topbella

domingo, 20 de octubre de 2019

Capítulo 8


En abril de 2013, Sarah dio a luz a un niño sano al que el prendado padre y ella llamaron Dylan. Su compañero se jubiló aquel mismo mes, así que solicitó que, al volver de la baja de maternidad, el detective Zac Efron fuera su nuevo compañero.

Aunque disfrutó de su baja maternal, Sarah no desconectó del todo del trabajo, pues su futuro compañero le comentaba a menudo noticias, chismes e informes.

Cuántos giros inesperados había dado su vida, pensó Sarah mientras salía con sigilo del dormitorio donde dormían su marido y el bebé.

Nunca había esperado convertirse en detective de segundo grado, y mucho menos de la unidad de Delitos Mayores. Nunca había esperado tener un marido tan dulce, divertido, inteligente y sexy como Hank. Y desde luego no había esperado sentir una desbordante ola de amor cada vez que miraba o simplemente pensaba en su hijo.

Su vida había dado un giro una noche de julio y, a partir de la tragedia, el camino había sido bueno, cojonudo.

Se sirvió un vaso de té de hierbas con hielo, cogió una revista de la pila y salió a sentarse en el porche delantero y a ver pasar el pequeño mundo que la rodeaba.

Lo más seguro era que se quedara dormida, y eso era lo que debería haber estado haciendo arriba. «Duerme cuando el bebé duerma», le había aconsejado su madre. Pero necesitaba el aire de la primavera y un ratito de sol.

Tal vez más tarde llevaran al niño a dar un paseo. Tal vez el aire fresco ayudara a Dylan, que ya tenía tres semanas de vida, a batir su récord de sueño, establecido en dos horas y treinta y siete minutos.

Podía suceder.

Tal vez Hank y ella pudieran acurrucarse juntos, ver una película y, si se sacaba leche antes, beber un poco de vino.

Tal vez...

Se quedó dormida en la tumbona de madera.

Se despertó sobresaltada y echó mano al arma que no llevaba encima.
 
Zac: ¡Lo siento! Lo siento -alzó las manos. En una de ellas sujetaba un ramo de tulipanes con rayas rosas y blancas-. No quería despertarte. Solo venía a dejarte esto.
 
Sarah: ¿Qué hora es?
 
Zac: Las cinco y media, más o menos.
 
Sarah: Vale, muy bien. -Suspiró-. Solo me he quedado traspuesta unos minutos. Me has traído tulipanes.
 
Zac: Sé de buena tinta (por mi hermana) que la gente tiende a olvidarse de la madre exhausta al cabo de un par de semanas. ¿Por qué no duermes dentro?
 
Sarah: No tenía intención de dormir todavía. Siéntate. Mis chicos están echándose una siesta arriba. No me vendría mal que me hicieras compañía para que no babee en el porche. Espera, antes entra y coge algo de beber. Hay té de este, y cerveza.
 
Zac: Perfecto, una cerveza. -Con la misma confianza que si estuviera en su casa, Zac entró, cogió una botella fría y la abrió. Volvió y se sentó con ella-. ¿Cómo estás?

Sarah: La verdad, nunca pensé que se pudiera ser tan feliz. Y no paran de llegar buenas noticias. Hank me ha dicho hoy que ha decidido tomarse un año sabático. Va a quedarse en casa con el niño. No tengo que pensar en dejar a Dylan con una niñera o en una guardería. -Cuando se le llenaron los ojos de lágrimas, se dio una palmada en cada mejilla-. Ay, Dios, las hormonas... ¿Volverán alguna vez a la normalidad? Háblame de cosas de polis. Eso funcionará.

Zac: Hemos cerrado el caso Bower.
 
Sarah: La habéis pillado.
 
Zac: Sí, la viuda codiciosa e intrigante está fichada. El novio perdió los nervios. Él ha conseguido un trato; a ella se la acusa de asesinato en primer grado.
 
La puso al tanto de un par de casos abiertos y la hizo reír con cotilleos de la comisaría.
 
Zac: He visto un par de casas más durante el fin de semana.
 
Sarah: Zac, ya llevas casi un año mirando casas.
 
Zac: Sí, pero no hay ninguna en la que entre y diga: esta es.
 
Sarah: A lo mejor es que eres demasiado quisquilloso y terminas viviendo para siempre en ese estercolero de apartamento.
 
Zac: Un apartamento no es más que un lugar donde dormir. Una casa tiene que ser perfecta.
 
