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sábado, 12 de octubre de 2019

Capítulo 5


Tres años más tarde

 
Vanessa giró sobre sí misma para incorporarse y dio un empujoncito al hombre con el que compartía cama.
 
Ness: Tienes que irte.

Él gruñó.

Vanessa sabía cómo se llamaba, incluso sabía por qué había decidido acostarse con él: parecía un tipo limpio, estaba en buena forma y deseaba justo lo que ella ofrecía.

Además, tenía una cara interesante, como mellada, cincelada y afilada. En su cabeza lo había visto como a un Billy el Niño moderno. El forajido occidental de rasgos duros.

A Vanessa le había costado un tiempo aceptar que los polvos de una noche tenían ventajas características y concretas frente al dramatismo y las molestias de las relaciones... o las supuestas relaciones.

Sin embargo, no había tardado demasiado en darse cuenta de que también dejaban mucho aburrimiento a su paso.

El tipo, Dave, se vistió a la luz tenue que entraba por la ventana. Vanessa no había bajado las persianas, ¿para qué molestarse?

Le gustaba contemplar Nueva York, y no le importaba si a parte de Nueva York le gustaba contemplarla a ella.
 
Dave: Me lo he pasado bien.
 
Ness: Yo también -lo dijo con la franqueza suficiente para que no contara como mentira-.
 
Dave: Te llamaré.
 
Ness: Genial.
 
Tal vez la llamara, tal vez no. Tampoco importaba mucho.

Como ella no se tomó la molestia de levantarse, el chico buscó la salida por su cuenta. Cuando Vanessa oyó el ruido de la puerta, cogió un camisón y salió a toda prisa para echar la llave del piso.

Quería ducharse, así que entró en el baño que compartía con Ash en aquel minúsculo apartamento. El hecho de que dispusiera de dos dormitorios y se encontrara razonablemente cerca del campus compensaba que estuviera en un cuarto piso sin ascensor, que el agua caliente fuese poco fiable y el robo del alquiler.

Pero estaban juntas, en Nueva York. A veces se olvidaban de buscar el fantasma de la amiga que no estaba allí.

Vanessa se quitó el olor del sexo metiendo la cabeza bajo el escaso chorro de agua tibia de la ducha. Llevaba el pelo más corto, por debajo la nuca despejada, y hacía poco que se lo había alisado y dado mechas doradas.

Hacía que se sintiera diferente. Parecía que se pasara la vida buscando algo que la hiciera sentirse distinta de la muchacha de Rockpoint, Maine. Algo que consiguiera que un día se mirase en el espejo y pensara: Oh, ¡ahí estás!

Le gustaba Nueva York, las multitudes, las prisas, el ruido, el color. Y sí, claro, la libertad de las críticas, preguntas y expectativas de los padres.

Pero sabía que había ido allí para cumplir el sueño de Miley.

Le gustaba Columbia, se había matado a trabajar para entrar, pero sabía que lo había hecho para formar parte del sueño de Ash.

Era incapaz de encontrar su propio sueño, ni siquiera estaba segura de tenerlo.

Sin embargo, estar allí, viviendo de sueños prestados, era mejor que quedarse en casa, donde todo se lo recordaba. Donde su madre miraría con desaprobación y perplejidad el color de pelo que había elegido, y su padre, con esa continua expresión de preocupación en la cara, le preguntaría de forma desenfadada cómo se encontraba.

Estaba bien. ¿Cuántas veces tenía que repetirlo? Era Ash quien seguía sufriendo ataques de ansiedad y pesadillas, aunque ya con menos frecuencia.

Vanessa había hecho todo lo posible para enterrar aquella noche junto con Miley. Desde el momento en que Ash salió del hospital, Vanessa no volvió a leer nada relacionado con aquel día, ni a ver los reportajes que se emitían. En los aniversarios, no veía ni leía ninguna noticia por si se topaba con alguna mención.

Solo iba a casa durante las vacaciones de invierno y una semana en verano (y esa semana la pasaba en la isla con CiCi). Cuando no estaba en clase, estaba trabajando. Cuando no estaba en clase ni trabajando, ligaba... mucho.

Al salir de la ducha, se envolvió en una toalla de baño (algodón egipcio, cortesía de su madre) y limpió el diminuto espejo que había encima del lavabo, también diminuto.

No, pensó, todavía no. Vio a una chica con la mirada cansada y el pelo mojado; nada más.

