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domingo, 6 de octubre de 2019

Capítulo 4


Funcionó, justo como había dicho CiCi. Aunque para Vanessa fue como una especie de sueño extraño, similar a los que tenía cuando no estaba ni despierta ni dormida por completo. Todo era vívido y borroso al mismo tiempo, y los sonidos le llegaban desde el otro lado de un túnel con eco.

Pero cuando entró con su abuela en la UCI, sintió que el corazón empezaba a latirle con fuerza, acelerado, a pesar de hallarse atrapado entre lo que parecían dos manos empeñadas en estrujarlo. La sensación la llevó directamente de vuelta al cubículo del baño donde se había agazapado con el teléfono sin batería y el miedo.
 
Ness: CiCi.
 
Cici: Respira. Inspira por la nariz, como si tu barriga fuera un globo que tienes que inflar, y luego espira por la nariz, como si se estuviera desinflando. Dentro y fuera -murmuró con un brazo alrededor de la cintura de Vanessa-. Muy bien. Tú estás bien y Ash se pondrá bien, así que respira por ella. Mira, ahí está Mandy.
 
Mandy, con la cara pálida y los ojos violáceos de cansancio, se levantó y caminó hacia ellas.
 
Mandy: Mis padres están con Ash. La doctora ha dicho que pronto la trasladarán a una habitación, tal vez hoy mismo, porque su estado ha mejorado.
 
Ness: ¿Está mejor? -se le formó un nudo en la garganta-. ¿Está mejor de verdad?
 
Mandy: Sí, te lo prometo. Tiene un aspecto... -apretó los labios cuando comenzaron a temblarle-. Un aspecto muy frágil, pero está mejor. Hemos tenido que contarle lo de Miley. Necesita verte, Vanessa, lo necesita de verdad.
 
Cici: Mandy, cariño, ¿has pasado toda la noche aquí?
 
Mandy: Mis abuelos se llevaron a mi hermano a casa. Yo me quedé con mis padres. No podíamos dejarla sola.
 
Cici: Te traeré un café. ¿O té? ¿Un refresco?
 
Mandy: Agradecería mucho un café.
 
Cici: Vanessa, siéntate con Mandy. Y Mandy, cuando salgan tus padres, los tres deberíais iros a casa a dormir un poco. Nos quedamos Vanessa y yo. Nos turnaremos para que siempre haya alguien aquí. Ve a sentarte.
 
Mandy: No sé si mis padres querrán irse -dijo cuando CiCi se marchó a buscar el café-.
 
Ness: CiCi los convencerá. Se le da bien. -Mientras acompañaba a Mandy de vuelta a las sillas, pensó que, si quería ser valiente por Ash, tenía que empezar en aquel mismo instante-. Nos turnaremos para que Ash no se quede sola en ningún momento.
 
Mandy: Lo recuerda. O al menos algunas cosas. La policía ha hablado con ella esta mañana. La doctora solo les ha dejado hablar con ella unos minutos. ¿Tú has hablado con la policía?
 
Ness: Hoy no. Hoy todavía no.
 
CiCi volvió con una Coca-Cola para Vanessa y un café para Mandy.
 
Cici: Mucha leche, poco azúcar, ¿verdad?
 
Mandy: Sí -consiguió esbozar una sonrisa-. Te has acordado.
 
Cici: Lo tengo grabado -se dio unos golpecitos con el dedo en la sien y se sentó-. Trabajé varios años de forma esporádica como asistente de bandas musicales. Aprendes a grabarte en la cabeza cómo le gusta a la gente el café, el licor y el sexo.
 
Ness: CiCi.
 
Mandy: Cosas de la vida, niñas. ¿Estás saliendo con alguien, Mandy?
 
Vanessa no sabía cómo lo hacía su abuela, pero incluso entonces comprendió por qué lo hacía. Sacó a Mandy de aquel instante aterrador y la llevó a la normalidad; en tres minutos, averiguó más cosas del chico con el que había empezado a salir Mandy de las que Vanessa sospechaba que sabían Ash o sus padres. Era un irlandés católico de Boston que en ese momento estaba conduciendo hacia allí para reunirse con ella.

Cuando salieron los padres de Ash, CiCi se levantó y se acercó para abrazarlos enseguida a ambos. Durante la conversación que mantuvieron entre murmullos, Vanessa vio que la señora Tisdale miraba hacia atrás, hacia las puertas, con lágrimas en los ojos, pero CiCi continuó hablando con ese tono grave y tranquilizador.

