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martes, 26 de julio de 2016

Capítulo 9


Valoró el modo y el momento de abordarla, y decidió aprovechar el espíritu navideño.

A las cinco de la tarde del día de Nochebuena, Zac llamó a la puerta de Vanessa.

Había vuelto a teñirse el pelo (una vez más), observó, esta vez de un color que a Zac le pareció «rojo Navidad». Llevaba unos pantalones negros muy ceñidos que resaltaban sus piernas bien formadas y un suéter cruzado tan azul como sus ojos. Iba descalza, así que pudo comprobar que había combinado el rojo Navidad del pelo con el verde Navidad del esmalte de uñas.

¿Por qué lo encontraba sexy?
 
Zac: Feliz Navidad.
 
Ness: Aún no.
 
Zac: Vale. Feliz Nochebuena. -Lo adornó con una sonrisa-. ¿Tienes un minuto?
 
Ness: Poco más. Voy a ir a casa de Claire un rato y luego a casa de papá. Esta noche me quedo a dormir allí para…
 
Zac: Así podrás prepararle el desayuno de Navidad y pasar un rato con él hasta que vayáis a casa de mi madre a celebrarlo con ella. -Se dio un golpecito en la sien-. Tengo el plan de Navidad de todo el mundo aquí guardado. Ashley está en Filadelfia, pasará la noche con su familia y volverá mañana por la tarde. David va a ir a casa de Claire y luego él y yo estamos pensando en pasar la noche en casa de mamá.
 
Ness: Para que no solo os haga el desayuno de Navidad, sino también la cena.
 
Zac: Es todo un acontecimiento.
 
Ness: Si vas a casa de Claire, ¿qué haces aquí? Te voy a ver dentro de media hora.
 
Zac: Quería verte a solas unos minutos. ¿Puedo pasar o todavía estás cabreada?
 
Ness: No estoy cabreada contigo. Ya se me ha pasado.

Se apartó y lo dejo entrar.
 
Zac: Has empezado a vaciar las cajas de la mudanza -comentó-.

A su juicio, había reducido los montones de cajas y cajones a más de la mitad.
 
Ness: He continuado vaciándolas -lo corrigió-. Estaba cabreada. Cuando estoy enfadada o disgustada, cocino. Pero mi padre tenía ya una nevera rebosante de lasaña, canelones, sopas diversas, así que he tenido que parar e invertir esa energía en seguir deshaciendo los bultos de la mudanza. Casi he terminado.
 
Zac: Productiva.
 
Ness: Me fastidia desperdiciar un buen cabreo.
 
Zac: Lo siento.
 
Ella negó con la cabeza, le quitó importancia.
 
Ness: Tengo que terminar de arreglarme.

Se fue hacia el dormitorio y él la siguió.

No chistó siquiera -de nada servía volver a cabrearla-, pero era evidente que le había costado un poco decidirse por un suéter y unos pantalones. Las otras opciones, descartadas, estaban esparcidas sobre la cama. Zac siempre había admirado aquella cama antigua de bronce, los barrotes torneados, ese glamour pasado de moda. Claro que era difícil apreciarla enterrada debajo de montañas de ropa, almohadas y su bolso de viaje.

Abrió el primer cajón de la cómoda, donde Zac imaginaba que todo el mundo guardaba la ropa interior, pero vio que lo tenía completamente lleno de pendientes.
 
Zac: Madre mía, Vanessa. ¿Cuántas orejas tienes?
 
Ness: Yo no llevo anillos, ni relojes, ni pulseras, por lo general. No se llevan bien con la masa y las salsas de la pizza. Así que lo compenso. -Tras pensárselo un poco, optó por probarse unos aros de plata de los que colgaban otros aritos más pequeños-. ¿Qué te parecen estos?
 
Zac: Ah… bonitos.
 
Ness: Mmm…

Se los quitó y se los cambió por unos de piedrecitas azules y cuentas de plata.
 
Zac: He venido a…
 
Ella lo miró de inmediato, en el espejo.
 
Ness: Tengo que decirte algo antes.
 
Zac: Vale. Tú primero.
 
Vanessa se acercó a la cama, metió un par de cosas más en el bolso de viaje y cerró la cremallera.
 
Ness: Puede que mi reacción del otro día fuera un poquito exagerada. Un poquito. Porque eras tú, creo, y esperaba que creyeras en mí.
 