Colgó la toalla y se puso el camisón. Cuando salió del baño, vio a Ash en su patética cocina poniendo una tetera en uno de los dos fogones.
 
Ash: ¿No puedes dormir?
 
Ness: Estoy inquieta. He oído la puerta.
 
Ash se había dejado el pelo largo, su melena era una cascada negra y lisa. Cuando se volvió, Vanessa vio otra mirada cansada.
 
Ness: Lo siento.
 
Ash: No importa. ¿Lo conozco?
 
Ness: No creo. Tampoco importa -entró en la cocina y sacó dos tazas-. La música estaba bien, y no bailaba mal. Ojalá hubieras venido conmigo.
 
Ash: Tenía que estudiar.
 
Ness: Estás clavándolo todo... otra vez.
 
Ash: Porque estudio.
 
Vanessa esperó mientras Ash enredaba con el té.
 
Ness: Pasa algo, te lo noto.
 
Ash: Me han aceptado en un programa estival de investigación.
 
Ness: ¡Eso es genial! ¿Como el del verano pasado? Doctora Tisdale, ingeniera biomédica.
 
Ash: Ese es mi sueño. No es del todo como el del verano pasado. Este programa es en Londres.
 
Ness: ¡Joder, Ash! -agarró a su amiga y la hizo bailar por toda la habitación-. ¡Londres! Te vas a Londres.
 
Ash: No es hasta finales de junio, y... mi familia me ha pedido que vaya a casa antes, que me quede con ellos desde el final del semestre hasta que me vaya a Londres. Tengo que hacerlo por ellos.
 
Ness: Vale.

Tal vez el alma se le cayó un poco a los pies, pero Vanessa asintió.
 
Ash: Ven a casa conmigo. Ven a casa, Vanessa.
 
Ness: Tengo que trabajar...
 
Ash: Odias ese trabajo -la interrumpió-. Si quieres ser camarera en una cafetería de mierda, puedes hacerlo en cualquier parte. Aquí no eres feliz. En Columbia no te va mal, pero la universidad no te hace feliz. Te acuestas con tíos que tampoco te hacen feliz.
 
Ness: Rockpoint no va a hacerme feliz.
 
Delgada, menuda, con la elegancia de una gimnasta, Ash se concentró de nuevo en preparar el té.
 
Ash: Tienes que descubrir qué te hace feliz. Estás aquí por mí y por Miley, y yo no voy a estar aquí en todo el verano. Deberías descubrir qué te hace feliz. Tu arte... ¡No hagas eso! -exclamó cuando Vanessa puso los ojos en blanco-. Tienes talento.
 
Ness: CiCi tiene talento. Yo solo estoy jugando un poco.
 
Ash: ¡Pues deja de jugar! -volvió a espetarle-. ¡Deja de jugar, deja de hacer el gilipollas, deja de follar con cualquiera!
 
Ness: Uau -cogió la taza de té que ya no quería y se apoyó en una nevera fabricada el siglo anterior-. Me gusta jugar, hacer el gilipollas y follar con cualquiera. No pienso pasarme la vida estudiando, investigando, encerrada en un laboratorio porque no quiera tener vida. Por Dios, ¿cuándo fue la última vez que echaste un polvo?
 
Ash: Ya echas tú por las dos.
 
Ness: A lo mejor si te tiraras a alguien no estarías tan amargada. No vas a fiestas, no vas a discotecas, llevas meses sin salir con nadie. De la universidad a los laboratorios y luego a este apartamento asqueroso. Feliz, y una mierda.
 
Ash la fulminó con la mirada y cerró el puño.
 
Ash: Yo pienso hacer algo con mi vida. No morí, y pienso hacer algo con mi vida. Soy feliz. A veces soy casi feliz, y a veces lo soy del todo. Pero sé que estoy esforzándome por algo, y veo que mi mejor amiga pasa de todo.
 
Ness: Voy a clase, voy a trabajar, voy a discotecas. ¿A qué viene eso de que paso de todo?
 
Ash: Vas a clase, pero ninguna asignatura te importa lo suficiente para hacer algo más que aprobarla. Vas a trabajar a un sitio que no significa nada para ti en lugar de buscar algo que sí. -Entonces se desbordó, como una riada por un dique roto-. Vas a las discotecas porque no soportas estar sola, callada durante más de una hora. Y te enrollas con tíos a los que no tienes intención de volver a ver precisamente porque no tienes intención de volver a verlos. No implicarte ni involucrarte en nada ni con nadie es la puñetera definición de pasar de todo.
 
