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viernes, 1 de julio de 2016

Capítulo 1


Una luna llena de invierno derramaba luz sobre la piedra y el ladrillo vetustos del hotel de la Plaza. Bajo sus rayos, los porches y puntales nuevos relucían y el luminoso cobre del tejado centelleaba. Lo viejo y lo nuevo -pasado y presente- se ensamblaban allí en una armonía sólida y feliz.

Sus ventanas permanecían oscuras esa noche de diciembre, ocultando en sombras sus secretos. Pero, en pocas semanas, brillarían como las demás de la Main Street de Boonsboro.

Desde su camioneta, a la luz de la Plaza, Zac Efron echó una ojeada calle abajo, a las tiendas y pisos engalanados de Navidad. Las luces titilaban y parpadeaban. A la derecha, un precioso árbol adornaba el gran ventanal del apartamento de la segunda planta. La residencia temporal de su futura gerente reflejaba su estilo: absoluta elegancia.

Las próximas Navidades forrarían el Hotel Boonsboro de luces blancas y follaje. Y Ashley Tisdale pondría su precioso arbolito delante de la ventana del apartamento de la gerente, en la tercera planta del hotel.

Miró a su izquierda, donde Vanessa Hudgens, propietaria de Pizzería y Restaurante familiar Vesta, tenía el porche principal engalanado de luces.

Su piso, el de encima de la pizzería -antes propiedad de su hermano Alex-, también lucía un árbol en la ventana. Por lo demás, sus ventanas estaban tan oscuras como las del hotel. Trabajaría esa noche, pensó, observando el jaleo del restaurante. Zac se revolvió en el asiento; no soportaba verla detrás del mostrador.

Cuando la luz del semáforo cambió, giró a la derecha, hacia Saint Paul Street, y luego a la izquierda, al aparcamiento de detrás del hotel. Después estuvo sentado en la camioneta un instante, pensando. Podía acercarse a Vesta, se dijo, tomarse una porción de pizza y una cerveza, quedarse por allí hasta la hora del cierre. Luego podía darse una vuelta por el hotel.

En realidad, no era necesario que se diera una vuelta por el hotel, se recordó, pero no había estado en la obra en todo el día, pues había andado de reuniones y otros negocios de la empresa de construcción de la familia Efron. No quería esperar a la mañana para ver lo que sus hermanos y los trabajadores habían hecho ese día.

Además, Vesta parecía concurrido, y apenas quedaba media hora para el cierre. No es que Vanessa fuera a echarlo a patadas cuando cerrara, al menos eso creía. Más bien se sentaría a tomarse una cerveza con él.

Tentador, reconoció, pero debía hacer esa ronda rápida por el hotel e irse a casa. Tenía que estar en la obra, con sus herramientas, a las siete de la mañana.

Salió de la camioneta al aire gélido y cogió las llaves. Alto como sus hermanos, más bien delgado, se puso la cazadora mientras rodeaba el muro de piedra del patio en dirección a las puertas del Vestíbulo.

Sus llaves eran de varios colores, algo que sus hermanos creían una cursilada y él juzgaba práctico. En cuestión de segundos, pudo refugiarse del frío en el edificio.

Encendió las luces y se quedó allí, sonriendo como un imbécil.

El mosaico decorativo resaltaba el suelo, añadía más encanto a las paredes claras con su particular zócalo de madera de color crema. Alex había estado muy acertado al insistir en que se dejara al descubierto el ladrillo de la pared lateral. Y su madre había dado en el clavo con la lámpara de araña.

No era ni clásica ni moderna, sino más bien orgánica, con sus ramas de bronce y sus estrechos globos flotantes centrados sobre ese mosaico. Miró a la derecha, observó que se habían pintado los baños del Vestíbulo, con su moderno alicatado y sus lavabos de mármol verde.

Sacó su libreta y anotó algunos retoques necesarios antes de cruzar el arco de piedra hacia la izquierda.

Más ladrillo visto, sí, a Alex le chiflaba. Las estanterías de la lavandería revelaban una organización implacable, y eso era cosa de Ashley. Con voluntad férrea, había conseguido echar a David de su oficina en la obra para organizarla.

