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domingo, 25 de diciembre de 2016

Capítulo 6


Zac: Bien. Necesito dejar todo esto -cargando con la tabla con la pinza y un bolso plano, de cremallera, la guió por el abarrotado laberinto de pasillos-.

El frío del aire, la música con eco y la inesperada expectación que estaba sintiendo le evocaron a Vanessa recuerdos de su primer encuentro con él. Cada detalle permanecía vivo en su corazón, y eso era algo que nadie sabía. Guardaba celosamente sus más preciados secretos, como un delicioso sueño susceptible de echarse a perder en caso de ser contado. Ni siquiera la dolorosa conclusión de su relación con Zac Efron lograba atenuar la intensidad de aquellos recuerdos. Más bien los volvía frágiles y delicados, envueltos por las agridulces sombras de lo que podría haber sido y no fue.

Vanessa nunca había sido una chica tímida. La primera vez que vio a Zac aquella fatídica Nochebuena, no había dudado en hacerle patente su interés. Su educación privilegiada le había proporcionado una gran confianza en sí misma y la convicción de que nadie la rechazaría. A sus dieciocho años, lo había abordado en aquel entonces sin ningún temor:

«Ness: Hola. Me llamo Vanessa. Te he estado viendo patinar.

La pícara sonrisa que le lanzó la dejó sin aliento, asegurándole al mismo tiempo que tampoco él era ningún tímido.

Zac: Zac. Yo también te he estado mirando.»

No fue exactamente una cita, sino un encuentro parecido a una reacción química: breve e inesperado, y que los cambiaría para siempre. Al final de la velada cada uno había seguido su camino, él a la celebración familiar seguida de la misa del Gallo, y ella a la fiesta acontecimiento de sus padres. El día siguiente al de Navidad, Zac se había marchado a Indiana a continuar con la temporada de hockey y ella había ido a esquiar a St. Moritz. No había dejado de pensar en él durante el resto de las fiestas de aquel año, arrepentida de no haberle dado su número de teléfono, o al menos su apellido para que pudiera localizarla.

De regreso a la realidad, lo siguió hasta la recepción, donde entregó el dinero recaudado en la campaña.

Zac: Ojalá hubiera sido más -le comentó mientras se marchaban-. Cada niño debería amar el hockey como yo. A mí me ahorró muchísimos problemas -le ofreció su brazo-. Vamos a ponernos unos patines.

Ness: ¿No se supone que deberías andar persiguiendo delincuentes? -inquirió, reacia-.

Zac: Estoy fuera de servicio. Vamos, Vanessa. Por los viejos tiempos -continuó andando, tirando de ella por el pasillo que llevaba a la pista de hielo-.

Ness: ¿Por qué habría yo de recordar los viejos tiempos?

Dejó de caminar, pero la sostuvo firmemente del brazo mientras se volvía hacia ella.

Zac: Porque fueron muy buenos -le dijo con tono suave-. La mayoría.

Antes de que ella pudiera replicar algo, echó a andar de nuevo hacia el quiosco de alquiler de patines.

Ness: Está abarrotado -observó-. Es imposible patinar en Nochebuena.

Zac: Los polis pueden.

Ness: No he patinado desde… ya sabes.

Zac: Tienes que estar bromeando. ¿Tuviste alguna lesión grave?

Casi se rio de su suposición.

Ness: No, tuve una vida… Una carrera. ¿Quién tiene tiempo para patinar?

Zac: No me digas que trabajas constantemente y que no te diviertes nunca.

Ness: El trabajo es mi diversión. Pero patinar no es algo que haga normalmente.

Zac: Mayor razón para hacerlo ahora. Es como montar en bici. Nunca te olvidas.

Vanessa entrecerró los ojos y buscó refugio en una mentira.

Ness: Soy muy buena olvidando cosas.

Inesperadamente, le tomó la mano enguantada y se la apretó.

Zac: Y yo soy muy bueno haciéndole recordar a la gente cosas.

A pesar de sus contradictorias reacciones, Vanessa se sorprendió a sí misma atándose los cordones de unos viejos patines de alquiler. Le resultó extraño caminar tambaleándose por el pasillo de goma que llevaba a la pista, agarrándose a Zac para sujetarse. No era así como había planeado pasar aquella tarde. Había pretendido visitar Bergdorfs o Saks para comprarle a Drake otro suéter de diseñador. Pero, en lugar de ello, el destino la había puesto en el camino de un elfo cantante y de un antiguo amor, regalándole además un respiro de la vida demasiado real que llevaba cotidianamente.

