos se volvieron inmediatamente hacia ella. Miley esperó un instante, como había hecho cuando le había dado la noticia a su padre, e intentó memorizar la expresión de sus amigos en aquel momento. Porque estaba a punto de cambiar para siempre la imagen que tenían de ella.

Miley: Es... bueno, es una noticia importante -bajó la cámara, dejando que colgara su peso de su cuello-. Voy a tener un hijo. Nacerá el verano que viene.

Las palabras cayeron en un silencio tan notorio que Miley tuvo la sensación de que se había producido un vacío a su alrededor. Alzó la mirada hacia ellos, hacia los únicos amigos que tenía en Avalon y contuvo la respiración. No quería respirar hasta que dijeran algo, hasta que le aseguraran que no dejarían de quererla. De momento, se limitaban a mirarla fijamente. Después, Troy se sonrojó violentamente y pareció sentirse terriblemente incómodo, una reacción similar a la de Max cuando le había dado la noticia. Sarah arqueó las cejas.

Sarah: Desde luego, es una noticia importante.

Miley asintió.

Miley: No es lo más inteligente que he hecho en mi vida, pero ya está hecho. Pensaba abortar, fui a abortar, incluso, pero en el último momento, no fui capaz de hacerlo. Así que aquí estoy.

Troy pareció encontrar algo infinitamente fascinante en los árboles que había cerca del puente. Era evidente que no tenía ganas de participar en aquella conversación.

Al final, fue Sarah la que volvió a hablar, en aquella ocasión un poco nerviosa.

Sarah: Vaya. Es increíble. Te aseguro que no me lo esperaba.

Miley: Yo tampoco.

Sarah: ¿Por eso quisiste dejar el colegio en el que estabas?

Miley negó con la cabeza.

Miley: No lo sé. Bueno, no estoy segura.

Sarah: ¿El padre del niño está dispuesto a ayudarte? -había una tensión peculiar en su voz-.

Miley sabía que la relación de Sarah con su padre era una relación difícil y secreta debida a la posición que su padre ocupaba en el Pentágono.

Miley: No se lo he dicho. Todavía no he decidido si decírselo o no. Pero te aseguro que no le va a hacer ninguna ilusión.

Sarah: Debería habérselo pensado cuando... bueno, cuando vosotros...

Miley: Es verdad -se mostró de acuerdo-. Los dos deberíamos habérnoslo pensado.

Sarah posó una mano en el hombro de su amiga.

Sarah: Todo saldrá bien.

Miley sonrió.

Miley: Ese es el plan. En cualquier caso, ya he superado el mal trago de decírselo a mis padres y, bueno, seguro que saldremos adelante.

Tenía que creer en ello. Tenía que convencerse de que tener un hijo no era como caer por un precipicio. Permanecieron en silencio durante un rato. Miley se sentía aliviada. No había sido tan difícil. Imaginaba que tardarían algún tiempo en adaptarse a la nueva situación y que después las cosas volverían a ser como antes. Por lo menos durante unos meses. No tenía la menor idea de qué sería de su amistad cuando llegara el bebé. De momento, Troy no había dicho una sola palabra, pero Miley estaba segura de que se sentía violento. Tenía las mejillas y las orejas rojas, no por culpa del frío, y evitaba mirarla a los ojos. Sarah pareció advertir la necesidad de hacer algo para aligerar la tensión.

Sarah: Mi tío dice que para poder ver las cuevas hay que acercarse, pero que hay que tener mucho cuidado con las avalanchas.

Troy: Mi padre me ha dicho que es una pérdida de tiempo. Dice que ni siquiera merece la pena acercarse hasta allí.

Sarah: ¿Desde cuándo haces caso a tu padre?

Miley miró hacia aquellos salientes cuyas siluetas daban un extraño aspecto a la montaña.

Miley: Vamos a comprobarlo.

Troy: ¿Lo dices en serio? -parecía asustado-.

Sarah: Miley tiene razón -se levantó-. Mira qué cielo. Deberíamos llegar por lo menos hasta la cumbre de la montaña, ¿de acuerdo?

Troy: De acuerdo -se levantó-. No tiene sentido llegar hasta aquí para marcharnos sin llegar a la cima.

Se puso el anorak y comenzó a caminar.

Miley: Somos como los primeros pioneros. Los primeros en hacer cumbre en esa montaña.

Troy: Lo dudo.

Sarah: Yo también. Mi tío Sal me ha contado que encontraron objetos de los indios en algunas de las cuevas, y también de los pioneros. Antes de que existieran las neveras, se utilizaban estas cuevas de hielo para conservar los alimentos.

Troy: Refrigeración natural. Pero vamos a tardar bastante en llegar hasta allí.

El camino era cada vez más empinado, la nieve se acumulaba sobre la base de los árboles. A Miley comenzaba a faltarle la respiración y se preguntó si sería algo natural o se debería al embarazo. El médico le había dicho que podía seguir haciendo la vida de siempre, pero que no practicara deportes de riesgo. ¿Una caminata como aquélla sería un deporte de riesgo? No. La escalada, que había practicado el verano anterior con Jake, conocido como el chico más maravilloso del planeta, sí era un deporte de riesgo porque había que ponerse un arnés, trepar por las rocas y hacer maniobras arriesgadas dignas del mismísimo Spiderman. Comparado con aquello, esa excursión era como dar un paseo por el parque.

Sarah fue la primera en llegar a la cumbre y les saludó desde allí.

Sarah: De acuerdo, no somos los primeros.

Señaló una estructura que, evidentemente, había sido levantada por el ser humano. Era un falso tótem con una placa en la que se indicaba la altura de la ciudad.

En el poste habían grabado iniciales y palabras, las primeras estaban fechadas en 1976. Algunas apenas se podían distinguir.

Sarah: Mira -señaló-. Aquí pone Matt. A lo mejor es tu padre, Matthew Alger.

Troy se encogió de hombros.

Troy: Podría ser. Cuando estaba en la universidad, trabajaba en verano en el campamento.

Miley: Mi padre también. Era una tradición familiar hasta que se cerró el campamento hace diez años.

Miley se alegraba de que Olivia se hubiera mudado a la ciudad el verano anterior. Miley había pasado ese verano con su padre y su hermano, ayudando a prepararlo todo para la celebración de las bodas de oro de sus abuelos. Su madre no había ido; sólo se había dejado caer por el campamento para llevar los papeles del divorcio y felicitar a los padres de Greg. Miley se preguntaba si su familia habría conseguido permanecer unida si hubieran tenido que vivir en las montañas, si habrían averiguado la manera de permanecer unidos para conseguir comida.

Por lo menos aquel verano había pasado algo bueno, había conocido a Vanessa, la hija ilegítima de su tío Phil. Ilegítima. Miley hundió las manos en los bolsillos y las cruzó sobre su vientre, como si fueran un escudo protector. Odiaba esa palabra: ilegítimo. Como si el niño hubiera hecho algo malo.

Sarah caminó hasta el borde de la cumbre.

Sarah: Desde aquí es de donde bajan las avalanchas. Vamos a buscar las cuevas antes de que oscurezca.

Todos llevaban un par de bastones de esquí que utilizaban para hundirlos en la nieve y asegurarse de que se encontraban en un terreno sólido antes de dar un paso mientras subían. Troy se detuvo frente a una pared de granito con una superficie rugosa y profundas hendiduras.

Sarah: Voy a ver qué hay arriba -dijo mientras se agachaba para desatarse las raquetas-.

Troy: De ningún modo. No vas a subir hasta ahí.

Sarah: Ya lo verás.

Era una gran escaladora, reconoció Miley mientras la observaba. Como ella misma había practicado algo de escalada, era capaz de reconocer la precisión de su técnica. Sin embargo, Sarah no llevaba ningún equipo de seguridad.

Miley: Eh, no subas más de lo que estés dispuesta a caer.

Troy: No te preocupes, si caes sobre tu trasero, tendrás un buen amortiguador.

Sarah: Ja, ja.

Troy: Un amortiguador gigante.

Miley le dio un codazo y a continuación estuvo fotografiando los progresos de Sarah.

