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miércoles, 5 de noviembre de 2014

Capítulo 28


8 de septiembre de 1893

Nueva York, Ness se sentía como si tuviera un nudo en el estómago.

Aunque había leído que la ciudad aspiraba a ser la nueva París, no había esperado encontrarse casi con una copia de ella. Ciertos barrios de la ciudad, con sus sólidos edificios neoclásicos, sus franjas y sus cornisas llenas de motivos botánicos y mitológicos podían haber pasado fácilmente por partes de la Rive Droite. Una iglesia en concreto, delante de la que pasó de camino al hotel, era una copia descarada de Notre Dame.

Apenas podía controlar su dificultosa respiración, aunque caminaba a la velocidad de una ley de reformas avanzando lenta y pesadamente por el Parlamento. Un tráfico ininterrumpido circulaba arriba y abajo por la avenida, un sonoro coro de cascos golpeaban el pavimento y las ruedas de los carros crujían bajo su carga. De una calle cercana llegaba el estruendo de un tren elevado. El aire, aunque menos contaminado que en Londres, emanaba las conocidas notas de caballos e industrias, aunque también olía, levemente y de forma muy exótica, a salchichas y mostaza.

Se aseguró de inspeccionar todos los hoteles, todas las tiendas y todas las mansiones de millonarios que atestaban la parte inferior de la Quinta Avenida. A pesar de todo, la distancia desapareció en un momento. De repente, se encontró en el cruce exacto, en la dirección exacta. Apretó con fuerza el mango de barba de ballena de su sombrilla y apartó con esfuerzo los ojos del lado opuesto de la calle.

No, debía de estar equivocada. Zac, con su perfecta crianza, siempre había sido muy modesto y contenido en todo lo que hacía. Pero no había nada mínimamente modesto en aquella espléndida mansión que parecía haber sido sacada, de una pieza, de la propiedad de algún noble de Centroeuropa. La fachada era de granito gris perla, el elegante tejado poligonal, de pizarra azul oscura. Las ventanas brillaban como los ojos de una belleza coqueta en su baile más triunfal. Y cada adornada línea y cada curva sensual hablaba de una enorme riqueza, generosa y barroca.

Se sentía igual que la primera vez que vio a Zac desnudo: estupefacta, sin habla, a punto de desmayarse de excitación. No iba arreglada adecuadamente. Si quería asaltar esta ciudadela en concreto, necesitaría una cantidad mucho mayor de la parafernalia de su propia riqueza y posición para convencer a un desconfiado mayordomo de que era la auténtica lady Tremaine y no una impostora cuya intención era robar la plata.

No obstante, cuando se abrió la puerta, el mayordomo la reconoció de inmediato, a juzgar por el rebote de su mandíbula contra las baldosas de mármol negro del vestíbulo. Se recuperó rápidamente, dio un paso atrás y se inclinó.

**: Milady Tremaine.

Ness se quedó mirándolo fijamente. El hombre le resultaba vagamente familiar. Estaba segura de haberlo visto antes. Estaba...

Ness: ¡Beckett!

El asombro y la culpa se confundían en sus venas. Cuando sus planes se habían venido abajo, no era la única que había recibido un castigo. Tan seguro como que la emperatriz de la India era una inglesa con sangre alemana, Beckett había abandonado repentinamente Twelve Pillars, porque Zac había descubierto su papel en el engaño. ¿Cómo podía ser que fuera, precisamente él, el jefe del personal al servicio de Zac?

Ness: Usted está... -¿Qué podía decirle? ¿Habría adivinado, con los años, cuál había sido su papel en todo aquello?-. Usted está en Nueva York.

Beckett: Sí, señora -dijo respetuosamente mientras le cogía la sombrilla, pero no le dio más explicaciones-. ¿Puedo ofrecerle un excelente té de Assam mientras nos ocupamos de su equipaje?

La antesala era soberbia; el salón, casi arrebatador en su riqueza. Había estado en palacios reales que eran menos ricos en mobiliario y arte... y qué arte, como si alguien hubiera cogido una sección de la gran galería del Louvre y la hubiera convertido en un espacio habitable. No es que no lo encontrara absolutamente de su gusto, pero ¿qué había pasado con la preferencia de Zac por las casas sobrias y los cuadros impresionistas?

Ness: No he traído equipaje -dijo. Y ahora, la pregunta funda mental-. ¿Está lord Tremaine en casa?

Beckett: Lord Tremaine ha salido a navegar con un grupo de amigos. Esperamos que vuelva esta tarde, antes de las cinco.

