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jueves, 17 de octubre de 2019

Capítulo 7


Tras tachar a Rebecca Flisk de la lista, Patricia decidió que ya estaba harta de la universidad. Además de aburrirla hasta el sopor, asistir a clase y hacer los trabajos limitaba su tiempo y la desconcentraba una vez experimentado el primer asesinato.

Se mudó de nuevo a Rockpoint y se las arregló para vivir con sus abuelos. Les encantaba tener bajo su techo a su nieta, dulce, considerada y servicial.

Se aseguró de que así fuera, porque no tenía intención de volver a alguna repugnante casa de alquiler con la inútil y llorona de su madre.

Para satisfacer las preguntas de sus abuelos en cuanto a su educación y su futuro, Patricia se matriculó en varios cursos en línea y de centros de estudios superiores. También le servían como tapadera para sus investigaciones acerca de la creación de documentos de identidad y tarjetas de crédito falsos.

Tenía planes.

También tenía absoluta libertad para moverse por su propia ala de la majestuosa y antigua mansión, un BMW Roadster y las habilidades necesarias para esquilmarles las cuentas.

Con los fondos extras, comenzó a acumular armas y una cantidad considerable de dinero en efectivo.

Se reía de sus chistes, hacía recados, llevaba a su abuela en coche a la peluquería y se convirtió en indispensable. Las charlas distraídas acerca de buscarse un trabajo, invertir en una carrera, se disiparon como la niebla.

Ellos no se dieron ni cuenta.

Al mismo tiempo, hacía y llevaba la compra a casa de su madre, cumplía con las visitas obligatorias, se encargaba de que quitaran la nieve de la acera y del camino de entrada de la asquerosa casa de alquiler.

Y no llamaba la atención.

Se mantuvo así durante los dos años que esperó para matar a su madre. Lo consideró una recompensa por su paciencia y por lo mucho que le costaba interpretar a la hija y nieta abnegada.

Todo el mundo sabía que Marcia Hobart era una mujer débil y atribulada. Una mujer que no había conseguido superar la culpa por los actos de su hijo ni el dolor por su muerte.

Aun cuando se había refugiado en Dios, había elegido su forma más vengativa y severa. Su penitencia, como hija de Eva, requería de una vida de sufrimiento y arrepentimiento.

La única luz en su oscuridad personal provenía de su hija (Patricia se había asegurado de ello). Desde luego, el que Marcia hubiera dado a luz a una niña compasiva y bondadosa, a una niña con una mente brillante y de carácter tranquilo, compensaba, en parte, que hubiera dado a luz a un monstruo.

Y aun así, quería al monstruo.

Patricia había utilizado ese amor como arma invisible durante los cinco años transcurridos desde la matanza en el centro comercial DownEast.

Se ocupaba de que los artículos sobre los tiroteos, las cartas desagradables que señalaban a Marcia como responsable y las amenazas de muerte terminaran en manos de su madre. Algunos se los enviaba por correo, otros los pegaba en la puerta principal o los deslizaba por debajo. La noche antes de marcharse a Columbia, lanzó contra la ventana de la sala de estar una piedra envuelta en una nota especialmente cruel, y luego entró corriendo para acurrucarse detrás del sofá y gritar.

Un chivatazo anónimo hizo que McMullen acosara a Marcia, en su casa, en el trabajo. Marcia perdió su segundo empleo. A pesar de que los abogados habrían conseguido que la readmitieran, se mudó a un lugar más alejado -a otra miserable casa de alquiler- y se aisló.

Tomaba pastillas para dormir, y más pastillas para mantener a raya la constante y creciente ansiedad. Patricia plantó en sus abuelos la semilla de sus preocupaciones. Su madre a veces confundía las pastillas o se tomaba una dosis doble porque olvidaba que había tomado la primera.

Ellos, que habían cortado toda relación con Marcia por divorciarse del imbécil de su hijo, se compadecían enormemente de Patricia.

Esta instaló cámaras ocultas en casa de su madre para observarla. Sabía con exactitud cuándo debía llamar desde el teléfono desechable que había comprado, cómo sacar a su atontada madre de un sueño inducido por el Xanax y susurrar el nombre de su hermano.

Cuando la visitaba, añadía una o dos pastillas molidas a la sopa que la diligente hija preparaba y luego reproducía viejos vídeos de cuando JJ era un bebé.