Zac: Vanessa…
 
Ness: No he terminado.

Deprisa, se metió en el baño, luego salió con un neceser. Cuando lo dejó encima de la cama, Zac vio a través del lateral transparente que estaba lleno de maquillaje y todos esos utensilios propios de mujeres.

¿De dónde sacaba el tiempo para usar todo ese maquillaje? ¿Cuándo? Él le había visto la cara sin ninguna de esas porquerías. Tenía una cara preciosa.
 
Ness: Debí haber imaginado que te plantearías primero las cuestiones prácticas. Supongo que esperaba que pensaras primero en lo que yo quería. No he terminado aún -dijo al verlo abrir la boca. Enrolló el neceser, lo ató y lo metió en el bolso de viaje-. Después de haber cocinado lo bastante para alimentar de sobra a todo Boonsboro de haberse producido una hambruna inesperada y de haber desempaquetado cosas que ni sé para qué guardo, me di cuenta de que, aunque me disgustaría mucho que tu familia dijera que no porque pensase que no voy a poder con ello, no quiero que digáis que sí solo porque soy yo y por la amistad que nos une. -Se volvió al fin-. Quiero que se me respete, no busco la condescendencia de nadie. A lo mejor te parezco inflexible, pero esa es la línea que he trazado. Y no pienso cruzarla.
 
Zac: Me parece justo, y quizá yo alguna vez la cruce. Igual que tú.
 
Ness: Sí, tienes razón, pero tenemos que procurar no cruzarla.

Fue al armario y sacó un par de botas. Botas altas, negras, observó, de tacón alto y finísimo.

Nunca se las había visto puestas. Ni nada del estilo. Se sentó en la banqueta de los pies de la cama. A él se le secó la boca al verla calzárselas y subirles la cremallera.
 
Zac: Eh… Bueno, yo iba a decir… -se interrumpió cuando ella se puso de pie-. Uau.
 
Ness: Son las botas, ¿verdad? -se las miró, pensativa-. Ashley me ha convencido para que me las comprara.
 
Zac: Adoro a Ashley -dijo mientras ella abría la puerta del armario de medio lado y se contemplaba de medio lado en el espejo de cuerpo entero-. Nunca te he visto ponerte nada así.
 
Ness: Es Nochebuena. Hoy no trabajo.
 
Zac: Trabajas para mí.
 
Ella rió y le dedicó una mirada chispeante.
 
Ness: Tomo nota de tu reacción, y la agradezco. No tengo muchas ocasiones de ponerme tacones. Ashley me está ayudando a suplir las grandes, grandísimas carencias de mi calzado. Bueno, será mejor que nos vayamos. Ya que estás aquí, podrías ayudarme a bajar los regalos para que no tenga que subir y bajar las escaleras con estas botas.
 
Zac: Claro, pero aún necesito que me dediques un minuto.
 
Ness: Ah, sí, perdona. Pensaba que era algo relacionado con el asunto, y como ya hemos hablado del asunto.
 
Zac: No del todo. -Se sacó del bolsillo del abrigo una cajita envuelta en un papel muy brillante-. En casa tenemos la costumbre de hacernos un regalo en Nochebuena.
 
Ness: Lo recuerdo.
 
Zac: Pues este es el tuyo.
 
Ness: ¿No será un regalo de como-no-haga-las-paces-con-ella-no-va-a-querer-acostarse-conmigo-la-semana-que-viene?
 
Zac: No, ese lo he reservado para mañana.
 
Vanessa volvió a reír; él sonrió al verla abrirlo nerviosa, ilusionada.
 
Ness: Me muero de ganas de ver ese -cogió la cajita, la agitó. No sonó nada-. Lo has rellenado.
 
Zac: Eres de las que agitan las cajas. Eso lo sabe todo el mundo.
 
Ness: Me gusta intentar adivinar qué es, le da más suspense. Podrían ser pendientes -especuló-. Como te has quedado tan alucinado al ver mi cajón de los pendientes, deja que te diga que si es eso, tranquilo, nunca se tienen demasiados.

Rompió el papel y lo tiró, junto con la cinta, encima del tocador.

Abrió la caja, sacó el pedazo de algodón que él había usado para acolcharla, y vio dos llaves.
 