Se detuvo en lo que sería el despacho de Ashley y vio el sello de su hermano David allí: los caballetes y una lámina de contrachapado como su improvisado escritorio; el grueso archivador blanco -la Biblia de la obra-, unas herramientas y latas de pintura.

Ashley no tardaría mucho en echar a David de allí también, supuso Zac.

Prosiguió, y luego se detuvo para admirar la diáfana cocina.

Habían instalado ya las luces, aquella gran pieza de hierro situada sobre la isla, y una versión algo más pequeña junto a cada ventana. También habían colocado los armarios de maderas cálidas con notas de color crema y el suave granito que tan bien sentaba a los electrodomésticos de reluciente acero inoxidable.

Abrió el frigorífico y se dispuso a coger una cerveza. Conduciría en breve, se dijo, y optó por una lata de Pepsi en su lugar, luego anotó que debía solicitar cuanto antes la instalación de las persianas y los acabados de las ventanas.

Ya casi estaban listos para esa fase.

Continuó hasta Recepción, hizo otro repaso visual y volvió a sonreír.

La repisa de la chimenea que David había hecho con una vieja plancha gruesa de madera reciclada combinaba perfectamente con el viejo ladrillo y la chimenea abierta. De momento, plagaban el lugar lonas de polipropileno, latas de pintura y herramientas. Tomó algunas notas y retrocedió, pasó el primer arco y se detuvo al cruzar el Vestíbulo camino de lo que sería el Salón porque oyó pasos en el segundo piso.

Atravesó el siguiente arco, que llevaba, por un breve pasillo, hacia la escalera. Observó que Luke había estado trabajando en la barandilla de hierro, y la acarició mientras empezaba a subir.
 
Zac: Vale, alucinante. ¿David? ¿Estás ahí arriba?
 
Una puerta se cerró de golpe y le hizo dar un respingo. Al llegar arriba, frunció sus ojos azules y tranquilos. A sus hermanos les gustaba cabrearle, y no sería él quien le diera a ninguno de los dos un motivo de pitorreo.
 
Zac: Oooh -dijo fingiéndose asustado-. Será el fantasma. ¡Qué miedo!
 
Giró hacia la fachada principal del edificio y vio que la puerta de la suite Elizabeth y Darcy estaba, desde luego, cerrada, al contrario que la de Titania y Oberón, que se encontraba enfrente.

Muy gracioso, pensó, mosqueado.

Se acercó despacio a la puerta con intención de abrirla de golpe, entrar de pronto y posiblemente darle un susto al que fuera de sus hermanos que le estaba vacilando. Agarró el pomo redondeado, tiró hacia abajo con cuidado y empujó.

La puerta no cedía.

Zac: Para, gilipollas.

Pero, a su pesar, rió un poco. Al menos hasta que la puerta se abrió, al mismo tiempo que las dos del balcón.

La ráfaga de aire gélido le olió a madreselva, agradable como el verano.
 
Zac: Madre mía.
 
Casi había aceptado que tenían un fantasma, casi lo creía. A fin de cuentas, había habido algunos incidentes, y Alex se mostraba inflexible al respecto. Tanto que incluso la había llamado Elizabeth, en honor a su habitación preferida.

Sin embargo, aquella era la primera experiencia personal, directa e indiscutible de Zac con el espectro.
Se quedó boquiabierto, viendo cómo la puerta del baño se cerraba de golpe, volvía a abrirse y se cerraba de nuevo.
 
Zac: Vale. Uau, vale. Eh, perdona que te moleste. Yo solo… -La puerta se le cerró en las narices, o lo habría hecho de no haberse retirado a tiempo para evitarlo-. Eh… vamos. Que a estas alturas nos conocemos de sobra. Paso por aquí casi todos los días. Soy Zac, hermano de Alex. Ah, y vengo en son de paz y todo eso -la puerta del baño volvió a cerrarse de golpe y el portazo le provocó una mueca-. Cuidado con los materiales, ¿vale? ¿Qué te pasa? Yo solo… Ah. Lo pillo -carraspeando, se quitó su moderna gorra y se peinó el recio pelo castaño claro con las manos-. Oye, que lo de gilipollas no lo decía por ti. Creía que era David. Ya conoces a mi otro hermano, David, ¿no? A veces es un poco gilipollas, tendrás que reconocerlo. Y yo aquí, en el pasillo, dándole explicaciones a un fantasma -la puerta se abrió una rendija. Con cautela, Zac la abrió del todo-. Solo voy a cerrar las puertas del balcón. Hay que dejarlas cerradas, de verdad.
 