Entre lágrimas, relataba a sus abuelos que se había encontrado a su madre aletargada en el sofá con los vídeos puestos. Cuando aún estaba en la universidad, pedía consejo a sus profesores (se había especializado en psicología). Escenificó una sobredosis accidental, hizo una llamada frenética al 911 y sostuvo la mano flácida de su madre en la ambulancia.

Dejó tras de sí la estela de una hija preocupada y afectuosa con una madre perdida en un mar de pastillas y culpa. Y cuando asistía a las reuniones de algún grupo de apoyo para hijos de adictos, encontraba nuevas formas de volver loca a su madre.

La noche anterior al cumpleaños de su hermano, Patricia se coló en la casa y preparó la tarta de chocolate favorita de JJ. A propósito, dejó los ingredientes y el recipiente de la mezcla esparcidos por la encimera y la cazuela en el fregadero; estaba preparando el escenario.

Luego apagó el piloto del horno.

Tras despertar a su madre, confundida por las drogas, la condujo a la cocina, que olía a chocolate y a tarta.
 
Marcia: Está oscuro -arrastraba los pies y se tambaleaba-. ¿Qué hora es?
 
Patri: ¡Es la hora de la tarta! Has preparado una buenísima.
 
Marcia: Ah, ¿sí? No me acuerdo.
 
Patri: La tarta de chocolate favorita de JJ. Quiere que enciendas las velas, mamá.
 
Marcia recorrió la habitación con la mirada, nerviosa.
 
Marcia: ¿Está aquí?
 
Patri: Ahora viene. Enciende la tele. Ahí tienes el mando.
 
Marcia obedeció y cogió el mando y, con Patricia guiándole los dedos, apretó el botón de encendido. En la televisión, un sonriente JJ al que le faltaban varios dientes se reía mientras su madre encendía las velas de su cumpleaños.
 
Patri: Enciende las velas, mamá. Para JJ.
 
Marcia: Era mi dulce niñito. -Las lágrimas, la emoción y la culpa le anegaron los ojos. Cogió el largo encendedor de butano y prendió las velas-. Él no pretendía ser malo. Está arrepentido. Mira, mira qué feliz está. ¿Por qué dejó de ser feliz?
 
Patri: Tienes que tomarte las pastillas. JJ quiere que te tomes las pastillas. Están justo ahí. Tienes que tomarte las pastillas.
 
Marcia: Ya me las he tomado. ¿No me las he tomado? Estoy muy cansada. ¿Dónde está JJ? Ya ha oscurecido. Los niños pequeños no deberían estar en la calle cuando ya ha oscurecido.
 
Patri: Ya viene. Tienes que tomarte las pastillas para el cumpleaños de JJ. Creo que deberías tomarte una por cada vela.
 
Marcia: Seis velas, seis pastillas. Mi niño tiene seis años.
 
Sin apartar la mirada vidriosa de la pantalla del televisor, Marcia se tomó seis pastillas, una tras otra, con el vino que Patricia había dejado junto a ellas.
 
Patri: Bien, muy bien. JJ necesita más luz. Necesita más luz para encontrar el camino a casa. ¡Creo que se ha perdido!
 
Marcia: No. No. ¿Dónde está mi niñito? ¡JJ!
 
Patri: Tienes que prender las cortinas. Si les echas un poco de líquido para encendedores, emiten una luz muy brillante. La verá y volverá a casa.
 
Marcia cogió el bote. Durante un instante Patricia se preguntó si lo que apreciaba en los ojos de su madre era alguna clase de conciencia. Tal vez alguna clase de alivio. Marcia empapó las cortinas con el líquido y les prendió fuego.
 
Patri: ¡Mira cómo brillan! Enciende el horno, mamá.
 
Marcia: ¿La tarta la he hecho yo?
 
Patri: Claro, como siempre -tomó a Marcia del brazo y la condujo hasta el horno-. Enciéndelo.
 
Y guió la mano de su madre hasta el tirador.
 
Marcia: Tengo mucho sueño. Necesito dormir.
 
Patri: Tú enciende el horno, luego ya darás una cabezada.
 
Marcia: Entonces ¿va a venir JJ?
 
Patri: Uy, sí, pronto verás a JJ. Enciende el horno, eso es. ¿Por qué no te tumbas aquí mismo, en el sofá?
 
Cuando su madre se desplomó en el sofá, Patricia utilizó un segundo encendedor -que se llevaría con ella- para prender fuego a las cortinas del salón, ya empapadas.

