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martes, 17 de enero de 2017

Capítulo 15


El aroma a café recién hecho fue despertando lentamente a Zac. Vanessa. Ese primer pensamiento acudió a él como el último y precioso resto de un sueño casi olvidado, y por un instante llegó a pensar que quizá lo había soñado todo. Su presencia seguía allí, un leve calor en la cama a su lado, donde había pasado la noche en sus brazos. El olor de su cabello en la almohada.

Y supo en lo más profundo de su alma que ninguna mañana en la historia del mundo podría ser jamás tan maravillosa como aquélla.

Vanessa Hudgens. Volver a encontrarla había sido un pequeño milagro, como descubrir un diamante entre la nieve.

Estaba en la cocina, aparentemente hipnotizada por el aromático goteo de la cafetera. Se había puesto unos calcetines suyos y un viejo suéter de hockey. Su maquillaje había desaparecido y estaba despeinada. Parecía una verdadera diosa.

Zac: Feliz Navidad -le dijo apareciendo por detrás-.

Deslizó las manos por su cintura y la besó en el cuello.

Ness: Lo mismo digo -repuso con tono dulce, apoyándose contra él-. Quería buscar algo de música navideña en la radio.

Zac estiró una mano sobre el mostrador, encendió el aparato y buscó en el dial. Un antiguo y conocido villancico empezó a sonar en la habitación: Dios, haz felices a los hombres.

Zac: Buena idea -dijo mientras la llevaba de regreso al dormitorio, a la cama todavía caliente e invitadora-.

El corazón se le disparó de gozo, porque sabía exactamente lo que iba a hacer, en los momentos siguientes y durante el resto de su vida. Jamás había estado tan seguro de algo.

Ness: Estaba intentando hacer café… -protestó-.

Zac: Ese trasto tarda una eternidad.

Se dispuso a protestar de nuevo, pero de repente su expresión se suavizó. Alzó la mirada hacia él con el corazón en los ojos.

Ness: Bien.


Zac: ¿Crees que ya estará listo?

Ness: ¿Qué es lo que estará listo?

Vanessa era consciente de la sonrisa que se le extendía por la cara. Se empeñaba en no desaparecer. Era como si hubiera nacido con ella y fuera a acompañarla para siempre.

Zac: El café.

Ness: Supongo que sí. Empezó a salir hace como una hora…

Zac rodó a un lado de la cama, ofreciéndole una tentadora vista de su cuerpo desnudo, y agarró el despertador de la mesilla.

Zac: Oh, Dios.

Ness: ¿Qué pasa?

Zac: Se suponía que tenía que estar en casa de mis padres.

Vanessa se sintió un tanto defraudada pero disimuló su decepción desviando la mirada y sacudiéndose la melena. Que todo hubiera cambiado para ella no significaba que hubiera sucedido lo mismo para el resto de la humanidad. Uno de los más dolorosos descubrimientos que había hecho de adulta era que el mundo no giraba a su alrededor. Y, esa mañana, la realidad permanecía al acecho, dispuesta a abalanzarse como un depredador sobre su felicidad.

Ness: Será mejor que te vayas duchando -le dijo a Zac, adoptando un tono práctico-. Pediré un taxi por teléfono.

Zac: Está muy cerca de aquí. Se puede ir caminando.

Ness: El taxi es para mí. Tengo que irme.

Se volvió de nuevo hacia ella, atrayéndola hacia sí.

Zac: ¿Adónde?

Vaciló. Su familia solía dormir hasta tarde en Navidad. Se levantaban, intercambiaban sofisticados regalos, hacían un desayuno-almuerzo con champán y luego se iban de vacaciones, a esquiar o a tomar el sol en algún lugar exótico. Hacía mucho tiempo que aquel programa de actividades había dejado de atraer a Vanessa. Simplemente se apuntaba porque no solía tener otra cosa que hacer.

Ness: Al apartamento de mis padres, supongo -se sintió obligada a decir-.

Zac: Llámalos y diles que no puedes ir.

Ness: ¿Por qué no puedo ir? -le preguntó, mirándolo-.

Zac: Porque vas a venir conmigo -anunció-. Te encantará mi familia. Y tú les encantarás a ellos.

Su rostro, oscurecido por una sombra de barba, lucía una sesgada sonrisa que la obligó a recurrir a toda su fuerza de voluntad para resistirla.

