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domingo, 29 de noviembre de 2015

Capítulo 7


Fecha: 22 de julio.
Para: Andrew Efron.
Corresponsal de la revista World News International.
Departamento de Noticias de Casablanca. Microcasete número 3.

Hola, tío Andrew, siento no haberte enviado antes una cinta, pero he estado muy ocupado. Encontrar una mamá es un trabajo pesado que requiere hacer muchos planes. Pero no me quejo, ya que papá agradece lo mucho que le ayudo. Dice que, si no fuera por mí, su vida sería tranquila y aburrida.

Sé que te alegrarás de oír que la «Operación Mamá» va de maravilla. Con mi ayuda, papá y Vanessa se ven todos los días y se que se gustan porque se dicen cosas muy bonitas. Papá le dijo a Vanessa que, para ser una mujer sin hijos, sabía muchas cosas. Y Vanessa le dijo a papá que, cuando quisiera, podía dejar de fingir que es perfecto.

Pero me gustaría que se dieran prisa en casarse, porque papá no es muy buena niñera. Nos deja comer pizza casi todas las noches. Y cuando se nos terminó la ropa limpia, le dijo a Mike que podía ponerse los calzoncillos del revés, ya que nadie lo iba a notar. Ayer se dejó a David en la farmacia. Estábamos ya en la hamburguesería cuando se dio cuenta de que no iba en el coche.

Pero eso no está tan mal, ya que nos dio cinco dólares a Mike y a mí para que no se lo contáramos a Vanessa. Así que ahora tenemos dinero para la tarta de bodas. ¿Crees que será suficiente para comprar una de esas tan bonitas con una fuente? Espero que sí.

Oh, oh, tengo que irme. Oigo a papá por el pasillo y se supone que debo estar en la cama, aunque no tengo sueño. ¿Por qué siempre que los mayores están cansados, son los niños los que tienen que acostarse? Se lo preguntaré a Vanessa. Ella lo sabe todo. Adiós por el momento. Alex.

P.D. No olvides que solo faltan diez días para el gran día.


El teléfono de la cabaña estaba sonando. Vanessa lo oyó cuando se acercaba corriendo a la puerta. Entró con rapidez y descolgó el auricular.

Ness: ¿Diga?

Alex: ¿Vanessa? ¿Dónde estabas? Creía que no ibas a contestar nunca.

Ness: He salido a correr.

Alex: ¿Puedes venir a nuestra casa?

Ness: ¿Qué pasa ahora?

Alex: Se trata de Mike. Papá le ha hecho acostarse y él se ha llevado a Tic y a Tac a la cama y ahora no pueden despertarse.

Aquello no era sorprendente, teniendo en cuenta que Tic y Tac eran peces tropicales.

Ness: Alex, lo siento, pero no creo…

Alex: Por favor -le suplicó-. Hazlo por el pobre David. Quiere mucho a Tic y a Tac, y ahora que Brutus se ha ido… Por favor, te necesitamos.

La joven suspiró. No podía negarse a aquellas súplicas y Alex lo sabía.

Ness: Está bien. Voy para allá.

Alex: Estupendo.

El niño colgó de inmediato, como temeroso de que cambiara de idea si le daba tiempo.

La joven pensó que eso era justamente lo que debía hacer. Y lo que se había jurado hacer después del beso inesperado de Zac. Se juró que a partir de aquel momento guardaría las distancias. Era lo más sensato.

Pero, en lo que concernía a los Efron de cualquier edad, no podía actuar con sensatez. Empezó a darse cuenta al día siguiente del beso, cuando Alex, David y Mike llamaron a su puerta con un almohadón lleno de ropa sucia y le pidieron que se la lavara para que su padre no se enfadara con ellos. Le explicaron que habían roto la lavadora y la secadora al utilizarlas para limpiar su colección de piedras. Vanessa miró un momento sus rostros suplicantes y su resolución la abandonó en el acto.

Zac, no obstante, no aceptó bien el que sus hijos le encomendaran una tarea tan íntima. Y ella cometió entonces otro error. En un intento por quitar importancia al episodio, le dijo con ligereza:

Ness: Tranquilo, Zac. Ya he visto tus calzoncillos, ¿recuerdas? Y créeme, no es para tomárselo así.

Le bastó ver la expresión de frialdad del rostro de él para darse cuenta de que no había elegido bien sus palabras.

La tensión entre ellos no mejoró cuando pasó corriendo cerca de su casa al día siguiente justo en el momento en que Zac salía a recibir al técnico de electrodomésticos. La joven lo saludó con la cabeza, él se volvió de mala gana para devolverle el saludo y en ese momento le cayeron un montón de globos de agua en la cara. Por alguna razón, pareció culparla a ella de su descuido.

Fue necesaria una situación de crisis para que establecieran una tregua. Eso ocurrió al día siguiente, cuando Vanessa recibió una llamada de Mike invitándola a asistir al lanzamiento de su globo de aire caliente. Corrió hasta la casa para alertar a Zac, quien se precipitó escaleras arriba y consiguió rescatar a David, el piloto, segundos antes de que el globo saltara desde la terraza impulsado por Mike y Alex.

Una revisión posterior del artefacto les mostró que consistía en una sábana grande atada a una cesta de plástico y propulsado por un ventilador de pila. Zac y Vanessa miraron a los niños, se miraron el uno al otro y compartieron su primer momento de comprensión.

Eso fue el comienzo de algo.

Una relación más civilizada pero que todavía era incómoda cuando Vanessa se dirigió a la piscina al día siguiente y oyó unos gritos de mujer. Entró corriendo en la cocina y se encontró a Zac tratando de calmar a la señora Claus, que había vuelto al trabajo y encontrado a Brutus de caza en la despensa. La mujer se tranquilizó al fin, con ayuda de Vanessa, pero anunció que se marchaba para siempre.

Una relación que se convirtió casi en una especie de alianza cuando vieron el increíble mural que habían pintado los niños en la pared de la sala de estar y tuvieron que enfrentarse juntos a una sucesión interminable de fregaderos y lavabos atorados. Les ayudó el hecho de reencontrarse con viejos amigos del Departamento de Bomberos el día en que los niños intentaron un experimento en el porche que incluía hierba seca, el sol y una lupa. Y la relación se afianzó más el día que buscaron juntos a los niños perdidos y encontraron a Mike en la carretera con un frasco lleno de saltamontes en la mano mientras Alex agitaba una pancarta en la que pedían un dólar por ver al «Niño Comedor de Alimañas». El comensal, por supuesto, no era otro que David.

Vanessa sonreía mientras recorría el sendero que conducía hasta la casa. Era probable que esa última crisis tuviera tan poca gravedad como las anteriores. Si tuviera un mínimo de sentido común, se habría quedado en su casa, lejos de Zac. Pero no podía.

En parte por la súplica de Alex. En parte porque se sentía responsable, ya que había sido ella la que, con sus maniobras, provocó el que Zac quisiera hacer de padre.

Pero, sobre todo, por algo que estaba pasando entre ellos. Algo suave, lento e indefinible, pero que estaba cargado de electricidad.

Al salir de entre los árboles, movió la cabeza. Como esperaba, Alex la esperaba impaciente en la puerta.

Alex: Vamos -susurró-.

Cuando estuvo lo bastante cerca, le cogió la mano y la metió en el vestíbulo.

Ness: ¿Alex?

Alex: ¿Qué? -repuso empezando a subir las escaleras-.

Ness: ¿Por qué hablamos en susurros?

Alex: Porque David y Mike están dormidos.

Vanessa se detuvo.

Ness: Pero yo creía que querías que hablara con David.

Alex: No -le apretó la mano con fuerza y ella volvió a subir escalones-.

Ness: Entonces, ¿qué quieres?

Alex: Quiero que hables con papá.

Vanessa se detuvo y tiró del niño hasta que se volvió a mirarla.

Ness: ¿Cómo?

Alex: Shhh.

La joven frunció el ceño, pero bajó la voz.

Ness: ¿Qué es lo que has dicho?

Alex: Papá le va a decir a David que Tic y Tac están muertos. Tienes que impedírselo.

Ness: Alex, no puedo hacer eso.

Alex: ¿Por qué no?

Ness: Porque yo no puedo decirle a tu padre lo que tiene que hacer.

Alex: Tienes que hacerlo -dijo muy serio-. Si no, David creerá que es un asesino.

Ness: Vamos, ¿no crees que exageras? Tu padre no…

**: ¿Qué? -interrumpió una voz masculina-. ¿No castigaría de por vida a un niño de ocho años?

Vanessa levantó la vista y vio a Zac. Su pulso se aceleró.

Ness: Hola.

Zac: Hola.

El hombre, ataviado con pantalones blancos y un polo verde, lucía el mismo aspecto impecable de siempre. Su cabello castaño liso era un poco más largo que cuando se conocieron, pero sus ojos azules seguían igual de intensos.

Vanessa contrastó el aspecto de él con sus pantalones y camiseta de correr, su pelo recogido en una goma y la cara sudorosa por la carrera.

Zac: ¿Queréis decirme lo que pasa aquí?

Ness: No especialmente -repuso con sinceridad-.

Zac: No me gusta hablar así, pero si te encuentras a alguien paseando a escondidas por tu casa y le pides una explicación, ésa no es una respuesta aceptable.

La joven suspiró.

Ness: Estoy aquí porque me ha llamado Alex.

Zac: Sí, ya me lo imagino. Entrad los dos en mi estudio -miró a su hijo mayor-. Ahora puedes decirme qué has hecho esta vez.

Ness: Alex no ha hecho nada, Zac. Está preocupado por David.

Zac: Eso fue lo que le dijo a la señorita Hannigan -murmuró. Vio la mirada de confusión de la joven-. Olvídalo. Dime qué haces aquí.

Ness: ¿Es cierto que los peces de David han muerto?

Zac: Sí.

Ness: Bueno, ¿y qué vas a hacer al respecto?

Zac: No pienso montar un velatorio, si eso es lo que tenéis en mente -dijo con decisión-.

Ness: ¡Oh, no! No. Solo queríamos saber qué le vas a decir a David.

Zac: Eso es fácil. Le diré que lo siento mucho, pero que sus peces han muerto debido a un desgraciado accidente.

Alex lanzó una mirada triunfante a Vanessa.

Alex: ¿Qué te había dicho?

La joven no intentó ocultar su desmayo.

Ness: Pero no puedes hacer eso.

Zac: ¿Por qué no? Es la verdad.

Ness: Pero solo es un niño.

Zac: Nada vive para siempre -dijo con solemnidad-. Cuando antes aprendan eso los niños, mejor. Así comprenderán que no es bueno atarse mucho a nada.

Vanessa lo miró, sorprendida por la brusquedad de aquel comentario. No encajaba bien con el hombre al que había empezado a conocer en las últimas semanas. Tuvo la sensación de que acababa de comunicarle algo importante, pero no fue lo bastante lista para adivinar de qué se trataba.

Zac: ¿Y bien? ¿Qué quieres que diga? ¿Quieres que le mienta? ¿Qué le diga que los peces se han levantado temprano y se han ido al “Mundo Marino” de vacaciones?

Vanessa comprendió que no se trataba tanto de que quisiera decirle a David la dolorosa verdad como de que no veía otra alternativa.

Ness: Si hubiera una solución que te impidiera tener que decir algo, ¿la aceptarías?

Zac: ¿Tú qué crees?

Se atusó el pelo y la joven tuvo que apretar las manos para reprimir el impulso de acariciárselo.

Zac: Pero no se puede hacer nada -prosiguió-. Es imposible revivirlos.

Ness: No estaba pensando en revivirlos, sino en remplazados. Si me prestas a Alex y tu coche, podremos ir a la ciudad y volver antes de que David se despierte.

Zac la miró con detenimiento. Por un momento le pareció ver un rastro de admiración en sus ojos.

Zac: Maldición -exclamó con vehemencia-. ¿Por qué no se me ha ocurrido a mí?

Ness: No te preocupes -el corazón le latía con fuerza-. No puedes pensar en todo.

Alex: Sí, papá -intervino-. Para eso tenemos a Vanessa.


El teléfono de la cabaña comenzó a sonar.

Vanessa gimió, abrió un ojo y parpadeó ante la luz pálida del amanecer que entraba por la ventana. Miró adormilada a su alrededor.

Era demasiado pronto para levantarse, en particular teniendo en cuenta que había permanecido despierta gran parte de la noche pensando hasta llegar a la conclusión de que Alex estaba haciendo de casamentero.

