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martes, 19 de julio de 2016

Capítulo 7


Su vida era un caos y no podía culpar a nadie más que a sí misma.

En el antiguo despacho de Alex, que había medio adaptado a sus necesidades, Vanessa estaba sentada rodeada de cajas, papel de regalo, papel de seda, cintas y lazos.

Una locura.

Todos los años se prometía que lo haría mejor. Que haría antes las compras, y con una lista, que recogería el papel de regalo, las cintas y demás en sus cajas, y volvería a guardarlas después de cada sesión de envoltura.

Se propondría comprar, guardar, envolver y colocar los regalos de Navidad como una adulta sensata.

Y lo haría, desde luego que lo haría.

Al año siguiente, seguro.

Sabía organizarse y mantener el orden, pero, por lo visto, gastaba esa capacidad de organización en el trabajo y a su vida privada no llegaba ni de largo.

De modo que, a apenas tres días de Navidad, hurgaba entre las cajas de regalos, se abría paso entre montones de cintas, le daba de todo cada vez que no encontraba algo que sabía que había dejado allí mismo hacía un minuto, y solía terminar agotada.

Le encantaban las Navidades.

Le encantaban los villancicos, que tanto desquiciaban a otros cuando se acercaba el gran día. Le encantaban las luces, los colores, los secretos, la ilusión.

Le encantaba ir de compras, envolver los regalos, y la gozosa satisfacción de ver los paquetes hermosos y radiantes apilados bajo el árbol. Entonces, ¿por qué siempre terminaba haciéndolo todo deprisa y corriendo en el último momento?

Por lo menos, este año se negaba a pasar la víspera de Navidad hecha un manojo de nervios con preparativos de última hora. Lo tendría todo envuelto, apilado, embolsado y listo esa noche.

Al día siguiente, como mucho.

Había decidido no trabajar en la barra porque eran demasiadas cosas, y estaba en el suelo, rodeada de cajas, trozos de papel, madejas de cinta. El año que viene, definitivamente, organizaría la barra primero, y compraría más cajas para cintas y eso. Las etiquetaría, como hacía Ashley.

La puñetera Ashley.

Al pensar en Ashley y en esa eficiencia que tanto la fastidiaba en esos momentos, Vanessa admiró los pendientes que había comprado para su amiga. Buena compra, se dijo. Volvió a guardarlos en su estuche, cogió papel de regalo plateado, cinta roja enroscada y una etiqueta a juego. Mientras cortaba con cuidado un pedazo de papel apropiado y doblaba los bordes, cabeceó al ritmo del Santa Claus Is Coming To Town de Springsteen.

Aun no habiéndose organizado bien, sus regalos iban a quedar de maravilla, desde luego.

Buscó la cinta adhesiva, tiró de la punta y se topó con el final del rollo.
 
Ness: Mierda.
 
No pasa nada, pensó. Había comprado más.

Seguro.

Después de quince minutos de búsqueda cada vez más frustrante y acompañada de punzadas de pánico y montones de palabrotas, admitió que había querido comprarlo.

Bueno, no pasaba nada. Saldría un momento a por más.

Miró la hora, volvió a maldecir.

¿Cómo podía ser ya casi medianoche?

¡Necesitaba cinta adhesiva!

Pasó otros quince minutos revolviendo cajones, cajas de mudanza por deshacer y armarios.

Aquella, se dijo, era una razón más que sobrada para vivir en Nueva York, donde uno podía salir a comprar lo que fuera a cualquier hora del día y de la noche. Cuando uno se quedaba sin cinta adhesiva mientras envolvía como loco los regalos a última hora, podía salir a comprar la puñetera cinta adhesiva.

Hizo una breve pausa, se propuso no ser imbécil y examinó aquel revoltijo.

Con la búsqueda lo había puesto todo patas arriba, hasta había desenterrado posibles regalos que había comprado durante una fase de «compra pronto y mucho» que había iniciado el verano anterior.

Malo, admitió, pero no terrible. Además, había cinta adhesiva abajo, en el restaurante.