Ésta llegó hasta uno de los agujeros que había en la superficie de la roca.

Sarah: Bueno, es una cueva, pero no hay hielo en su interior.

Para demostrarlo, sacó un puñado de polvo y piedras. Encontró dos nuevos agarres en otro de los salientes de la montaña, pero eran sólo agujeros e incisiones en la piedra, todos ellos vacíos. Lo único que encontró en uno de ellos fue un nido de pájaros.

Troy: A lo mejor encuentras murciélagos -le gritó-.

Sarah: ¿Qué?

Troy: Murciélagos.

Sarah: Sí, claro. Muy gracioso.

Troy: Te lo juro por Dios. En esta zona hay murciélagos. Hibernan en las cuevas. Si les molestas, podrían morderte y contagiarte la rabia.

Sarah: Qué miedo -estaba sobre uno de los salientes, a unos cinco metros de altura, explorando una serie de hendiduras en la roca-. Vaya -dijo de repente-, es posible que esto sea una cueva -se puso de puntillas-. No consigo verlo -y saltó-.

Troy: Eh, tranquila -le pidió sinceramente preocupado-.

Sarah: Vaya, Troy -contestó imitando el acento de Scarlett O'Hara-. No sabía que estabas asustado.

Troy: No quiero tener que cargar montaña abajo con tu enorme trasero.

Sarah: Ja -respondió intentando mirar de nuevo en el interior de la cueva-. Antes tendrás que...

Sus palabras terminaron en un grito.

Por puro reflejo, Miley presionó el disparador de la cámara. En ese mismo instante algo, no sabía si un murciélago, un pájaro o un demonio de otro mundo, salió del interior de la cueva con un ruidoso aleteo y se elevó hacia el cielo.

Sarah se sintió flotar hacia atrás, era casi como estar suspendida en medio de un alud de nieve. Medio segundo después aterrizaba sobre un montón de nieve y desaparecía de la vista de sus amigos. El grito de Sarah se desvaneció justo con el resto de su cuerpo.

Troy: ¡Sarah! -gritó con ronca desesperación-.

La velocidad a la que avanzó teniendo en cuenta que llevaba las raquetas de nieve era increíble.

Prácticamente voló hasta el lugar en el que Sarah había caído gritando en todo momento su nombre.

Miley llegó tan rápidamente como él, con la cámara rebotando contra su pecho.

Troy se puso de rodillas sobre la nieve y comenzó a cavar con las manos para ayudar a salir a Sarah.

Troy: Di algo -gritó-. Por favor, Sarah, te lo suplico...

Sarah: Me encanta oír suplicar a un idiota -se oyó decir a una voz irritada-.

Miley estuvo a punto de desmayarse de alivio mientras se quitaba las raquetas y ayudaba a Troy a sacar a Sarah. Era unos idiotas, los tres. No tenía sentido estar ahí, en pleno invierno y en medio de la nada, en un lugar en el que nadie podría encontrarlos si tenían algún problema. Cuando se trataba de hacer estupideces, Miley era una auténtica campeona, pero hasta ella era capaz de darse cuenta de que aquello no era una buena idea.

Sarah: Menos mal que había nieve -estaba diciendo mientras Troy tiraba de ella-. Ha suavizado bastante la caída -se sacudió la nieve-. Gracias a los dos.

Troy: Será mejor que volvamos, me estoy helando. Vamos, te ayudaré a ponerte las raquetas.

Sarah: Espera. Pásame uno de esos bastones.

Troy: ¿Qué ha pasado? -le preguntó mientras se lo pasaba-.

Sarah: Creo que he encontrado algo.

Troy: Probablemente la madre de ese animal que estaba hibernando al que tú has asustado.

Sarah: No, mira.

Presionó el bastón contra la nieve que cubría la pared de granito, pero en vez de chocar contra la piedra, el bastón continuó hundiéndose.

Sarah: Otra cueva.

Troy: Pero es probable...

Sarah: Mira...

La nieve se hundió y Miley se descubrió a sí misma con la mirada fija en una abertura en la superficie de la roca, en aquella ocasión suficientemente grande como para que todos ellos cupieran agachados.

Miley: Esto sí que es una cueva.

Troy encendió la linterna e iluminó el interior.

En cuanto consiguieron entrar, descubrieron que había sitio suficiente para poder levantarse.

En realidad no era tan impresionante como las cuevas que Sarah había descrito. Y las paredes tampoco estaban forradas de cristal, como las de la cueva de Merlín. Resultaba difícil distinguir el hielo de la roca porque todo estaba cubierto de una capa de polvo. Bajo las rodillas, el suelo estaba cubierto de una especie de barro granuloso, como el que dejaba la nieve después de un largo invierno. Miley tomó algunas fotografías. Cuando se disparaba el flash, tenía la sensación de que estaban alterando una oscuridad casi eterna.

Miley: A lo mejor somos las primeras personas que entramos aquí.

Troy: Sí, si no contamos a la que se dejó aquí este envoltorio de chicle -lo iluminó con la linterna-. Zumo de frutas.

Miley: Eh, vosotros -giró la cámara para que pudieran ver las fotografías que acababa de hacer-.

Sarah: No son tus mejores fotografías.

Miley: No, pero fíjate en la parte de atrás de la cueva.

En la fotografía se veía claramente que lo que parecía ser una pila de escombros era en realidad un montón de piedras ordenadas por diferentes formas y tamaños.

Sarah agarró la linterna.

Sarah: ¿Qué demonios puede ser eso?

Miley: Mira esas piedras.

Cuando alguien construía un muro, se dijo, siempre era para esconder algo o para evitar que algo saliera a la luz.

Fue ella la que sostuvo la linterna mientras Troy y Sarah quitaban las piedras.

Sarah: Seguramente lo habrán hecho algunos niños del campamento en un momento de aburrimiento.

Troy: Realmente, hay que estar muy aburrido para dedicarse a meter piedras en una cueva de hielo.

Miley agarró la linterna y miró por encima del montón de piedras. Un aire gélido, más frío que el de la cueva, golpeó su rostro. La sensación le recordó a la del congelador de la panadería. Un aire gélido con olor a rancio, a moho.

Miley: Ayúdame a subir -le pidió a Troy-. Creo que he visto algo.

Troy unió las manos enguantadas. Miley se alzó apoyando el pie en ellas y cuando su amigo la ayudó a elevarse, se golpeó la cabeza con el techo de la cueva.

Miley: ¡Eh! -gritó, parpadeando para contener las lágrimas de dolor-.

Iluminó con la linterna tras el muro y soltó un grito ahogado. Allí, las paredes de la roca estaban cubiertas de hielo; los cristales resplandecían bajo la luz de la linterna. Y había algo en el suelo, otro montón de rocas... o quizá. No, se dijo Miley, no podía ser. Pero...

Troy: ¿Estás bien?

Miley bajó la mirada hacia él.

Miley: Tienes que ver esto.

Troy ¿Qué es?

Miley no quería decirlo. Tenía miedo de haberse equivocado. Bajó con mucho cuidado y le hizo un gesto a Troy para que lo viera con sus propios ojos.

Sarah: ¿Eh, estás bien? Estás blanca como el papel. Cualquiera diría que has visto un fantasma.

Troy: Creo que yo acabo de verlo.

Por su tono de voz, Miley comprendió que no se había equivocado.

Miley: Ayúdame a subir otra vez, ¿quieres? Tengo que hacer otra fotografía.




Wow! ¿Qué habrán encontrado estos tres?

¡Gracias por leer!


jueves, 20 de julio de 2017

Capítulo 25


1998

Querida mamá:

Estoy comprometida con Derek. Ya sé que, si en realidad te importara, dirías que soy demasiado joven para comprometerme, pero hemos optado por un compromiso a largo plazo porque él no quiere dejarme sola en una base del ejército, lejos de casa. Lo más lógico es que nos casemos cuando Derek haya dejado el ejército. La abuela no está muy bien y necesita que esté cerca y Derek está dispuesto a instalarse en Avalon y hacer aquí su vida. La abuela está encantada con él. Se pasa el día diciéndome lo maravilloso que es y el gran marido que será. Cuando vino el año pasado, elegimos las alianzas de matrimonio en Palmiquist's. Las hemos pagado a plazos. Hace poco que las he traído a casa y cuando las veo siento algo extraño en el estómago, ¿nervios, quizá? Supongo que es porque al ver las alianzas el futuro me parece más real.

