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martes, 13 de diciembre de 2016

Capítulo 1


Vanessa Hudgens caminaba apresurada por la Quinta Avenida, intentando escapar en vano de la Navidad. Había logrado adelantar a una tropa de mofletudos cantantes callejeros que entonaban villancicos a grito pelado recogiendo donaciones de tenderos y turistas. Y consiguió esquivar a un Santa Claus que se bamboleaba en el paso de peatones: su aliento evidenciaba que había comenzado la fiesta muy temprano.

Aunque tenía el móvil adherido a la oreja, Vanessa apenas podía escuchar lo que le decía Drake, su novio. De todas formas, había oído lo suficiente como para saber que las noticias no eran buenas.

Ness: ¿Una modelo de sujetadores? -gritó por el diminuto aparato decorado con flores-.

La respuesta de Drake fue un confuso comentario terminado en un:

Drake: ¿Eh?

Así que Vanessa gritó aún más fuerte.

Ness: ¿Me vas a plantar por una modelo de sujetadores?

Demasiado tarde se dio cuenta de que los cantantes habían dejado de cantar, mientras esperaban a que cambiara el semáforo. La había escuchado todo el mundo en una manzana a la redonda.

Fulminada por una decena de curiosas miradas, Vanessa dejó caer la mano con el móvil y se colgó el bolso del hombro. Apenas oyó la réplica con voz de mosquito de Drake, no quería escuchar una sola palabra más. Desmintiendo el rubor que incendiaba sus mejillas, levantó la cabeza y dijo a nadie en particular:

Ness: Genial.

Apagó el móvil, se giró en redondo sobre los tacones de aguja de sus botas y continuó caminando. A su espalda, se abrió el semáforo. Los cantantes callejeros entonaron Campanas de Navidad y los peatones volvieron a ponerse en movimiento.

«De acuerdo: es Navidad», se dijo Vanessa, descubriendo consternada que los ojos habían empezado a escocerle por las lágrimas. Lágrimas. No por Drake, sino porque había vuelto a escapársele otro sueño. Siempre era duro despedirse de un sueño, cerrar la puerta a la esperanza. Afortunadamente tenía unas enormes reservas de autodisciplina. La habían educado para hacer siempre lo que se esperaba de ella, en eso era extremadamente buena. Así que tendría que superar aquel día. No podía ser tan difícil.

Intentó contagiarse del espíritu de los niños riendo, de la gente circulando alegre por las calles. Vio una sonrisa detrás de otra e incluso hizo el valiente esfuerzo de sonreír ella misma, pero fue más bien como un rechinar de dientes.

¿Por qué la Navidad era tan fácil para alguna gente y tan imposible para Vanessa? ¿Dónde había estado ella cuando todos los demás se habían contagiado del espíritu navideño? Sabía dónde había estado. En los helados confines del internado adecuado, el campamento de vacaciones adecuado, la universidad adecuada. Había estado tan ocupada preparándose para hacer lo que se esperaba de ella que se había olvidado de preguntarse por el sentido de todos aquellos esfuerzos.

En el siguiente paso de peatones, una mujer cargada con elegantes bolsas y paquetes con lazos apareció de pronto delante de Vanessa como una barcaza que acabara de atracar.

Vanessa se mordió la lengua para no soltarle algún comentario, pero no puedo evitar fulminarla con la mirada. Llegaba tarde a la reunión y no estaba de humor. Dada su actual situación, tenía derecho a refunfuñar un poco.

Años atrás había habido un tiempo en que el trajín y el bullicio de aquellas fiestas le habían transmitido como una especie de magia. Echaba de menos a la Vanessa de aquel entonces, pero ignoraba cómo revivir aquella gozosa, desbordante sensación. Claramente Drake no era la respuesta. Por supuesto, eso debería haberlo sabido desde el principio. Y sin embargo, a pesar de todas las maneras en que la había defraudado la vida, en lo más profundo de su ser seguía conservando aquella secreta y juguetona personita que seguía queriendo creer en la magia de la Navidad.

Alguien debía de tener un verdadero juego de campanillas de Navidad, porque de repente las oyó cerca de su oreja como el molesto timbrazo de un despertador de cuerda. Un segundo después se encontró frente a un elfo sosteniendo una hucha con la imagen de un sonriente huérfano. Con los dientes apretados, se limitó a mirar hacia delante fingiendo que no lo había visto. Si no hacía contacto visual con él, tal vez consiguiera esquivarlo. Vanessa era una experta en evitar el contacto: eso la había mantenido segura y a salvo durante años.

Aquellos cantantes callejeros que pedían donaciones caritativas eran unos farsantes. Las donaciones iban a parar a sus bolsillos y terminaban en las salas de billar o en las tiendas de licores. Prestarse a aquel juego sólo servía para fomentar la mendicidad.

Elfo: Proooonto será Navidaaaad… -cantaba el elfo-.

«¡No me digas!», pensó Vanessa, viendo los adornos de acebos de plástico y las luces centelleantes que venían infestando la ciudad desde Halloween. Cada año, la temporada de fiestas parecía empezar más pronto. Y Vanessa no podía evitar una pequeña y secreta chispa de entusiasmo. Y de esperanza.

«Quizá este año sea distinto», pensaba siempre. Pero nunca cambiaba nada, y con el paso del tiempo se iba volviendo cada vez más cínica y crispada.

Elfo: Vamos, señora, deme algo. Haga una buena obra -el elfo hizo sonar la jarra-.

