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sábado, 12 de diciembre de 2015

Capítulo 11


Zac: Me vuelves loco -murmuró contra la garganta de Vanessa-.

Era lo primero que decía desde el beso del paseo. Estaban abrazados justo detrás de la puerta de la cabaña, después de haber conducido hasta allí a toda velocidad.

Ness: La sensación es mutua -musitó-.

Zac bajó las manos y las subió con lentitud por los muslos de ella.

Zac: Maldición -las cerró en torno a su trasero-. ¡Lo sabía!

Ness: ¿Qué sabías?

Zac: Que ibas a por mí -susurró-. ¿No has oído hablar de la ropa interior?

Ness: Claro que sí -repuso indignada-. Es culpa tuya que no la lleve.

Zac: ¿Culpa mía? -gimió-.

Ness: Desde luego. Cuando llegaste aquí, llevaba medias, ¿recuerdas? Y luego, al ir a cambiarme, se me olvidó con las prisas.

Zac: ¿Se te olvidó?

Ness: ¿Por eso te has puesto así?

Zac: No vuelvas a olvidarlo, ¿vale? No creo que mi corazón pueda resistirlo. Eso sin mencionar otra parte de mi anatomía.

Ness: Esa otra parte no me parece a mí que esté sufriendo mucho -giró lentamente sus caderas-. A decir verdad, parece estar muy bien. Excepto…

Zac: ¿Excepto qué…?

Ness: Que, como de costumbre, llevas demasiada ropa.

Zac: Señorita, ésta es tu noche de suerte. Eso puedo remediarlo.

Uniendo la acción a la palabra, la soltó el tiempo suficiente para quitarse las zapatillas y los tejanos. Ataviado únicamente con la camisa vaquera, se inclinó y la besó con fervor en la boca.

Vanessa abrió los labios y echó la cabeza hacia atrás. Mientras se besaban, acarició los costados y el vientre de él hasta reunir valor suficiente para masajearle el pene.

Ness: Oh, sí. Eso está mejor -murmuró-.

Zac la cogió por las muñecas, le subió las manos y las apretó contra su pecho.

Zac: Eres un peligro. Si sigues así, terminaremos antes de empezar.

Vanessa notó que temblaba y aquel descubrimiento le produjo una oleada de ternura. Liberó sus manos y las pasó bajo la camisa de él. Su piel era muy cálida y los músculos de su espalda estaban tensos. Los exploró con las manos, acercándose más a él.

Zac le cubrió los senos con las manos y excitó sus pezones con los pulgares.

Zac: Vanessa -susurró-.

La joven se arqueó hacia atrás.

Ness: Ahora, Zac. Por favor.

El hombre no necesitó que lo alentaran más. Le subió el vestido y pasó sus brazos en torno al cuerpo de ella.

Zac: Agárrate a mi cuello -le dijo-.

Pero la joven se había anticipado ya a sus deseos.

El hombre la levantó en el aire y la penetró de una embestida. Los dos gritaron al unísono.

Zac: Esto es maravilloso -murmuró con voz ronca por el placer-.

Vanessa pasó sus piernas en torno a la cintura de él y Zac levantó los hombros y flexionó el trasero.

Inició un ritmo poderoso que la dejó sin aliento.

Ness: Oh, Zac, sí. Sigue así -se arqueó hacia atrás, apoyando los hombros contra la puerta-. No te detengas. No te detengas.

Zac: No podría.

Vanessa necesitaba verlo, quería verlo. Abrió los ojos y se quedó atónita ante la belleza de aquel rostro masculino. El hombre apretaba los dientes por el esfuerzo mientras incrementaba poco a poco el ritmo de cada embestida.

La visión de su piel dorada, sus dientes blancos, su cabello, le produjo a Vanessa un placer tan profundo que casi le resultó doloroso. Una placer que la inundó como un torrente y por el que ella se dejó arrastrar.

Pero no apartó en ningún momento los ojos de Zac. Lo miró a través de su placer. Vio cómo se tensaba su piel en las mejillas, cómo humedecía el sudor su cabello y su piel. Vio la concentración de su rostro, sus labios entreabiertos, su rostro contorsionado y el estremecimiento final de su cuerpo.

