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sábado, 7 de enero de 2017

Capítulo 11


El trabajo de Vanessa en el Acontecimiento Hudgens llevaba tiempo terminado. Lo que se suponía que debía hacer en aquel momento era relajarse, disfrutar de la fiesta y asegurarse de que todo el mundo se lo pasara de maravilla.

Pero esa noche era diferente. Era Nochebuena, los clientes eran sus propios padres y estaba a punto de conseguir el contrato del siglo. En medio de todo ello, se suponía que tenía que olvidarse de sus problemas, de que su mejor amiga la había traicionado y de que la había plantado su novio.

Y sin embargo no era eso lo que la ponía tan nerviosa durante su vertiginoso ascenso a la planta treinta y uno, la del apartamento de los Hudgens. Sonriendo al ascensorista, tuvo que reconocer para sus adentros que el origen de su aprehensión era algo, o alguien, por completo diferente. No había por qué negarlo. Sólo el hecho de estar cerca de Zac Efron, o de pensar siquiera en él, le producía una excitación incómoda por su intensidad. Ya no era una jovencita ingenua, y sin embargo con Zac se sentía joven, ligera y llena de sentimientos y sensaciones que había creído hacía mucho tiempo perdidos.

Al mirarse de reojo en el espejo ahumado del ascensor, descubrió que se había ruborizado. El rubor nacía bajo el cuello de su perfecto vestido de noche. No había enrojecido así en años, aunque ése siempre había sido un rasgo común y ciertamente embarazoso de su persona. «El rojo arrebato de la pasión», como antaño lo había llamado en plan bromista, en una ocasión en que una compañera de universidad le había preguntado si tenía una calentura. Inquieta, se subió el cuello del abrigo.

Cuando llegaron por fin a la planta treinta y uno, el ascensorista se llevó una mano a la gorra.

**: Feliz Navidad, señorita Hudgens.

Ness: ¿Qué? Ah, gracias. Lo mismo le deseo.

Azorada, salió del ascensor y entró en el lugar donde había pasado su privilegiada infancia. Era magnífico como siempre, uno de los apartamentos más aristocráticos de la ciudad. Y más elegante aún por los sutiles toques florales de la diseñadora que había contratado para el evento. Casi minimalista, la decoración evitaba los tradicionales adornos de acebo y muérdago en favor del buen gusto. En el vestíbulo, un par de velas de cera flanqueaban una única cala colocada en un florero de cristal tallado, todo ello sobre una mesa estilo Luis XVI. El salón había sido adaptado para la conversación y el baile. Tanto ella como la diseñadora habían convencido a su madre de que renunciara al tradicional árbol de cuatro metros de altura porque ocupaba demasiado espacio. En lugar de ello, la diseñadora había insistido en la «sugestión» de un árbol: la escultura abstracta de acero inoxidable de una rama sobre el mantel de la chimenea habría sido suficiente. Vanessa se sorprendió a sí misma arrepintiéndose de no haber discutido más con la diseñadora.

Simon, que no tenía apellido y cuyo talento era inagotable, calentaba dedos en el blanco piano Steinway. Vanessa entregó su abrigo a uno de los asistentes de uniforme, que lo llevó al cuarto de invitados que aquella noche serviría de guardarropa.

Dedicó unos minutos a hacer un rápido reconocimiento del territorio. En la amplia y bien equipada cocina, Armand orquestaba los preparativos como un controlador de tráfico aéreo. Se interrumpió el tiempo suficiente para saludarla, asegurarle que todo estaba perfecto y a tiempo, e insistirle en que probara el ceviche perfumado con tamarindo.

Ness: Excelente -le aseguró saboreando el plato de pescado crudo sazonado con lima-.

Secretamente, anheló algo tan poco elaborado como unas galletas saladas y unos daditos de queso.

El familiar sonido de los pasos de su madre la llevó de vuelta al enorme y hermoso salón, que había sido diseñado por Mongiardino. Una habitación que pareció apagarse ostensiblemente cuando entró Fiona Hudgens.

La prensa siempre había sido la especialidad de Fiona, y con razón. Se había casado con Michael Hudgens, de una familia mítica en la ciudad, y era todo lo que los medios esperaban de una mujer como ella: elegante, culta y generosa, objeto de la admiración de todos, desde el director de la biblioteca hasta el fiscal del distrito.

Esa noche lucía un Vera Wang y joyas de Cartier. Una invisible nube de Gucci Rush la envolvía.

Ness: Guau. Si no te conociera mejor, juraría que vienes de Central Casting… Estás perfecta, mamá.

Fiona sonrió y le tendió ambas manos.