Era tan evidente, que no supo cómo no se había dado cuenta antes.

Bueno, sabía desde el principio que les gustaba a los niños, y el sentimiento era mutuo. Y sabía que los tres estaban cansados de niñeras y de las ausencias frecuentes de su padre. Y había sospechado alguna vez que no era solo coincidencia el hecho de que siempre que la necesitaban para algo, acabara cara a cara con Zac.

Pero hasta aquel día, no había aceptado la verdad. ¿Era posible que hubiera decidido ignorarla inconscientemente?

Sí, podía ser. Igual que había ignorado también las preguntas que la atormentaban en las últimas semanas.

¿Qué quería de Zac? ¿Qué quería para él? ¿Qué quería para sí misma?

La segunda pregunta era la más fácil de responder. Quería que Zac tuviera con sus hijos la relación que no había tenido ella con sus padres. No solo porque los niños lo necesitaban, sino también porque cada día veía más claro lo mucho que los necesitaba él a ellos.

Más difícil era pensar qué quería ella de Zac. Aunque su camaradería cortés no estaba mal, no le bastaba con eso, ya que no podía ocultar su innegable atracción física por él. Cada vez que lo veía, que hablaban, tenía que reprimir las ganas de tocarlo.

Lo deseaba. Lo cual, por supuesto, respondía a la tercera pregunta. Quería ser para él una mujer que le interesara no solo como objeto sexual, aunque eso no estaría mal para empezar, sino también como persona. Una persona capaz de atravesar la barrera que levantaba él siempre que las cosas empezaban a ponerse interesantes.

Por supuesto, las probabilidades de que eso ocurriera eran mínimas. Era evidente que sus sentimientos por Zac no eran correspondidos y sus esperanzas en esa dirección carecían de fundamento.

Movió la cabeza. ¿Acaso no había aprendido por experiencia que la única persona con la que se puede contar para cubrir las necesidades propias es uno mismo? ¿No había aprendido desde pequeña a ser responsable de su propia felicidad? ¿No sabía ya que la vida era demasiado corta para esperar a que otra persona la llenara?

Sí. Desde luego. Y por eso había llegado el momento de dejar de pasarse las noches despierta pensando en Zac y esperando que ocurriera algo que no iba a ocurrir. Había llegado el momento de concentrarse en el futuro.

El teléfono volvió a sonar. Bostezó, se sentó en la cama y se apartó el pelo del rostro.

Ness: Ya voy -murmuró. Saltó de la cama-. ¿Diga?

Alex: ¿Vanessa?

La joven miró el reloj digital del vídeo.

Ness: Son las siete menos cuarto, Alex.

Alex: Lo sé, ¿pero puedes venir ahora?

Ness: No, no puedo -replicó con firmeza-.

Esta vez has ido demasiado lejos, muchacho.

Alex: ¡Pero tienes que venir!

Notó entonces que la voz del niño parecía más agitada que de costumbre.

Ness: ¿Qué ocurre?

Alex: Se trata de papá. Tienes que venir ahora mismo.

Ness: Alex…

Alex: ¿Por favor, Vanessa? No puedo despertarlo.

A Vanessa el corazón se le paralizó en el pecho.

Ness: ¡Oh, Dios mío! Escúchame, Alex. Llama al 911 y luego ábreme la puerta. Ahora mismo voy.

Soltó el teléfono y miró a su alrededor. Divisó sus zapatillas de correr y se las puso. Luego abrió la puerta y salió corriendo por el sendero que unía las dos viviendas.

Trató de imaginar lo que podía haber ocurrido. ¿Sería un ataque cardíaco? Contuvo el aliento. Sabía muy pocas cosas de Zac. Tal vez tuviera problemas de salud que desconocía: tensión arterial alta, un soplo en el corazón, diabetes, un tumor cerebral.

¡Cielo Santo! ¡Si al menos no hubiera intentado convencerlo de que se quedara con los niños! Si se moría, ellos quedarían huérfanos y todo sería culpa suya.

Salió corriendo al claro que rodeaba la casa y subió las escaleras sin detenerse.

Cruzó el ala de los niños y se preguntó dónde estaría Alex. ¿Llamando por teléfono, tal vez? Se disponía a gritar su nombre cuando recordó que no sabía si los otros niños estaban o no despiertos. Por un momento, pensó que era muy raro que hubiera intentado despertar a su padre a una hora tan temprana, pero lo olvidó en seguida, pendiente solo de llegar a su destino.

Se detuvo en el umbral de la habitación de Zac. Unas cortinas pesadas cubrían los ventanales de cristal que conducían a la terraza. A su derecha estaban las puertas del vestidor y del cuarto de baño. Por la claraboya del techo, entraba luz.

La cama estaba justo delante de ella. Era ancha y baja, cubierta con una colcha de seda azul oscura. Una forma grande e inmóvil yacía en el centro.

Respiró hondo y se acercó de puntillas.

Zac estaba tumbado boca arriba, con los brazos estirados y la ropa de la cama por la cintura. Su pecho era amplio y bien modelado. Un manto de vello suave se extendía de pezón a pezón, estrechándose después en una línea más fina que separaba en dos su abdomen y se perdía bajo las sábanas.

Vio con alivio que su torso y hombros se levantaban ligeramente. Al menos, respiraba.

Lo cual no indicaba nada; podía estar inconsciente; podía estar en coma.

Sin embargo, no pudo evitar notar que en reposo parecía distinto. Más joven y vulnerable.

Se inclinó y colocó la palma de su mano sobre el hombro de él.

Ness: ¿Zac? -susurró-.

Su piel era cálida y suave, como raso calentado por el sol. El tocarle le produjo un cosquilleo en el brazo, que no tardó en convertirse en un escalofrío.

Vanessa se esforzó por ignorarlo. Lo sacudió ligeramente.

Ness: ¿Zac?

El hombre sonrió.

Zac: ¿Vanessa? -murmuró con voz ronca-.

A la joven le dio un vuelco el corazón y volvió a tocarle el hombro.

Ness: Despierta, Zac. Por favor.

Por un segundo, no ocurrió nada. Luego sus ojos se abrieron y la miró atónito. Se incorporó con un grito estrangulado y se subió las sábanas hasta la barbilla.

Zac: ¿Qué diablos haces aquí? -gritó-.

Vanessa retrocedió con un grito.

***: ¡Sorpresa! -gritaron los niños desde la puerta-.

Entraron sonrientes en el cuarto y se acercaron a los adultos.

Alex: Os hemos preparado el desayuno en la cama -dijo ignorando la tensión que impregnaba la atmósfera-.

Llevaba una bandeja en las manos.

Mike: Para nuestros dos adultos favoritos -anunció con orgullo-.

David: Porque papá es nuestro papá y Vanessa es nuestra amiga -contribuyó con timidez-.

Mike: ¿A que os hemos dado una sorpresa? -sonrió-. Seguro que no habríais pensado nunca que pudiéramos hacer algo tan estupendo.

Alex: Sí -asintió-. Pero lo hemos hecho -dejó la bandeja sobre la cama-. Ahora podemos estar todos juntos como una verdadera familia.

Zac miró a su hijo. Su rostro adquirió un color púrpura que hizo temer a Vanessa que tuviera un ataque de verdad. Movió la cabeza.

Zac: No puedo… -se detuvo, demasiado afectado para proseguir-.

Alex: No te preocupes, papá -sonrió-. No es necesario que nos des las gracias. Para eso estamos.




Estos niños se las saben todas, Qué cosas inventan XD
Son muy monos. Pero creo que Zac se va a enfadar =S

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jueves, 26 de noviembre de 2015

Capítulo 6


Zac: ¿Cómo que no va a venir? -preguntó a la mañana siguiente por el teléfono de la cocina-. Esa mujer es empleada suya y puede ordenarle que venga a trabajar o enviarme a otra persona.

Francine Layman contestó con aire de disculpa, pero con firmeza:

Francine: Lo siento, señor Efron. Lamentablemente, se ha corrido la voz de los problemas que tiene en su casa. No sé lo que espera que haga yo. No puedo obligar a la señora Claus ni a nadie a ir a limpiar y cocinar para ustedes.

Zac: Lo comprendo -dijo con exagerada paciencia, incapaz de creer lo que le estaba ocurriendo-.

Miró a su alrededor. La cocina estaba llena de vasos, platos, cucharas y tazones. Además, el zumo y la harina del día anterior llenaban el suelo blanco. Necesitaba urgentemente una asistenta.

Zac: Como ya he dicho, lo comprendo. Pero eso no cambia el hecho de que tenemos un contrato.

Francine: Uno en el que usted se compromete a ofrecer condiciones de trabajo seguras -lo interrumpió-. Y mi abogado me informa de que las ratas, murciélagos y tarántulas violan ese contrato. Además, la señora Claus no se ha marchado. Está enferma.

Zac: Escuche, señora Layman. Por lo que a mí respecta, unos sofocos no son una enfermedad.

La señora Layman guardó silencio un momento.

Francine: ¿Sabe, señor Efron? -dijo con dignidad-. No conozco a su hermano, pero empiezo a comprender por qué su prometida lo prefiere a él. Y ahora, si me disculpa, me llaman por la otra línea. Buenos días.

Colgó el teléfono y Zac miró el auricular con incredulidad. Colgó a su vez. Por un momento, sintió tentaciones de mandarlo todo al diablo, llamar a Helen y preguntarle si había habitaciones libres en uno de sus hoteles. Los empleados vigilarían a los niños, él podría trabajar y sería un buen modo de acabar con aquello.

Pero, si lo hacía, los niños se criarían como salvajes que aterrorizarían a personas inocentes hasta que un día acabarían en un lugar mucho peor que la academia militar.

Aquella idea fue como un jarro de agua fría, que lo obligó a controlarse. Respiró hondo y se esforzó por pensar racionalmente en la situación.

En cuanto lo hubo hecho, comprendió que aquel último desastre no era tan malo. Después de todo, la señora Rosencrantz, su ama de llaves, volvería de sus vacaciones dos semanas y media más tarde. Aunque no tenía mucha experiencia en llevar una casa, no podía ser muy distinto a llevar un negocio, y eso era algo que él hacía con maestría.

Lo primero que tenía que hacer era organizarse, algo con lo que podía empezar de inmediato. Echó otro vistazo a su alrededor. Lo más urgente era limpiar la cocina. A continuación, tendrían que comprar comida.

Alex eligió aquel momento para entrar allí, seguido de sus dos hermanos. Los tres niños se subieron de inmediato a sus taburetes.

***: Buenos días, papá -murmuraron, bostezando todavía-.

Zac: Buenos días.

Empezó a llenar el fregadero con agua caliente, pero se detuvo para mirarlos.

Si actuaba con inteligencia, podría aprovechar la marcha de la señora Claus en provecho propio. Su ausencia le daría muchas oportunidades de enseñar responsabilidad a los niños y le demostraría a Vanessa que sabía lo que hacía.

Zac: Me alegro de que estéis levantados -dijo con decisión-. Tenemos mucho que hacer hoy.

Mike: ¿Nos vas a llevar a dar un paseo en barco?

Alex: Podría venir también Vanessa -añadió-. Entiende mucho de barcos.

Zac: No. Se trata de otra cosa. La señora Claus no va a venir, así que tendremos que arreglarnos solos. Empezaremos por limpiar la cocina y luego iremos a la tienda a comprar comida.

David: Vale.

Mike y Alex, sin embargo, lo miraron con desmayo.

Alex: ¿Ahora? Pero si acabamos de levantarnos.

Mike: Todavía no hemos desayunado -protestó-.

Alex: Sí -asintió-. Cuando estaba Vanessa aquí, siempre nos preparaba el desayuno y nos llevaba a sitios. A la playa a volar cometas o al aeropuerto a ver despegar y aterrizar los aviones.

Zac entrecerró los ojos.

Zac: Pues yo os llevaré a la tienda. En cuanto al desayuno…

Se interrumpió. Sabía de sobra que en la casa no había huevos ni fruta ni una caja de cereales.

Pero se negó a admitir su derrota. Pensó un segundo, cogió tres platos y sacó del frigorífico los trozos de pizza que les habían sobrado en la pizzería dos días atrás. Colocó uno en cada plato.

Zac: Ya está -musitó-.

Mike: Estupendo -comentó sorprendido-.

David asintió y Alex pareció impresionado.

Zac sintió una punzada de placer, lo cual ayudó a subirle la moral durante las dos horas y media siguientes, que fue el tiempo que tardaron los niños en terminar el desayuno, vestirse, hacer las camas y ayudarle a limpiar la cocina, una tarea que podía haber hecho solo en veinticinco minutos.