Admitía que el resonar de su propia voz en el cuarto desierto le daba escalofríos, pero se metió la gorra en el bolsillo del abrigo mientras se dirigía a la puerta del fondo, la cerró y echó la llave. Al llegar a la segunda puerta, vio encendidas las luces del apartamento de Vanessa encima del restaurante.

La vio pasar por delante de la ventana, o tal vez fuera un destello de su figura.

La ráfaga de aire cesó; el aroma a madreselva se endulzó.

Zac: Ya te he olido antes -masculló sin dejar de mirar las ventanas de Vanessa-. Alex dice que le avisaste la noche en que ese cabrón, con perdón, de Sam Freemont fue a por Claire. Así que gracias. Se van a casar, Alex y Claire. Seguro que lo sabes ya. Él ha estado colado por ella prácticamente toda la vida -cerró la puerta al fin y se volvió-. Así que gracias otra vez.
 
La puerta del baño estaba abierta, y Zac se vio en el espejo, con su marco curvado de hierro, encima del lavabo encastrado.

Admitía que tenía cara de susto, y el pelo que le brotaba entre los dedos le daba cierto aire espectral.

Automáticamente, volvió a pasarse las manos por el pelo para intentar calmarse.
 
Zac: Solo estoy dando una vuelta, tomando notas. Andamos ya con los remates. Aquí no, claro. Me parece que los obreros querían terminar esta cuanto antes. A algunos les daba cierto reparo. Sin ánimo de ofender. Bueno… voy a terminar y me marcho. Nos vemos… o no… pero…

Lo que fuera, decidió, y salió de la habitación.

Pasó más de treinta minutos yendo de habitación en habitación, de planta en planta, tomando notas. A veces volvía el olor a madreselva, o se abría alguna puerta.

La presencia de la fantasma -que ya no podía discutir- le parecía benigna. Pero tampoco pudo negar la leve sensación de alivio que le produjo poder cerrar el hotel hasta el día siguiente.
 
 
El hielo crujía ligeramente bajo las botas de Zac mientras hacía malabares con el café y los donuts. Media hora antes del amanecer, volvió al hotel, se fue derecho a la cocina a dejar la caja de donuts, la bandeja de café para llevar y su maletín. Para animarse y porque estaba ahí, pasó por Recepción y encendió los leños de gas de la chimenea. Satisfecho con el calor y la luz, se quitó los guantes y los metió doblados en los bolsillos de la cazadora.

De vuelta ya en la cocina, abrió el maletín, sacó el portapapeles de clip y comenzó a repasar -una vez más- la agenda del día. Sonó el móvil que llevaba en el cinturón, indicándole que era la hora de la reunión matinal.

Se había comido medio donut de azúcar cuando oyó a David aparcar la camioneta. Su hermano llevaba gorra, una cazadora raída de trabajo y lucía su gesto ceñudo de «necesito más café». Bobo, el perro de David, entró tras él, olisqueó el aire y luego miró con anhelo la otra mitad del donut de Zac.

David gruñó y cogió un café.
 
Zac: Ese es el de Alex -le dijo sin apenas mirarlo-, como indica la «A» con la que lo he marcado.
 
David volvió a gruñir y cogió el vaso marcado con una «D». Tras un trago largo, miró los donuts y se decidió por uno relleno de mermelada.

Al ver cómo agitaba la cola Bobo, David le lanzó un pedazo.
 
Zac: Alex llega tarde -comentó-.
 
David: Has sido tú el que ha decidido que teníamos que reunirnos antes del amanecer -le dio un buen mordisco al donut y lo mojó en el café-.

No se había afeitado, y una barba de varios días cubría los ángulos de su rostro. Pero con la cafeína y el azúcar, sus ojos verdes moteados de dorado perdieron en parte su furiosa somnolencia.
 
Zac: En cuanto lleguen los trabajadores, no pararán de interrumpirnos. Eché un vistazo anoche cuando iba de camino a casa. Se os dio bien el día.
 