Zac: Del edificio de enfrente. De los dos locales. -Ella lo miró, pero no dijo nada-. Le eché un vistazo a tu plan de negocio cuando se lo mandaste a mamá. También al menú y a todo lo demás. Es sólido. Es bueno. Eres buena. -Suspiró al verla sentarse de nuevo en la banqueta, mirando fijamente las llaves-. Por unanimidad. David te dio el visto bueno desde el principio. «La Morena es una máquina», dijo. Ya sabes que a veces te llama así. -Vanessa asintió con la cabeza y siguió sin decir nada-. Alex se puso de tu lado después de examinar de nuevo los edificios. En parte, pienso, porque quiere diseñarlo, quiere meterle mano. Pero también porque cree en ti. ¿Y mamá? Tú tienes previsto hacer exactamente lo que ella quería con esos dos locales; es mucho más de lo que pensaba que conseguiría jamás. No alberga duda alguna. En cuanto a mí…
 
Ness: Si tú hubieras dicho que no, habría sido que no.
 
Zac frunció el ceño y se metió las manos en los bolsillos.
 
Zac: Un momento, un momento. Nosotros no funcionamos de ese modo.
 
Ness: Zac… -Con la cabeza gacha, giró las llaves una y otra vez en la cajita-. A ti te escuchan. Igual no te lo parece, o al menos no todo el tiempo, pero ¿en algo así? ¿En un negocio? Saben de sobra que tú eres el enterado, y lo respetan. Como respetáis todos a Alex en el diseño y a David en las obras, la contratación y el despido de personal. No tienes ni idea de lo mucho que he admirado y envidiado siempre a tu familia.
 
A Zac no se le ocurría qué decir.
 
Ness: No has dicho que no.
 
Zac: No era cuestión de que no creyera en ti, Vanessa, nunca lo ha sido. Tienes razón cuando dices que debería haberte preguntado por tus pronósticos y tus planes, pero yo no te veía así. No te veía así. No estoy acostumbrado a verte, a ver esto, a ver lo nuestro del modo en que lo veo ahora. Y no hemos hecho más que empezar.
 
Sin dejar de mirar las llaves, Vanessa guardó silencio.
 
Zac: Trabajas mucho.
 
Ness: Tengo que hacerlo. -Apretó los labios un instante-. No voy a hablar de eso, de todo ese rollo psicológico, ahora no. ¿Vale?
 
Zac: Vale. Ay, madre. -Cuando ella alzó los ojos, los tenía empañados de lágrimas… preciosos, desgarradores, de un marrón intenso-. ¿Es necesario?
 
Ness: No voy a llorar. No me voy a fastidiar el maquillaje, joder. Le he dedicado una eternidad al puñetero maquillaje.
 
Zac: Estás preciosa. -Se sentó en la banqueta, a su lado-. Estás alucinante.
 
Ness: No voy a llorar. Solo necesito unos minutos para recuperarme. -Pero perdió la batalla por una sola lágrima, que se limpió enseguida-. No sabía lo mucho que quería esto hasta que he abierto esa caja. A lo mejor no me he permitido saberlo para no hundirme si decías que no. -Tratando aún de contener las lágrimas, respiró hondo de nuevo-. Prefiero ser pesimista a llevarme un chasco, por eso no había contado a nadie la ilusión que me hacía esto, ni siquiera a Claire. Ni a mi padre. Me había convencido de que esto no era más que otro negocio, una simple propuesta. Pero, para mí, es mucho más. Ahora mismo no puedo explicártelo. No quiero fastidiarme el maquillaje; además, en nada se me habrá pasado y estaré tan feliz.
 
Zac la cogió de la mano, pensó en el modo de cambiar lágrimas por felicidad.
 
Zac: ¿Cómo lo vas a llamar?
 
Ness: El Bar Restaurante de MacT.
 
Zac: Me gusta.
 
Ness: A mí también.
 
Zac: ¿Y qué dice el famoso instinto de los Hudgens al respecto?
 
Ness: Que va a ser increíble. Madre mía, va a ser genial. ¡Ay, Dios! -Riendo de pronto, se abrazó a él, luego empezó a dar botes de alegría con los taconazos finísimos de aquellas botas tan sexys-. Ya lo verás. Tengo que pasar un momento por la pizzería a coger una botella de champán. Dos. -Cuando él se levantó, se echó a sus brazos-. Gracias.
 
