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sábado, 11 de enero de 2020

Capítulo 6


El sábado, Vanessa procuró estar ocupada con sus tareas domésticas para no tener que pensar en Zac y en el modo desastroso en que había terminado todo la noche anterior.

De vez en cuando miraba por la ventana y observaba fascinada cómo el señor Starr añadía más luces y decoraciones a su jardín delantero. Todos los árboles y matorrales y las esquinas de su casa y tejado estaban ya rodeados de tiras de luces. Hasta el pequeño buzón situado en la calle había sido decorado. Vanessa no había visto nunca nada parecido en una casa tan sencilla. El hombre debía haber estado trabajando noche y día para arreglarlo todo.

El domingo por la mañana asistió a la iglesia. Llegó con diez minutos de adelanto y se sentó en el extremo de un banco situado a mitad de la capilla. Unos minutos después, se sorprendió al ver que el pastor se acercaba a ella.

Harwick: Vanessa -el reverendo Harwick le tendió la mano-.

Ness: Buenos días, reverendo.

Harwick: Alguien me ha dicho que toca usted el piano. ¿Es así? -la joven asintió-. ¿Sabe también tocar el órgano?

Ness: Sí.

Harwick: ¿Tendría usted la amabilidad de tocar en el servicio de hoy? Jackie Murphy es nuestra organista habitual y ya sabe que está enferma.

Ness: Por supuesto.

La joven siguió al pastor hacia la parte delantera de la iglesia.

Un rato después, tras tocar varios himnos, llegó el momento del sermón. Vanessa abandonó el asiento del órgano para sentarse en el banco delantero y pasó la mirada por la congregación. Sus ojos se sintieron inmediatamente atraídos por los de Zac, que la miraba sentado al lado de su hija.

Sus miradas se cruzaron y aquel breve momento le pareció a Vanessa una eternidad. Tuvo la impresión de que él estaba tan triste como se sentía ella.

Después de aquello, le costó trabajo concentrarse en el sermón. Era muy consciente de la presencia de Zac y podía sentir el calor de sus ojos sobre ella.

Se sintió aliviada cuando terminó el servicio. Tocó una última pieza y después colocó la hoja de música encima del órgano, cerró la tapa y se levantó.

Holly: Hola, señorita Hudgens.

Ness: Buenos días, Holly -repuso, segura de que su padre no andaría lejos-.

Se volvió y, efectivamente, allí estaba Zac; resultaba extremadamente atractivo ataviado con un traje gris, camisa blanca y corbata a rayas rojas y plateadas.

Zac: Hola, Vanessa.

Ness: Hola, Zac.

Holly se alejó para hablar con una amiga y los dejó solos.

Zac: Estás preciosa hoy -dijo después de un silencio incómodo-. Y tocas muy bien.

Ness: Gracias. Tú también estás estupendo -dijo con suavidad-.

Después de eso, la conversación degeneró. Se miraron, intentando pensar un modo correcto de terminar con aquello cuando se acercó el pastor.

Harwick: Gracias por tocar hoy, querida. Hasta que regrese la señora Murphy, ¿podría convencerla para que siguiera tocando, no sólo los domingos, sino también en las prácticas del coro de niños y en el servicio de Nochebuena? Por supuesto, le pagaríamos.

Ness: Estaré encantada de ayudar. Pero sin cobrar. Considérelo como mi regalo de Navidad para la iglesia.

Harwick: Se lo agradecemos mucho.

El reverendo Harwick fue entonces abordado por un parroquiano anciano que deseaba hablar con él y Vanessa y Zac volvieron a quedarse solos.

El hombre pensó que ella tenía un espíritu generoso y, a pesar de su resolución de no permitirlo, volvió a sentirse fuertemente atraído por ella.

Un par de noches antes, ella lo había detenido advirtiéndole que no quería enamorarse de él. A decir verdad, tenía que reconocer que él sentía lo mismo. Después de Leila, se había prometido a sí mismo que no volvería a ocurrirle aquello.

Pero, al mirar a Vanessa, tan hermosa con su vestido de seda azul, no pudo evitar preguntarse cuáles serían las heridas que la habían asustado a ella.