Fiona: Hola, corazón. Feliz Navidad.

Se inclinaron como para besarse, pero sin llegar a hacerlo. Ni una ni otra deseaban estropearse el delicado maquillaje que daba a sus respectivos cutis un aspecto de porcelana. Fiona se apartó para observarla mejor.

Fiona: Vaya -exclamó con genuina admiración-. Ese vestido que llevas es fabuloso.

Eso mismo había pensado Vanessa la primera vez que se lo puso. A la preciosa túnica de mangas largas de algodón negro Sea Isle, el diseñador había añadido una resplandeciente malla de finísimos hilos dorados.

Ness: ¿Te gusta? -inquirió, consciente de lo mucho que había buscado siempre la aprobación de su madre-.

**: Feliz Navidad -pronunció una voz jovial-.

Michael Hudgens se reunió con ellas. El esmoquin de Armani le dada un aire de elegancia intemporal.

Vanessa lo saludó cordial, y contempló a uno y a otro con un cierto sentimiento de nostalgia. Pese a que era hija única, no formaban realmente una familia muy unida. Su más entrañable recuerdo navideño coincidía con la mayor tormenta de nieve que había sufrido nunca la ciudad. Empapados por una nevada histórica y privados durante horas de energía eléctrica, los tres habían dormido juntos arropándose con gruesos edredones cerca de la chimenea. Habían cenado sopa de lata y galletas, y jugado luego a juegos de mesa a la luz de las velas. Algo en el lento ritmo de aquel mágico día la había dejado más satisfecha que cualquier excursión de esquí o crucero de lujo.

No dudaba de que sus padres la querían, y ella a ellos, pero nunca habían llegado a compartir aquella suerte de fácil, natural afecto que tantas veces había observado en familias menos ocupadas, menos egoístas y menos pendientes de las apariencias.

Mientras sonreía confiada y les aseguraba que la fiesta iba a ser todo un éxito, pensó en todas las cosas que le habría gustado confiarles. Deseó poder hablarles, por ejemplo, de lo ocurrido con Amber y Drake. Deseó poder explicarles que se había encontrado con Zac Efron y que se sentía absolutamente confusa. Deseó poder pasar aquella Nochebuena haciendo algo más tranquilo y entrañable que aquella exclusiva fiesta. Pero, por supuesto, no podía decirles nada de todo eso.

Llegaron Ashley y Miley, e inmediatamente desataron una reacción en cadena de los preparativos de última hora, a la que siguió la llegada de los invitados por grupos. Al cabo de un rato, el Acontecimiento Hudgens estaba en marcha, con Simon ejecutando la banda sonora al piano.

Cuando Zac Efron entró en la sala, se hizo un discreto silencio, como si todo el mundo hubiera contenido el aliento a la vez. Ya mientras Vanessa se apresuraba a recibirlo, empezaron las especulaciones, un insistente murmullo que parecía correr bajo el rumor de las conversaciones. ¿Sería una joven estrella de la canción, el amor de alguna famosa, un atleta olímpico…?

Mientras se quitaba el abrigo y los guantes, se concentró únicamente en Vanessa, ajeno a la atención que suscitaba. Estaba magnífico con su traje negro, su camisa blanca y su corbata rojo burdeos.

Vanessa le estrechó la mano y esbozó una mueca.

Ness: Estás helado.

Zac: Siempre tengo las manos frías. Incluso cuando me acuerdo de traerme los guantes -se los entregó, junto con el abrigo, a un auxiliar-.

Los padres de Vanessa lo saludaron con su habitual desenvoltura, pero también con un curioso asombro que no lograron disimular del todo.

Ness: Drake no vendrá -explicó eligiendo la salida cobarde y amparándose en el público para soltarles la gran noticia-. Zac será mi pareja esta noche.

Fiona: Encantada de conocerte -le saludó con una voz perfectamente modulada-.

Ness: Es una exestrella de hockey -añadió adoptando la familiar pauta de conversación falsa e intrascendente que había convertido en un verdadero arte-.

Era una experta relaciones públicas, capaz de vender tanto personas como productos. Podía convertir actores en paro en estrellas en ascenso, artistas trasnochados en visionarios de vanguardia.

Pero el problema era que Zac parecía más bien divertido por aquella habilidad suya. Cuando ella dijo «es responsable de hacer cumplir la ley», estalló en carcajadas y dijo:

Zac: Será mejor que te saque a bailar antes de que descubra que estoy emparentado con los Kennedy -lanzando a sus padres una jovial sonrisa, se dirigió con Vanessa al centro de la pista, entre las numerosas parejas-. Ya lo entiendo.