Cogió las llaves, se dejó las luces encendidas y la música puesta, y bajó trotando a abrir el restaurante. Tras encender las luces, se dirigió a la barra y revolvió en el cajón de debajo de la caja registradora.
 
Ness: ¡Ajá!

Sacó el dispensador de cinta adhesiva, emocionada. Pero se desinfló al ver que solo quedaba un mísero trocito del rollo.

Buscó un recambio: en cajones, en armaritos, en la despensa de la trastienda. Cuando se sorprendió buscando en las neveras, se rindió y se sirvió una copa de vino.

Se sentó a la barra, con la cabeza apoyada en una mano, y se preguntó cómo era posible que todos sus buenos propósitos se fueran al garete por un simple rollo de cinta adhesiva.

Una llamada a la puerta principal la hizo dar un respingo y casi derramar el vino por la barra.

Vio a Zac bajo las luces de seguridad, escudriñándola por la puerta de cristal.

Nueva York, se dijo, desde luego. En Boonsboro, una no tenía intimidad ni para llorar la falta de un rollo de cinta adhesiva.

Se acercó a la puerta con paso airado y echó los cerrojos.
 
Ness: Está cerrado.
 
Zac: Entonces, ¿qué haces ahí dentro, sentada a la barra bebiendo vino?
 
Ness: Estoy envolviendo regalos de Navidad.
 
Zac: Qué curioso, pues tiene toda la pinta de que estás sentada en tu pizzería vacía bebiendo vino.
 
Ness: Me he quedado sin cinta adhesiva. Pensaba que había comprado más, pero no, y aquí no queda suficiente. Y encima es demasiado tarde para comprar la maldita cinta porque esto no es Nueva York.
 
La estudió. Vestía unos pantalones de cuadros de franela que seguramente usaba como pijama, una camiseta de manga larga y calcetines gordos. Llevaba el pelo recogido con una de esas pinzas que siempre le habían parecido dientes gigantes.
 
Zac: Lo has vuelto a dejar todo para el final.
 
Ness: ¿Y qué?
 
Zac: Solo es un comentario.
 
Ness: ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en casa envolviendo regalos? Porque ya los tienes todos envueltos -le dijo con amargura-. Bien envueltos y todos en bolsas, según a dónde vayan. Además, sé que les dais los regalos antes a los de la cuadrilla, porque he visto las sudaderas del Hotel Boonsboro.
 
Zac: ¿Quieres una?
 
Ness: Sí.
 
Zac: Invítame a una copa de eso y te traigo una mañana.
 
Ness: Vale, total, no puedo envolver los regalos. -Volvió dentro, cogió la botella y una copa-. ¿A qué has venido?
 
Zac: He visto encenderse las luces y te he visto correr por aquí como una posesa. Estaba repasando mi lista, ahí enfrente -le explicó-. Ya hemos terminado.
 
Ness: ¿Terminado el qué?
 
Zac: El hotel. Bueno, de amueblar no, pero la obra sí. Ya está acabada.
 
Ness: Anda ya.
 
Zac: Terminado -repitió y brindó solo-. La última inspección es mañana.
 
Ness: ¡Zac! -Le cambió el humor, se le iluminó el rostro-. Habéis conseguido terminar antes de Navidad.
 
Zac: Lo hemos logrado. Nos darán la licencia de primera ocupación, sin problema. Ashley ya puede mudarse. Amueblaremos el resto, lo limpiaremos. Si ella se instala allí, en un par de semanas podremos hacer los retoques necesarios antes de la inauguración.
 
Ness: Enhorabuena. Ashley me había dicho que os faltaba poco, pero no sabía cuánto.
 
Zac: Aún queda por hacer, pero todo empieza a encajar. Cuando vuelva la cuadrilla después de Navidades, ya será para trabajar en la panadería.
 
Vanessa se acercó a la puerta, miró fuera.
 
Ness: Es precioso. Cada vez que lo veo, me da un subidón. Ashley me ha dicho que ya tenéis reservas hechas.
 