Sarah estaba de acuerdo, aun así...
 
Sarah: La que fui a ver contigo hace un par de meses estaba genial.
 
Zac: No estaba mal. Pero no hubo flechazo. La reconoceré cuando la vea.
 
Sarah: Puede que el problema sea Portland.
 
Zac: No, Portland está bien. Estoy cerca de mi familia y empezaré a trabajar contigo. Eso compensa lo del estercolero hasta que sienta el flechazo.
 
Sarah: Diría que es la misma actitud que te impide tener una relación seria, pero yo era igual en ese aspecto hasta que conocí a Hank.
 
Zac: No hay flechazo. Me ha llegado una invitación para la boda de Amber. En junio.
 
Sarah: O sea que va a casarse de verdad.
 
Zac: Eso parece. Amber va a dar el gran paso, y creo que le está yendo bien.
 
Sarah: Hay algo más -le clavó un dedo en el brazo-. Te lo noto.
 
Zac se quedó mirando la cerveza un momento, se echó hacia atrás aquella mata de pelo que ya no tenía que llevar corto.
 
Zac: ¿No has recibido la alerta?
 
Sarah: Mierda. Ahora mismo ni siquiera sé dónde tengo el teléfono. ¿Quién?
 
Zac: Marshall Finestein. Es el que recibió un tiro en la cadera pero se las arregló para alejarse a rastras.
 
Sarah: Y actuó como testigo ocular, con considerable detalle, contra Paulson. Trabajó como consultor para un documental. Sale en la televisión todos los aniversarios.
 
Zac: No llegará al próximo. Atropello y fuga. Salía a correr todas las mañanas, empezó al recuperarse después del incidente. El coche ni siquiera ha reducido la velocidad, lo ha embestido cuando corría con sus Adidas y ha seguido adelante.
 
Sarah: ¿Algún testigo?
 
Zac: Era un tramo de carretera tranquilo a primera hora de la mañana. Pero, a menos de un kilómetro de la escena, ha aparecido abandonado un Toyota Land Cruiser con daños, sangre, fibras y piel en la parte delantera. Los propietarios, un contable y una pediatra padres de dos hijos, habían denunciado el robo aproximadamente en el momento en que estaban atropellando a Finestein. Los investigaremos más a fondo, pero están limpios, Sarah.
 
Sarah: Alguien conocía la rutina de Finestein y su ruta, y ha robado el coche para eliminarlo.
 
Zac: Ya son seis las muertes de víctimas relacionadas con el DownEast. Tres asesinatos con este, dos suicidios y el accidente de Marcia Hobart. Hay un patrón, Sarah.
 
Sarah: Uno de los suicidios fue en Delaware, el otro en Boston, uno de los asesinatos (que se relacionó con bandas) tuvo lugar en Baltimore. -Levantó la mano antes de que Zac protestara-. No estoy diciendo que te equivoques, Zac. Pero sigue siendo mucho suponer. Sí, hay un patrón de conexión, pero, desde el punto de vista estadístico, en cualquier grupo grande van a producirse muertes, sobre todo derivadas de suicidios y accidentes. No hay un patrón en el método. Una pistola con silenciador, un acuchillamiento, un atropello con fuga.
 
Zac: El ensañamiento es un patrón -insistió-. Tres tiros en el caso de Rebecca Flisk. Trece heridas de arma blanca en el de Martin Bowlinger, y a Finestein lo ha embestido un todoterreno gigantesco a toda pastilla. Bowlinger, en su primer mes como guarda de seguridad del centro comercial, se deja arrastrar por el pánico y sale corriendo cuando comienza el tiroteo. No puede vivir con ello, se muda, empieza a consumir drogas. Está colocado cuando lo apuñalan, muere en cuanto le hacen un par de agujeros, pero el asesino sigue acuchillándolo. Ensañamiento. Y los suicidios -prosiguió, animándose-. ¿Y si no lo fueran? Súmales la muerte accidental de la madre de Hobart, que para mí sigue sin encajar del todo, y el resultado es que son demasiados, joder.

Sarah: El patrón se rompe con la madre de Hobart. Ella no era una víctima. No era una superviviente.
 
Zac: Sí era una víctima -insistió, y la mirada de sus ojos azules se endureció-. Tal vez no fuera una madre maravillosa, tal vez fuese débil, pero era una víctima. Su hijo la convirtió en una víctima.
 
Sarah: ¿Móvil?
 
Zac: A veces la locura es móvil suficiente. Sé que es mucho suponer, pero no puedo dejar de darle vueltas.
 