Seguro que no podían estar hablando del mismo lord Tremaine. Primero una mansión en la cual una María Antonieta amante de los pasteles se habría encontrado como en casa. Y ahora este empresario supuestamente tan trabajador que se iba de juerga cuando no era ni remotamente domingo.

Ness: En ese caso, volveré en otra ocasión.

De ninguna manera podía sentarse en la sala y tomar té las próximas cinco o seis horas. Resultaría muy extraño.

Empezaba a lamentar haber pedido a todos los que, en Inglaterra, conocían el paradero de Zac que no le avisaran que iba a cruzar el Atlántico para verlo. Tal vez, debería habérselo notificado por adelantado.

Beckett: Lord Tremaine da una cena esta noche. ¿Debo enviar un coche a su hotel para recoger a su señoría?

Ness negó con la cabeza. No era delante de una multitud de desconocidos como había imaginado su encuentro.

Ness: Si decido asistir, ya pediré mi propio medio de transporte. Y no es necesario que le diga nada a lord Tremaine.

Beckett: Como desee la señora.


Amber: Deberías tener hijos.

Estaba de pie, con un bonito vestido azul pastel, junto a la barandilla de la cubierta de proa de La Femme, el velero de doce metros en el que Zac navegaba por placer ahora que usaba el Amante sobre todo para los negocios. Más allá del revuelo de las cintas de su sombrero, un bosque de mástiles cabeceaba reposadamente: un millar de barcos frente a las elevadas torres del distrito financiero.

Zac levantó la vista del plato de galletas de limón que com¬partía con Marta.

Zac: ¿Cómo sabes que no los tengo?

Amber parpadeó y luego se sonrojó.

Amber: Oh -murmuró-.

No los tenía, claro. Siempre había ido con mucho cuidado. Pero, probablemente, debería haberse resistido al impulso de tomarle el pelo. La pobre joven nunca había sabido apreciar una broma. En un tiempo pensaba que era más que adorable cuando se esforzaba por entenderla. Pero también es verdad que él solo tenía quince años.

Zac: Perdóname, ha sido poco delicado por mi parte. Tienes razón, debería tener hijos. Me encantaría tener unos cuantos.

Marta: Pero ¿cómo? Mamá dice que te vas a divorciar. ¿Cómo puedes tener hijos cuando no estás casado?

Amber: ¡Marta! -exclamó con tono brusco, enrojeciendo más todavía-.

Zac: No pasa nada -Se volvió hacia Marta, que tenía los ojos tristes y la nariz larga de su padre. Pero bajo la cara de una lúgubre madona rusa acechaba un espíritu tan revoltoso como una docena de marineros de permiso en tierra-. Mi querida Marta, eres una damita muy inteligente. En realidad, ese es mi problema. ¿Qué te parece que debo hacer?

Marta: Debes casarte otra vez -dijo decidida-.

Zac: Pero ¿quién querría casarse conmigo, Martita? Soy muy viejo, tan viejo como la mugre.

Marta se rió y bajó la voz.

Marta: Mamá es todavía más vieja que tú. ¿Significa eso que es más vieja que la mugre?

Zac susurró:

Zac: Sí, así es. Pero no se lo digas.

Amber: ¿Qué murmuráis? -preguntó un poco incómoda-.

Marta: Le estaba diciendo al tío Zac que debería casarse contigo, mamá -respondió alegremente-. Entonces estarías demasiado ocupada para sermonearme.

Antes de que Amber se pudiera recuperar de su asombro lo suficiente como para decir algo, Ryan gritó desde la cubierta de popa de la goleta:

Ryan: ¡Marta, ven! He pescado algo enorme.

Sin perder un momento, Marta salió corriendo a ayudar a su hermano a sacar del agua su enorme captura.

Amber: Oh, esta niña -murmuró-. Es mi desesperación.

Zac: Yo no me preocuparía por ella. Se las arreglará muy bien sin ayuda de nadie.

Amber no dijo nada. Cerró la sombrilla, la sostuvo con ambas manos delante del abdomen y luego apoyó la punta en la cubierta. Con el dedo índice trazó lo que parecían dibujos al azar en el mango de la sombrilla. Pero Zac sabía que, inconscientemente, estaba escribiendo lo que pensaba. «Gott. Gott. Gott.»

Estaba violenta y desconcertada. En esto no había cambiado mucho. Zac cogió otra galleta.

Amber: Espero que no pienses que he venido a Nueva York porque... porque estás a punto de ser un hombre libre.