Zac: Habrá más cuando subamos todas las fotos a la página web y se corra la voz. Ashley va a hacer unas entrevistas la próxima semana. Enseñará el hotel a los periodistas, se lo explicará todo. También nosotros haremos alguna. Negocio familiar y todo eso. Por lo visto, da buenos resultados en los medios.
 
Ness: Y en la vida también. ¡Sláinte! -dijo en gaélico, brindando con él-. Me pasaré por la mañana antes de abrir. Y después de haber ido a por la cinta adhesiva.
 
Zac: Yo tengo un poco en la camioneta.
 
Ella dejó la copa de vino y frunció los ojos.
 
Ness: ¿Tienes cinta en la camioneta?
 
Zac: En la guantera, seguro. Y antes de que hagas algún comentario sarcástico, recuerda que yo lo tengo y tú lo necesitas.
 
Ness: Iba a decir que es un acierto llevar cinta adhesiva en la guantera -sonrió, tierna-.
 
Zac: No, no es verdad, pero casi ha colado. Voy a por ella.
 
Ness: Ya voy yo. La tienes aparcada detrás del hotel.
 
Zac: Sí, y hace un frío que pela. ¿Y tu abrigo y tus zapatos?
 
Ness: Arriba, pero no hay más que cruzar la calle.
 
De ninguna manera iba a dejar que cruzara la Plaza en pijama y calcetines a medianoche, en pleno mes de diciembre, se dijo él.
 
Zac: Ya voy yo. Cierra con llave. Te veo detrás.
 
Ness: Gracias. De verdad.
 
Le dio la copa de vino y salió por la puerta principal.

Ella echó los cerrojos y llevó las copas vacías a la cocina. Apagó las luces y volvió a la escalera; se disponía a bajar a abrirle la puerta de servicio cuando oyó el clic de la cerradura.

Tenía llave, claro.

Era el dueño.

Se lo encontró a medio camino, y fue a por la cinta.
 
Ness: Iré al Sam’s Club y compraré cien rollos de la maldita cinta.
 
Zac: Cuanta más, mejor.
 
Ella rió.
 
Ness: Apuesto a que tienes rollos de repuesto en la camioneta, en casa, en el taller.
 
Enarcando las cejas sobre sus serenos ojos azules, Zac la observó inmóvil.
 
Zac: ¿Eso es un comentario sarcástico?
 
Ness: Una observación. No, un piropo -decidió-. Y yo voy a tratar de seguir tu ejemplo de abastecimiento de cinta adhesiva.
 
Él estaba más abajo, así que sus caras se encontraban al mismo nivel y, sin dejar de mirarla, se llevó la mano al bolsillo.
 
Zac: Empieza ya.
 
Ness: Me has traído un rollo de recambio. Tenías dos rollos en la camioneta.
 
Riendo, lo cogió.

Tres, se dijo él, pero qué más daba uno más o uno menos.
 
Zac: Podría echarte una mano envolviendo.
 
Vanessa arqueó las cejas.
 
Ness: Entonces serías tú quien podría hacer comentarios sarcásticos sobre el estado de mi zona de envolver, y eso si lograse revivirte tras el jamacuco que te daría al verla.
 
Zac: Ya he visto antes tu «zona de envolver», como tú la llamas.
 
Ness: Arriba, no. Es la peor de todas. Tengo más espacio para el caos. -Lo vio mover los ojos, se echó un poco hacia atrás-. Zac, he estado pensando en esto.
 
Zac: ¿En el caos?
 
Ness: Más o menos… En lo que los dos estamos pensando en hacer ahora mismo. Al principio, me preguntaba por qué no habíamos pensado antes en lo que estamos pensando en hacer. Después me dije, maldita sea, venga ya, hagamos lo que estamos pensando en hacer. Luego se me ocurrió que no lo hemos hecho porque podría estropearlo todo. Y, la verdad, Zac, tú significas mucho para mí. Significas muchísimo para mí.
 