David: Cojonudamente. Esta mañana terminaremos los remates de la tercera planta. Retoques y molduras, unas luces y esos puñeteros toalleros eléctricos que van en un par de cuartos de la segunda. Luke está avanzando con las barandillas y los pasamanos.
 
Zac: Ya lo he visto. He hecho algunas anotaciones.
 
David: Sí, sí.
 
Zac: Tendré más, supongo, cuando acabe de revisar la segunda y suba a la tercera.
 
David: ¿Y por qué esperar? -cogió un segundo donut y salió de la habitación-.

Sin molestarse en mirarlo, le tiró otro pedazo al perro, que trotaba a su lado.

Bobo lo cazó al vuelo con la precisión de un receptor profesional de béisbol.
 
Zac: Alex aún no ha venido.

David: El pobre ya tiene mujer -señaló-, y tres críos. Hoy es día de colegio. Vendrá cuando pueda, ya se pondrá al día.

Zac: Aquí abajo hay una pintura que necesita retoques -empezó-.
 
David: Yo también tengo ojos.
 
Zac: Voy a pedir que vengan a instalar cuanto antes todas las persianas. Si terminamos hoy con la tercera, puedo pedirles que empiecen con las cortinas a principios de la semana que viene.
 
David: Los obreros han limpiado, pero es limpieza de obra. Hace falta otra en condiciones, pulirlo todo. Tendrás que comentárselo a la gerente.
 
Zac: Hablaré con Ashley esta mañana. También con el condado para que nos dejen empezar a amueblar.
 
David miró de soslayo a su hermano.
 
David: Nos quedan otras dos semanas largas, y eso sin contar las Navidades.
 
Pero Zac, como siempre, tenía un plan.
 
Zac: Podemos terminar con la tercera, David, e ir bajando. ¿Tú crees que mamá y Amy, por no hablar de Ashley, no van a seguir comprando cosas cuando ya esté todo en su sitio?
 
David: Me lo imagino. No interesa que estorben más de lo que ya lo hacen.
 
Cuando subían a la tercera, oyeron que se cerraba una puerta abajo.
 
Zac: ¡Estamos en la tercera! -gritó-. Hay café en la cocina.

David: Dios, gracias.
 
Zac: Dios no ha comprado el café -pasó los dedos por la placa ovalada de bronce envejecido con la palabra “Gerente” grabada en ella-. Un toque clásico.
 
David: Este sitio está plagado de ellos -bebió más café mientras entraban-.
 
Zac: Está quedando bien -asintió con la cabeza mientras daba una vuelta, entraba y salía de la cocinita, del baño y rodeaba los dos dormitorios-. Un espacio agradable y acogedor. Bonito y práctico, como nuestra gerente.
 
David: Casi tan insufriblemente molesta como tú.
 
Zac: Recuerda quién te proporciona los donuts, hermano.
 
Al oír la palabra «donut», Bobo se levantó de un salto y meneó el cuerpo entero.
 
David: No hay más, colega -le dijo al animal, que con un suspiro perruno se desparramó en el suelo-.
 
Zac echó un vistazo a Alex, que subía por la escalera.

Se había afeitado, observó Zac, y le brillaban los ojos. Parecía algo alterado, como cualquier hombre, suponía, con tres niños de menos de diez años y el caos que generaban una mañana de colegio.

Recordaba bastante bien las suyas, y se preguntaba cómo sus padres habían podido resistirse a las drogas duras.
 
Alex: Uno de los perros ha vomitado en la cama de Mark -anunció-. Prefiero no tocar el tema.
 
David: Por mí, bien. Zac está hablando de las cortinas y de empezar a amueblar.
 
Alex hizo una breve pausa para rascarle un momento la cabeza a Bobo.
 
Alex: Aún quedan retoques pendientes, pintura, remates.
 
Zac: Aquí arriba, no -se acercó a la primera de las dos suites, el Ático-. Podríamos equipar esta suite. Ashley podría trasladar sus cosas al otro lado del pasillo. ¿Cómo va la Westley y Buttercup?
 
Alex: Está terminada. Ayer colgamos el espejo y las luces del baño.
 