Zac: ¿No es así?

Nunca había aludido a sus problemas matrimoniales. Pero Amber era muy consciente de ellos, a juzgar por lo que había dicho Marta.

Amber se retorció las manos, muy avergonzada. No estaba acostumbrada a que él fuera tan directo. Lo miró sin hablar, rogándole con sus enormes ojos azules que evaluara la situación, dedujera lo que ella quería y se lo ofreciera sin que tuviese que decir palabra... igual que siempre había hecho antes.

Suspiró. Amber había venido en un momento desafortunado, cuando lo que él deseaba era estar solo en el mar o solo en su taller. No se había visto con ánimos de desilusionar a los niños, así que había pasado las tres últimas semanas haciendo que lo pasaran bien en la ciudad. Pero no le quedaban ganas de jugar a las adivinanzas con ella. Si quería algo de él, y sin duda quería «algo», entonces más le valía ir al grano.

Amber: ¿Te divorciarás de lady Tremaine? -preguntó tímidamente-.

Zac: Es ella la que quiere el divorcio, por lo tanto vamos derecho a ello -dijo, con más hosquedad de la que tenía intención de mostrar-.

Por la mañana, había llegado una carta de Appleton, asegurándole que el anillo de compromiso que le había reclamado a Ness llegaría pronto.

No quería el maldito anillo. ¿No era bastante tener que ver el condenado piano? Lo que quería es que ella viniera con el anillo. Pero su artimaña le había fallado. Ness se casaría con lord Frederick. Y él, ¿qué iba a hacer?

Amber: Necesitarás otra esposa, ¿no?

La voz de Amber era tan queda que apenas pudo oír las últimas sílabas.

No necesitaba otra esposa. Quería la que ya tenía.

Zac: Ya lo pensaré en un futuro.

«Gott hilf mir», garabateó el dedo de Amber. Claro, que Dios los ayudara a todos.

Los niños gritaron entusiasmados, rompiendo el incómodo silencio.

Ryan: ¡Mirad qué hemos pescado! ¡Mirad qué hemos pescado! -aullaba corriendo hacia ellos con una lubina rayada que parecía pesar por lo menos dos kilos-.

Zac: ¡Vaya, fíjate! -exclamó poniéndose en pie-. Yo nunca pesqué nada ni la mitad de grande cuando tenía tu edad. -Desenganchó del anzuelo al pez, que coleaba con fuerza, y lo metió en un cubo de agua-. ¿Queréis que lo sirvan con salsa de mantequilla al limón para cenar?

Ryan: ¡Sí! -contestó decididamente-.

Zac: ¡De acuerdo! -levantó a Ryan en el aire y le hizo dar vueltas-.

Marta: ¡A mí también, a mí también! He ayudado -dijo tendiéndole los brazos a Zac-.

Hizo lo mismo con ella, disfrutando de sus agudas risas.

Zac: Mis expertos pescadores, ¿creéis que podéis pescar otro antes de que nos hagamos a la vela?

Los dos se marcharon corriendo, dejándolo solo de nuevo con Amber. Abrió la tapa de la cesta de picnic para guardar los restos del almuerzo: la mitad de una empanada de pollo fría, rodajas de buey asado, un plato casi vacío de ensalada de patatas y unas cuantas galletas de limón.

Amber se acercó a su lado cuando él colocaba una botella de limonada en su sitio.

Amber: He estado pensando en el pasado, en San Petesburgo -murmuró-. ¿Te acuerdas de lo que solías decirme entonces?

Zac: No lo he olvidado. -Cerró la cesta de picnic y se quedó mirándola-. Pero la verdad es que estaré amargado después del divorcio. Una nueva esposa solo encontraría en mí desafecto y falta de atención, y te quiero demasiado para someterte a esto.

Ya estaba, al final lo había reconocido. El divorcio lo dejaría deshecho. Casi lo aniquilaría. Le horrorizaba la llegada del correo, le horrorizaba cualquier carta de sus abogados ingleses, le horrorizaba el posible cable de la señora Hudgens censurando la irreversible locura de Ness.

Amber: Entiendo.

Parecía terriblemente abatida, como una niña a la que le dicen que, cuando llegue diciembre, no habrá Navidad. La atrajo hacia él.

Zac: Pero seguiré cuidando de ti, siempre. Si alguna vez necesitas algo, solo estaré a un cable de distancia. Y si, Dios no lo quiera, te pasara algo, criaré a los mellizos como si fueran míos. -Depositó un beso en lo alto de su sombrero de paja-. Cuidaré de todo por ti, tienes mi palabra.

