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lunes, 14 de diciembre de 2015

Capítulo 12


Zac: Vale, David. Aprieta el botón ahora.

David se inclinó desde su posición, a caballo sobre la cadera de Zac y apretó el botón de la máquina de palomitas.

Un chorro de palomitas cayó en el vaso que sujetaba Zac bajo la ranura.

Zac: Vale, ya está.

David soltó el botón y se enderezó.

Zac lo bajó al suelo, cogió unas servilletas de papel y le tendió el vaso de cartón.

David: ¿Lo he hecho bien?

Zac: Muy bien -sonrió-.

Levantó la vista para mirar a Alex y Mike, que revisaban la sección de tebeos mientras comían palomitas.

Zac: Cuidad de vuestro hermano -les dijo-. No os mováis de ahí. Voy a lavarme las manos.

Mike y Alex: Muy bien.

Cuando volvió a salir, no estaban a la vista.

No solo eso, sino que también habían desaparecido el dependiente y la otra cliente.

La alarma interna de Zac saltó al instante. Echó un vistazo rápido a su alrededor para asegurarse de que los niños no se habían escondido por allí y corrió hacia la puerta. ¿Qué habrían hecho esa vez? ¿Asaltar la tienda? ¿Coger de rehenes a los demás?

Decidió que no importaba; aunque lo único que hubieran hecho fuera salir hasta el coche, los castigaría igual.

Después de todo, no les había pedido tanto. ¿Es que no podían quedarse en el mismo sitio durante tres minutos? En particular, cuando él se esforzaba tanto por ser un buen padre. ¿Acaso no los había llevado al zoo? ¿No estaba dispuesto incluso a casarse para conseguirles la madre que querían? Lo cual le resultaría más fácil si…

Si la madre en potencia no estuviera en aquel momento con medio cuerpo colgando de un coche desconocido que corría colina abajo en dirección a la carretera principal.

Zac palideció al verla.

Alex: ¿No es fantástico, papá? -gritó-.

Los niños se acercaron desde donde estaban parados al lado del lugar en el que el dependiente trataba de consolar a una joven histérica, que mascaba chicle y lloraba.

Alex: Es igual que el programa de rescate de la tele. Va a salvar al hermano de esa chica.

Zac pensó que era más probable que se matara ella. En aquel momento el coche pasó un bache y estuvo a punto de lanzarla por los aires, aunque consiguió sujetarse.

Zac: ¡No os mováis! -les gritó a los niños-.

Y sin más, echó a correr colina abajo, apenas consciente de que el dependiente y la chica le pisaban los talones.

Como siempre en sus tratos con Vanessa, ella iba delante de él. Lo único que podía hacer era seguirla, lo bastante cerca para ver lo que ocurría, pero demasiado lejos para hacer nada.

Mientras miraba, ella se movió, tratando de entrar más en el coche. De repente, impulsó las rodillas y se metió lo suficiente para empujar al niño pequeño sobre el asiento y coger el volante. Lo giró y el coche se echó a un lado. A Zac le pareció que se deslizaba durante una eternidad antes de que los neumáticos se aferraran al suelo y el vehículo girara hacia la derecha de la carretera con Vanessa colgando de él.

La camioneta recorrió una docena de metros más ante de detenerse fuera del alcance del tráfico que avanzaba en dirección contraria. Zac se detuvo al lado de la puerta del conductor. Inclinó la cabeza jadeante, se abrazó las rodillas y contuvo el aliento. Luego tendió los brazos y sacó a Vanessa por la ventanilla en el momento en que llegaban a la escena el dependiente y la chica. Esta última abrió la puerta del coche llorando y abrazó con fuerza al niño.

Zac examinó un momento a Vanessa.

Zac: ¿Te encuentras bien?

La joven lo miró sin comprender.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Estás herida?

Vanessa sonrió débilmente.

Ness: No, no, claro que no -levantó las dos manos, que temblaban como hojas al viento-. ¿Lo ves? Ni un rasguño.

En aquel momento, se acercó la chica cuyo descuido había estado a punto de terminar en tragedia.