La visión fue tan profunda que el placer de él la inundó también a ella hasta que no supo dónde terminaba uno y empezaba el otro. Se sintió poseída al mismo tiempo por el amor, el deseo y la necesidad y se dejó arrastrar por aquella corriente oscura y dulce.

Cuando volvió a la realidad, Zac estaba sentado en el suelo con la espalda contra la puerta y ella sobre sus rodillas.

Zac: ¿Estás bien? -le preguntó con voz ronca, acariciándole el pelo-.

La joven emitió un suspiro de placer.

Ness: Muy bien.

Zac: ¿Seguro?

Vanessa lo besó en el cuello. La camisa de él, que no recordaba haber desabrochado, estaba abierta. Pasó una mano por el borde y comprobó que faltaban todos los botones menos uno, que colgaba de un hilo. Sonrió.

Zac: ¿Quieres ir mañana al zoo? -preguntó de pronto-.

Vanessa levantó la cabeza sorprendida.

Ness: ¿Eso es una invitación o quieres insinuar algo?

Zac: Una invitación -sonrió-. Se me olvidó preguntártelo antes. Tengo que ir a la oficina a firmar unos papeles. Solo tardaré un momento, así que he pensado que podría llevarme a los niños -hizo una pausa-. ¿Te apuntas?

Ness: De acuerdo.


Ness: Me gustaría que pudieras quedarte toda la noche -dijo bostezando al lado de Zac-.

El hombre yacía de espaldas en el sofá, con ella encima. Era todo lo lejos que habían conseguido llegar antes de hacer el amor por segunda vez.

Vanessa se acomodó mejor con un suspiro de satisfacción y pasó los dedos por los rizos oscuros del pecho de él.

Zac: A mí también. A mí también.

Y lo más curioso es que hablaba en serio.

Estaba cansado de dormir solo. Cansado de despertarse sin ella en los brazos, de hacer el amor en la oscuridad, de no tener derecho a meterla en su dormitorio durante el día y cerrar la puerta.

Y eso no era todo. Estaba cansado de estar solo.

¿A quién quería engañar? Por grande que fuera su relación sexual, y era mejor que nada de lo que había experimentado nunca, no era más que una pequeña parte de todo lo que echaba de menos siempre que tenía que volver a su casa sin ella.

Echaba de menos su risa, echaba de menos hablar con ella, ya fuera de los niños o del mundo en general. Echaba de menos verla con los niños y el brillo de sus ojos cuando algo la divertía.

Suspiró y la sujetó bien, para asegurarse de que no caería al suelo al quedarse dormida.

No había duda. Ella no era solo la mejor amante que había tenido nunca; se estaba convirtiendo también en su mejor amiga.

Una vocecita interior le preguntó a qué esperaba. Por qué no se casaba con ella.

Zac parpadeó y desechó la idea. La risa, la amistad y una relación sexual magnífica no podían ser las bases de un matrimonio.

Aunque, ¿por qué no? Había mucha gente a la que le iba bien con menos base.

Frunció el ceño. Después de la muerte de Allison, había decidido no volver a casarse.

Sin embargo, el matrimonio resolvería su problema de dormir solo. Además, claro, de solucionar de una vez por todas el problema de las niñeras.

Y los niños se alegrarían mucho.

¿Qué mejor candidata que Vanessa? Cierto que no hacía mucho que la conocía, pero, por otra parte, con Allison le bastó solo un día para saber que no se equivocaba.

Se dijo que, por supuesto, él no estaba enamorado de Vanessa. Sentía algo por ella, sí, afecto, admiración, respeto, incluso cierta devoción. Confiaba en ella hasta un punto que lo hubiera sorprendido tres semanas atrás. Pero eso era porque, sus problemas con los niños les habían hecho compartir cosas que habían servido para unirlos.

Aun así, el cambio súbito en sus pensamientos lo dejaba perplejo. Buscó la causa en su mente y se dio cuenta de que se debía al anuncio de ella sobre el libro. Hasta aquel momento, casi estaba seguro de que ella volvería a su trabajo de periodista, un trabajo que no podía incluir una familia.

Pero eso había dejado ya de ser un impedimento. Podía admitir por fin lo mucho que la necesitaba en su vida.

El matrimonio era la solución perfecta. Tendría una compañera interesante, independiente y sexy con la que no se aburriría nunca. Los niños tendrían una madre y Vanessa conseguiría las raíces que tanto había echado de menos.

