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martes, 15 de octubre de 2013

Capítulo 5


De regreso a su casa, ella lo invitó a pasar para tomar un té y, tras una breve pausa, Zac emitió un sonido parecido a un sí y entró tras ella.

Esa invitación pareció desprovista de cualquier trascendencia. Ness necesitaba que él pensara que podía hacer frente a sus citas con calma y tranquilidad.

Pensó en las citas que Zac había tenido en el pasado. ¿Qué tal habría estado ella en comparación? Esa noche se había esmerado para acercarse a su tipo ideal de mujer. Se fijó en su vestido mientras ponía el agua a hervir. Había comprado ese modelo el día anterior en un impulso. Después había entrado en el Salón de Belleza de Louise para hacerse la pedicura a juego.

Era cierto que parecía una vampiresa. Y esa noche había echado mano de todo su carácter para que esa apariencia diera resultado.

Había buscado que Zac se sintiera atraído, desde luego. Pero otra parte de su ser también había querido impresionarlo y hacerle ver que también era una mujer atrevida que se sentía a gusto con su feminidad. Se había sentido halagada cuando le había abierto la puerta esa noche y había notado la expresión de Zac.

Mientras el agua hervía en la tetera, preparó una bandeja con galletas de chocolate y almendras caseras. Siempre preparaba una hornada cuando estaba nerviosa, exactamente como le había ocurrido esa tarde antes de su cita.

Cuando volvió al salón con la bandeja del té bien cargada, Zac tenía entre sus dedos una esquina del mantel de encaje que cubría una mesa de rincón.

Zac: ¿Es antiguo?

Ness: Era de mi madre -indicó al dejar la bandeja sobre la mesa-. Una reliquia de la familia McConnell. Igual que casi todas las antigüedades que tengo.

Zac se sentó a su lado en el sofá. Ness agradeció que fuera un sofá recto y duro, al más puro estilo victoriano. De lo contrario, la intimidad que se habría establecido entre sus cuerpos habría sido intolerable.

Zac: Háblame de tu madre.

Ness: No hay mucho que decir -suspiró-. Murió cuando yo tenía ocho años. Tenía un tumor inoperable.

Zac: Lo siento -musitó con verdadero sentimiento-.

Ella observó una mirada que nunca antes había conocido en él. Era una mezcla de simpatía y respeto.

Ness: Guardo algunos recuerdos de la infancia. A veces, cuando veo alguna gardenia, me acuerdo de sus arreglos florales. Y si me llega el olor de la crema de guisantes, me acuerdo de sus guisos.

Zac: ¿Qué edad tenía cuando falleció?

Ness: Solo tenía veinticinco años.

Zac: Exactamente tu misma edad -apuntó-.

Parecía obvio que había relacionado la muerte de su madre con la imperiosa necesidad de Ness para tener un hijo lo antes posible.

Ness: Sí, pero yo pienso superar la enfermedad -aseguró-.

Zac asintió.

Zac: Estoy seguro de que haber crecido sin una madre no debió resultar sencillo, pero tú has superado la prueba con creces.

Ness carraspeó un poco y apartó la mirada. No le resultaba fácil aceptar los piropos.

Ness: Gracias -balbuceó-.

Zac pensó que Ness era como una flor delicada con raíces muy fuertes. Su espalda recta y la amplitud de sus hombros habrían impresionado al más fino profesor de protocolo y etiqueta. Las líneas nítidas del óvalo de su cara estaban llenas de fuerza y delicadeza a un tiempo.

Cuando lo había invitado a pasar, había dudado unos instantes. Los dos solos en su casa representaría una tentación que no sería fácil combatir.

Pero había supuesto que ella lo malinterpretaría si rechazaba su ofrecimiento para tomar una taza de té, igual que había malinterpretado su brusquedad cuando había pasado a buscarla para llevarla a cenar.

