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domingo, 20 de octubre de 2013

Capítulo 6


¡Vaya! Volvió a levantarla en brazos pese a sus tímidas protestas.

Zac: Pórtate bien y deja de moverte -masculló-. Vas a ir al médico.

Ness: Pues claro que voy a ir...

Zac clavó su mirada en ella y ese gesto bastó para callarla. Se agachó con ella en brazos para que recogiera el bolso del suelo.

¡Demonios!

Se le había puesto un nudo en la garganta cuando había visto a Vanessa tambaleándose en lo alto de la escalera con esos ridículos zapatos y la preocupación había puesto una nota de severidad en el tono de su voz.

Incluso en ese momento sentía que su corazón galopaba desbocado en su pecho. Claro que, si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que no era provocado únicamente por lo que había estado a punto de ocurrir. Un lado de su pecho presionaba su torso, la curva de sus nalgas rozaba apenas su mano bajo las piernas de Vanessa. Apretó los dientes para detener la crecida de la lujuria.

Pasó con ella en brazos junto a algunos mensajeros desgarbados y la recepcionista, cuya expresión de sorpresa cambió a una sonrisa ante la visión de su jefe con una mujer en brazos.

Zac: Susi, avisa al doctor Garber y dile que estaré allí dentro de quince minutos.

Susi: ¡Enseguida!

La recepcionista efectuó esa llamada y Zac escuchó cómo informaba al ayudante del doctor Garber mientras cruzaba las puertas automáticas del edificio.

Ness: ¡Déjame en el suelo! Soy muy capaz de llegar hasta el coche por mi propio pie...

Zac: ¿Cómo?

Ness: Y, además, tengo mi propio médico -añadió, colorada-.

Zac: Me alegro por ti -apuntó-, pero hoy veremos al mío.

Ness: Estás acostumbrado a llevar la voz cantante, ¿verdad? -dijo en un tono acusatorio-. ¿Nunca aceptas una orden?

Zac la miró de reojo.

Zac: Bajo determinadas circunstancias... -susurró, pero dejó la frase suspendida en el aire y fue recompensado con un nuevo sonrojo-.


Ness: ¿Dónde vamos? -miró la salida de la autovía que acababan de dejar atrás y se volvió hacia Zac-. Acabas de pasarte la salida de mi casa.

El doctor les había dicho que se había producido un esguince bastante fuerte. No necesitaría escayola, pero tendría que utilizar muletas durante un par de semanas.

Zac: Vamos a mi casa.

Ness: ¿Qué?

Sintió que el pánico le roía el estómago.

Zac: No te preocupes -apartó los ojos de la carretera un segundo-. No he ideado ningún plan perverso.

Ness: Claro que no -asintió, consciente de que ése había sido su temor inicial-. Solo me preguntaba a qué debía el placer de esta inesperada e innecesaria invitación para ir a tu casa.

Zac rió y después se aclaró la garganta.

Zac: Necesitarás a alguien que cuide de ti durante un tiempo. Tengo una maravillosa ama de llaves. Estoy seguro de que te encantará.

Ness: ¡Oh, no!

Zac: Y no se te ocurra llevarme la contraria -intervino con una mirada severa-.

Ness: Podría desenvolverme sola sin problemas -dijo con cierto orgullo-.

Zac: ¿Cómo? -miró por el retrovisor-. Se supone que tienes que mantener ese pie en alto. ¿Tienes alguna persona en casa que te ayude con las comidas? ¿Alguien que haga tus recados? ¿Alguien que te ayude con la casa?

Ness: Puedo quedarme en casa de Ashley.

Zac: Olvídalo -le dirigió una mirada divertida-. Sabes tan bien como yo que Ashley trabaja hasta tarde, en especial si tiene un juicio entre manos. Y excepto la chica que le cuida el gato, no tiene a nadie que la ayude en su apartamento.

La verdad era que tenía razón, incluso si no quería admitirlo.

Zac: Míralo por el lado bueno. Esto nos dará la oportunidad perfecta para comprobar si somos compatibles -añadió-.

Ness: ¿Y qué pasa con mis cosas? -preguntó con cierto pánico-.