La joven echó a andar por el pasillo y él la siguió hasta el exterior de la iglesia. Hacía un día estupendo. El aire era algo frío, pero el brillante sol presagiaba una tarde cálida. Holly estaba charlando con varias amigas en el exterior de la iglesia.

Zac se detuvo un momento al lado de Vanessa, sin saber muy bien qué decir.

Ness: Hace un día precioso.

Zac: Sí. Demasiado hermoso para desperdiciarlo. ¿Qué planes tienes para esta tarde? -preguntó impulsivamente-.

La joven se encogió de hombros.

Ness: Bueno, tengo algunas tareas que…

Zac: Olvídalas -la interrumpió-. No suele hacer muchos días de éstos en diciembre. Dijiste que te criaste en un rancho, así que deben gustarte los caballos, ¿no? Vayamos a montar esta tarde.

Vanessa vaciló un momento. No debería aceptar la invitación. Sabía que sólo conseguiría que después le resultara más duro prescindir de la presencia de aquel hombre. Pero hacía tanto tiempo que no montaba y la oferta le resultaba muy tentadora.

Zac vio que se debatía entre el deseo y la duda.

Zac: No hay ninguna trampa -le aseguró-. Holly será nuestra carabina.

La joven sonrió.

Ness: Me encantaría -repuso, entusiasmada-.


Dos horas después, estaban sentados sobre una manta al lado de un pequeño arroyo. Sus monturas estaban atadas a un árbol cercano. Holly y su amiga Amy cabalgaban en dirección a la casa de la señora Selley, con la esperanza de que las invitara a galletas y leche. En lugar de sacar el pony de Holly, Zac había subido a ambas niñas sobre una yegua vieja llamada Honey. Él montaba su propio caballo y había dado a Vanessa una yegua joven y animosa llamada Winnie.

La mujer había manejado su montura como un experto.

Zac: Montas muy bien -dijo con admiración-. Parece que hayas nacido sobre una silla.

Vanessa sonrió.

Ness: Casi. Mi abuelo me enseñó a montar cuando era muy pequeña. A la edad de Holly, ya participaba en carreras en los rodeos. En la adolescencia gané algunos trofeos enlazando terneras -suspiró-. A veces echo de menos los rodeos. Y, sobre todo, echo de menos a mi caballo Champion.

Zac: ¿Qué ha sido de él?

Ness: Se hizo viejo, igual que tu Honey. Cuando me fui a la universidad, se lo regalé a la hija de nuestro vecino. Todavía lo tienen, pero ya no lo monta nadie.

Zac: Parece que tuviste una buena infancia. ¿Vivías cerca de tus abuelos?

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: No. Vivía con ellos.

Zac: ¿Y tus padres?

La joven miró hacia el horizonte.

Ness: No conocí a mi padre. Mis padres no estaban casados. Cuando tenía siete años, mi madre se marchó con un hombre con el que quería casarse. Él no deseaba que yo estuviera con ellos.

Zac percibió el profundo dolor que expresaba su voz. Extendió una mano y cubrió una de las de ella.

Zac: Lo siento -murmuró-. ¿Tu madre vive todavía?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: No tengo ni idea. Cuando era niña, recibíamos algunas veces postales suyas, cada vez desde lugares diferentes y siempre sin remitente. Las tarjetas dejaron de llegar cuando era adolescente.

Zac le apretó la mano con ternura.

Zac: ¡Dios! ¡Qué cosa tan terrible para una niña!

La joven volvió a encogerse de hombros.

Ness: Son cosas que ocurren -dijo, cortante-.

Zac: Créeme, son ellos los que se lo pierden -exclamó-. Se han perdido conocer a una persona muy especial que es tan hermosa por dentro como por fuera.

Ness: Gracias. Pero si hay algo de bueno en mí, es gracias a mis abuelos. Ellos siempre fueron buenos conmigo. Fueron las únicas personas que me han querido.

Zac: Eso no me lo creo -retiró la mano de la de ella, sintiendo que era el modo más seguro de reprimir sus ganas de besarla-. No me digas que no te ha querido nunca ningún hombre porque no puedo creerlo.