**: Gracias -dijo con fervor, estrechando la mano de Vanessa-. No sé lo que habría hecho si le llega a ocurrir algo a Dave.

Se echó a llorar de nuevo.

*: Vamos, Carrie -trató de calmarla el dependiente-. Será mejor que llamemos a tu casa. Creo que no estás en condiciones de conducir.

Carrie: Supongo que tienes razón.

Apretó de nuevo la mano de Vanessa, se volvió y siguió al joven colina arriba.

Zac, claramente impaciente con la interrupción, dijo:

Zac: ¿Seguro que estás bien?

Ness: Estoy bien.

Zac: ¡Gracias a Dios! -la levantó en el aire y la apretó contra él con fervor-. ¡Acabas de quitarme diez años de vida! -enterró su rostro en el cabello de ella-. ¿No sabes que yo…?

Ness: ¿Qué? -preguntó sin aliento-.

El hombre se estremeció.

Zac: Creo que ha sido la hazaña más estúpida e irresponsable que he visto nunca -dijo con furia-.

La soltó con tanta rapidez que estuvo a punto de caerse.

Vanessa parpadeó. Por un momento, hubiera jurado que él había estado a punto de decirle que la amaba.

Ness: ¿Qué?

Zac: Has tenido suerte de no matarte. ¿Quién diablos te crees que eres? ¿Arnold Schwartzenegger?

Ness: ¿Cómo dices?

Zac: Ya me has oído -gritó-.

Ness: ¡Te ha oído todo el condado!

Zac: No cambies de tema. Responde a mi pregunta. ¿Qué te creías que hacías?

Vanessa respiró hondo.

Ness: Exactamente lo que quería hacer: impedir que ese coche entrara en la carretera con el niño dentro.

Zac: ¿Ah, si?

Ness: Sí.

Zac: ¿Y si llega a salir mal? ¿Y si no hubieras podido girar el volante y el coche hubiera salido a la carretera contigo dentro? ¿Y si hubiera chocado contra un camión?

Ness: Pero no ha sido así.

Zac: ¿Y si te caes al suelo? ¿Has pensado en eso?

Ness: ¡Pero eso no ha ocurrido!

Zac: Pero podría haber ocurrido y es evidente que tú no te has detenido a pensarlo. ¡Podrías haberte matado! ¿Pero te importa eso a ti? ¡Claro que no! Tú has salido corriendo sin pensar en las consecuencias…

Vanessa no podía creerlo.

Ness: ¡Oh, por el amor de Dios! ¿Qué querías que hiciera? ¿Quedarme quieta viendo cómo se mataba ese niño? -movió la cabeza con incredulidad-. Es la cosa más ridícula que he oído jamás.

Zac la miró con dureza.

Zac: Vaya, perdóname. ¿Te aburro con mis miedos ridículos? Es que había olvidado que esta clase de cosas son innatas en ti, ¿verdad? Cuando dijiste que ibas a dejar tu trabajo, pensé que podíamos tener un futuro juntos, pero ahora…

Ness: ¿Qué? -exclamó-.

Zac: Ahora veo que me equivocaba. Supongo que debería estar contento por haberlo descubierto ahora antes de haberte propuesto matrimonio. Porque es evidente que los leopardos no pueden cambiar sus rayas.

Ness: Tienen manchas -dijo automáticamente, sin comprender muy bien lo que oía-.

Zac la miró con incredulidad.

Zac: ¡Se acabó! ¡Esto es el fin! Hemos terminado.

Se volvió y salió corriendo colina arriba.

Vanessa se quedó mirándolo atónita, tratando de comprender lo que acababa de ocurrir. Estaba claro que se había llevado un buen susto, pero ella también. Y a menos que estuviera alucinando, Zac acababa de retirar una proposición de matrimonio que no había llegado a hacer.

Respiró hondo, movió la cabeza y lo siguió. Antes de que pudiera alcanzarlo, la rodearon los niños.

Alex: ¡Ha sido genial!

Mike: Sí. Igual que en las películas.

David: Deberías salir en la tele.

