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jueves, 22 de diciembre de 2016

Capítulo 5


Vanessa comenzó a dudar de su ingenuo optimismo poco después, cuando se hallaba en la acera a punto de convertirse en un gigantesco polo de hielo mientras intentaba parar un taxi. Estaba hablando por el móvil, en sus intentos por conseguir alguien que pudiera sustituir a Amber. A Axel le gustaban las supermodelos pero, hasta el momento, todas las que conocía estaban ocupadas aquella noche. «Quizá se traiga la suya», pensó mientras tecleaba otro número.

Los cantantes callejeros de villancicos habían migrado al otro lado de la calle, aunque todavía podía escuchar los felices acordes de Alegría para el mundo por encima del fragor del tráfico y de las distantes campanadas de una vieja iglesia. Larry el elfo era un mentiroso. Le había prometido magia y milagros, pero las cosas habían ido de mal en peor. Y en medio de todo había aparecido Zac Efron, despertándole sentimientos que le había costado años enterrar.

El número al que estaba llamando estaba ocupado. Exasperada, contempló la avenida. A través de la densa cortina de nieve, no se distinguía un solo taxi libre. «Las Navidades son para los tortolitos», pensó mientras miraba ceñuda a una joven pareja de aspecto risueño que caminaba del brazo, viendo escaparates. La Navidad no era más que una excusa para que la gente trabajara menos y comiera más. ¿Y quién necesitaba eso?

Descubriendo de pronto un taxi a media manzana, se dedicó a hacerle señas desesperadamente. Suspiró aliviada al ver que se detenía. Ya había abierto la puerta cuando, como surgidos de la nada, una mujer y un niño con muletas aparecieron a su lado. Un impulso inconsciente fue el culpable de que estuviera a punto de ignorarlos y subir al taxi. Pero en el último segundo se arrepintió.

El niño la miró. Su dulce rostro redondeado se iluminó con una sonrisa antes de meterse con las muletas en el vehículo.

**: Gracias -le dijo la madre, una mujer de cara cansada y vestida con un sencillo abrigo de tela-.

Llevaba uno de aquellos humillantes bolsos de plástico que determinados comerciantes imponían a sus empleadas para poder identificar los robos.

En un impulso, Vanessa entregó al taxista un billete para pagarles la carrera.

**: Gracias -le dijo la mujer-. Feliz Navidad y que Dios la bendiga.

Vanessa asintió con la cabeza y barrió la calle en busca de otro taxi. No había ninguno a la vista. Se vio a sí misma allí de pie, congelándose, mientras el resto del mundo se apresuraba a volver a sus casas, con sus familias, al calor de un buen fuego. ¿Quién la echaría de menos?, se preguntó, triste. ¿Quién se daría cuenta de que ya no estaba con ellos, de que se había convertido en una estatua de hielo?

Irritada, intentó contactar por teléfono con Nora. Nora era la principal agente de modelos de la ciudad, pero no estaba, tenía el buzón de voz conectado. ¿Qué le pasaba a todo el mundo? Era como si de pronto hubieran decretado unas vacaciones nacionales.

Un sedán negro se detuvo entonces junto a la acera, al tiempo que bajaba lentamente el cristal tintado de la ventanilla.

Zac: ¿Te llevo a algún lado?

Su corazón volvió a hacerlo, se le aceleró de excitación, pese a que se había ordenado dominarse.

Ness: Gracias -dijo, apresurándose a subir-.

El coche olía a ambientador de colonia infantil. Sobre el panel de control había una serie de aparatos electrónicos que no logró identificar.

Experimentó una extraña sensación de intimidad viajando a su lado, como si estuviera asomándose a su vida privada. Llevaba una tarjeta de identidad y varios permisos y licencias sobre la guantera. Y también un par de papeles pegados a manera de recordatorio: Comprar jamón. Comprar cinta adhesiva.

Se metió en el atasco de tráfico. Los limpiaparabrisas desmenuzaban los gruesos y blandos copos. La nieve convertía la bulliciosa ciudad en un centelleante mundo de luces y colores. Zac la miró. Vanessa se sintió como si hubiera dejado de verlo apenas el día anterior. Ningún hombre la había mirado nunca como él, con tanto interés, cariño y franco deseo.

Zac: ¿Y bien? ¿Adónde?

Ness: Adivinaste bien cuando te dirigiste hacia el norte.