Vanessa sonrió con suficiencia y desdén.
 
Ness: Pues no veas cómo me he implicado con el tipo que acaba de irse.
 
Ash: ¿Cómo se llama?
 
Darren, David, Dan... mierda, mierda, mierda.
 
Ness: Dave -recordó-.
 
Ash: Te ha costado. Has traído a un tío a casa, te lo has tirado y, al cabo de menos de una hora, te ha costado recordar su nombre.
 
Ness: ¿Y qué? ¿A ti qué cojones te importa? Si tan puta soy, ¿qué más te da lo que haga, lo que sienta?
 
Ash: Me importa porque eres mi puta, ¡joder!
 
Vanessa abrió la boca para escupir ira, pero se le escapó la risa. Mientras Ash la miraba con la cara colorada y brillante de rabia y lágrimas de furia chispeándole en los ojos, la risa se convirtió en una carcajada.

Cuando su amiga soltó un resoplido ofendido, Vanessa brindó con el té.
 
Ness: Tengo que hacerme una camiseta. «Soy la puta de Ashley.»

Se golpeó el pecho con la mano libre.

Ash se secó las lágrimas rabiosas y lo absurdo de la situación le arrancó una risa llorosa.
 
Ash: Y la llevarías con orgullo.
 
Ness: ¿Y por qué no iba a llevarla con orgullo?
 
Ash: Mierda, Ness -dejó a un lado su taza de té y se frotó la cara con las manos-. Te quiero.
 
Ness: Lo sé. Lo sé.
 
Ash: Estás desperdiciando tu vida, te matriculas en asignaturas en cuyas clases casi podrías quedarte dormida.
 
Ness: Yo nunca llegaré a ser una puñetera ingeniera biomédica, Ash. En esta vida, la mayoría seguimos intentando aclararnos.
 
Ash: Las únicas asignaturas por las que has demostrado verdadero interés son las relacionadas con el arte. Así que concéntrate en eso y aclárate. Te estás echando a perder en un trabajo que no te gusta, que no necesitas, para el que estás tan ridículamente sobrecualificada que deberías dirigir el negocio.
 
Ness: No quiero dirigir el negocio. Hay mucha gente a la que no le gusta su trabajo. Y lo necesito porque debo pagar al menos parte de mis gastos.
 
Ash: Entonces busca un trabajo que te guste. Pierdes el tiempo acostándote con hombres que no te importan.
 
Entonces fue Vanessa la que tuvo que enjugarse las lágrimas.
 
Ness: Ahora mismo no quiero que me importe nadie. Y no sé si querré en algún momento. Me importas tú, me importa mi familia, y no doy para más.
 
Ash: Creo que es triste que yo te valore más que tú misma, así que es bueno que esté por aquí para hacerte la puñeta.
 
Ness: Se te da muy bien.
 
Ash: Soy la presidenta del Club Puñeta. A ti apenas se te puede considerar miembro honorario. Tómate el verano libre, Ness. Podríamos ir juntas a la playa hasta que me marchara a Londres. Podrías pasar una temporada con CiCi, incluso dejar que te llevara a Europa como quería hacer cuando te licenciaras. Podríamos subarrendar el apartamento. No te quedes aquí sola.
 
Ness: Me lo pensaré.
 
Ash: Eso es lo que dices cuando quieres que cierre la boca.
 
Ness: Puede ser. Mira, estoy cansada y tengo que estar en la cafetería a las ocho para hacer ese trabajo que no me gusta. Quiero dormir un poco.
 
Ash asintió y tiró al fregadero el té que ninguna de los dos se había terminado.

Vanessa conocía la naturaleza de ese silencio, y transmitía ansiedad.
 
Ness: ¿Dormimos juntas? -sugirió-.
 
El alivio relajó la tensión de los hombros de Ash.
 
Ash: No estaría mal.
 
Ness: Pero en tu virginal cama, por razones evidentes. -Rodeó a Ash con un brazo mientras se dirigían hacia su dormitorio-. Tengo el número de David. A lo mejor tiene algún amigo.
 
Ash: Has dicho que se llamaba Dave.
 
Ness: Mierda.
 
Se acostaron en la cama de Ash y se acurrucaron para reconfortarse.
 
