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jueves, 10 de diciembre de 2015

Capítulo 10


Mike: Mira ésa -gritó-. Se parece a Belly.

Vanessa volvió la vista en la dirección indicada.

Ness: Ya la veo. Tienes razón, Mike. Parece un murciélago.

Los tres niños y ella estaban tumbados en un colchón de aire en mitad de la piscina; buscaban formas familiares en las nubes que pasaban sobre ellos.

Hacía calor y el cuarteto había pasado la tarde disfrutando del buen tiempo. Habían volado cometas en la playa, comido un picnic en la casa del árbol y pasado las últimas horas jugando en la piscina.

David: ¿Dónde está la nube Belly? -quiso saber-. Yo no la veo.

Ness: Justo ahí -volvió la cabeza del niño en la dirección correcta y la señaló con el dedo-. ¿La ves?

El pequeño frunció el ceño.

David: ¡Sí! ¡Ya la veo! -sonrió-. Me gustaría que papá estuviera aquí para verla.

A Vanessa también. La ausencia de Zac era el único punto oscuro de aquel día perfecto. Desde el regreso de la señora Rosencrantz, había dedicado los días a sus hijos y a Vanessa. Habían jugado al béisbol, navegado, preparado barbacoas, ido al cine y hasta hecho un viaje de un día a Canadá en el ferry. Aquel día, sin embargo, había surgido un problema en su negocio con los Carstair y había ido unas horas a la oficina para tratar de solucionarlo.

Ness: Volverá pronto.

Mike: Me alegro -comentó-, porque quiero que me vea dar ese salto en el agua que me has enseñado.

David: Yo quiero que mire las nubes -intervino-. ¿Veis esa? -señaló un bulto informe a la izquierda de la nube Belly-. Parece una pizza.

Mike hizo una mueca de desdén.

Mike: No es cierto.

David: Sí es cierto.

Ness: Tengo sed -musitó para cortar la discusión-. ¿Vosotros no?

Mike: Sí. Mucha sed.

David: Yo también.

Mike: ¿Podemos tomar Coca Cola?

Ness: No, pero podéis tomar limonada.

Sin añadir nada más, los dos niños saltaron del colchón y nadaron hasta las escaleras.

Ness: No corráis -gritó-.

Mike: Vale.

Se alejaron al trote hacia la caseta.

La joven volvió la vista hacia Alex, que estaba tumbado en el otro extremo del colchón. Lo observó un momento. Con los brazos cruzados detrás de la cabeza y los ojos cerrados, era la viva imagen de la satisfacción, tumbado allí sonriente. Llevaba unos días más silencioso que de costumbre.

Vanessa lo tocó en el hombro.

Ness: ¿Qué tal estás?

El niño abrió los ojos.

Alex: De maravilla. -Un viento cálido empujó el colchón hacia el centro de la piscina. Alex se acercó más a ella-. ¿Vanessa?

Ness: ¿Sí?

Alex: ¿Crees que me quedará una cicatriz en la pierna?

Ness: No lo creo. Hasta donde yo sé, para que haya cicatriz, tiene que haber herida.

Alex: Oh, supongo que eso significa que no necesitaré una operación, ¿verdad?

Ness: Desde luego que no -lo miró-. ¿Hay alguna razón para que quieras operarte?

Alex: Bueno, en la tele, siempre que se opera un niño, le dan un montón de helados.

Vanessa reprimió una carcajada.

Ness: El helado se da cuando les quitan las amígdalas, no cuando los operan en la pierna.

Alex asintió con satisfacción.

Alex: Es fantástico.

Ness: ¿El qué?

Alex: Que sepas tantas cosas.

Ness: Vaya, gracias.

Se preguntó adonde quería ir a parar el niño.

No tardó en descubrirlo. Alex echó la cabeza a un lado y preguntó:

Alex: ¿Cuándo os vais a casar papá y tú?

La joven lo miró sorprendida. Era evidente que el niño había notado la creciente intimidad que había entre ellos y sacado sus propias conclusiones.

No supo qué responder, pero decidió mostrarse sincera. Después de todo, Alex no era solo el hijo de Zac, sino también su amigo.

Ness: No sé si nos vamos a casar, guapo.

Alex: ¿Por qué no? A ti te gusta papá, ¿no?

Ness: Claro que sí.

Alex: Y a él le gustas tú. Si no fuera así, no te besaría como ayer en el ferry cuando creíais que no os veía nadie.

Vanessa se ruborizó. Luego trató de explicarle al niño la situación.

Ness: El hecho de que dos adultos se gusten no siempre significa que vayan a casarse.