Aunque el hielo se había derretido hasta aguarlo, Sarah bebió más té.
 
Sarah: Y esa podría ser la verdadera razón por la que sigues en ese estercolero. No puedes darle tantas vueltas, Zac. Seguirles la pista es una cosa, yo no pienso dejar de hacerlo. Pero también hay que pasar página.
 
Zac: No sería policía si no fuera por aquella noche, si no fuera por ti. Y el policía que llevo dentro me dice que existe un patrón, está convencido. Quiero investigar con más detalle los suicidios y la muerte accidental. En mi tiempo libre -añadió enseguida-. Pero quiero que sepas que voy a investigarlos.
 
Sarah: De acuerdo, está bien. Si encuentras algo, seré la primera en ayudarte.
 
Zac: Con eso me vale.
 
Ambos oyeron los primeros berridos exigentes a través de la ventana del piso de arriba.
 
Sarah: Voy. ¿Quieres entrar, quedarte a cenar?
 
Zac: Esta noche no, gracias. La próxima vez traigo la cena.
 
Sarah: Te tomo la palabra -recogió los tulipanes-. Gracias por las flores, compañero.
 
Zac: No hay de qué. Diviértete, mamá.
 
Sarah: Podría dormirme de pie. -Se quedó parada en la puerta-. Mis tetas son una fábrica de leche y llevo un mes sin sexo. ¿Y sabes qué? Es divertido. Vuelve y trae pizza.
 
Zac: Hecho.
 
Zac se encaminó hacia su coche y decidió que volvería a su estercolero, metería una pizza congelada en el horno e indagaría un poco en un par de suicidios.
 
 
Vanessa bajó los cuatro tramos de escaleras que la separaban del Prius de Ash cargada con maletas y cajas. Un desvío en el camino, se repetía con resuelta alegría. Aquello no era más que un desvío en el camino, y un comienzo maravilloso y brillante para Ash con el traslado a Boston y el puesto en el Hospital General de Massachusetts.

Ash se lo merecía, se había esforzado por conseguirlo, lo haría genial.
 
Ness: ¿Cómo vas a meter todas estas cosas ahí? Deberías haber enviado por correo todos estos libros.
 
Ash: Entrará todo -se dio unos golpecitos con el dedo en la sien-. Lo tengo todo calculado. Es como el Tetris.
 
Ness: Yo nunca he entendido ese juego, pero tú eras una friki, y la que tuvo...
 
Cuando se dio cuenta de que con sus habilidades no podía aportar nada que fuera más allá de cargar con los bultos, Vanessa se hizo a un lado y observó a Ash -llevaba la larga y sedosa coleta metida por el ajuste de una gorra de los Red Sox de Boston (un regalo)-, mientras calculaba, colocaba, movía.

Llevaba unos vaqueros cortos, zapatillas de deporte de color rosa y una camiseta de Columbia. Manos pequeñas, pensó Vanessa, que quería recordar cada detalle. Uñas cortas, nunca pintadas. El diminuto símbolo vietnamita que llevaba tatuado bajo el pulgar derecho y que significaba «esperanza».

Unos preciosos ojos marrones, un óvalo facial suave, la nariz afilada.

Un reloj enorme en la fina muñeca izquierda, unos pendientes dorados minúsculos en los lóbulos de las orejas, pequeños y pegados a la cabeza.

Y, por supuesto, el cerebro, ya que en pocos minutos Ash tenía todo cargado.
 
Ash: ¡Listo! ¿Ves?
 
Ness: Sí. Cómo he podido dudarlo. Aunque todavía falta una -sacó la caja que había mantenido oculta a su espalda-. Búscale un hueco y ábrela cuando llegues allí.
 
Ash: Le haré un hueco, pero pienso abrirla ahora.
 
Ash tiró del lazo de rafia, quitó la tapa y apartó el envoltorio protector de algodón.

Ash: Oh, Ness.
 
La escultura, no más grande que la mano de Ash, formaba tres caras. Eran Vanessa y Ash con Miley centrada entre las dos.
 
Ness: Iba a esculpirnos solo a ti y a mí, pero... ella también quería estar ahí. Es como creo que sería. Si...
 
Ash: Es preciosa. -Las lágrimas brotaron y le empañaron la voz-. Somos preciosas. Ella está con nosotras.
 
Ness: Se habría sentido muy orgullosa de ti, casi doctora Tisdale.
 
