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martes, 27 de diciembre de 2016

Capítulo 7


El conductor de la máquina Zamboni llevaba toda la vida trabajando en aquella pista. Mucho más que un simple técnico de mantenimiento, formaba parte fundamental de la operación de limpieza. Y prácticamente era, por derecho propio, una celebridad.

Algunas veces hasta los niños le pedían un autógrafo, que firmaba siempre. Incluso ponía siempre la aburrida Canción Zamboni, que algún listillo invariablemente se ponía a cantar a grito pelado de cuando en cuando.

Cuando su enorme máquina entraba traqueteante en la pista para ejecutar el periódico ritual de limpieza, llamaba tanto la atención como los patinadores aficionados que practicaban sus saltos. La visión del lustrado y cepillado del hielo, con sus imperfecciones desapareciendo casi al instante, resultaba hipnótica. Con perfectos barridos ovales, la máquina pulverizaba la epidermis deteriorada, lavaba los restos y dejaba detrás una brillante e impoluta superficie helada.

Con una velocidad máxima de doce kilómetros por hora, la Zamboni se deslizaba con tanta lentitud que el conductor tenía tiempo de observar al gentío. Eso era lo que lo mantenía en su asiento de vinilo cada invierno, año tras año: la oportunidad de observar a la gente. Tenía todo el tiempo para fijarse en la manera que tenían de mirar el mundo, de chocar contra las paredes o de levantarse después de una caída, de correr y de vivir la vida.

Había visto a todo tipo de gente. La multitud estaba compuesta mayormente de turistas y de clientes ocasionales. Nunca se cansaba de ver a una madre discutiendo con su hija adolescente. Un recién divorciado intentando reunir el coraje para pedirle a una mujer que salieran juntos. O una joven pareja a punto de enamorarse.

Resultaban fascinantes aquellos atisbos de vidas. Algunas desaparecían para siempre, dejando la resolución de sus historias a su activa imaginación. Otras volvían, sus historias se desarrollaban, se oscurecían o, en ocasiones, terminaban bien.

Tenía una regla de oro. No entrometerse nunca. Si estaba allí era para limpiar el hielo, no para mezclarse con las vidas de la gente. Pero a veces sentía la tentación de hacerlo, como en aquel mismo instante.

Imposibles de olvidar eran Zac Efron y la chica a la que amaba, una joven de buena familia llamada Vanessa. Años atrás, Efron había sido una promesa del hockey sobre patines, quizá el mejor patinador que había pisado nunca aquella pista. Su velocidad explosiva y su infalible coordinación habrían constituido una buena apuesta para cualquier equipo. Pero era su amor por el patinaje, aquella rara y genuina sensación del hielo bajo sus patines, lo que había perfeccionado su talento.

Aquella abarrotada meca turística no era su lugar habitual de entrenamiento, desde luego, pero una Nochebuena de mucho tiempo atrás, había aparecido por allí. Y lo mismo la chica llamada Vanessa. Quizá se habían sentido solos aquel día, frustrados tal vez por unas compras de última hora o para matar el tiempo antes de alguna cita, el caso era que ambos habían llegado con escasos minutos de diferencia.

Eso era algo que sucedía todo el tiempo, pero aquellos dos eran algo nunca visto. Desde el primer momento en que aparecieron, prácticamente derritieron el hielo bajo sus pies.

Eran jóvenes, la viva encarnación de la ilusión y la esperanza, y cualquiera que los hubiera visto les habría encontrado algo especial, único.

Cuando acabó la hora de patinaje, cada uno se fue por su lado, por supuesto. Pero al conductor de la Zamboni no le sorprendió verlos volver al año siguiente, también en Nochebuena, y al otro también, con una pasión profundizada de manera perceptible cada vez. Habían cambiado, como era lógico en cualquier joven. Pero había algo en aquella pareja que nunca faltaba. Se habían mirado como si hubieran sido los primeros en descubrir el verdadero significado del amor. Todo había estado allí, en ellos: la belleza de sus rostros, las sonrisas radiantes, las manos entrelazadas.

Pero luego… nada. No era para tanto y tampoco era asunto suyo, pero el caso era que el conductor de la Zamboni se había tomado su desaparición como un fracaso personal. En lo más profundo de su ser, sabía lo que había sucedido, y siempre deseaba creer que se había equivocado, pero no era así. La vida se había interpuesto en el camino de aquellos dos, que habían sido lo suficientemente ingenuos como para permitírselo.

Y sin embargo ahora habían vuelto, y el conductor de la Zamboni estaba anhelante por ver si realmente habían tomado conciencia de lo que él ya sabía: que se pertenecían el uno al otro, no sólo una vez al año, sino siempre. Una vez acabada la ronda, aparcó la máquina y se dirigió a la cafetería, que consistía en unas pocas mesas y bancos, sobre un gran suelo de goma. Ante una mesa de chapa, estaban sentados el uno frente al otro, bebiendo chocolate caliente en vasos de cartón, contemplando ansiosos lo que los años le habían hecho a cada uno.

**: Vaya, si son los tortolitos… ¿Cómo marcha lo vuestro?

Vanessa lo fulminó con la mirada.

Ness: ¿Le importa a usted acaso?

**: Para nada -sentándose a su mesa, se desabrochó los primeros botones del mono y se aflojó la bufanda roja-.

El nombre Larry figuraba cosido en el bolsillo de la camisa.

Vanessa se quedó primero sin aliento, y luego frunció el ceño. Preguntándose seguramente si no sería el mismo Larry cantante de villancicos, un punto sobre el cual él no deseaba en absoluto iluminarla.

Larry: ¿No me recordáis, verdad?

Zac: Es usted el conductor de la Zamboni.

Ness: La pregunta es: ¿por qué se comporta usted como si se acordara de nosotros?

Larry: Porque me acuerdo.

Ella soltó una nerviosa carcajada. Era todavía más bella que varios años antes, más sofisticada, más segura de sí misma. Y sin embargo tenía un no-sé-qué de frágil, de nostálgico.

Ness: Ya.

Larry: Durante tres años seguidos os vi citándoos aquí como si hubierais inventado el amor a primera vista, y luego el cuarto…

Ness: Él no se presentó.

Y Larry detectó el súbito aguijonazo del dolor en su voz. Entonces se mostró un tanto insegura, intranquila, arrepentida probablemente de haber sido tan sincera.

Era consciente de que ejercía ese efecto sobre la gente. No le sorprendió pues que dejara su chocolate caliente para salir hacia el quiosco del alquiler de patines.

Larry: ¡Claro que se presentó! -gritó-.

Vanessa se quedó paralizada como una escultura de hielo, y se giró lentamente para mirarlo.

Larry hizo un guiño a Zac, que a su vez le lanzó una mirada de furia.

Larry: Supongo que tienes algo que explicarle.




Corto, pero intenso... ¡Zac se presentó!
¡Nos debe una explicación a todos!

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2 comentarios:

Lu dijo...

Oh por Dios!!
Zac estuvo ahí, porque no fue con Ness?? Necesito saber el porque ya.
Que intriga me da.


Sube pronto :)

Maria jose dijo...

Jajaja que?!?!!?
Me sorprendió este mini capítulo
Odie la parte en donde termina el capitulo
Ya quiero saber la explicación de zac
Síguelo


Saludos

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