Mientras se dirigía hacia la puerta, se fijó en la cara flácida de su madre.
 
Patri: Cántale el «Feliz cumpleaños» a JJ, mamá.
 
Con la voz pastosa y los ojos cerrados, Marcia intentó cantar.

Para cuando el gas hizo su trabajo, cuando se topó con las llamas y combustionó, Patricia ya estaba en la cama en casa de sus abuelos.

Durmió como un bebé.
 

El teléfono, situado en la mesita de noche, emitió una alerta. Zac se dio la vuelta, lo cogió y lo miró con los ojos entrecerrados.
 
Zac: Mierda.
 
**: ¿Cosas de polis?

Amber Matherson cambió de postura a su lado.
 
Zac: Sí. -No del todo, pensó, pero dado que había seguido la táctica de Sarah con alertas sobre incidentes relacionados con el centro comercial DownEast, tampoco quería ignorarlo-. Lo siento.
 
Amber: Es lo que hay. -Se revolvió de nuevo-. ¿Quieres que me vaya?
 
Zac: No, duérmete otra vez. Te mando un mensaje más tarde.

Le dio una palmadita suave en el trasero y salió de la cama.

Aquel estatus de amigos con derecho a roce, ocasional, les iba bien a ambos. No era nada serio, pues la variable «amigos» seguía siendo la prioridad de la ecuación.

Cogió algo de ropa a oscuras y, mientras se daba una ducha rápida, pensó en Marcia Hobart.

Tenía un archivo sobre ella, con el que refrescaría la memoria, pero Zac se acordaba de que la mujer ya estaba divorciada cuando su hijo abrió fuego en el Cineplex del DownEast. Hobart vivía con su padre, y su hermana menor, con la madre.

Era trabajadora doméstica, recordó cuando se ponía los vaqueros. Se había mudado dos veces, que él supiera, desde el tiroteo.

Según la alerta, los bomberos habían luchado en la residencia actual de Marcia contra un incendio de nivel cinco que amenazaba las propiedades vecinas. Habían recuperado un solo cuerpo del interior de la vivienda de Hobart.

Cogió su pistola no reglamentaria y las llaves, y fue a por una botella de Mountain Dew a la nevera. Después de beber un poco, bajó corriendo los dos tramos de escaleras que separaban su apartamento del aparcamiento de grava lleno de malas hierbas y su coche.

Podría decirse que el coche, el Dodge Neon que le habían regalado sus padres cuando acabó el instituto, era una chatarra. De la misma forma que su bloque de apartamentos era prácticamente un vertedero.

Había optado por conformarse con ellos y seguir el ejemplo de Sarah: ahorrar todo lo que podía para la entrada de una casa.

Y resultaba que aquel vertedero que era su apartamento se encontraba a solo cinco minutos de la dirección de Marcia Hobart.

En menos de dos oyó sirenas.

Cuando vio los coches patrulla, se acercó al arcén para aparcar. Reconoció a uno de los uniformados apostados en las barreras y se dirigió a él.
 
Zac: Hola, Bushner.
 
Bushner: Efron. ¿Estabas por el barrio?
 
Zac: No muy lejos. ¿Qué sabes?
 
Bushner: Más bien poco.
 
Zac: Concreta.
 
Bushner: Me he enterado de que los del nueve uno uno han informado de una explosión y del incendio. La casa de ahí ha quedado destrozada, y tenía un bicho crujiente dentro. Los tragahumos aún están apagándolo. La casa del lado este ha sufrido daños, pero han conseguido salir todos.
 
Zac: ¿Te importa que me acerque?

Bushner: Tú mismo.
 
Vio la silueta de los bomberos contra los chasquidos y las palpitaciones del fuego. Los chorros de espuma trazaban arcos a través de la nube de humo y la lluvia de cenizas. Los civiles guardaban las distancias, abrazando a los niños o unos a otros. Algunos lloraban.

Zac oyó los ladridos de las órdenes, los crujidos de las radios.

Y vio que Bushner no se equivocaba. La casa donde vivía la atribulada Marcia Hobart estaba carbonizada. La vio replegarse sobre sí misma lanzando llamas y chispas como luciérnagas hacia la oscuridad saturada de humo. Más mangueras atacaron el fuego que trepaba por la pared occidental de la casa que quedaba al este, y aún más empapaban las paredes de la casa del lado oeste para impedir que se propagaran las llamas.