Portaba un libro de canciones de coro y una etiqueta pegada al disfraz que decía: ¡Hola! Me llamo Larry. Lucía una bufanda roja y una sonrisa injustificadamente alegre.

El semáforo cambió y Vanessa se unió al río de peatones que invadió la calzada, pero el persistente cantor continuó acosándola.

Elfo: Una pequeña ayuda para la obra benéfica de los niños del Westside… -le mostró un permiso de aspecto oficial-.

«Falsificado con toda probabilidad», pensó Vanessa.

Elfo: Hágalo por los niños, señora -sacudió la cabeza, haciendo sonar las campanillas de su sombrero en punta-.

Ness: Déjeme -le ordenó, ceñuda-.

Pero el elfo la miró con expresión lastimera. «Mantente firme», se dijo Vanessa. Si cedía, otro elfo ocuparía su lugar, y al momento siguiente media ciudad le estaría pidiendo algo. Alzando la cara contra el viento helado, continuó caminando.

Elfo: Campana sobre campana… -se puso a cantar de nuevo el elfo, balanceándose a su lado-. Mire -le dijo de pronto-. No es culpa mía que ese tipo la haya plantado por algún bombón. No lo pague con los niños.

Vanessa no pudo morderse la lengua por más tiempo.

Ness: No me está inspirando usted nada de compasión.

Elfo: Piense en los niños, entonces. La magia de la Navidad consiste en dar y regalar cosas. ¿No lo sabía?

Ness: Yo no creo en la magia de la Navidad -ya estaba-.

Decirlo en voz alta lo convertía en algo tan real como la helada acera que estaba pisando con sus elegantes botas.

Elfo: La magia de la Navidad existe, pero para ello tiene usted que hacer una donación. ¿Qué son cinco pavos para alguien que lleva unas botas Manolo de mil dólares?

Pensó que el elfo sabía de calzado. Aquello estaba resultando cada vez más extraño.

Elfo: Cinco pavos y la magia empezará a funcionar. Se lo garantizo.

Ness: Si le pago… ¿desaparecerá?

El elfo le guiñó un ojo y le lanzó una mirada alegre.

Elfo: Confíe en mí, no se arrepentirá. Ayúdenos, y el mundo empezará a ayudarla a usted.

Ness: ¿Qué le hace pensar que yo necesito ayuda?

Elfo: No puede usted seguir evitando caminar por los transitados senderos de la vida, ni previniéndose contra toda compasión humana para guardar las distancias con sus semejantes…

«Estupendo», pensó Vanessa. El elfo no sólo sabía de zapatos, sino que además citaba a Dickens. «Vivo en un mundo de locos».

Elfo: Que sean diez pavos y le regalaré un milagro -le ofreció el tal Larry-.

Ness: Oh, por el amor de Dios… -agotada su paciencia, rebuscó en su bolso y le entregó un billete de veinte dólares-.

Elfo: Feliz Navidad, Vanessa -exclamó, alegre-.

Ness: Vale.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que la había llamado por su nombre. Se detuvo en seco, con lo que un ejecutivo chocó contra su espalda, el hombre la rodeó no sin antes farfullar una malhumorada disculpa. Lo buscó entre la afanosa multitud, pero Larry el elfo había desaparecido por completo. ¿Cómo había podido saber su nombre? ¿Un golpe de suerte? No, probablemente habría visto una tarjeta o algo con su nombre cuando sacó la cartera para entregarle los veinte dólares.

Desentendiéndose del suceso, continuó caminando por la avenida. La tropa de cantantes callejeros vociferaba:

**: Navidad, Navidad, dulce Navidad…

La Navidad no significaba felicidad de ningún tipo para Vanessa. Hacía mucho tiempo que eso no ocurría. En esos días, las vacaciones significaban más reuniones que programar, más actos que planificar, más clientes que demandaban su tiempo. Sin Drake, significaban también un regalo menos que comprar aquella tarde. La única molestia que podía acarrearle su defección era la tan penosa como incómoda explicación que tendría que dar a sus padres, que habían otorgado a Drake la aprobación de los Hudgens. Las únicas consecuencias serían invisibles para el mundo y las sufriría solamente Vanessa. Y ella era increíblemente buena escondiendo su dolor.

Se metió por una calle lateral, afortunadamente desierta a excepción de un mendigo con una vieja chaqueta militar y su perro zarrapastroso. Ambos la observaban desde un soportal cercano al bar restaurante Fezzywig's. En su apresuramiento, se le cayó el bolso y la mitad de su contenido quedó regado por el sucio suelo. Apretando los dientes de irritación, se agachó para recuperar sus pertenencias: el móvil, la pequeña lata de caramelos de menta para al aliento, su agenda de piel y el pintalabios, hasta que por fin se levantó.

Mendigo: Señorita, se olvida algo -el mendigo le entregó un manojo de llaves con un llavero en forma de un diminuto patín-.

Ness: Gracias -agarró las llaves y se las guardó en el bolso-.

Se disponía a seguir su camino cuando vaciló y le entregó un billete que sacó de la cartera. Vanessa no era una derrochadora, pero siempre pagaba los servicios que le prestaban. Además, el mendigo le había devuelto su llavero de plata y sólo por eso se merecía una recompensa.

Aquel llavero tenía un significado especial para Vanessa. Lo guardaba como recuerdo del precio que había pagado por entregar su corazón.




¿A quién entregó su corazón que ahora está tan amargada?

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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Que elfo tan misterioso
Ya quiero saber más de esta novela
Siguela pronto


Saludos

Lu dijo...

Me encantó!!!
Me intriga saber quien es el elfo.


Sube pronto

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