La joven anduvo con ellos hacia el coche. Los niños no dejaban de demostrar su admiración.

Alex: Has sido muy valiente.

David: ¿Has tenido miedo?

Mike: Apuesto a que ese coche iba a cien kilómetros por hora.

Alex: No, por lo menos a doscientos.

David: Eres una verdadera heroína.

Zac: Ya basta, niños -dijo cortante, abriendo la puerta trasera del coche-. Entrad ahí y abrochaos los cinturones. -Los cuatro se volvieron a mirarlo-. ¿Y bien? ¿Qué miráis? ¡Subid al coche!

Alex: Pero papá…

Zac: ¡Ahora mismo!

Los niños abrieron mucho los ojos. Por un momento, no se movieron. Luego miraron bien la expresión de su padre y se apresuraron a entrar en el Mercedes.

Zac no se dignó a mirar a Vanessa. Cerró la puerta de golpe, abrió la suya, subió y puso el motor en marcha.

La joven corrió a su asiento. No creía que fuera a marcharse sin ella, pero no quería correr el riesgo. En el estado en que se hallaba, todo era posible.

Alex: No comprendo por qué estás tan furioso.

Zac: Cállate.

Alex: Ha sido fantástico. Vi a un hombre hacer lo mismo en la tele, pero a él lo atropellaron.

Zac lanzó una mirada de soslayo a Vanessa.

Zac: Eso no me sorprende.

Ness: Espera un momento… -comenzó a decir-.

Alex: Vamos, papá -musitó al mismo tiempo-.

Zac: No quiero oír ni una palabra más -gritó-.

Vanessa se cruzó de brazos. Aunque le costó trabajo, se las arregló para mantener la boca cerrada. A pesar de lo que pensara Zac, valoraba su vida lo bastante como para no enfrentarse a él en ese momento. Además, las cosas que deseaba decirle no eran apropiadas para que las oyeran los niños.

El viaje hasta la casa se hizo en silencio. Zac aparcó cerca de la puerta trasera y todos salieron fuera.

Ness: Id a buscar a la señora Rosencrantz -es pidió a los niños-.

Mike: Vale.

David y Mike entraron corriendo en la cocina.

Alex no se movió.

Alex: Pero…

Ness: Por favor.

El niño la miró a ella y luego a su padre.

Alex: Vale -dijo de mala gana-.

Se alejó arrastrando los pies.

Zac la miró de medio lado.

Zac: Gracias, señorita Hudgens, por ocuparte de mis asuntos como de costumbre.

Echó a andar hacia el patio y desapareció en la zona de la piscina.

Vanessa levantó los ojos al cielo y lo siguió.

Cuando llegó a la piscina, él estaba de pie en un lado pasando la red por el agua para sacar hojas.

La joven se llevó las manos a las caderas.

Ness: ¿Sabes? A pesar de lo bonito que tienes el trasero, empiezo a cansarme de ir detrás de él.

El hombre no levantó la vista.

Zac: Créeme, el sentimiento es mutuo.

Pescó un saltamontes muerto y lo echó en el cemento a los pies de ella.

La joven lo miró con fiereza.

Ness: ¿Vas a decirme qué es lo que pasa? ¿Por qué estás tan enfadado? ¿Y qué querías decir antes?

Zac: No.

Ness: Zac -le advirtió-.

El hombre levantó la vista.

Zac: Olvídalo, ¿vale? No tenía derecho a hablarte como lo he hecho. Te pido disculpas. Eso es todo.

Ness: No, no lo es.

Zac: ¿De verdad? -se encogió de hombros-. Como quieras. ¿Quieres que te lo diga claramente? Pensaba pedirte que te casaras conmigo, pero he cambiado de idea.

Vanessa decidió que hablaba igual que uno de sus hijos. Aquél era justamente el tono que usaban ellos cuando las cosas no iban como querían y anunciaban que ya no querían seguir jugando. Pero no tenía intención de dejar que Zac se librara con tanta facilidad.

Ness: ¿Por qué?