Y, sin embargo, la verdad era que esa mujer estaba avivando sus sentidos lentamente. Todo ese fuego suavizado por una apariencia de frialdad hubiera vuelto loco a cualquier hombre. En especial a uno que, últimamente, había descubierto su debilidad por las diseñadoras de interiores de melena oscura con una voz tan dulce como la miel y una piel de melocotón.

Sintió la presión bajó el cinturón. ¡Demonios! Se aclaró la garganta.

Zac: Ese té huele de maravilla. ¿Nos servimos un poco?

Ness: Sí, por supuesto.

Se apresuró avergonzada ante ese inexplicable olvido.

Rozó la rodilla de Zac mientras servía el té, pero hizo caso omiso del escalofrío que recorrió su cuerpo. Tomó una galleta con un movimiento exagerado. Si esa noche tenía que pecar, mejor que fuera con la comida.

Se quedó quieta cuando Zac tomó en su mano un mechón de su cabello, lo observó perezoso, y lo enrolló alrededor de su dedo.

Ness: ¿Una galleta? -ofreció-.

Zac: Claro -aceptó con una sonrisa e hizo una pausa-. Me temo que tengo las manos ocupadas, ¿así que por qué no me la das tú?

Ness: Yo, mmm...

Zac: Espera, deja que te lo ponga fácil -dijo, e inclinó la cabeza hasta que mordió un pedazo de la galleta que ella sostenía en su mano, paralizada-.

¡Dios mío! Se sentía presa de los nervios y débil a un tiempo. ¿Cómo era posible?

Zac se inclinó hacia delante y tomó el resto de la galleta con la boca.

Ness: Espero que te gusten las galletas de chocolate y almendras -dijo a lo tonto-.

Zac: Me encantan -tragó el último resto-. Espero que a ti también te gusten.

Ness: Son mis favoritas.

Zac: Eso está bien -aseguró-. Eso está muy bien.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Porque voy a besarte y será mucho más agradable si te gusta el sabor de las galletas de chocolate con almendras.

Ness: ¡Oh!

Y eso fue lo último que salió de su boca antes de que Zac liberase su mechón de pelo, se volviera hacia ella y tomara posesión de sus labios.

La primera vez que la había besado había sido una seducción en toda regla. La segunda vez había sido una persuasión más sutil.

Esta vez era una auténtica bendición. Parecía que ya se hubiera familiarizado con su cuerpo. Poco a poco, la dulce caricia del roce de sus labios dio paso a la búsqueda apasionada de sus lenguas enroscadas en el torbellino del deseo.

Ness se estremeció. Enredó su pelo con las manos, forzó una mayor proximidad de su cuerpo en busca de más placer, de su habilidad en el terreno sexual y de esa agradable familiaridad que atesoraba.

Zac no podía pensar con claridad. Había previsto que esa noche solo la besaría una vez. Un preámbulo discreto que allanara el camino hacia una intimidad más electrizante. Pero había infravalorado su querencia, el deseo desesperado que los hechizaba. Los dos besos que habían compartido hasta ese momento no habían logrado enfriar ese volcán interior.

El dulce aroma a lavanda embriagó sus sentidos. La piel de Ness era tan suave que sentía un deseo irrefrenable de acariciarla por todo el cuerpo.

Levantó su barbilla con la mano para profundizar en ese beso sin fondo. Después le rozó la mejilla y su mano se deslizó hasta el brazo, el vientre liso y la cadera.

Zac obligó a que se tumbara hasta que Ness notó el brazo del sofá en la nuca. Su mente se nubló cuando Zac apartó los labios para trazar un sendero húmedo de besos tiernos a lo largo de su mejilla, atrapó el lóbulo de su oreja y finalmente se deslizó por la pendiente de su cuello.

Ella se removió, inquieta.

Zac: Shh -susurró-. Despacio. No hay ninguna prisa.

Su voz sonaba muy serena, pero su cuerpo traicionaba esa calma. Su mano tembló ligeramente mientras desabrochaba el broche de la camiseta sin mangas.