El niño agitó la cabeza con impaciencia.

Alex: Ya lo sé. Pero vosotros no sois dos adultos; sois papá y tú. Y te necesitamos -dijo como si aquello pusiera punto final a la historia-.

Vanessa le apretó una mano.

Ness: Alex, creo que os va bastante bien con tu padre. Os quiere mucho y espero que, pase lo que pase entre él y yo, nosotros siempre seamos amigos.

El niño movió la cabeza.

Alex: Yo no quiero que seamos amigos -dijo con cabezonería-. Quiero que seas mi madre.

Vanessa sintió como si una garra de hierro le apretara el corazón.

Ness: Oh, Alex. Eso es lo más bonito que me han dicho nunca. Y créeme, si pudiera casarme con Mike, David y contigo, lo haría ahora mismo, pero las cosas entre adultos son más complicadas.

Alex: ¿Por qué?

Ness: Bueno, es necesario ser compatibles.

Alex: ¿Qué es eso?

Ness: Significa que dos personas se lleven bien. Y que les gusten muchas de las mismas cosas.

Alex: Bueno, a papá y a ti os gustamos Mike, David y yo. Y os gustáis el uno al otro. Eso es lo que importa.

Ness: Sí, pero…

Frunció el ceño. El niño tenía un buen argumento. Trató de explicarle su punto de vista y se esforzó por recordar alguna de las cosas que no le gustaban al principio en Zac.

Lamentablemente, en aquel momento, le parecía un hombre perfecto.

Ness: Bueno, tenemos estilos diferentes, modos distintos de actuar -dijo al fin-.

Alex: ¿Por ejemplo?

Ness: Bueno, a tu padre le gusta vestir de modo elegante y yo prefiero la ropa informal. Él es muy serio y yo no. Y a veces es algo estirado y yo soy más abierta -se encogió de hombros-. Además, no hace mucho que nos conocemos. Estas cosas llevan tiempo.

No le pareció una respuesta muy satisfactoria, pero fue lo único que se le ocurrió.

Afortunadamente, los gritos alegres de Mike y David pusieron fin a la conversación. Vanessa levantó la vista y vio a Zac de pie en la puerta de la caseta.

Estaba tan guapo como siempre. Llevaba la corbata aflojada y se había quitado la chaqueta de su elegante traje azul marino. Lo observó dar un paso al frente y coger en sus brazos a David. Mike daba saltos esperando su turno. Zac levantó al pequeño en el aire y lo abrazó con fuerza.

Vanessa sintió una ola de placer. Por incierto que fuera el futuro entre ellos, la relación de Zac con sus hijos había mejorado mucho en los últimos días. Era como si la pasión que compartía con ella sirviera para quemar parte de su coraza, sacando a la luz a otro Zac más abierto y accesible. Ya no ocultaba el afecto que sentía por sus hijos.

Vanessa lo observó con ternura dejar a David en el suelo y abrazar a Mike.

Los dos niños pidieron más de inmediato. Zac sonrió y negó con la cabeza.

Zac: De eso nada. Me estáis mojando la ropa con el bañador -miró en dirección a la piscina-. ¿Qué tal por ahí?

Alex: Estamos bien.

Zac enarcó una ceja.

Zac: ¿Es cierto eso? -preguntó a Vanessa-.

Ness: Sí.

Zac: Estupendo. ¿Sigue en pie la cena de hoy?

Vanessa intentó ignorar un nerviosismo súbito. Gracias a la señora Rosencrantz, Zac y ella iban a salir aquella noche sin los niños. Sabía que era ridículo, pero se sentía como debió sentirse Cenicienta en su primer baile con el príncipe: excitada, aprensiva, no muy segura de lo que podía esperar.

Zac: ¿Vanessa? No pensarás darme plantón, ¿verdad?

Ness: De eso nada -sonrió-.

Zac: Menos mal -miró a Mike, que le tiraba de la camisa-, porque estoy deseando cenar en compañía civilizada.

Cogió al niño y volvió a columpiarlo en el aire.

Alex: Eh, eso parece divertido -gritó-. Yo también quiero.

Saltó del colchón, que se movió con violencia al quedar libre de su peso. Vanessa dio un grito, intentó agarrarse al material resbaladizo de su balsa, pero no lo consiguió. Al caer al agua, oyó las carcajadas de Zac.


Alex: ¿Papá?

Zac dejó de afeitarse para mirar a su hijo mayor. Alex estaba sentado sobre el mostrador del cuarto de baño, moviendo las piernas en el aire.

Zac: ¿Qué?

Alex: ¿Te gusta Vanessa?

Zac: Sí.