Zac: No será un problema. Me pasaré por tu casa y te traeré todo lo que necesites -aseguró y, tras una pausa, preguntó-. Entonces, ¿aceptas mi invitación?

Ella estudió el perfil de Zac hasta que se volvió hacia ella con una mirada neutra. Lanzó un breve suspiro.

Ness: Sí.

Ya conocía la casa de Zac desde fuera. Había pasado frente a ella a menudo en su coche camino de sus citas con algunos clientes en el barrio más exclusivo de Carlyle. Había adquirido la casa poco después de su compromiso de boda.

La casa, construida en madera, databa de mediados del siglo diecinueve. Las tablillas blancas del techo y la valla que rodeaba el jardín contrastaban con las contraventanas y las puertas negras. La estructura de dos alturas estaba parcialmente oculta a la vista desde la carretera por dos enormes robles en la parte delantera.

Ness siempre había pensado que sería el tipo de casa que le hubiera gustado comprarse de tener dinero suficiente. Y siempre había querido inspeccionarla por dentro para ver si estaba decorada tal y como ella había imaginado. Pero su entusiasmo se había enfriado cuando había sabido que Zac había adquirido la casa para otra mujer.

Zac: Te la enseñaré para que puedas orientarte por tu cuenta -señaló una vez dentro de la casa-. No tengo mucho servicio aquí porque me paso la mayor parte del tiempo de viaje. Tan solo una persona que viene a limpiar una vez por semana y un jardinero. Fred Daly y su mujer, Mandy, hacen las veces de mayordomo y ama de llaves a tiempo parcial.

Ness admiró la barandilla de alabastro de la escalera que conducía desde el vestíbulo, donde estaban, hasta el piso de arriba. La madera brillaba con un tono rojizo.

Ness: ¿Mantienes la madera original de la casa? -preguntó mientras repasaba las puertas cercanas y los marcos de madera-.

Zac: Sí -abrió la puerta que tenían a su izquierda y Vanessa, ayudada por las muletas, entró cojeando tras él en el salón-. Las chimeneas también se han conservado.

Una espectacular chimenea de mármol presidía la sala. Un par de sofás malvas, enfrentados entre sí, y una mesa sobre una alfombra color crema de lana completaban el conjunto.

Zac: El mobiliario de esta habitación, así como casi todo lo que hay en la casa, lo mandé traer de mi piso de soltero. Empecé la restauración de lo más esencial, pero como creía que Amber se ocuparía de la decoración... -Se calló y apretó la mandíbula-. El compromiso se canceló antes de que llegáramos a ese punto, pero eso seguramente ya lo sabrás, ¿no? -la miró de reojo-.

Ness: Ashley comentó algo acerca del compromiso, sí -admitió-.

Vanessa se ayudó de las muletas para acercarse hasta la chimenea.

Ness: Es una preciosidad.

Zac: Me alegra que te guste -señaló con cierto orgullo-.

Ness: ¿A quién contrataste para la rehabilitación? -Zac mencionó una casa con la que ella trabajaba a menudo-. Sí, los conozco bien. Son muy buenos.

Zac: Si te desenvuelves bien, puedo enseñarte el resto de la casa -propuso-.

Ness: Me encantaría -asintió-.

La planta baja se completaba con un despacho, un comedor, la cocina y una sala de estar. Todas las habitaciones presentaban el mismo acabado en madera. La cocina, muy amplia, estaba equipada a la última. Pero el estilo tradicional de la casa no desentonaba en absoluto con la modernidad de sus instalaciones.

Zac: Acababan de reformar la cocina cuando compré la casa -explicó-.

Vanessa asintió mientras observaba, distraída, cada detalle de la casa. Ése fue el motivo de que no notara la pausa de Zac cuando llegaron al pie de la escalera.

Zac: Será mejor que te suba en brazos.

Ness: Oh, no creo que sea necesario... -hasta ese momento, cada vez que eso había ocurrido su pulso se había acelerado-. Creo que podré subir estos escalones.

Zac: Seguro -tomó las muletas de sus temblorosos dedos-, pero no creo que yo pueda quedarme de brazos cruzados mirándote.

