topbella

lunes, 4 de julio de 2016

Capítulo 2


Zac se ciñó el cinturón de herramientas y comparó su lista de chequeo con la de David.
 
David: La tercera planta está llena de mujeres -le dijo con cierta amargura-.
 
Zac: ¿Están desnudas?
 
David: Una de ellas es mamá.
 
Zac: Vale, borra lo de desnudas.
 
David: Mamá, Amy, la gerente… Igual Claire aún sigue arriba. Son una plaga. Siempre hay una de ellas que no para de bajar a preguntarme cosas -cogió su Gatorade de la isla de la cocina, donde tenía extendidos los planos y las listas desde que Ashley lo había echado de su futuro despacho-. Como has sido tú el que ha abierto las puertas, contesta tú todas las puñeteras preguntas. Por cierto, ¿dónde coño te habías metido?
 
Zac: He dejado aviso. He ido al local de Vanessa a hacer unas llamadas. El inspector va a echar un vistazo a la tercera planta para darle luz verde al amueblado. De paso que está aquí, mirará también el resto. Los muebles de esa parte ya están listos y empezarán a meterlos y a instalarlos esta misma mañana. Las persianas también están. Esta tarde comenzarán las de arriba. ¿Te cuento lo demás?
 
David: Me estás dando dolor de cabeza.
 
Zac: Por eso hago yo las llamadas. Puedo empezar a pulir la segunda.
 
David: No, tú a la tercera -dijo clavándole el dedo en el pecho-. Con las mujeres. Todas tuyas, hermano.

Zac: Vale, vale.
 
Quería trabajar, dejarse llevar por el ritmo de clavadoras, martillos y taladros. Hombres. Pero volvió fuera, maldijo el frío mientras rodeaba el edificio y subió corriendo las escaleras.

Y entró en el mundo de las mujeres.

Olió a perfume, a loción, a tónico limpiador con aroma a limón. Y oyó resonar desde abajo las voces de las mujeres por encima del estrépito de la obra. Se encontró a su madre a cuatro patas, fregando el suelo de la ducha del Ático.

Se había recogido la melena morena en un moño y llevaba una amplia sudadera de color gris remangada. Su trasero, enfundado en unos vaqueros, se mecía de lado a lado al ritmo de lo que quiera que sonase por sus auriculares.

Zac rodeó la mampara de cristal, se agachó. Ni se inmutó; Zac siempre había creído que su madre, como ella misma decía, tenía ojos en el cogote. Rachel levantó la cabeza, le sonrió, se sentó sobre los tobillos y se quitó los auriculares de diadema.
 
Rachel: Por Dios, qué calor.
 
Zac: ¿Estás preparada para esto, mamá?
 
Rachel: Lo estaba. Quedará como una patena, aunque había olvidado lo que cuesta quitar la porquería de las obras. Nos hemos repartido el trabajo. Amy está al fondo, en la Westley y Buttercup, y Ashley se encarga de su apartamento. Claire se pasará un rato esta tarde.
 
Zac: Acabo de estar en Vesta. Vanessa tiene bus turístico hoy, y Donna está enferma. Quería ayudaros -miró el cubo de agua jabonosa-. Sabe Dios por qué.
 
Rachel: Este es un trabajo gratificante, a su modo. Mira esto, Zac. -Recolocándose un par de horquillas sueltas, miró alrededor-. Mira lo que tus hermanos y tú habéis hecho aquí.
 
Zac: Lo que hemos hecho junto con nuestra madre -la corrigió, y la hizo sonreír-.
 
Rachel: Cuánta razón tienes. Oye, ya que has venido, saca los estantes de esa caja. Uno va aquí arriba; el otro, allí.
 
Le señaló el sitio.
 
Zac: ¿Aquí hay estantes?
 
Rachel: Los habrá cuando los pongas. Después le puedes pedir a uno de los chicos de la cuadrilla que te ayude a colgar el espejo del dormitorio. Cuando estés listo, te digo cómo lo quiero.
 
Zac: Espera, que lo apunto.
 