Levantó la cuchilla y comenzó a afeitarse por debajo de la mandíbula.

Alex: A ella también le gustas tú.

El hombre echó la cabeza a un lado para tener una visión mejor.

Zac: Me alegro.

Alex: Pero, ¿es necesario que seas tan serio? Porque a Vanessa le gustarías más si no lo fueras.

La mano de Zac se quedó inmóvil.

Zac: ¿Cómo lo sabes?

Alex: Me lo ha dicho ella.

El hombre frunció el ceño.

Zac: ¿De verdad?

Alex: Sí. Estábamos hablando antes de que tú volvieras y cuando le pregunté si os ibais a casar, me dijo…

La mano de su padre vaciló. El hombre apartó la cuchilla de su cuello, contento de no haberse cortado.

Zac: ¿Tú le has preguntado si nos íbamos a casar?

Alex: Sí.

Zac lo miró muy serio.

Zac: Eso no ha estado bien, jovencito.

Alex: Yo solo quería ayudar -protestó-. He pensado…

Zac: No pienses -lo riñó-. Siempre que lo haces, ocurre algo. Si decido que quiero casarme, seré yo el que me declare, ¿vale?

Alex: Pero… -a discutir, pero cambió de idea al ver la expresión del rostro de su padre-. Vale. Lo siento.

Zac: Está bien, pero no vuelvas a hacerlo.

Siguió afeitándose y los dos guardaron silencio. Zac frunció el ceño. Había hecho bien en terminar la conversación. Después de todo, no era correcto sonsacar a un niño de ocho años.

Aunque por otra parte, él no había sonsacado a Alex; el niño le había ofrecido la información de modo voluntario. Y era deber de todo padre dejar abiertas las líneas de comunicación con su hijo.

Suspiró.

Zac: ¿Y qué más te ha dicho Vanessa?

Alex miró sus pies.

Alex: ¿Sobre qué?

Zac: Sobre lo de casarse -vaciló-.

Alex: Bueno, ha dicho que le gustaría casarse con Mike, con David y conmigo.

Zac: Hmmm. ¿Y conmigo?

Alex: No.

Zac: ¿Por qué no?

Alex: No lo sé.

Zac: Debe haberte dicho algo.

Alex: Ha dicho que eras muy serio.

Zac: Eso ya lo has mencionado.

Alex: Bueno, creo que no le gusta tu ropa.

Zac: ¿No le gusta?

Alex: No.

Zac: ¿Te ha dicho qué es lo que no le gusta?

El niño cogió la loción para después del afeitado de su padre, la olió e hizo una mueca.

Alex: Demasiado elegante.

Zac: Ah -miró el traje de Armani que colgaba de la puerta y se preguntó cómo podía encontrarlo alguien ofensivo-. ¿Algo más?

Alex: No. Oh, ha dicho que ella era más abierta y tú más estirado.

El hombre miró sorprendido a Alex.

Zac: ¿Ella ha dicho eso?

Alex: Sí.

Zac: Eso es ridículo. Yo no soy estirado. ¿A ti te parezco estirado?

Alex: No. Si yo fuera chica, me casaría contigo, papá.

Zac: Sí, yo también -murmuró. Se miró al espejo con expresión preocupada-. Puedo ser muchas cosas, pero no soy estirado.

Dejó la cuchilla y entró en la ducha. Alex esperó a que cerrara la puerta de cristal y abriera el grifo antes de volverse al espejo. Miró a su alrededor, abrió el grifo del lavabo, se mojó la cara, cogió la crema de afeitar de su padre y echó una buena cantidad en la palma de la mano. Se la puso en la cara, cogió la cuchilla y comenzó a afeitarse.

Podía oír a Zac hablando solo en la ducha.

Zac: ¿Conservador? Es posible. ¿Pero estirado? No lo creo.

Alex dejó de afeitarse. Se sonrió en el espejo. Vanessa tenía razón. Dijera lo que dijera su padre, era demasiado estirado.

Menos mal que tenía la suerte de tener un hijo fantástico que le había encontrado la esposa perfecta para curarlo.


Ness: ¿Zac?

Vanessa lo miraba sorprendida desde el umbral. Por primera vez desde que lo conocía, él llevaba vaqueros. No solo eso, sino también zapatillas deportivas sin calcetines, una camisa vaquera abierta en el cuello, una chaqueta deportiva blanca y gafas de sol con el borde dorado.

El atuendo le sentaba de maravilla, pero la joven tuvo la impresión de que se debía a su elegancia innata, no a la ropa.

Fuera cual fuera la razón, estaba increíble.

El hombre la miraba también sorprendido.