Era innegable que tenía un efecto devastador sobre él. Ahora se preguntaba cómo había podido mantenerse alejado de ella durante tantos años. Si hubiera sabido hasta qué punto se iba a sentir atraído por ella, no creía que hubiera tenido la menor oportunidad de mantenerse a distancia tanto tiempo.

Ness abrió los ojos cuando Zac le quitó la parte superior del vestido y su pecho quedó expuesto a su mirada.

Zac profundizó en sus maravillosos ojos marrones.

Zac: Preciosos -dijo con la voz colmada de deseo-.

De un modo casi reverencial, alargó la mano y le acarició los senos.

Ness cerró los ojos nuevamente. El tacto de sus manos fuertes y ligeramente ásperas contra sus pezones resultaba increíble.

En el momento en que su boca sustituyó a sus manos, se sobresaltó ante ese gesto inesperado y, al instante, se estremeció de placer. Insertó los de¬dos en su pelo y presionó su cabeza contra ella. La presión constante de su boca irradió una oleada de descargas a lo largo de su esqueleto.

Cuando ya creía que no podría soportar más tiempo esa dulce tortura, se cambió a su otro pecho y cubrió el seno vacío con la mano, donde el pezón se notaba húmedo y dilatado.

Una vez más condujo a Ness hasta el mismo límite. Cuando creyó que no soportaría por más tiempo sus delicadas atenciones, Zac devolvió sus labios al punto de origen. Las bocas se encontraron, las manos erraron sin rumbo y sus cuerpos se acoplaron. Deseaba a ese hombre a toda costa. ¿Qué sentido tenía alargar la espera?

Y, con ese pensamiento, tiró de la chaqueta de Zac hasta que se desprendió de ella casi por completo y comenzó a desabrochar los botones de la camisa.

Zac se separó un instante y soltó una risa ahogada. Tenía la chaqueta del traje sujeta por las mangas.

Zac: Por favor...

Ness sentía que hasta ese momento solo había soñado con las posibilidades y que, de pronto, había despertado a la emoción auténtica, al verdadero deseo.

Zac se incorporó un poco y, en un par de movimientos certeros, se deshizo de la chaqueta y la camisa. Era delgado, de anchos hombros y una leve mata de pelo negro cubría su pecho. Ella deslizó los dedos sobre su piel y él cerró los ojos, dispuesto a saborear cada segundo. Entonces agarró sus manos y las llevó por encima de su cabeza. Después se tumbó sobre ella.

El calor sustituyó al instante el frío. Los labios ocuparon el espacio donde antes jugaba su aliento. Las manos y la boca iniciaron una partida en el tablero de su cuerpo.

Ness notó la evidencia del deseo que Zac sentía hacia ella y buscó entre sus cuerpos con el ánimo de tocarlo.

Entre gruñidos, presionó contra la palma de su mano un instante y después apartó la boca y recuperó la estabilidad al sentarse.

Tenía la mirada encendida y su respiración era entrecortada.

El primer impulso de Ness fue sentarse sobre él, besarlo y volver a sentir la presión de sus manos sobre su pecho para que siguieran arrancándole espasmos de placer. Pero entonces interpretó la mirada de Zac. Una mirada que imploraba que lo detuviera si no quería que llegara hasta el final.

Mientras buscaba la parte superior del vestido para tapar a Ness, comprendió hasta dónde habían llegado y lo rápido que había sucedido todo.

Ella se sonrojó al instante, avergonzada al darse cuenta de que había sido él quien había puesto freno a esa locura. Se giró para recomponerse el vestido sin enseñar los pechos. No se atrevía a mirarlo a la cara. Y eso era de todo punto ridículo, puesto que estaba sentado junto a ella en el sofá, medio desnudo.

Zac: ¿Quieres que te eche una mano? -preguntó con la voz profunda y algo espesa-.

Ness: Creo que tus manos nos han metido en este aprieto -susurró en voz baja, todavía incapaz de mirarlo a la cara-.

Levantó las manos frente a él a la altura de los ojos.