Zac: Upper East Side.

Ness: Eso es.

Zac: No fuiste a caer muy lejos del árbol, ¿eh, Vanessa?

El comentario fue amable pero también algo mordaz, como destinado a marcar las distancias entre ellos. En realidad nunca habían tenido ninguna oportunidad, por culpa de sus ambientes tan distintos. A la gente le gustaba decir que esas cosas no importaban en el mundo de hoy, pero lo cierto era que importaban. Absolutamente. Sobre todo a Vanessa, para quien la aprobación de sus padres lo significaba todo. Y para Zac, cuyo sentido de lealtad a su familia se imponía a todo lo demás.

Se sintió inexplicablemente a la defensiva, como si fuera culpa suya que hubiera nacido en el refinado mundo de las familias ricas. Sus padres tenían un apartamento con vistas al parque y una residencia de verano en Sound in the Hamptons. La habían enviado a Marymount y a Bennington, y ahora vivía en un edificio histórico perfecta y elegantemente reformado. Llevaba, desde todos los puntos de vista, una existencia admirable. Sobre el papel, todo parecía ir de perlas. Pero lo cierto era que rara vez tenía tiempo para sentarse a pensar en las cosas que echaba de menos en su vida.

Ness: ¿Y tú? -le preguntó, algo molesta-.

Zac: Yo tampoco caí muy lejos de mi árbol. Vivo en Park Slope.

No sabía gran cosa de aquel barrio, excepto que estaba en Brooklyn. Y tampoco sabía gran cosa sobre Brooklyn, excepto que era el final de línea del destartalado tren F que ella nunca tomaba.

Condujo durante varias manzanas en silencio, y Vanessa pensó en lo muy extraño que era volver a estar con él después de tanto tiempo. Su móvil sonó en ese momento y se apresuró a contestar. Pero sólo era Miley diciéndole que todavía seguían buscando una pareja atractiva para Axel.

Como si hubiera sentido su mirada, se volvió hacia ella y la miró.

Zac: Me alegro de volver a verte, Vanessa. Estás estupenda.

Ness: Gracias. Tú también.

Se le daban muy bien las conversaciones intrascendentes, de compromiso. Era su especialidad, tenía todo un arsenal de recursos y temas de conversación. Pero sabía que sus comentarios ingeniosos no funcionarían con él. Zac no esperaba que lo impresionara, o que lo entretuviera. Tal y como había ocurrido siete años atrás, sólo quería conocerla, saber de su vida.

Y lo que Vanessa más temía era que pudiera ver en ella, a simple vista, todo lo que había que saber. Como si no hubiera nada bajo la superficie, carente por completo de sustancia.

Decenas de preguntas sin respuesta parecían flotar en el aire. Zac se inclinó para encender la radio, y los acordes de una canción navideña relajaron el ambiente. Se puso a tararear por lo bajo.

Zac: Lo de antes iba en serio, lamento de verdad lo de tu amiga.

Vanessa tuvo que pensar por un momento en la amiga a la que se refería.

Ness: Oh, Amber. No sé qué decir. Es algo embarazoso.

Zac: Por desgracia, una de las cosas que he aprendido en mi trabajo es que la gente se ve traicionada todo el tiempo por aquellos en quienes más confían.

Ness: Es una reflexión muy adecuada para un día como éste -comentó, irónica-.

Se dedicó a mirar por la ventanilla. Multitudes de peatones caminando apresurados bajo la nieve, desfilando frente a los escaparates bien iluminados. Luces de colores en casi cada árbol de la calle.

Las preguntas sin respuesta volvieron a asaltarla. «¿Dónde te metiste aquella noche? ¿Por qué no cumpliste tu promesa? ¿Cómo es que no nos enamoramos y vivimos para siempre felices?».

Zac: ¿Quién es Drake? -le preguntó de pronto-.

Vanessa había tenido la esperanza de que no le preguntara por su ex, pero no tuvo suerte. Supuso que debía de haber desarrollado instinto de sabueso en la policía.

Ness: Un tipo con el que estaba saliendo -minimizó el asunto, por supuesto-.

Supuestamente Drake habría debido ser el único. Sus credenciales eran perfectas. Procedía de la familia adecuada, había recibido la educación adecuada, vivían en el barrio adecuado. Sus padres lo adoraban. Vanessa casi se había convencido a sí misma de que sería su primer marido.