Zac: ¿Vanessa? Estás fantástica.

La joven rozó con los dedos la manga del vestido negro de encaje que se había puesto con medias de seda negras y tacones altos. En sus orejas y cuello brillaban unos diamantes, llevaba el pelo peinado hacia atrás y se había maquillado.

Ness: No es necesario que te sorprendas tanto.

El hombre pareció arrepentido.

Zac: Lo siento. No quería… -se pasó una mano por el pelo-. Es solo que he creído que esta noche te gustaría hacer algo más informal. He pensado que podíamos cenar en el muelle y pasear luego por la playa -miró las piernas de ella-. Aunque, por otra parte, solo tardaré un minuto en cambiarme.

Ness: Me gusta el plan -le aseguró. Se apartó y le hizo ademán de que entrara-. Afortunadamente para ti, todavía no estoy lista. Pasa un momento y déjame terminar.

Antes de que él pudiera decir nada, cruzó la estancia y entró en el cuarto de baño. Sonrió un momento ante la ironía de la situación, se miró en el espejo y pensó lo que podía hacer.

Zac tenía razón; estaba guapa, pero demasiado elegante para lo que él tenía en mente. Aun así, había pagado una fortuna por aquel vestido y quizá, con unos ligeros cambios, pudiera llevarlo.

Menos de cinco minutos después, se reunía con Zac. Había sustituido el collar de diamantes por una cinta negra, se había quitado las medias, puesto unos zapatos planos negros y peinado el cabello suelto sobre los hombros.

Observó encantada que él la miraba con admiración.

Zac: No sé lo que has hecho, pero estás muy guapa.

Ness: Gracias. Tú también. -El hombre parpadeó ante su cumplido y luego sonrió-. ¿Listo?

Cogió su bolso.

Zac: Eres fantástica -murmuró mientras ella cerraba la puerta de la cabaña-.


Las horas siguientes fueron de las más placenteras de la vida de Vanessa. Cenaron pescado y patatas fritas en un café al aire libre del puerto. Mientras comían, Zac le habló de su trabajo aquel día. La conversación condujo luego a la infancia de él, que le contó cómo se había criado con James y Andrew en el hotel Olympiana que dirigía su padre en la costa suroeste de Washington. Le habló de la pequeña herencia que recibió a la muerte de su padre y de la inversión afortunada en bolsa que le permitió comprar su primer hotel. Después, a instancias de ella, le habló del nacimiento de sus hijos.

Mucho después de que se pusiera el sol, seguían hablando todavía.

Ness: He recibido una oferta para hacer un libro -le informó-.

Zac se quedó muy quieto.

Zac: ¿Qué?

Ness: Quieren reimprimir los artículos que escribí sobre Bosnia, Ruanda, Haití y Rusia y que incluya un comentario sobre lo que ocurría en ese momento entre bastidores: los rumores, el ambiente, lo que siguió después. Una especie de historia detrás de la historia. He aceptado.

Zac la miró largo rato sin decir nada. Luego sonrió.

Zac: Es fantástico.

Ness: Lo sé.

Zac: Vamos, te invito a un helado para celebrarlo.

Compraron helados en un puesto del Paseo Marítimo.

Zac: ¿Lo estás pasando bien? -preguntó cuando echaron a andar entre los turistas-.

Ness: Desde luego -repuso sincera. Se detuvieron a mirar una exhibición de cerámica de nativos americanos-. Aunque tengo que admitir que siento curiosidad. ¿No vas a decirme cómo se te ha ocurrido esto?

El hombre la miró un momento.

Zac: ¿A qué te refieres?

Ness: No sé. Es solo que tengo la impresión de que una cena en algún restaurante de lujo vestido con un traje de Armani sería más tu estilo.

Zac apretó los labios.

Zac: Me conoces muy bien, ¿verdad? -comentó-.

La joven lo miró con picardía.

Ness: O eso o soy adivina.

El hombre sonrió.

Zac: No lo creo. Si lo fueras, no harías siempre tantas preguntas.

Echaron a andar paseo adelante.

Ness: ¿Me estás llamando cotilla?

Zac: No -repuso cogiéndola de la mano-. Solo curiosa.

Ness: ¿Me lo vas a decir sí o no?

Zac sonrió.

Zac: Ha sido Alex.

Ness: ¡Vaya! ¿Por qué será que no me sorprende?

Zac: Parece creer que te gustaría más si fuera más informal. Así que he planchado mis viejos tejanos.

La joven sonrió.

Ness: ¿Has planchado tus tejanos?