De todas formas, no vamos a precipitarnos. Las alianzas tendrán que esperar. Todo tendrá que esperar. Han movilizado a Derek y como ahora forma parte de los Rangers, no puede decir dónde está porque sus misiones son secretas. Tenía cuarenta y ocho horas para despedirse de mí. Zac y yo le hemos acompañado a la estación. Zac ahora es jefe de policía, ¿te lo he contado? Se graduó en la academia y está trabajando en Avalon. Creo que su familia está horrorizada, es el único hijo del senador Efron y se supone que debería estar haciendo algo más importante que trabajar como policía en un pueblo, pero ésa es otra historia. Se supone que ahora estoy hablando de Derek. Mi prometido. Mi prometido. Cuando lo escribo, me parece algo muy serio. En la estación, Derek me prometió que volvería de una pieza. Yo tuve que hacer un esfuerzo enorme para no llorar, pero Derek era todo sonrisas. Está completamente entregado a su misión.

Esta vez venía con una nueva noticia: le ha pedido a Zac que sea el padrino de nuestra boda y, por supuesto, él ha aceptado. También le ha pedido que se haga cargo de mí mientras él no esté. Sus palabras exactas han sido: «Cuida de ella, Zac. Ya sé que suena anticuado, pero lo digo en serio. Cuida de ella».

Zac ha dicho que lo haría, como si fuera a tener opción.

¿Por qué pensarán los hombres que tienen que cuidar a las mujeres? Estamos casi en el siglo XXI y desde que tengo diecisiete años he estado dirigiendo una panadería. Creo que he demostrado que soy capaz de cuidar de mí misma. Me parece un gesto muy dulce por parte de Derek, pero también un poco posesivo.

Y después me ha dado un beso tan largo y tan ardiente que casi me asfixia. No me interpretes mal, yo también quería que me besara. Es un soldado y estaba a punto de marcharse. Quería que dejara alguna huella en mí. Sin embargo, mientras me besaba, yo sólo podía pensar en que estábamos rodeados de gente mientras él me besaba como si no hubiera mañana. Me habría gustado que su beso me hubiera hecho olvidarme del mundo, pero mi mente continuaba pendiente de cuantos nos rodeaban. Después, Derek ha subido al tren y se ha despedido de mí con un «hasta luego, cariño», como si se fuera al pueblo de al lado en vez de al otro extremo del mundo. Y luego se ha ido.

Mientras el tren se alejaba de la estación, no he sido capaz de volverme hacia Zac. No podía. Tenía miedo de lo que podía ver en sus ojos.

¿Alguna vez has tenido ese sentimiento, mamá? ¿Has tenido la sensación de que si ves algo, te verás obligada a reconocerlo y todo cambiará?

Así que Derek está ahora al otro lado del océano, haciendo cosas que ni siquiera puedo imaginar y la vida continúa. Dirijo la panadería y cuido de la abuela. Últimamente no veo mucho a Zac. Él sigue saliendo con muchas chicas y trabajando duro. Me llama de vez en cuando para preguntar por la abuela y la panadería, supongo que intentando cumplir con la promesa que le hizo a Derek.

Lo que no sé es por qué me estoy cuestionando todo. Derek me quiere y yo le quiero. Cuando nos casemos, quiere vivir con la abuela durante todo el tiempo que ella nos necesite. Tiene un padre encantador y yo quiero a Bruno como si fuera mi propio padre. Cada vez que nos vemos, Bruno me envuelve en un fuerte abrazo. Huele a gomina para el pelo y a chicle de menta y siempre me dice que Derek tiene el corazón de un león.

Y Derek está muy seguro de nuestro futuro. Sabe, sin ninguna sombra de duda, que soy la mujer para él y que siempre lo he sido. Dice que lo sabía desde que éramos niños.

Me gustaría poder decir lo mismo, pero, ¿sabes una cosa? Todavía no lo sé.

Todos los años me digo lo mismo, mamá, que por fin he crecido y ya no te necesito. Y de pronto, me descubro a mí misma deseando que estés cerca porque tengo muchas preguntas que hacerte. ¿Cómo puedo saber si estoy haciendo las cosas bien? ¿Hay alguna forma de saberlo, o lo que tienes que hacer es seguir adelante, esperar lo mejor y rezar para que todo no sea un gran error?

¿Qué sentido tiene desear algo que nunca he podido tener? Y aquí está el quid de la cuestión. A lo mejor me equivoco, pero no lo creo... Y estoy empezando a pensar que Zac siente lo mismo que yo. Y está tan asustado como lo estoy yo.


El presidente Clinton estaba siendo entrevistado en la radio. Hablaba de la intervención de los Estados Unidos en la guerra de Kosovo y Zac quería escucharle porque sospechaba que era allí adonde habían destinado a Derek. Pero en vez de prestar atención a la radio, se volvió hacía Naomi, su novia. Bueno, en realidad había dejado de ser su novia diez minutos atrás. Una vez más, las cosas no habían funcionado.

Naomi: Eres un auténtico cerdo -le dijo poniéndose la camiseta para cubrir sus senos. Cuando volvió a asomar la cabeza por el cuello de la camiseta, le fulminó con la mirada-. Un completo y auténtico cerdo.

Zac se preguntó una vez más por qué se tomaría tantas molestias. Había iniciado aquella relación pensando, esperando, que fuera la definitiva, que Naomi fuera la chica que estaba buscando. Pero las cosas se habían ido deteriorando de forma inevitable. Desear que una relación funcionase no era suficiente.

Cansado, apartó las sábanas, se levantó y se puso los pantalones cortos. Que a uno le dejaran ya era suficientemente humillante. Lo menos que podía hacer para preservar parte de su dignidad era vestirse.

Zac: Nunca he querido hacerte daño.

Eran tantas las veces que había pronunciado aquellas palabras que estuvieron a punto de atragantársele.

Clinton estaba explicando en aquel momento que la nación estaba en una situación económicamente estable, que habían conseguido equilibrar el presupuesto, y había llegado el momento de mirar hacia el exterior y luchar para mantener la paz en el mundo.

Naomi: Ni siquiera me has visto. Ni siquiera sabes cómo soy.

Dios. Tenía razón. Zac no sabía quién era Naomi. De lo único que estaba seguro era de quién no era.

Zac: Lo siento.

Y era cierto. Lo sentía por ella, pero lo sentía también por sí mismo. Y lo sentía porque continuaba aspirando a algo que no podría tener.

Naomi se marchó sin decir una sola palabra. Era una mujer maravillosa que iba a sufrir por él. Se odiaba a sí mismo por hacer eso, por infligir heridas a quien no se las merecía. Pero para cuando Naomi estuvo de nuevo en la carretera, de camino hacia Nueva York, Zac ya casi había olvidado cómo se habían conocido. ¿Había sido en un concierto de verano en Woodstock, o en un bar de Kingston? A lo mejor era una de las mujeres que le había enviado su madre. Aunque su padre nunca le había perdonado que decidiera ser policía y mudarse a Avalon, su madre continuaba intentando hacerle entrar en razón. Le presentaba a chicas sofisticadas y de buena familia como si fueran una especie de ofrenda.

Debería renunciar definitivamente a las mujeres. Pero eso era imposible. Las mujeres eran como el aire, necesarias para sobrevivir.

Pero podría conseguirlo. Todo era cuestión de concentrarse y ser disciplinado. Y ambas eran cosas que se le daban bien. Había rasgos de su personalidad que tenía muy desarrollados y que empleaba cada día en el trabajo. Debería resultarle fácil extrapolarlos a su vida privada. De hecho, ni siquiera necesitaba tener una vida privada. Lo que debería hacer era centrarse en aquello que se le daba bien, en su trabajo como policía. Investigar delitos, intervenir en situaciones críticas, velar por la seguridad de sus vecinos y llevar a los delincuentes ante la justicia era lo que había querido hacer siempre. Y ahí estaba el truco. En centrarse en el trabajo.