Zac: Son negocios.
 
Ness: Eso no quita que te dé las gracias.
 
Zac: Tienes razón.
 
Ness: Y esto es personal. -Ancló sus labios a los de él, enterró los dedos en su pelo, se arrimó a él-. Muchas gracias.
 
Zac: No irás a darles las gracias a mis hermanos así, ¿verdad?
 
Ness: Igual, no. -Rió y volvió a abrazarlo-. Ninguno de ellos fue mi primer novio. -Se apartó y cogió su bolso de viaje-. Al final, vamos a llegar tarde. A ti te revienta llegar tarde.

Zac: Esta noche haré una excepción.
 
Ness: ¿Quieres hacer otra? No pongas esa cara que tú sueles poner cuando entremos en la zona de envolver a por los regalos. Ya sé que está desordenada y revuelta.
 
Zac: No pondré ninguna cara.
 
Le cogió el bolso mientras ella se ponía un abrigo, una bufanda y unos guantes. También controló su expresión cuando lo condujo a la habitación repleta de regalos, bolsas, papel de regalo y cinta enmarañada.
 
Zac: ¿Todo esto?
 
Ness: Unos para esta noche, otros para casa de papá, otros para casa de tu madre. Me gustan las Navidades.
 
Zac: Ya se nota. -Le devolvió el bolso de viaje porque iba a ser lo más ligero y más fácil de llevar-. Anda, ve a por el champán, que yo voy a empezar a cargar esto.
 
Ness: Gracias.
 
Al menos había apilado los regalos en cajas de cartón abiertas, se dijo Zac mientras cogía la primera de unas cuantas. Y, aprovechando que ya no la tenía delante, levantó la mirada al techo.
 
Ness: ¡Te estoy viendo la cara! -le gritó, y su risa resonó por las escaleras que bajaba a toda prisa-.
 
 
Desde el momento en que entró en casa de Claire con regalos para los niños, los perros, sus amigos -con botellas de champán y una de las bandejas de lasaña que había hecho durante su cabreo- hasta que se acurrucó en la cama de su infancia, Vanessa encontró aquella Nochebuena absolutamente perfecta.

Desde que Claire volviera a Boonsboro, viuda con dos niños pequeños y un bebé en el vientre, siempre había pasado unas horas de la Nochebuena con ella y los críos.

Pero, ese año, la casa rebosaba de Efrons.

Ese año había visto al pequeño Mark trepar por la pierna de Alex y colgarse de ella como un monito mientras Alex hablaba de fútbol con el padre de Claire.

Y a Zac ayudar a Harry, con paciencia infinita, a montar un complicado barco de guerra de tropecientas mil piezas de Lego. A David retando a Liam con la PlayStation mientras Bobo y los dos cachorros rondaban por ahí, se peleaban y suplicaban comida con disimulo.

Había disfrutado oyendo a Rachel y a la madre de Claire hablar de boda. Y había notado el brillo de los ojos de su padre al mirar a Rachel. ¿Cómo se le había escapado? Ella rebosaba de gozo al verlo reír a carcajadas cuando Mark había dejado a Alex para trepar por la recia pierna de Charly.

Aún había magia en el mundo, se dijo, porque ella la había visto en tres críos.

Todavía había magia, decidió tumbada en la cama, viendo el sol teñir despacio el cielo al otro lado de la ventana, cuando Zac la había acompañado hasta el coche. Cuando la había besado al aire gélido, bajo el calor de las luces, rodeados de un intenso olor a pino.

Una noche maravillosa. Cerró los ojos para poder saborearla un momento más. Y le esperaba un día maravilloso también.

Salió de la cama (muy sigilosa), se puso unos calcetines gruesos y se recogió el pelo con una pinza. A la escasa luz, sacó el neceser de su bolso de viaje y dejó silenciosa la habitación.

Bajó la escalera de puntillas, pisando despacio el cuarto peldaño, que crujía por el centro, hasta el salón, con su sofá enorme hundido, su inmenso árbol repleto de adornos navideños y su pequeña chimenea de ladrillo con dos calcetines colgados.

El suyo estaba a reventar.

Ness: ¿Cómo lo hace? -murmuró-.
 
El calcetín estaba vacío por la noche. Se habían ido a la cama a la vez, y ella había estado leyendo una hora, para relajarse después de la ajetreada noche.