Ash: La echo de menos -murmuró-.
 
Ness: Lo sé. Yo también.
 
Ash: Creo que me sentiría distinta en Nueva York, solo por estar aquí, si ella también estuviera. Si Miley estuviera aquí, seríamos diferentes.
 
Todo sería distinto, pensó Vanessa.

Soñó con ello, con sentarse junto a Ash y ver a Miley, viva y vital, sobre un escenario. Bajo los focos. Dominando la situación.

Soñó con Ash trabajando en su laboratorio, segura y brillante con su bata blanca.

Y cuando los sueños se volvieron introspectivos, se vio sentada en una balsa en mitad de un mar tranquilo y silencioso. A la deriva, sin rumbo.

Se despertó y volvió a la realidad de servir a la gente de la universidad cafés sofisticados y caros que casi siempre pagaban con la tarjeta de crédito que les habían dado sus padres... y ni por esas se molestaban en dejar una propina decente.

Cuando le tocó, por segunda vez aquella semana, limpiar el inodoro del baño unisex, volvió a mirarse con detenimiento en el espejo.

Sabía que el gilipollas del encargado le endilgaba la limpieza del baño el doble de veces que a cualquier otro porque ella se negaba a acostarse con él. (Estaba casado y tenía por lo menos cuarenta años y coleta, así que puaj.)
 
Ness: Pues que le den -se dijo-.
 
Dejó atrás aquel olor a lejía y limones de mentira, y se adentró en el zumbido constante de las máquinas de café expreso y de las conversaciones que pontificaban sobre política o se quejaban de relaciones.

Se quitó el ridículo delantal rojo, cuyos gastos de lavandería corrían a su cuenta, y sacó el bolso de la taquilla esmirriada, cuyo alquiler también salía de su patético sueldo.

El encargado Gilipollas la miró con desprecio.
 
**: No es tu hora de descanso.
 
Ness: Te equivocas. Es mi hora de descanso. Lo dejo.
 
Dio unos pasos hacia el mundo de ruido y color, y se dio cuenta de que sentía algo que había echado de menos durante demasiado tiempo.

Se sentía feliz.
 

Seis meses después de licenciarse en la Academia, Zac estaba patrullando con Toro Stockwell. El agente Tidas Stockwell se había ganado el apodo de «Toro» no solo por su físico, sino también por su personalidad. Veterano con quince años de experiencia, era mal hablado, muy duro y aseguraba tener un olfato capaz de detectar mentiras a tres kilómetros de distancia.

Existían varios capotes rojos que provocaban sus embestidas, entre ellos: todo lo que considerase antiestadounidense (un concepto variable), los gilipollas (una amplia gama de requisitos) y los hijos de puta. Sus principales candidatos a hijos de puta eran cualquiera que hiciera daño a los niños, pegara a las mujeres o maltratara a los animales.

Toro no había votado a Obama -de hecho, no había votado a un demócrata en su vida y no veía razón para cambiar-, pero era el presidente de Estados Unidos y, como tal, contaba con su respeto y lealtad.

No tenía ni un pelo de intolerante. Sabía que los gilipollas y los hijos de puta eran de todos los colores y credos. Puede que no acabara de entender el rollo gay, pero en realidad no le importaba una mierda si lo eras o no. Pensaba que si querías correrte con alguien con el mismo físico que tú, era asunto tuyo.

Tenía dos divorcios a sus uniformadas espaldas -y una hija de diez años, fruto de su primer matrimonio, a la que adoraba sin tapujos- y era dueño de un gato tuerto y con una sola pata que había rescatado tras una redada antidroga.

La mayoría de los días reprendía verbalmente a Zac por ser demasiado estúpido, demasiado lento, universitario y un novato tonto del culo. Y en los seis meses que llevaba trabajando con él, Zac había aprendido más sobre los entresijos y la parte sucia del trabajo policial que en todas las clases de la universidad o los meses en la Academia.

Desde luego había aprendido, cuando respondían a una llamada por altercado doméstico, a interponerse entre Toro y el agresor (masculino) antes de que el capote rojo hiciera que su compañero empezara a patear el suelo y resoplar.

Así que, cuando llegaron a un posible altercado doméstico en una casa adosada que ya habían visitado cuatro veces por la misma razón, Zac se preparó para cumplir con su cometido.
 