Cada día, mientras se vestía para la reunión matutina con los hombres que tenía al mando, pensaba en lo irónico que era estar poniéndose el chaleco antibalas. Era su padre el que había conseguido que se subvencionara el equipo de protección de la policía local y casi le resultaba gracioso que David Efron mostrara interés por proteger a su hijo cuando éste se había convertido ya en un hombre adulto.

Zac intentó aferrarse a su propósito, concentrarse en aquello que se le daba bien. Trabajaba a todas horas para los buenos vecinos de Avalon, y también para los malos. A veces pensaba que era una locura haber decidido vivir en Avalon, convertido en un espectador del noviazgo de Vanessa y de Derek, pero sentía una conexión profunda con Avalon. Era allí donde había descubierto siendo todavía un niño lo que era la libertad.

Empleaba el tiempo libre que tenía en estudiar diferentes formas de mediación, administración y relaciones comunitarias. Adoptó perros abandonados y empleó mucho tiempo en domesticarlos. Todas las noches, al salir del trabajo, revisaba el correo electrónico. Derek era un corresponsal ideal y con él la comunicación era instantánea. Zac se enteraba de algunas noticias antes de que aparecieran en los informativos. Derek ofrecía una vivida imagen de su vida en un lugar secreto, una vida que parecía consistir en incomodidades físicas, periodos de aburrimiento y subidas brutales de adrenalina en el momento en el que pasaban a la acción. Derek terminaba todos y cada uno de sus correos con una nota que hacía referencia a Vanessa: cuida a mi chica, cómete un kolache por mí, dile que volveré antes de lo que piensa.

Últimamente, su batallón había tenido que desplazarse y los correos de Derek eran menos frecuentes. Estaba participando en operaciones nocturnas, a menudo transportado junto a su batallón en helicóptero. Tenía problemas de estómago, pero lo ocultaba porque no quería que eso le impidiera entrar en acción, algo muy típico de Derek.

Zac estaba una noche en el patio, dejando que los perros disfrutaran de sus últimas carreras cuando oyó que sonaba el teléfono. Aunque eran más de las diez, le gustaba quedarse hasta tarde con los perros para compensar las muchas horas que pasaban solos cuando él estaba trabajando. Les tiró una vez más la pelota y corrió hacia la cocina, limpiándose las manos en los vaqueros. Buscó el teléfono portátil, pero para cuando lo encontró, ya era demasiado tarde y se había conectado el contestador. Escuchó el mensaje maldiciendo con impaciencia.

**: Soy yo.

Y no tuvo que preguntarse quién era. Normalmente, Vanessa habría saludado con alegría, pero aquella noche había algo especial en su voz. Algo que le heló a Zac la sangre en las venas.

Ness: Por favor -continuó diciendo-, necesito que vengas. Por favor.

Zac olvidó por una noche que era un policía que estaba a cargo de la seguridad de sus vecinos y condujo saltándose los límites de velocidad y todas las señales de stop como si estuviera siendo perseguido por mil demonios. Aparcó en el camino de entrada a la casa, salió del coche y subió los escalones de dos en dos.

Vanessa le estaba esperando en la puerta. Y Zac supo lo que ocurría antes de que dijera una sola palabra. Le bastó verle la cara para adivinarlo: Derek.

Vanessa estaba bebiendo champán; prácticamente ya había vaciado la botella que había estado guardando para celebrar el regreso de Derek. Sacudió la cabeza en silencio y pareció derretirse contra él mientras presionaba la mejilla contra su pecho. Zac dejó la copa a un lado y la abrazó. Vanessa no lloraba, no emitía sonido alguno, pero estaba temblando de la cabeza a los pies.

Zac: Dímelo -susurró mientras le colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja-. Puedes decírmelo.

Ness: Todavía no.

Si Zac tenía todavía alguna esperanza de haberse equivocado, la esperanza murió en ese mismo momento.

En circunstancias normales, Vanessa y él trataban de evitar todo tipo de contacto físico. Era como un acuerdo tácito entre ellos que parecían haber establecido el día que se había comprometido con Derek. Zac y ella juntos eran explosivos, siempre lo habían sido. Cuando estaba cerca de ella, Zac sentía cómo ardía su piel y el mundo parecía reducirse al espacio que Vanessa ocupaba. Y Vanessa seguía siendo territorio prohibido.

Sin embargo, aquella noche, las circunstancias estaban muy lejos de ser normales y aquel abrazo, abierto y crudo, era el único lugar de la tierra que quería habitar en aquel momento.

Respiraban al unísono. Conmovidos por una ternura cargada de dolor, intentaban escapar el uno en el otro para no tener que hacer el siguiente movimiento, para no tener que enfrentarse a lo que había sucedido.

Al cabo de un rato, fue Vanessa la que se separó.

Ness: Hay más champán -indicó, señalando hacia la cocina-.

Zac se sentía como si estuviera en medio de un incendio mientras se dirigía hacia la despensa. Encontró otra botella de champán y la descorchó. Le parecía terrible estar bebiendo champán, era como estar en medio de una celebración, pero aun así, lo hizo. Sabía que aquélla era una de las botellas que le habían enviado sus padres a Derek para felicitarle por su compromiso. Una Krug Blanc de Blanc, una botella de la que sólo había unos miles de ejemplares en todo el mundo. Zac bebió el champán a temperatura ambiente, directamente de la botella. Después fue a buscar de nuevo a Vanessa. Tan pálida, con el pelo tan negro y los ojos tan oscuros le recordó a Blancanieves. Una Blancanieves angustiada, presa de una tristeza tan profunda que Zac casi podía sentirla en su pecho.

Zac: ¿Tu abuela...?

Ness: Está durmiendo. Estaba profundamente dormida cuando ha llamado Bruno. Todavía no sabe nada y creo que prefiero esperar a mañana para decírselo -miró hacia el pasillo que conducía a la habitación de su abuela-. Vamos a hablar arriba. No quiero despertar a mi abuela.

Zac se sentía como si fuera de madera mientras la seguía. Después de sufrir el derrame cerebral, la abuela de Vanessa ya no había podido volver a subir al piso de arriba, así que Vanessa le había montado un dormitorio en la planta baja. Había transformado el piso de arriba en su refugio privado. Allí pasaba mucho tiempo escribiendo y esperando a Derek y era allí donde pensaban vivir cuando se casaran. Después de la boda... Con mano temblorosa, Zac bebió otro sorbo de champán.

Cuando Vanessa por fin pudo hablar, su voz sonaba débil. Hablaba con incredulidad, recitaba la noticia como si la hubiera repasado una y otra vez en la cabeza, como si hubiera memorizado el horror.

«Sufrieron un percance con un helicóptero. No hay ningún superviviente del batallón de Derek».

Zac no se sentía conmocionado por la noticia. Sólo experimentaba una lóbrega y terrible sensación de fatalidad. Se terminaron la botella de champán y abrieron otra.

Ness: Iban diecisiete soldados en un helicóptero, en Kosovo. El helicóptero ha caído en un barracón y no ha habido supervivientes. Todavía no han dado una lista oficial de las víctimas, pero Bruno ya lo sabe. Recibió una llamada telefónica de alguien del batallón -dijo con la voz rota-. No es oficial, todavía tienen que hacer un informe oficial...

Pero no ha habido supervivientes.

Se instaló un frío glacial en el interior de Zac. Derek. Su mejor amigo. Su hermano de sangre. El mejor tipo del mundo. Durante unos segundos, Zac no fue capaz de respirar.

Vanessa alzó la mirada hacia él. Su rostro reflejaba su agonía.

Zac odiaba pensar que estaba sola cuando había recibido la llamada.

Zac: El padre de Derek...

Ness: Está con sus hermanas en Nueva York. Supongo que iré... que iremos a verle. Oh, Dios mío. ¿Habrá un funeral?