Antes de que se diera cuenta, estaba en los brazos fuertes de Zac, apretada contra su pecho. En el caso de que hubiera olvidado su contacto con ciertas partes de la anatomía de Zac esa misma mañana, ahora lo estaba recordando.

Ness: ¡Déjame...!

Zac: ¡...en el suelo! -terminó-. No, y estate quieta.

Cuando finalmente llegaron al segundo piso, Zac la dejó en el suelo mientras la sostenía con una mano y le tendía las muletas con la otra.

Ness: Gracias -dijo tras un carraspeo-.

Zac: De nada.

Pronto descubrió que la planta superior tenía cinco dormitorios y que dos de las habitaciones estaban completamente vacías.

Zac: No he tenido tiempo para ocuparme de estas habitaciones -señaló casi a modo de disculpa-. Hace años que compré la casa, pero he ido posponiendo la decoración indefinidamente. -Se detuvieron frente a la tercera puerta-. Este es el dormitorio principal -dijo y abrió la puerta-.

No estaba segura de lo que esperaba, pero no era la imagen que se ofreció antes sus ojos. La habitación rebosaba con muebles antiguos en madera de palisandro y, en el centro, presidía una cama de matrimonio. La ropa de cama de color crema, la tapicería y las cortinas ofrecían un contraste muy agudo con los acabados de madera. El resultado era deslumbrante.

¿A Zac le gustaban las antigüedades? Y, a juzgar por lo que veía, parecía bastante entendido en el tema. Estaba impresionada. No, estaba atónita.

Ness: ¿Esto estaba en tu apartamento?

Zac: No hace falta que emplees ese tono de sorpresa -dijo con una sonrisa-. El buen gusto y yo no somos totalmente incompatibles.

Ness: Lo siento, pero había imaginado...

Zac: ¿...mucho cuero y un montón de espejos? -propuso en tono burlón-.

Una sonrisa involuntaria asomó a sus labios. Avergonzada ante el hecho de que le hubiera leído el pensamiento, cambió de tema.

Ness: No tenía la menor idea de que te gustaran las antigüedades.

Zac: En Harvard, a veces me escapaba a dar una vuelta para despejarme antes de los exámenes. Y, ocasionalmente, pasaba por alguna tienda de antigüedades o me paseaba por algún mercadillo.

Ness: Me ha sorprendido porque no parece que te hayas ocupado mucho de la decoración de tu despacho -señaló-.

Zac: Es cierto. Pero es mi lugar de trabajo, nada íntimo. Supongo que esos tipos de la firma de arquitectos sabían lo que hacían. Desde luego me lo hicieron pagar.

Vanessa tomó en sus manos el reloj del escritorio. El trabajo de talla de la madera indicaba que pertenecía a la época victoriana.

Ness: Es una preciosidad.

Zac: Tengo una buena colección de relojes -dijo, situándose a su lado-.

Ness: ¿Supongo que el Museo del Reloj en Ginebra será tu favorito? -bromeó-.

Zac: ¿Lo conoces? -preguntó sorprendido-. Lo he visitado varias veces, siempre que saco tiempo en alguno de mis viajes.

Ness: Sí, lo visité en un viaje a Europa cuando estaba en el instituto.

Zac: Todo el mobiliario lo he adquirido a través de un anticuario. Excepto la estructura de la cama. Pujé por ella anónimamente en una subasta.

Ness: Sí, es impresionante -se acercó a la cama y golpeó el armazón-. ¿Sabes la fecha?

Zac: Creo que se remonta a finales del siglo pasado.

Ness: ¿Tuviste que restaurarla?

Zac se había acercado a ella mientras Ness deslizaba los dedos sobre la cabecera.

Zac: No, estaba en perfecto estado.

Ness: Eso está bien -señaló, consciente de que Zac estaba justo detrás, pero decidida a mantener la charla-. Veo que ha sido tallada a mano.

Zac: Sí.

Ness: Seguro que costó un dineral.

Zac estaba muy cerca. Su respiración agitaba su pelo y no tenía escapatoria.