Es como un sueño, volvió a pensar Vanessa, cuando, al cabo de unos minutos, los Tisdale accedieron a irse a casa un rato.

Cuando se marcharon, CiCi se sentó de nuevo y dio una palmadita en la rodilla a Vanessa.
 
Cici: Están convencidos de que no dormirán, pero sí lo harán. El cuerpo y el espíritu necesitan recargarse, y el espíritu guiará al cuerpo.
 
Ness: No sabía que Mandy tuviera un novio de verdad.
 
Cici: Creo que ella tampoco lo sabía hasta que él le dijo que lo dejaba todo y venía para estar con ella. Bueno, quiero que tengas pensamientos fuertes, positivos.
 
Meneando un dedo en el aire, CiCi dedicó a Vanessa una mirada cómplice con aquellos ojos que la chica consideraba dorados y, en realidad, eran del mismo tono que los suyos.
 
Cici: Y no pienses que no veo la expresión arrogante que estás poniendo por dentro. Ten esos pensamientos de todas formas. Vais a llorar juntas, pero eso es algo que sana, tanto si lo sentís así ahora como si no. Escúchala, escucha todo lo que tenga que decir. Y dile la verdad sobre cualquier cosa que te pregunte, porque si perdéis la confianza la una en la otra en este momento, puede que no volváis a recuperarla.
 
Ness: No quiero decir nada que empeore las cosas.
 
Cici: Ya han empeorado, y estáis pasando juntas por ello. Necesitáis la verdad entre vosotras. Ahí está su enfermera. Ve a ver a tu hermana, cariño. Sé fuerte y valiente.
 
No se sentía fuerte ni valiente, no con aquel zumbido en la cabeza y el corazón en un puño. Asintió a las palabras de la enfermera, pero en realidad no se enteró de lo que le decía.

Todo empeoró cuando vio a Ash a través del cristal.

Parecía tan pequeña, tan enferma... «Frágil», había dicho Mandy, pero a ojos de Vanessa parecía rota. Algo frágil que ya se había caído y hecho añicos.

La mirada exhausta de Ash se cruzó con la suya y brotaron las lágrimas.

Vanessa no recordaba cómo había entrado. No se acordaba de si la enfermera le había dicho que no la tocara. Pero tenía que hacerlo, lo necesitaba.

Presionó su mejilla contra la de Ash y le agarró las manos, que le parecieron tan finas como las alas de un pájaro.
 
Ash: Creía... Tenía miedo de que me hubieran mentido -su voz, tan leve como sus manos, se ahogó en un sollozo-. Temía que tú también estuvieras muerta y no quisieran contármelo. Tenía miedo...
 
Ness: No estoy muerta. Estoy aquí. No resulté herida. No estaba allí. Me había ido...
 
Vanessa se oyó a sí misma... y oyó a CiCi: Escúchala.
 
Ash: ¿Miley está muerta de verdad?
 
Con la mejilla aún pegada a la de Ash, Vanessa asintió.

Lloraron juntas; el frágil cuerpo de Ash temblaba bajo el suyo.

Vanessa se apartó para sentarse en un lado de la cama y coger la mano a Ash.
 
Ash: Entró. Al principio no lo vi. Luego oímos los disparos y los gritos, pero todo pasó muy deprisa, y no sabíamos qué estaba pasando. Miley dijo «¿Qué está pasando?», y entonces... -cerró los ojos-. ¿Me das un poco de agua?
 
Vanessa cogió el vaso con la pajita doblada y se lo acercó.
 
Ash: Él le disparó. Vanessa, le disparó, y yo sentí un... un dolor horrible, y Miley se cayó encima de mí, fue como si se desplomará sobre mí, y yo sentí más dolor, y ella... Fue como si, no sé, se sacudiera. Vanessa, él siguió disparándole, y ella estaba encima de mí, así que murió. Y yo no. Miley me salvó. Se lo conté a la policía. No podía moverme. No podía ayudarla. Y estaba despierta, pero nada parecía real. Él siguió disparando una y otra vez, y luego todo paró. El tiroteo. Pero la gente gritaba y lloraba. Yo no podía gritar ni moverme. Pensé que estaba muerta, y entonces... Me desmayé, supongo. No recuerdo nada hasta que desperté aquí -apretó la mano de Vanessa con aquellos dedos ligeros como alas-. ¿Voy a morir?

Dile la verdad.
 