Zac: No lo sé. Cómo voy a saber cómo funcionan este tipo de cosas.

Acudían a su mente imágenes de Derek, un niño tontarrón de orejas grandes que se había convertido en un hombre al que todo el mundo adoraba. Habían compartido todos los momentos importantes de sus vidas: la caída de los primeros dientes, la pérdida de sus mascotas, las victorias y las derrotas deportivas, la graduación y, por supuesto, los campamentos de verano.

Zac se sentía como si le hubieran amputado un brazo.

Y aun así, abriéndose paso a través del vacío y la tristeza, había algo más. Algo relacionado con la culpa y la desolación. Con la ternura y la rabia.

Estudió el rostro de Vanessa durante largo rato. Tomó un pañuelo de papel y le limpió la cara. Después, la abrazó como no la había abrazado nunca, ni siquiera cuando ella prácticamente le había suplicado que lo hiciera. La rodeaba con los brazos como si la estuviera protegiendo de un ataque aéreo. La abrazaba de tal manera que sentía todo su cuerpo contra el suyo, podía sentir incluso los latidos de su corazón y, aun así, tenía la sensación de no estar todavía suficientemente cerca. La acarició como había soñado con acariciarla miles de veces: deslizó el pulgar a lo largo de la línea de su mandíbula, le hizo inclinar la cabeza hacia atrás y deseó besarla, ahogarse en ella y olvidar.

De alguna manera, el amor que ambos habían sentido hacia Derek había llegado a enredarse con lo que sentían el uno por el otro. Comenzaron a besarse. Era una locura, pero siguieron besándose. Se dirigieron hacia el dormitorio sin dejar de hacerlo, desesperados por escapar de la verdad, pero atrapados en ella, juntos, arropados por la oscuridad que se cerraba a su alrededor. Fueron dejando un reguero de ropa de camino al dormitorio y para cuando llegaron a la cama ya nada los separaba, nada en absoluto. Vanessa sabía a champán y a lágrimas mientras le rodeaba el cuello con los brazos y le besaba como si no fuera a separarse nunca de él. Era una locura. Vanessa estaba loca, los dos estaban locos, pero Zac sabía que Vanessa no le dejaría marchar.

Vanessa continuó abrazándole, pero dejó de besarle para susurrar:

Ness: Derek te dijo que cuidaras de mí, ¿cómo piensas hacerlo, Zac?


Sonó el teléfono. Su sonido penetró como un cuchillo afilado a través de la niebla del alcohol y el sueño. Vanessa se movió en la cama, gimió e intentó ignorarlo, pero continuaba sonando. La cabeza le pesaba como una piedra, le resultaba imposible levantarla. Al final, afortunadamente, el teléfono dejó de sonar y en el otro extremo de la habitación oyó el sonido de su propia voz en el contestador. Se estiró y encontró otro cuerpo cálido y desnudo bajo las sábanas... Unos brazos fuertes la retenían contra aquel cuerpo. Alguien suspiró contra su cuello. Oh, Dios santo. Zac. Se había acostado con Zac. Derek estaba muerto y ella se había emborrachado y se había acostado con Zac.

Iba a arder eternamente en el fuego del infierno.

Comenzó a hablar la persona que llamaba, y con una voz idéntica a la de Derek. Eso sólo podía significar que todavía estaba borracha, o soñando, porque Derek estaba muerto. Había muerto en un accidente de helicóptero.

Como una autómata, comenzó a caminar hacia la cómoda en la que el contestador continuaba emitiendo aquella voz tan dolorosamente familiar.

**: ... un error -estaba diciendo-. Mi nombre aparece entre las víctimas, pero yo no iba en ese helicóptero.

Vanessa soltó una carcajada. Las lágrimas empapaban su rostro mientras descolgaba el auricular.

Ness: Derek...

Había mucho retraso en la comunicación por la distancia.

Derek: Pequeña, me alegro de que hayas contestado. Ya sé que allí son sólo las cinco de la madrugada, pero quería que supieras que estoy bien. Acabo de hablar con mi padre. Hubo mucha confusión en el último momento. Pero yo no iba en ese helicóptero.

Vanessa no podía hablar. Apenas podía respirar. Temblaba de alivio mientras Derek le explicaba algo sobre que el informe de víctimas lo había transcrito un sargento... Mientras los demás estaban en el helicóptero, Derek estaba en la enfermería.

Derek: Hice una estupidez. No me llevé los protectores de los ojos y tengo una lesión en un ojo.

Zac: ¿Ness? -preguntó desde la cama-. ¿Quién es?

Vanessa se volvió para pedirle que se callara, pero ya era demasiado tarde.

Derek: ¿Qué está haciendo Zac allí a esta hora? -preguntó con la voz repentinamente endurecida-.

Y Vanessa supo en ese instante que probablemente Derek era consciente desde hacía mucho tiempo de lo que había entre Zac y ella.

Ness: Le pedí que viniera en cuanto me dieron la noticia. Es tu mejor amigo. ¿A quién querías que llamara, Derek?

Derek no contestó.

Derek: Van a licenciarme. Los Ranger no le ven mucha utilidad a un soldado con un solo ojo. Vuelvo a casa.

Vanessa continuaba de pie, desnuda, sintiendo todavía el calor de las caricias de Zac en la piel y con el teléfono en la mano cuando Zac cruzó la habitación para dirigirse a ella con el pelo revuelto y expresión confundida. E incluso en ese momento, Vanessa sintió una oleada de puro deseo mezclada con la vergüenza.

Y comprendió que no iba a ir al infierno. En realidad, ya estaba allí.




Ay, Ness...
Ni tenías clara tu vida antes ni la tienes ahora 😕

¡Gracias por leer!


martes, 18 de julio de 2017

Capítulo 24


Vanessa tenía el estómago hecho un nudo cuando los frenos del tren chirriaron para hacer la parada en Avalon. Se dijo a sí misma que no debería sentirse mal. No tenía por qué estar nerviosa. Estaba llegando a su casa.

Debería alegrarse. Debería alegrarse de volver a casa.

Sin embargo, se sentía derrotada. Un mes atrás, había ido a Nueva York esperando… ¿esperando qué, exactamente? ¿Qué vida su se convirtiera en un episodio de Sexo en Nueva York? ¿Descubrir lo maravillosa que era? ¿Encontrarse rodeada de pronto de amigos interesantes? Debería haber pensado las cosas con más calma. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que no podía huir de sí misma. Estar en Nueva York y conocer a un agente literario que había señalado todo el trabajo que le quedaba por hacer sólo había servido para magnificar aquella terrible verdad. Ella era como su libro, algo inacabado, un trabajo pendiente. Además, había descubierto que la vida en la ciudad no era lo que ella quería.

Con cansancio, bajó sus pertenencias de la estantería del tren y se dirigió hacia la salida. Bajó a la plataforma y notó inmediatamente una ráfaga de aire frío en la que se mezclaban el olor de la carbonilla con el del combustible del motor. Cuando aquella nube de polvo y nieve se aclaró, vio a Zac frente a ella, como si fuera una figura aparecida de un sueño. Muy Casablanca aquel ceño fruncido, pensó.

Se descubrió a sí misma recordando el día que se había comprometido con Derek. Zac había estado a punto de decirle algo y, si se lo hubiera permitido, seguramente todo habría sido diferente. Aunque viviera más de cien años, Vanessa nunca olvidaría la mirada que le había dirigido Zac aquel día. Cuando le había dicho que Derek le había pedido que se casara con él, sus ojos se habían vuelto duros, fríos. Por un instante, pensó Vanessa, sólo por un instante, había permitido que sus verdaderos sentimientos vacilaran. Un solo instante de duda había servido para que le abriera la puerta a Derek. Un solo segundo, y había destrozado tres vidas.

Ness: No te atrevas a decir «ya te lo dije» -le advirtió a Zac-.

Se preguntó si su rostro estaría mostrando sus recuerdos.

Zac: Creo que no hace falta que te lo diga -replicó sin la más mínima satisfacción en la voz-.

Vanessa permanecía frente a él como una idiota. ¿Se suponía que tenía que abrazarle? ¿Darle un beso en la mejilla? ¿Qué esperaba él que hiciera?