Cuando Zac la llevó a la pista, la realidad se desmoronó. La música de lata, resonando desde los altavoces montados en los focos, debió de haberla disgustado, y sin embargo la llenó de nostalgia. El enorme árbol de Navidad, cargado de miles de luces parpadeantes, adquiría una difusa y mágica belleza bajo los copos de nieve. Incluso el Prometeo bañado en oro, o la interminable sucesión de banderas internacionales que rodeaban el edificio, se le antojaron tan entrañables como un diminuto paisaje nevado encerrado en una bola de cristal.

Tras hacerle un gesto al auxiliar, Zac salió por la puerta y se hizo a un lado para empujarla suavemente hacia la blanca planicie de hielo, arañada por miles de patines cada hora. Vanessa se impulsó y las piernas se le doblaron inmediatamente, con las cuchillas desviándose en diferentes direcciones, hasta que las rodillas empezaron a dolerle. Pero la determinación le hizo sacar la fuerza necesaria para controlar bien los pies y, al momento siguiente, estaba patinando.

Zac: Lo estás haciendo muy bien -le dijo lanzándole aquella sonrisa que tan bien recordaba-.

Se tambaleó pero volvió a recuperar el equilibrio y, a pesar de todo, del día horrible que había tenido, de la estresante noche que se avecinaba… se sorprendió a sí misma devolviéndole la sonrisa. Con exagerada galantería, Zac le ofreció su mano y ella recordó algo que había aprendido la primera noche que lo conoció: que le resultaba imposible patinar y no sonreír.

Agarrada a su mano empezó a correr por el hielo, sintiendo el viento en el pelo y la nieve en la cara. Zac patinaba con la misma potencia y elegancia que recordaba. Se proyectaba sin esfuerzo entre la multitud, a tal velocidad que Vanessa se sintió como si estuviera volando.

Sólo por unos breves instantes, llegó a saborear la clase de alegría que antaño tanto había abundado en su vida. ¿Adonde había ido a parar aquella alegría, aquel gozo? Como un huésped sin invitación que se hubiera marchado antes de que lo echaran, se había escabullido sigilosamente sin que ella se diera cuenta. Pero ahora la esperanza y el entusiasmo habían vuelto, y ella se negaba a analizar las razones de aquel cambio. «Euforia post-Drake», se dijo.

Sin embargo, una voz interior le susurró que su ex no tenía nada que ver con lo que estaba sintiendo en aquellos momentos.

Estaba patinando por el hielo con un hombre al que nunca había esperado volver a ver. Estaba incluso tarareando la música navideña. La multitud les abría paso, y algunos se quedaban mirando, a Zac, claro, que no a ella. Él era el profesional, al fin y al cabo. Juntos probablemente parecerían un Porsche remolcando a un Volkswagen.

Zac adaptaba su paso al suyo, utilizando solamente un mínimo de la velocidad y la potencia que le habían hecho ganar becas y ofertas de la liga nacional de hockey. Ni siquiera parecía mirar por dónde iba, tal era su seguridad. La estaba mirando a ella.

Y Vanessa no podía sino mirarlo a su vez. Tenía un rostro lleno de carácter, en contraste con el convencional y frívolo aspecto de los modelos masculinos y demás famosos de su mundo. Eso era lo que más la había atraído de él desde un principio: lo muy diferente que era de los chicos que conocía. En el instituto y durante los primeros meses de la universidad, había salido con jóvenes rubios y esbeltos de actitud displicente y numerales romanos detrás de sus nombres. Al contrario que aquellos insolentes niños mimados, Zac Efron tenía una inagotable ansia de vida, un espíritu ferozmente competitivo y algo que nadie más le había dado, un genuino interés por la propia Vanessa, por sus esperanzas y sueños, que no por sus contactos sociales o por su cuenta bancaria.

Mientras patinaban, los bordes de la pista se prolongaban en franjas de luz y de color, y las surrealistas y fugitivas imágenes le hicieron revivir todas las sensaciones que había experimentado años atrás. Se había sentido aturdida, mareada por una sensación de promesa. Aunque su primer encuentro no había podido ser más casual y cada uno había seguido su propio camino, una parte de ella siempre había creído que aquello había sido el comienzo de algo especial. ¿Cómo habría podido no serlo, cuando él la había mirado con aquella magia en los ojos?

Y, sin embargo, las sólidas barreras que se interponían entre ellos habían permanecido firmemente en su lugar.

«Zac: Deberíamos salir juntos -le había dicho-.

Ness: ¿Cómo? -había preguntado-. ¿Por teléfono? ¿Email? No, gracias.