Ness: Tenías heridas muy graves y estábamos muy asustados. La doctora tardó horas en salir, pero dijo que había ido muy bien. Y hoy han dicho que te sacarán de la UCI porque ya no estás en estado crítico. CiCi está aquí conmigo, y ha convencido a tus padres para que se vayan a casa a dormir un rato. No se habrían ido a casa si fueras a morir.
 
Ash volvió a cerrar los ojos.
 
Ash: Miley ha muerto. ¿Por qué?
 
Ness: No lo sé. No puedo... sigo pensando que no es verdad.
 
Ash: Te fuiste al baño. ¿Qué pasó?
 
Ness: Estaba a punto de entrar otra vez, y pensaba que el ruido era de la película. Pero alguien, un hombre, intentó salir corriendo y se cayó. Vi que estaba cubierto de sangre. Miré hacia la sala, solo un segundo, y vi... vi a alguien disparando, y lo oí todo. Volví corriendo al baño y llamé a emergencias. Me dijeron que me quedara donde estaba, que me escondiera y esperase, y mientras hablaba me quedé sin batería.
 
Ash sonrió levemente.
 
Ash: Se te olvidó cargarlo otra vez.
 
Ness: No se me volverá a olvidar nunca. Vino la policía. Una mujer, le di vuestros nombres, y los de mi madre y Natalie.
 
Ash: Estaban en el centro comercial. Se me había olvidado.
 
Ness: Eran tres, Ash. Eso han dicho en las noticias. Dos en el centro comercial, uno en el cine.
 
Ash: ¿Y tu madre y Natalie? No, Vanessa, no.
 
Ness: Están bien. Mi madre sufrió una conmoción cerebral y unos cuantos cortes por los cristales que salieron volando. Nat la arrastró hasta detrás de un mostrador. Ella está bien. Están bien. -Vaciló un momento, luego prosiguió-: Eran tres, mataron a gente. Mataron a Miley. Y los conocíamos.
 
Ash: ¿Los conocíamos? -repitió despacio-.
 
Ness: Están muertos. Me alegro de que lo estén. JJ Hobart.
 
Ash: Oh, Dios mío.
 
Ness: Kent Whitehall y Devon Paulson estaban en el centro comercial. JJ, en el cine.
 
Ash: Fue él quien mató a Miley. Los veía en el instituto casi todos los días. Han matado a Miley.
 
Ness: Y a Austin. Él también está muerto. Y Tiffany, malherida. Anoche vi a su madre, a la de Tiffany. JJ le disparó. Podría tener daños cerebrales y en la cara... No lo oí todo. No sé lo grave que está.
 
Ash: Sabía que JJ sobre todo era un capullo, un capullo estúpido a veces, pero... -sus ojos amoratados volvieron a llenarse de lágrimas-. Fui yo quien escogió la película. Quise ver esa película en concreto, y ahora Miley está muerta.
 
Ness: No es culpa tuya. Y no es culpa mía que me hubiera ido al baño y no estuviera allí. Aunque sienta que sí. Aunque de verdad sienta que sí. La culpa es de ellos, Ash. Los odio. Los odiaré siempre.
 
Ash: Estoy muy cansada -murmuró al tiempo que cerraba los ojos-. No te vayas.
 
Ness: Estaré fuera -dijo cuando la enfermera se acercó a la puerta y le indicó que se le había acabado el tiempo-. No me iré.
 

En el pasado, Zac había tenido un par de sueños muy interesantes en los que desnudaba a Britt. En ese momento, después de las pesadillas recurrentes en las que se escondía junto a su cadáver, estaba sentado en la última fila de la iglesia metodista para su funeral.

Casi se había autoconvencido de no asistir. En realidad no eran tan amigos. En realidad no la conocía tanto. Zac no sabía, por ejemplo, que los padres de Britt estaban divorciados, que ella tocaba la flauta y que tenía un hermano en el cuerpo de Marines.

Tal vez se habría enterado de esas cosas si hubieran ido al cine, a tomar una pizza o a dar un paseo por la playa. Pero no lo habían hecho.

Y en ese momento, allí sentado, se sentía perdido, culpable y estúpido mientras la gente que la había conocido de verdad, que la había querido, lloraba.

Pero había sentido la obligación de asistir al funeral. Probablemente él había sido la última persona -que no fuera un cliente- que había mantenido una conversación de verdad con ella.

Zac había pasado aquellos minutos aterradores escondiendo a un niño en el quiosco de Britt con su cuerpo justo... ahí.

Su sangre le había manchado los zapatos, los pantalones.