Rachel: Tú pon los estantes y yo ya te voy diciendo.
 
A fin de cuentas, usaría las herramientas. Quizá no como a él le gustaba, con una lista, con los artículos anotados por orden de prioridad y preparados para que los tachara, pero usaría las herramientas.

Cuando hubo instalado los estantes decorativos, enganchó a uno de la cuadrilla para que lo ayudara a llevar al dormitorio el enorme espejo mural de marco dorado.

Rachel, con los brazos en jarras, fue dándole indicaciones de dónde colocarlo: «Un poco más a la izquierda, más arriba… no, más abajo». Zac marcó el sitio, midió, hizo los agujeros mientras ella continuaba fregando el suelo.
 
Zac: ¡Ya está! -le gritó-.
 
Rachel: Un segundo. -La oyó vaciar el cubo de agua. Cuando volvió a salir, se puso de nuevo en jarras-. ¡Me encanta! -Se acercó y se puso a su lado para verse en el espejo con él. Sonriendo, le pasó el brazo por la cintura-. Está perfecto. Gracias, Zac. Anda, ve a buscar a Ashley, ¿quieres? Ella sabe lo que hay que instalar abajo. Aún me quedan un montón de baldosas por limpiar.
 
Zac: ¿Quieres que contrate un servicio de limpieza?
 
Ella negó con la cabeza.
 
Rachel: Esto es cosa de familia.
 
Supuso que entonces Ashley Tisdale era familia. Su madre y ella habían hecho muy buenas migas, se dijo mientras cruzaba el vestíbulo. Desde el primer momento.

La ex miss estaba subida en un taburete de la cocina de su apartamento limpiando las puertas de los armarios. Se había tapado el pelo rubio con un pañuelo, llevaba un trapo colgando del bolsillo de atrás de los vaqueros, salpicados de pintura y casi agujereados por la rodilla derecha.

Se volvió a mirarlo y soltó un soplido que le voló las puntas de su pelo.
 
Ash: No parecía que estuviera tan sucio.
 
Zac: La porquería de una obra se mete por todas partes. -Se preguntó si debía decirle que se pasaría días limpiando y fregando. Semanas, quizá. Ya lo vería por sí misma, decidió-. Vamos avanzando -le dijo en cambio-.
 
Ash: Pues sí -se sentó un instante en el taburete, cogió una botella de agua de la encimera y la destapó-. ¿De verdad tendremos ya los muebles colocados mañana?
 
Zac: Parece ser que sí.
 
Bebió y sonrió.

Ashley tenía una voz grave y algo ronca que le iba de miedo a su aspecto sensual, todo ojos grandes y oscuros, labios gruesos y boca perfecta.

Nunca iba mal tener a una mujer atractiva de gerente, pero lo mejor, lo más importante para él, era que su grado de organización y eficiencia eran muy semejantes al suyo.
 
Zac: Si tienes un minuto, mamá dice que había algunas cosas que querías montar en la segunda planta.
 
Ash: Y en la primera, si nos da tiempo. Cuantas más cajas vaciemos, más fácil será limpiar y más sencillo resultará amueblar.
 
Zac: En eso tienes razón. -Aquella mujer, pensó, hablaba su mismo idioma-. Soy todo tuyo. ¿Necesitas que haga algo aquí?
 
Ash: Tengo unas estanterías por colgar.
 
Vaya, pensó él. Aquel era el día de las estanterías.
 
Zac: Yo te las cuelgo.
 
Ash: Te lo agradecería. Están en el otro apartamento. Luego te las traigo.
 
Zac: Puedo mandar a alguien a por ellas.
 
Ash: Claro, si hay alguien disponible. Pero mejor nos encargamos primero de lo que hay aquí. Tengo todo lo que me ha pedido Rachel en la J y R.
 
Su idioma, se dijo de nuevo.
 
Zac: ¿Necesitas un abrigo? -le preguntó al verla bajar del taburete-.
 