Ness: No -dijo, levantándose de la cama-.

Fue recogiendo una a una todas las prendas de ropa, sintiendo un cosquilleo de placer al evocar lo ocurrido la noche anterior.

Zac: Acuérdate de lo que te dije -se levantó y volvió a atraerla hacia sí-. No soy hombre de aventuras de una sola noche.

Ness: Me acuerdo -se estremeció en sus brazos, enfrentada en aquel momento a la decisión que había tomado de cambiar su vida-

De hecho, era diferente. Era una mujer nueva.

Zac: Y eso es lo que será lo nuestro si te vas ahora -añadió-: una aventura de una sola noche.


Media hora después, ataviada con su vestido de alta costura a excepción de la malla dorada, y con un abrigo que le había prestado Zac, Vanessa salió a la calle la mañana de Navidad. Las campanas de la iglesia repicaban con gozoso abandono y a lo lejos se oían alegres villancicos.

La ventisca había amainado y el sol asomaba entre las nubes. Una luminosa alfombra blanca lo cubría todo, convirtiendo los coches aparcados en gigantescos algodones de azúcar, y los montones de basura en brillantes esculturas de hielo. Niños felices jugaban en las calles mientras sus padres, con tazones humeantes en las manos, los miraban desde portales y bancos. Los críos probaban sus esquíes y sus trineos nuevos.

Se encontraron con una niña de ojos oscuros y tímida sonrisa que cargaba con una gran caja mientras caminaba junto a su madre.

**: Zac -le dijo-, mira lo que ha traído Santa… -levantó la tapa para enseñarle un par de patines de hockey nuevos-.

Zac hizo un guiño a la madre y a la hija le bajó cariñosamente el gorro de lana.

Zac: Debes de haberte portado especialmente bien este año, jovencita.

**: Vamos a Prospect Park a estrenarlos ahora mismo.

Se despidió de ellos con la mano mientras se alejaban hacia la parada de autobús.

Zac: Es una de mis mejores laterales izquierdos -informó a Vanessa-.

Ness: ¿Así que está en tu liga infantil de hockey?

Zac: Sí. Por el momento -frunció el ceño con gesto preocupado-.

Ness: La falta de fondos es el gran problema, ¿verdad -se quedó mirando a la madre y a la hija en la parada de autobús, con sus caras rebosantes de felicidad-. Pues no tiene por qué ser así.

Zac: Lo sé. Mejor trabajo de relaciones públicas, más donaciones. Pero no podemos permitirnos contratar a un profesional.

Ness: Podréis hacerlo si ese profesional os lo hace gratis.

Zac enarcó una ceja.

Zac: ¿De veras? ¿Y cuándo vas a tener tiempo para eso?

Sonrió, repentinamente segura de sí misma. Más de lo que lo había estado nunca en toda su vida.

Ness: A partir de ahora, tendré ese tiempo. Mi agencia abrirá un departamento de actividades solidarias sin ánimo de lucro.

Zac la agarró del brazo, sonriendo.

Zac: Ventajas de ser la jefa de tu propio negocio, supongo.

Caminando junto a él, se sentía más ligera que el aire. Como si la hubieran arrancado de un largo letargo y finalmente hubiera despertado a la vida. Aquél era el mundo de Zac, su colorido, ruidoso e imperfecto mundo, que tenía mucho más sentido para ella que el suyo propio. Él formaba parte de aquel barrio, de aquella calle flanqueada de árboles y llena de familias y de risas.

Mientras caminaba a su lado, aquel mundo parecía envolverla en un inmenso abrazo. Se oyó a sí misma tararear villancicos con los cantantes callejeros y reír a carcajadas viendo a una familia jugar con un perrillo retozón, con un lazo al cuello. Algo cálido y auténtico no dejaba de bullir en su interior y, al final, después de aquella larga y extraña noche, supo al fin lo que era. Era tan sencillo… Era la felicidad, pura, sin pretensiones y más real que la fresca nieve que crujía bajo sus pies.

Ness: Soy tan feliz como un colegial -dijo con una carcajada, citando las palabras de un cuento que había leído de Dickens-. ¡Tan mareada de felicidad como un borracho!

Zac rio con ella y la acercó hacia sí.