Al final, sin embargo, los mostradores estuvieron limpios y ordenados, el suelo brillante y las especias habían vuelto a su estante. Zac metió el último tazón sucio en el lavavajillas y se secó las manos. Miró a sus ayudantes.

Zac: Buen trabajo. Ahora lo único que falta es echar el jabón.

Alex: ¿Puedo hacerlo yo? Por favor. He visto a la señora Rosencrantz un millón de veces.

Zac: Muy bien. Mientras tanto, voy a cambiarme de camisa.

Subió las escaleras de dos en dos, animado por el modo en que había transcurrido la mañana. No era tan difícil, después de todo.

Cuando volvió abajo, descubrió que los niños lo esperaban fuera. Cerró la casa y metió a todos en el coche, que había sido reparado aquella mañana temprano.

Después de una parada en la hamburguesería, llegaron a la una y media al supermercado. Zac metió a los niños en la tienda, les recomendó que no se alejaran, cogió un carrito y metió los cereales, la leche y el queso antes de dirigirse a la sección de comida congelada.

Hacía mucho tiempo que no iba de compras personalmente y le sorprendió la variedad de selecciones que encontró. Miró admirado las hileras de comidas preparadas, que incluían todo lo que pudiera imaginar. Había hasta desayunos, que constaban de huevos, tortitas y salchichas empaquetados en cajas pequeñas que se calentaban en el microondas. En lo referente a las comidas, las dos semanas siguientes serían coser y cantar.

Alex tiró de la manga de su camisa.

Alex: ¿Papá?

Zac: ¿Sí?

Alex: ¿Podemos ir a ver el tanque de las langostas vivas?

Zac miró en la dirección que señalaba su hijo y asintió.

Zac: Sí, pero no toquéis nada.

Alex: Vale.

Se alejaron los tres corriendo y el hombre se disponía a meter algunas comidas preparadas en el carro cuando una voz lo detuvo.

*: Ah. Veo que ahora se interesa por la nutrición.

Reconoció la voz de Vanessa y se puso tenso en el acto. Soltó las comidas en el carrito y se volvió hacia ella.

Zac: ¿Qué hace usted aquí?

La mujer abrió mucho los ojos.

Ness: No llego tarde, ¿verdad?

Llevaba unos pantalones cortos blancos, una blusa color melocotón y unas sandalias. Zac sintió una oleada de calor.

Zac: ¿Tarde para qué?

Vanessa lo miró con curiosidad.

Ness: Para que me lleven a casa. Alex me ha dicho…

Zac: Espere un momento. ¿Alex la ha llamado? ¿Cuándo?

Ness: Hace una hora.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Para preguntarme si necesitaba algo del supermercado. Le he explicado que iba a traer mi coche al taller. Me ha dicho que esperara un momento y después ha dicho que usted estaría encantado de llevarme a casa. ¿No se lo ha preguntado a usted?

Zac negó con la cabeza y la joven comenzó a alejarse.

Ness: No se preocupe. Estoy segura de que uno de los empleados del taller podrá llevarme.

La mirada del hombre pasó de sus ojos a sus labios sensuales. Él también estaba seguro de ello.

Zac: Olvídelo.

Vanessa se detuvo, sorprendida.

Ness; ¿Qué?

Zac: La verja está cerrada; no podría pasar. Además, no es ninguna molestia.

Ness: Gracias.

Zac: De nada. No tiene importancia.

Sus ojos se encontraron. Un ligero rubor tiñó las mejillas de Vanessa, que se apresuró a apartar la vista.

Ness: Alex me ha dicho que la señora Claus los ha dejado en la estacada. Parece que no va a volver.

Zac cogió otro montón de comidas.

Zac: Sí.

Ness: Tengo que admitir que me ha sorprendido que me dijera que venían de compras. Casi esperaba que hiciera las maletas y se llevara a los niños a uno de sus hoteles.

El hombre la miró sobresaltado. ¿Acaso era adivina?

Zac: ¿No se ha enterado? El mundo ha cambiado mucho desde que éramos niños. Ahora las mujeres pueden ser intrépidas reporteras y los hombres pueden hacer de madre.

La joven sonrió.

Ness: Estoy segura de que mi padre no ha visto nunca un supermercado por dentro.

Zac: No es un hombre de su casa, ¿eh?

Ness: En absoluto.

Algo en el tono de ella le llamó la atención.

Zac: ¿Es un aventurero como usted?

Ness: Nada de eso. Apenas si se acuerda de comer y mucho menos de comprar. Es un investigador genético, el típico científico despistado. No recuerda nunca un cumpleaños ni una fiesta, pero puede hablar días enteros sobre la secuencia del A.D.N.

Zac no supo qué decir, así que optó por lo más obvio.

Zac: Debe ser duro para su madre.

Ness: No lo creo -repuso con sequedad-. Ella también es especialista en genética y está tan absorta en su trabajo como él. Les encanta contar que querían llamarme Teresa, pero se distrajeron cuando le estaban contando a la enfermera cómo se deletreaba mi nombre. Mi madre le preguntó a mi padre por qué creía que había fallado uno de sus experimentos y los dos se olvidaron de la enfermera. Así fue como terminé llamándome Vanessa -movió la cabeza-. Los quiero mucho a los dos, pero están obsesionados con su trabajo.

Zac guardó silencio. Nunca se hubiera imaginado a la joven con una familia así.

Zac: ¿Y quién la crió?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Amas de llaves, niñeras, profesoras, los amigos de mis padres. En cuanto pasé de los diez años, se puede decir que me crié sola.

Zac: ¿No tiene hermanos ni hermanas?

Ness: No. Creo que ésa es una de las razones por las que disfruto tanto con la compañía de sus hijos. No siempre se llevan bien, pero se defienden mutuamente y eso es muy bonito -miró a su alrededor-. ¿Dónde están ahora?

Zac señaló la sección de mariscos.

Zac: Están allí mirando las langostas.

Ness: ¿Solos?

Vanessa se volvió y Zac se encontró mirando la curva de su trasero.

Zac: Sí, solos -volvió su atención a los niños-. Y no diga nada. Puedo verlos desde aquí y están bien. Por una vez hacen lo que les he dicho y no están tocando nada. ¿Lo ve? David está allí, al lado de la salsa de cangrejos. Y Alex está hablando con Mike que… ¿qué diablos hace Mike?

Ness: Parece que… ¡Oh, Dios mío! Creo que está quitando el tapón del tanque.

La joven echó a correr. Zac se quedó inmóvil un segundo antes de entrar también en acción. No tardó en adelantarla.

Zac: ¡Michael! -gritó-. ¡No toques eso!

La advertencia llegó demasiado tarde. El agua comenzó a caer por el agujero abierto. Zac frenó su carrera, resbaló en el suelo de linóleo y salió disparado contra el tanque, adonde llegó justo a tiempo de recibir toda la fuerza del chorro en la cara.


En el camino de regreso a casa, nadie abrió la boca. Lo cual fue muy inteligente por parte de todos, ya que Zac estaba furioso y no se molestaba en ocultarlo.

Por supuesto, tenía buenas razones para ello. Además de estar empapado de la cabeza a los pies y de oler a pescado, la travesura de Mike le había costado 400 dólares en daños.

Por si fuera poco, cuando le preguntó al niño por qué había hecho una cosa así, el pequeño se limitó a responder:

Mike: Porque me lo ha dicho Alex.

Se volvió hacia su hijo mayor, que lo miró con aire inocente.

Alex: Bueno, solo quería saber si podía salir toda esa agua por un agujero tan pequeño.

Y aquello no era lo peor. Lo peor con mucho, era que Zac había olvidado su libro de cheques en la casa, con lo que, aunque llevaba dinero suficiente para la comida, se había visto obligado a pedir prestado el resto a la mujer que iba sentada a su lado.

La mujer que no dejaba de fruncir los labios mientras miraba por la ventanilla. La misma que, cuando le tendió los cuatrocientos dólares en la tienda, se mordió el labio inferior para contener la risa. La que dijo:

Ness: Vaya, tiene usted suerte. Normalmente no llevo tanto dinero encima.

Entonces fue cuando Zac comprendió que le estaba prestando el mismo dinero que le dio él el día que se conocieron.

Conducía con la mirada fija en la carretera cuando sintió una punzada de algo que no podía definir como rabia. Empezaba a encontrar también divertido lo absurdo del incidente.

Pero no estaba dispuesto a admitirlo. No quería ni imaginar lo que harían a continuación los niños si pensaban que no estaba enfadado con su comportamiento. Siguió conduciendo en silencio hasta que hubo parado el coche delante de la casa.

Zac: Si no le importa a nadie -dijo con frialdad-. Me gustaría cambiarme de ropa ahora mismo.

Ness: ¿Qué hacemos con la comida?

El hombre le lanzó una mirada amarga.

Zac: Déme un minuto y volveré a descargarla.

La joven se aclaró las garganta.

Ness: Buena idea. Yo vigilaré a los niños.

Zac: Buena suerte -musitó-.

Vanessa lo observó abrir la puerta de atrás, sorprendida por aquella muestra repentina de humor y admirada por el modo en que se había comportado aquel día.

A pesar de su furia con el incidente, no gritó ni insultó a los niños. De hecho, en cuanto se hubo asegurado de que todos estaban bien, se mostró muy educado, tanto con el encargado como con los demás empleados del supermercado. No protestó por el dinero ni intentó culpar a nadie más de la travesura de Mike. Supo estar a la altura de las circunstancias y Vanessa tenía que admitir que la había impresionado.

Le sorprendió también lo fácil que le resultó hablar con él. No solía ir por ahí contando a la gente detalles sobre su infancia, pero con él le habían salido con facilidad.

Alex: ¿Vanessa?

Se volvió a mirar a Alex y sus hermanos.

Ness: ¿Sí?

Alex: ¿Crees que papá nos perdonará alguna vez?

La mujer reprimió una sonrisa.

Ness: Claro que sí. Aunque lo que habéis hecho era una estupidez -intentó mostrarse severa-. Podríais haber lastimado a alguien.

Alex asintió.

Alex: A papá ha faltado poco -la miró-. Se está esforzando mucho por cuidar bien de nosotros, pero no es fácil, porque está solo. Creo que por eso estaba ayer tan triste cuando salimos de la piscina.

Ness: ¿Estaba triste?

Mike: ¿Estaba triste? -repitió. Alex lanzó una mirada de advertencia a su hermano-. Ah, sí -se apresuró a rectificar-. Estaba muy triste.

Alex: Así es -prosiguió-. Muy triste. El tío Andrew dice que, desde que mamá se fue al cielo, papá ha estado muy solo y que necesita a alguien que…

Zac: ¡Alex!

Los cuatro se sobresaltaron al oír la voz de Zac.

Alex: ¡Oh, oh! -dijo con aprensión-. Me pregunto qué pasará ahora.

Ness: Quedaos aquí; voy a descubrirlo -se ofreció. Corrió hacia la puerta trasera, que conducía a la cocina-. ¿Qué pasa, Zac?

Dio un respingo al ver el suelo de la estancia lleno de burbujas de jabón. Pero no fue eso lo que la paralizó, sino el descubrimiento de que él se había quitado ya la mayor parte de la ropa mojada.

Vanessa sabía que mirar con fijeza es de mala educación, pero no pudo evitarlo.

Recorrió su cuerpo con la mirada y decidió que había una diferencia clara entre el aspecto de un hombre en bañador y el aspecto que tenía ataviado con calzoncillos cortos mojados. Para empezar, la seda de aquella prenda se le pegaba al cuerpo como si fuera plástico y, además, resultaban casi transparentes.

Zac debió pensar lo mismo, ya que emitió un sonido ahogado, cogió sus pantalones y los sujetó delante de él a modo de escudo.

Zac: ¿Qué diablos hace usted aquí?

Ness: He venido a ayudar.

Zac: ¿Sí? Pues no necesito ayuda.

Ness: Ya lo veo.

Zac enarcó una ceja.

Zac: ¿Qué quiere decir con eso?

Ness: Nada. He entrado aquí y he visto… ah…

Zac: No puedo creerlo -para sorpresa de ella, arrojó a un lado los pantalones-. ¿Quiere mirar? Mire todo lo que quiera. Y si tanto le gusta eso, ¿qué le parece esto?

Se acercó a ella en dos zancadas, la cogió en sus brazos y la besó en la boca.