Ash: No, no hace falta. Es aquí al lado. -Pero se estiró las mangas de la sudadera hasta las muñecas-. He hablado con Vanessa esta mañana -siguió mientras se dirigían a la parte posterior del edificio-. Con tanta baja en la plantilla, está hecha un trapo. Quería pasarme a echarle una mano, pero me temo que aquí tenemos hasta entrada la noche.
 
Al salir, se llevó una mano al pañuelo para evitar que el viento se lo arrancara.
 
Zac: Con el frío que hace, apuesto a que tiene un montón de entregas esta noche. ¿Quién quiere salir con este tiempo?
 
Entró un momento en la Jane y Rochester, se frotó las manos.
 
Ash: Podemos empezar por la W y B. O, ya que estamos aquí, podemos ir de atrás hacia delante en la segunda. Empezando por esto, por los estantes y el espejo del baño.

Dio un toquecito a las cajas cuidadosamente etiquetadas como “espejo de baño”.

Repasó los artículos de cada habitación, de la segunda a la primera planta.
 
Zac: Con eso tengo para rato. Para ahorrar tiempo, empecemos por donde estamos.
 
Ash: Muy bien. Si te parece, te enseño dónde va cada cosa y ya te lo organizas tú. Si tienes alguna duda, mándame a alguien.

Se sacó una navaja del bolsillo y rasgó una de las cajas selladas con cinta de embalar.
 
Zac: Me gustan las mujeres que llevan su propia navaja.
 
Ash: Desde que me mudé, me he ido haciendo con mis propias herramientas. Incluso estuve a punto de comprarme una clavadora, pero me pareció excesivo. -Sacó dos estantes curvados de cobre-. Y me he consolado con material de oficina. ¿Qué tienen los nuevos archivadores y los Post-its de gamas de colores?
 
Zac: ¿Qué me vas a contar a mí?
 
Hablaron animadamente mientras ella le indicaba altura, espacio, y él medía, nivelaba y taladraba.
 
Ash: Queda fenomenal. Fíjate cómo combina el oro antiguo de la moldura del espejo con las baldosas, y el cobre de la bañera, con los estantes. Espera a que Rachel vea todo esto. -Con un giro, se volvió de nuevo hacia el dormitorio-. Estoy impaciente por decorar esta habitación. Todas las habitaciones. Con la chimenea y esa cama fantástica aquí, creo que va a ser una de las más populares.
 
Se sacó un cuaderno del bolsillo, tachó algunos puntos, hizo anotaciones.

Cuando volvió a guardárselo, él sonrió.
 
Zac: Me gusta tener a alguien de los míos, para variar.
 
Ash: Anotar las cosas ahorra mucho tiempo a la larga.
 
Zac: Por supuesto, ¿qué me vas a contar a mí?
 
Cogieron las cajas entre los dos, las sacaron al porche y siguieron adelante.

Ashley se metió en Eve y Roarke, y a punto estuvo de darse de bruces con David.
 
David: Mamá quiere que instalemos la luz del techo. ¿Dónde coño está?
 
Zac: La llevo yo.
 
David: Pues instálala tú.
 
Zac: Eso iba a hacer. Ashley tiene que traer a su cuarto algunas cosas de su piso. ¿Por qué no vas tú a buscarlas?
 
Ash: Ya voy yo luego -intervino-.
 
David: ¿Qué cosas? ¿Dónde están?
 
Ash: Estanterías de pared. Del baño y del salón. Las tengo en cajas marcadas, guardadas en el trastero. En el cuarto de las visitas -rectificó-. Lo uso de trastero.
 
David: Ya voy yo.
 
Ash: Vas a necesitar una llave -le dijo al verlo marcharse-.

Se metió la mano en el bolsillo y se la ofreció.

David la cogió y se la guardó en el suyo.
 
David: ¿Lleváis ahí percheros de esos de puerta?
 
Zac: Alguno.
 
David: Ponedlos, por lo que más queráis. No quiero volver a oír hablar de ellos. ¿Dónde está el de la habitación para minusválidos?
 
Como empezaban a dolerle los brazos, Ashley dejó las cajas en el suelo.
 