Zac: Entonces le diré a Ashley que pase la fregona, que le saque brillo a esta planta. -Aunque confiaba en David, revisaría la habitación él mismo-. Ella tiene la lista de dónde va cada cosa, así que puede bajar a Bast y pedirles que nos lo traigan -hizo unas anotaciones en su portapapeles de clip: envío de toallas y ropa de cama, compra de bombillas y demás. A su espalda, Alex y David se miraron-. Supongo que vamos a amueblar.
 
David: No sé a quién te refieres con lo de «vamos» -lo corrigió-. Desde luego no a mí ni a los obreros. Nosotros vamos a terminar la puñetera obra.
 
Alex: A mí no me liéis -se eximió-. Yo tengo que hacer los cambios del proyecto de la panadería de al lado si todavía queremos trasladar a nuestro equipo allí sin mucha demora.
 
David: Pues a mí no me vendría mal un poco de demora -masculló, pero fue detrás de Zac-.
 
Zac se detuvo delante de Elizabeth y Darcy y le echó un vistazo a la puerta abierta.
 
Zac: Alex, no nos vendría mal que tuvieras una charla con tu amiguita, Lizzy. Asegúrate de que sabe que esta puerta tiene que estar abierta y las del balcón cerradas.
 
Alex: Sí está abierta. Y las del balcón, cerradas.
 
Zac: Ahora. Anoche estaba un poco molesta.
 
Intrigado, Alex arqueó las cejas.
 
Alex: ¿Ah, sí?
 
Zac: Supongo que tuve mi propio encuentro personal con ella. Anoche vine a echar un vistazo y oí a alguien aquí arriba. Creí que era uno de vosotros, que quería vacilarme. Ella pensó que la había llamado gilipollas y me hizo saber que le daba igual.
 
Alex esbozó enseguida una amplia sonrisa.
 
Alex: Tiene mucho carácter.
 
Zac: Dímelo a mí. Hicimos las paces… creo. Pero, por si me guarda rencor…
 
Alex: Esta ya está terminada también. Y la Titania y Oberón. Hay que hacer la moldura y el rodapié de Nick y Nora y unos retoques en Eve y Roarke, y el plafón de ese baño. Llegó ayer. La del fondo, Jane y Rochester, está llena de cajas. Lámparas, lámparas y más lámparas, estanterías y Dios sabe qué. Pero está acabada.

David: Yo también tengo una lista -se dio unos toquecitos en la cabeza mientras el perro se acercaba para sentarse a su lado-. Solo que no me hace falta anotarlo todo en diez puñeteros sitios.
 
Zac: Colgadores, toalleros, dispensadores de papel higiénico -siguió-.
 
David: Previstos para hoy.
 
Zac: Espejos, televisores, mecanismos y bases de enchufe, topes para puertas.
 
David: Previstos, Zac.
 
Zac: ¿Tienes la lista de dónde va cada cosa?
 
David: Como para no tenerla.
 
Zac: Hay que colgar los rótulos de salida -prosiguió, repasando su lista mientras se dirigía al Comedor-. Los apliques de aquí, y unos retoques en la pintura. Hay que pintar los cofres que hacemos para los extintores.
 
David: Si te callas, podré ponerme a trabajar.
 
Zac: Folletos, web, publicidad, tarifas finales, paquetes, carpetas de habitaciones.
 
David: No es asunto mío.
 
Zac: Exacto. Date con un canto en los dientes. ¿Cuánto crees que tardarás en tener los planos revisados del proyecto de la panadería? -le preguntó a Alex-.
 
Alex: Los llevaré a la oficina mañana por la mañana.
 
Zac: Perfecto. -Sacó el móvil y consultó el calendario-. Vamos a concretar. Voy a pedirle a Ashley que abra las reservas para el 15 de enero. Podríamos reservarnos el 13 para la gran inauguración, dejar un día de descanso y luego abrir.
 
David: Falta menos de un mes -David-.
 
Zac: Sabes, como Alex y como yo, que quedan menos de dos semanas de trabajo. Habréis terminado antes de Navidad. Si empezamos a amueblar esta semana, estará todo listo para primeros de año, y no hay razón para que no nos concedan la licencia de uso y ocupación después de las fiestas. Eso nos dejaría dos semanas para cosas varias, para resolver cualquier problema una vez que Ashley ya viva aquí.
 