Zac: Curioso. Yo también he estado pensando en lo que los dos estamos pensando. Y me había convencido de que no lo estropearíamos. David dice que no lo estropearemos.
 
Ness: ¿David dice?
 
Zac: He buscado opinión. No me digas que no se lo has comentado ni a Claire ni a Ashley.
 
Vanessa recogió velas enseguida.
 
Ness: Muy bien. ¿Por qué cree David que no lo estropearemos?
 
Zac: Porque significamos mucho el uno para el otro y no somos estúpidos.
 
Ella ladeó la cabeza.
 
Ness: Muy cierto. Otra cosa, ya que estamos… -Apoyó las manos en sus hombros, con un rollo de cinta en cada una-. Igual no nos electriza como antes. ¿Lo comprobamos?
 
Zac le puso las manos en la cadera.
 
Zac: A modo de prueba.
 
Ness: Parece lógico, ¿no? ¿Para qué perder el tiempo pensando en lo que estamos pensando si luego resulta que no merece la pena pensar en ello? Si resulta que sí merece la pena pensar en lo que estamos pensando, podemos…
 
Zac: Calla, Vanessa.
 
Se inclinó hacia delante, acarició con sus labios los de ella. A modo de prueba. La atrajo un poco hacia sí, un poco más, volvió a acariciarlos. Y vio cerrarse despacio aquellos audaces ojos marrón chocolate.

Ella ronroneó separando los labios, se agarró con más fuerza, y toda esa energía tan Vanessa lo inundó de pronto.

Lo meció aquel envite de deseo, suyo, de ella. ¿Dónde había estado escondido? ¿Cómo lo habían pasado por alto?

Acre y caliente, limones y fuego… todo vehemencia, fervor, franqueza.

Él la cogió en volandas y ella, sin pensárselo, le enroscó las piernas en la cintura. Vanessa se sumergió aún más en aquel beso, confiando por completo en él mientras subía las escaleras con ella en brazos hasta el rellano, apoyando la espalda en la pared.

Empezó a tirarle del pelo -Dios, le encantaba su pelo- y le dio en la cabeza con los rollos de cinta.

Riendo, dejó caer la cabeza en su hombro.
 
Zac: Ay -dijo, y la hizo reír aún más-.
 
Ness: Perdona, perdona. -Lo abrazó, se acurrucó en su cuello-. Zac. -suspiró, y pensó, más suave, tierno, «Zac», antes de alzar la cabeza y mirarlo-. Esto hay que pensárselo bien, definitivamente.
 
Zac: Pues menos mal que me lo dices. Así ya no tengo que dejarte caer de cabeza.
 
Ness: Mejor déjame en el suelo.
 
Zac: También puedo subir y ayudarte a envolver regalos.
 
Ness: Si subimos, no envolveremos regalos.
 
Zac: Te lo estaba diciendo en clave.
 
Ness: Ah. -Aun así, se descolgó despacio hasta el suelo-. Creo que deberíamos darle unos días a esto, pensárnoslo bien. No es por menospreciar la opinión de David, pero creo que, si nos tomamos unos días de descanso, no lo haremos por impulso.
 
Zac: Y yo que creía que debía darle por fin una oportunidad al impulso.
 
Ness: Yo le doy demasiadas oportunidades, de modo que lo uno compensa lo otro.

De no haber estado pensando en acostarse con él, cayó de pronto, podía haberle preguntado directamente si salía con alguien o tenía algún lío. Pero, si se lo preguntaba, iba a parecer una exigencia.

Aun así…
 
Ness: Seguro que ya tienes pareja para Nochevieja.
 
Zac: Pues la verdad es que no.
 
Ness: ¿No?
 
Zac: Hemos tenido mucho lío. Ni lo había pensado.
 
Vio claro que lo estaba pensando ahora, seguramente en la misma línea que ella.
 
Zac: ¿Tú tienes pareja?
 