Ash: En Jane y Rochester, en la pared que daba a Saint Paul Street, en una caja rotulada con M y P, “barra de perchero”. Si coges esa, igual te podrías bajar también las dos cajas que están en la misma zona, unas en las que pone M y P, “estantes para baño”. Pero no los instales si no estamos tu madre o yo. Además, en M y P queremos poner una pequeña rinconera junto al lavabo.

Sacó el cuaderno, pasó las páginas.

Zac: Estas son las dimensiones, algo básico.
 
David lo miró con los ojos fruncidos, luego la miró a ella.
 
David: ¿Por qué?
 
Ash: Porque debido a la normativa para minusválidos y la distribución del espacio, no habría ni una repisa para algo tan elemental como el cepillo de dientes. De este modo, sí.
 
David: Dame el puñetero papel.
 
Ashley arrancó la página.
 
Ash: Si tienes mucho lío, quizá lo puedan hacer Zac, o Alex, o alguno de los de la cuadrilla.
 
David se guardó el papel en el bolsillo y se fue.
 
Ash: ¿Seguro que es hermano tuyo? -masculló-.
 
Zac: Segurísimo. Lo agobian un poco los plazos de la puesta en marcha del hotel, la obra de la casa de Alex, la demolición de la panadería de al lado…
 
Ash: Son muchas cosas -reconoció-. ¿Por qué tú no te estresas? Tienes tanto que hacer como él.
 
Zac: Lo mío es distinto, supongo. Yo no tengo jefe. Puedo negociar.

Dejó la caja en el suelo del baño.

Pensativa, Ashley sacó de la caja el pequeño estante de cristal.
 
Ash: Algo discreto, uno de esos detalles en los que nadie repara.
 
Zac: Salvo que no esté.
 
Ash: Como un espacio para dejar el cepillo de dientes. -Sonrió y dio un golpecito en la pared-. Justo aquí. Si no me necesitas, me subo mientras tanto. -De camino, Ashley se metió un momento en la Westley y Buttercup, donde encontró a Amy atareada, fregando el suelo del dormitorio-. Amy, el baño ha quedado genial. Brilla y todo.
 
La hermana de Rachel, colorada por el esfuerzo, se apartó el pelo rubio de la cara.
 
Amy: Juro que hacía años que no limpiaba así. Pero merece la pena. ¡Voy a trabajar aquí como sea! No quiero perder de vista esta habitación. ¿No necesitáis a nadie? ¿Alguien que mande?
 
Ashley rió.
 
Ash: Me estás dejando atrás. He ido un momento a pedirle a Zac que se ponga con los estantes y eso. Voy a ver cómo va Rachel, después me subiré a mi apartamento. ¡El de la gerente! Ah, casi se me olvidaba: si tienes un rato entre mañana y pasado, quisiera repasar contigo otra vez el programa de reservas. Vamos a empezar a hacerlas.
 
Amy: Madre mía -agitó las manos triunfante-. Madre mía, madre mía.

Ella se sentía igual, reflexionó Ashley mientras volvía dentro a toda prisa. No la había entusiasmado tanto un empleo desde que empezara a trabajar en el Hotel Wickham de Georgetown. Salvando las diferencias, claro está, porque aquello no había salido bien.

Sin embargo, el desastre con Jonathan Wickham y la decisión de ella de dimitir como directora le habían abierto las puertas del Hotel Boonsboro.

Un edificio precioso, por fuera y por dentro, en una ciudad deliciosa, con sus dos mejores amigas cerca. No, jamás la había entusiasmado tanto un trabajo.

Se asomó al Ático y vio a Rachel sentada en el ancho alféizar de la sala, mirando a Main Street.
 
Rachel: Descansando un poquito. Ese baño es enorme, y la culpa es mía y solo mía.
 
Ash: Ya lo termino yo.
 
Rachel: Está terminado, pero me parece que le daremos otro repaso antes de la fiesta de inauguración. Estaba aquí sentada pensando en cómo estaba este sitio cuando arrastré a los chicos aquí por primera vez para que le echaran un vistazo. Madre mía. Y también en lo contento y orgulloso que estaría Tommy. Y en que andará algo cabreado por no haber podido poner ni un solo clavo aquí.
 