Toro: Ahora ella tiene una orden de alejamiento contra él, así que lo tengo pillado por los huevos.
 
Zac recordó que la «ella» en cuestión, una tal LaDonna Gray, había vuelto con su marido, un tal Vic Gray, después de que este le pusiera un ojo morado y le partiera el labio, y de nuevo tras un brazo roto y un caso claro de violación conyugal.

Pero el tercer incidente, cuando le pegó hasta dejarla inconsciente y arrancarle dos dientes dos meses después de que diera a luz, había sido el detonante de la orden de alejamiento.
 
Toro: Más le vale no haber tocado a ese bebé.
 
Toro se remangó los pantalones cuando enfilaron el sendero helado y lleno de nieve medio derretida que llevaba a la puerta.

De la casa contigua salió corriendo una mujer.
 
**: ¡La está matando! Juro que esta vez la está matando.
 
Entonces Zac lo oyó: los gritos, las voces, los berridos del bebé.

Le dio tiempo a pensar: Uf, mierda.

También vio que ya habían forzado la puerta principal.

Entró con su compañero, detectó los signos de violencia en la planta baja: la mesa volcada, una lámpara rota.

En la planta de arriba, el bebé gritaba como si le hubieran clavado un taladro en el oído, pero los gritos, los tacos, los sollozos y los golpes procedían de la parte de atrás de la casa.

Zac avanzó más rápido que Toro -era más joven y tenía las piernas más largas- y tuvo tiempo de ver a Vic Gray salir a toda prisa por la puerta trasera. La mujer yacía gimiendo, sollozando y sangrando en el suelo de la cocina.
 
Zac: Yo me encargo de él.
 
Zac salió disparado por detrás. Mientras corría, dio el aviso.
 
Zac: Agente Efron en persecución de un sospechoso de agresión. El sospechoso es Victor Gray, varón, caucásico, veintiocho años, se dirige al sur a pie por Prospect. El sospechoso mide uno setenta y cinco y pesa ochenta kilos. Lleva una parka negra, gorro de lana rojo, vaqueros. Gira hacia el este por Mercer.
 
Gray atajó por un patio, se abrió camino por los veinte centímetros de nieve que habían caído la noche anterior, y se encaramó a una valla. Zac pensó que sería mucho más rápido si llevara puestas sus Nike y no los zapatos del uniforme.

Su aliento formaba nubes visibles cuando saltó la valla y se dejó caer en la nieve. Oyó gritos y aumentó la velocidad. Por algo había ganado medallas de atletismo en el instituto.

Vio a una mujer tirada en la nieve en el jardín trasero de su casa, junto a un muñeco de nieve a medio hacer. Le salía sangre de la nariz y se aferraba a un crío que lloraba a pleno pulmón.
 
*: ¡Ha intentado llevarse a mi hijo!
 
Zac continuó corriendo, vio que Gray giraba de nuevo hacia el este e informó mientras acortaba la distancia que los separaba. Saltó otra valla y vio que Gray se dirigía hacia la puerta abierta de otra casa adosada, de cuyo interior brotaban música y la risa de una mujer.

Zac oyó que la mujer decía: «No me hace falta ver lo bien que has quitado la nieve del patio. Cierra la puerta. ¡Hace frío!».

Lo único que pensó: No va a entrar ahí y herir a alguien más. Zac no era la estrella del fútbol que quería su padre, pero sabía hacer placajes.

Saltó y agarró a Gray por las rodillas en el estrecho patio que había delante de la puerta abierta.

Gray gritó cuando su cara se deslizó por la piedra.
 
**: ¡Eh, eh! ¿Qué coño pasa? -Un hombre salió de la casa adosada con una copa de vino en una mano y un iPhone en la otra-. Dios, sangra por todas partes. Lo estoy grabando. Lo estoy grabando. Esto es brutalidad policial.
 
Zac: Adelante, grábelo. -Sin aliento, con los huesos también doloridos por el golpe, sacó las esposas-. Adelante, grabe al cabrón que le ha dado una paliza tremenda a su esposa a unas manzanas de aquí, que ha agredido a una segunda mujer y ha tratado de secuestrar al hijo de esta para utilizarlo como rehén. Al tipo que iba directo a su casa. Lo tengo -informó por radio-. Sospechoso retenido, puede que requiera atención médica. ¿Cuál es la dirección exacta?
 