Permaneció sentado hasta que terminaron las oraciones, el llanto y los panegíricos desgarradores, vestido con un traje que le tiraba de los hombros. Cuando había vuelto a casa para pasar el verano, su madre le había dicho que se comprara un traje nuevo, pero él había ignorado la sugerencia porque le parecía un despilfarro.

Como siempre, su madre tenía razón.

Al pensar en el traje sintió que estaba siendo irrespetuoso. Así que pensó en las tres caras que había visto una y otra vez en las noticias.

Eran más jóvenes que él, los tres, y uno de ellos había matado a Britt.

Hobart no había sido, recordó. Él estaba en el cine, y Parker, la agente de policía, lo había matado. Los noticiarios decían que Hobart había trabajado en el cine. También decían que había sido el cabecilla.

Pero a Britt la había matado o Whitehall o Paulson.

En las fotos que aparecían en la televisión y los periódicos, en internet, se los veía normales.

Pero no se habían comportado como normales.

El chico al que había visto reírse mientras disparaba a un hombre en la cabeza -el que seguía viendo en sus pesadillas, equipado con un chaleco antibalas- no se había comportado como una persona normal.

Ahora ya sabía más cosas de ellos, de los tres jóvenes que habían matado a una chica que le gustaba durante su masacre de ocho minutos de duración. Hobart vivía con su padre después de un feo divorcio. Su hermana pequeña vivía con la madre. El padre, un ávido coleccionista de armas, había enseñado a sus hijos a cazar, a disparar.

Whitehall vivía con su madre, su padrastro y sus hermanastros. A su padre, desempleado, lo habían arrestado un par de veces: por embriaguez y por conducir bajo los efectos del alcohol. Whitehall, según decían los vecinos, era reservado y tenía problemas con las drogas.

Paulson daba la sensación de ser un estudiante modelo. Sacaba buenas notas, no se metía en líos, procedía de un hogar estructurado y funcional, era hijo único. Era boy scout... y había ganado una insignia por sus logros en el tiro deportivo. También era miembro júnior de la federación estadounidense de tiro, y tenía la vista puesta en las Olimpiadas.

Su padre había competido en el equipo estadounidense en Sídney 2000 y en Atenas 2004.

Los que conocían a Paulson decían (en retrospectiva) que habían notado un cambio en él unos seis meses antes; al parecer se había vuelto más introvertido.

Sería más o menos por aquella época cuando la chica que le gustaba decidió que a ella le gustaba más otro, y Paulson empezó a quedar con Hobart.

Y más o menos por aquella época los tres chicos que terminarían por convertirse en asesinos en masa comenzaron a alimentarse la rabia interior mutuamente.

Lo habían documentado, según informaban, en archivos informáticos que las autoridades seguían analizando. Zac, por su parte, analizaba los reportajes, estudiaba lo que se especulaba en internet, veía las noticias, hablaba sin cesar con Chad y con otros.

A pesar de lo mucho que deseaba saber, saber por qué, imaginaba que todo aquello tardaría una eternidad en salir a la luz. Si es que llegaba a hacerlo.

Según la opinión que Zac se había formado a partir de la información extraída de los informes, los chismes y las conversaciones, Hobart odiaba a todo el mundo. A su madre, a sus profesores, a sus compañeros de trabajo. Odiaba a los negros, a los judíos y a los gais, pero, por encima de todas las cosas, odiaba. Y le gustaba matar.

Whitehall odiaba su vida, quería ser alguien y creía que todo y todos estaban en su contra. Había conseguido un trabajo de verano en el centro comercial y lo habían despedido al cabo de dos semanas. Por presentarse colocado, aseguraba un excompañero, eso cuando se presentaba.

Paulson odiaba su suerte. Había llegado a la conclusión de que lo había hecho todo bien en la vida, pero aun así había perdido a su chica y no era tan bueno como su padre en nada. Decidió que había llegado el momento de ser malo.

Habían fijado como objetivo el centro comercial por el impacto que tendría, y Hobart se quedó con el cine porque quería destruir el lugar en el que se esperaba que trabajara para ganarse la vida.

Se rumoreaba que habían hecho tres simulacros, que los habían cronometrado y perfeccionado. Tenían planeado reagruparse en Abercrombie & Fitch, atrincherarse dentro, tomar rehenes como moneda de cambio y eliminar a todos los policías que pudieran.

Whitehall y Paulson estuvieron a punto de lograrlo, pero habían hecho un juramento: si uno de ellos caía, todos caían.

Como Hobart no aparecía y los policías los tenían rodeados, Whitehall y Paulson, según los testigos, chocaron los puños, gritaron «¡A tomar por culo!» y se apuntaron con sus respectivas armas.