Zac: Sí, pero me gustó el minucioso trabajo de talla de la madera.

La mano de Zac se posó sobre la suya en el tablero y guió la huella de su índice a través de los surcos y las muescas de la madera lisa.

¡Dios santo! Estaba derritiéndose como una tarrina de mantequilla al sol con el calor que emanaba de su cuerpo. Clavó la mirada en la mano de Zac, incapaz de apartar los ojos o retirar la mano mientras seguía su recorrido sobre el cabecero.

Ness: No cabe duda de que llevó su tiempo -dijo con voz ronca-. Todo tenía que ser perfecto, y creó algo de una belleza deslumbrante.

Justo en el instante en que supo que no aguantaría más, Zac apartó la mano. Sin embargo, antes de que pudiera exhalar el aire atrapado en sus pulmones, las manos de Zac le sujetaron los hombros y rozó su nuca con la nariz.

Ness: Quizás el artesano no trabajó solo -propuso sin perder el control-.

Zac hizo volverse a Ness para mirarla de frente.

Estaba sonriendo, y sus ojos chisporroteaban con aire malicioso.

Zac: ¿Tú crees?

Ness: En calidad de experta, te aseguro que no trabajó solo.

Zac: ¿Cómo puedes estar tan segura?

Ness: Un gran trabajo casi siempre es producto de una estupenda colaboración -anunció antes de que Zac se inclinara a besarla-.

Zac: Quizás fuera un ermitaño.

Ness: ¿Y realizó un maravilloso cabecero para una cama de matrimonio? -contestó incrédula-.

Zac: Sí, tienes razón -sonrió. Dibujó una línea de besos desde la ceja hasta el pómulo, apartó una de las muletas que tiró sobre la cama y sustituyó el soporte con su mano en la cintura-. Quizás le gustaran las camas grandes.

Ness: Seguro que tendría un modelo en quien inspirarse -señaló, si bien cada vez le resultaba más difícil mantener viva la conversación-.

Los dedos de Zac se esmeraron con la cremallera de su camiseta sin mangas.

Zac: Cariño, tú me estás inspirando en estos momentos.

Tan solo cuando sintió una ráfaga de aire fresco en la espalda comprendió que le había bajado la cremallera para facilitarse el acceso. La mano de Zac tomó su pecho sobre la camiseta caída y acarició con el pulgar la aureola que rodeaba el pezón sobre la tela antes de deshacerse de la prenda.

Escuchó la cruda inhalación de Zac y encontró su mirada sombría.

Zac: ¿Te das cuenta de lo que provocas en mí? -dijo con voz áspera-.

Bajó la mirada hasta sus pechos, presionados contra la tela del sujetador que ejercía de barrera frente a su mirada ardiente.

Cualquier pensamiento coherente se desvaneció y hundió la cabeza para atrapar entre sus labios uno de sus firmes pezones a través de la tenue tela de encaje. Empezó a succionar mientras repasaba el botón de su pecho con la lengua una y otra vez.

Ness gimió y escuchó en la distancia el golpe sordo de su otra muleta sobre la moqueta. Llevó las manos a su cabeza y lo apretó contra su pecho. Los brazos de Zac eran ahora su único baluarte mientras éste trasladaba sus atenciones a su otro pecho.

Ness pensó que moriría de tanto placer. La suave succión estaba provocando una multitud de sensaciones exquisitas que corrían a lo largo de su cuerpo y se concentraban entre sus muslos.

Ness: ¡Oh, Zac, por favor...!

Parecía que tan solo ellos y su arrebatador deseo existiera en ese instante.

Tumbó a Ness en la cama y se colocó sobre ella. Sus besos eran una declaración de ardiente posesión masculina. Notaba las manos en todo su cuerpo, acariciándola, excitándola, aplacando y encendiendo su pasión. Se había quitado el sujetador y ahora sus pechos estaban en contacto con el torso velludo de Zac. Esa fricción, sumada a la sensación de su erección contra la intersección de sus muslos, causó una tensión que creció en espiral.

Zac se sentó un segundo en la cama. Ella se sintió al principio desnuda sin su presencia, pero comprobó con alegría que se había quitado la chaqueta y ahora se estaba desvistiendo.