Ness: Algo así. Con Ashley. Como habéis optado por no trabajar ese día ni en el hotel ni para el hotel, hemos quedado para ver alguna peli de chicas y hablar de lo poco que nos importa no tener con quién salir.
 
Zac: Podemos quedar.
 
Qué detalle, se dijo. Sexy. Y, por desgracia, imposible.
 
Ness: No puedo dejar tirada a Ashley, y menos en Nochevieja.
 
Zac: Voy a hacer una fiesta. En mi casa.
 
Vanessa se lo quedó mirando como si le hablara en arameo.
 
Ness: ¿Te refieres a esta Nochevieja? ¿La de dentro de poco más de una semana?
 
Zac: Claro.
 
Ness: Zac, eso se llama espontaneidad, algo con lo que tú no estás familiarizado.
 
Zac: Puedo ser espontáneo.
 
Ness: Tú necesitas seis meses para planificar una fiesta. Haces croquis y todo. ¿Hablas de esa clase de espontaneidad? Te vas a hacer pupita.
 
Zac: Fiesta -repitió rotundo, ignorando que ella tenía más razón que un santo-. En mi casa. En Nochevieja. Y tú te quedas a dormir. Conmigo.
 
Con él. En Nochevieja.
 
Ness: Me apunto. Y, como te eches atrás, no solo me quedaré a dormir, sino que además te haré el desayuno.
 
Zac: Hecho. -Volvió a envolverla en sus brazos, la besó hasta dejarla lánguida-. Voy a cerrar con llave la puerta de servicio.
 
Ness: Vale. -Se esforzó por recuperar el aliento mientras él bajaba las escaleras-. ¿Zac? -Él se volvió, le sonrió, y el corazón le dio un vuelco, lento. ¿Acaso le extrañaba haberse vuelto loca por él a los cinco años?-. Gracias por la cinta adhesiva.
 
Zac: A mandar.
 
Oyó la cerradura mientras subía como un flan las escaleras. No le importaba darse un atracón de envolver regalos ahora, se dijo, aunque fuera tarde. Además de tener cinta adhesiva de sobra, jamás podría conciliar el sueño pensando en Zac Efron.
 
 
Era obvio que se le había bajado toda la sangre del cerebro a sus partes íntimas. De lo contrario, decidió Zac mientras volvía de Hagerstown en aquella ventosa tarde, jamás habría dicho que iba a dar una fiesta en Nochevieja.

Tenía un hotel que inaugurar, las Navidades al caer y un nuevo proyecto en vistas. ¿Cómo diablos iba a organizar una fiesta en una semana?

Supuso que encontraría el modo.

Frenó en el semáforo, sacó el móvil y anotó unas ideas sobre comida y bebida. Comprobó los mensajes. Dos de David, ambos para saber –básicamente- «dónde coño se había metido».

Como estaba a dos minutos de Boonsboro, ni se molestó en contestar.

Mientras conducía, su pensamiento saltó de una fiesta a otra. La de inauguración iba más avanzada que su fiesta de fin de año improvisada. Casi todos los detalles estaban ya bajo control, y su madre, su tía y Ashley estaban al tanto de casi todo.

Aun así, guardaba un grueso dossier en su maletín, y unas hojas de cálculo en el ordenador. Y, vale, un croquis.

Se planteó hacer uno para su fiesta, convenciéndose de que no era algo obsesivo. Práctico, en todo caso. Un ahorro de tiempo y agobios.

Un ahorro de tiempo y agobios obsesivo, ¿y qué?

Echó un ojo a Vesta, pensó en Vanessa mientras giraba hacia Saint Paul. ¿Por qué no le habría propuesto que salieran a cenar… y luego se metieran en la cama?, se preguntó al tiempo que entraba en el aparcamiento de detrás del hotel.

Porque ella había sacado a relucir la Nochevieja, y él ya estaba tonto perdido. Todo le había parecido muy lógico en ese momento.

Salió de la camioneta y se quedó un poco al frío, estudiando el Patio, con sus porches y barandas.