A Vanessa le pareció divino. Levantó las manos, le cogió los hombros y se apretó contra él.

Una ola de placer la envolvió; recorrió sus venas como un cartucho de dinamita que hiciera estallar sus inhibiciones. No solo abrió la boca para dejar paso a la lengua de él sino que se aplastó contra su cuerpo, regodeándose al comprobar que él también se había excitado.

Zac se quedó un segundo inmóvil, como sorprendido por la respuesta de ella. Luego la apretó con fuerza y profundizó en el beso, al tiempo que empezaba a acariciarle la curva del trasero.

Fue la sensación más erótica que ella había experimentado jamás. Lanzó un gemido.

Y de pronto, él la soltó y ella, que no estaba preparada, se tambaleó.

Zac tendió la mano y la cogió por el codo para ayudarla a recuperar el equilibrio.

Zac: Maldición. No sé lo que me ha pasado. Supongo que es todo esto -señaló el suelo-. Mira cómo está la cocina.

Vanessa contempló su hermosa espalda. Trató de buscar alguna palabra de consuelo, aunque se sentía bastante confusa.

Ness: Bueno -murmuró al fin-. Míralo por el lado bueno. Ya no necesitas ducharte.


A pesar de la observación de Vanessa, Zac sí se duchó.

Después se afeitó, se secó el pelo, se cortó las uñas y se lavó los dientes antes de ponerse unos pantalones color caqui y una camiseta polo amarillo claro.

Una vez vestido, arregló su cama y colocó los zapatos en el armario. Luego cogió una toalla y limpió el polvo de las mesillas de noche y de la cómoda.

Cuando hubo terminado, entró en el cuarto de baño a mirarse en el espejo.

Se dijo que aquello era una estupidez. Era ya muy mayor para sentirse avergonzado por lo ocurrido. Además, no tenía intención de seguir por aquel camino con Vanessa. Después de todo, tenía por norma no mezclar el sexo con su vida familiar, y, le gustara o no, la amistad de la joven con su hermano y con sus hijos la colocaba en el círculo familiar.

Entonces, ¿por qué seguía allí arriba como un cobarde?

Enderezó los hombros y se dirigió a la puerta.

No sabía lo que esperaba encontrarse al entrar en la cocina, pero no era lo que se encontró. El suelo estaba seco, la comida guardada y el lavavajillas vacío. Los niños estaban sentados pacíficamente en el mostrador dibujando.

Y solos.

Zac: ¿Dónde está Vanessa?

Alex levantó la vista de su folio.

Alex: Se ha ido a casa. Te ha dejado una nota.

Señaló una hoja de papel que había en el mostrador.

Zac se acercó a cogerla.

Zac, gracias por traerme a casa. Lamento las molestias. Los niños tenían hambre, así que he metido una cazuela en el horno. Espero que no te importe.

Vanessa.

¡Vaya! La mujer maravillosa había vuelto a las andadas. ¿Y no era una lástima que se hubiera marchado antes de tener ocasión de mostrarle lo poco que le había afectado lo ocurrido antes?

Sí que lo era.

Movió la cabeza y decidió mirar las cosas por el lado bueno. Al menos, disfrutaría de una cena casera. El aroma que salía del horno resultaba muy seductor.

Zac: ¿Ha dicho lo que ha preparado para cenar?

Alex cogió un lápiz y volvió a concentrarse en su trabajo.

Alex: Sí. Pescado.

Zac perdió el apetito.




Esta claro que Vanessa hace mucha falta en esa casa. Ya pronto Zac se dará cuenta.

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lunes, 23 de noviembre de 2015

Capítulo 5


Vanessa estaba soñando. Lo sabía, pero no le importaba.

Tendida en una tumbona al lado de la piscina, dejó que la imagen de Zac la envolviera.

Zac: Te deseo -murmuró con ojos apasionados-.

Comenzó a acariciarla y ella gimió de placer.

En aquel momento, algo se interpuso en su sueño; le pareció oír voces y abrió los ojos con un suspiro. Tres rostros pequeños la miraban fijamente. Dio un respingo y se incorporó en el acto.

Los niños se echaron a reír.

Alex: Eh, Vanessa. Somos nosotros. ¿Te hemos asustado?

La joven respiró hondo y sonrió.

Ness: Desde luego que sí.

Alex: ¿De verdad? -sonrió-.

Ness: Mucho. -Ajustó la tumbona para poner el respaldo en posición más vertical-. ¿Qué hacéis aquí? ¿Habéis encontrado una nueva niñera?

El trío negó con la cabeza al unísono.

Alex: No -repuso muy contento-. La señorita Hannigan se ha asustado de David, a la señora Key solo le gustaban los canarios. Papá ha echado de casa a la señorita Marks y la señora Levens ha intentado robarnos. Y luego, cuando papá ha llamado a la agencia, le han dicho que no pueden enviar a nadie más porque nuestra casa es un peligro.

David: Papá ha dicho una palabra fea -añadió-.

Mike: Últimamente lo hace a menudo. ¿Quieres oírla?

Ness: No.

Ya se había hecho una idea de la situación.

Alex echó la cabeza a un lado.

Alex: ¿Tenías una pesadilla?

La joven se ruborizó.

Ness: ¿Por qué lo preguntas?

Mike: Porque hacías unos ruidos muy raros.

Alex: Queríamos despertarte antes -la informó-, pero papá ha dicho que no lo hiciéramos.

Al oír aquello, Vanessa giró la cabeza hacia la derecha y vio a Zac de pie al lado de la caseta del baño.

¡Cielo Santo! Aparte de unas gafas de sol y un minúsculo bañador negro, iba desnudo. Recorrió su cuerpo con la vista hasta llegar a su rostro. El hombre tenía el ceño fruncido.

Zac: Creí que os había dicho que no despertarais a la señorita Hudgens.

Alex: No lo hemos hecho -protestó-.

Mike: Solo queríamos asegurarnos de que estaba bien -corroboró-.

Alex: Hacía unos ruidos muy raros -comenzó a explicarle-.

Ness: Me he despertado sola -lo interrumpió-. No me han molestado, se lo aseguro.

Zac: Me alegro.

El hombre dio un paso hacia adelante y los niños echaron a correr.

Alex: Ahora que estás aquí tú para vigilar, ¿podemos volver al agua? -preguntó corriendo hacia la piscina-.

Zac: Sí -repuso tenso-. Podéis ir -pasó al lado de Vanessa y se sentó en una de las sillas agrupadas en torno a una mesa con sombrilla, a poca distancia de la joven-. Pero portaos bien.

Miró a Vanessa y la joven se estremeció al notar sus ojos sobre su piel. Zac señaló la lata de refresco que llevaba en la mano.

Zac: ¿Quiere una?

Ness: No -repuso con voz ronca-. No, gracias.

Zac colocó los pies en otra silla, abrió la lata de Coca Cola y tomó un trago.

En la piscina, Mike se subió sobre los hombros de Alex y los dos la saludaron con la mano.

Vanessa soltó una carcajada y les devolvió el saludo.

Ness: Tiene suerte -le dijo a Zac-. Son unos niños fantásticos.

El hombre hizo una mueca.

Zac: A menos que cometa usted el error de querer ser su niñera. Entonces se vuelven locos.

Ness: ¿Ha sido un día duro?

Zac: Podríamos decir que sí.

Ness: Los niños me han dicho que no ha encontrado a la persona adecuada.

Zac guardó silencio tanto rato, que Vanessa creyó que no iba a contestarle. Pero entonces, él suspiró y la miró por encima de sus gafas.

Zac: No es cierto. Aparte de la señorita Marks, las demás no estaban tan mal. Claro que nunca lo sabré de cierto, ya que una se marchó convencida de que tengo un hijo pirómano, otra cree que mi casa está plagada de murciélagos y a la tercera le tiraron un cubo de hormigas encima.

Vanessa se mordió el labio inferior. Estaba segura de que a él no le gustaría que se echara a reír.

Ness: Tengo entendido que la última tenía además algunos problemas.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Habría dado igual que fuera la Madre Teresa. Los niños le tiraron las hormigas antes de que supiéramos que era cleptómana. No se puede confiar en ellos.

Ness: A lo mejor es que no ha encontrado a la persona idónea.

El hombre negó con la cabeza.

Zac: No creo que sea eso. En el último año y medio hemos tenido diez niñeras. No, el problema son ellos.

A lo lejos, Alex, fuera del campo de visión de su padre, salió de la piscina y se acercó al jardín que la rodeaba, donde arrancó los capullos de unas petunias, dejando detrás solo los tallos.

Zac, ignorante de lo que acababa de hacer su hijo, siguió desahogándose.

Zac: Son caprichosos, desobedientes y no sienten ningún respeto por la autoridad.

Vanessa lo miró con incredulidad. En su opinión eran unos niños imaginativos, listos y desesperados por atraer la atención de su padre. Le resultaba tan evidente que no comprendía cómo él no se daba cuenta.

Alex miró en dirección a su padre y arrojó las flores al agua.

Alex: Vamos a jugar a los hombres X -propuso-. Esto será nuestra munición.

Cogió un puñado de flores mojadas y las lanzó contra su hermano pequeño. David le disparó a su vez. Mike entró en la batalla y los tres niños se echaron a reír.

Zac: No necesitan una niñera -concluyó-. Necesitan un carcelero.

Vanessa decidió que no necesitaban una niñera sino un padre. ¿Habría algún modo de conseguir que Zac se portara como tal? No lo sabía, pero estaba dispuesta a intentarlo.

Se volvió pensativa hacia él.

Ness: ¿Sabe? -dijo, eligiendo con cuidado sus palabras-. Tiene algo de razón. No sabía que habían tenido tantas niñeras. ¿Ha dicho diez?

Zac: Así es.

La joven movió la cabeza.

Ness: Eso es terrible. ¿Sabe ya lo que va a hacer?

El hombre se encogió de hombros.

Zac: No lo he decidido todavía.

Vanessa apoyó la barbilla en su mano.

Ness: ¿Ha pensado usted en un internado?

Zac: ¿Un internado?

Ness: En la costa este hay varias academias militares excelentes. Cuando empezaba, hice unos artículos sobre ellas. Una en especial, Markhurst, era sensacional. Si quiere, puedo llamar al comandante.

Zac: Creo que no.

Ness: Tal vez fuera la solución ideal. Dios sabe que el comandante Kreig sabría inculcarles disciplina. Uno o dos años de obedecer órdenes e inspecciones diarias les vendrían muy bien.

Zac: ¡Cielo Santo! David solo tiene cuatro años -la miró con incredulidad-. No habla usted en serio, ¿verdad?

Ness: Eh, solo era una sugerencia. No se ponga así. En realidad, yo nunca he tenido ningún problema con los niños. A decir verdad, cuando yo estaba, todo iba bien -hizo una pausa y añadió pensativa-. Los niños perciben cuándo uno se siente seguro de su autoridad.

Hubo una pausa.

Zac: ¿Insinúa usted que yo no lo estoy?

Ness: Claro que no -se disculpó mentalmente con los niños por lo que estaba a punto de hacer-. Aunque tienden a ignorar lo que les dicen, ¿verdad? Y pueden ser algo gamberros.

Zac: ¿Y qué quiere decir exactamente con eso? -preguntó con fiereza, como un león que defendiera a sus cachorros-.

Ness: Bueno… -se mordió el labio inferior y luego prosiguió de mala gana-: mire lo que están haciendo ahora. Todas esas flores acabarán atorando el filtro.

Zac se puso en pie de un salto.

Zac: ¿Qué diablos? ¡Niños! ¡Dejad eso de inmediato!

Alex, Mike y David se quedaron inmóviles. Habían añadido algunos geranios y botones de oro a su provisión de municiones. Una mezcla de pétalos rojos, amarillos y rosas cubrían el agua, además de su pelo y sus rostros. Los tres miraron a su padre sorprendidos.

Mike: ¿Qué pasa? -preguntó inocente-.

Zac se acercó a ellos con la espalda rígida.

Zac: Sabéis muy bien que no tenéis que meter palos, piedras, hojas ni flores a la piscina.

Alex: Pero es munición -protestó-.

Zac: No me importa lo que sea. Quiero que saquéis todo eso y salgáis de la piscina -cruzó los brazos en torno al pecho y esperó-.

Alex: Pero no hace falta que te pongas así -murmuró-. Si tuviéramos a alguien como Vanessa para cuidarnos, no nos portaríamos así.

A Zac no le gustó aquello. Lo miró con rabia.

Zac: Ya es suficiente.