Ash: Fue él quien enseñó a sus hijos a ponerlos, así que ha participado en esto tanto como ellos.
 
A Rachel se le enterneció la mirada.
 
Rachel: Eso que has dicho es muy bonito. Y, además, es cierto. -Le tendió una mano y le dio un apretón cuando se unió con la suya-. Ojalá nevara. Quiero ver cómo queda bajo la nieve, y en primavera y en verano y en otoño. Quiero verlo resplandecer en todas las estaciones del año.
 
Ash: Yo te lo tendré precioso.
 
Rachel: Sé que lo harás. Serás feliz aquí, Ashley. Lo serás porque verás que todo el que venga a este lugar también será feliz.
 
Ash: Ya soy feliz aquí.
   
Más feliz de lo que había sido en mucho tiempo, se dijo Ashley retomando la limpieza de los armarios de la cocina. Tenía la ocasión de hacer un buen trabajo para gente buena.

Ladeó la cabeza mientras estudiaba los armarios. Y para recompensarse, pasaría por la tienda de regalos antes de que cerrara y se compraría aquellos boles maravillosos a los que había echado el ojo. Un regalito personal de bienvenida.

David entró cargando unas cajas en la carretilla.
 
David: ¿Qué os pasa a las mujeres con las estanterías? -quiso saber-. ¿Cuántos metros de superficie plana puede necesitar uno?
 
Ash: Eso depende de cuántas cosas quiera uno enseñar al mundo -respondió con frialdad-.
 
David: Nidos de polvo.
 
Ash: Lo que para unos son nidos de polvo para otros son recuerdos y personalidad.
 
David: ¿Dónde narices quieres poner las repisas de tus recuerdos y tu personalidad? No tengo todo el día.
 
Ash: Déjalas ahí. Luego me encargo de ellas.
 
David: Muy bien.
 
Las dejó en el suelo y dio media vuelta.

Se encontró a su madre en el umbral de la puerta, cruzada de brazos, mirándolo de una forma que aún le hacía agachar los hombros y le encogía un poco las pelotas.
 
Rachel: Disculpa a mi hijo, Ashley. Es obvio que ha perdido los modales con ese humor de perros.
 
Ash: No pasa nada. David está liado. Todos estamos liados hoy.
 
Rachel: Estar liado no es excusa para ser grosero. ¿Verdad que no, David?
 
David: No, señora. -Y dirigiéndose a Ashley dijo-: Te cuelgo encantado las estanterías si me dices dónde las quieres.
 
Rachel: Así, mejor -le lanzó una última mirada reprobatoria antes de volver al otro lado del pasillo-.
 
David: Bueno… ¿Dónde las pongo?
 
Ash: Ahora mismo el único sitio que se me ocurre no son las paredes.
 
Él sonrió enseguida, de oreja a oreja, sorprendiéndola.
 
David: Como por el momento no me apetece meterme por el culo ningún recuerdo, ¿qué tal si me propones otro sitio?
 
Ash: Déjalas ahí, y tú… -le señaló la puerta-.
 
Escudriñándola, se enganchó los pulgares del cinto de las herramientas.
 
David: A ti no te tengo miedo, pero a ella sí. Si no las cuelgo ahora, me lo hará pagar. Así que no me voy de aquí hasta que me digas dónde.
 
Ash: Ya está.
 
David: Ya está ¿qué?
 
Ash: Ya están marcadas las estanterías, medido el espacio. He señalado las zonas. -Mostró el espacio que había entre las ventanas de la fachada, después al baño-. Puedes empezar por ahí, creo.

Tiró el trapo y salió airada. Le echaría una mano a Zac hasta que el antipático de su hermano terminara lo suyo.
   

Vanessa estaba al tanto del avance de la obra por los mensajes de texto y una breve visita de Claire. Terminado el turno del bus turístico y acabado el agobio, hizo un breve receso en el comedor de la trastienda para engullir algo de pasta.