La franja de césped que había delante de las tres casas y las estrechas lindes que las separaban eran un pantano ennegrecido de ceniza y barro.

Zac escudriñó a la multitud y reparó en una pareja joven. La mujer llevaba a un bebé en brazos y a sus pies descansaba un labrador amarillo. Las lágrimas resbalaban por la cara de la mujer mientras contemplaban la casa del lado este.

Se acercó a ellos.
 
Zac: ¿Es vuestra casa?
 
El hombre, que según los cálculos de Zac no llegaba a los treinta y que lucía una maraña de pelo rubio revuelta por el sueño, asintió al tiempo que pasaba un brazo por los hombros de la mujer.

**: Está ardiendo. Nuestra casa está en llamas.

Zac: Lo están apagando. Y habéis salido. Tu familia y tú habéis salido.
 
**: Nos mudamos hace dos semanas. Ni siquiera hemos terminado de vaciar las cajas.
 
Zac se quedó mirando el agua que ahogaba las llamas.
 
Zac: Sufrirá algunos daños, pero nada que no pueda arreglarse.
 
La mujer ahogó un sollozo y ocultó la cara en el hombro de su marido.
 
*: Es nuestra casa para reformar, Rob. Compramos una casa para reformar.
 
Rob: Todo irá bien, Chloe. Lo arreglaremos.
 
Zac: ¿Os importaría decirme qué ha pasado? Lo que sepáis. Lo siento -se sacó la placa. No me limito a cotillear.
 
Chloe se enjugó las lágrimas.
 
Chloe: Dios. Dios. Custer, nuestro perro, ha comenzado a ladrar y ha despertado a la niña. Me he enfadado mucho, porque acabábamos de conseguir que se durmiera. No duerme toda la noche del tirón, y le había dado de mamar a eso de las dos. Custer se ha puesto a ladrar poco después de las tres y la niña ha empezado a llorar.
 
Rob: Me he levantado. Me tocaba a mí. Me he levantado y he gritado al perro. Le he gritado. -Se agachó para acariciar al labrador, que se recostó contra él-. Pero no paraba. He mirado por la ventana. Al principio no entendía por qué había tanta luz; entonces me he asomado y he visto la casa de al lado. He visto el fuego. Se veía por las ventanas de la casa de al lado.
 
Chloe: Rob me ha gritado que me levantara, que fuera a por la niña. He cogido a Audrey y Rob ha buscado el teléfono para llamar al nueve uno uno mientras salíamos corriendo de la habitación.
 
Rob: Algo ha explotado. -El fuego se reflejó en sus ojos antes de que se los restregara con los dedos-. Ha sido un solo estallido tremendo. Las ventanas de nuestro dormitorio se han hecho añicos.
 
Chloe: Los cristales. Si Custer no hubiera... Los cristales han salido volando. Audrey estaba en su moisés junto a nuestra cama, en el lado de la ventana. Si Custer no hubiera ladrado, no nos hubiera despertado, los cristales...
 
Rob: Es un buen perro.
 
Chloe: Hemos salido corriendo. Ni siquiera hemos intentado salvar nada, hemos salido disparados mientras Rob llamaba a emergencias.
 
Zac: Habéis hecho lo correcto. Habéis puesto a la familia a salvo. Eso es lo que importa. Han apagado el fuego.
 
Chloe: Madre mía. No se ha quemado. Rob, no se ha quemado.
 
Zac: La arreglaréis, y seguro que la convertís en algo especial. Mirad, si necesitáis algo, suministros, ropa, alguien que os eche una mano para ayudar a volver a poner las cosas en su sitio. -Sacó una tarjeta del bolsillo-. Mi madre siempre está organizando algo, así que conoce a mucha gente. Puedo poneros en contacto con ella.
 
Chloe: Gracias -se secó otra lágrima mientras Rob se guardaba la tarjeta en el bolsillo-. ¿Sabes cuándo nos dejarán volver a entrar? Entrar a ver cómo ha quedado...
 
Zac: Eso depende del departamento de bomberos, y querrán comprobar que sea seguro. Dejadme ver si averiguo algo, quizá consiga que venga alguien a hablar con vosotros. -Se acercó a uno de los bomberos que se encargaban de los surtidores y atisbó a un Michael Foster embadurnado en sudor y hollín-. Michael.