Lo había oído roncar en el cuarto de al lado.

Lo conseguía todos los años. Daba lo mismo la hora a la que se fuera a la cama o lo pronto que se levantara. Le llenaba el calcetín como había hecho toda la vida.

Meneando la cabeza, le llenó el suyo de fruslerías, sus chuches favoritas, un vale de regalo de la librería del pueblo y un billete de lotería, porque nunca se sabe.

Retrocedió, sonriente, y se abrazó.

Solo dos calcetines, se dijo, pero estaban llenos, estaban cerca, importaban.

Vestida con sus calcetines gordos y su pijama de franela, entró en la cocina, que no era más grande que la de su piso.

Vanessa había aprendido a cocinar ahí mismo, recordó, en una vieja cocina de gas. Por necesidad, al principio. Charly sabía hacer muchas cosas, y las hacía todas bien. Cocinar no era una de ellas.

El pobre lo había intentado, reconoció. De verdad.

Cuando su madre los había dejado, él había intentado por todos los medios llenar ese vacío, tener a su hija tranquila, contenta, asegurarse de que sabía cuánto la quería.

Eso lo había conseguido, pero ¿lo de la cocina? Sartenes quemadas, pollo crudo, carne tiesa, verduras socarradas… o hechas papilla por exceso de cocción.

Ella sí aprendió. Y lo que había empezado como necesidad pronto se convirtió en una especie de pasión. Y quizá en una forma de compensación, se dijo mientras abría el frigorífico en busca de huevos, leche y mantequilla.

Él había hecho tanto por ella, había sido tanto para ella, que hacerle una comida era como darle algo a cambio. Dios sabía bien que su padre había puesto por las nubes sus primeros pinitos.

Se dispuso a hacerle el desayuno navideño como todos los años desde los doce.

Cuando ya tenía el café hecho, el beicon escurriéndose y la mesita redonda del comedor puesta, oyó sus pasos y su sonoro «Jo, jo, jo».

Como todos los años, pensó sonriente. Infalible como el amanecer.
 
Charly: Feliz Navidad, pequeña preciosa.
 
Ness: Feliz Navidad, enorme y guapísimo padre.

Se puso de puntillas para poder besarlo y se refugió en su abrazo de oso.

Nadie, pensó regodeándose un poco, nadie en absoluto daba unos abrazos tan maravillosos como los de Charly Hudgens.

Él le besó el cogote.
 
Charly: Veo que Santa ya ha venido y ha llenado los calcetines.
 
Ness: Ya lo he visto. Qué sigiloso es. Toma un poco de café. Hay zumo de naranja, frutos del bosque frescos, beicon y la plancha calentándose para hacer tortitas.
 
Charly: Nadie cocina como mi niña.
 
Ness: Nadie come como mi papi.
 
Charly se dio una palmada en la panza.
 
Charly: Tengo mucho que llenar.
 
Ness: Así eres tú, Charly. Pero ya sabes que, cuando uno tiene novia, debe cuidar un poco su figura.
 
Se le pusieron las orejas coloradas.
 
Charly: Venga ya, Vanessa.
 
Ella, que lo adoraba, bromeó clavándole el dedo en la tripa, luego se puso seria.
 
Ness: Me alegro por ti, papá, por los dos, de que os tengáis el uno al otro. Sabes que a Tommy lo haría feliz también que Rachel te tenga a ti y tú la tengas a ella.

Charly: Si solo…
 
Ness: Da igual. Lo que importa es que os tenéis el uno al otro. Bébete el café.
 
Charly: Sí, señora. -Le dio un sorbo-. Nunca sabe tan bien cuando lo hago yo.
 
Ness: La cocina no es lo tuyo, papá. Estás gafado.
 
Charly: Cómo te echo de menos. Me gusta que estés aquí, cielo. Siempre has tenido un don para la cocina. Y ahora vas a tener dos restaurantes.
 
Ness: Y un pub.
 
Charly: Vas a hacer historia.
 
Ella rió mientras echaba la masa de las tortitas en la plancha caliente.
 
Ness: Un poquito, aunque me hace mucha ilusión. Aún tardará, pero necesito tiempo para terminar de planificarlo todo.
 
Charly: Rachel está emocionada también, y encantada de que seas tú la que lo hace. Te aprecia mucho.
 