Zac: ¿Por qué? Porque les debo a los niños el elegir una esposa que vaya a estar con ellos un tiempo, por eso. Alguien que no corra detrás del peligro. Alguien que no se vaya a dejar matar delante de sus narices. Ya han perdido una madre. Y yo tengo que asegurarme de que no vuelvan a sufrir otra pérdida similar.

Ness: Oh, comprendo. Lo haces por ellos. ¿Es por eso por lo que ibas a casarte conmigo? ¿Por los niños?

Zac la miró a la defensiva.

Zac: Bueno, te llevas muy bien con ellos. Y están locos por ti.

Ness: ¿Y?

El hombre hizo como si no la entendiera.

Zac: Yo también les gusto, pero contigo aquí, no tendría que preocuparme cuando estoy fuera.

Ness: ¿Y?

Zac: Bueno, ¡qué diablos! Nos llevamos mejor que muchas parejas. Y tienes que admitir que el sexo es fantástico.

Ness: Ah. ¿Es eso lo que saco yo en este trato? ¿Una relación sexual muy buena?

Zac empezaba a ponerse nervioso con el tono razonable de ella.

Zac: Eso también, claro. Pero además, tendrías la clase de familia que no tuviste nunca de niña. Te harías también con todo esto -señaló la propiedad-. No tendrías que preocuparte por el dinero -bajó la voz-. Ni siquiera tendrías que volver a trabajar nunca si no quieres. Yo cuidaría de ti.

Ness: Eres muy amable. A ver si he entendido bien. Tú pensabas darme dinero y un techo y permitirme que vuelva a vivir mi infancia a través de tus hijos. Y además me llevarías a la cama siempre que pasaras por aquí. Y lo único que tenía que hacer yo a cambio era quedarme en casa y dedicarme a los niños y a ti. Pero entonces lo he estropeado todo al arriesgar mi vida por un niño desconocido, demostrando así que no puedes confiar en que me mantenga sana y salva para ellos y para ti.

Zac se ruborizó al oírla, pero rehusó rectificar.

Zac: Es más complicado que todo eso y lo sabes, pero sí. Más o menos es eso.

Ness: ¿Pues sabes lo que pienso, Zac? No creo que esto tenga nada que ver con los niños. No han sido ellos los que se han asustado en el Minimart.

Zac: ¿Y qué saben ellos? No tienen el sentido común de asustarse cuando debieran.

Ness: Exacto -hizo una pausa-. Pero eso no les ocurre a los adultos, ¿verdad?

Zac apretó la mandíbula.

Zac: ¿Adonde quieres ir a parar?

Ness: Creo que eres tú el que tiene miedo. Lo dijiste tú mismo. Cuando murió Allison, pasaste de tener una vida perfecta a no tener nada excepto soledad. Y te has esforzado mucho por seguir así. Dios sabe que la mayoría de la gente estaría agradecida de tener salud, dinero, un aspecto físico atractivo y tres hijos preciosos e inteligentes. Pero tú no. Tú has pasado cuatro años manteniendo a todo el mundo a distancia y creo que es porque así te sientes seguro. Porque lo que no tienes no puedes perderlo.

Zac: No sabes lo que dices.

Ness: Puede que no. Pero creo que la razón de tu enfado es que al fin has comprendido que te importo más de lo que creías y eso te da miedo.

Zac: ¿Ah, sí? No estoy de acuerdo -dijo con furia-. Yo creía que una periodista como tú sería más realista.

Vanessa perdió al fin los estribos.

Ness: ¿Quieres hechos? ¡Yo te daré hechos! En primer lugar, yo no tengo miedo de reconocer que quiero a alguien. En segundo lugar, no soy demasiado orgullosa para admitir que he cometido un error aunque sea del calibre de haberme enamorado de ti. Y en tercer lugar, solo me casaría contigo si antes te pusieras de rodillas, me juraras amor eterno y me besaras los pies.

Zac: ¿Has terminado?

Ness: No del todo -le dio un empujón y lo arrojó a la piscina-. Ahora he terminado.

Y sin más, se volvió y se alejó corriendo.