Zac: Está bien, muchachas, ya es suficiente -frunció el ceño-. ¿Cuántas veces tengo que deciros que no os alejéis sin permiso?

Ella levantó la vista una vez que se había abrochado el corchete de la camisola.

Ness: ¿Qué? ¡Ah! -se puso con los brazos en jarras dispuesta a seguirle el juego con tal de distraer la mente-. Ya veo, la vieja excusa de que las manos actuaron por cuenta propia, ¿no?

Zac: Ambas quieren pedirte disculpas -dijo con seriedad. Procuró por todos los medios mantener una expresión seria, sin conseguirlo-. He sugerido las esposas, pero les ha parecido una perversión -añadió-.

Ness dejó escapar una carcajada.

Zac le dirigió una mirada divertida, se agachó para recuperar la camisa del suelo y se incorporó para ponérsela antes de agarrar la chaqueta. Se inclinó, besó a Ness en la boca con firmeza y picoteó otra galleta.

Zac: Gracias por esta maravillosa velada -metió las manos en los bolsillos y señaló la puerta con un gesto-. Será mejor que me acompañes y cierres con llave. Así sabré que estás segura.


Las flores llegaron al día siguiente. Una docena de rosas blancas de tallo largo mezcladas con lilas. La nota decía: «Gracias por una noche muy especial. Te llamaré pronto. Zac».

La semana siguiente pasó enseguida en el ánimo de Ness.

El martes estaba en las oficinas centrales de Empresas Efron para entrevistarse con contratistas potenciales para la guardería y se sentía aliviada, sabiendo que Zac estaba de viaje fuera de la ciudad.

Ashley telefoneó el miércoles. Si Zac había divulgado alguna información sobre sus planes, no pudo interpretarlo de las respuestas de Ashley.

Ash: ¡Ganamos! -exclamó a través del auricular-.

Ness: ¿Ganamos? -repitió con preocupación-.

Ash: El juicio. El jurado nos ha dado la razón. Esos ladrones lo van a pagar muy caro.

Ness suspiró aliviada. La última cosa que necesitaba era irse de la lengua demasiado pronto y gritar a los cuatro vientos que ella y Zac iban a ser padres, juntos.

Ness: ¡Eso es magnífico!

Ash: Bueno, ¿qué tal han ido las cosas en el país de Zac? -preguntó de vuelta a la realidad terrenal-.

Ness: ¿Te refieres al epicentro de la familia Efron en la marcha emprendida para la conquista mundial del negocio informático?

Ash: Ya sabes, Ness, porque siempre he pensado que serías la pareja ideal para Zac -dijo tras reírse-. Serías el antídoto perfecto para su enorme ego.

Ness: Bueno, no lo sé. Zac no es tan engreído.

Ash: ¿Qué? ¿Hablamos de la misma persona que pasó a recogerme en el baile de promoción tocando la bocina y gritando? ¿El mismo que sugirió que mi primer novio era igual que una patata frita de bolsa?

Ness: ¿Te refieres a Lenny? -se rió-. ¿No fue ése el chico que se pegó los dedos con cola por accidente?

Ash: Eso no viene al caso -replicó-. El caso es que mi hermano ha sido el azote de mi existencia. Y es tan obtuso que ni siquiera es consciente.

Ness: ¿Y entonces por qué insistes en endosármelo a mí?

Ash: Sí, ya lo sé -suspiró-. Es algo diabólico. Pero es la única forma que se me ocurre para desembarazarme de él para siempre. Y ahora parece que ni siquiera a ti te interesa.

Ness entornó los ojos. Estaban jugando con fuego. Pero fue capaz de colgar antes de que Ashley profundizara en un terreno muy peligroso.

La llamada de Ashley había roto la tensión de la semana, pero el jueves por la mañana Ness miraba el teléfono como si fueran a salirle patas y pudiera escapar.

Pese a todo, finalmente logró la concentración necesaria para centrarse en el cuarto de juegos de la señora Elfinger. Así que, cuando sonó el teléfono, contestó con aire distraído.