Ness: Y yo a ella, a todos ellos. ¿No fue genial pasar la noche ayer en casa de Claire? -Contenta como un crío en Navidad, dio la vuelta a las tortitas-. Verlos a todos allí, ver cómo están los niños con Alex, con todos ellos. Todo ese bullicio y esa ternura y… esa familia. -Al mirar a su padre, su sonrisa se volvió triste-. Tú querías una gran familia.
 
Charly: Tengo la mejor familia que un hombre podía desear, aquí, en mi cocina.
 
Ness: Yo también. Pero me refiero a que sé que querías tener muchos hijos, y habrías sido un padre estupendo, igual que lo has sido conmigo sola.
 
Charly: ¿Qué quieres tú, cariño?
 
Ness: Por lo visto, dos restaurantes.
 
Charly se aclaró la garganta.
 
Charly: Y a Zac.
 
Pasó las tortitas a una bandeja y le miró por encima del hombro. Como sospechaba, su niño grande se ruborizó.
 
Ness: Sí, creo que a él también lo quiero. ¿Te parece bien?
 
Charly: Es un buen chico… hombre. Hace tiempo que le tenías echado el ojo.
 
Ness: Papá, tenía cinco años. Entonces no sabía lo que era echar el ojo a alguien.
 
Charly: Yo no estaría tan seguro. Bueno… si no te trata bien, tú házmelo saber.
 
Ness: Y lo aplastarás como a un gusano.
 
Poniendo cara de bruto, Charly le mostró sus enormes bíceps.
 
Charly: Si hace falta…
 
Ness: Lo tendré en cuenta. -Se volvió con la bandeja de tortitas recién hechas-. Venga, vamos a desayunar para poder ir a abrir esos regalos.
 
 
Para Vanessa no sería Navidad sin una multitud en la cocina. Siempre le había agradecido a Rachel que les abriera, a ella y a su padre, su casa y la enorme cocina que tenía allí. Ese año se habían sumado Claire y los niños, los padres de Claire y Ashley, con lo que había gente por todas partes.

Y niños, meditó. Los hijos de Claire y las dos nietas de Amy. Si a eso se le añadía los dos perros de Rachel -que se colaban por todas partes en cuanto podían-, Bobo, el de David, y los cachorros, la Navidad estaba siendo, para Vanessa, de lo mejor.

Le encantaba estar a solas con su padre, pero eso… el ruido, los críos nerviosos, los perros exaltados, el olor del asado, las salsas a fuego lento, los pasteles de hojaldre enfriándose… todo aquello le llegaba muy hondo.

Quería eso, siempre lo había querido, para ella. En su propia vida.

Dejó de picar ajo lo justo y cogió la copa de vino que Zac le ofrecía.
 
Zac: Pareces feliz.
 
Ness: Si no se es feliz en Navidad, ¿cuándo?
 
Curioso, se asomó al bol con la mezcla que ella tenía al lado.
 
Zac: Huele bien.
 
Ness: Sabrá mejor cuando esté dentro de los sombreros de champiñón y gratinado.
 
Zac: Champiñones rellenos, ¿eh? Ya podrías hacer unos cuantos para la semana que viene.
 
Vanessa le dio otro sorbo al vino, dejó la copa y siguió picando ajo.
 
Ness: Sí, podría.
 
Zac: ¿Y esas albondiguitas que haces a veces?
 
Ness: Albóndigas de cóctel.
 
Zac: Sí, esas.
 
Ness: Es posible.
 
Zac: Le he sacado a mamá un jamón; había pensado hacer lonchas para sándwiches y hacerme con un par de bandejas de queso y verduritas para mojar, algo así. Y…
 
Ness: Olvídate de las bandejas. Compra solo la comida. Yo te enseño a servirla.
 
Confiaba en que le dijera eso.
 
Zac: Vale. Hazme una lista de lo que necesitas para lo otro, que yo lo consigo.

Bobo se acercó sigiloso y se sentó, quedo, en el pie de ella para llamar su atención. Vanessa lo miró tan solemne como él a ella.
 
Ness: Esto no te va a gustar -le aseguró-.
 
Oyó carcajadas -¿de Harry?- procedentes del salón de la planta baja.
 
Harry: ¡Soy el número uno! ¡El uno, perdedores!
 
Zac: La Wii -meneó la cabeza, fingiéndose contrariado-. Saca lo mejor y lo peor de nosotros.
 