Zac cruzó el patio, empapado. Se acercó a la puerta trasera de la casa y comenzó a quitarse la ropa, una tarea que empezaba a convertirse en algo habitual. Tanto era así que se había quitado ya la camisa antes de recordar que la señora Rosencratnz estaba en la casa.

Lanzó un juramento y se asomó por la puerta. No había ni rastro del ama de llaves, pero los niños estaban sentados en el mostrador comiendo.

Zac: ¿No os llenáis nunca? -gruñó-.

Los pequeños lo miraron con aire inocente.

Alex: ¿Qué?

Zac: Déjate de cuentos -dijo con impaciencia-. Os he visto escuchando en el patio. Debería enviaros a vuestro cuarto sin cenar.

Alex: Caramba, papá… -empezó-.

Zac: Olvídalo -dijo irritado-. ¿Dónde está la señora Rosencrantz?

Mike: Es su noche libre -le recordó-.

David: Sí -intervino-. Por eso ha dicho Alex que fuéramos a buscarte a la piscina.

Su hermano mayor lo miró con rabia.

Alex: Muchas gracias, David -volvió la vista a su padre-. ¿Os habéis reconciliado ya Vanessa y tú? -preguntó con franqueza, ya que era inútil seguir fingiendo-.

Zac tiró la camisa al suelo.

Zac: No.

Alex: ¿Y cuándo lo haréis?

Zac: No sé si lo haremos.

Se quitó los zapatos e hizo una mueca al ver el estado del cuero. Obviamente, el cloro no era el modo más adecuado de tratar los zapatos italianos.

Alex: ¿Qué? -bajó del taburete con tanta rapidez, que éste cayó al suelo-.

Zac se quitó los pantalones, cogió una toallita de un cajón y comenzó a secarse el pelo.

Alex: ¡Pero tenéis que hacer las paces! Si no, ¿cómo va a ser Vanessa nuestra madre?

Zac: Caramba, no lo sé -repuso sarcástico. Se inclinó para quitarse los calcetines-. A lo mejor tenemos que olvidarnos también de eso.

Salió al pasillo seguido por los tres niños.

Alex: ¡Pero no puedes hacer eso!

Zac: Oh, sí. Sí puedo.

Alex: Pero, ¿qué vamos a hacer? -gimió cuando todos llegaron a la puerta que conducía al sótano-. ¡La necesitamos!

Zac: No sé vosotros, pero yo voy a meter mi ropa en la lavadora -musitó. Encendió la luz de arriba y, al ver la expresión escandalizada de los tres niños, suspiró con impaciencia-. No os preocupéis, ¿vale? Os prometo que hablaremos de eso más tarde.

Alex: ¿Cuándo? -exigió-.

Zac: Mañana -repuso con firmeza-.

Alex: Pero papá…

Zac: Hemos terminado por esta noche.

Bajó las escaleras, negándose a seguir hablando.

Alex: Eso lo veremos -musitó-.


Zac pensó que ya estaba harto de que todo el mundo le dijera lo que debía hacer, sentir o pensar.

Vanessa, por ejemplo. ¿Cómo se las había arreglado para lograr que se sintiera como un desgraciado solo por querer casarse con ella? ¿Desde cuándo era un insulto ofrecerle a una mujer compartir todas tus posesiones con ella? ¿Le habría gustado más que le pidiera un acuerdo prematrimonial?

¿Y qué tenía de malo que valorara tanto la relación de ella con sus hijos? ¿No era ella la que hablaba siempre de lo estupendos que eran y de lo afortunado que era al tenerlos?

¿Y todas esas tonterías psicoanalíticas de que le daba miedo querer demasiado a alguien? Después de todo, él amaba a sus hijos, ¿no? Cierto que había faltado mucho en los últimos años, pero un hombre tenía que ganarse la vida. ¡Si le hubiera hecho caso, los niños estarían en aquel momento en un campamento militar aprendiendo a invadir países extranjeros!