Lo dijo medio en broma, con la esperanza de sacar a Vanessa de sus tristes recuerdos. Lo último que esperaba era que ella reaccionara con rabia.

Ness: Es cierto -declaró-. ¿Quieres conocer ahora la historia de mi vida amorosa? En la escuela superior, nunca salí con nadie. Vivía demasiado lejos en el campo para que un chico quisiera tomarse la molestia de venir a recogerme y llevarme de vuelta. En la universidad, era tan tímida e inexperta que espantaba a los chicos. Creo que tuve un total de tres citas durante mis años en la universidad.

Zac: ¿Y después?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Cuando me licencié, conseguí un empleo de profesora en Abilene. El lugar era perfecto porque estaba lo bastante cerca para visitar a mi abuela los fines de semana. Ya no andaba muy bien de salud y me preocupaba por ella. Mi abuelo murió en mi último año de universidad. -Respiró hondo antes de seguir-. En la escuela en la que enseñaba, conocí a un profesor llamado Austin. Por alguna razón, parecí gustarle y empezamos a salir. Incluso lo llevé a casa de mi abuela un par de veces, pero la mayoría del tiempo salíamos entre semana y yo me iba a casa los fines de semana. -Le tembló un poco la voz y se apresuró a continuar-. Nos prometimos y planeamos casarnos en verano. Si soy sincera, no puedo admitir que estuviera apasionadamente enamorada del modo en que se lee en los libros, pero lo amaba y confiaba en él.

Zac volvió a cogerle la mano.

Zac: Déjame adivinar el resto. Ese estúpido te traicionó.

Ness: Oh, peor que eso -exclamó-. Un fin semana, mientras yo estaba fuera, se casó con otra mujer. Ella estaba embarazada, ¿comprendes? Y nosotros, bueno, él y yo nunca… -se interrumpió con un sollozo-. Habíamos decidido esperar hasta nuestra noche de bodas.

Zac se quedó atónito. ¡Vanessa le estaba diciendo que todavía era virgen!

Sin detenerse a pensar, la rodeó con sus brazos y apoyó la cabeza de ella contra su hombro. Luego le acarició lentamente la espalda, como si estuviera calmando a un niño.

Zac: Todo va bien -murmuró-. Ese imbécil no te merecía. Te juro que no.

Aquello la hizo sonreír.

Ness: Estoy de acuerdo contigo. Soy demasiado buena para alguien como él. Pero eso no impide que me sienta herida o sola, ¿sabes?

Zac: Sí -asintió sombrío-. Yo también sé lo que es el dolor o la soledad.

Vanessa creyó que se refería al dolor causado por la pérdida de su esposa. Suspiró, pero no dijo nada.

Zac le soltó la mano y le ofreció un pañuelo.

Zac: Suénate.

Vanessa hizo lo que le decía y luego protestó con fingida indignación.

Ness: Te estás volviendo mandón.

El hombre sonrió.

Zac: Es la costumbre de tener una niña de la edad de Holly. ¿Te sientes mejor ahora? -al ver que asentía, continuó-. ¿Vas a ir a visitar a tu abuela estas fiestas?

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: Murió un mes después de que Austin me dejara.

Zac: Lo siento -murmuró compasivo-. Supongo que te mudaste aquí para huir de todo.

Ness: Sí. Era una situación imposible tener que verlo todos los días en la escuela. Podría haber pedido el traslado a otra escuela de la ciudad, pero ya había vendido el rancho y no había nada que me atara allí. Envié cartas de solicitud a varias escuelas. No me importaba a dónde fuera, siempre que me sacara de Abilene. La de Hope fue la primera oferta que recibí y la acepté.

Zac: ¿Y te arrepientes de ello?

Ness: No. Me alegro de haber venido aquí. Me alegro mucho. Zac, siento mucho lo de la otra noche. De pronto me asusté.

Zac: No me debes ninguna explicación -le aseguró con gentileza. Miró sobre su hombro-. Aquí llegan las chicas.

1 comentarios:

Lu dijo...

Me encanta esta nove, es tan tierna.
Por suerte Ness hablo con Zac y le ha dicho todo.
Veremos como resulta todo entre estos dos.

Sube pronto :)

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