Se quedó tumbado, consciente de haber tomado una decisión. Se juró que sería un buen marido. Quizá no estuviera enamorado, pero la quería mucho. Tal vez incluso pudieran tener otro hijo, una niña que heredara los ojos marrones y la sonrisa pícara de su madre.

Decidió proponérselo al día siguiente cuando volvieran del zoo. Quizá esperaran unos días antes de comunicárselo a los niños. Sonrió. Sería un regalo perfecto de cumpleaños para Alex. Ya se imaginaba la reacción de su hijo. Seguro que se consideraría responsable de su unión y estaría insoportable durante meses.

Impaciente de repente por irse a casa a dormir para que la mañana llegara cuanto antes, apretó a Vanessa contra sí y se puso en pie con cuidado.

La joven abrió un ojo y lo miró adormilada.

Ness: ¿Zac?

Zac: Calla -susurró llevándola a la cama-. Duérmete. Todo va bien.


Vanessa se recostó contra la piel suave del Mercedes con un suspiro de placer. Sonrió ante el coro de ronquidos procedentes del asiento trasero, donde dormían los niños, echados los unos sobre los otros.

Aquel día habían andado mucho por los senderos del zoo de Woodland Park y disfrutado de cada momento.

Le dolían los pies, tenía quemada la nariz por el sol y su camiseta lucía una mancha enorme de mostaza. Pero todo eso era un precio muy pequeño por lo mucho que se había divertido. Se había reído con los demás de los trucos de los monos, admirado a los leones y tigres y pasado más de media hora observando nadar a los hipopótamos en su estanque.

Los niños se mostraron animados y amables los unos con los otros. Pasaron unos momentos de tensión cuando perdieron de vista a David en el sector de animales nocturnos, pero no tardaron en encontrarlo observando a una lechuza. Zac había llevado su cámara y sacado fotos de todo el grupo.

Volvió la cabeza para mirarlo y él apartó la vista de la carretera y le devolvió un momento la mirada.

Zac: ¿Qué?

La joven sonrió.

Ness: Nada. Solo estaba pensando que eres la única persona que conozco que llevaría pantalones blancos y un polo azul a una excursión como ésta y a la vuelta tendría un aspecto tan impecable como a la ida.

Zac pareció sorprendido, pero sonrió.

Zac: A Andrew eso lo volvía loco cuando éramos niños. Hiciéramos lo que hiciéramos, al terminar el día, él parecía que acababa de salir de un charco de barro mientras que yo tenía el mismo aspecto que al salir por la puerta -su sonrisa se acentuó-. Todavía le molesta. Dice que es uno de los grandes misterios de la vida como el Triángulo de las Bermudas o el modo en que se arrugan los dedos en la bañera sin que se arrugue el resto de la piel.

Ness: No sé lo del Triángulo de las Bermudas, pero la razón de que se te arruguen los dedos es porque la piel es ahí más gruesa que en el resto del cuerpo. Cuando se moja, absorbe el agua y se expande, pero no tiene sitio adonde ir y por eso se arruga, como una carretera de asfalto con el calor del verano.

Zac se volvió a mirarla sorprendido.

Zac: ¿Es solo eso? -Vanessa asintió y él movió la cabeza-. Sabes cosas increíbles.

La joven sonrió complacida. Nunca lo había querido más que en aquel momento, en que se mostraba abierto y relajado. Era como si algo hubiera cambiado en las últimas veinticuatro horas. No podía decir de qué se trataba exactamente, pero el modo en que actuaba él le recordaba algo.

No, aquello no era cierto del todo; no le recordaba algo sino a alguien: a Alex. Zac mostraba la misma exuberancia contenida que solía exhibir su hijo cuando planeaba algo o tenía un secreto.

Intrigada, lo observó con atención y notó que sus labios sonreían y su dedo golpeaba rítmicamente el volante. Algo le pasaba.

Movió la cabeza y decidió que no iba a mostrarse demasiado curiosa. Si no dejaba de darle vueltas, se volvería loca. Además, probablemente estaría relacionado con el cumpleaños de Alex, para el que faltaban solo unos días.

Zac: Y a propósito de Andrew, ha llamado esta mañana.

Ness: ¿De verdad? -preguntó sorprendida-.