Y en cuanto a sus sentimientos por ella, ¿qué tenía de malo que le gustara? A lo mejor no era amor, pero el miedo que sintió cuando la vio en aquel coche fue muy real. La idea de que pudiera caerse y matarse lo aterrorizó. No se había sentido tan indefenso, tan asustado, tan alterado desde que…

Desde la muerte de Allison.

Aquella idea lo asaltó con fuerza. Se agachó a echar el jabón en la lavadora sin darse cuenta de la cantidad que echaba. Movió la cabeza y se dijo que había cometido un error.

Aquella idea era ridícula, imposible. Por supuesto, aquel día no había sentido por Vanessa lo mismo que sintiera por Allison. A Allison la amaba. La quiso desde la primera vez que la vio, cuando los dos acababan de cumplir veinte años. Fue algo instantáneo y sin complicaciones.

Nada similar a lo que sentía por Vanessa. Lo que sentía por Vanessa era profundo y complejo. Era tan brillante como una de las sonrisas de ella, tan intenso como la pasión que suscitaba en él, tan vitalista, dinámico y multifacético como la personalidad de ella.

Eso no era amor.

¿O sí lo era?

Respiró hondo. Dios sabía que ya no era el joven abierto y sin complicaciones que había sido a los veinte años. Ni tampoco el hombre de cuatro años atrás, cuando creía estúpidamente tener el mundo a sus pies y se sentía invencible.

La vida había dejado marcas en él y no todas para bien. Solo en el último mes, cuando no se había mostrado difícil y desagradecido, era porque estaba ocupado siendo insensible y egocentrista.

Y Vanessa lo amaba a pesar de todo. Le había dado su calor, su risa, su corazón. ¿Y qué le ofrecía él a cambio?

La posibilidad de compartir su cama y hacer de niñera gratis.

Lanzó un gemido. Era un milagro que no lo hubiera arrojado antes a la piscina.

La cuestión era, ¿qué iba a hacer al respecto?

Antes de que tuviera tiempo de pensar, oyó pasos sobre su cabeza. Frunció el ceño y se preguntó qué diablos pasaría.

**: ¿Zac? -oyó una voz de mujer-. ¡Oh, gracias a Dios! ¿Dónde está?

Era Vanessa. Zac cerró la tapa de la lavadora y conectó la máquina justo en el momento en que Alex decía desde arriba:

Alex: Papá está ahí abajo.

Mike: Está muy mal -añadió-.

David: Date prisa -la exhortó-.

La joven apareció en la parte superior de la escalera, con expresión agitada.

Ness: ¿Dónde? -preguntó, mirando a su alrededor-.

Zac se apoyó contra la lavadora, se cruzó de brazos y trató de parecer tranquilo.

Los niños intercambiaron una mirada, se retiraron a toda prisa y cerraron la puerta.

Ness: ¿Qué ocurre? -se dio la vuelta-. ¿Alex? ¿Mike? ¿David? ¿Qué hacéis?

Zac: Creo que esto es otra trampa -dijo dando un paso adelante-.

Vanessa se giró hacia él.

Ness: ¡Zac! ¿Estás bien? Los niños me han dicho… -se interrumpió-, pero estás bien -dijo con aire acusador-.

Zac: Gracias. Tú también.

La joven iba descalza, ataviada con unos pantalones cortos y una camiseta.

Ness: Pero Alex ha llamado para decirme… -se ruborizó-. Es un embustero.

Dio media vuelta, subió de nuevo las escaleras y giró el picaporte.

La puerta no se movió.

Vanessa la golpeó con la palma.

Ness: ¡Alex! ¡Abre la puerta! ¿Me oyes?

Hubo un instante de silencio.

Alex: No. Hemos hecho una votación y no te dejaremos salir hasta que papá y tú hagáis las paces.

Zac: Parece que habla en serio -observó-.

Vanessa se dijo que no iba a volverse. No mientras él estuviera allí medio desnudo. No después de haberle confesado que lo amaba.

Golpeó de nuevo la puerta.

Ness: ¡Alex!

Zac: No sé de dónde ha sacado esa testarudez -prosiguió-. Debe ser de su familia materna. Claro que Andrew también puede ser muy obstinado. Y James no se queda atrás.