La línea de vello de su pecho dibujaba la letra T y se perdía bajo la cintura, pero sus pantalones no podían ocultar su erección.

Ness mantuvo la mirada en la entrepierna un instante antes de mirarlo a los ojos. La pasión reflejada en esa mirada la dejó sin respiración.

Había soñado con ese momento toda su vida.

Ella levantó los brazos hacia él, pero Zac negó con la cabeza.

Zac: No, todavía no -murmuró-. Primero tenemos que quitarte esto.

Desabrochó los pantalones y, de un tirón, le quitó la prenda, incluida la ropa interior, con cuidado para no hacerle daño en el tobillo.

Se sintió vulnerable, expuesta, desnuda frente a su mirada, sin nada de ropa con la que cubrirse. Se quedó muy quieta, atenta a su reacción y le sorprendió la medio sonrisa algo taimada.

Levantó la vista desde su cintura hasta su cara.

Zac: Tienes el mismo color de pelo en todo tu cuerpo. Sentía curiosidad.

Se sonrojó pese a la risa de Zac, que se tumbó a su lado y forzó con la pierna que ella separase las suyas. Posó la mano sobre ella con intimidad antes de que utilizara dos dedos para iniciar un lento movimiento rotatorio en su ardiente centro. Poco a poco levantó una ola de deseo hasta que Ness se removió en la cama.

Ness: ¡Zac! -jadeó-.

Zac: Quiero escucharte cómo dices «sí» -le reprochó con un gruñido amable-. ¿Puedes hacerme ese favor, encanto? Quiero oírtelo decir.

No podía razonar. Nunca se había sentido de ese modo antes.

Zac: Entrégate a mí -ordenó con voz áspera-.

Las súplicas de Zac eran la perdición de Ness. De pronto lo olvidó todo.

Ness: ¡Oh, sí! ¡Sí! ¡Por favor, Zac!

Emitió un sonido gutural de satisfacción ante el clímax de Ness.

Una vez que ella recuperó la nitidez, Zac se tumbó sobre ella.

Zac: No hemos terminado todavía, cariño. Aún queda un buen rato.

Justo en el instante en que bajó la cabeza y se preparó para penetrarla, ambos lo oyeron. Era el inconfundible sonido de la puerta de entrada, seguido de una voz.

**: ¿Hola? ¿Zac?

Zac expulsó el aire en un silbido sordo y se desplomó sobre ella en un gesto de aparente derrota.

Zac: ¡Mierda, mierda, mierda!

Ness: ¿Quién...? -intentó aclarar su mente-.

Zac: Mandy. El ama de llaves -anunció su voz amortiguada-.

Ness: ¡Oh, oh! -luchó para incorporarse-. ¡Dios mío!

Zac sujetó a Ness y la obligó a quedarse quieta.

Zac: Estoy arriba, Mandy -gritó-. Bajaré enseguida.

Entones se levantó con cuidado y le tendió la mano a Vanessa para que se incorporase sobre la cama.

Ella recorrió con la mirada el cuerpo musculoso y todavía excitado de Zac. Era un hombre de una pieza, sin duda.

Zac: Deja de mirarme de esa manera, encanto. De lo contrario, terminaremos con lo que habíamos empezado, tanto con Mandy como sin ella.

Sintió el colorado en las mejillas y bajó la vista en busca de algo de ropa.

Zac: Toma -le tendió la ropa interior-. Estaba en el suelo.

Ness: Gracias.

Y tomó de su mano las prendas con toda la dignidad que le fue posible.

Zac: Satén negro de Victoria's Secret. Nunca se me habría ocurrido para ti -señaló mientras se ponía los pantalones-.

Ness: Déjalo ya -murmuró, cada vez más roja-.

Envidió la velocidad a la que se había recuperado cuando los habían interrumpido.

Zac se sentó a su lado en la cama, la camisa desabrochada, y levantó la barbilla de Vanessa para que lo mirara a la cara.

Zac: Tienes un fascinante modo de sonrojarte -dijo con la mirada baja-. Y empieza asombrosamente abajo.