Zac: Sí -miró por el espejo retrovisor, para asegurarse de que los niños estaban dormidos y bajó la voz-. Va a venir al cumpleaños de Alex -susurró-. No se oía muy bien, pero dice que le trae un regalo especial, algo que Alex desea de verdad. Me ha dicho que te salude en su nombre.

Ness: ¡Santo Cielo! Supongo que necesitará la cabaña.

Se mordió el labio inferior, sorprendida por lo mucho que aquello la había molestado.

Zac tendió una mano y le dio unos golpecitos en la rodilla.

Zac: No te preocupes. Puede quedarse en la casa -vaciló-. O puedes quedarte tú -terminó-.

La joven lo miró sorprendida.

Ness: Pero…

Alex: ¿Falta mucho? -interrumpió-. Tengo sed.

Vanessa se volvió y lo vio bostezar. Mike, a su lado, se removió a su vez.

Mike: Yo también. Y hambre. Mucha hambre. ¿No podemos parar en alguna parte?

Zac negó con la cabeza.

Zac: ¿Cómo puedes tener hambre? Has comido doble ración de tortitas para desayunar y dos perritos calientes, algodón de caramelo, una bolsa de palomitas y dos limonadas en el zoo.

Mike: No lo sé, pero tengo hambre.

Su padre se quedó pensativo, pero David decidió la cuestión.

David: Papá.

Alex: ¿Qué?

David: Yo solo he tomado una limonada -dijo con timidez-, pero tengo que ir al servicio.

Zac comprendió que había sido derrotado.

Zac: Supongo que podemos parar en el Minimart.

Mike y Alex: ¡Sí! -gritaron al unísono-.

Su padre metió el coche en dirección al aparcamiento. Se detuvo delante de la tienda y puso el freno de mano para evitar que resbalara por la pendiente.

Los tres niños salieron del coche antes de que él se hubiera desabrochado el cinturón. Se volvió hacia Vanessa.

Zac: ¿Vienes?

La joven se recostó contra el asiento y cerró los ojos.

Ness: Me parece que voy a pasar.

Zac: Cobarde.

Vanessa sonrió y lo oyó cerrar la puerta del coche. Esperó un segundo y abrió los ojos para observarlo entrar en la tienda.

Bostezó y miró a su alrededor.

El único otro vehículo del aparcamiento era una camioneta vieja aparcada a su derecha. Frunció el ceño, No solo tenía las ventanillas bajadas, sino que algún idiota había dejado a un niño de unos tres años en el asiento delantero.

Cierto que el niño estaba atado en una silla de bebé, pero aun así… Podía acercarse alguien y llevarse el coche. O el niño podía soltarse y quemarse con el encendedor o algo así. Miró hacia la tienda, con tentaciones de acercarse, buscar al responsable y decirle con franqueza lo que pensaba de su acción.

Volvió a mirar al niño, que tenía el pelo rizado y unos grandes ojos oscuros. El pequeño sonrió y agitó una mano. La joven lo saludó a su vez y volvió de nuevo su atención a la tienda; vio a una adolescente flirteando con el dependiente, que era muy joven, y apretó los labios con desaprobación.

Pasó un minuto o quizá dos. Vanessa seguía mirando a la chica cuando aparecieron Zac y los niños en dirección a la máquina de palomitas.

El solo hecho de verlos sirvió para calmarla. Quizá no se mostrara demasiado dura con la chica cuando volviera. Puede que se limitara a recordarle el riesgo que había corrido el niño. Después de todo, no había llegado a pasar nada.

Percibió un movimiento por el rabillo del ojo y se volvió a tiempo de ver la camioneta salir rodando pendiente abajo. El niño, fuera de su asiento, miraba sorprendido el volante.

Vanessa no se detuvo a pensar. Abrió la puerta del coche y salió tras él.




Oh my God!
¡¡Vanessa, tienes que salvar al niño!!

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¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Que lindo capítulo!
Y la verdad que Zac si esta enamorado de Ness aunque el diga lo contrario, esta muuuuy enamorado de ella y me encanta!



Sube pronto

Maria jose dijo...

O no!!!! Solo espero que no le pase nada a Vanessa
Ame este capítulo
Zac está enamorado de ella
En verdad ya quiero saber qué pasará con Vanessa
Síguela pronto por favor
Ya quiero seguir leyendo!!!!

Saludos

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