La había besado sólo una vez aquella noche. Pero, en comparación, aquel beso había hecho palidecer todos los demás que había recibido en su vida. Luego, medio en broma, le había preguntado:

Ness: ¿El año que viene en el mismo lugar y a la misma hora?

A pesar de la futilidad de la idea de un romance entre ellos, ambos habían cumplido su promesa. Vanessa se había escabullido del Acontecimiento Hudgens del año siguiente, y Zac de la misa del Gallo. Se habían visto mientras patinaban en el hielo, para reunirse en el centro de la pista. Bien conscientes los dos de que la chispa que inicialmente había ardido entre ellos no se había apagado.

Zac: ¿De modo que vamos a empezar una aventura tipo Romeo y Julieta, eh? -le había dicho-.

Y cuando se había reído y la había besado de nuevo, Vanessa había sentido la firme e inequívoca convicción de que la atracción que los unía era algo especial, que no podía descartarse fácilmente.»

Sin embargo ella debía marcharse a St. Kitts al día siguiente, y él tenía que volver al hockey, con lo cual todo aquello era completamente imposible. Incluso habían bromeado sobre la manera en que el mundo conspiraba para separarlos.

Se habían permitido una fugaz fantasía. Ella se trasladaría a la Universidad de Notre Dame, viviría en un colegio mayor femenino con las compañeras de su fraternidad estudiantil. Y sin embargo, sus vidas se habían vuelto a cruzar por tercera vez, a la siguiente Nochebuena. Vanessa todavía recordaba su aspecto cuando se lo encontró esperándola con aquel frío. La nariz y las orejas coloradas, y los ojos brillantes del placer de verla. Esa vez no hubo pretensión de sorpresa ni la tímida declaración de «pasaba casualmente por aquí». Cada uno admitió que había ido a buscar al otro, que aquel último año se les había hecho interminable y la urgencia de rastrear el paradero del otro casi irresistible. Pero no habían querido estropear la magia de cada Nochebuena. Encontrarse antes habría sido como recibir un regalo antes de tiempo. Eran jóvenes. Era un juego. Pero ambos sabían que se estaba convirtiendo en algo más.

Naturalmente, habían tratado de la posibilidad de quedar durante el resto del año… pero nunca habían llegado a hacerlo. Aquellos encuentros tenían una magia especial que a ellos mismos se les escapaba. Tenían miedo de echarla a perder. Hasta aquel tercer año, cuando Zac le soltó la noticia, iba a convertirse en jugador profesional. Tenía un agente propio, le había dicho con tono maravillado, eufórico. Los Rangers de Nueva York lo pretendían; le ofrecían la oportunidad de su vida, un sueño hecho realidad. Por el bien de sus padres, continuaría en la universidad y se licenciaría, ya que ningún Efron había logrado nunca un título universitario, y querían que él fuera el primero. La espera sería horrible, pero se lo debía.

Aquella noche le había hecho un regalo: un llavero de plata con un patín de hielo. Vanessa, acostumbrada a recibir joyas de Tiffany y Harry Winston de otros chicos, se había echado a llorar. En la tienda de regalos, le había comprado una bola de cristal con una diminuta pareja patinando del brazo, diciéndole que pensara en ella cada vez que la mirara.

Había llegado a obsesionarse con Zac. Su nuevo estatus de joven estrella del deporte lo había cambiado todo. Se estaba convirtiendo en alguien que, a buen seguro, sus padres adorarían. Sería el próximo Wayne Gretzky. Había soñado, fantaseado con él. Tendrían un apartamento en la ciudad y una residencia de verano en Long Island, quizá incluso con pista de hielo propia.

Para cuando se acercaba la cuarta Nochebuena, ya estaba convencida. Sólo tres citas y ya sabía que se estaba enamorando de él. No le importó que fuera un italo-americano de clase trabajadora que tuviera que trabajar los veranos en los servicios sanitarios para ganarse algún dinero. No le importó tampoco que sus padres la obligaran inmediatamente a hacer terapia, para intentar convencerla de que se engañaba a sí misma. Se estaba enamorando de Zac Efron. Nunca antes había estado enamorada. Aquel cuarto año, se presentó temprano en la pista de hielo.

Incluso en ese momento, después de tantos años, enrojeció de vergüenza cuando recordó todo el tiempo que había pasado esperándolo. Las veces que había pagado por patinar, la cantidad de vueltas que había dado a la pista, el frío que había pasado de tanto esperarlo. Cuando ya ni siquiera sentía los dedos de los pies, se quitó los patines, salió a la calle y paró un taxi. En la fiesta anual de sus padres, bebió demasiado champán y bailó con demasiados hombres que no le importaban. Al día siguiente, partió de vacaciones con la familia.