Ness: Es la sangre irlandesa -apartó la barbilla-. Algunos de nosotros no tenemos el don de la neutralidad en la expresión.

Zac: ¡Gracias a Dios! -sonrió. Ella se sobresaltó cuando Zac se agachó y plantó un beso húmedo en el centro de su escote. Guiñó un ojo con una sonrisa malévola-. Solo quería saber si estaba tan caliente como aparenta. -Ella agarró una almohada y apuntó a su cara, pero Zac interceptó el misil antes de que alcanzara su objetivo-. ¡Vístete! Iré a entretener a Mandy y volveré para ayudarte a bajar las escaleras.

En cuanto salió de la habitación, Ness se dedicó a recuperar un aspecto presentable. Se pasó un cepillo por el pelo y se pintó los labios. Tenía la ropa un poco arrugada, pero tendría que servir.

Meditó acerca de lo que acababa de ocurrir o, más bien, sobre lo que no había llegado a pasar gracias a la fortuita interrupción de Mandy. Se había enfadado con Zac ante su actitud despótica cuando habían salido de la consulta del doctor. Sin embargo, poco después, había terminado en la cama con él.

Tendría que andarse con ojo y reservar sus sentimientos. Zac había dejado claro que sería una relación basada en términos prácticos y así era como lo quería. Si no lo tenía presente, tendría dificultades.

Mandy resultó ser una mujer entrañable, de rostro rechoncho, cercana a los sesenta. Tenía el pelo gris y usaba gafas que colgaban de una cadenita de su cuello.

Zac: Ashley te ha enviado -repitió despacio-.

Mandy: Pues, sí. Me llamó hace una hora, más o menos. Me dijo que había oído que Ness se había caído y que tú la habías acompañado al médico. Y cuando el doctor le dijo que te había oído decirle que la traerías aquí para cuidar de ella, me llamó. -Ness advirtió la mirada bromista de Zac y reprimió una carcajada-. Sí, en efecto -prosiguió-. Me sugirió que viniera para asegurarme de que nadie necesitaba que le echara una mano para cuidar de Ness. ¡Menudo lío!

Zac albergaba ciertas sospechas acerca de su hermana, pero decidió guardar silencio por el momento.

Zac: Un verdadero lío -aseguró-.

Sabía perfectamente cuál de sus hermanos era responsable. Se rascó la cabeza.

Mandy le dedicó una sonrisa venerable. La compañera de bridge de Celia sabía jugar sus cartas con maestría. Habría apostado su casa a que Mandy estaba compinchada con su hermana.

Zac: Tengo que volver a la oficina. De vuelta a casa, pasaré por casa de Vanessa para traer algunas cosas.

Mandy: Una idea espléndida -exclamó con una palmada. Se acercó a Vanessa, que mantenía el equilibrio con las muletas, y la acompañó hacia una silla en la cocina-. ¿Por qué no te preparo un té helado? Después podemos instalarte con un teléfono, un fax y cualquier cosa que necesites en el despacho de Zac.




El esguince de Ness le ha venido a Zac que ni pintado XD. Ahora tiene la excusa perfecta para tenerla solo para él. ¡Qué retorcido! 
Y ella, la pobre, no se siente cómoda porque piensa que él no la quiere... ¡Hombres! ¬_¬

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3 comentarios:

Unknown dijo...

Hombres jaja.. Por qué siempre pasa algo que los interrumpe?? Esta nove tiene solo 11 capis verdad? Me gustaría ver cómo se enamoran *.*

LaLii AleXaNDra dijo...

Wao-- una escusa apenas para estar con ella---
Ja-- ojala no los hubiera sorprendidos jaja
Siguela

Unknown dijo...

QUE CAPITULO!!
Y SI QUE LE HA SERVIDO LO QUE LE PASO A NESS A ZAC... AHORA PUEDE TENERLA EN SU CASA, EN SU HABITACION. LO QUE EL QUIERE.
Y ME DOY CUENTA QUE ZAC QUIERA A VANE!



PEERO PORQUE TUVO QUE LLEGAAR EL AMA DE LLAVESS!!!!! POBREEEESS.

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