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domingo, 27 de octubre de 2019

Capítulo 10


La casa de CiCi ofrecía vistas a la bahía, al océano hacia el que esta se abría y a la escarpada costa de Tranquility Island, incluyendo el saliente rocoso del punto más oriental, sobre el que se erigía el faro.

Cuando CiCi se había establecido en la isla, el faro era de un blanco austero y nada original.

Ella lo había solucionado.

Formó un grupo de presión con la comunidad de artistas y convenció al ayuntamiento de la isla, así como a los dueños de negocios y propiedades, para animar las cosas. Hubo quienes se mostraron escépticos, por supuesto, ante la idea de que un grupo de artistas con escaleras y andamios pintara en el esbelto faro flores marinas, conchas, sirenas y corales.

Pero CiCi no se equivocaba.

Desde que lo habían terminado, e incluso en pleno proceso de trabajo, los turistas se acercaban a hacer fotos, y otros artistas incluían el excepcional faro en sus paisajes marinos. Era raro el visitante que se marchaba de la isla sin un souvenir o varios del faro de Tranquility que se vendían en un sinnúmero de tiendas del pueblo y de la playa.

Cada pocos años, la comunidad artística renovaba la pintura, y a menudo agregaba un par de florituras. A CiCi le encantaba contemplarlo desde el otro lado de la costa, admirar aquel dispendio de color y creatividad.

Su casa se hallaba al oeste del faro, encaramada a otro saliente de la irregular costa. Grandes ventanales y terrazas de piedra embellecían las dos plantas de la vivienda, tres con el desván remodelado y su balconcito. Un patio generoso bordeaba el lado del mar, el favorito de CiCi, y allí, durante la temporada, tenía espectaculares macetas de flores y hierbas que se empapaban de sol, además de grandes sillas llenas de cojines de colores brillantes y varias mesas pintadas.

A lo largo de la amplia terraza del segundo piso había más flores y asientos cómodos. Allí también, bajo una pérgola, había un jacuzzi que CiCi utilizaba durante todo el año y donde a menudo se relajaba -felizmente desnuda- con una copa de vino mientras contemplaba el mar y los barcos que lo surcaban.

Podía entrar en su estudio, con una cristalera orientada hacia la bahía -diseñada y añadida después de que comprara la casa-, desde el gran salón o desde el patio. Le encantaba pintar allí cuando el agua resplandecía tan azul como una piedra preciosa, o cuando se tornaba de un gris glacial y se revolvía entre las garras de una tormenta invernal.

CiCi había remodelado el desván (más bien lo había remodelado el equipo de Jasper Mink, quien le había calentado la cama alguna vez entre matrimonio y matrimonio) cuando Vanessa se había ido a Italia.

Ofrecía una luz encantadora y mucho espacio, y ahora contaba con un aseo encantador.

Como le gustaba decir, CiCi era algo adivina. Se había imaginado a Vanessa trabajando en aquel espacio, viviendo en la casa laberíntica hasta que encontrara su lugar.

CiCi no tenía ninguna duda de cuál era ese lugar, pero la joven debía encontrarlo por sí misma.

Entretanto, cada vez que Vanessa volvía a Maine, siempre volvía a CiCi.

A pesar de que ambas tenían un temperamento artístico, convivían sin problema. Cada una tenía su propio trabajo y sus propias costumbres. Podían pasar días sin apenas verse o pasar horas juntas en el patio, paseando en bicicleta por el pueblo, caminando por la estrecha franja de arena de la playa o sentadas en las rocas de la costa sumidas en un silencio cómodo.

Después de que Vanessa regresara del oeste, miraron juntas las fotos y los bocetos de Vanessa. CiCi le pidió prestadas un par de fotografías (una feria callejera en Santa Fe, una imagen austera de los cuellos volcánicos del Cañón de Chelly) para usarlas en su propio trabajo.

Cuando David iba de visita, CiCi se esfumaba para encender velas e incienso y meditar; le satisfacía que padre e hija estuvieran haciendo un esfuerzo por reconciliarse.