Ness: No sabía que ibas a venir a buscarme -dijo por fin-.

Zac agarró la maleta más pesada y se dirigió con ella hacia la salida. No hubo abrazo, ni siquiera un «eh, hola». Esperar una sonrisa era esperar demasiado. En cuanto al beso de despedida que ella recordaba, cualquiera diría que lo había imaginado.

Ness: Gracias, Zac.

Zac: No me des las gracias. He venido aquí para interceptarte.

Ness: ¿Qué?

Zac: Para impedir que vayas al campamento Kioga.

Vanessa clavó las botas en la superficie helada del aparcamiento.

Ness: Entonces, estás perdiendo el tiempo, porque ya he tomado una decisión. A partir de ahora, ésa será mi nueva dirección.

Zac metió las maletas en el maletero.

Zac: Está en medio de la nada.

Ness: Eso es precisamente lo que más me atrae, sobre todo después de mi experiencia en Nueva York -le dijo mientras se sentaba en el asiento de pasajeros-.

Zac: Vas a quedarte en mi casa -replicó mientras ponía el motor en marcha-.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Me gustan los hombres dispuestos a dar órdenes a todos los que tienen a su alrededor.

Zac: Estoy hablando en serio, Vanessa.

Vanessa dejó de reír.

Ness: Oh, Dios mío, por supuesto.

Zac: No me parece una buena idea vivir en un lugar tan alejado en medio del invierno.

Ness: Así que no renuncias a darme órdenes.

Zac: Esto no tiene nada que ver con dar órdenes a nadie. Hay muchas razones por las que no deberías vivir allí.

Ness: Ésas son tus razones, no las mías.


Llegaron a la parte trasera de la panadería, donde Vanessa había dejado su coche aparcado en un cobertizo. Vanessa se descubrió presa de todo tipo de sentimientos contradictorios. A su pesar, se alegraba de verle. Y, le emocionaba saber que estaba preocupado por ella. Pero, al mismo tiempo, le enfadaba.

Ness: Mira lo que vamos a hacer. Te llamaré todas las noches para decirte que el asesino del hacha me ha dejado vivir un día más.

Zac: Para mí no es suficiente.

Ness: Para mí sí, así que tendrás que conformarte con eso.

Zac permaneció en silencio mientras pasaba el equipaje del maletero de su coche al de Vanessa.

Muy bien, pensó Vanessa. Que se enfadara todo lo que quisiera. Ella no tenía la culpa de que estuviera tan preocupado.

Ness: Sé cuidar de mí misma -le aseguró-. Lo he hecho durante toda mi vida y puedo seguir haciéndolo ahora. Vamos a pasar un momento por la panadería. Quiero darte un Napoleón.

Entraron por la puerta trasera y fueron recibidos por una cacofonía de ruidos: el estruendo de las bandejas, el zumbido del molinillo eléctrico, las notas de jazz del aparato de música...

Vanessa tomó aire y el olor a levadura invadió hasta la última célula de su cuerpo. Estaba en casa. Había tenido que irse para ser consciente de hasta qué punto aquel lugar formaba parte de ella. Le gustara o no, llevaba la panadería en la sangre, en cada uno de sus huesos. Era algo íntimamente unido a su alma.

Leslie: Aquí tenemos a nuestra urbanita -salió del despacho y la envolvió en un abrazo-. Esta panadería no ha sido lo mismo sin ti. Pero quiero que sepas que nos las hemos arreglado bastante bien -miró a Zac-, por lo menos la mayoría de nosotros.

Zac la miró con el ceño fruncido.

Zac: Estoy intentando convencerla de que no se vaya a la cabaña.

Leslie: ¿Por qué no? Es un lugar perfecto, está alejado de todo. El lugar ideal para escribir un libro.

Miley: He oído decir que te vas a mudar a la cabaña de invierno -entró en aquel momento desde la tienda- Vas a estar genial allí -dijo, con el rostro resplandeciente de alegría-. Te encantará. Nosotros pasamos el verano pasado en el campamento Kioga y fue fantástico.

Ness: Gracias -les dijo enfáticamente a Miley y a Leslie-. Me alegro de que por lo menos a alguien le parezca una buena idea.

Subió al piso de arriba. Quería ir a su despacho para llevarse unos archivadores. Miley la siguió.

Miley: Tengo que decirte algo.

Ness: Muy bien.

Miley: En privado -miró por encima del hombro y entró en el despacho-.

Ness: ¿Estás bien?

Miley: Sí.

Pero su rostro había pasado de estar resplandeciente a adquirir el tono de una tortilla fría. Tenía gotas de sudor en la frente y en el labio superior. Al verla, Vanessa sintió una punzada de preocupación.

Miley se frotó las manos en el delantal.

Miley: Tengo náuseas de vez en cuando, pero no estoy enferma. Estoy embarazada.

Aquella declaración tuvo en Vanessa el mismo efecto que un puñetazo en el estómago. Miley embarazada. Era sólo una niña.

«Muy bien», se dijo, «respira hondo». Intentó imaginarse lo que estaba sintiendo Miley. Aquello era algo enorme. Y Miley no era ninguna estúpida. Seguro que era consciente de lo que aquel embarazo representaba para su vida.

Miley cerró la puerta tras ella y se sentó enfrente de Vanessa. Le temblaba la barbilla y respiraba con fuerza, pero no tardó en recobrar la compostura y mirar a Vanessa con expresión firme.

Miley: No sé por dónde empezar.

Ness: ¿Qué tal si empiezas contándome cualquier cosa que te apetezca? Es posible que no tenga respuestas, pero te aseguro que no voy a juzgarte, y tampoco voy a enfadarme contigo.

Miley dejó caer ligeramente los hombros.

Miley: Gracias.

Era extrañamente gratificante saberse depositaría de las confidencias de una prima. Pero se sentía al mismo tiempo muy impotente. ¿Qué podía decirle a aquella chica, qué podía hacer por ella para ayudarla?

Miley comenzó a hablar de forma muy controlada.

Miley: Todo ocurrió antes de que mi madre se fuera a Europa. Entre eso y lo del divorcio, yo estaba hecha polvo. Y después comenzaron a presionarme con todo lo de la universidad, ¿sabes?

Ness: Lo siento, la verdad es que no lo sé -le explicó-. Yo crecí en un ambiente muy diferente al tuyo. Aunque supongo que podría decir que sé lo que es sentirte obligada a hacer algo que no quieres. A lo mejor eso es algo que tenemos en común. Entonces, ¿tú no quieres ir a la universidad?

Miley: No, algo que, en mi antiguo colegio, equivalía a decir que no quieres respirar. Era algo completamente inusitado.

Vanessa imaginaba perfectamente lo triste que debía estar Miley en aquel momento, anhelando una vida completamente diferente. Philip le había hablado de la situación de su hermano Greg. Por lo visto, aquel divorcio había sido una tortura para los padres de Miley y, probablemente, para Max y ella también.

Vanessa rodeó el escritorio y tomó las manos de su prima. Tenía todas las uñas mordidas.

Ness: Dime cómo puedo ayudarte.

Miley alzó sus maravillosos ojos hacia Vanessa.

Miley: Tú ya me estás ayudando... -bajó la mirada-. Es todo muy extraño. Voy al colegio, salgo con mis amigos y tengo la sensación de estar haciendo una vida normal. Y de pronto, ¡zas! Me acuerdo de que estoy embarazada. Y eso me hace sentirme como si fuera de otro planeta.

Vanessa todavía recordaba lo asustada que estaba Ashley cuando se había quedado embarazada. Recordaba cómo había ido evolucionando su embarazo, cómo había ido cambiando su amiga. Al ver recorrer los pasillos del instituto a una adolescente embarazada, daba la sensación de que ésta vivía al margen del resto del mundo, como si sólo existiera en una especie de burbuja privada a la que nadie se acercaba. ¿Continuarían siendo las cosas así?