**: No tengo por qué decírtelo, capullo.
 
*: Cállate, Jerry. -La mujer de la risa apartó al hombre del teléfono de un empujón-. Es el 5237 de Gilroy Place, agente.
 
Zac: En la parte de atrás del 5237 de Gilroy Place. Gracias, señora. Victor Gray, queda arrestado por agresión, dos cargos, por lesiones. -Cerró las esposas en torno a las muñecas de Gray-. Por intento de secuestro de niños, resistencia a la autoridad y violación de los términos de una orden de alejamiento.
 
Jerry: Ese hombre tiene derechos.
 
Zac levantó la vista.
 
Zac: ¿Es usted abogado, señor?
 
Jerry: No, pero sé...
 
Zac: Entonces ¿por qué no deja de interferir en asuntos policiales?
 
Jerry: Está en una propiedad privada.
 
*: En mi propiedad -dijo la mujer-, así que cállate de una vez, Jerry. Usted también sangra un poco, agente.
 
Zac notaba el sabor de la sangre en la boca, el escozor en las palmas de las manos.
 
Zac: Estoy bien, señora. Victor Gray, tiene derecho a permanecer en silencio.
 
Mientras continuaba recitando la advertencia de Miranda, Jerry sonrió con arrogancia.
 
Jerry: Has tardado.
 
Zac: ¿No es abogado? -puso a Gray de pie-. Solo un capullo integral.
 
Jerry: ¡Pienso presentar una queja!
 
*: Se acabó. Fuera. Largo de mi casa, Jerry.
 
Zac oyó las sirenas mientras la mujer daba su merecido al gilipollas. Como ella parecía tener la situación bajo control, Zac guio al agarrotado Gray hacia la parte delantera de la casa.
 
Victor: Voy a ponerte una demanda que te vas a cagar -murmuró Gray-.
 
Zac: Sí, por favor, Vic.
 
LaDonna Gray había sufrido tres fracturas de costilla, una fractura de muñeca, una fractura nasal, dos ojos morados, un pómulo destrozado y varias lesiones internas. Su hijo salió ileso.

Sheridan Bobbett, la mujer que jugaba con su hijo de dos años en el patio, presentaba lesiones leves, y el crío, varios moratones en los brazos y hombros. Según su declaración, Gray entró a toda velocidad en su jardín y la tiró al suelo. Ella le plantó cara cuando intentó arrancarle a su hijo de los brazos, y después el hombre salió huyendo cuando un agente de policía saltó la valla en su persecución.

Eloise Matherson, residente en el 5237 de Gilroy Place, actuó como testigo presencial del derribo y el arresto, y declaró que, por la puerta abierta, vio al hombre identificado como Victor Gray corriendo hacia su casa, que vio que el agente lo placó a solo medio metro de su puerta y lo esposó cuando Gray intentó resistirse. Expresó su gratitud hacia el agente que había impedido que un hombre violento entrara en su casa.

Y le dio a Zac su número a hurtadillas.

Toro endosó el papeleo a Zac (así iban las cosas para los novatos), y este le oyó hablar con el hospital para saber cómo estaba LaDonna Gray.

Para cuando Zac terminó con el papeleo, el vídeo del móvil de Jerry el Capullo ya había llegado a los programas de noticias locales.

Zac aguantó las provocaciones (así eran las cosas para los policías), se avergonzó un poco de la fría expresión de ira que vio en su rostro y supuso que su inspector le echaría la bronca por haber llamado capullo a aquel tío.
 
**: Ya estás en internet, Efron.
 
Otro de los agentes de uniforme dio unos golpecitos a la pantalla de un ordenador.
 
*: En el blog de McMullen.
 
Zac: Mierda.
 
*: Mira, si te llama «joven y buenorro», y...

Zac: ¿Qué?
 
*: Menciona lo del centro comercial DownEast. No te preocupes, novato. Nadie lee sus chorradas.
 
Todo el mundo las leía, pensó Zac. Incluso los policías. Al igual que muchas personas habían leído el libro que había publicado el año anterior, Masacre en DownEast. Con su influencia, las probabilidades de que el puñetero vídeo del móvil se hiciera viral (a nivel nacional) alcanzaban niveles estratosféricos.

Supo que el rumor ya se había extendido cuando Sarah, para entonces la detective Parker de la policía de Portland, entró y lo señaló.

Lo llevó hasta la sala de reuniones, que en aquellos momentos estaba vacía.
 