Michael: Zac, ¿qué estás haciendo aquí?
 
Zac: La madre de JJ Hobart... vivía en esa casa.
 
Michael aguzó la mirada entre el hollín que le cubría la cara.
 
Michael: ¿Estás seguro?
 
Zac: Es la información que tengo.
 
Michael: Hijo de puta -cogió aire-. Hijo de la gran puta. -Y lo soltó con un siseo-. Hobart -murmuró-, otra vez.
 
Zac: Ya, tío. Oye, ¿tienes un minuto?
 
Michael: Ahora no, pero lo tendré dentro de poco.
 
Zac: Esperaré. Mientras tanto, ¿ves a esa pareja de allí, la del perro y el bebé? La casa que acabáis de salvar es suya. ¿Podría hablar alguien con ellos?
 
Michael: Sí, enviaré a alguien. ¿La madre de Hobart vivía sola?
 
Zac: Que yo sepa, sí.
 
Michael: Pues no queda mucho de ella.
 
Zac pensó que no había nada de malo en hablar con algunos de los congregados en la calle, en sus propios jardines, en sus porches.

La impresión principal que se formó fue que Marcia Hobart no se mostraba reservada sin más, sino que se había aislado. Su segunda impresión fue que los vecinos no estaban al corriente de su relación con el organizador de la masacre del centro comercial DownEast.
 
*: ¡Eh, tú!
 
Zac se volvió y vio a una anciana en una mecedora chirriante en un porche igual de chirriante.
 
Zac: Sí, señora.
 
*: ¿Eres periodista o algo así?
 
Zac: No, señora, soy agente de policía.
 
*: No tienes mucha pinta de policía. Sube aquí.
 
Tenía la cara como una pasa, muy morena y arrugada, bajo un pelo que parecía una bola de nieve. La anciana lo miró de arriba abajo con las gafas en la punta de la nariz.
 
*: Un chico guapo, eso te lo reconozco. ¿Qué tipo de policía eres?
 
Zac: Soy el agente Zac Efron, señora.
 
*: Eso no es lo que te he preguntado.
 
Zac: Intento ser un buen policía.
 
*: Bueno, algunos lo son, otros no. Quizá tú llegues a serlo. Siéntate aquí, porque si no me va a dar un tirón en el cuello de mirarte.
 
Zac se sentó en una silla, también chirriante, junto a la de la anciana.
 
*: Como policía, sabrás quién era la mujer que ha muerto esta noche en esa casa. -Se subió las gafas por la nariz para escudriñar los escombros que ardían al otro lado de la calle-. Puede que no seas un policía idiota, porque sabes esperar y mantener la boca cerrada para ver si sé lo que sé. Esa pobre mujer tuvo un hijo que se le volvió malo y mató a gente. En el centro comercial DownEast.
 
Zac: ¿Puedo preguntar cómo lo sabe?
 
*: Presto atención, por eso lo sé. Guardo recortes de cuando ocurrió, y en algunos aparece su foto. No envejeció bien desde entonces, pero aun así me di cuenta de quién era.
 
Zac: ¿Lo comentó con ella o con alguna otra persona?
 
*: ¿Por qué iba a hacerlo? -Negó tristemente con la cabeza y volvió a mirar a Zac-. Solo intentaba vivir su vida, salir adelante. Yo tuve un hijo que se me volvió malo. No mató a nadie, al menos que yo sepa, pero también se volvió malo. Tengo otro hijo y una hija que hacen que me sienta orgullosa a diario. Hice todo lo que pude por los tres, pero tuve un hijo que se volvió malo. Esa mujer estaba triste y atormentada.
 
Zac: ¿Tenía amistad con ella?
 
*: Ella no tenía amistades. Se escondía ahí dentro, salía a trabajar, volvía y se encerraba otra vez.
 
Zac: ¿Recibía alguna visita?
 
*: La única persona a la que he visto entrar en esa casa alguna vez es su hija. Venía de vez en cuando, se quedaba un rato. Le traía la compra más o menos cada dos semanas. La vi traerle flores el último día de la Madre. Cumplía con su deber.
 
Patricia Hobart, recordó Zac. La hermana menor de JJ.
 
Zac: ¿Ha hablado alguna vez con la hija?
 