De momento, las máquinas de videojuegos guardaban silencio. Calculó que pasarían una o dos horas más hasta que los niños salieran de clase y las pusieran a pitar y a hacer ruido.

Era dinero, se recordó.
 
Ness: Quería acercarme un segundo a echar un ojo. -Le dio un trago al Gatorade. Energía, pensó. Necesitaba toda la que pudiera lograr para aguantar hasta el cierre-. Ashley me ha mandado unas fotos al móvil.
 
Claire: Yo tampoco he podido prestarle atención. Los del bus nos han invadido. Benditos sean, todos ellos -sonrió y picoteó su ensalada-. Alex me ha dicho que el inspector ha autorizado la instalación del mobiliario. De todo.
 
Ness: ¿De todo?
 
Claire: Quedan algunas cosillas por ultimar, luego volverá, pero ha dicho que podían empezar a meterlo todo. Ashley no se puede mudar, claro, pero podemos prepararlo.
 
Mohína, Vanessa atacó la pasta.
 
Ness: ¡No me voy a quedar fuera de esto!
 
Claire: Vanessa, tardarán días. Semanas, más bien.
 
Ness: Yo quiero ir ahora -resopló-. Bueno, ahora mismo no, porque me duelen los pies una barbaridad. Pero mañana sí. Puede. -Siguió engullendo pasta-. Mírate. Se te ve tan feliz.
 
Claire: Cada día soy más feliz. Chester ha vomitado esta mañana en la cama de Mark.
 
Ness: Eso es motivo de celebración, desde luego.
 
Claire: Pues no, pero Mark ha venido corriendo a buscar a Alex. Ha sido genial.
 
Ness: Sí, yo también agradecería no tener que limpiar el vómito del perro.
 
Claire: Un detalle -le brillaron los ojos-. Pero lo que más feliz me hace es lo que lo quieren los niños, lo mucho que confían en él. Que ya sea parte de nosotros. Me voy a casar, Vanessa. Qué suerte, poder amar y casarme con dos hombres increíbles en una misma vida.
 
Ness: Me parece que te has llevado mi parte. Deberías cederme a Alex.
 
Claire: Ni hablar. Me lo quedo. -Y la coleta dorada le bailó al negar con la cabeza-. Pídete a uno de los otros.
 
Ness: Igual engancho a los dos. No me vendrían mal dos pares de manos esta noche. Y aún no he hecho las compras de Navidad. ¿Por qué siempre creo que me dará tiempo?
 
Claire: Porque siempre ves de dónde sacarlo. ¿Les has dicho algo a los Efron del local de enfrente?
 
Ness: Todavía no. Aún me lo estoy pensando. ¿No se lo habrás explicado a Alex?
 
Claire: Dije que no lo haría. Pero cuesta. Me estoy acostumbrando a contárselo todo.
 
Ness: Ay, el amor, el amor, el condenado amor -suspiró y meneó los dedos de los pies, cansados-. De todos modos, en momentos como este, me parece de locos. Pero…
 
Claire: Podrías hacerlo, y lo harías bien.
 
Ness: Lo dices por si acaso -rió y parte de la fatiga de su rostro se evaporó de pronto-. Y porque me quieres. Debo volver al tajo. ¿Vas a pasar por el hotel?
 
Claire: Leslie y Christi se ocupan de la tienda. Había pensado pasar una hora o así. Luego tengo que ir a recoger a los niños.
 
Ness: Mándame fotos.
 
Claire: Vale -se levantó, se puso un gorro de lana sobre su lacio pelo rubio y se echó un abrigo por encima de su esbelta figura-. Duerme un poco, cielo.
 
Ness: Tranquila, en cuanto cerremos, me subo, me tiro en plancha en la cama y duermo ocho horas de un tirón. Hasta mañana. Ya lo hago yo -dijo, al ver que Claire iba a recoger los platos-. Tengo que volver a la cocina de todas formas.
 
Le hizo una seña para que se fuera, giró los hombros doloridos y se puso manos a la obra.