Puede que parte de aquello fuera cierto. Puede que casi todo. Pero Zac suponía que aflorarían más y más detalles. Sacarían un libro, tal vez rodasen un puñetero telefilme.

Deseaba con todas sus fuerzas que no lo hicieran.

Volvió al presente cuando la gente empezó a ponerse de pie y sintió una oleada de vergüenza por haberse sumido en sus propios pensamientos en lugar de prestar atención.

Se levantó y esperó a que los portadores del féretro sacaran a Britt. No podía imaginársela dentro de aquella caja, no quería imaginársela allí. Los familiares salieron de la iglesia, apiñados como si se sostuvieran los unos a los otros.

Entonces vio a algunas personas a las que conocía: a la amiga de Britt, Misty, y a varios trabajadores del centro comercial. No debería haberle sorprendido ver a Rosie. El día anterior se había sentado con ella en el funeral de Justin, el ayudante de camarero.

Sabía que Rosie había pasado los últimos días en funerales y habitaciones de hospital.

Zac se quedó rezagado, dejó que Rosie se marchara, seguramente a otro homenaje o a visitar a algún herido, tal vez fuera a llevar comida a alguien que hubiera sufrido una pérdida o que estuviera recuperándose en casa.

Esa era Rosie.

Lo contrario a los tres que mataron.

Zac salió de la iglesia a una perfecta tarde de verano. El sol brillaba en un cielo azulísimo moteado de suaves nubes blancas. La hierba estaba verde como solo puede estarlo en verano. Una ardilla trepó corriendo a un árbol.

No parecía real.

Vio periodistas al otro lado de la calle, grabando o fotografiando. Quiso despreciarlos por ello, pero ¿acaso no se aferraba él a cada palabra que escribían, a cada foto que publicaban?

De todos modos, les dio la espalda y se dirigió al coche, que había aparcado a casi dos manzanas de distancia. Cuando oyó que gritaban su nombre, se encorvó en lugar de volverse. Sin embargo, una mano le agarró el brazo con suavidad.

Sarah: Zac. Soy la agente Parker.
 
El chico la miró de forma inexpresiva. El pelo le caía por la espalda en una coleta rubia y espesa. Llevaba una sencilla camiseta blanca y unos pantalones caquis. Parecía más joven.

Zac: Lo siento, no la he reconocido sin uniforme. ¿Estaba en el funeral?
 
Sarah: No. Me he quedado aquí fuera. He llamado a tu casa y tu madre me ha dicho dónde estabas.
 
Zac: Ya me han tomado declaración y todo eso. Un par de veces.
 
Sarah: Estoy fuera de servicio. Solo estoy intentando, bueno, hacer un seguimiento personal de toda la gente con quien tuve contacto esa noche. Por mí. ¿Vas a ir al cementerio?
 
Zac: No, no me sentiría cómodo, por su familia y todo eso. No conocía tanto a Britt. Solo... estaba intentando que saliera conmigo. Parecía que íbamos a ir a esa misma película, a la última sesión, y... Dios.
 
Se toqueteó las gafas de sol con manos temblorosas.
 
Sarah: ¿Quieres que nos acerquemos al parque? ¿Te apetece que nos sentemos a mirar el mar un rato? Siempre me ayuda a tranquilizarme.
 
Zac: No lo sé. Tal vez. Sí, supongo.
 
Sarah: ¿Qué tal si te vienes conmigo y después te traigo aquí a por tu coche?
 
Zac: Vale, muy bien.
 
Cuando lo pensó más tarde, se preguntó por qué se había ido con ella. No la conocía. No había sido más que una cara borrosa y un uniforme entre la locura y el miedo.

Pero había estado allí. Había estado allí dentro, como él.

Cuando se subió al coche de la agente, le dio tiempo a pensar que era más viejo y cutre que el suyo, aunque estaba mucho más limpio. Entonces se acordó.
 
Zac: Usted disparó a Hobart.
 
Sarah: Sí.
 
Zac: Vaya, no la habrán despedido ni nada por el estilo, ¿verdad?
 
Sarah: No. Estoy fuera de toda sospecha. Mañana vuelvo al trabajo. ¿Cómo se lo han tomado tus padres?
 
Zac: Están bastante fastidiados, pero lo sobrellevan.
 
Sarah: ¿Y la gente del restaurante?
 