Ash: Aún me queda mucho para eso. También se habría sentido orgullosa de ti. Mira cuánto talento tienes. -Con suavidad, acarició con un dedo los rasgos de sus amigas-. Se habría convertido en una estrella -murmuró-.
 
Ness: Eso seguro.
 
Ash: Será lo primero que coloque en mi apartamento nuevo. -Con cuidado, volvió a poner en su sitio el envoltorio de algodón, la tapa-. Dios mío, Ness. Voy a echarte mucho de menos.
 
Ness: Nos enviaremos mensajes y nos llamaremos y nos escribiremos correos electrónicos y haremos videollamadas. Nos visitaremos.
 
Ash: ¿Con quién voy a hablar cuando no pueda dormir?
 
Ness: Conmigo. Me llamarás. -Tras envolver a Ash en un fuerte abrazo, comenzó a mecerla de un lado a otro-. Se te permite hacer amigos. Adelante, haz todos los que quieras. Pero no se te permite, bajo ningún concepto, hacer otra mejor amiga del alma.
 
Ash: A ti tampoco.
 
Ness: Ni de coña. Tienes que irte, venga, que tienes que irte. -Siguió aferrada a ella-. Mándame un mensaje cuando llegues.
 
Ash: Te quiero.
 
Ness: Te quiero -se obligó a soltarla-. Vete. Arrasa, Ashley. Arrasa, encuentra la cura para el resfriado común y sé feliz.
 
Ash: Arrasa, Vanessa. Arrasa, crea grandes obras de arte y sé feliz.
 
Ash se sentó al volante, se cubrió los ojos llorosos con las gafas de sol y, con un último gesto de despedida con la mano, tomó su propio desvío en el camino.

Vanessa volvió a entrar, subió los cuatro pisos y llegó al apartamento para enfrentarse al hecho de vivir sola por primera vez en su vida.

Podía permitírselo, y no le apetecía compartir piso con nadie más. Tenía trabajo, sus honorarios como modelo y hasta vendía alguna que otra pieza a través de una galería del barrio.

Además, ya tenía acceso a su fondo fiduciario, así que, en caso de apuro, podía recurrir a él.

El dormitorio de Ash se convertiría en su estudio, su taller.

A pesar de que lloró a mares mientras lo hacía, trasladó los materiales desde su dormitorio y desde la parte del salón que había invadido. Arrastró las estanterías, su banco y su taburete.

A partir de entonces, pensó mientras lo organizaba todo, podría entrar y salir de la cama sin tener que pasar por encima de los materiales de arte ni rodearlos.

La luz de la habitación de Ash -corrección, de su estudio- le iría muy bien. Allí podría llevar a modelos en lugar de tener que pagar o negociar para que le hicieran un hueco en el estudio de otra persona.

Mientras arreglaba y reorganizaba las cosas, hizo planes. Sin la compañía de Ash, no se vería tan tentada de perder el tiempo en el salón, no mantendrían aquellas larguísimas conversaciones ni saldrían de noche por impulso. Invertiría ese tiempo en trabajar.

No es que no tuviera otros amigos, se dijo para tranquilizarse. No eran sus mejores amigos del alma, por supuesto, y puede que le costara un poco hacer amigos, pero tenía gente con la que salir o pasar el rato.

No tenía que estar sola, sino que había elegido estar sola.

Tras dos horas sola en el apartamento, cogió el bolso y salió.

Tres horas más tarde regresó con el pelo cortado en ángulo a lo largo de la mandíbula, teñido de un color que en la peluquería llamaron índigo helado, y con un flequillo largo y ladeado.

Se hizo un selfie y se lo envió a Ash, que ya había llegado a Boston.

Luego miró a su alrededor y suspiró. Cogió uno de los bocetos que tenía sujetos a la mesa de dibujo, se sentó y comenzó a tomar medidas más precisas de un desnudo en el que la modelo estaba en cuclillas, con el pelo largo cayendo en cascada y formando espirales, con las yemas de los dedos de una mano apoyadas contra el suelo y la palma de la otra mano hacia arriba, ligeramente estirada.

¿Qué está haciendo?, se preguntó Vanessa. ¿Qué está mirando? ¿Dónde está?

Mientras trabajaba en las medidas, jugó con distintas historias; las planteaba y las rechazaba. Daba en el clavo.
 
Ness: Ha dado el salto -murmuró-. No es un salto de fe, sino de valentía. Ha saltado sin contar con nada que no sea ella misma, eso es valentía. Puedo verte.
 