Durante diez días, cuando los veraneantes atestaban la isla, vivieron bastante felices en su propio mundo, con su arte, el mar y los cócteles al atardecer.

Entonces llegó la tormenta.

Natalie irrumpió en la casa como un vendaval. CiCi, todavía con la primera taza de café del día (seguía prefiriendo que el amanecer fuera la última cosa que veía antes de acostarse, en lugar de la primera al levantarse), parpadeó como un búho.
 
Cici: Hola, cariño. ¿Qué mosca te ha picado?
 
Nat: ¿Dónde está?
 
Cici: Te ofrecería café, pero ya pareces bastante alterada. ¿Por qué no te sientas y recuperas el aliento, preciosa?
 
Cici: No quiero sentarme. ¡Vanessa! ¡Maldita sea! -gritó furiosa mientras tomaba la casa por asalto repartiendo una energía negativa que CiCi ya había asumido que tendría que eliminar con salvia blanca-. ¿Está arriba?
 
Cici: No tengo ni idea -contestó con frialdad-. Acabo de levantarme. Y estoy a favor de la autoexpresión, pero vas a tener que cuidar ese tono conmigo.
 
Nat: Estoy harta, harta de todo esto. Puede hacer lo que le dé la gana, cuando le dé la gana, y a ti te parece bien. Me dejo los puñeteros codos estudiando, me gradúo entre el cinco por ciento de los mejores de mi promoción, ¡el cinco por ciento!, y vosotras dos no os molestáis ni en aparecer.
 
Atónita, CiCi dejó su taza de café.
 
Cici: ¿Has perdido la cabeza? Las dos estuvimos allí, solo nos faltó aplaudir con las putas orejas, jovencita. Y es increíble que me hayas cabreado tanto como para decir «jovencita». ¡He sonado como mi madre! Vanessa dedicó semanas de trabajo a tu regalo, y...
 
Nat: Vanessa, Vanessa, ¡joder con Vanessa!
 
Cici: Ahora pareces un personaje de La tribu de los Brady para adultos. Contrólate, Natalie.
 
Ness: ¿Qué está pasando? -entró corriendo-. Hasta en mi estudio se os oía gritar.
 
Nat: Tu estudio. ¡Tuyo, tú, tú!
 
Natalie se volvió e hizo retroceder a Vanessa tres pasos de un empujón.
 
Cici: ¡Para! -dio un paso al frente y emitió la orden con brusquedad-. No habrá violencia física en mi casa. Gritos y lenguaje soez, vale, pero nada de violencia física. No cruces mis límites.
 
Ness: ¿Qué coño te pasa, Natalie?
 
Vanessa se acercó a CiCi y le puso una mano en el hombro.
 
Nat: ¡Miraos! Las dos siempre juntitas. -Con la cara colorada de furia y los ojos azules vidriosos, Natalie las señaló con un dedo de cada mano-. También estoy harta de eso. No está bien, no es justo que la quieras más que a mí.
 
Cici: Primero, el amor no tiene nada que ver con lo «justo». Y segundo, te quiero tanto como a ella, incluso cuando te comportas como una loca. De hecho, puede que te quiera más cuando te comportas como una loca. Es una novedad interesante.
 
Nat: Basta ya. -Las lágrimas se desbordaron, ardientes de rabia-. Siempre ha sido ella. Siempre ha sido tu favorita.
 
Cici: Si vas a acusarme de algo, sé más concreta, porque no recuerdo haberte hecho ningún desaire.
 
Nat: A mí no me has remodelado un desván.
 
A punto de perder la paciencia, CiCi bebió un trago de café. Y no la ayudó.
 
Cici: ¿Querías que lo hiciera?
 
Nat: ¡Esa no es la puñetera cuestión!
 
Cici: Sí es la puñetera cuestión. No me llevé a Vanessa a Washington D. C. cuando terminó el instituto y no le organicé visitas guiadas al Congreso porque ella no quería que lo hiciera. Tú sí, así que lo hice. No seas egocéntrica.
 