Ness: ¿Hola, Bebés Preciosos?

**: ¿Con cuál de ellos estoy hablando?

Ness estuvo a punto de soltar el auricular y casi se le cae.

Ness: ¿Qué? ¿Cómo?

Zac: ¿Con cuál de esos preciosos bebés estoy hablando? -repitió-. Ya sabes, me parece una idea muy sugerente. Otro tipo quizás no lo entendería.

Ness: No he tenido esa clase de problemas hasta el momento -se sonrojó. La risa de Zac sonó extrañamente cercana-. ¿Qué tal te ha ido? -preguntó en un tono demasiado formal-.

Zac: Me he estado rompiendo los cuernos. Pero confío en que cerremos el trato pronto. Vamos a adquirir un dominio en Internet que facilite información general a través del portal del sitio de la empresa.

Ness: Parece que estás haciendo grandes avances en el mercado.

Señaló al recordar que Ashley le había hablado del lanzamiento de su portal en Internet tres años atrás.

Zac: Sí -comentó-. Pero solo llevamos un cuerpo de ventaja a nuestros competidores. No podemos bajar la guardia.

Ness se fijó en las flores, en la esquina de su mesa de despacho.

Ness: Gracias por las flores. Las rosas y las lilas no han perdido un ápice de frescura.

Zac: De nada -replicó y ella sintió un desfallecimiento en su voz-. Lamento no haberte llamado antes. Pero hemos tenido un horario infernal. He pensado mucho en ti.

Ness: ¿Has pensado en las múltiples formas en que todavía puedo insultarte? -preguntó con una ligereza fingida-.

Zac: No, hace mucho que no pienso en eso.

Una suave calidez invadió su cuerpo. Ness no quería aventurarse en lo que habría estado pensando sobre ella.

Tras una pausa, Zac tomó la palabra de nuevo.

Zac: Estaré de vuelta en la oficina el lunes. Reúnete conmigo allí. Comeremos juntos.

Ness: Estaré en tu oficina en cualquier caso para supervisar el trabajo de la guardería. El contratista que contraté ya ha empezado a derribar tabiques.

Zac: Estupendo. Ven a mi despacho cuando hayas terminado. Iremos a comer desde allí.


El lunes a mediodía, cuando Ness entró en la sala de recepción privada de Zac, una enérgica mujer de unos sesenta años clavó en ella una mi¬rada inquisitiva.

Ness: He venido...

**: ...a ver a Zac -terminó la mujer de pelo gris con una sonrisa. Se levantó, rodeó su mesa y Ness notó una mirada que escrutó su físico de arriba abajo-. Está ocupado al teléfono. ¿Puedo ofrecerte algo de beber, querida?

Ness: No. Estoy bien, gracias.

La puerta en la pared opuesta se abrió súbita¬mente y apareció Zac. No llevaba puesta la chaqueta y estaba despeinado.

En cuanto percibió la presencia de Ness, de pie frente a la mesa de Celia, se quedó parado y sonrió.

Zac: ¡Vanessa!

Ella sintió una alegría incontenible ante la repentina sonrisa de bienvenida.

Ness: Hola, Zac -saludó, consciente de que Celia tomaba nota mental de cada gesto con un enorme interés-.

Zac: Ya veo que has conocido a la incomparable Celia Sanders -dijo con un brillo burlón en la mirada-.

Celia le dirigió una mirada llena de reproches.

Celia: Vamos, Zac, sabes que no soy más que una insignificante y anciana secretaria que intenta seguir a tu lado hasta que pueda retirarse y cobrar esa pensión que me has prometido todos estos años.

Zac se limitó a reír como si hubiera hecho mención a una legendaria broma privada entre ellos dos.

Ness: Creo que no he tenido el placer de que me presentaran a la señora Sanders.

Celia: Celia, por favor, querida -respondió con una amplia sonrisa-. Y no, no habíamos tenido ocasión de conocernos, aunque creo que hemos hablado por teléfono alguna vez.