Zac: Creo que eso es más difícil. Estábamos allí y vimos... Es imposible dejar de verlo. Pero lo llevamos bien. Por ejemplo, Rosie, la jefa de cocina... está haciendo un montón de cosas. Va a los funerales, visita el hospital, lleva comida a la gente. Creo que eso ayuda. No lo sé.
 
Sarah: ¿A ti qué te ayuda, Zac?
 
Zac: No lo sé.
 
Sentía en la cara el aire que entraba por la ventanilla abierta, la brisa procedente del mar. Eso era real. Los coches pasaban a toda velocidad; una mujer empujaba a un niño en un carrito por la acera. Todo real.

La vida seguía su curso. Y él estaba vivo. Tenía suerte de estar vivo.
 
Zac: Hablo mucho con Chad, mi amigo, el de GameStop.
 
Sarah: Lo recuerdo. Salvó vidas, y tú también.
 
Zac: ¿El niño? ¿Brady? Su padre me ha llamado. Quiere traer a Brady a verme la semana que viene o así. Me ha dicho que su esposa está mejor.
 
Sarah guardó silencio un instante, pero, al igual que CiCi, creía en la verdad y en la confianza.
 
Sarah: Su mujer va a sobrevivir, pero se ha quedado paralítica. No volverá a andar. Supongo que él no quería decírtelo, pero ibas a enterarte de todas formas.
 
Zac: Maldita sea. Maldita sea. -Reclinó la cabeza contra el asiento hasta que logró volver a respirar con normalidad-. Intento escuchar música o encestar en la canasta del patio trasero, pero no puedo dejar de leer sobre ello, ni de escuchar las noticias. No puedo parar.

Sarah: Formaste parte de ello.
 
Zac: Mis padres quieren que vaya a ver a alguien. Ya sabe, a un loquero o algo así.
 
Sarah: Es una buena idea. Yo estoy obligada a hacerlo. Reglas del departamento, y con razón.
 
Zac volvió a abrir los ojos, la miró con el ceño fruncido.
 
Zac: ¿Tiene que hablar con un psiquiatra?
 
Sarah: Ya lo he hecho. Consideran que el disparo estuvo justificado y me han autorizado para hacer trabajo de oficina. Estoy yendo al psiquiatra del departamento y volveré a estar del todo en activo dentro de una temporada. No me importa trabajar en ello. Maté a una persona -aparcó y apagó el motor-. Lo hice para salvar vidas, entre ellas la mía y la de mi compañero. Pero maté a un chico de diecisiete años. Si pudiera olvidarme de ello sin el menor remordimiento, no debería ser policía.

Bajó del coche y lo esperó.

Caminaron un rato, pasaron por delante de un parque infantil y enfilaron un paseo; después se sentaron en un banco cerca de donde las gaviotas se lanzaban en picado y gritaban y la bahía se tornaba azul como el cielo.

Los barcos se deslizaban por la bahía, y Zac oía risas infantiles. Una mujer con un cuerpo de escándalo enfundada en unas mallas cortas y una camiseta de tirantes pasó corriendo por su lado. Una pareja de ancianos que calculó que rondarían los mil años paseaba de la mano.
 
Zac: ¿Es cierto lo que dicen los periódicos y la televisión de que Hobart era el cabecilla?
 
Sarah: Yo diría que es probable que fuera el más decidido, el que más luchó por el plan. Pero esos tres... Tengo la sensación de que eran como piezas de un rompecabezas triste y enfermizo que encajaron justo en el peor momento. Unos meses antes o unos meses más tarde, seguro que Paulson no habría encajado.
 
Zac sabía lo que los periódicos y la televisión contaban sobre Paulson, lo que decían los vecinos y los profesores. Que estaban muy conmocionados, que nunca había sido violento. Siempre brillante y servicial.

Puto boy scout.

En aquellos momentos estaban enterrando a Britt. El día anterior habían enterrado a un chaval que había encontrado su primer trabajo de verano. ¿Cuántos más?
 
Zac: No creo que uno pueda matar así, ponerse a matar a gente sin más, como hicieron ellos, si no lo lleva dentro. Es decir, puede que todo el mundo sea capaz de matar, pero como hizo usted: para salvar vidas, para proteger a la gente; en defensa propia o si eres soldado, eso es diferente. Pero para lo que hicieron ellos, para eso tienes que tener dentro algo más.
 
Sarah: No te equivocas. Creo que en el entorno de Paulson, en su familia, le habrían conseguido ayuda. Pero se vinculó a los otros en un momento oscuro, y las piezas encajaron.
 