A su regreso, llamó a su asesor universitario para aceptar las prácticas en Europa que le habían ofrecido. Aturdida de desilusión, fue a Londres a trabajar para una prestigiosa revista y embarcarse en una fabulosa vida que al final no resultó tal. Durante todo aquel año se convirtió en una fanática de las páginas deportivas de la prensa, siempre a la busca de noticias de la liga de hockey. En las informaciones sobre jóvenes jugadores no encontró nada sobre Zac Efron, sólo que se había graduado con nota en Notre Dame. Se negó a continuar obsesionándose con él, aunque le picaba la curiosidad. ¿Qué había pasado con sus sueños, con sus grandes planes de convertirse en una estrella sobre hielo?

Pero… ¿qué importaba que sus planes no la hubieran incluido a ella? Al final se había obligado a dejar de preguntarse por él. A dejar de quererlo.

El sonido de una campana la sobresaltó, devolviéndola a la realidad. Al parecer era la señal para que los patinadores abandonaran la pista para su limpieza. La maciza máquina Zamboni salió de un túnel y se deslizó suavemente por la pista para retirar metódicamente el hielo arrancado por las cuchillas de los patines. Encaramado en su asiento, el chófer lucía una larga bufanda de color rojo brillante que le caía sobre la espalda.

Vanessa se quedó mirándolo atónita.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Me está acosando un elfo.

Zac: Vamos -riendo, la tomó de la mano-. Te invito a un chocolate caliente.

Era un horrible chocolate de máquina, pero su aguado y sencillo dulzor le encantó.

Ness: Así que te convertiste en policía. ¿Cómo fue eso?

Zac: Era mi plan B, en caso de que lo del hockey no funcionara.

Ness: Deduzco que no funcionó.

Zac bebió un trago de su vaso de cartón. Vanessa esperó en vano a que hiciera algún comentario. Fue él quien le preguntó a su vez:

Zac: ¿Qué me dices de ti? Imaginaba que te convertirías en una periodista de primera fila. ¿No estudiaste periodismo en la universidad?

Tuvo una fugaz evocación de su idealismo. Mientras estudiaba la carrera, había querido marcar diferencias en las vidas de la gente, investigar a fondo y presentar a la sociedad un espejo donde pudiera mirarse. En lugar de ello, organizaba fiestas y lanzaba al mercado productos de lujo. Convencía a mujeres cuyo presupuesto no les llegaba ni para un billete de metro de que no podían pasar sin cierta marca de lápiz de labios que valía diecisiete dólares. Como redactora de conferencias de prensa, practicaba una extraña e híbrida forma de periodismo y publicidad.

La pregunta de Zac seguía flotando en el aire. Vanessa bebió un sorbo de chocolate.

Ness: Me convertí en publicista, ¿vale? Quizá no sea un oficio tan útil como el tuyo, pero me da de comer. Mira, Zac, me has pillado en un mal día.

Zac: Entonces dime cómo es un buen día tuyo.

Ness: Cuando mis clientes están contentos y mi empresa les factura por horas bien empleadas, yo me divierto en mi trabajo -le dijo, sintiéndose un poco a la defensiva-. No es ningún crimen. Trabajar en mi campo es como salir a galas y a fiestas. La gente me paga para que asista a actos frecuentados por famosos. ¿Qué hay de malo en ello?

Zac: A mí no me suena nada mal. A no ser que lo de asistir a galas y a fiestas lo vivas como un trabajo.

«Tocada», pensó Vanessa. Bajó la mirada a la mesa, intentando reprimirse de preguntarle lo que tenía tantas ganas de saber. Pero no podía soportar ni un momento más, no podía guardarse la amarga acusación que se le había atascado en la garganta desde el primer instante en que lo vio.

Ness: No te presentaste aquella noche.

Ni siquiera tuvo que preguntarle a qué se refería.

Zac: Pero ahora estoy aquí.




Qué mono Zac ^_^
Pero tiene varias cosas que explicar...

¡Gracias por los coments!
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MERRY CHRISTMAS!🎄🎅

2 comentarios:

Lu dijo...

Wow wow y más wow .
Que lindo capítulo!!! Me gustaría saber porque Zac no se presentó esa noche y rompió el corazón de Ness.

Feliz Navidad!!! 🎄🎆.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Que linda forma de conocerse
Me encanto y seria una muy buena película
Amo la historia y zac es tierno
Pero ya quiero saber el por que el no se
Presentó ese día
Síguela!!!!!

Feliz navidad!!!!

Saludos

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