Celia dirigió una mirada cómplice a Zac que éste le devolvió tímidamente. Ness supuso que Celia había sido la mujer que le había citado la primera vez en el despacho de Zac. El día del abrazo en que habían estado a punto de besarse en el local destinado a la guardería. Se sonrojó al instante y se preguntó qué sabría Celia acerca de ese contacto inicial.

Celia: He oído hablar mucho de ti -prosiguió-. Eres la amiga de Ash, ¿verdad?

Ness: Sí, soy Ness.

El teléfono sonó y Zac regresó a su despacho. Dejó la puerta entreabierta y gritó por encima de su hombro.

Zac: ¡Vuelvo enseguida!

Celia: La verdad es que es un hombre estupendo -parpadeó-, pero no le digas nunca que lo he dicho.

Ness: Las revistas lo adoran.

Celia: ¡Bobadas! -agitó la mano-. Zac preferiría pasarse horas frente a una pila de informes de negocios que asistir a todos esos actos sociales. Para él se trata de un mal necesario. Las revistas lo adoran solo porque es joven, guapo, rico y soltero.

Celia le dirigió una mirada alentadora que le hizo enrojecer. Parecía claro que la secretaria de Zac tenía su propia opinión al respecto y todo apuntaba a que pensaba que debería establecerse.

Odiaba la idea de que Zac llevara una existencia solitaria, así que cambió de tercio con el ánimo de variar el rumbo de la charla.

Ness: Pero hace otras cosas además de trabajar, ¿verdad?

Celia: Querida, Zac fue siempre un chico muy apasionado. Y hace muchos años que lo conozco. Empecé a trabajar para su padre cuando solo era un niño. -Miró al vacío mientras le invadía la nostalgia-. Todo el mundo sabía que haría grandes cosas en la vida. Y no me refiero solo a los negocios, aunque Dios sabe que ha triunfado. Me refiero también a su bondad. Es muy fiel con la gente que lo rodea -volvió la vista hacia ella-. En fin, me ha regalado tantas acciones que... Bueno, digamos que no sigo en mi puesto por necesidad.

Ness absorbió toda esa información. Si su secretaria decía la verdad, existía una faceta de Zac que solo conocían algunos pocos privilegiados.

Ness levantó la vista cuando Zac reapareció en la puerta del despacho.

Zac: Lo lamento -se disculpó arrepentido-. Hay una pequeña emergencia con nuestros operadores en Europa, así que será una llamada algo más larga.

Ness: No te preocupes lo más mínimo -asintió-. Eso me dará un poco más de tiempo para bajar a la guardería y avanzar un poco en el trabajo.

Celia: Llamaré al restaurante y cambiaré la hora de la reserva, Zac.

Zac: Gracias, Celia -y miró a Ness-. Pasaré a buscarte en cuanto termine.

Cuando Ness llegó abajo, la guardería parecía una imagen congelada del caos. Todos los obreros estaban en la hora del almuerzo. Todas las herramientas estaban tiradas por el suelo, entre escaleras de mano y cubos, sobre la lona que cubría la tarima.

Ness había intercambiado impresiones con el contratista durante la mañana, pero en aquel momento tenía la oportunidad de tomar algunas medidas sin interferir en el trabajo de la cuadrilla. Sacó un metro del bolso, un cuaderno y un lápiz. Se puso manos a la obra.

Al cabo de casi una hora ya había tomado algunas medidas, había hecho algunas anotaciones y había dibujado en sucio algunos esbozos de ciertas ideas que le rondaban la cabeza. Paseó la mirada por el espacio abierto una vez más. Sí, todo estaba saliendo como lo había previsto. Habría una mesa en un lado para los responsables, mesitas y taburetes para los críos en la zona central y zonas de esparcimiento en la izquierda para que jugaran con volúmenes o con juguetes.