Amber: Supongo... supongo que es todo lo que cualquier mujer podría pedir -dijo, lentamente. La sombra que había en su cara desapareció. Sonrió tímidamente y lo besó en la mejilla-. Gracias. Eres el mejor amigo que he tenido nunca.

Se quedaron así un momento, él con la mano en su cintura y ella con la cara apoyada en su manga. Zac suspiró. Era irónico que estuviera abrazando a Amber en un barco que, de nuevo, de alguna manera, había bautizado con el nombre de Ness: La Femme, la mujer, la esposa.

Pero el sol era cálido, la brisa, fresca. Seguía siendo un buen día, aunque no pudiera tener a su esposa. Besó a su vez a Amber en la mejilla.

Zac: ¿Zarpamos?


Ness vio el coche sin caballos en cuanto salió del hotel Waldorf, a las cinco. La bella máquina, construida sobre un chasis de faetón, negra con embellecedores carmesí, avanzaba retumbando, majestuosa. El sirviente con uniforme que la conducía no podía haber tenido un aspecto más orgulloso ni aunque hubiera ido en lo alto del carruaje oficial de la reina.

Su orgullo se reflejaba en la cara de dos de los pasajeros que transportaba. Los niños se deleitaban en la admiración y curiosidad manifiestas que había en el mar de caras vueltas hacia ellos. La reacción del tercer pasajero era difícil de calibrar, porque el largo velo de su sombrero ocultaba eficazmente sus rasgos por encima de la barbilla.

Ness: ¿A quién pertenece el automóvil? -preguntó al portero-.

**: Al lord inglés que vive diez manzanas más abajo, señora -contestó el hombre-. Dicen que es vizconde.

*: No, es conde -dijo otro portero-. Y esa es su novia, la gran duquesa rusa. Todos los días llega en el coche sin caballos de él.

Ness se quedó petrificada. Zac vivía a diez manzanas del hotel Waldorf. Las había contado por la mañana. ¿Y no era cierto que la antigua la señorita Von Tussle se había casado con un gran duque ruso?

Manoseó torpemente el velo de su propio sombrero mientras el automóvil se detenía delante del hotel. Los pasajeros bajaron. El chófer abrió el maletero y sacó un cubo de aspecto pesado, que los niños cogieron de inmediato, haciendo que su madre pronunciara una serie de advertencias en francés.

El chófer se inclinó.

***: Traeré el coche hacia las once, alteza.

Amber: Gracias -dijo su alteza-.

Y era ella, la antigua señorita Von Tussle. Que volvería a casa de Zac a las once de la noche, después de que los invitados a la cena se hubieran marchado, con un propósito que no necesitaba aclaración.

Le entregaron el cubo a uno de los porteros, con instrucciones para que lo llevara a la cocina. La gran duquesa Amber y sus hijos entraron en el hotel y desaparecieron en el interior de un ascensor.

Ness fue lentamente hasta un rincón del vestíbulo y se sentó. Ya esperaba que tendría que luchar por él, dado que quizá tuviera una amante, y que debería expulsar físicamente a la otra mujer, o mujeres -había tenido demasiado tiempo para pensar durante la travesía-, de su cama y de su vida, si era necesario.

A cualquier otra mujer.

¿Qué iba a hacer ahora?




¡Solo un capi! Y mira como quedaron las cosas...
Esperemos que se arregle.

¡Thank you por los coments!
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¡Un besi!

3 comentarios:

Unknown dijo...

Wow wow... que capitulo! Me encanto, y que Amber ni se meta que ni se meta jajaj.
Solo un capi y listo... no lo puedo creer.
Que Ness luche por Zac como el lucho por ella y se rindio :(



Sube prontooooooooooooo

Maria jose dijo...

Nooooo!!!! Sentí muy corto el capítulo
Pero ok ok hay otro capítulo
Ya solo falta 1 capítulo :)
Ya quiero saber como se solucionan las cosas
Entre zac y vanessa
Sube pronto!!!!!
Lo espero con muchas ansias y desesperación

Unknown dijo...

Owww!! Debo decir que amé el momento de Zac y Amber! Qué lindo lo que él le dijo!! *.*
Pero qué final de capítulo! Jajaja, no es posible que pase eso a un capítulo del final!!!!! :( :(
Pero bueno, que luche por él como él luchó por ella antes! Aunque en realidad no tiene contra quien luchar.. Amber no es novia de Zac :v

Síguela pronto! :D :D

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