Zac: Es una suerte que huelas mejor…

El dulce anhelo que había sentido por Zac tantos años atrás nunca había llegado a desaparecer. No había hecho más que crecer, alimentado en las oscuras, secretas entretelas de su corazón. Las cosas que verdaderamente importaban habían quedado enterradas bajo la sofocante presión de la ambición y las expectativas, de todo aquello que se había apoderado inadvertidamente de su vida. Pero ahora era libre, y sabía que su rostro resplandecía de gozo cuando lo miraba, porque podía ver esa misma alegría reflejada en sus ojos.

No hablaron durante el corto trayecto hasta la casa de Prospect Park West donde Zac se había criado. Finalmente, una vez frente al edificio, Vanessa no pudo permanecer callada por más tiempo.

Ness: No te imaginas lo nerviosa que estoy.

Zac se volvió para mirarla.

Zac: Y tú no te imaginas el tiempo que lleva mi familia esperando a que traiga a casa al amor de mi vida.

No pudo respirar, ni pensar. Nunca había sentido aquello antes, pero de algún modo reconoció el sentimiento. Era un sueño hecho realidad. Su sueño. El tiempo que se extendía ante ella era suyo. Le correspondía a ella decidir cómo pasarlo. Podía continuar proyectándose hacia delante, impulsada por la ambición, hacia el oscuro destino que había vislumbrado en la mirada desesperada de Amber cuando estuvo a punto de arrojarse por aquel puente. O podía escoger un camino diferente hacia un novedoso e inesperado destino.

Ness: Más o menos el mismo tiempo que yo he estado esperando a conocerlos.

La sonrisa de Zac se tornó repentinamente tímida.

Zac: Antes de entrar, necesito entregarte algo.

Ness: ¿Qué? -frunció el ceño-.

Rebuscó en su bolsillo.

Zac: Quería habértelo dado anoche.

Ness: ¿Entonces por qué no me lo das ahora? -el corazón se le había disparado de emoción-.

En mitad de la acera nevada, clavó una rodilla en tierra y le entregó una cajita.

Zac: Vanessa Hudgens, esto significa para mí más de lo que imaginas.

Los paseantes intentaban ser educados y no quedárselos mirando, pero lo hacían de todas formas, sonrientes. No importaba. Nada más importaba excepto aquel momento, ellos dos, la calidez que flotaba entre ambos.

Las manos le temblaban cuando abrió la caja. Se quedó sin aliento mientras sacaba un llavero con un patín de plata.

Ness: ¿Cómo has conseguido esto?

Zac: No preguntes -le dijo con una sonrisa-. Es magia.

Se lo quedó mirando mientras su corazón se ponía a cantar cada villancico y cada balada de amor que había escuchado en su vida.

Zac: Uno de estos días -le prometió-, te regalaré un anillo, como corresponde -se levantó-. Y tú tendrás que decirme que sí, Vanessa. Porque, bueno… te quiero. Siempre te he querido.

Emocionada, sintió las lágrimas rodando por sus mejillas.

Ness: Lo sé -susurró-. Ya lo sabía, Zac. Te amo. Siempre te amaré.

Cerró los dedos sobre el patín de plata, consciente de que el verdadero regalo era algo que no había esperado y que quizá ni siquiera se merecía: una oportunidad de cambiar de vida.

Enterró la cara en su hombro y aspiró profundo. Todas las preocupaciones del mundo se desvanecieron de golpe. «Lo prometo», pensó. «Prometo que no lo estropearé esta vez».

Permanecieron así durante un buen rato, con la Navidad explotando a su alrededor, hasta que finalmente se apartó para guiarla hacia la casa. Abrió la puerta directamente a una grande, ruidosa, atiborrada cocina que olía a pan recién horneado y vibraba de risas y conversaciones. Todo el mundo se volvió para mirarlos cuando entraron.

Zac: Esta es Vanessa -anunció-. Ya estamos en casa.


FIN




¡Qué cuento Navideño tan bonito! A mí me enamoró y espero que a vosotros también. Una película de esta novela sería preciosa.

Bueno, la Navidad se acabó pero en este blog todavía sigue porque me quedan más novelas navideñas para vosotros. La próxima es muy bonita, espero que os guste.

¡Gracias por los coments y las visitas!
¡Comentad!

¡Besis!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó ❤
Esta novela fue muy tierna. Y si una película de esto sería genial y más aún si es con Zanessa.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Que novela tan linda
Mas queremos mas
Sube pronto!!!!
Lindo final



Saludos

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