Todavía no tenía claro dónde colocaría los armarios para los críos. La pared opuesta parecía un buen lugar. Pero también la pared de la izquierda tenía posibilidades. Mordisqueó la punta del lápiz mientras sopesaba las opciones. La escalera de mano de madera llena de pintura cerca del muro opuesto llamó su atención.

Gracias a la escalera, podría señalar el emplazamiento exacto de los armarios y así se haría una idea más exacta de su ubicación.

Decidió empezar por el muro de la derecha y llevó hasta allí la escalera. La apoyó contra la pared en la altura idónea para que marcara la altura máxima de los armarios y las casillas.

Empezando en una esquina, subió a lo alto de la escalera, marcó el inició de las casillas, bajó, movió la escalera, volvió a subir y marcó el espacio reservado a los armarios. Decidió que los colocaría un poco más altos y así rompería la simetría del conjunto. En previsión del número de niños que tendrían apuntados, seguramente harían falta dos filas de casilleros, una sobre la otra.

Volvió a mover la escalera y añadió otra serie de marcas. Entonces bajó un escalón antes de darse cuenta de que la pared acababa a poco más de un par de palmos.

Volvió a subir ese escalón y se puso de puntillas en sus zapatos beige. Alargó la mano e hizo una marca en la esquina inferior del muro antes de estirarse para llegar a la esquina superior, cerca del techo. Apenas le faltaban unos centímetros, así que se echó hacia ese lado y se inclinó un poco más.

De pronto, el peldaño de la escalera en que estaba apoyada se quebró y perdió el equilibrio.

En vez de dar con sus huesos en el suelo, la sorpresa fue que se encontró sujeta en un par de fuertes brazos. La escalera se estrelló contra el suelo y el estruendo resonó en la habitación vacía.

Zac: ¡Maldita sea! ¿Qué diablos estabas haciendo?

Se apartó algunos mechones sueltos de la cara.

Ness: Mi trabajo.

Zac: ¿Te estabas balanceando en lo alto de una escalera -miró con desdén los zapatos de tiras- con calzado de muñeca?

Ness: ¡La escalera se ha roto!

Zac: Sí, pero eso no explica qué demonios hacías subida a lo alto de la escalera.

Si solo hubiera estado preocupado, ella habría reaccionado de otro modo. Sin embargo, la furia de Zac encendió la mecha de su propio carácter.

Ness: Estaba haciendo aquello para lo que se supone que estoy aquí -hizo una pausa-. Me has contratado para que saque adelante este proyecto. Si te satisface el resultado final, puedes guardarte tu opinión. -Era ridículo que siguieran discutiendo cuando todavía la sostenía en sus brazos, pero detestaba que la regañaran como si fuera una niña-. ¡Déjame en el suelo! -dijo, y añadió-. Por favor.

Zac dudó un instante, reacio, y después obedeció. En el momento en que apoyó el pie derecho en el suelo, Vanessa se estremeció.

Zac: ¿Qué ocurre?

Incluso si hubiera intentado ocultar su reacción, no habría podido. El dolor que sentía en el pie era agudo e intenso.

Ness: Creo que me he torcido algo -admitió-.




Hala, con lo bien que iba todo y ahora se lesiona. Qué pava XD
Veremos a ver como sigue todo con Vanessa con el pie roto.

¡Gracias por los coments!
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¡Un besi!


4 comentarios:

Unknown dijo...

Wooo me encantó el capi!! :D
Zac es un chico bueno, pero lo hirieron :( lloraré :(

Síguela pronto.. :)

LaLii AleXaNDra dijo...

Wao... re Zarpados jaja pero espero que avancen pronto..
siguela, quiero ver que pasa con Vanessa y su pie jaja presiento que Zac la cuidara muy bien

Natasha dijo...

geniaaaaal, me gusta esta novee!!!
y me agrada este Zac <3
Bueno, la verdad todos me agradan jajajaja.

Unknown dijo...

Woww que capitulo! Me ha encantado.
Uh... pobre ness, lo bien que iba todo!



Esta nove me gusta mucho.


Sube pronto.

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