Ness: No puedo decir que tenga mucha experiencia en ese tipo de cosas, pero sí en ser adulta. Cuando estás creciendo, vives deseando que llegue el día en el que nadie te diga lo que tienes que hacer. Sin embargo, cuando llega ese momento, a veces desearías tener a alguien que pudiera darte algún consejo.

Miley dejó escapar un trémulo suspiro.

Miley: Lo dices en serio...

Ness: Cuando yo tenía tu edad, sentía lo mismo que tú. Estaba deseando graduarme en el instituto para marcharme de Avalon.

Miley: ¿Y qué ocurrió?

Ness: Murió mi abuelo, y mi abuela y yo tuvimos que hacernos cargo de la panadería. Aun así, todo podría haber salido como lo había previsto, porque la abuela podía contar con la ayuda de Leslie y todo el pueblo la adoraba. Pero después tuvo un derrame cerebral. Nunca me pidió que me quedara, pero yo supe que tenía que hacerlo. Seguramente, mi abuela habría encontrado la manera de arreglárselas sola. ¿Pero cómo iba a hacerle una cosa así? No podía marcharme -se interrumpió, atravesada por el recuerdo de todos los planes que había hecho, por el recuerdo de cómo se había visto obligada a abandonarlos-. Terminé llevando la casa y la panadería y ocupándome de mi abuela, y los años fueron pasando sin que apenas me diera cuenta.

Miley: ¿Te habría gustado que las cosas fueran diferentes?

Antes del viaje a Nueva York, le habría dicho que sí inmediatamente. Pero después de aquella experiencia, era consciente de que su vida no había estado tan mal. Aunque no hubiera sido una vida glamurosa o excitante, había vivido en un lugar que sentía como suyo y había dirigido una panadería estando rodeada de gente que la quería.

Ness: Es curioso -intentó explicarle a Miley-, pero al final las cosas tienden a salir bien, aunque no tengan nada que ver con lo que nosotros teníamos en mente. Recuerdo que cuando estaba en el hospital, en la sala de espera, y los médicos me pidieron que decidiera lo que iba a ser de mi abuela, me quedé paralizada. Habría dado cualquier cosa para que otro tomara esa decisión por mí. Pero no tenía a nadie. Tuve que tomar una decisión y asumir las consecuencias. No es tan terrible como puede parecer -se precipitó a añadir, y posó la mano en el hombro de su prima-: Decidas lo que decidas, la experiencia te enseña y te ayuda a crecer de una forma que uno ni siquiera habría sido capaz de imaginar.

Miley: Espero que tengas razón porque yo... he decidido tener el bebé. Mis padres lo saben y están de acuerdo conmigo. Bueno, todo lo de acuerdo que pueden estar en estas circunstancias. No sé si es la mejor decisión o no, pero no sería capaz de abortar. Ahora mismo mi familia está rota, pero supongo que mi bebé y yo también seremos una familia.

Ness: Ya veo. Vaya, felicidades -sentía que se encogía por dentro-.

Miley era muy joven y tener un hijo entrañaba una gran responsabilidad.

Miley: ¿Entonces estoy despedida? -preguntó metiendo la mano en el bolsillo-.

Vanessa se rió con incredulidad.

Ness: No puedes estar hablando en serio. Claro que no estás despedida. En primer lugar, me encanta que trabajes aquí y, en segundo lugar, es ilegal despedir a alguien porque esté embarazada.

Miley: Muy bien -se levantó y dejó escapar un suspiro de alivio-. Será mejor que vuelva al trabajo. Esto es una locura. Tan pronto estoy asustada como absolutamente ilusionada.

Ness: No te culpo. Creo que todas las futuras madres sienten algo parecido. Pero todo saldrá bien.

No tenía la menor idea de si era o no cierto, pero quería que lo fuera. Y sabía que Miley también. Ser madre a tan tierna edad era una de las cosas más difíciles a las que podía enfrentarse una mujer. Algunas superaban con éxito aquella dura prueba, como Ashley. Otras, sin embargo, fracasaban. Y la madre de Vanessa era el mejor ejemplo.

Miley abrió la puerta y se detuvo un instante.

Miley: ¿Y tú? ¿Quieres tener hijos algún día?

Ness: Antes tendré que empezar a salir con alguien.

Miley: ¿Pero tú y Efron no...?

Ness: No -contestó rápidamente-. ¿Por qué todo el mundo me lo pregunta?

Miley: Simple curiosidad -y bajó a la cafetería-.

Cuando minutos después bajó Vanessa, no había ningún cliente. Troy le estaba enseñando algo a Zac en el ordenador.

Ness: ¿De quién son esas fotografías? -preguntó mirando por encima del hombro de Zac-.

Troy: Las ha hecho Miley.

Miley le tendió a Vanessa una taza de café.

Miley: Las he descargado en el ordenador como salvapantallas. Espero que no te importe.

Zac se apartó para que Vanessa pudiera ver las fotografías. Todas estaban hechas en la panadería, pero no eran únicamente fotografías documentales. Había algo inesperadamente cálido en aquellas imágenes: un primer plano de las manos de Leslie amasando la masa, el rostro resplandeciente de un niño contemplando las bandejas de dulces del mostrador. Una bandeja recién salida del horno con las hogazas alineadas con precisión geométrica.

Ness: Son increíbles. Eres una gran fotógrafa, Miley.

Troy le dio un codazo a Miley.

Troy: Te lo dije.

Miley se aclaró la garganta.

Miley: Me preguntaba si me dejarías colgarlas en la cafetería.

A Vanessa le pareció una gran idea.

Ness: Sí, pero tendrás que prometerme que las firmarás y me dejarás enmarcarlas.

Miley: Vaya, claro -pareció sorprendida y Troy sonrió con orgullo-.


Zac: Ha sido un gesto muy generoso -comentó mientras salía de la panadería-.

Ness: En realidad, nos beneficiará a las dos. Miley ha hecho un gran trabajo y tengo ganas de cambiar la decoración de la cafetería. Cuando me fui, no estaba completamente convencida de que la panadería pudiera funcionar sin mí.

Zac: ¿Y ahora?

Ness: Ahora estoy gratamente sorprendida -abrió el coche y apartó la nieve del parabrisas. En la acera de enfrente, un grupo le llamó la atención. Miró hacia allí y vio a Olivia saliendo de una tienda de ropa-. Oh, Dios mío -musitó-.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Son la madre de Olivia y sus abuelos. Olivia me advirtió que vendrían para ayudarla a organizar la boda. ¿Crees que todavía estoy a tiempo de esconderme?

Zac: Estoy seguro de que ya te han visto.

Efectivamente. Olivia alzó en aquel momento la mano para saludarla. Sólo por un instante, Vanessa sintió cierto resentimiento. Allí estaba Olivia, rodeada de sus padres y abuelos, sonriendo como si le hubiera tocado la lotería. Y le había tocado, por supuesto. Había nacido en el seno de la familia Hudgens, todavía conservaba a sus padres y a todos sus abuelos y estaba planeando una boda con el hombre de sus sueños. Era más joven que Vanessa, había recibido una educación mejor. Era difícil no hacer comparaciones. Y más difícil todavía no estar resentida con su hermana.

Esperaba que ninguno de aquellos sentimientos se reflejara en su rostro mientras cruzaba la calle junto a Zac para ir a saludar a su familia. Aquello sería tan embarazoso para ellos como para ella. Obligándose a sonreír, saludó a la madre de Olivia, Pamela Lightsey y a sus abuelos, Samuel y Gwen Lightsey. Pamela parecía ser la quinta esencia de la alta sociedad de Manhattan, una belleza que resplandecía, literalmente, de la cabeza a los pies. Los pendientes de brillantes destellaban bajo un sombrero de piel de aspecto carísimo. A pesar del frío, tenía hasta la última pestaña en su lugar y sonreía con una amabilidad exquisita.

Pamela: ¿Cómo estás? -le preguntó a Vanessa-.

Pero su mirada parecía estar diciendo algo diferente. Algo así como, «así que ésta es la hija de la amante de mi marido».