Toda aquella elegancia y encanto, se dijo, no habían sido fáciles de conseguir. Recordó los cascotes, el barro, los escombros… Recordó también la pesadilla insufrible de las cagadas de paloma, y casi deseó no haberlo hecho.

Pero lo habían resucitado, y cómo. Si podía conseguir eso, podía dar una fiesta de fin de año.

Entró por el Vestíbulo, se detuvo y sonrió al ver la mesa grande y lustrosa debajo de la lámpara de araña, las sillas de color paja junto a la pared de ladrillo visto.

Y cómo, se repitió. Luego pasó la arcada en dirección al Comedor y a las voces.

Encontró a David y a Alex instalando el inmenso mueble tallado del bufé debajo de la ventana de piedra vista, y a su madre y Ashley moviendo las hermosas mesas de madera por la estancia.

Bobo holgazaneaba en el rincón opuesto, pero levantó la cabeza y meneó la cola cuando vio al recién llegado.

Zac se preguntó vagamente si el pobre perro lo vería como un donut gigante.
 
David: ¿Dónde demonios te habías metido? -quiso saber-.
 
Zac: Tenía cosas que hacer. Queda genial.
 
Rachel: Sí -sonrió satisfecha mientras colocaba una silla junto a la mesa-. Pondremos el espejo grande allí. Ya sabes, el de anticuario. Y nos hemos dado cuenta de que nos va a hacer falta otro mueble de servicio. Podría ir allá, debajo de esa ventana. Voy a medir el espacio y me bajo corriendo a Bast, a ver si tienen algo que nos valga.
 
David: Tienes ese mueble de la tienda pija francesa de Frederick -le recordó-.
 
Rachel: Está combado -su semblante se volvió de repente glacial-. Tiene una pata más corta que la otra. Jamás debería haber comprado nada ahí.
 
David: Ya te dije que le había acortado las otras. Si le pones suficientes cosas encima, no notarás que está combado.
 
Ash: Se portaron fatal -intervino-. Un negocio que no se responsabiliza de un artículo visiblemente defectuoso no debería ser un negocio.
 
David: Ya está pagado, yo lo he arreglado. Olvidadlo.
 
Ash: Lo compramos para el Vestíbulo -insistió-. Ya hemos encontrado otra pieza para ese sitio en Bast.
 
David: Y, si no fuera porque parece que te han metido un palo por el culo, lo habría arreglado para el Vestíbulo.

Rachel lo miró indignada.
 
Rachel: ¿De qué culo estás hablando, David? Porque fui yo la que te pidió que bajaras la pieza defectuosa al sótano.
 
David: Y allí lo arreglé -masculló-. Voy a buscarlo. Ayúdame -le dijo a Alex-.
 
Más que dispuesto a retirarse de la línea de fuego, Alex se dirigió al sótano.
 
Zac: Si no queda bien ahí, o no os gusta, lo sacamos a la calle -prometió-. Es una pieza muy bonita.
 
Rachel: Defectuosa y que no vale lo que me costó. Me estafaron -reconoció, y le frotó las orejas al perro cuando se arrimó a ella-. Ya veremos. Ashley, esa debe de ser Amy con cosas para la cocina -añadió al oír pasos en la escalera principal-. Podríais sacar los calientaplatos, la cafetera de filtro rápido. A ver qué pinta tienen.
 
Ash: Claro.
 
Zac iba a ofrecerse a ayudar, pero su madre lo interrumpió con una mirada. Rachel se contuvo hasta que Ashley se hubo retirado.
 
Rachel: Quería que saliera un momento de la habitación -se cruzó de brazos cuando David y Alex llegaron cargados con el mueble de servicio reparado-. David Thomas Efron.
 
Zac conocía bien aquel soniquete, aquella mirada. Aunque no iba dirigido a él -esta vez-, notó que se le encogían un poco las pelotas.

Con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas, Bobo se escabulló a su rincón.
 
David: Sí, señora.
 