Antes de las siete ya estaba en marcha, metiendo pizzas en el horno y sacándolas después para guardarlas en las cajas de los pedidos o pasárselas a las camareras.

El local bullía de actividad, y eso estaba bien, se recordó. Los platos de pasta y de hamburguesas con patatas contemplaban al muchacho que, sentado al mostrador, jugaba al Mega-Touch como si aquello fuera todo su mundo.

Volvió corriendo a la cocina a por más existencias justo cuando entraba Zac.

Él echó un vistazo y frunció el ceño al no verla tras el mostrador.
 
Zac: ¿Dónde está Vanessa? -le preguntó a la camarera-.
 
**: Anda por ahí. Los del coro del instituto han decidido venir a tomarse una pizza después del ensayo. No damos abasto. Estará en la trastienda.
 
Zac: Muy bien.

No se lo pensó, se acercó a la caja, cogió un bloc de comandas y se dirigió al comedor del fondo.

Cuando volvió, ella estaba al mostrador, con las mejillas encendidas por el calor, echando cacitos de salsa en la masa.
 
Zac: Las comandas del comedor del fondo -le dijo, y las dejó en su sitio-. Voy a por las bebidas.
 
Extendió la mozzarella, añadió los ingredientes y lo observó.

Con Zac se podía contar, reflexionó Vanessa, para lo malo y para lo peor, se podía contar con él.

Durante las tres horas siguientes, Vanessa hizo lo que tocaba. Coció pasta, preparó pizza del guerrero, berenjenas a la parmesana, calzone, gyro griego… Hacia las diez fue como si estuviera en trance, haciendo caja, limpiando mostradores, cerrando hornos.
 
Ness: Tómate una cerveza -le indicó a Zac-. Te la has ganado.
 
Zac: ¿Por qué no te sientas un rato?
 
Ness: Ahora, cuando termine de cerrar.
 
Cuando el último de sus empleados se hubo ido, cuando hubo cerrado con llave la puerta, se volvió. Sobre el mostrador había una copa de tinto junto a una porción de pizza pepperoni. Zac se sentó en un taburete, con su copa y su porción.

Dios, sí, con Zac siempre se podía contar.
 
Zac: Venga, siéntate ya -le ordenó-.
 
Ness: Ahora sí. Gracias. De verdad, Zac, gracias.
 
Zac: Es divertido, si no tienes que hacerlo todos los días.
 
Ness: Aun así, es divertido, casi siempre. -Se sentó y dio el primer sorbo al vino-. Ay, qué maravilla. -Tomó un bocado de pizza-. Como esto.
 
Zac: Nadie la hace mejor.
 
Ness: Tendría que estar hartísima de la pizza, pero sigue siendo mi comida favorita. -Flotando de agotamiento, suspiró y le dio otro mordisco-. Claire me ha dicho que ya os han autorizado a amueblar el edificio. ¿Cómo va el equipo de limpieza?
 
Zac: Bien, muy bien. Aún queda mucho por hacer, pero casi lo tenemos.
 
Ness: Me pasaría por allí si tuviera fuerzas para llegar tan lejos.
 
Zac: Seguirá allí mañana.
 
Ness: Todos los que han pasado por aquí hoy, esta noche, de la ciudad o alrededores, lo comentaban. Debéis de estar muy orgullosos. Recuerdo cómo me sentía cuando estaba a punto de inaugurar esto, colgando cuadros, desempaquetando utensilios de cocina… Orgullosa, emocionada y algo asustada. Tengo un negocio. Lo estoy consiguiendo. Todavía me siento así a veces. Esta noche, no -rió sin ganas-. Pero a veces, sí.
 
Zac: Tienes mucho de lo que sentirte orgullosa. Este es un buen establecimiento.
 
Ness: Sé que muchos pensaron que tu madre estaba loca por alquilarme el local. ¿Cómo iba yo a llevar un restaurante?
 
Zac negó con la cabeza; la veía tan pálida que casi la encontraba transparente. La ausencia de su habitual energía arrolladora hacía que su fatiga pareciera aún mayor.