Zac escuchó el suave vaivén del agua, el canto de los pájaros, la radio de alguien. Se dio cuenta de que el mundo parecía más real allí sentado, hablando con ella.

Sintió que se sumergía más en el mundo mientras estaba con ella.
 
Zac: ¿Cómo fue... cuando le disparaste?
 
Sarah: Nunca había disparado mi arma fuera del campo de tiro antes del viernes por la noche. Estaba cagada de miedo -reconoció-, pero eso fue sobre todo antes y después. ¿En ese momento? Supongo que todo se redujo al entrenamiento y al instinto. Aquel chico había disparado a mi compañero. Veía personas muertas y agonizantes por todas partes. Me disparó y reaccioné como me habían enseñado: eliminando la amenaza. Entonces seguí haciendo lo que debía. Mi compañero, derribado pero no herido de gravedad; la cría del baño, la primera en llamar al nueve uno uno.
 
Zac: Esa es... eh... Vanessa Hudgens.
 
Sarah: Exacto. ¿La conoces?
 
Zac: No, es que... no puedo dejar de leer y ver las noticias. Recuerdo su nombre.
 
Sarah: Es de las tuyas. Salvó vidas. No perdió la cabeza, se escondió, contactó con la policía. Brad, mi compañero, y yo estábamos en el aparcamiento.
 
Zac: También lo había leído. Estaban justo al lado.
 
Sarah: Al parecer la llamada de Vanessa entró un minuto, puede que dos, después de que Hobart entrara por la puerta de emergencia que él mismo había dejado abierta. Vanessa perdió a una amiga esa noche, y otra sigue en el hospital, recuperándose. Lo está sobrellevando, pero es duro.
 
Zac: También ha hablado con ella.
 
Sarah: Con ella, con su amiga Ash, con Brady y con su padre -suspiró y alzó la cara hacia el sol-. Me ayuda, y me gusta pensar que tal vez a ellos también.
 
Zac: ¿Por qué se hizo policía?
 
Sarah: Por aquel entonces me pareció una buena idea. -Sonrió, y luego volvió a suspirar y bajó la vista al mar-. Me gusta el orden. Creo en la ley, pero es la combinación de ambas cosas lo que funciona para mí. Encaja bien conmigo. Reglas y procedimientos, e intentar ayudar a la gente. Nunca me había visto en una situación como la del viernes, pero ahora sé que puedo superarla. Soy capaz de hacer este trabajo.
 
Zac: ¿Cómo se llega a ser policía?
 
Ella volvió la cabeza y lo miró con una ceja enarcada.
 
Sarah: ¿Te interesa?
 
Zac: Tal vez. No. Sí -descubrió-. Me interesa. Nunca he pensado mucho en a qué me dedicaría, solo en que con el tiempo conseguiría trabajo. Me gusta la universidad. Mis notas no están mal, pero me gusta estar allí, así que no he pensado demasiado en qué pasará cuando termine. Le dije a Brady que estábamos esperando a los buenos porque era verdad. Así que, sí, me gustaría saber cómo hacerme policía.
 
Para cuando Sarah lo llevó de vuelta a su coche, Zac contaba, por primera vez, con un plan de vida. Se había forjado en la muerte, pero lo que veía surgir de ella era su vida.
 
 
Susan McMullen tenía ambiciones y era adicta al tabaco. La ambición por alcanzar la fama como bloguera la situó a la puerta de la iglesia durante el funeral. Como reportera de Exclusivas calientes, cuya reputación era un tanto cuestionable, los reporteros de la prensa escrita y la televisión congregados en el exterior no le tenían mucho respeto.

A ella le daba igual. Algún día sería más importante que todos ellos.

Susan había desarrollado tanto aquella actitud como la ambición durante el instituto y la universidad. Nunca le había cabido la menor duda de que era más inteligente que cualquiera de sus compañeros, así que no tenía ningún problema en dejárselo claro a ellos.

Si aquello implicaba que no tuviera un solo amigo de verdad, ¿qué más daba? Lo que tenía eran clientes. Reconocía el mérito de Jimmy Rodgers, compañero suyo en secundaria, a la hora de ayudarla a forjarse un camino claro. Al fingir que Susan le gustaba, al repetirle que era guapa -y todo para que ella le hiciera los deberes como una ingenua mientras él se reía a sus espaldas-, Jimmy le proporcionó el ímpetu necesario para emprender su propio negocio.

En efecto, cobraba a los demás por hacerles los deberes.

Para cuando acabó el instituto, ya tenía un colchón económico considerable que había seguido aumentando durante la universidad.

