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viernes, 4 de diciembre de 2015

Capítulo 8


Zac metió una película de aventuras en el vídeo y miró a sus hijos, sentados en el sofá.

Zac: ¿Todo el mundo ha entendido las normas?

Alex levantó los ojos al techo.

Alex: Sí, papá.

Zac: A ver, repetidlas otra vez para estar seguros.

Los dos niños mayores lanzaron un gemido.

Alex y Mike: Tenemos que quedarnos aquí sentados a ver la película -recitaron al unísono-. No podemos tocar nada excepto el mando a distancia. No podemos salir de la habitación excepto para ir al baño. No podemos encender nada ni hacerle nada a David. Dentro de una hora, tomarás un descanso en tu trabajo y nos darás un vaso de limonada.

Zac asintió su aprobación.

Zac: Eso es.

Alex suspiró.

Alex: Yo no quiero ver esa película vieja. Es aburrida. Quiero salir fuera.

Mike: Sí. ¿Por qué no podemos salir?

Zac miró por la ventana.

Zac: Porque está lloviendo.

Alex: Pero a nosotros nos gusta jugar en la lluvia -protestó-.

Mike: Sí. Nunca podemos hacer lo que queremos -se quejó-.

Zac lo miró con incredulidad. Luego se recordó que el niño estaba cansado y procuró apaciguarse.

El hombre había alcanzado su límite el día anterior, durante la historia del desayuno en la cama. Estaba allí, enfadado y frustrado, cuando comprendió que lo que de verdad quería hacer era echar a sus hijos del cuarto y arrojar a Vanessa sobre la cama. Se sintió tan turbado por el deseo y por la sospecha de que ella no llevaba nada bajo el camisón, que se comió media tostada de mermelada antes de darse cuenta de que las motitas que la cubrían no pertenecían a la fruta, sino que los niños habían tirado la tostada en la alfombra, recogiéndola luego.

Algo en su interior cedió entonces. Saltó de la cama como un tigre, sacó a Vanessa de la casa y les echó un sermón a los niños. Luego se duchó, los metió a los tres en el coche y se fueron a Seattle a pasar el día en la playa.

Subieron en la noria, dieron de comer a las gaviotas, vieron atracar los ferries y visitaron el acuario.

Debería haber sido un día divertido y educativo. Un día memorable.

Pero Zac estuvo tenso y los niños quejosos. No dejaron de hablar de Vanessa en todo el día.

«Apuesto a que a Vanessa le gustaría esto.»

«Vanessa me contó una vez una historia…»

«Si Vanessa estuviera aquí…»

«Vanessa dice…»

Y lo peor fue que Zac también la echó de menos. Se dijo que no era porque no pudiera arreglárselas solo, sino porque sabía que ella hubiera disfrutado.

Se habría reído con los juegos de los delfines y disfrutado dando de comer a las gaviotas. Y, de algún modo, cuando Vanessa se divertía, el día parecía algo más brillante y el mundo un lugar mejor.

Alex: Caramba, papá -musitó-. Todavía no entiendo por qué no podemos salir.

Zac: Porque lo digo yo -repuso con firmeza-. Tengo trabajo y se acabó. Tendréis que quedaros aquí.

Puso la película en marcha, salió de la estancia y entró en su estudio, donde dejó la puerta abierta, se sentó a su mesa, encendió el ordenador y comenzó a trabajar.

Cuarenta y cinco minutos después, acababa de enchufar la impresora cuando sonó el timbre de la puerta. Fue a abrir.

Vanessa estaba de pie en el porche. Las gotas de lluvia brillaban en su cabello moreno y su piel cremosa aparecía sonrosada. Llevaba unas zapatillas deportivas, pantalones de correr y una sudadera de cremallera.

Ness: Hola.

Zac: Hola.

Ness: ¿Interrumpo algo?

Zac: No, claro que no. ¿Qué quieres?

Ness: ¿Tienes un minuto? Me gustaría hablar contigo.

Zac: Claro; pasa -se echó a un lado y cerró la puerta tras ella-.

Ness: Gracias.

Oyeron un sonido en la parte de atrás de la casa. Zac frunció el ceño.

Zac: Disculpa, voy a ver lo que ocurre -abrió la puerta de la cocina, mientras decía sobre su hombro-: Los niños están en la sala de estar.

Pero no era cierto. Estaban en la cocina, corriendo por la estancia como tornados humanos.

Mike: Ya ha pasado una hora -dijo al verlo-.