Ness: ¿Qué es lo que entiendes?

Zac: La razón por la que lo nuestro no habría funcionado.

Ness: ¿De veras? ¿Y eso por qué?

Zac: Tus padres. Estoy seguro de que son gente estupenda, pero yo no encajo con su idea del hombre perfecto para su hija.

Ness: En aquel entonces, quizá no.

Zac: ¿Y ahora?

Ness: Ahora su presuntamente perfecta hija toma sus propias decisiones.

Zac: Ya contaba con eso, Vanessa.

Empezaron a bailar, y ocurrió algo increíble, sintió lo mismo que cuando la sacaba a patinar. Zac se movía con la gracia y elegancia de un atleta, firme su mano sobre su cintura. Había una extraña magia en la manera que tenía de guiarla, así como en la relajada sonrisa de sus labios. Se vio asaltada por su cercanía, por su calor, por la embriagadora esencia de su masculinidad.

Mientras la música llenaba sus oídos, el recuerdo y la emoción hacían lo mismo con su alma, abrigada por una felicidad más profunda y real que la que había sentido en años. Era como si hubiera estado a la intemperie durante mucho tiempo, expuesta al frío, y tuviera entumecidas algunas zonas vitales. Ahora que se estaba derritiendo, acogía gozosa el cosquilleo de dolor que venía a recordarle que estaba viva.

¿Cuándo había sido la última vez que había bailado sólo por el puro placer de hacerlo? Sólo por sentir los brazos de un hombre en torno a ella, y el inconsciente deleite de moverse al ritmo de la música. No podía recordarlo, porque las otras veces que había bailado con hombres había sido por motivos de negocios o para impresionar a alguien. Zac Efron no podía saberlo, pero en aquel momento le estaba haciendo un hermoso regalo, el simple hecho de estar con él por ninguna otra razón que bailar.

No era ninguna estúpida. Sabía que el verdadero motivo de aquella redescubierta sensación de gozo y libertad no era otro que el propio Zac. Él ejercía ese efecto sobre ella. Era por eso por lo que se había enamorado la primera noche que patinaron juntos, y por lo que había vuelto a la siguiente Nochebuena, y a la otra.

Alzó la cabeza para mirarlo. Y, para su propio asombro, se le escapó una lágrima. Rezó para que no lo notara. Pero lo notó, por supuesto.

Zac: Hey, ¿qué pasa?

Maldijo para sus adentros. La conocía demasiado bien. Siempre había sido así. Carecía de sentido esconderle sus sentimientos.

Ness: Es divertido. Me encanta bailar contigo. Es como patinar, sólo que esto se me da mejor.

Zac: Si ésta es tu idea de algo divertido… -sonrió- supongo que no quiero verte deprimida -con infinita ternura, deslizó el pulgar por el borde de su pómulo, enjugándole la solitaria lágrima-.

Su sonrisa se suavizó, y Vanessa descubrió sobrecogida una luz de sencillo y genuino afecto en su mirada.

Era algo tan distinto de la manera en que la miraban los demás hombres… Con interés, quizá. Con ambición, indudablemente. Con desconfianza o respeto, de cuando en cuando. Pero una mirada tan directa y cariñosa era algo con lo que rara vez se tropezaba. Zac le hacía sentirse importante y valorada, y no por su pedigrí social, sino por el simple hecho de estar en el mundo.

Zac: Las mujeres de mi familia suelen emocionarse también por estas fechas -le dijo malinterpretando sus lágrimas-. Mi tía Flora no puede mirar un pesebre navideño sin perder más agua que un grifo estropeado.

Vanessa decidió dejar las cosas así. Su inesperada reacción era demasiado complicada de explicar. Como tampoco intentó explicarle que si no le gustaba la Navidad era porque tenía miedo de que algo malo le sucediera. No podía arriesgarse a confesarle que la última vez que había dejado entrar a alguien en su corazón, se había sentido tan dolida que simplemente había renunciado a volver a intentarlo. Y jamás admitiría que ese alguien había sido precisamente él.

Miley: Ya ha venido -le siseó de repente, interrumpiendo su baile sin mediar disculpa-. Comienza la actuación.

Zac: Pero estamos bailando -dijo con voz neutral, pero firme-.

Miley: Lo siento, pero estamos a punto de conseguir un contrato muy importante -le informó esbozando una sonrisa destinada a deslumbrarlo-.

Pero no estaba nada deslumbrado. Vanessa se dio cuenta inmediatamente de ello.

Ness: Danos un minuto, Miley.