Cuando terminó los estudios, con su título de periodismo recién salido del horno en la mano, consiguió un trabajo en el Portland Press. No le duró mucho. Consideraba que su editor y sus compañeros de trabajo eran idiotas, y no se molestó en mostrar mucho tacto al respecto.

De todas maneras, se había dado cuenta de que internet era el futuro, así que a los veinticuatro años se subió al carro de Exclusivas calientes. Casi siempre trabajaba desde su apartamento y, como consideraba que aquel puesto no era más que un peldaño hacia su propia web, su propio blog de éxito, toleraba las interferencias editoriales y los encargos de mierda.

Y entonces le cayó del cielo la masacre del centro comercial DownEast.

De hecho, había entrado en el centro comercial en busca de unas zapatillas para correr segundos antes de que se produjeran los primeros disparos. Había visto a uno de los tiradores -identificado como Devon Lawrence Paulson- trazando su camino sangriento y se había escondido detrás de un plano del centro comercial mientras sacaba la cámara y la grabadora.

Se había adelantado a todos los periódicos, cadenas, páginas web y reporteros.

Como seguimiento, había acosado a víctimas, familiares, personal del hospital. Había sobornado a un celador y había logrado acceder el tiempo suficiente para sacar unas fotos de los pacientes, e incluso había entrado en una de las habitaciones después de que trasladaran a uno desde la UCI.

La grabadora que llevaba en el bolsillo había captado parte de una conversación entre Ashley Tisdale y, premio, Vanessa Hudgens que engordaría otro artículo.

Según sus cálculos, solo necesitaba unos pocos más para saltar de su peldaño actual. Ya había recibido ofertas.

Y entonces su adicción al tabaco hizo que le lloviera otra noticia del cielo.

Se había alejado de los demás reporteros para apoyarse en un árbol media manzana más abajo, fumar y pensar. Podía ir al cementerio cuando terminara la ceremonia en la iglesia, pero ¿cuántos clics generarían las enésimas fotos de gente vestida de negro?

A lo mejor se desmayaba alguien..., como le había pasado a la madre del crío que había muerto el día anterior. Pero, bueno, aquello ya estaba visto.

Decidió que había llegado el momento de lanzar más platos a los tiradores y estaba a punto de ponerse en marcha en dirección a su coche cuando vio a la agente de policía.

La agente Parker, pensó mientras se ocultaba tras el árbol. Susan había intentado acorralar a Parker un par de veces: la joven policía que había disparado y matado a John Jefferson Hobart era un puro imán para los clics. Parker no era de las que colaboraban, pero en aquel momento permanecía un tanto rezagada, evitando al grupo de reporteros y cámaras.

Esperando.

Interesante, pensó Susan, que se dispuso a esperar a su vez.

Sacaron el ataúd, así que tomó un par de fotos con el objetivo de larga distancia por si no surgía nada mejor. Vio que Parker se acercaba e identificó un premio más.

Zac Efron: protector adolescente del hijo del bombero, el niño cuya madre había recibido una bala en la columna vertebral.

Susan les hizo un par de fotos mientras hablaban, se alejaban juntos y, al final, se metían en el coche de la agente. Y cuando todos los demás pusieron rumbo al cementerio, ella echó a correr hacia su coche.

Estuvo a punto de perderlos dos veces, pero lo interpretó como un nuevo golpe de suerte: si se pegaba a ellos, la policía podría darse cuenta.

Pensando en los titulares posibles, aparcó a una buena distancia y observó desde el coche hasta que su presa se posó en un banco.

Satisfecha con la inversión que había hecho al comprarse el objetivo, se acercó todo lo que se atrevió. No era más que otra persona que sacaba fotos de la bahía y de los barcos despreocupadamente.

Tal vez no pudiera acercarse lo suficiente para captar la conversación (la policía no hablaría con ella), pero mientras ajustaba el encuadre se le ocurrió la entradilla.

«Durante otro doloroso día en Rockpoint, la muerte une a los héroes de la masacre del centro comercial DownEast

Oh, sí, no tardaría en dar el salto.


2 comentarios:

Maria jose dijo...

La novela es muy interesante y triste
Ya quiero saber mas
Siguela
Saludos!!!

Lu dijo...

Wow... pobre de lo que deben de pasar todas las familias.
Ya quiero saber mas, siguela pronto.

Has leído alguna vez novelas de Grace Green? Me encantaría leer Buscando Una Oportunidad adaptada a Zanessa :) ajaj

Sube pronto

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