Rachel: Yo no te he educado para que seas grosero con la gente, para que seas borde con las mujeres o cortante con los empleados. Espero de ti que trates a Ashley con respeto tanto si estás de acuerdo con ella como si no.
 
David dejó el mueble en el suelo.
 
David: Vale, pero…
 
Rachel: ¿Pero? -aquella sola palabra sonó a advertencia y desafío-.
 
Con una pose algo chulesca, David adoptó su expresión más simpática.
 
David: Bueno, tú nos dijiste que la tratáramos como si fuera de la familia. ¿Entonces, qué, la trato con respeto o como si fuera de la familia?
 
Rachel guardó silencio, uno largo e incómodo. Alex se apartó de su hermano al verla venir. Ella alargó las manos y agarró a David por las dos orejas.
 
Rachel: ¿Te crees muy listo?
 
David: Sí, señora. Me parezco a mi madre.
 
Ella rió, le meneó la cabeza de lado a lado.
 
Rachel: Digno hijo de tu padre, es lo que eres. -Le dio un puñetazo en el vientre-. Cuida ese tono.
 
David: Vale.
 
Asintiendo con la cabeza, Rachel retrocedió, brazos en jarras, puños cerrados.
 
Rachel: Esa superficie está combada, David.
 
David: Un poco, sí. Es muy cara para lo mal hecha que está, pero sirve, y con eso es más que suficiente. Mejor aún cuando le pongas encima esos armatostes de cobre.
 
Rachel: Puede, sí. Me da rabia. Error mío.
 
David: Cierto -se encogió de hombros-. Pero, después de haber equipado todo un hotel de casi mil metros cuadrados desde los sifones hasta las camas con dosel, ¿este es tu único error? Pues no es para tanto, mamá.
 
Ella lo miró despacio.
 
Rachel: Qué listo eres. A lo mejor sí que te pareces a mí.
 
Se volvió al ver entrar a Ashley con una caja enorme, seguida de Amy con otra.
 
David: Ya la cojo yo -se acercó a Ashley y le cogió la caja-. Te estoy tratando con respeto.
 
Ash: ¿Qué, ha dolido?
 
David: Aún no. Puede que me duela luego.
 
Alex le cogió la caja a Amy, y Zac se apartó un momento y los observó. Los vio abrir los bultos, sacar la enorme cafetera, los calientaplatos, los portaplatos, apartar las cajas y el material de embalaje, que él luego sacaría a la calle.

Vio a Amy hablar de lavar las copas de vino, a su madre arreglarse la coleta. A Alex y a David protestar por tener que meter el espejo para poder pasar al cuarto de al lado y unirse a la cuadrilla.

Esperó a que las tres mujeres estudiaran el resultado de la pieza en cuestión.
 
Ash: No se nota, pero yo sé que está combado -se toqueteó el pelo-. Solamente eso ya me fastidia -miró a David-. Se me pasará.
 
David: Me alegro. Vamos a colocar ese espejo en su sitio y nos largamos de aquí antes de que nos encuentren otra cosa que cargar a otro sitio.
 
Zac: Necesito un minuto primero. Para una reunión rápida -anunció-.
 
David: Cuando terminemos la jornada.
 
Zac: Tiene que ser ahora -puso cara de cabreo-. Es por la licencia de primera ocupación.
 
David: Por Dios, no me digas que han puesto alguna pega con la licencia. El inspector dio su visto bueno y firmó.
 
Zac le respondió con un suspiro, negando despacio con la cabeza.
 
Zac: Sí. He ido a Hagerstown a ver si podía agilizarlo un poco. Y lo he conseguido.
 
Alex lo señaló con el dedo.
 
Alex: Te han dado la licencia de primera ocupación.
 
Sonriendo, Zac lo señaló a él.
 
Zac: Me han dado la licencia de primera ocupación.
 
Rachel: Madre mía. ¡Madre mía! ¡Amy! -agarró de la mano a su hermana-.
 
Zac le dio un puñetazo en el hombro a David, luego sonrió a Ashley.
 