Gwen y Samuel eran una pareja de aspecto adinerado de unos setenta años. Advirtió en la mirada de Gwen una fría desaprobación que le resultaba absolutamente comprensible. Treinta años atrás, los Lightsey tenían un futuro perfectamente planeado para su hija. Pamela iba a casarse con el hijo de sus mejores amigos y todos formarían una gran familia feliz. Pero Philip había conocido a Anne. Aquella aventura sólo había durado un verano y al final, Philip se había casado con Pamela, pero, evidentemente, no había sido un matrimonio feliz. Vanessa tenía la sensación de que culpaban a Anne de aquel fracaso. Si no la hubiera conocido, a lo mejor aquel matrimonio habría durado para siempre.

Los Lightsey saludaron a Zac con calor y mencionaron que conocían a su padre.

Vanessa y Olivia intercambiaron una mirada y esta última le dijo a su hermana moviendo los labios «lo siento».

Vanessa le dirigió una sonrisa conciliadora.

Ness: ¿Cómo van los planes de boda?

Olivia: Bastante bien. Y me gustaría pedirte algo. Me encantaría que fueras mi dama de honor.

Pamela se tensó como si alguien hubiera deslizado un cubito de hielo por su espalda y Vanessa comprendió que era la primera noticia que la madre de Olivia tenía al respecto. Vio que Pamela apretaba los labios con un gesto de desaprobación. Era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo para no decir nada.

Aunque Vanessa tuvo la tentación de aceptar inmediatamente, se recordó a sí misma que el día de su boda tenía que ser un día muy especial para Olivia y que se merecía algo mejor que ver a su madre sufriendo.

Ness: Olivia, me siento muy halagada, pero...

Olivia: Nada de peros. Eres mi única hermana. Me encantaría que participaras en la ceremonia.

Ness: Me gustaría pensármelo -le pidió-. Cuando haya tomado una decisión, te avisaré.

Samuel Lightsey la estaba estudiando con atención.

Samuel: Te pareces mucho a tu madre. El parecido es extraordinario.

Gwen le agarró entonces del brazo. Vanessa sospechó que lo hizo para que dejara de hablar. Le sonrió educadamente.

Ness: No sabía que había conocido personalmente a mi madre.

Samuel se aclaró la garganta.

Samuel: Es posible que no me haya expresado correctamente. La vi de pasada, hace mucho tiempo.


Zac se negaba a permitir que Vanessa condujera sola hasta el campamento Kioga a menos que hubiera despejado él personalmente la carretera, y Vanessa se alegró sinceramente de su ayuda. También insistió en que se llevara a Rufus, uno de sus perros. Rufus iba en el asiento de atrás, llenando el coche de olor a perro mientras miraba ansioso por la ventana. Los afilados alerones del quitanieves iban desplazando la nieve de la carretera y, al mismo tiempo, iba cayendo la sal y la grava desde la parte posterior de la camioneta. Vanessa seguía a Zac lentamente, dejando suficiente espacio entre los vehículos para que no cayera sobre ella la grava. Los árboles que flanqueaban la carretera tenían las ramas cubiertas de nieve. El paisaje era tan hermoso que a Vanessa no le importaba verse obligada a conducir tan despacio.

Ness: «No me he expresado bien» -musitó mientras conducía-. Me temo que el abuelo de Olivia me ha mentido -intentó imaginar por qué-.

Probablemente, la respuesta se había perdido en el pasado.

La distrajo un conejo blanco que cruzó en aquel momento la carretera. Rufus comenzó a ladrar, llenando de vaho los cristales. Vanessa aminoró la marcha para dejar que el conejo cruzara la carretera y lo vio adentrarse en el bosque, hasta que su piel blanca se fundió con el color de la nieve. Rufus se tumbó de nuevo en el asiento, aullando su decepción.

Durante el resto del trayecto, Vanessa condujo con más cuidado.

Cuando llegaron al campamento, Zac utilizó la máquina quitanieves para despejar un espacio en el aparcamiento. Se dirigieron después a inspeccionar la cabaña en la que iba a alojarse Vanessa. Rufus corría y ladraba feliz entre la nieve.

Zac: No me parece una buena idea -repitió por enésima vez-.

Ness: Ya me lo has dicho -caminaba con la nieve hasta las rodillas, una nieve tan ligera como el aire, y rodeada de los copos que continuaban cayendo-. No seas tan aguafiestas -le pidió mientras sacaba la llave que le había dado Jane-. Ven a ver la cabaña conmigo.

Cruzaron el arco de la entrada. Todo el complejo parecía un lugar de cuento. El edificio conocido como el pabellón de invierno era el más antiguo de todo el campamento. Lo habían construido sus fundadores, la familia Gordon, que había emigrado de Escocia en los años veinte. Vanessa fijó la mirada en aquel sólido edificio, preguntándose si también Zac estaría pensando en la última vez que habían estado allí. A lo mejor ni siquiera se acordaba.

Ness: Hogar, dulce hogar.

Zac: Esto me recuerda a las novelas de Stephen King.

Evidentemente, no eran muy románticos los recuerdos que tenía asociados a aquel lugar.

Ness: Oh, calla, es perfecto. Si no soy capaz de terminar aquí el libro, es que nunca seré una escritora -abrió la puerta emocionada-.

Habían reformado el interior el verano anterior y el resultado era espectacular. La chimenea se elevaba hasta el techo, un techo abuhardillado y con las vigas de madera al descubierto. Cerca de la cocina y de la zona del comedor había una estufa de leña de esmalte rojo. Encima del comedor estaba el dormitorio, al que se accedía por una escalera de madera. Era un espacio decorado con un lujo añejo, con un baño anexo y un rústico escritorio de madera colocado bajo la ventana que daba al lago.

Zac encendió el calentador del agua y los fuegos de la estufa y la chimenea. Vanessa salió del dormitorio con una sonrisa radiante.

Ness: Estoy comenzando a ser una auténtica Hudgens.

Zac: Sigo pensando que estás loca.

Ness: ¿Estás de broma? La gente paga una fortuna por alojarse en lugares como éste. Deberías alegrarte por mí.

Zac: No me hace ninguna gracia dejarte en medio de la nada.

Ness: Por si no lo has notado, estamos a muy poca distancia del pueblo. Tengo electricidad y teléfono, así que no hables como si estuviera yendo a la deriva sobre un témpano de hielo -le entraban ganas de acariciarle la frente para borrarle el ceño, pero resistió la tentación-. Necesito hacer esto Zac, empezar a vivir por mi cuenta. Seguramente es algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Y éste es un lugar completamente seguro. Recuerda que mi abuelo solía venir aquí a pescar todos los inviernos. A lo mejor hasta yo pruebo suerte con la pesca.

Zac: Te juro por Dios que como se te ocurra caminar por el hielo, te sacaré esposada de aquí.

Vanessa se echó a reír para disimular la impresión tan agradable que le produjo imaginarse siendo esposada por Zac.

Ness: Nuevas noticias, Zac. Soy una mujer adulta, no tienes por qué hacerte cargo de mí.

Zac: A lo mejor no, pero, ¿sabes una cosa? Soy el jefe de policía de Avalon y este lugar pertenece a mi jurisdicción. Así que no te sorprenda si decido patrullar de vez en cuando por aquí.

Ness: No serás capaz.

Zac: Ya lo verás.

Ness: Estás completamente loco.

Zac: Lo que es una locura es que te quedes aquí. Maldita sea, Vanessa, ¿por qué estás siendo tan cabezota?

Ness: No es una cuestión de cabezonería. Es una declaración de independencia. Lo he perdido todo, Zac. Y lo único que hace soportable tantas pérdidas es tener la oportunidad de empezar desde cero.

Zac: Esto no es empezar desde cero, es esconderte.

Ness: Piérdete, Zac.

Zac: Lo he intentado, pero no ha funcionado.

Ness: Por favor, Zac -le pidió a punto de perder la determinación-, vete de aquí. Será mejor que te vayas o...

Zac se quitó los guantes.

Zac: ¿O qué? ¿Llamarás a la policía?




¡Por el amor de Dios, Efron! ¡Dile ya lo que sientes para que no piense que eres un neurótico! 😒

¡Gracias por leer!


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