Alex: Sí -Abrió el congelador y lanzó una barra de helado a David; luego sacó una botella de leche del frigorífico. Dejó ambas puertas abiertas, se dirigió al mostrador, echó en la batidora la leche y gaseosa de jengibre-. Queremos batidos de jengibre, pero no tienes que preocuparte. Los haremos nosotros solos.

Mike: Espera un momento…

Alex: También queremos palomitas, ¿vale?

Mike, en el lado opuesto del cuarto, metió una bolsa en el microondas.

David: Eh, está aquí Vanessa -gritó contento, al verla aparecer-.

A Mike se le iluminó la cara.

Mike: ¿Sabes una cosa? Tengo un sarpullido. ¿Quieres verlo?

Alex: Es asqueroso -le advirtió-. Pero seguro que te gusta la película. Es muy buena. ¿Quieres verla con nosotros?

Ness: Creo que no. He venido a hablar con vuestro padre.

Mike: Por favor.

La joven se echó a reír y negó con la cabeza. El sonido de su risa distrajo un segundo a Zac.
Mike apretó el botón del microondas al tiempo que Alex hacía lo mismo con la batidora. Hubo un ruido extraño y luego se apagaron las luces.

Zac: ¿Qué diablos?

Además de todo lo demás, tenía también un problema eléctrico.


Ness: Esto está muy oscuro -dijo bajando las escaleras del sótano con Zac-.

Zac: ¿Y qué esperabas? Ya te he dicho que el sótano y la cocina van con la misma corriente. Por eso hemos cogido la linterna.

Hizo una mueca; sabía que se estaba mostrando grosero, pero no podía evitarlo.

Ness: Solo era una observación, Zac. No hace falta que te pongas así. No ha sido idea mía bajar aquí. Me hubiera quedado muy a gusto arriba con los niños.

Zac: ¿Para qué? ¿Para ayudarlos a limpiar ese lío? No. Tienen que aprender las consecuencias de sus actos.

Ness: Sí, pero solo son niños. A cualquiera se le puede olvidar tapar la jarra de la batidora. A mí me ha pasado alguna vez. ¿No crees que eres muy duro con ellos?

Zac: No, no lo creo.

Hubo un momento de silencio.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Sí?

Ness: No seguirás molesto porque te presté aquel dinero en el supermercado, ¿verdad?

Zac: No me molestó.

Ness: ¿Ni por lo que dije de tus calzoncillos?

Zac: No.

Ness: ¿Estás irritado por lo de los peces de David?

Zac: No seas ridícula.

Ness: Vale. ¿Cuál es el problema, pues?

Zac apretó los labios. El problema era que ella estaba demasiado cerca y no había luz. Un hombre podía tener ideas extrañas en una situación así. Podía empezar a pensar en todas las cosas que le gustaría hacer con ella.

Ness: ¿Y bien?

Zac: Escucha, tú has dicho que querías hablar conmigo. ¿Por qué no empiezas?

Vanessa movió la cabeza. Zac era muy sexy, pero demasiado cascarrabias. Eso dificultaba el hablar libremente con él.

Ness: No es la primera vez que trato de hablar contigo. Vine ayer, pero no estabas.

Zac: Me llevé a los niños a Seattle. A la playa.

Ness: ¡Oh! -Sabía que era ridículo, pero por un momento se sintió dejada de lado-. ¿Os divertisteis?

Zac: Desde luego. Fue sensacional. ¿Y ahora vas a decirme lo que quieres, sí o no?

Ness: Alex nos quiere emparejar.

Zac: Lo sé.

Ness: ¿Lo sabes? -preguntó sorprendida-.

Zac: Sí.

Ness: ¿Y desde cuándo?

El hombre se encogió de hombros.

Zac: Empecé a sospecharlo el día del supermercado. Y creo que estuve seguro el día en que el fregadero se atascó cuatro veces.

Ness: ¿Y por qué no me has dicho nada?

Zac: No veía motivo para hacerlo. Pensé que los dos somos ya mayores y lo bastante listos para saber que una cosa no va a ocurrir solo porque Alex así lo quiera.

Ness: Ah, bien.

Zac: Y ahora, ¿te importa quedarte callada mientras descubro lo que busco?

Vanessa no podía creerlo. Si no hubieran estado ya al pie de las escaleras, le habría dado un empujón. En lugar de eso, se contentó con mirarle la nuca mientras él se acercaba a la esquina más lejana y oscura del sótano.

Se pegó a él. La estancia era muy grande, la mitad del tamaño de la casa. Además de la lavadora y secadora, contenía también los sistemas de aire acondicionado, calefacción y agua caliente.

Herramientas y muebles se amontonaban en la penumbra. Las tuberías resonaban y, sobre sus cabezas, crujía el suelo. Aunque sabía que era una tontería, aquel lugar le daba escalofríos.