Alex miró a sus hermanos, se encogió de hombros y comenzó a recoger las flores mojadas. Mike y David lo imitaron y unos minutos después los tres salieron de mala gana de la piscina.

Zac: Coged las toallas y entrad a lavaros a la caseta. Esperadme en la puerta.

Alex: Sí, papá.

Vanessa endureció su corazón al verlos pasar a su lado con la cabeza baja. Aquél no era el momento de ablandarse. Cogió su bolsa de playa, sacó su agenda, un bolígrafo y una libreta y se puso en pie. Se acercó a la mesa y copió un nombre y número de teléfono en una de las hojas de la libreta.

Cuando Zac se acercó a coger sus gafas de sol, le tendió el papel.

Ness: Tome.

El hombre lo cogió con desconfianza.

Zac: ¿Qué es esto?

Ness: El número de la Markhurst.

Zac lo miró un momento y luego lo arrugó.

Zac: No lo necesito -dijo cortante-.

Ness: Pero…

Zac: He decidido aplazar mi viaje. Puede esperar unas semanas, hasta que los niños estén asentados.

Ness: ¿En serio? -preguntó encantada-. ¿Está seguro de que es lo mejor?

Zac: Desde luego. Les enseñaré algunos modales y les recordaré que un mal comportamiento siempre trae repercusiones. Cuando la agencia consiga encontrar al fin una niñera adecuada, estarán preparados.

Ness: Oh, bueno. Si hay algo que yo pueda hacer.

El hombre negó con la cabeza.

Zac: Puedo arreglármelas solo -dijo con decisión-. Disculpe, por favor.

Ness: Oh, desde luego.

Echó a andar hacia la caseta, pero se detuvo después de unos cuantos pasos. Vanessa lo vio vacilar antes de volverse hacia ella.

Zac: Tal vez haya una cosa que puede hacer.

Ness: Lo que usted diga.

Zac: ¿Sabe usted por casualidad si los gatos tienen ombligo?

Vanessa abrió mucho la boca.

Ness: Claro que tienen -repuso automáticamente-. Son mamíferos. No les vemos el ombligo a causa del pelo.

Zac: Gracias.

Sin añadir ninguna explicación, se volvió y entró en la caseta.

Vanessa se quedó mirando la puerta por la que había desaparecido. Era un hombre estirado, autoritario y muy difícil de comprender.

Entonces, ¿por qué deseaba ella conocerlo mejor y de un modo que no tenía nada que ver con los niños y sí mucho con el hombre?

¿Era porque siempre le gustaban los retos? ¿O porque enfrentarse a él le hacía sentirse más viva de lo que se había sentido en mucho tiempo?

¿O quizá se debía solo a esa maldita atracción física?

Después de todo, el hombre tenía un cuerpo sensacional.

Lanzó un gemido, se acercó a la piscina y se lanzó al agua.


Alex: ¿Tú vas a cuidar de nosotros? -preguntó incrédulo-.

Los cuatro Efron estaban sentados en torno a la mesa del comedor pequeño, situado al lado de la cocina. Zac había probado de nuevo a hacer sándwiches tostados de queso, aquella vez con éxito. Esperó al final de la comida para anunciarles su decisión. Tenía la vaga idea de que los niños podían emocionarse tanto con su anuncio, que quizá no fueran capaces de comer si se lo decía antes.

Pero no tenía por qué haberse preocupado. Al menos, en lo referente a Alex. Aunque su hijo mayor no parecía precisamente descontento, estaba muy lejos de parecer entusiasmado. Se había quedado pensativo.

Alex: ¿De verdad vas a quedarte con nosotros?

Zac: Así es. Me he dado cuenta de que hace mucho que no pasamos tiempo juntos.

Mike: Nunca hemos pasado tiempo juntos.

Zac lo miró sorprendido por su declaración.

Zac: Eso no es cierto. ¿Qué me dices del viaje que hicimos a Disneylandia en Navidad?

Alex: Pero fue la señora Barnale la que nos llevo a ver a Mickey Mouse y las demás cosas -señaló-. Tú te quedaste en el hotel a trabajar.

Zac: Se llamaba Barnstable -murmuró. Levantó la voz-. Y lo importante no es lo que haya ocurrido en el pasado, sino que ahora sí vamos a pasar tiempo juntos. Será divertido.

Pensó para sus adentros que, además, les serviría para aprender unas cuantas cosas, pero no lo dijo. También quería demostrarle algunas cosas a Vanessa Hudgens.

Cuando pensaba en su último encuentro con ella, se ponía tenso. Ya había sido bastante malo encontrársela allí, vestida solo con un minúsculo traje de baño. No quiso mirarla, pero, allí dormida, parecía joven y muy vulnerable. Aun así, se disponía a alejarse cuando percibió algo curioso en la respiración de ella.

Dios sabía que no había tenido intención de presenciar el modo en que se estiraba ni observar la sonrisa de placer que entreabría sus labios.

Pero lo había visto y había tenido que pagar las consecuencias. Necesitó nadar un rato y una ducha fría para librarse del deseo que lo embargó al verla.

¿Y qué había hecho después ella?

Ni gritó a los niños por despertarla, ni pareció avergonzarse de que la sorprendieran durmiendo en su piscina ni hizo o dijo nada que sugiriera que aquella terrible atracción física que sentía él pudiera ser mutua.

En lugar de eso, le sugirió que era más capaz que él de cuidar a sus hijos.

Pues le demostraría que no era así.

Alex: ¿Papá?

Zac: ¿Qué, Alex?

Alex: Estarás aquí para mi cumpleaños, ¿verdad?

Zac pensó en la fecha y vio que faltaban tres semanas. Supuso que su viaje podría esperar hasta entonces. Recordó, además, lo mucho que le gustaba cumplir años de niño; no podía perderse el de sus hijos.

Zac: Por supuesto.

Alex: Perfecto. ¿Puedo retirarme?

Mike: ¿Yo también? -pidió-.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Desde luego.

Mike: ¡Estupendo!

Los dos se alejaron corriendo.

Solo David se quedó detrás. Se levantó de su silla y se acercó a él.

David: ¿Papá?

Zac: ¿Qué quieres, David?

El niño dobló un dedo para indicarle que bajara la cabeza.

Zac obedeció, asumiendo que querría hablarle al oído como otras veces.

David lo besó en la mejilla.

David: Me alegro de que vayas a ser nuestra nueva niñera -dijo con timidez-.

Salió de la estancia y Zac miró la puerta vacía con el corazón galopante. Todo el valor de que había hecho gala desde que tomara aquella decisión lo abandonó de repente.

Cielo Santo. ¿Qué diablos acababa de hacer?




Qué mono Zac que va a cuidar de sus hijos. ¡Como debe ser! Aunque es un poco tonto no sabiendo que los gatos tienen ombligo. ¡Por Dios santo! Si Vanessa lo encontraba atractivo, se va a echar para atrás porque va a decir: ¡qué hombre más tonto! XD

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viernes, 20 de noviembre de 2015

Capítulo 4


Alex: Ha sido muy divertido -se rió cuando Zac lo arropó en su cama-. Has saltado como un cohete.

Zac: Me alegro de que te haya parecido gracioso.

Solo deseaba irse a la cama. David y Mike estaban ya durmiendo. Lo único que lo separaba del anhelado descanso era Alex, que parecía muy animado y dispuesto a charlar largo rato.

Alex: Papá, ¿crees que los gatos tienen ombligo?

Zac se enderezó y se quedó mirando a su hijo.

Alex: ¿Tienen o no? -repitió-.

El hombre se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que pensaba su hijo. Una sospecha cruzó por su mente. Después de la cena, recorrió el zoo familiar, que no había dejado de crecer durante su ausencia. Había un hámster, un periquito, cinco peces tropicales, el ratón Brutus, un lagarto, una serpiente, un murciélago herido que los niños aseguraban estar curando y las famosas Ike y Spike, que resultaron ser un par de tarántulas. Pero no recordaba ningún gato.

Zac: ¿Por qué lo quieres saber? No tenemos uno, ¿verdad?

Alex sonrió y negó con la cabeza.

Alex: No. Solo es curiosidad.

Zac, aliviado, comenzó a recoger la ropa tirada por el suelo.

Alex: ¿Papá?

Zac: ¿Sí?

Alex: ¿Tú querías a mamá?

El cambio de tema lo cogió desprevenido.

Zac: ¿Qué?

Alex: ¿Querías a mamá?

Zac: Sí, mucho.

Alex: ¿Crees que era bonita?

Zac: Creo que era muy guapa.

Había conocido a Allison en la universidad: una chica rubia de ojos azules, voz suave y buen corazón, tan delicada como una princesa de cuento de hadas. Se enamoró de ella la primera vez que la vio.

Alex: ¿Te gustaba estar casado?

Zac: Sí.

Se inclinó para coger un calcetín. Miró a su alrededor, pero no vio el otro.

Alex: Y eso significa que te gustaría volver a casarte, ¿verdad?

Zac: Tal vez.

Pero no era probable. Zac no olvidaría nunca lo que sintió después de la muerte de Allison, como si alguien le hubiera metido una mano por la garganta para arrancarle el corazón. No olvidaría tampoco el miedo, la confusión y la tristeza de los rostros de sus hijos. No tenía intención de volver a sentirse nunca tan vulnerable.

Zac: No es tan fácil, Alex -añadió-. Tendría que conocer a la mujer adecuada y ella tendría que ser muy especial.

El niño pensó un momento en aquello.

Alex: Vanessa es especial -dijo al fin-. Y también es guapa. ¿A ti no te lo parece?

Zac recordó el momento de la cena en que le cogió la mano a la joven. La suavidad de su piel, los frágiles huesos de debajo, la delicadeza de sus dedos comparados con los de él. Recordó también cómo le latió el pulso y el rubor que se extendió por el rostro de ella cuando se miraron.

Alex: ¿Y bien? -insistió-. ¿No te parece guapa?

Zac: Desde luego. Es hora de dormir -dijo con firmeza-.

Alex: Pero no estoy cansado.

Zac: Pues yo sí.

Alex: Vale. Solo una pregunta más. No te irás en una temporada, ¿verdad?

Zac suspiró.

Zac: Me temo que sí, Alex.

El niño se incorporó en el acto.

Alex: Pero no puedes. ¿Quién va a cuidar de nosotros?

Zac: La señora Layman me enviará algunas mujeres para entrevistarlas mañana.

Alex: Pero nosotros no queremos otra niñera estúpida. Son espantosas.

Zac: Escucha -lo interrumpió-. Hablaremos de eso mañana, ¿vale?

El niño se dejó caer de nuevo sobre la cama.

Alex: ¿Me lo prometes?

Zac: Te lo prometo.

Alex: ¿Papá?

Zac: ¿Qué?

Alex: No te preocupes por no saber lo del gato. Se lo preguntaré a Vanessa. Ella lo sabe todo.

Zac suspiró.

Zac: De acuerdo -dijo, dirigiéndose hacia la puerta-.

Alex: ¿Papá?

El hombre se volvió.

Zac: ¿Qué quieres ahora?

Alex: Me alegro de que estés en casa. Te he echado de menos.

Sonrió con dulzura y cerró los ojos.

A Zac le dio un vuelco el corazón.

Zac: Yo también te he echado de menos, hijo -apagó la luz-. Buenas noches.

Alex esperó hasta que oyó perderse sus pasos en la distancia. Luego salió de la cama, se acercó a la puerta y escuchó. Fue hasta su mesa y encendió la lámpara pequeña que había sobre ella. Cogió su grabadora y la puso en marcha.

Alex: Probando, probando -susurró-. Microcasete número dos.

Carraspeó, pensó un momento y comenzó a hablar.

Hola, tío Andrew, soy yo otra vez. Alex. Solo quiero decirte que papá ha vuelto a casa por fin y ha conocido a Vanessa. Todo va bien, aunque las cosas no han salido como yo las había planeado.

Pero es que papá no llamó como tenía que haber hecho y Vanessa se cayó por el tubo de la cesta de la ropa y vinieron los bomberos y papá estaba raro. Pero después de que yo le contara lo fantástica que es Vanessa, se alegró tanto que le dio quinientos dólares por haber cuidado tan bien de nosotros. No solo eso, sino que Vanessa, él, los niños y yo hemos salido juntos esta noche por primera vez. Papá y ella se han sentado juntos y papá cree que es guapa. El único problema es que tiene que marcharse otra vez de viaje, así que ha pensado buscarnos otra niñera.