Como aquella noche no tenía clase ni mesas que servir, fue a buscar el alambre para el armazón y lo colocó sobre la plantilla.

Demasiado silencio, decidió, así que puso música.

Ni rock, reflexionó, ni clásica.

Tribal. Su mujer buscaría una tribu.

Y luego la lideraría.

Con aquella imagen clara en la cabeza y la estructura lista, Vanessa eligió la arcilla y los utensilios, y comenzó a liberar a la mujer que encabezaría una tribu.

Los pies, largos y estrechos; los tobillos, fuertes y esbeltos; los músculos de la pantorrilla, definidos.

Construyó, talló, cepilló, roció la arcilla con agua, alisó las rodillas.

A medida que la figura emergía, Vanessa fue abriéndose camino hacia arriba, hasta que se dio cuenta de que la luz había cambiado.

Empezaba a caer la noche.

Tapó la figura, se obligó a bajar del taburete, a caminar, a estirarse. Tomaría un poco de vino, decidió, y luego pidió comida china, porque, si volvía a trabajar, se le olvidaría comer.

Si te olvidas de comer, de hidratarte, de moverte, el trabajo suele reflejar esos descuidos.

Pasó su primera noche sola bebiendo vino, que alternaba con agua, comiendo fideos y cerdo salteado, y dando vida a su visión.
 
Durante tres semanas, siguió la misma rutina. Trabajo (del que conllevaba un sueldo), clases, trabajo (del que le alimentaba el alma).

Después de una jornada de quince horas, la mayoría de ellas de pie, volvía a casa, al insidioso silencio de su apartamento.

Echaba tanto de menos a Ash como si le hubieran arrancado una parte de su propio cuerpo, no podía negarlo, pero ese no era el meollo del problema. Se sentó y estudió la escultura que había empezado aquella primera noche.

Era buena, buena de verdad. Una de las mejores piezas que había creado, pero no conseguía obligarse a llevarla a la galería.
 
Ness: Porque la necesito -dijo en voz alta-. Me está diciendo algo, lleva todo este tiempo intentando decirme algo. Estoy hablando sola. -Suspiró y echó la cabeza hacia atrás-. ¿Y qué? ¿Y qué? Yo también tengo algo que decir. Ha llegado el momento de dar un salto. En Nueva York ya he hecho lo que vine a hacer. Ha llegado el momento de seguir adelante.
 
Cerró los ojos.
 
Ness: Se acabó lo de trabajar de camarera, lo de posar por dinero, por materiales o por horas de clase. Soy una artista, maldita sea.
 
Le quedaban dos meses de contrato. O aguantaba ese tiempo o apechugaba con el alquiler de todos modos.

Apechugaría, decidió.

Sacó el móvil, miró la hora y calculó las probabilidades de que CiCi siguiera levantada.

Esperó y, cuando oyó la voz de su abuela, con claridad, alerta, sonrió.
 
Cici: ¿De fiesta?
 
Ness: No, y sé que es tarde.
 
Cici: Nunca demasiado.
 
Ness: Exacto. Bueno, creo que ha llegado el momento de que le hinque el diente a Europa. ¿Conoces a alguien en Florencia, por ejemplo, que alquile un piso?
 
Cici: Muñeca, conozco a todo el mundo en todas partes. ¿Qué tal si hacemos el viaje juntas y te presento?
 
La sonrisa se convirtió en una carcajada.
 
Ness: ¿Qué tal si hago las maletas?
 
Durante los dieciocho meses que Vanessa pasó en Florencia, aprendió el idioma, cultivó tomates y geranios en el minúsculo balcón de su apartamento con vistas a la piazza San Marco y se echó un amante italiano llamado Dante.

Dante, que era guapo hasta lo absurdo, tocaba el violonchelo y disfrutaba preparándole pasta. Como él viajaba con la sinfónica, la relación que mantenían no la agobiaba y le dejaba todo el tiempo que necesitaba para dedicarse a su trabajo.

El hecho de que él estuviera con otras mujeres durante sus viajes no la preocupaba. Para ella, Dante formaba parte de un interludio maravilloso de sol, sexo y escultura. Se había regalado a sí misma aquel tiempo y aquel lugar, se había empapado de todo lo que le ofrecían.

Estudiaba, pasaba tiempo con otros artistas, con maestros, con artesanos y técnicos. Y derramó sudor a chorros en el suelo de una fundición para mejorar sus conocimientos sobre las piezas de bronce trabajadas con esa técnica.