*: Sí, un par de veces. Educada, pero también muy reservada. Me preguntó si conocía a algún chico dispuesto a cortarle el césped a su madre, a quitar la nieve y ese tipo de cosas, así que le dije que preguntara por Jenny Molar, que vive dos puertas más abajo. Es una buena chica, me ayuda cuando lo necesito... y es más formal que la mayoría de los chicos. Jenny me dijo que la hija le pagaba lo que le pedía y que le decía que no molestara a su madre, que no estaba muy bien, y se avergonzaba de ello. Total, que la hija hacía lo que debía por su madre, ni más ni menos.
 
Zac captó el tono.
 
Zac: ¿No hacía más de lo que debía?
 
*: Eso me parece a mí, pero es que soy muy exigente. -Sonrió y desvió la vista de nuevo hacia el otro lado de la calle-. Lo de la casa es una lástima. No era gran cosa, pero podría haber sido mejor. El dueño no vale ni medio escupitajo, así que le convenía alquilársela a alguien que no le diera la lata con las reparaciones. Supongo que cobrará el seguro y venderá la parcela.
 
Mientras Zac reflexionaba sobre aquello, la mujer volvió a estudiarlo con detenimiento.
 
*: Mi nieto es policía. Agente Curtis A. Sloop.
 
Zac: ¿En serio? Venga ya. Conozco a Sloopy.
 
La anciana se bajó las gafas otra vez.
 
*: Ah, ¿sí?
 
Zac: Sí, señora. Estudiamos juntos en la Academia y fuimos novatos el mismo año. Es un buen policía.
 
*: Intenta serlo. Si hablas con él antes que yo dile que has conocido a su abuela. -Le tendió una mano, pequeña y delicada como la de una muñeca-. Señora Leticia Johnson.
 
Zac: Claro, se lo diré, y encantado de conocerla, señora Johnson.
 
Leti: Ve a ser buen policía, joven y guapo Zac Efron. Y si quieres, pásate a verme alguna vez.
 
Zac: Sí, señora.
 
La dejó meciéndose y fue a buscar a Michael. Lo encontró hablando con Sarah.
 
Zac: ¿El caso es tuyo? -preguntó a la detective-.
 
Sarah: Ahora sí. -Con los brazos en jarras, inspeccionó los restos del incendio y los escombros-. El investigador de incendios provocados está ahí dentro, así que a ver qué dice. La identificación oficial del cuerpo aún tardará.
 
Zac: Me han contado que el casero no es muy dado a las reparaciones y el mantenimiento.
 
Sarah lo miró de soslayo.
 
Sarah: ¿Eso te han contado?
 
Zac: La señora Leticia Johnson, su nieto está en el cuerpo. Lo conozco, es de fiar. Está sentada en el porche de enfrente. Te convendría hablar con ella. A Chloe y a Rob, los de la casa de al lado, los han despertado los ladridos de su perro alrededor de las tres de la madrugada. Rob se ha levantado porque los ladridos han despertado al bebé, que dormía en uno de esos chismes para bebés al lado de la cama. Ha visto el incendio, ha despertado a su esposa y ha cogido el teléfono para avisar mientras salían. Acto seguido se ha producido la explosión y las ventanas de su dormitorio han estallado.
 
Sarah enarcó las cejas.
 
Sarah: Has estado ocupado, agente.
 
Zac: Bueno, ya que estaba aquí... La mujer vivía sola, no se relacionaba con nadie y no tenía más visitas que las de su hija. La hija venía de vez en cuando, le traía la compra cada dos semanas y había contratado a una chica del barrio para que cortara el césped y retirara la nieve en invierno.
 
Sarah: ¿Está buscando un ascenso, agente Efron?
 
Zac sonrió.
 
Zac: El año que viene. -Se volvió hacia Michael-. ¿Crees que ha sido provocado?
 
Michael: No puedo asegurarlo. Yo diría que ha habido dos puntos de origen: la cocina y el salón, y si tuviera que apostar, me decantaría por las cortinas. No ha sido una fuga de gas, lo más probable es que fuera gas del horno. La verdad es que la explosión ha sido bastante contenida, y eso ayudará a los investigadores a determinar la causa.
 
Sarah: Mi compañero está hablando con los vecinos. Creo que me acercaré a charlar con la señora Johnson. ¿Agente Efron?
 
Zac: Detective Parker.
 
Sarah: Voy a solicitar que lo asignen a esta unidad de investigación.

Zac: ¡Madre mía!
 