Pero no quiero que te preocupes por eso, porque he pensado en ello y tengo un plan. Lo único que tengo que hacer es asegurarme de que nadie más quiera el empleo y papá le pedirá a Vanessa que lo haga ella y así descubrirá que es la mujer perfecta para nosotros. Sencillo, ¿eh? No creo que nada salga mal. Alex Efron, tu sobrino favorito, se despide por ahora.

Oh, P.D. Te envío nueve dólares con cuarenta centavos para que me compres un anillo grande de diamantes y lo envíes lo antes posible. Gracias.

Alex apagó la grabadora con una mueca de satisfacción. Rebobinó la cinta, la sacó y la metió en un sobre en el que había escrito ya la dirección. Añadió el dinero, chupó el sobre y lo colocó de pie sobre la mesa para asegurarse de que no se olvidaría de echarlo al correo a la mañana siguiente. Luego apagó la luz y se metió en la cama.

Sí. Ya solo le faltaba resolver el problema de la niñera para poder concentrar toda su atención en la «Operación Mamá».

Se quedó dormido sonriendo.


Alex: Todavía no comprendo por qué tenemos que tener una estúpida niñera -dijo a la mañana siguiente, por centésima vez-.

Sus hermanos y él estaban sentados en la sala de estar, amueblada con sofás y sillones blancos, mesas de caoba, macetas de plantas y una alfombra oriental del tamaño de un campo de fútbol.

Estaban ya vestidos y con el rostro y las manos limpias. Sus piernas, demasiado cortas para llegar al suelo, colgaban por el borde del asiento.

Zac: Porque necesitáis a alguien que os cuide -miró su reloj y frunció el ceño-.

Eran las diez y media, lo que significaba que la primera candidata se retrasaba ya quince minutos.

El día empezó a torcerse desde el momento en que se despertó. Después de una noche de poco descanso, en la que no dejó de tener sueños eróticos con Vanessa, consiguió dormirse profundamente poco antes del amanecer.

Cuando abrió los ojos después de las nueve y bajó corriendo, descubrió a los tres niños en la cocina. David había invitado a desayunar a Brutus, pero el animalito se escapó. En la persecución que siguió, los niños tiraron al suelo una lata de harina, los frascos de especias que ocupaban una estantería pequeña y una jarra de zumo de manzana.

Zac se disponía a limpiarlo cuando entró la señora Claus, la sustituía temporal del ama de llaves. Echó un vistazo a aquel lío, dijo que le dolía la cabeza y anunció que se marchaba a casa.

Lo único bueno que había ocurrido fue que la mujer de la agencia se las arregló para conseguir cuatro candidatas para la entrevista. Le aseguró animosa que entre ellas encontraría lo que buscaba, pero Zac no se sentía tan optimista.

Mike: ¿Por qué no puedes cuidarnos tú? -exigió saber-.

Zac: Porque tengo que trabajar.

Alex: ¿Y por qué no puede cuidarnos Vanessa?

Zac: Porque ése no es su trabajo.

Alex: Pero a ella le gustamos.

Zac: Estoy seguro de ello. Pero olvidas que solo estará aquí una temporada corta.

Alex: Pero nosotros queremos que se quede más -replicó testarudo-.

Mike: Y no queremos ninguna niñera estúpida -corroboró-.

Zac: Pues es una lástima, porque sí vais a tener una -se esforzó por reprimir una punzada de remordimientos ante la infelicidad que denotaban las voces de los niños-. Mirad, os prometo que encontraremos a la persona adecuada. -Se acercó a la ventana al oír acercarse un coche-. Allá vamos -dijo, saliendo hacia la puerta principal-. Confiad en mí. Todo saldrá bien.

Alex intercambió una mirada con sus hermanos.

Alex: ¿Ah, sí? -musitó-. Eso ya lo veremos.


La primera candidata era la señorita Hannigan. Tenía poco más de veinte años, cabello castaño rizado y unos ojos azules enormes; estaba delgada como un palillo y parecía bastante tímida.

Zac no tardó en llegar a la conclusión de que carecía de la experiencia suficiente para controlar a los niños. Iba a disculparse cuando, por el rabillo del ojo, vio a Alex empujar a David con el pie.

Un momento después, el más pequeño bajó del sofá y se acercó a su padre.

David: ¿Papá?

Zac: ¿Qué quieres, David?

El niño le hizo señas de que bajara la cabeza para poder hablarle al oído.

David: Tengo que ir al baño.

Zac: ¿Ahora? -El muchachito asintió con solemnidad-. ¿Necesitas ayuda? -El pequeño negó con la cabeza-. Muy bien, pues. Vete.

David salió del cuarto y Zac se volvió hacia la señorita Hannigan.

Zac: Me estaba hablando usted de lo que piensa de la disciplina.

Hannigan: Oh, sí. Creo que si hablamos francamente con los niños sobre su comportamiento negativo…

Alex: ¿Papá?

Zac: Estás interrumpiendo a la señorita Hannigan, Alex.

Alex: Lo siento, pero estoy preocupado por David.

Zac se volvió a mirar a su hijo mayor.

Zac: ¿De verdad?

Alex: Sí -miró con seriedad a la señorita Hannigan-. Mire, es solo un niño pequeño y a veces hace cosas que no debería hacer. Yo soy el mayor, así que intento vigilarlo. Creo que será mejor que vaya a asegurarme de que está bien.

Aquellas palabras, junto con el movimiento que había observado antes, pusieron a Zac en guardia.

Zac: Te diré lo que haremos. Tú te quedas aquí y yo voy a ver a tu hermano.

Alex apretó los labios.

Alex: Pero papá…

Zac: He dicho que iré yo -se puso en pie, satisfecho de sí mismo-. Tú quédate con la señorita Hannigan y sé amable con ella; ahora mismo vuelvo.

Alex pareció triste, pero resignado.

Alex: Sí, papá.

Zac visitó los cuatro cuartos de baño del piso bajo antes de localizar a David en el último. El niño estaba de pie delante del espejo.

Zac: ¿Qué haces?

El pequeño se ruborizó.

David: Nada -dijo con rapidez-.

Zac observó su reflejo en el espejo y frunció el ceño al notar que uno de los lados de la cabeza del niño parecía distinto al otro. Se acercó a él y se tranquilizó al ver la causa del problema. El pequeño se había echado casi un tubo entero de gomina en uno de los lados del pelo.

Zac: Es un peinado muy interesante -musitó-.

David: Solo quería probarlo -le explicó tembloroso-. Y ahora se me ha atascado el peine.

Volvió la cabeza y Zac vio que había un peine atascado detrás de la oreja el niño.

Zac: No importa -cogió una toalla y subió a David al mostrador-. Un poco de agua y estarás como nuevo.

Le lavó la gomina y no tardó en solucionar el problema y reunirse con los demás.

En cuanto entraron en la sala, la señorita Hannigan se volvió hacia ellos preocupada.

Hannigan: ¿Todo va bien?

Zac se quedó un poco sorprendido por aquella reacción.

Zac: Desde luego. Hemos tenido un problemilla, pero lo hemos arreglado con agua, ¿verdad, David?

David: Sí.

Mike y Alex emitieron unos ruidos extraños.

Hannigan: ¿Ha tenido que echarle agua a algo? -preguntó débilmente-.

Zac frunció el ceño ante aquella reacción exagerada.

Zac: No ha sido nada. David ha intentado un pequeño experimento con su pelo…

Hannigan: ¡Su pelo! ¡Oh, Dios Santo! -se puso en pie-. Lo siento, señor Efron, pero estoy segura de que no soy la niñera que busca. Solo he asistido dos meses a la escuela de niñeras. No estoy preparada para lidiar con necesidades especiales. En particular si se trata de algo destructivo -miró a David con nerviosismo-. Su hijo parece encantador y estoy segura de que se trata de una fase pasajera, pero, a mí ni siquiera me gustan las velas en los pasteles de cumpleaños.

Zac la miró atónito.

Zac: ¿De qué diablos está hablando?

La señorita Hannigan lanzó un gemido y salió corriendo hacia la puerta.

Hannigan: No tiene por qué fingir. Los niños me han contado el problema de David. Que ayer tuvieron que llamar a los bomberos, que después se prendió fuego en la cocina…

Zac: ¿Eso han hecho? -miró a Alex y Mike, que tenían la vista baja-.

Hannigan: Sí. Y lamento sus problemas, pero me temo que tendrá que buscar a otra persona.

Se marchó sin añadir nada más y Zac se quedó inmóvil y contó lentamente hasta diez.

Luego se volvió a mirar a los dos niños mayores.

Zac: Muy bien -dijo con calma helada-. ¿Alguno de vosotros quiere contarme qué le habéis dicho a esa mujer para que crea que vuestro hermano es un pirómano?

Alex y Mike intercambiaron una mirada antes de negar con la cabeza.

Alex y Mike: No -respondieron al unísono-.

Sonó el timbre de la puerta y Alex se puso en pie.

Alex: Caray, papá -dijo, saliendo a abrir-. Esa debe ser la siguiente candidata.

La señora Key resultó ser una mujer parlanchina y práctica de unos cincuenta años. Llevaba gafas, el cabello sujeto en un moño y olía débilmente a vainilla y canela. Le explicó a Zac que había criado a dos hijas adorables y decidido convertirse en niñera porque echaba de menos las alegrías de estar con niños.

En aquel momento, a Zac no se le hubiera ocurrido asociar fácilmente la palabra alegría con sus hijos, pero no dijo nada. Después de todo, la señora Key sí tenía experiencia y sabría de sobra que los niños podían ser terribles a veces.

Y así fue. Cuando llegaron al final de la entrevista, Zac había decidido que la mujer haría bien su trabajo. Se volvió hacia los niños.

Zac: ¿Tenéis alguna pregunta?

Hubo un momento de silencio.

Alex: ¿Le gustan los animales, señora Key?

Zac asintió con aprobación. Era una pregunta que debería haber hecho él.

Key: Oh, sí -repuso con calor-. Yo tengo un canario precioso. Se llama Koku.

Los niños intercambiaron una de aquellas miradas que Zac no podía interpretar. Recordó el ataque de nervios de la señora Clyde y se apresuró a añadir:

Zac: Creo que debo advertirle que algunos de los animalitos de mis hijos son un poco exóticos.

La señora Key sonrió.

Key: Oh, no importa. Mi Lisa tuvo una vez un conejo de Angora. Y mi Koku es un cantante excepcional. La semana pasada…

Sonó el teléfono. Zac esperó un momento y luego recordó que no había un ama de llaves para contestar.

Zac: Disculpe. -Se prometió que, en cuanto volviera, le contaría exactamente cuáles eran los animalitos de sus hijos. Antes de salir, lanzó una mirada de advertencia a los niños-. Nada de historias -ordenó-.

***: Sí, papá -dijeron los tres a coro-.

Zac cruzó el vestíbulo, entró en su estudio y cogió el auricular.

Zac: ¿Diga?

*: ¿Señor Efron? Soy Arnie, del taller de automóviles. Llamo por su coche.

Un grito espeluznante cruzó el aire.

Zac: ¿Arnie? ¿Puede llamar más tarde? -Colgó el teléfono y salió al vestíbulo a tiempo de ver a la señora Key correr hacia la puerta agitando las manos en el aire. Los niños la seguían-. ¡Qué diablos ocurre? -gritó-.

La señora Key lo miró con aire acusador.

Key: La señora Layman dijo que tenía usted un problemilla con animalitos, pero no imaginé nunca, nunca se me ocurrió… -se estremeció-. No podría dormir pensando que una de esas criaturas pudiera atacarme mientras duermo.

Zac: ¿Pero qué…?

Key: No. No puedo. Lo siento.

Abrió la puerta y salió de la casa sin añadir nada más.

Zac, atónito, salió a su vez para verla entrar en su coche y marcharse. Se volvió hacia los niños, que lo habían seguido al exterior.

Zac: Muy bien. ¿Qué ha pasado?

Alex se encogió de hombros.

Alex: No lo sé. Ella nos hablaba de Koku -levantó los ojos al techo-. Un nombre estúpido, ¿verdad?

Zac: Alex -le advirtió-.

Alex: Vale, vale -suspiró-. Me ha preguntado si tenía un animal favorito y entonces he recordado que Belly estaba dormido en mi bolsillo. Lo he sacado para enseñárselo y se ha puesto como loca -movió la cabeza-. ¡Pobre Belly! No ha sido culpa suya. Ha intentado escapar y se ha quedado enredado en su pelo.

Zac: ¿Belly? ¿Quién es Belly?