Vanessa se volvió y lo vio al pie de las escaleras.

Ness: No te quedes ahí parado diciendo tonterías en calzoncillos, Efron. Haz algo.

El hombre la miró con expresión indefinible.

Zac: Antes tengo una pregunta.

Ness: ¿No tienes nada que ponerte?

Zac: ¿Por qué has venido aquí?

Ness: ¿Por qué? Tus hijos me han llamado, han dicho que te habías caído y que me necesitabas. No es que me importe lo que te ocurra a ti -añadió con rapidez-. He venido porque creía que ellos necesitaban ayuda.

Los dos sabían que estaba mintiendo.

Zac subió las escaleras. Cuando le faltaban tres para llegar hasta ella, cayó de rodillas. Se inclinó hacia adelante, cerró la mano en torno al tobillo de ella y le besó el pie desnudo.

Ness: ¡Zac! ¿Has perdido el juicio? ¿Qué haces? -preguntó agarrándose a la barandilla para no perder el equilibrio-.

Zac: Te beso los pies -le informó-.

Ness: ¿Por qué demonios…?

Zac: Porque mis hijos tienen razón. Te necesito. Y porque tú has dicho que solo te casarías conmigo si me ponía de rodillas, te juraba amor eterno y te besaba los pies. Así que he pensado empezar por la parte más difícil y… -le besó de nuevo el pie-, ir subiendo.

Ness: Zac.

El hombre le soltó el pie y se incorporó.

Zac: Tenías razón -dijo con seriedad-. En todo. Soy un imbécil. Pero te quiero, Vanessa. Más que a nada. Haré lo que tú digas: dejar el trabajo, vender esta casa, quedarme en casa para que trabajes tú, lo que tú quieras. Pero dime que pasarás el resto de tu vida conmigo. Cásate conmigo, por favor.

Ness: Oh, Zac… sí.

El hombre la cogió en sus brazos y la apretó contra su corazón. Ella lo sintió temblar por segunda vez aquel día. Después de un momento, levantó la cabeza.

Zac: ¿Alex? ¿Michael? ¿David?

Alex: ¿Qué quieres, papá?

Zac le guiñó un ojo a Vanessa.

Zac: Hemos decidido besarnos y hacer las paces con una condición.

Alex: ¿Cuál?

Zac: Tenéis que dejarnos diez minutos solos.

Hubo una consulta apresurada.

Alex: Vale, de acuerdo. Pero tenéis que hablar de matrimonio.

Vanessa y Zac se sonrieron.

Zac: Trato hecho.

Hubo un instante de silencio atónito y luego Alex gritó:

Alex: ¡Bien!

Y los tres niños comenzaron a dar saltos de alegría.

Zac cogió a Vanessa en brazos y bajó con ella las escaleras.

Ness: ¿Adonde vamos? -preguntó besándole el cuello-.

Zac: Aquí abajo hay una cama -musitó-.

Un movimiento captó la atención de ella. Miró por encima de su hombro.

Brutus estaba encima de la lavadora.

Vanessa sonrió y decidió no decir nada. Cerró los ojos y suspiró feliz.




Bravo, Zac. Sabes hacer que una chica se sienta querida ¬_¬
Menos mal que ha sabido arreglarlo.

¡Thank you por los coments y las visitas!

Solo queda el epílogo.

¡Felicidades a Vanessa Hudgens! Hoy es su cumple. No os olvidéis de felicitarla.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


2 comentarios:

Unknown dijo...

Por dios! Por un momento pensé que iba a terminar todo mal entre Ness y Zac, pero menos mal que Zac ha recapacitado y por fin se dio cuenta que esta enamorado de Ness.
Amo a los hijos de Zac, son todo!
Ame este capituloo!


Sube pronto

Maria jose dijo...

Oh que lindo capítulo
Me encanto
Ya quiero leer el epílogo
Esta novela fue muy divertida
Ya quiero el epílogo
Si ya felicite a Vanessa desde la primera hora del hoy
Síguela la novela

Saludos

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