Ness: ¿A qué juegan?
 
Claire: Boxeaban cuando me he acercado antes.
 
Ness: Yo puedo tumbar a tu hijo en eso -miró hacia donde Claire acababa de dejar una bandeja enorme de patatas panadera-. Me voy a llevar a tu primogénito a la lona y lo voy a dejar K. O. No voy a tener piedad.
 
Claire: Es escurridizo, y ha estado entrenando.
 
Vanessa le mostró los bíceps como su padre lo había hecho esa mañana.
 
Ness: Pequeñita, pero matona.
 
David: Pega por debajo de la cintura -protestó, que entraba en la cocina-. Te está saliendo un revientapelotas -le dijo a Claire-.
 
Claire: ¿Te ha ganado?
 
David: En tres asaltos… pero hace trampa -abrió el frigorífico en busca de una cerveza y frunció el ceño-. ¿Qué es esta cosa tan pija que hay aquí?
 
Ash: Un borrachito -lo rodeó con el brazo para sacar las crudités-.
 
David: ¿Borrachito? Pues yo lo veo bien grande. ¿Qué es exactamente?
 
Ash: Es un postre, un bizcocho borracho con dos capas de chocolate. Toma, llévate esto abajo.
 
Lo miró con el mismo recelo con que había escudriñado el bizcocho.
 
David: Los críos no quieren zanahoria, apio y esas cosas. Quieren patatas fritas, y al enano le gustan con salsa. Cuanto más picante, mejor.
 
Claire: Pues van a tomar zanahoria, apio y esas cosas. Y Mark no va a tomar salsa picante ni nachos antes de la cena.
 
Rachel: Ni tú -ni siquiera lo miró mientras echaba un vistazo al asado-. Zac, coge esas manoplas de cocina y llévate esto, anda. Pesa. Claire, el horno es tuyo.
 
David: ¿Cuánto vamos a tardar en comer comida de verdad? -inquirió-.
 
Rachel: Dentro de hora y media.
 
David: Somos tíos. Que boxean, esquían, luchan contra alienígenas, juegan al fútbol, conducen coches de carreras. Necesitamos comida de verdad ya.
 
Ness: Los entrantes estarán en media hora -gritó, y eso atrajo su atención-.
 
David: ¿Estás haciendo alguna de tus cosas?
 
Ness: Sí.
 
David: Vale. -Cogió la bandeja y su cerveza y se dirigió a las escaleras-. ¿Por qué se llama borrachito con lo grande que es?
 
Ash: Luego te lo busco -le prometió-.
 
David: Por favor. Vamos, Bobo. Esto es todo lo que vamos a conseguir.
 
Algo tristón, el perro lo siguió abajo, donde Harry celebraba escandalosamente su última victoria.
 
Harry: ¡Sigo siendo el mejor!
 
Ness: Vale, vengo en cinco minutos -se quitó el delantal y lo dejó por ahí-. Alguien necesita una buena tunda -giró los hombros varias veces y bajó las escaleras-.
 
A los cinco minutos, volvía a subirlas seguida de los sonoros abucheos de Harry.
 
Harry: Me ha dado una paliza de muerte.
 
Vanessa hizo una breve pausa, estudió la cocina, a las mujeres, el movimiento, oyó la risa estrepitosa de su padre subir por las escaleras y las voces de Rachel y Amy desde el comedor.

Salió del salón, aún desordenado de la mañana. Los regalos abiertos esparcidos bajo el árbol brillaban a la luz de la ventana. El perro de Rachel, Cus, tirado patas arriba, dormía una siesta delante de la chimenea encendida.

El jaleo de la familia rugía bajo sus pies como un pequeño terremoto.
 
Zac: ¿Ocurre algo? -le preguntó, y ella se volvió-.
 
Sonrió, acercándose a él, y se agarró a su cintura. Apoyó la cabeza en su pecho.
 
Ness: No. Todo bien. Todo perfecto.




¡Qué bonita escena!
Contenta de que todo marche bien ^_^
A ver cuánto dura XD

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Besis!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Lindo capitulo
Me gustó mucho la escena final
Espero que les dure mucho esta felicidad
Síguela pronto


Saludos

Lu dijo...

Me gustó mucho el capi!!!
La familia Efron es giganteeee.

Sube pronto

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