Sarah: Empieza recorriendo la manzana, puerta por puerta. Toma notas.
 
Sarah cruzó la calle y Zac se quedó sonriendo con satisfacción.
 
 
Vanessa cedió a la implacable y benévola presión familiar. Aunque su padre tuvo que aceptar que el sueño de que su hija mayor siguiera sus pasos como abogado no iba a cumplirse, el cambio de táctica funcionó.

La joven encaminaría sus estudios hacia la gestión empresarial. Había disfrutado de su época de dispersión, le dijeron sus padres, y le tocaba ponerse las pilas. Un título en administración de empresas la mantendría centrada, le abriría puertas, le forjaría un futuro.

Vanessa lo intentó. Se esforzó tanto durante el semestre siguiente que incluso Ash la responsable le pidió que frenara, que se tomara algún descanso.

Terminó el año con unas notas que enorgullecieron a sus padres y pasó el verano trabajando como ayudante del ayudante del director del departamento de contabilidad del bufete de su padre.

Antes de que terminara junio, había vuelto a terapia.

En agosto, con dolores de cabeza, cinco kilos de menos y un armario lleno de trajes que odiaba, pensó en la chica que había sido, la que había llamado para pedir ayuda y luego se había escondido en el baño.

La que había temido morir antes de haber vivido.

Y se dio cuenta de que había otras formas de morir.

Eligió vivir.

La noche antes de volver a Nueva York, se sentó con sus padres y con Natalie.
 
Jess: Me parece increíble que nuestras dos niñas vayan a marcharse a la universidad. David, ¿qué vamos a hacer con el nido vacío? Natalie en Harvard y Vanessa en Columbia.
 
Ness: No voy a volver a Columbia.
 
Jess: Somos tan... ¿qué?
 
Vanessa se apretaba las manos en el regazo. Debía contener los temblores.

Ness: Voy a volver a Nueva York, pero no a la universidad.
 
Jess: Por supuesto que sí. Las notas de tercero fueron estupendas.
 
Ness: Sí, pero lo odié con toda mi alma. Y trabajar en el bufete de abogados este verano no me gustaba nada. No puedo seguir haciendo algo que odio, algo que no soy.
 
David: Es la primera noticia que tengo -se levantó y cruzó la habitación a toda prisa para servirse un trago-. Has tenido unas evaluaciones excelentes. Igual que las de Natalie en sus prácticas. En esta familia no nos rendimos, Vanessa, y valoramos nuestras ventajas. Me decepcionas.
 
Le dolió. Por supuesto que le dolió, y esa era la intención de su padre. Pero Vanessa se había preparado para ello.
 
Ness: Sé que te decepciono y sé que siempre te decepcionaré. Pero os he dado un año de mi vida. He hecho todo lo que queríais que hiciera, y ya no puedo seguir haciéndolo.
 
Nat: ¿Por qué tienes que estropearlo todo?
 
Vanessa se volvió para encararse a Natalie y descargar parte del dolor lacerante que experimentaba contra su hermana.
 
Ness: ¿Qué te estoy estropeando a ti? Estás haciendo lo que quieres, lo que se te da bien. Ve a hacerlo, sé buena en ello. Sé la perfecta oveja blanca donde yo soy la negra.
 
Jess: Tu hermana es lo bastante madura para entender que necesita unos cimientos, que necesita metas y que tiene unos padres que le han proporcionado esos cimientos y que apoyan sus metas.
 
Ness: Coinciden con las vuestras. Pero las mías no.
 
Nat: ¿Desde cuándo tienes metas? -farfulló-.
 
Ness: Estoy buscándolas. Voy a volver a Nueva York. Voy a matricularme en varias asignaturas de arte...
 
Jess: Venga ya, por el amor de Dios -se llevó las manos a la cabeza-. Sabía que esto era cosa de CiCi.
 
Ness: Ni siquiera lo he hablado con ella. Mientras intentaba complaceros a vosotros, la he decepcionado. Pero el caso es que ella nunca me lo ha echado en cara, ni una sola vez. Esa es la diferencia. Nunca ha intentado meterme en una caja en la que no encajo para que fuera lo que ella quería. Voy a matricularme en asignaturas de arte, voy a averiguar si soy buena. Voy a averiguar si puedo ser más que buena.
 
David: ¿Y cómo tienes pensado mantenerte? -preguntó en tono cortante-. No puedes tirar tu educación por la borda y esperar que te mantengamos nosotros.
 