Alex: Yo estoy de acuerdo con Zac. Esto está yendo viento en popa, David.
 
Metiéndose las manos en los bolsillos, David se encogió de hombros.
 
David: Se hace raro, no sé, pensar que de verdad estamos terminándolo.
 
Zac: Anímate. Un sitio como este… jamás estará acabado del todo.
 
Mientras asentía, David oyó cómo se abría y se cerraba la puerta de atrás, y el sonido de botas pesadas sobre el embaldosado.
 
David: Ya llegan los trabajadores. ¡Al tajo!
 
 
Zac estuvo ocupado, y feliz, tirando la moldura. Sin inquietarse por las interrupciones para contestar una llamada, responder a un mensaje de texto o leer un correo electrónico. El móvil era para él tan necesario como la pistola de clavos. El edificio bullía de actividad y resonaban en él las voces de la radio de trabajo de David. Olía a pintura y a madera recién cortada, a café cargado. La combinación era para él un distintivo de Efron Family Contractors, y siempre le recordaba a su padre.

Todo lo que sabía de carpintería y construcción lo había aprendido de él. Al bajarse de la escalera para estudiar el trabajo, supo que su padre se sentiría orgulloso.

Habían cogido el viejo edificio, con sus porches derruidos y sus ventanas rotas, sus paredes estropeadas y sus suelos destrozados, y lo habían transformado en la joya de la plaza del pueblo.

La visión de futuro de Alex, recordó, la imaginación y el buen ojo de su madre, el sudor y la destreza de David y su propia atención a los detalles -sumados al trabajo de un equipo de obreros competente- habían hecho realidad lo que inicialmente fuera una simple idea comentada durante una sobremesa.

Dejó la pistola de clavos e hizo unos giros de hombros mientras se volvía para contemplar la habitación.

Sí, el buen ojo de su madre, pensó de nuevo. Reconocía que se había enfrentado a su propuesta de pintar las paredes de azul pálido y los techos de marrón chocolate… hasta que lo había visto acabado. «Glamour» era el término que mejor definía Nick y Nora, y alcanzaba su máxima expresión en el baño. Ese patrón de colores, incluida una pared de baldosas de vidrio azules que contrastaban en marrón sobre marrón, todas relucientes bajo las luces de cristal. Lámparas de araña en el retrete, pensó, y negó con la cabeza. Funcionaba de maravilla.

No había allí nada corriente o típico de un hotel, no cuando Rachel Efron tomaba el mando. Esa habitación, se dijo, con su aire art decó, podría ser su favorita.

La alarma del móvil le indicó que era hora de empezar a hacer algunas llamadas.

Salió y se dirigió a la puerta trasera camino del porche mientras Luke trabajaba en las barandillas que conducían abajo. Rechinando los dientes, cruzó al trote el porche en medio del viento frío y recio, bajó a la planta principal y entró por Recepción.
 
Zac: Joder, hace un frío de narices. -Retumbaba la radio; percutían las clavadoras. Ni de broma iba a intentar hacer negocios con ese ruido. Cogió la chaqueta y el maletín. Se asomó al Salón, donde Alex, sentado en el suelo, claveteaba los perfiles-. Me voy a Vesta.
 
Alex: No son ni las diez. Aún no han abierto.
 
Zac: Precisamente por eso. Si ves a David, dile que está puesta la moldura de N y N. Falta que alguien cubra de masilla los agujeros de los clavos y lo retoque un poco.
 
Alex: No tengo ni idea de dónde diablos está.
 
Zac: Bien. No te preocupes.
 
Mientras salía, Zac sacó el móvil del cinturón y le envió a David un mensaje. Fuera, encogido de frío en el semáforo, maldijo que el tráfico se dilatara de tal modo que le impidiera cruzar Main a la brava. Esperó, despidiendo nubes de vaho por la boca, hasta que el semáforo se puso en verde. Trotó en diagonal, ignoró el letrero de cerrado de la puerta principal de cristal del restaurante y la aporreó.

Vio luces encendidas, pero nada de movimiento. Una vez más, sacó el móvil y buscó el número de Vanessa en la agenda.
 
Ness: Maldita sea, Zac, me has hecho pringar de masa el móvil.
 
Zac: Entonces estás ahí dentro. Ábreme antes de que me congele.
 