Alex: Belly. ¿No te acuerdas que anoche te dije que lo había encontrado Vanessa? El vampiro, ¿recuerdas?

Zac: ¿Belly es el murciélago?

Alex: Desde luego, no es un estúpido canario.

Zac apretó los dientes. Las únicas palabras que se le ocurrían no eran adecuadas para los oídos de los niños.

Mike interpretó mal el silencio de su padre y se acercó a él.

Mike: No te preocupes, papá. A Belly no le ha pasado nada.

La señorita Marks tenía una melena pelirroja e iba ataviada con un traje de pantalón corto verde fluorescente y unas botas altas. Una vez superada la primera impresión, Zac tuvo que reconocer que parecía bastante simpática, aunque no le gustó ver que llevaba una serpiente tatuada en la muñeca. En la lengua del animal, se leían las palabras: James para siempre.

Mike también vio el tatuaje.

Mike: Guay -dijo con avidez-.

Se echó hacia adelante para observarlo mejor.

La señorita Marks le tendió el brazo.

Marks: James es mi compañero. Nos vamos a casar -frunció el ceño-. En cuanto salga de la cárcel.

Alex pareció impresionado.

Alex: ¿De verdad está en el talego?

Mark: Sí. Tiene cinco años de condena, pero creemos que saldrá en septiembre por buen comportamiento.

Mike: ¿Ha matado a alguien? -preguntó esperanzado-.

La señorita Marks se echó a reír.

Marks: No. James es muy listo. Lo único que hizo fue inventar un modo de entrar en los ordenadores de ventas a domicilio y pedir cosas sin pagarlas -se llevó la taza de café a los labios y suspiró-. No es un ladrón vulgar. Es un artista de los ordenadores.

A Alex se le iluminaron los ojos.

Alex: ¿Cree que podría enseñarme?

Zac se puso en pie con brusquedad, se inclinó, le quitó la taza de café de las manos y la sacó al vestíbulo.

Zac: Gracias, señorita Marks. Ha sido muy educativo. Puede mencionarle a la señora Layman que estaré en contacto.

Marks: Vaya -dijo la mujer, con truculencia-. No hace falta que se ponga así. De todas formas, yo no trabajaría nunca aquí -señaló la barandilla-. No me gustan las ratas.

Salió por la puerta y Zac miró en la dirección indicada por la mujer y vio a Brutus, que bajaba alegremente por la barandilla como si fuera un tobogán.

Zac respiró aliviado al ver el cabello blanco y la actitud decidida de la mujer que salía del coche. Según la agencia, no habían recibido todavía las referencias de la señora Levens, pero había conseguido notas excelentes en las pruebas de la escuela de niñera.

Zac se sorprendió agradablemente al ver que, aunque brusca, no carecía de amabilidad.

Zac: ¿Le gustan los animales?

Levens: Por supuesto. Los animales son nuestros amigos.

Zac: No me refiero a gatos y perros -dijo con franqueza, demasiado cansado para andarse por las ramas-. Los niños tienen un murciélago, un lagarto, un par de tarántulas y una variedad de roedores.

La señora Levens asintió con aprobación.

Levens: Estupendo. De niña, yo tenía una boa. Cuidar de animales les ayuda a asumir responsabilidades -sonrió a los niños-.

Zac: ¿Qué opina usted de los niños que tienen mucha imaginación?

Levens: No se preocupe. Siempre sé cuándo no me dicen la verdad. Conmigo, sus hijos no tardarán en aprender que la sinceridad es lo mejor.

Los niños la miraron con rabia. A juzgar por su expresión, parecía claro que sabían que se habían encontrado con la horma de su zapato.

Zac, que se sentía bien de repente, se compadeció de ellos.

Zac: Podéis ir arriba y poneros los trajes de baño. Os llevaré a nadar en cuanto la señora Levens y yo aclaremos algunos detalles.

***: De acuerdo -respondieron los tres, de mala gana-.

Zac los miró salir por la puerta y se volvió hacia la mujer.

Zac: Si le interesa, el empleo es suyo. Por supuesto, habrá un período de prueba, pero… -En aquel momento sonó el teléfono. Zac suspiró-. Disculpe un momento.

La señora Levens asintió con la cabeza.

Levens: Desde luego.

Zac: ¿Le interesa el puesto, pues?

La mujer miró en torno suyo.

Levens: Oh, sí.

Zac entró en su estudio. Era Arnie de nuevo. Aquella vez consiguieron hablar sin ser interrumpidos y Zac le explicó el problema.

Cuando colgó el teléfono, se sentía bien. Todo iba de maravilla.

Se sorprendió, pues, al encontrarse a la señora Levens esperándolo en el vestíbulo.

Levens: ¿Cuándo quiere que empiece? -preguntó con brusquedad-.

Su bolso, un objeto grande de plástico, estaba abierto. La mujer metió una mano en su interior, buscando al parecer las llaves del coche.

Zac: ¿Mañana le parece demasiado pronto?

Levens: No, no, mañana está bien.

Mike: Eh, señora Levens -gritó. Zac levantó la vista y vio a los niños que bajaban corriendo las escaleras-. ¿Quiere ver mi granja de hormigas?

Zac: No -dijo automáticamente-.

Al ver que su hijo abría la tapa del contenedor de plástico, estiró un brazo para proteger a su nueva niñera.

Desgraciadamente, la señora Levens se movió y la mano de él la golpeó en el brazo. La mujer perdió el equilibrio y se inclinó hacia adelante.

Al mismo tiempo, Alex golpeó a su hermano entre los hombros con entusiasmo.

Alex: Sí, enséñasela, Mike.

Mike levantó los brazos y las hormigas saltaron por el aire, yendo a caer, en su mayor parte, en el bolso abierto de la mujer. La señora Levens lanzó un grito y soltó el bolso, lo que originó que cayeran al suelo una serie de objetos interesantes, incluida una caja antigua de rapé, un platillo de dulces de plata y un gracioso cisne de jade.

Zac miró los objetos, que pertenecían a su sala de estar, el rostro culpable de la mujer y lanzó un juramento.

David: Oh -dijo escandalizado y orgulloso al mismo tiempo-. Papá ha dicho una palabra muy fea.




No tienes suerte con las niñeras, Zac XD
Pero gracias a los niños esta última se ha descubierto que era una ladrona. Tu niñera ideal es Vanessa, ya te darás cuenta. Y no digas palabrotas delante de los niños, joder XD

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lunes, 16 de noviembre de 2015

Capítulo 3


Vanessa corría por uno de los senderos arbolados que rodeaban la propiedad. Después de dejar sus cosas en la cabaña, decidió salir a hacer footing con la esperanza de que el ejercicio la ayudara a controlar las emociones que le había producido su encuentro con Zac Efron.

Pero no había sido así. Por mucho que lo intentaba, no podía quitárselo de la cabeza.

Se dijo que su preocupación se debía solo a los niños. Eran unos chicos inteligentes, cariñosos y divertidos que, en pocas semanas, habían sabido abrirse paso hasta su corazón. Principalmente porque eran unos niños maravillosos, pero también porque buscaban desesperadamente la atención de unos adultos. Y eso era algo con lo que Vanessa podía identificarse.

De niña había conocido la indiferencia paterna, consecuencia de ser educada por dos profesionales tan concentrados en sus carreras que no tenían tiempo para su única hija. En el caso de Vanessa, esa experiencia había servido para hacerla independiente, autosuficiente y llena de motivaciones. Pero se había sentido sola al crecer y eso no era algo que quisiera tener en común con Alex, David y Mike.

Ellos se merecían algo mejor, así que supuso que ésa era la razón por la que no podía apartar de su mente a su padre.

Pensó que sería distinto si él se hubiera mostrado más asequible. Entonces podría haber hablado con él, pero, lamentablemente, parecía que el encanto de los niños y su sentido del humor procedía en su totalidad de su madre.

Al salir al claro delante de la cabaña, se prometió que, si se presentaba la oportunidad, intentaría mejorar la situación de los niños. Era lo menos que podía hacer después del modo en que le habían abierto su casa y sus corazones en las últimas semanas.

Redujo la carrera hasta quedarse al paso y se secó el rostro sudoroso con la punta de la camiseta. A primera vista, la cabaña parecía una estructura sencilla, con un porche pequeño y un aparcamiento modesto. Pero su aspecto inicial era engañoso, ya que el tejado bajaba hasta una pared trasera construida enteramente de cristal y desde la que se disfrutaba una vista increíble de Puget Sound.

El interior resultaba abierto y aireado. La cocina, la sala de estar y el dormitorio formaban una estancia abierta, equipada con todas las modernidades. Los sofás y sillones agrupados en torno a la enorme chimenea de piedra estaban cubiertos de terciopelo de tonos claros. Había un aparato de música, televisión y vídeo. La cama, situada sobre una plataforma en una de las esquinas, era enorme, pero muy cómoda.

Sin embargo, eran las vistas lo que más placer causaba a Vanessa. Aquel día, el sol del atardecer brillaba como polvo de oro sobre la línea azul de agua que llenaba el horizonte. Un catamarán se movía con el viento, con las velas blancas desplegadas. Más lejos, se veían las islas de color púrpura grisáceo, pero la luz dorada ocultaba su silueta.

Suspiró de placer, se quitó las zapatillas y entró en el cuarto de baño, desnudándose por el camino.

Se lavó el pelo y se estaba duchando cuando oyó llamar a la puerta de la cabaña. Cerró el grifo y salió de la ducha. Cogió una toalla y se secó el pelo.

Ness: Un momento. Ya voy. -Se puso a toda prisa una camiseta y un par de pantalones cortos limpios y corrió a abrir-. ¿Qué pasa?

***: : Hola, Vanessa.

Alex, Mike y David sonreían en el umbral con el rostro recién lavado.

Alex: Apuesto a que te sorprendes de vernos.

Ness: ¿Qué hacéis aquí?

Alex: Hemos venido a ver si quieres llevarnos a la ciudad a comer pizza.

Ness: Bueno, yo…

David: Iba a llevarnos papá, pero se ha dejado el coche en marcha y no puede -explicó con tristeza-.

Mike: Sí. Y luego ha dicho que nos haría la cena, pero ha llamado la mujer de la agencia y el queso se ha quemado y nos ha gritado y hemos llorado -prosiguió-.

Zac: Ya es suficiente, Michael -musitó detrás de él-. ¿No tendrá usted por casualidad cables para la batería, verdad?

Vanessa negó con la cabeza, mientras lo miraba con ojos muy abiertos. Vio que él también se había duchado. Iba recién afeitado y estaba fantástico, con una camisa negra suelta y unos pantalones negros de sport. Se estremeció y casi de inmediato se ruborizó.

Hasta unos segundos después no comprendió que parte de sus escalofríos se debían a la brisa. Bajó la vista y descubrió que el aire le subía la parte baja de la camiseta, dejando al descubierto su carne de gallina.

Zac siguió su mirada y comprendió que había cometido un error al pensar que su piel era su único atributo memorable. El resto de ella era también excepcional. Supo sin lugar a dudas que ella no llevaba ropa interior y su cuerpo se puso tenso.

Aquello lo irritó. ¿Qué le pasaba a aquella chica? ¿Por qué tenía que salir a la puerta prácticamente desnuda? ¿No se daba cuenta de que cualquiera podía verla así?

Apartó la mirada de la curva de sus senos y la volvió hacia sus hijos.

Zac: Ya os he dicho que esto no era buena idea. Creo que no llegamos en buen momento. Iremos a cenar mañana por la noche cuando haya arreglado el coche.

Alex no se movió de su sitio.

Alex: Pero papá. Tú has dicho que se lo preguntarías.

Mike: Sí. Nos hemos vuelto a lavar la cara y todo -miró a su padre con ojos muy abiertos-. Lo has prometido.

Zac miró aquellos ojos tan parecidos a los de Allison y suspiró con resignación.

Zac: Mire -dijo, dirigiéndose a Vanessa-. Veo que no es un buen momento, pero los niños querían saber si podía llevarnos a la ciudad. Por supuesto, estaré encantado de pagarle por las molestias y…

Alex: Queremos que cenes con nosotros -terminó-.

Zac se volvió hacia su hijo.

Zac: ¿En serio?

Alex: Sí, porque es lo más correcto. ¿No es verdad, papá?

Zac: Sí, desde luego -replicó apretando los dientes-.

Vanessa no intentó ocultar que no creía sus palabras.

Ness: ¿De verdad? -preguntó, escéptica-.