Se detuvieron al fin cerca de una variedad de cajas y muebles que incluían una cama vieja.

Ness: ¿Qué es todo esto?

Zac pasó la linterna por la pared y emitió un sonido de satisfacción al localizar la caja de fusibles.

Zac: Los muebles viejos de la cabaña -abrió la caja-. Toma, coge tú la linterna y alúmbrame.

Vanessa se inclinó para cogerla, apoyando la mano en una cómoda. Algo pequeño y peludo rozó su muñeca.

Apartó la mano con un grito y se inclinó hacia adelante, cayendo sobre Zac. Sus piernas se enredaron y los dos cayeron de medio lado sobre la cama; la linterna escapó de sus manos y golpeó el suelo con un sonido de cristales rotos. La habitación se quedó a oscuras.

Hubo un momento de silencio.

Zac: ¿Qué ha sido eso? -preguntó al fin-.

Vanessa sentía mucho calor. El hombre estaba sobre ella, con el torso entre sus muslos y la mejilla entre sus pechos. Una sensación de placer recorrió su estómago. No podía respirar. Esperaba algo, sin estar segura de lo que era.

Ness: Brutus, creo. Se me ha subido al brazo.

Hubo otra pausa.

Zac: Debería haberlo imaginado. Parece haber una especie de plan cósmico contra mí; algo que conlleva un desastre al día como mínimo.

Parecía cansado y algo confuso. El corazón de ella se ablandó.

Ness: Pero estás con tus hijos -Bajó una mano y le apartó el pelo de la frente con gentileza-. Eso es lo que importa.

Zac se estremeció al sentir su contacto.

Zac: No creo que haya servido de mucho. Todo lo que intento me sale mal. ¿Te he dicho que ayer lo pasamos muy bien en Seattle? Mentira. Fue horrible. Perdí a David en el acuario. Tuve que llamar a Seguridad y la media hora que tardamos en encontrarlo dormido al lado del tanque del pulpo fue la más larga de mi vida. Luego dejé que Mike se comiera un helado de fresa sin acordarme de que es alérgico a esa fruta. Antes de una hora estaba lleno de ronchas. Tuvimos que ir a la enfermería y perdimos tanto tiempo que casi se lleva la grúa mi coche. Solo con lo que me costó la multa del aparcamiento podría haber enviado a Alex a la universidad.

La joven no sabía si reír o llorar.

Ness: ¡Oh, Zac!

Zac: No he terminado. Tardamos siglos en llegar a casa porque había habido un accidente en la autopista. Cuando al fin lo conseguimos, los niños insistieron en dormir conmigo a causa de la tormenta y esta mañana me he despertado en el suelo. He pensado salir a hacer algún ejercicio, pero ese maldito ratón ha agujereado todas mis zapatillas deportivas.

Ness: ¡Vaya por Dios! -sonrió-. Lo siento.

Zac: ¿Sí? Pues eso no es lo peor.

Ness: ¿Y qué es lo peor?

Zac: Que tú no dejas de ser amable. Además de todo lo demás, yo me he portado como un estúpido insensible. Soy yo el que debería disculparse.

Ness: ¡Oh, Zac!

Le acarició la mejilla. No estaba segura de lo que hacía, pero sabía que no intentaba consolarlo. Le pasó lentamente el pulgar por la barbilla.

El hombre se quedó inmóvil. Un sonido suave y agónico brotó de sus labios. Giró la cabeza y apretó su boca abierta contra el seno de ella.

Fue la experiencia más intensa y sexual que ella había vivido nunca.

Eso era exactamente lo que quería.

Ness: ¡Oh, Zac! -dijo sin aliento, arqueándose contra su boca-. ¡Oh, Zac, sí!

Vanessa metió sus dedos en el pelo sedoso de él con el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. Se apretó contra el hombre y un escalofrío recorrió su cuerpo. Zac levantó la cabeza.

Zac: ¿Qué? ¿Quieres que me detenga?

Ness: No te atrevas -musitó con fiereza-. Bésame.

Zac lanzó un gemido y se subió más arriba. Su cuerpo se aplastó contra ella.

Vanessa movió la cabeza, estremecida de deseo.

Ness: ¡Oh, Zac!

Nunca se había sentido así: caliente, salvaje, perdido por completo el control. Como si fuera a morirse si no conseguía poseerlo.

Como si fuera a morir si lo conseguía.