Ness: Maldita sea -repitió, luego le colgó-.

Pero al poco la vio, con el delantal blanco sobre unos vaqueros y un suéter negro remangado hasta los codos. El pelo… ¿de qué color lo llevaba ahora? Le pareció similar al nuevo cobre intenso del tejado del hotel.

Había empezado a teñírselo hacía unos meses, de casi todos los colores posibles salvo su negro azabache natural. Se lo había rapado también, recordó, aunque había vuelto a crecerle lo bastante para recogérselo en una coletita diminuta cuando trabajaba.

Sus ojos, de un marrón tan luminoso como cobrizo era su pelo, lo miraron furiosos mientras abría la puerta cerrada con llave.
 
Ness: ¿Qué quieres? Estoy liada con los preparativos.
 
Zac: Quiero espacio y tranquilidad. Ni te enterarás de que estoy aquí. -Se coló antes de que le cerrara la puerta en las narices-. No puedo hablar por teléfono con todo el jaleo que hay en el hotel y necesito hacer unas llamadas.
 
Los ojos marrones de Vanessa miraron desconfiados el maletín.

Así que él trató de conquistarla con su sonrisa.
 
Zac: Vale, igual tengo que hacer un poquito de papeleo. Me sentaré en la barra. Estaré muy calladito.
 
Ness: De acuerdo, muy bien. Pero no me des la lata.
 
Zac: Eh, antes de que vuelvas a lo tuyo, ¿no tendrás un poco de café?
 
Ness: No, no lo tendré. Estoy haciendo la masa, que ahora pringa mi móvil nuevo. Anoche hice el cierre y Donna me ha llamado esta mañana a las ocho para decirme que no viene, que se encuentra mal. Sonaba como si le hubieran pasado la laringe por una picadora. Ayer se me fueron dos camareros por lo mismo, con lo que hoy seguramente tendré que quedarme hasta el cierre. Dave no puede trabajar esta noche porque a las cuatro le hacen una endodoncia. Y a las doce y media me viene un autobús de excursionistas.
 
Como le iba escupiendo la información a latigazos, Zac se limitó a asentir.
 
Zac: Vale.
 
Ness: No… -Señaló la larga barra-. Haz lo que quieras.
 
Volvió corriendo a la cocina con sus Nike de color verde loro.

Se habría ofrecido a ayudar, pero era evidente que ella no estaba de humor. Conocía bien sus estados de ánimo -eran amigos de toda la vida- y sabía cuándo estaba agobiada, nerviosa y estresada.

Se le pasaría, pensó. Siempre se le pasaba. Aquella pequeña morena descarada de su infancia, la que fuera animadora del instituto de Boonsboro -cocapitana del equipo junto con Claire, la de Alex- era de repente la respetable dueña de un restaurante. Y hacía una pizza extraordinaria.

Dejó tras de sí un aroma suave a limón y una estela de energía. Zac pudo oír el leve ajetreo de su quehacer mientras ocupaba un taburete en la barra. Lo encontraba relajante, rítmico en cierto modo.

Abrió el maletín, sacó el iPad, el portapapeles de clip y soltó el móvil del cinturón.

Hizo las llamadas, mandó correos, mensajes de texto, reajustó el calendario e hizo algunos cálculos.

Se sumergió en los detalles, y únicamente regresó a la realidad cuando vio aparecer una taza de café delante de sus narices.

Alzó la vista y descubrió el hermoso rostro de Vanessa.
 
Zac: Gracias. No hacía falta que te molestases. No voy a estar mucho.
 
Ness: Zac, ya llevas aquí cuarenta minutos.
 
Zac: ¿En serio? Ni me he dado cuenta. ¿Quieres que me vaya?
 
Ness: No importa. -Aunque parecía resentirse de dolor lumbar, habló relajada-. Lo tengo todo controlado.
 
Le llegó otro olor delicioso y, al mirar el enorme fogón, vio que Vanessa estaba preparando ya sus salsas.

El pelo negro y la piel morena quizá fueran un distintivo de su herencia latina, pero su marinara era tan gloriosamente italiana como un traje de Armani.

A menudo se preguntaba de dónde sacaba ese don, y ese empuje, pero ambos parecían tan innatos en ella como sus enormes y vivos ojos marrones.