Miley: Medio -respondió cortante-.

Vanessa simuló mostrarse divertida mientras Miley se alejaba apresurada.

Ness: Bueno, dispones de treinta segundos. La actuación va a empezar de verdad.

Zac: Vanessa, ni siquiera yo trabajo en Navidad.

Intentó olvidarse de lo mucho que significaba bailar con él, de lo que había sentido cuando le enjugó aquella lágrima. Se recordó la importancia de conseguir aquel contrato. Y no sólo para ella. Miley y Ashley también lo necesitaban. Las tres habían levantado el negocio, o triunfaban juntas o fracasaban juntas. Y sus socias no podían permitirse fracasar. Al contrario que ella, no tenían un fondo fiduciario que pudiera respaldarlas como una red de seguridad, lista para amortiguar su caída en caso de bancarrota, o simplemente porque se aburrieran y quisieran abandonar.

Ness: Mira -le susurró a Zac-. Di mi palabra de que ayudaría a convencer a este tipo. Y no andamos sobradas de manos esta noche.

El recuerdo de Amber la deprimió. Se imaginó a su antigua amiga sola en su diminuto apartamento, preocupada por facturas sin pagar, deseando volver a su casa por Navidad. Aquella imagen no le produjo sensación alguna de justicia o de victoria moral. Era sencillamente deprimente.

Zac: Está bien -repuso de buen humor-. Yo mismo te ayudaré consumiendo más de esos sándwiches de paté.

Vanessa no pudo evitar sonreírse mientras lo veía dirigirse al camarero que sostenía una bandeja de paté de foie gras en croute. Durante la siguiente hora, Zac se mezcló sin esfuerzo con los glamurosos invitados, y con sus encantadoras maneras sedujo a todo el mundo, desde al mozo de la barra hasta el embajador de Uruguay.

Se produjo un premeditado silencio en la música y en las conversaciones cuando Axel entró en la sala. El rumor de expectación fue distinto y más espectacular que el que acogió a Zac, porque Ashley había dispuesto que Simon hiciera una pausa dramática al piano. Axel y su séquito parecían talmente maniquíes de moda europea, todos con el pelo muy corto, cargado de brillantina, y sus trajes negros que se adherían a sus cuerpos escuálidos, que probablemente subsistirían a base de Campari y cigarrillos Dunhill.

Ash: Ya lo tenemos aquí -le murmuró al oído-. El Santo Grial de los contratos. Esperemos que puedas engancharlo sin la ayuda de Amber. Vamos allá.

Vanessa empezó a desplegar su encanto sin hacer esfuerzo alguno, como si hubiera apretado un interruptor. Hizo las presentaciones y llevó al sombrío suizo al centro de la batalla. Era de una belleza impresionante, alto y esbelto con su traje italiano de corte impecable. Tenía reputación de amante fabuloso pero exigente, y casi siempre se le veía rodeado de supermodelos. Ahí era donde tenía que haber entrado Amber. Sin ella, tendrían que improvisar. Miley se adelantó con las dos chicas que había contratado, un par de huesudas actrices de ojos azules con vestidos de diseñador alquilados.

Axel se mostró amable y discreto, saludando a todo el mundo al estilo europeo. Los padres de Vanessa se quedaron embobados, era precisamente de su tipo. Por algo su árbol familiar estaba emparentado con la realeza europea. Cualquiera que llamara «tío» al príncipe Rainiero era ciertamente bienvenido en su hogar.

Y Vanessa podía sentir su atención fija en ella como un rayo de luz fría.

Axel: Su hija siempre me ha deslumbrado -declaró con un acento más delicioso que el chocolate derretido-.

Vanessa tuvo que reprimirse para no poner los ojos en blanco. Si el simple hecho de pensar en Zac le hacía ruborizarse, aquel descarado cumplido pronunciado por un multimillonario la dejó indiferente. Vio entonces a Zac por el rabillo del ojo y le indicó que se acercara.

En el instante en que se incorporó al grupo, percibió nítidamente el contraste entre ambos, que casi resultaba cómico. Zac era la viva imagen del varón americano, grande y musculoso, exudando autoconfianza y una tangible cantidad de testosterona. Axel, en cambio, era un esbelto y elegante ejemplar europeo, con una condescendiente sonrisa en sus finos labios. Cada uno percibió en el otro una latente rivalidad.

Axel: ¿Me concedes este baile? -le pidió a Vanessa, ofreciéndole su mano-.

Le brillaban las uñas, resultado de la manicura japonesa. La sonrisa de sus dientes blanqueados por el láser casi la deslumbró.