Mientras aprendía, experimentaba y descubría, reunió la seguridad suficiente para engatusar a los organizadores de una exposición en una galería de arte de moda, y luego se pasó cuatro meses completando más piezas de la serie que llamó «Dioses y diosas».

Vanessa invitó a su familia por obligación. No acudieron, pero enviaron dos docenas de rosas rojas a la galería con una tarjeta en la que le deseaban suerte.

Ayudar a trasladar las piezas y debatir con el director de la galería sobre su colocación no le dejó tiempo para ponerse nerviosa. Se había dicho incontables veces a sí misma que si la exposición no tenía éxito, significaría que no era lo bastante buena.

Todavía.

No significaba que fuese a volver a casa como una fracasada. Tal vez sus padres -corrección, seguro que sus padres, pensó mientras intentaba decidir, otra vez, entre un vestido negro, austero y serio, y otro rojo, atrevido y sexy- la consideraran una fracasada. Pero, de todas formas, ella nunca cumpliría con sus expectativas. Para eso ya tenían a Natalie. Vanessa siempre sería la hija que había abandonado la universidad y había tirado por la borda todas las ventajas que ellos le habían ofrecido.

Su madre votaría por el negro, pensó Vanessa. Sé formal, sé sofisticada.

Se decidió por el rojo y lo complementó con unas sandalias doradas de tacón asesino que le destrozarían los pies pero también permitirían que se le vieran las uñas, pintadas del mismo tono granada que el color base de su pelo.

A esa base le había añadido reflejos y mechones de color turquesa, ciruela y cobrizo para resaltar el corte, de ángulos dispares.

Y para acentuar el aire bohemio, se puso unos pendientes largos con círculos dorados y un sinfín de pulseras.

¿Se estaba pasando? Quizá cambiara al negro después de todo.

Antes de que pudiera sacarlo del armario, sonó el timbre. Otra entrega de Dante, decidió mientras salía del dormitorio hacia la sala de estar, ya perfumada gracias a las rosas blancas que le había enviado la noche anterior, los lirios rojos de esa mañana, las orquídeas de primera hora de la tarde y los tulipanes rosas de después.

Abrió la puerta, gritó y abrazó a su abuela.
 
Ness: ¡CiCi! ¡CiCi! ¡Estás aquí!
 
Cici: ¿Dónde iba a estar si no?
 
Ness: Has venido. Has venido hasta aquí.
 
Cici: Nada habría podido impedírmelo, cara. Nada de nada.
 
Ness: Ay, pasa, siéntate. ¿Acabas de llegar? Deja que te coja la maleta.
 
Cici: He venido directa aquí, pero no te preocupes, me quedo en casa de Francesca e Isabel.
 
Ness: ¡No, no, no puedes irte con ellas! Tienes que quedarte aquí. Por favor.
 
CiCi se echó hacia atrás la melena, que le llegaba por debajo de los omóplatos y llevaba teñida del color del cobre bruñido.
 
Cici: Me encantaría montarme un trío con ese bombón italiano tuyo, pero me incomoda demasiado que una de los tres sea mi nieta.
 
Ness: Dante está en Viena. Ha sido imposible cuadrar agendas. Pero está en todas partes.

Abarcó la habitación, llena de flores, con los brazos.
 
Cici: Ese hombre es un romántico. Entonces, si estamos solas tú y yo, me encantaría quedarme. Se lo diré a Francesca e Isabel. Vienen esta noche, y después os llevo a todas a celebrarlo. Dios. -Con una enorme sonrisa, se regodeó en su mayor tesoro-. ¡Mírate! Tu pelo es una obra de arte. ¡Y qué vestido!
 
Ness: Estaba pensando que debería cambiarme. Tengo un vestido negro que podría...
 
Cici: Está muy visto. No lo hagas.
 
Ness: ¿En serio? ¿Estás segura?
 
Cici: Así pareces atrevida, segura y dispuesta, pero hazte un favor y quítate los zapatos hasta que nos vayamos. ¿Cuánto tiempo nos queda?
 
Ness: Más de una hora.
 
Cici: Bien. Tiempo suficiente para que me sirvas una copa de vino antes de ponerme guapa.
 
Ness: Eres la mujer más guapa del mundo. No puedo expresar lo que significa para mí que hayas venido hasta aquí por la exposición, por mí.
 
Cici: Nada de lágrimas -dio unos golpecitos con el dedo en la nariz a su nieta-. Te has pintado muy bien los ojos. De hecho, voy a pedirte que me maquilles tú. Después del vino.
 