Le daría conversación hasta que se acabara la porción de pizza, decidió, así se aseguraría de que comía algo. Luego la acompañaría arriba, para que durmiera un poco.
 
Zac: Yo nunca pensé que estuvieras loca. Tú puedes hacer todo lo que te propongas. Siempre has podido.
 
Ness: No he podido ser estrella del rock. Y mira que me lo he propuesto.
 
La recordó aporreando la guitarra, con más entusiasmo que destreza.
 
Zac: ¿Cuántos años tenías, catorce?
 
Ness: Quince. Pensé que a mi padre le daba algo cuando me teñí el pelo de rubio y me hice aquellos tatuajes.
 
Zac: Menos mal que eran de pega.
 
Ella sonrió y sorbió un poco más de vino.
 
Ness: No todos.
 
Zac: ¿Ah, no? ¿Dónde…? Espera un segundo -dijo cuando le sonó el móvil-. ¿Qué pasa, David?
 
Se bajó del taburete, escuchó y respondió mientras contemplaba las luces del hotel a través de la puerta de cristal.

Cuando volvió a colgarse el teléfono del cinturón, se dio la vuelta y vio a Vanessa profundamente dormida, con la cabeza sobre los brazos apoyados en el mostrador.

Se había comido como la mitad de la pizza y tomado como la mitad del vino, observó. Limpió el mostrador, apagó las luces de la cocina cerrada y todas las demás salvo las de seguridad.

La estudió un momento.

Podía subirla a casa en brazos -no pesaba mucho-, pero no estaba seguro de cómo iba a cerrar el local cargando con ella. Tendría que subirla primero, pensó, y bajar luego a cerrar.

Pero, cuando iba a levantarla, se agitó y casi le golpeó en la cara con el hombro.
 
Ness: ¿Qué? ¿Qué pasa?
 
Zac: Hora de ir a dormir. Ven, que te llevo arriba.
 
Ness: ¿He cerrado ya?
 
Zac: La puerta principal está cerrada. Ahora vuelvo.
 
Ness: Estoy bien. Ya lo hago yo.
 
Cuando sacó las llaves, se las quitó. Pero cogerla en brazos ahora iba a resultar un poco raro, así que le pasó el brazo por la cintura y la acompañó medio dormida hasta su piso.
 
Ness: Solo he cerrado los ojos un segundo.
 
Zac: Pues sigue haciéndolo así durante las próximas ocho o nueve horas. -La apoyó en su costado y cerró con llave la puerta de la calle-. Vamos para arriba -dijo, y la llevó a su piso-.
 
Ness: Estoy un poco atontada. Gracias por todo y eso.
 
Zac: De nada por todo y eso.

Abrió la puerta del piso e intentó no mostrar su sorpresa al ver que aún no había desembalado las cajas de la mudanza, que había sido hacía ya un mes. Dejó las llaves en la mesita de la entrada.
 
Zac: Cierra con llave cuando me vaya.
 
Ness: Muy bien. -Le sonrió balanceándose por el agotamiento-. Eres encantador, Zac. Te elegiría a ti.
 
Zac: ¿Para qué?
 
Ness: Para mí. Buenas noches.
 
Zac: De acuerdo. Cierra con llave, Vanessa.
 
Se quedó fuera, esperando a oír el clic de la cerradura.

«¿Para mí?», se dijo. Luego meneó la cabeza y bajó las escaleras que llevaban al aparcamiento trasero y a su camioneta.

Alzó la vista hacia las ventanas de Vanessa mientras subía al vehículo. Aún olía el limón que perfumaba su pelo, sus manos.

No dejó de olerlo en todo el camino a casa.




Ay, pobre Ness. Que agotada está la pobre...
Pero super Zac siempre al rescate ;)

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1 comentarios:

Maria jose dijo...

Que lindo es zac!!!!
Muy lindo el capítulo
Me gusta mucho la relación de amistad
que tienen ..... por ahora
Sube pronto
Ya quiero saber mas



Saludos
Siguela.

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