Zac: ¿Estás lista para mudarte? Podemos traer el resto de tus cosas. Podrías dormir aquí esta noche ya.
 
Ash: ¡Más que lista! ¡Zac! -riendo, se echó a sus brazos y lo besó en la boca-. ¡Que me mudo!

Después de lanzarse a achuchar a Rachel y a Amy, Ashley se abalanzó sobre Alex y también lo besó ruidosamente.

Luego se detuvo en seco delante de David.
 
David: ¿A mí que me toca, un buen apretón de manos? -Ashley rió de nuevo, negó con la cabeza y le dio un beso muy casto y muy puro en la mejilla-. Viene a ser lo mismo -protestó. Pero le echó un brazo por el hombro a Zac y el otro a Alex-. Joder, tíos, lo hemos conseguido.
 
A Rachel se le empañaron los ojos, le rebosaron de lágrimas.
 
Rachel: Mis niños -susurró. Abrió los brazos de par en par para abrazarlos a los tres. Sostuvo el abrazo un rato, hasta que Bobo intentó colar el hocico entre ellos. Muy bien. -Se apartó, asintió con la cabeza y se limpió las lágrimas-. Comemos aquí. Yo invito. Alex, mira a ver si Claire puede acercarse. Zac, tú llama a Vanessa, haz un pedido y que lo traiga aquí, y que coma con nosotros si puede. Ashley, abre una, no, dos de las botellas de champán que tenemos para los huéspedes.
 
Ash: Huy, desde luego.
 
Amy: ¡Aún no he lavado toda la cristalería! -salió corriendo a la cocina-.
 
David: ¿Champán? -comentó-. ¿Para comer?
 
Rachel: Champán, por supuesto.
 
Zac: A propósito de champán y similares -se rascó la mandíbula-. ¿David, tú sales con alguien en Nochevieja?
 
David: Sí. Con Risitas. Pero me parece que me voy a escaquear.
 
Rachel: ¿El día de Nochevieja? -inquirió-.
 
David: Si la oyeras reírse, lo entenderías, créeme. ¿Por qué? -le preguntó a Zac-. ¿Quieres llevarme a bailar?
 
Zac: Voy a dar una fiesta.
 
Rachel: ¿Esta Nochevieja? -dijo con los ojos abiertos como platos-.

Zac: Sí, sí, esta. -¡Maldita sea!-. Nada especial. Una fiesta. Una reunión de fin de año. Una reunión con comida y bebida. Tú vendrás, ¿verdad?
 
Rachel infló los mofletes sin dejar de mirar fijamente a Zac.
 
Rachel: Claro.
 
Zac: ¿David?
 
David: ¿Por qué no?
 
Alex: Claire sube ya -anunció guardándose el teléfono en el bolsillo-.
 
Zac: Fiesta de Nochevieja en mi casa. ¿Vale?
 
Alex: ¿De qué año?
 
Zac: Esa gracia ya la han hecho. ¿Te apuntas o qué?
 
Alex: Nos íbamos a quedar en casa. Los niños quieren ver las campanadas, pero lo más seguro es que solo Mark aguante despierto. Le preguntaré a Claire si quiere que busquemos una canguro.
 
Zac: Perfecto -sacó la libreta-. El almuerzo -dijo, y Bobo meneó la cola de emoción-. ¿Qué os pido, que voy a llamar? -Cuando empezaba la lista, oyó que descorchaban el champán en la cocina-. Ya es oficial -sonrió a su familia-. Bienvenidos al Hotel Boonsboro.




¡Qué guay! ¡Ya tienen el hotel listo! ¡Tiene que ser una pasada!

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

hotel listo!!!!
siguela que ya quiero saber que pasara
en la reunion de zac
la novela me encanta

sube pronto
saludos

Unknown dijo...

Holaaa :D nuncaa comentoo, pero he leidoo todas las novelas que has publicado jajaja

Queria saber si tienes en pdf el tercer libro de la saga? Lo he buscado como locaa y no lo encuentro :'(

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