Vanessa se quitó los zapatos y se dirigió a la cocina descalza, eligió un tinto de la zona y preparó enseguida un plato con queso, pan y aceitunas.
 
Ness: Sé que no es una exposición importante -empezó a decir-.
 
Cici: Deja esas tonterías ahora mismo, no se permiten vibraciones negativas. Todas son importantes, y esta más que ninguna. Es tuya. Es tu primera exposición en Europa. -Tras abrir las puertas del balcón, se sentó en una de las sillas de metal y luego cogió el vino que Vanessa había dejado en la mesa, a su lado-. Salud, tesoro.
 
Vanessa entrechocó su copa con la de CiCi.
 
Ness: Agradezco la oportunidad. Es solo que no quiero excederme con las expectativas.
 
Cici: Bueno, está más claro que el agua que me necesitas aquí para evitar que debilites la luz de tu propia estrella. Esta noche brillará, confía en mí. Ya sabes que soy algo adivina. Y vas a dejar que brille o tendré que darte un azote en el culo.
 
Ness: Me alegro mucho de que estés aquí. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
 
Cici: Voy a tomarme un par de semanas para estar contigo, ver a unos cuantos amigos, pintar un poco. Es una ciudad preciosa -murmuró mientras miraba hacia la plaza, los tejados rojos y el estuco bañado por el sol-. ¿Es este tu sitio, Vanessa?

Ness: Me encanta. Me encantan la luz y la gente, el arte. Aquí se respira arte. Me encantan el color y la historia, la comida, el vino. Creo que estar aquí no solo ha abierto algo en mi interior, sino que lo ha alimentado. ¿Y quién alimenta el cuerpo y el alma mejor que los italianos?
 
Cici: ¿Y sin embargo...?
 
Ness: Y sin embargo, aunque es un sitio al que necesitaré volver, no es el mío. Si puedes quedarte tres semanas, vuelvo contigo. Estoy lista.
 
Cici: Entonces me quedo.
 
En la inauguración, Vanessa cumplió con su papel charlando en italiano y en inglés, respondiendo a preguntas sobre piezas concretas. La gente entraba, echaba un vistazo... Sabía que muchos acudían por las copitas de vino.

Pero acudían.

Saludó a Francesca y a Isabel cuando llegaron, intercambió cálidos abrazos y besos con aquella pareja duradera que la había acogido bajo su ala cuando llegó a Florencia.

La gerente de la galería -una mujer de cincuenta años que hacía que el negro austero y sobrio resultara espectacular- se acercó con disimulo y murmuró al oído de Vanessa:
 
**: Acabamos de vender tu Despierta.
 
Vanessa abrió la boca, pero no logró articular palabra. La pieza, una de las pocas que había decidido realizar en bronce, había comportado semanas de planificación e incontables dudas acerca de la pose, la técnica... y después el precio que fijó la galería.

Y en ese momento la figura de una mujer que se levantaba de un lecho de flores, con un brazo estirado como para alcanzar el sol y un esbozo de sonrisa que a Vanessa le había costado sudor y lágrimas plasmar exactamente como quería, pertenecía a alguien.
 
Ness: ¿Quién...? Ay, Dios, no me digas que la ha comprado mi abuela.
 
**: No ha sido ella. Ven a conocer a los compradores.
 
Le zumbaban lo oídos cuando avanzó por la serpenteante planta de la galería para conocer a la pareja que le había brindado su primera gran venta, formada por un hombre de negocios y su elegante esposa.

El zumbido dio paso a los vítores interiores mientras estrechaba manos y charlaba.

Tenía que contárselo a CiCi.

Se abrió camino entre la gente y finalmente encontró a su abuela de pie junto a una pieza que Vanessa había titulado Surgimiento. A pesar de que consideraba que las de bronce eran las más complicadas y difíciles de la exposición, aquella era su favorita.

Porque contenía su corazón.

La cabeza y los hombros de la mujer surgían de un estanque, la cabeza echada hacia atrás, el pelo suelto, liso y húmedo, los ojos cerrados, la cara embelesada.

La había hecho en varios tonos de azul claro.
 
Ness: CiCi, yo... ¿Qué pasa? -Al ver que su abuela tenía lágrimas en los ojos, se precipitó hacia ella-. ¿No te encuentras bien? ¿Necesitas tomar el aire? ¿Quieres un poco de agua?
 