Ness: No lo pretendo. Buscaré un trabajo.
 
Nat: ¿En una cafetería de mala muerte?
 
Ness: Sí, si es necesario.
 
Jess: Está claro que no te lo has pensado bien.
 
Ness: Mamá, hace semanas que no pienso en otra cosa. Mírame. Por favor, mírame de verdad. No duermo. No como. Tengo un armario lleno de ropa que has elegido y comprado tú. Este verano mi vida social ha girado en torno al apropiado hijo de una amiga que tú misma escogiste cuidadosamente para mí. La ropa no me queda bien y el hijo de tu amiga me aburre soberanamente. Pero me he puesto la ropa y he salido con el chico, y me he pasado las noches en vela con unas jaquecas terribles. Llevo visitando al doctor Mattis tres veces a la semana desde junio, y lo he pagado con mis ahorros para que no lo supierais.
 
Jess: Te tomarás un semestre libre -decidió con los ojos anegados de lágrimas-. Descansarás, y haremos un viaje. Vamos a...
 
David: Jessica -su tono se había vuelto suave, y el hombre volvió a sentarse a la mesa sin su copa-. Vanessa, ¿por qué no nos has contado que habías empezado a visitar al doctor Mattis otra vez?
 
Ness: Porque sabía que parte de la razón por la que necesitaba volver a visitarlo erais vosotros, y no es por vuestra culpa. Es por la realidad. Es porque yo no soy lo que esperáis. Es porque, en mi cabeza, me encierro en aquel baño y tengo miedo de abrir la puerta. Tengo que abrir la puerta. Lo siento -dijo al tiempo que se levantaba-, pero tenéis que dejarme. Soy mayor de edad y he tomado una decisión. Me voy esta noche.
 
Jess: Vamos a hablarlo con calma.
 
Ness: No hay nada más que decir, así que me marcho esta noche. Tengo las maletas en el coche -agregó, aunque no les dijo que tenía intención de pasar por la isla primero. Necesitaba ese puente antes de lanzarse a lo desconocido-. Natalie se va mañana, y deberíais disfrutar de esta noche con ella. Os quiero, pero no puedo estar aquí.
 
Salió a toda prisa, y Natalie echó a correr tras ella.
 
Nat: ¿Cómo puedes tratarlos así? -Furiosa, agarró a Vanessa del brazo-. Eres cruel, y una desagradecida. ¿Por qué no puedes ser normal?
 
Ness: Toda la normalidad que quedaba por aquí la has acaparado tú. Que te aproveche.

Se zafó de la mano que le sujetaba el brazo y se subió al coche.
 
Nat: Egoísta, estúpida, loca -le gritó-.
 
Cuando arrancó, pensó en el día en que había dejado su antiguo empleo en la cafetería. Esta vez no podía decir que se sintiera feliz, pero sí que se sentía libre.
 
 
Durante un año Vanessa trabajó como camarera para pagar su parte del alquiler. No era tan orgullosa ni independiente como para rechazar los cheques que CiCi le enviaba para ayudar a sufragar otros gastos, entre ellos las clases y el material. Pero ella también contribuía a pagarlos posando para otros estudiantes.

Cuando lo hacía, dos noches a la semana (tres, si tenía suerte), se subía a una tarima delante de una clase entera, se quitaba la bata y posaba como le indicaban. Esa noche, con el brazo derecho doblado a la altura del codo, la palma de la mano abierta y hacia arriba, y la mano izquierda descansando justo en medio de los senos, pero un poco más arriba.

No se avergonzaba de posar desnuda más de lo que se avergonzaba de dibujar o esculpir a una modelo desnuda. Y sus honorarios como modelo la ayudaban a pagar su formación, los cuadernos de bocetos, la arcilla, la cocción de las piezas, los utensilios.

Había descubierto que era buena, y creía que podía llegar a ser más que buena.
 
Mientras Patricia preparaba a su hermano muerto una tarta de cumpleaños para conmemorar el aniversario de la muerte de su madre, Vanessa regresó a su apartamento después de una larga jornada, se sirvió una copa de vino y se sintió feliz.


1 comentarios:

Carolina dijo...

Alaaa mierda xD
Esa niña está completamente mal x. X, que tan cruel puedes ser para hacer todo lo que hace con su familia x. X
Cada vez más interesante
Pública el siguiente pronto porfis!!

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