Sarah: ¿Estás bien?
 
Zac: Sí, claro.
 
Sarah: Algo te ha dejado marca.

Le acercó un dedo a la mandíbula magullada.
 
Zac: Me di con su coronilla al derribarlo. No pasa nada.
 
Sarah: Ponte un poco de hielo. La prensa va a darle algo de bombo a esto. Joven héroe del centro comercial DownEast se convierte en heroico policía... y con garra. Y así.
 
Se pasó las manos por el pelo, cortado a lo militar, tal como su sargento insistía en que contuviera su alocada melena rizada.
 
Zac: Mierda, Sarah.
 
Sarah: Lo superarás. Tu sargento te echará un ligero rapapolvo por lo de «capullo». Pero tanto él como todos los policías de Portland y alrededores te aplaudirán en secreto. No te preocupes por eso, y no te preocupes por McMullen ni por el resto de los medios. No te metas en líos y haz tu trabajo.
 
Zac: Bueno, es lo que estaba haciendo -señaló-.
 
Sarah: Cierto. Y lo que mostraba el vídeo del capullo era a un policía haciendo su trabajo, manteniendo la compostura y el control, salvo por una palabra murmurada, una que el vídeo también deja claro que dicho capullo se había ganado a pulso. Lo hiciste bien, Zac, y quería que lo oyeras de mí, ya que siento que tuve algo que ver con que decidieras ponerte este uniforme.
 
Zac: Tuviste mucho que ver. Sentí... Tenía que pillarlo. Cuando vi a esa mujer sangrando en el suelo, tenía que pillarlo. No fue como un flashback. No volví a aquella noche ni nada parecido, pero fue como cuando supe que tenía que coger a aquel crío.
 
Sarah: Instinto, Zac. Tienes instinto. -En señal de aprobación, fingió que le daba un puñetazo en la mandíbula magullada-. Sigue sirviéndote de él y aprende de Toro. A pesar de sus chorradas, ese cabrón es de fiar.
 
Zac: No para de pincharme... pero no me quejo... demasiado. Trató a LaDonna Gray con mucha delicadeza. Supongo que eso es algo que estoy aprendiendo de él, a tratar a las víctimas para que no se sientan tan victimizadas.
 
Sarah: Eso está bien. ¿Y si te vienes a cenar la semana que viene?
 
Zac: No me iría mal. ¿Sigues saliendo con ese profesor?
 
Sarah: Menudo policía estás hecho.
 
Levantó la mano izquierda y movió los dedos para enseñarle el anillo.
 
Zac: Joder, Sarah. -Hizo ademán de tender los brazos hacia ella, pero se detuvo-. No puedo abrazar a una detective en la comisaría. Tendrá que esperar. Es un tipo con suerte.
 
Sarah: Por supuesto. Si necesitas hablar, ya sabes a quién llamar. Te enviaré un mensaje para lo de la cena.
 
Zac se fue directo al vestuario para quitarse el uniforme. Su turno había acabado antes de que rellenara el papeleo. Se encontró a Toro, que estaba colgando la chaqueta de su uniforme.
 
Toro: ¿Has terminado de darte besitos con la Oficina de Investigación?
 
Zac: No puedo besarla. Acaba de comprometerse.
 
Toro: Uf. Los policías deberían saber que no les conviene casarse. -Se puso una camiseta blanca y lisa-. Joder, ¿has llamado capullo a un testigo civil cuando sabías que te estaba grabando?
 
Zac: Está grabado, así que sería ridículo negarlo.
 
Toro: Vaya -se miró en el espejo de su taquilla y se pasó una mano por el pelo, cortado a cepillo-. Pues parece que voy a tener que invitarte a una cerveza. -Cerró la taquilla-. Puede que al final llegues a ser un policía medio decente.




¡Muchas gracias por comentar!
Me alegro de que os esté gustando la historia 😊

Me ha gustado la conversación tan profunda y emotiva que han tenido Ness y Ash sobre chicos 😆

Lu, buscaré la novela que me has dicho y la adaptaré.


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Cada vez es pone mejor
Ya quiero que zac y vanessa se encuentren
Se ve que se pondra mejor
Siguela pronto

Saludos

Lu dijo...

Como cambio Ness en esos tres años, ya quiero saber como se van a conocer Zac y Ness.
Me encanta esta novela.

Aay muchas gracias, eres una genia!!

Sube pronto :)

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