Cici: No. No -la agarró de la mano-. Sal fuera conmigo un minuto antes de que me ponga en ridículo.
 
Ness: Vale. Ven. -Le pasó un brazo por la cintura y la guio hacia el exterior-. Hace calor y hay mucha gente. Voy a buscarte una silla.
 
Cici: Estoy bien. Estoy bien. Por Dios, no me trates como a una anciana. Solo necesito un segundo.
 
Fuera, el aire olía a flores y a comida. Había gente sentada en la terraza del restaurante de enfrente, disfrutando de la cena y la conversación. Por delante de ellas pasó una mujer -piernas largas y falda corta- con un perro sujeto con correa.
 
Cici: Sabía que tenías talento. Sabía que sería la arcilla. Soy algo adivina, ya lo sabes -cogió la copa de vino que Vanessa había olvidado que llevaba en la mano y dio un sorbo-. Me di cuenta de que tu trabajo estaba avanzando cuando te visité en otoño. Y me has enviado fotos, vídeos. Pero no lo transmiten, mi niña. No lo transmiten así, como cuando lo ves. Las texturas, los detalles, la emoción. Hay tanta brillantez en ellas que ni siquiera tengo palabras. Y apenas acabas de empezar -se enjugó las lágrimas con unos golpecitos-. Voy a decirte una cosa, de artista a artista, así que no me vengas con tonterías cuando lo suelte: tu Surgimiento tiene que ser mía. Voy a comprarla no porque seas mi nieta, sino porque me ha hecho llorar, me ha llegado al alma.
 
Ness: Es... Es Miley.
 
Cici: Sí, lo sé. Y ella, y tú, me habéis llegado al alma.
 
Ness: Entonces te la regalo.
 
Cici: No. No me la vas a regalar. Puedes regalarme otra cosa, pero no esa escultura. Ahora entra ahí y diles que está vendida antes de que alguien me la quite delante de mis narices. Tengo que beberme este vino y calmarme. ¡Date prisa!
 
Ness: Vuelvo enseguida.
 
Cuando regresó, encontró a CiCi recostada contra la pared, sonriendo.
 
Cici: Sigo en forma. Un hombre de lo más encantador, no mucho mayor que tú, se ha parado y se ha ofrecido a invitarme a una copa de vino de verdad. Deberíamos volver a entrar antes de que cree un alboroto sexual.
 
Ness: Ahora soy yo la que necesita un minuto, CiCi. -Buscó a tientas la mano de su abuela-. He vendido cuatro piezas... cinco -se corrigió-. Cinco con la tuya. Anna-Tereza está encantada. Te juro que he estado a punto de hacer una de las tuyas, de ponerme a encender velas y lanzar hechizos para vender una y no sentirme humillada.
 
Cici: Nada de brujería en beneficio propio -se llevó la copa a los labios con una mano y apretó la de Vanessa con la otra-. Es de mal gusto.
 
Ness: Es verdad. Imagino que Dante se pondrá bastante contento, porque posó para dos de las ventas.
 
Cici: Y la noche no ha terminado. Cuando acabe esta parte, vamos a regalarnos una buena celebración. Y mira quién va a brindar con nosotras.
 
Ness: ¿Quién...? -se volvió en la dirección que señalaba CiCi. Vio a una mujer que corría, con la melena corta y negra rebotándole a ambos lados de la cara. Zapatillas de deporte, una mochila-. Ash. ¡Oh, Dios, Ash!
 
A pesar de los tacones, Vanessa echó a correr a su encuentro.
 
Ash: Me han retrasado el vuelo en Londres. No he tenido tiempo de cambiarme. Soy un desastre. Estoy aquí. No he llegado demasiado tarde.
 
La salva de palabras jadeantes iba acompañada de abrazos.
 
Ness: Pero si tenías un congreso. Tenías que dar una charla. Tú...
 
Ash: Solo tengo esta noche. Tengo que volverme mañana a primera hora. Madre mía, estás fabulosa. Yo no estoy a la altura.
 
Ness: Doctora Tisdale. Mi doctora Tisdale. -La acercó a CiCi y las abrazó a las dos-. Esta es la mejor noche de mi vida.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Me perdi varios capítulos pero ya me estoy poniendo al dia
Que giro dio toda la novela
Las cosas van muy complicadas
Espero en estoy dias ya ponerme al dia
Pd:comento aqui por que me dio trabajo comentar en el capitulo que me quedo
Voy en el capitulo 7

Publicar un comentario

Perfil