Abrió la boca para dejar paso a la lengua de él. No pudiendo reprimir más tiempo la necesidad de tocarlo, le sacó la camisa del pantalón y le rozó los costados con las manos. Le acarició los músculos del pecho y la línea de su cuello. Luego le pasó las manos por la espalda y lo apretó contra sí para sentir la excitación de él sobre su cuerpo.

Zac gimió y le metió una mano debajo de la camiseta, y luego debajo del sujetador.

Un ruido procedente de arriba resonó en la estancia. Fue seguido de voces excitadas.

Alex: ¿Hola? ¿Papá? ¿Vanessa? La cocina ya está limpia. ¿Estáis ahí?

Ness: ¡Oh, Dios mío! Son los niños -se aferró con fuerza a él-. ¿Qué vamos a hacer?

Zac: No te muevas -susurró-. A lo mejor se van.

Oyeron el sonido apagado que hacían los niños al conferenciar entre sí. Sus siluetas se veían claramente en el umbral de la puerta. Vanessa contuvo el aliento.

Alex: ¡Ya está! ¡Ya lo tengo!

Un rayo de luz brotó de sus manos. Recorrió la estancia y fue a posarse cerca de ellos.

Zac: ¡Maldición! ¡Tienen una linterna!

Zac saltó de la cama como un gato escaldado, arrastrando a Vanessa consigo. Menos de cinco segundos después, la luz comenzó a moverse hasta posarse al fin sobre ellos.

Alex: Ah, estáis ahí -dijo triunfante. Bajó unos cuantos escalones, seguido por sus hermanos-. Pensábamos que os habíais perdido. ¿Se os ha caído la linterna? Apuesto a que os alegráis de vernos, ¿eh?

Zac levantó una mano para resguardar sus ojos de la luz.

Zac: Sí, mucho.

Su voz sonaba ronca y vacilante, como si acabara de hacer un esfuerzo. Vanessa se ruborizó. Le temblaban las rodillas y lo único que conseguía mantenerla en pie era el brazo de Zac en torno a su cintura.

Nunca en su vida se había sentido tan débil, pero no se debía a la aparición de los niños, sino al hecho de haber comprendido que su pensamiento anterior era completamente cierto. Nunca se había sentido así, tan caliente, salvaje y fuera de control. Y sabía a qué se debía.

Se había enamorado de Zac.

En cuanto aquel pensamiento penetró en su cabeza, trató de negarlo. Aquello no era amor, sino una atracción exagerada.

Mike: Estáis muy raros. Tenéis el pelo revuelto.

Alex: Tiene razón -corroboró contento-. Y la ropa también.

Vanessa bajó la vista. Su sudadera colgaba de un hombro, la camiseta le caía por encima de los pantalones y le faltaba una zapatilla.

Zac: Fantástico -murmuró con disgusto-. Los mismos niños a los que les gusta ponerse los calzoncillos en la cabeza y bailar por la casa tienen que elegir precisamente este momento para volverse pulcros.

Alex: ¿Qué hacíais?

Mike hizo una mueca.

Mike: ¿No lo ves? Lo mismo que hace toda esa gente en los programas de la tele que le gustaban a la señora Clyde.

Zac: Nada de eso -dijo con firmeza-. Estábamos buscando la linterna.

Vanessa levantó la barbilla.

Ness: Es cierto.

Alex: No lo creo -musitó-. Yo creo…

Mike: ¡Mira! ¡Es Brutus!

David: ¿Dónde? -gritó-.

Mike: ¡Ahí!

Alex: ¡Ya lo veo! -corroboró-.

David: ¿Dónde? -repitió-.

Mike: ¡Ahí! -gritó-. ¡Cógelo! ¡Cógelo!

Hubo un ruido sordo, producido por la linterna al caer los escalones que faltaban, seguido de los pasos de los tres.

Alex: ¡Cuidado! -gritó-.

Su advertencia fue seguida de un grito y el ruido de cuerpos al caer.

Después se hizo el silencio.




Oh, oh...

Por fin Zac y Ness avanzan en su relación. La próxima vez espero que los niños no molesten XD

¡Thank you por los coments y las visitas!

Perdonad la tardanza. He estado ocupada y cuando llegaba a casa estaba cansada.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanto este capitulo!
Al fin pasan cosas entre ellos y aparecen los hijos de Zac... Creo que seria injusto que ellos terminen así, tengo la leve sensación que van a seguir en eso que estaban, hay mucha química entre ellos.
Ame este capítulo



Siguelo pronto

Maria jose dijo...

Ame el capitulo
El capítulo más esperado!!!!
Qué bueno que ya dieron el gran paso
Solo espero que sigan así y no se separen
Amo la novela y este capítulo fue el mejor
Sube pronto y descansa

Saludos
Síguela!!!!

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