Agachándose, abrió la nevera de debajo de la barra, sacó unas cubetas y comenzó a llenar los recipientes de los ingredientes.
 
Zac: Siento lo de Donna.
 
Ness: Yo también. Se encuentra fatal. Y Dave está hecho polvo. Solo va a venir un par de horas esta tarde porque yo no puedo con todo. Me fastidia tener que pedírselo.
 
Zac estudió su rostro mientras trabajaba. Mirándola bien, se fijó en las ojeras que tenía.
 
Zac: Pareces cansada.
 
Ella le lanzó una mirada de asco por encima de la cubeta de aceitunas negras.
 
Ness: Gracias. Es lo que a todas nos gusta oír. -Se encogió de hombros-. Lo estoy. Pensé que podría dormir un poco más esta mañana. Iba a abrir Donna, y yo iba a venir hacia las once y media. No tardo mucho en llegar desde que me mudé al piso de arriba. Así que anoche estuve viendo a Jimmy Fallon y terminé un libro que llevaba toda la semana queriendo leer. Eran casi las dos cuando me acosté. Y entonces Donna va y me llama a las ocho. Seis horas de sueño no están mal, salvo después de hacer un doblete y con otro a la vista.
 
Zac: Lo bueno es que el negocio va sobre ruedas.
 
Ness: Pensaré en lo bueno cuando se vayan los de la excursión. Pero en fin… ¿Cómo va el hotel?
 
Zac: Tan bien que vamos a empezar a equipar la tercera planta mañana.
 
Ness: ¿A equipar de qué?

Zac: De muebles, Vanessa.
 
Ella dejó la cubeta y lo miró con los ojos como platos.
 
Ness: ¿En serio? ¡En serio!
 
Zac: El inspector echará un vistazo esta tarde y nos dirá si podemos o no. Yo creo que dará el visto bueno, no hay razón para que no lo haga. Acabo de hablar con Ashley. Va a empezar a limpiar. Mi madre y mi tía también vienen… puede que ya estén ahí, porque ya casi son las once, para echar una mano.
 
Ness: Yo también quería. Pero no puedo.
 
Zac: No te preocupes por eso. Tenemos manos de sobra.

Ness: Me gustaría que las mías estuvieran entre ellas. Igual mañana, dependiendo de cómo vayan las laringitis y las endodoncias. Uau, Zac, esto ya son palabras mayores. -Se marcó un bailecito con sus deportivas verdes-. ¿Y has esperado casi una hora para soltármelo?
 
Zac: Estabas demasiado ocupada regañándome.
 
Ness: Si me lo hubieras dicho, habría estado demasiado emocionada para regañarte. Es culpa tuya.
 
Le sonrió… La hermosa Vanessa Hudgens, de ojos cansados.
 
Zac: ¿Por qué no te sientas unos minutos?
 
Ness: Hoy no puedo parar, como los tiburones, siempre en marcha.

Cogió la tapa de la cubeta, volvió a colocarla y luego se acercó a echar un ojo a las salsas.

La observó mientras trabajaba. Siempre parecía estar haciendo media docena de cosas a la vez, como una malabarista que tuviera unas pelotas en el aire y otras botando como locas hasta que podía atraparlas para lanzarlas de nuevo.

Asombraba a la mente organizada de Zac.

Zac: Más vale que vuelva. Gracias por el café.
 
Ness: De nada. Si alguno de los trabajadores piensa comer aquí hoy, diles que esperen hasta la una y media, para entonces ya habrá pasado todo el jaleo.
 
Zac: Vale. -Recogió sus cosas y se detuvo junto a la puerta-. ¿Vanessa? ¿Qué color es ese? El de tu pelo.
 
Ness: ¿Esto? Cobre.
 
Zac sonrió y meneó la cabeza.
 
Zac: Lo sabía. Hasta luego.




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2 comentarios:

Maria jose dijo...

la novela tiene un inicio muy bueno
y me parece que otra vez veremos a un
zac muuuuy cariñoso
ya quiero saber que pasara con esta linda parejita
me gusta que se lleven bien
son buenos amigos
siguela pronto


saludos

Lu dijo...

Um fantasma? Me encanta!!!
Me gustó mucho el primer capítulo.

Sube pronto

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