Los tres niños miraron a su padre expectantes.

Zac: Sería un honor.

Vanessa percibió su falta de entusiasmo. Desde luego, aquel hombre no tenía por qué preocuparse. Ella tenía cosas mejores que hacer que pasar la velada con un hombre que parecía mirarla con el mismo entusiasmo con el que miran muchas personas a su dentista.

Aunque tenía que admitir que una parte de ella disfrutaba con la incomodidad de él. Y había una posibilidad de que una velada pasada al lado de alguien tan frío la curara de las sensaciones que la embargaban cada vez que se acercaba a él. Sería una especie de terapia de aversión.

Ness: Lo siento, no sé si… -bajó la vista y miró a Alex, que tiraba de su camiseta-. ¿Qué?

Alex: ¿Por favor? Queremos que vengas, de verdad.

Mike: Y tengo mucha hambre -añadió con tristeza-.

David se adelantó y le cogió una mano.

David: ¿Por favor?

Ness: Está bien. Estaré encantada -musitó segura de que lamentaría más tarde su decisión-.

***: Muy bien -gritaron los tres niños al unísono-.

Se acercaron a abrazarla.

Vanessa olvidó a Zac y les devolvió el abrazo.

Ness: Dejadme que me peine un poco, me calce y coja mis llaves, ¿vale? -se apartó de la puerta y les hizo señales para que entraran-. Solo tardaré un minuto.

Alex sonrió a su padre, mientras Mike y David daban saltos de alegría.

Alex: ¿No te encanta, papá? Esto es fantástico.

Zac: Oh, sí -musitó contemplando el trasero de la joven-. Fantástico.

Confió con todas sus fuerzas en que Vanessa se pusiera también ropa interior.


Port Sandy había sido fundado en 1889. En sus orígenes fue un puerto activo de pesca, pero con el tiempo llegó a depender más de los dólares de los turistas. Las tiendas de antigüedades, librerías, tiendas de regalos y heladerías cubrían el Paseo Marítimo, de un kilómetro de longitud. La bahía estaba llena de barcos de todos los tamaños y formas y en las colinas circundantes se veían casas victorianas pintadas de colores pasteles suaves.

La pizzería Letsa Eatsa era un local poco turístico situado en una calle lateral. Tenía una docena de reservados, media docena de mesas, una máquina de música, un par de mesas de billar y una arcada con vídeo juegos.

Aquella noche no estaba muy concurrido, debido quizá al buen tiempo. Zac se dirigió al reservado más grande, pero Alex cogió a sus hermanos del brazo y los sentó casi a la fuerza en el banco de otro más pequeño.

Alex: Queremos sentarnos aquí -dijo con firmeza-.

Su padre abrió la boca para protestar, ya que allí se vería obligado a compartir el banco con Vanessa, pero la mirada de desmayo de ella le hizo cambiar de idea.

Zac: Usted primero -se oyó decir-.

La joven lo miró de soslayo y Zac reprimió un juramento al sentir que el pecho de ella rozaba un momento su brazo. Al parecer, solo se había puesto la mitad de la ropa interior.

Vanessa se sentó con cuidado en el banco vacío y se acercó tanto como le fue posible a la pared.

Zac se instaló a su lado, cuidando de no tocarla.

Alex les sonrió a los dos.

Alex: ¿Verdad que esto es divertido?

Zac y Ness: Mucho -murmuraron-.

Alex: ¿Podemos jugar con las máquinas?

Zac: No.

Zac no estaba de humor para quedarse a solas con Vanessa Hudgens. Aunque no la miraba, sentía su calor a pocos centímetros de su cuerpo. Y aunque sabía que su estado tenía que ser consecuencia de su cansancio y frustración, eso no hacía que le resultara más fácil tolerar la respuesta lujuriosa de su cuerpo. Además, eran los niños los que la habían invitado, así que lo menos que podían hacer era acompañarla.

Mike: Pero yo quiero jugar a Invasores del Espacio. Por favor, papá.

Zac: No.

Alex: Ah, vamos. ¿Solo unas partidas?

Mike: ¿Por favor, por favor, por favor? -suplicó-.

Zac: No tengo monedas sueltas.

En cuanto lo hubo dicho, supo que era un error. Los rostros de los niños se iluminaron de inmediato.

Alex: Apuesto a que Vanessa sí tiene. Ella siempre se acuerda de traerlas para nosotros, ¿verdad, Vanessa?

La joven vaciló un momento. Cuatro pares de ojos la contemplaban a la vez. Tres de ellos brillaban con una confianza completa; el otro le lanzaba una mirada de advertencia.

Ness: Creo que vuestro padre ha dicho que no.

Alex: Pero si dijera que sí, ¿tendrías monedas? -persistió-.

Ness: Bueno, sí, pero…

Alex: ¡Lo sabía! -miró a su padre-. ¿Lo ves? Ella sí tiene. ¿Podemos jugar, por favor?

Zac: Bueno, puesto que Vanessa tiene monedas, ¿por qué no? -le lanzó una mirada tan fría que podría haber congelado a un oso polar-.

La joven apretó los dientes para contener la réplica que pensaba lanzarle. Después de todo, aquello era una terapia, ¿no? En cualquier momento, sus hormonas se despertarían y comprenderían que Zac era más insoportable que sexy y los estremecimientos que la recorrían cada vez que él se acercaba a ella desaparecerían.

Buscó en su bolso y sacó dos paquetes de monedas, que dividió a partes iguales entre los tres niños.

Mike y David: Gracias.

Los dos pequeños salieron a toda prisa del reservado. Alex se quedó un momento más.

Alex: ¿Lo ves, papá? ¿No te había dicho que es maravillosa? -sonrió y le dio un golpecito en el hombro a Zac-. Ahora podéis charlar los dos tranquilamente. Y no te preocupes por los pequeños; yo cuidaré de ellos.

Se alejó corriendo. Vanessa, confundida por su generosa oferta, miró de soslayo a Zac.

Ness: ¿A qué cree que viene eso?

Zac: Ni idea.

Miró a la camarera, que se acercaba a tomar el pedido. En cuanto la mujer terminó, salió del asiento y se colocó en el banco de enfrente.

Vanessa suspiró aliviada, sintiendo que al fin podía respirar de nuevo. Aun así, los envolvió un silencio incómodo, que no terminó hasta que regresó la camarera con una cesta de pan, una jarra de limonada y cinco vasos.

Zac llenó uno de los vasos y se lo tendió.

Zac: Así que es usted amiga de Andrew.

Ness: Sí, pero…

Zac: No en el sentido bíblico -terminó en su lugar-. Ya me lo ha dicho. Además -la miró detenidamente-, no es usted su tipo.

Vanessa se preguntó a qué se referiría con aquello, pero decidió que no quería saberlo.

Ness: Gracias a Dios. Él tampoco es el mío.

Zac: ¿Y cómo está mi hermano?

Ness: Muy bien -sonrió-. La última vez que lo vi estaba en plena forma, quejándose de que la cerveza italiana es mucho peor que la de Schlitz.

Una sonrisa curvó los labios de Zac.

Zac: ¿Dónde fue eso?

Ness: En Trieste. Acabábamos de regresar de pasar una semana en Bosnia.

Zac: Hmmm -miró las profundidades de su vaso-. ¿Y cómo terminó usted aquí? Parece un lugar extraño para que una periodista famosa se venga de vacaciones.

Vanessa consideró su respuesta. No quería mentir, pero no estaba segura de querer ser sincera con él.

Ness: ¿Se creería que estoy escribiendo un artículo sobre ayuda en el hogar?

Zac: No. ¿Por qué no me dice la verdad?

La joven suspiró.

Ness: Temía que diría eso -cogió un palito de pan-. A decir verdad, estoy considerando un cambio de profesión y su hermano tuvo la amabilidad de ofrecerme su casa para pensarlo.

Zac la miró con escepticismo.

Zac: ¿Está pensando de verdad en cambiar de carrera?

Ness: Sí -se encogió de hombros-. Quiero probar algo distinto.

Zac: ¿Cómo qué?

Ness: No lo sé -pero sí sabía que le gustaba más hacer preguntas que responderlas-. A lo mejor me dedico a cuidar niños. La paga es buena.

El hombre la miró con amargura.

Zac: Muy graciosa.

Ness: ¿Qué me dice de usted? ¿Consiguió cerrar ese trato?

Zac tomó un sorbo de su vaso y asintió con la cabeza.

Zac: Sí. Y ya era hora. Tengo que estar en el suroeste la semana que viene y empezaba a pensar que no conseguiría llegar a tiempo.

Ness: Oh -exclamó con desmayo-.

Zac: ¿Le preocupa eso? -preguntó tenso-.

Ness: No, claro que no. Es solo que acaba usted de llegar a casa.

Zac apretó la mandíbula, pero cuando habló, lo hizo con voz neutral.

Zac: Así es. Y me marcho de nuevo la semana que viene. Tengo que ganarme la vida como todo el mundo.

Ness: Pero…

Zac: Escuche, estoy seguro de que sus intenciones son buenas -dijo con impaciencia-. Y le agradezco mucho lo que ha hecho estos últimos días. Es evidente que les gusta mucho a los niños. Pero no necesito que nadie me diga cómo debo educar a mis hijos. Soy muy capaz de darles todo lo que necesitan.

Ness: Excepto su compañía -murmuró-.

Zac: ¿Cómo dice?

Ness: Nada -replicó atónita ante su presunción-.

¿Quién era ella para juzgar?

Afortunadamente, en ese momento las voces de los niños reclamaron su atención.

Alex: Me toca a mí, Mike.

Mike: No es cierto. Me falta una partida, Alex.

Zac se puso en pie.

Zac: Disculpe. Voy a ver qué ocurre.

Se alejó y Vanessa se volvió para mirarlo, curiosa por ver cómo afrontaría la situación.

Zac resolvió la disputa con unas palabras firmes y lanzando una moneda al aire. Luego se inclinó para escuchar a David, asintió con la cabeza y desapareció un momento de la vista para volver a aparecer con un taburete alto de goma que colocó delante de uno de los juegos.

Vanessa tuvo que admitir que todo aquello la había dejado perpleja. El hombre no se comportaba como un padre indiferente y ausente. Su perplejidad aumentó al ver que alzaba a David hasta el taburete y el niño le daba un abrazo espontáneo por sus molestias. Zac se quedó un momento inmóvil y luego se apartó con rapidez. ¿Qué le pasaba?

No tuvo tiempo de pensarlo, ya que la camarera eligió aquel momento para aparecer con las pizzas y los niños volvieron gritando a la mesa. Pasó un rato antes de que todos se hubieran calmado lo suficiente para poder mantener una conversación.

Alex: ¿Lo estás pasando bien? -preguntó después de comerse cuatro trozos de pizza sin respirar-.

Ness: Claro que sí -sonrió-.

Alex: Me alegro -miró a su padre-. ¿Y tú?

Zac: También -repuso con brusquedad-.

Alex se volvió hacia Vanessa.

Alex: El tío James dice que papá es un buen partido. Tiene un coche grande, una casa grande y…

Zac: ¡Alex! -lo interrumpió-. Ya es suficiente.

Alex: Caramba, papá, No he dicho nada malo, ¿verdad?

Zac: No es de buena educación repetir lo que te dicen otras personas -le informó evitando la mirada divertida de Vanessa-.

El niño pensó un momento en aquello.

Alex: ¿Te refieres a que no debería decir que el tío Andrew dice que eres un cascarrabias porque nunca coges vacaciones? -preguntó con aire inocente-.

Vanessa inclinó la cabeza y tosió para reprimir un ataque de risa. La camarera se acercó a la mesa con una caja para los trozos sobrantes de pizza y la cuenta. La joven tendió la mano para cogerla sin pensar en lo que hacía. Zac hizo lo mismo.

Sus dedos se rozaron. La mano de él se cerró sobre la de ella. Se miraron a los ojos.

Vanessa sintió un calor repentino, pero se dijo que no era nada; probablemente estaba incubando la gripe.

Zac señaló la cuenta con un movimiento de cabeza.

Zac: Ya me ocupo yo.

La joven apartó la mano y se las arregló para sonreír.

Ness: Como quiera.

Por un segundo, hubiera jurado ver un brillo peligroso en los ojos de él. Luego Mike tiró la limonada que quedaba en la jarra en las rodillas de su padre y Zac se puso en pie con un grito de sorpresa.

Aquello acabó con la situación.




Vaya primera cita han tenido XD
Esperemos que la próxima vaya mejor.

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