Pero en realidad era una pesadilla para cualquier soltera. Un tipo egoísta, irresponsable y a veces incluso leve y sutilmente cruel.

Zac: ¿Estabais saliendo? -pronunció mientras conducía con infinita paciencia por el denso tráfico-.

Ness: Sí. Me dejó hoy mismo, justo antes de comer.

Zac: ¿De veras? Un duro golpe.

Ness: Por una modelo de sujetadores.

Zac: Eso todavía es más duro.

Ness: Ya. Me encargué de anunciarlo a todo el mundo en la Quinta Avenida.

Le explicó lo de la llamada de teléfono y los cantantes callejeros de villancicos, y luego se volvió en el asiento para mirarlo. Tenía un rostro magnífico, se salvaba de ser demasiado guapo por la nariz ligeramente partida, como consecuencia de una antigua lesión de hockey. Su boca era de las que atraían inevitablemente las miradas, como una sabrosa trufa de chocolate.

Ness: Será mejor que no te rías… -le advirtió-.

Zac: Jamás haría algo así. ¿Por qué habría de reírme de algo que te ha hecho daño?

Vanessa miró de nuevo al frente para concentrarse en contar los adornos de hojas de acebo que decoraban los postes de los semáforos. Pensó que aquélla era una particular habilidad de Zac, decir algo dulce y sincero en el momento oportuno.

Zac: ¿Entonces… lo amabas?

Ness: Nunca he estado enamorada -le espetó, aunque en seguida disimuló su sinceridad con una carcajada-. Mira, estoy perfectamente. Drake no era tan… especial. Supongo que intenté hacérselo ver, pero lo nuestro simplemente no funcionó.

Detestó la imagen que estaba proyectando, su propio tono superficial. Vacío. Sin corazón.

Sinceramente, ¿qué pensaría él? Abandonada por su novio en Nochebuena, robada por su mejor amiga… y allí estaba, comportándose corno si le hubiera fallado la cita con la peluquería. El hecho era que había forrado sus sentimientos con capas tan densas de aislante que ya nada podía atravesarlas y llegar hasta ellos. No el dolor, desde luego. Pero tampoco la alegría.

Zac: No tienes por qué minimizar esto, Vanessa. Tienes derecho a sentirte fatal, aunque sea por un rato.

Ness: Eso sería un completo desperdicio de energía, porque tampoco iba a conseguir arreglar nada.

Zac: ¿Tienes mucha prisa?

Vanessa miró su carísimo reloj, regalo de agradecimiento de uno de sus clientes, y luego su móvil, que seguía callado. Estaba ante un dilema. Podía pasar la tarde preocupándose por El Acontecimiento Hudgens. O podía renunciar por una vez al control que ejercía sobre su vida. Sintió una chispa de… algo. ¿Esperanza?

Ness: En realidad, ninguna. Todo está bajo control esta noche. Gracias a Drake, no tengo ningún regalo de última hora que comprar. ¿Por qué lo preguntas?

Za: Necesito hacer una parada -aparcó en un espacio restringido para coches oficiales y bajó para abrirle la puerta-.

Le sostuvo la puerta mientras salía, entrecerrando los ojos bajo la ventisca de nieve. La gigantesca y algo chabacana estatua de Prometeo, resplandeciente bajo los focos y como ahogada en el estruendo de los villancicos, presidía la entrada del Rockefeller Center.

Ness: ¿Qué es esto? -inquirió con una carcajada que sonó falsa incluso a sus propios oídos-. ¿Una excursión al país de los recuerdos?

Zac: ¿Tienes algún problema?

Vanessa se obligó a mirarlo directamente a los ojos.

Ness: No, si no lo tienes tú.




¡Qué bonito, el lugar donde se conocieron!
Aunque lo mismo para Ness no es muy bonito...

¡Gracias por los coments!
¡Comentad, please!

¡Besis!


2 comentarios:

Lu dijo...

Ay que lindo capítulo.
Me encantó!! Que será que va a pasar ahí en donde se conocieron... Ya quiero saber que pasa.



Sube pronto

Maria jose dijo...

Lindo lindo lindo capítulo
Me encantó
Zac es lindo
Esto se pondrá aun mejor
Síguelo pronto
Saludos y....


FELIZ NAVIDAD!!!!!!

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