Zac: ¡Qué remedio! -se encogió de hombros-. La señora Rosencrantz se ha negado. Como te decía, he planchado mis tejanos, cancelado nuestra reserva para cenar en el Harbor House y aquí estamos.

Ness: ¿Pensabas llevarme a cenar al Harbor House? ¡Oh, no!

Zac: Te está bien empleado por decirle a Alex que soy aburrido, estirado y visto demasiado formal.

Ness: Eso no fue lo que le dije -protestó-.

Zac: ¿De verdad?

Ness: Bueno, no exactamente.

Zac la miró con ojos brillantes.

Zac: Debo admitir que siento curiosidad. ¿Vas a decirme lo que inspiró esos comentarios?

Ness: Solo quería salvarte, amiguito. Tu hijo mayor está planeando entregarte en matrimonio y yo solo quería indicarle por qué puedo no ser la candidata más apropiada. Solo he hecho algunas comparaciones. No es culpa mía que a él le preocupen más tus deficiencias que las mías.

Zac: Eso puede ser cierto… si yo tuviera alguna deficiencia.

Ness: Oh, vaya. Perfecto y muy modesto. Esa clase de ego se merece un premio. Vamos, te conseguiré un oso de peluche.

Señaló un puesto en el que un joven utilizaba un rifle de aire comprimido para demostrar lo fácil que era derribar los patos móviles del blanco.

Zac hizo una mueca.

Zac: Para ser periodista, eres muy ingenua. Todo eso está amañado.

La joven sonrió.

Ness: Ya lo sé. Si no fuera así, no habría reto. Solo tienes que adivinar dónde está el truco y ya está. Mírame.

Se removió el pelo, humedeció sus labios, se subió un poco el vestido y avanzó hacia el puesto mirando al joven con ojos de admiración.

Ness: Caramba. Debes ser muy listo -murmuró, buscando algo en su bolso. Sacó varios billetes de diez dólares con un aire que indicaba que su coeficiente intelectual dejaba mucho que desear-. ¿Crees que puedes enseñarme cómo se hace?

El joven la miró con el aspecto de un gato hambriento que acaba de descubrir un canario indefenso.

**: Estaré encantado de enseñarte todo lo que sé -musitó, mirando su cuerpo con ansia-.

Zac observaba desde atrás. Por un lado, le divertía la audacia de Vanessa. Por el otro, sentía un deseo terrible de darle un puñetazo en los dientes al joven.

Aquellas emociones contradictorias se incrementaron cuando Vanessa se inclinó para disparar el rifle y el vestido se le subió de un modo indecente. Al ver su trasero cubierto por el encaje, tragó saliva. Aunque se hubiera olvidado de ponerse bragas, el vestido no se le habría ceñido más.

¡Santo Cielo! La oleada de calor que comenzaba a recorrer sus venas se convirtió en una llama incontrolable. Sin saber lo que hacía, se acercó a Vanessa en el momento en que el joven, sorprendido, le tendía el enorme oso rosa que acababa de ganar.

Zac: Disculpe -cogió el animal de peluche de las manos del otro-, pero creo que esto es mío.

Tiró de la mano de Vanessa, dejando claro que no se refería a los osos.

Ness: ¡Zac! ¿Qué haces? -preguntó riendo-. Solo me estaba calentando. Diez minutos más y habría tenido un oso para cada uno de los niños.

Zac: Olvídate de los osos -dijo con voz tensa-.

Echó a andar en dirección al Mercedes.

Ness: ¡Por el amor de Dios! -clavó los pies en el suelo con firmeza-. ¿Dónde está el fuego?

Zac se detuvo e hizo algo que no había hecho en su vida. Ignorando las miradas de los paseantes, tiró el oso al suelo y la cogió en sus brazos.

Zac: Adivínalo -comentó-.

Y luego la besó largo rato con pasión. Cuando hubo terminado, la joven temblaba como una araña de cristal en un terremoto.

Vanessa lo miró a los ojos, que brillaban en la oscuridad.

Ness: Bueno -dijo débilmente-. Creo que eso responde a mi pregunta. Quizá sea mejor que nos vayamos a casa antes de quemar la ciudad.

No tuvo que repetirlo dos veces.




¡Yo también quería un oso! XD
Bueno, parece que su relación va viento en popa. El niño al final se saldrá con la suya XD

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanto muchísimo!
Me encanta como se están llevando Zac y Ness, creo que su relación va mejorando mucho, hay demasiada química y creo que hay amor también!


Sube pronto

Maria jose dijo...

cada capitulo que pasa es aun mejor
ame el capitulo
siguela pronto
espero que siguen asi de felices y que la
novela no termine y tenga 200 capitulos

sube pronto

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