Recordándose que conseguir aquel contrato era el único propósito de la velada, Vanessa respondió:

Ness: Por supuesto -y se volvió hacia Zac-: Miley y Ashley cuidarán bien de ti.

Zac: Tranquila. De todas formas tenía que irme.

Experimentó una punzada de pánico. ¿Cómo podía abandonarla cuando apenas se habían vuelto a encontrar?

Ness: Pero…

Zac: Siempre asisto a la misa del Gallo con mi familia. Buenas noches, Vanessa. Gracias por la invitación -le dio un rápido beso en la mejilla y se volvió para marcharse-. Hasta luego.

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, Zac había desaparecido y ella estaba bailando con el santo grial, guiándolo inconscientemente hacia el fotógrafo de la revista W y lanzando una falsa sonrisa a la cámara. Los viejos hábitos tardaban en desaparecer. Era absurdo pensar que podía pasar una Nochebuena feliz con Zac Efron. Lo había intentado en el pasado y nunca había salido bien.

Se oyó a sí misma charlando despreocupadamente con Axel, oyéndolo reír con sensual apreciación mientras la guiaba por la pista de baile. Tuvo que reconocer que era un bailarín impecable. Pero no le hacía sentir como si estuviera patinando. No le hacía sentirse alegre de estar viva. No le hacía desear amar de nuevo la Navidad, como antaño.

Al final del baile, el suizo le entregó un sobre blanco.

Axel: Esto es para ti. -El sobre contenía un itinerario de viaje-. Quiero que te vengas a esquiar conmigo. Da los datos de tu pasaporte a mis ayudantes, y ellos se encargarán de las reservas y de los billetes.

Esquiar con Axel. En Gstaad. Con la realeza europea. ¿Por qué se sentía entonces tan poco impresionada?

Ness: Tiene fecha de mañana.

Axel: Sí.

Vanessa volvió a guardar el papel en el sobre.

Ness: Esto es tan inesperado… no sé qué decir.

Axel le lanzó una bien ensayada sonrisa.

Axel: Vamos… Lo esperabas. Seguro que tus padres se quedarán encantados. Si vamos a hacer negocios juntos, bien podemos divertirnos mientras tanto, ¿no te parece?

Aquél debería haber sido el más importante momento de su carrera profesional. Y de su vida, quizá. Pero no lo era.

Esbozó una sonrisa radiante, falsa, mientras espiaba su reflejo en el cristal negro del ventanal más cercano.

Ness: Ya te diré algo.

Y sin volverse para mirarlo, regresó al salón. Miley y Ashley le susurraron protestas y preguntas.

Miley: ¿Qué diablos estás haciendo?

Vanessa les puso al tanto de la invitación de Axel.

Ash: No le hagas enfadar -le advirtió-.

Ness: ¿Tenéis vuestros pasaportes al día?

Ash: El mío sí. ¿Pero qué…?

Ness: Os propongo una cosa -riendo por lo bajo, le entregó el sobre-. Es tu día de suerte. Vas a esquiar en Suiza mañana. Alojada en el Hotel Grande Suisse. Ponte en contacto con esta agencia y ellos se encargarán del papeleo.

Dejándolas boquiabiertas a las dos, y a Ashley con una sonrisa de oreja a oreja pese a su sorpresa, enfiló hacia el guardarropa. Señaló su abrigo a la asistente. Se sentía libre, ligera.

Ness: El caballero que se marchó hace un momento, ¿mencionó adónde iba?

**: No.

Era lógico que no lo hubiera hecho. Pero vivía en Brooklyn. Eso reducía las opciones.

**: Se olvidó los guantes -añadió la joven mientras se los entregaba-.

Vanessa se los guardó en el bolso.

Ness: Entonces será mejor que se los lleve yo.

Su madre se la quedó mirando, toda sobresaltada.

Fiona: ¿Estás enferma?

Ness: Nunca en toda mi vida me he sentido mejor -se inclinó hacia ella para ejecutar el ritualizado beso al aire, pero en el último momento la abrazó con fuerza, y lo mismo hizo con su padre-. Feliz Navidad -les deseó a los dos, y se dio cuenta de que era la primera vez que había pronunciado aquellas dos palabras en años-.




¡Suerte para encontrar a Zac, Vanessa! ¡A ver si acabáis juntos de una vez!

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2 comentarios:

Lu dijo...

Me encantó capitulo!!!
Ojalá que Ness encuentre a Zac y este todo bien.



Sube pronto

Maria jose dijo...

Quiero que lo encuentre
Nuy bueno el capitulo
Ya quiero saber que pasará
Sube pronto


Saludos

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