Nat: Ya ni siquiera puedo venir porque ella vive aquí.
 
Cici: Eso es cosa tuya, y yo diría que ahora mismo estás aquí. Y una cosa más, antes de que vaya a cambiar este café por el bloody mary que ahora me muero de ganas de tomarme, Vanessa puede vivir aquí y vivirá aquí todo el tiempo que quiera. Tú no decides quién vive en mi puta casa. Si quisieras venirte a vivir aquí, serías bienvenida, pero no es lo que quieres -se encaminó hacia el frigorífico-. ¿A alguien más le apetece un bloody mary?
 
Ness: No lo dudes.
 
Nat: Ahí está -esbozó una sonrisa desdeñosa-. Como dice mamá: dos gotas de agua sarcásticas.
 
Ness: ¿Y qué? -alzó las manos al cielo-. O sea que CiCi y yo tenemos cosas en común. Mamá y tú tenéis cosas en común. ¿Y qué?
 
Nat: No le tienes ningún respeto a mi madre.
 
Ness: A nuestra madre, niña mimada, y desde luego que se lo tengo.
 
Nat: Mentira. Apenas pasas tiempo con ella. Ni siquiera te molestaste en ir a verla el día de la Madre.
 
Ness: Estaba en Nuevo México, por el amor de Dios, Nat. La llamé, le envié flores.
 
Los ojos de Natalie, del mismo azul intenso que los de su madre, echaban fuego.
 
Nat: ¿Y crees que comprarle unas flores por internet significa algo?
 
Vanessa ladeó la cabeza.
 
Ness: Eso deberías preguntárselo a mamá y a papá, porque es lo que han hecho en todas mis inauguraciones.
 
Nat: Eso es distinto, y no intentes desviar la culpa. No te preocupas por ella, ni por ninguno de nosotros, por mucho que hayas convencido a papá para que piense otra cosa. Han discutido por tu culpa. Por tu culpa, Harry y yo tuvimos una pelea terrible la noche de nuestra fiesta de compromiso.
 
Ness: Por Dios. No te cortes con el vodka -le dijo a CiCi-.
 
Cici: Confía en mí.
 
Nat: Vaya dos. Todo arrogancia aquí, en vuestra realidad alternativa. Bueno, pues yo vivo en el mundo real. Un mundo en el que irrumpiste, sin que nadie te invitara, con pinta de acabar de salir de una alcantarilla. Pero te las arreglaste para engañar a Harry y a papá, ¿verdad?, haciéndote la víctima.
 
Ness: Yo no engañé a nadie, no me anduve con jueguecitos. A lo mejor si tú no les hubieras mentido diciéndoles que te habías puesto en contacto conmigo, no habrías tenido ningún problema.
 
Nat: ¡No te quería allí!
 
Aquello desgarró a Vanessa por dentro, en lo más profundo de su ser, a pesar de que ya lo sabía.
 
Ness: Está claro. Pero no fuiste sincera al respecto, y eso no es culpa mía.
 
Nat: Eres una egoísta, estás llena de odio y no te importa nadie excepto tú.
 
Ness: Puede que sea una egoísta según tu criterio, pero no puede decirse que sienta mucho odio. Y si no me importara nadie, no me habría pasado por casa de nuestros padres ni habría acabado avergonzándonos a las dos. Tú, por el contrario, tú, pequeña zorra, eres una mentirosa y una cobarde, y en tu mundo real no asumes la responsabilidad de ninguna de las dos cosas. Que le den a todo esto, Natalie, y que te den a ti. No pienso ser ni tu saco de boxeo ni el de mamá. -Aunque tenía el corazón desbocado y las manos temblorosas, Vanessa cogió la bebida que CiCi había dejado en la encimera y la levantó en un brindis ruin-. Disfruta de tu versión de la realidad, Nat. Yo me quedo con la mía.

Lágrimas de rabia ardían en los ojos de Natalie.
 
Nat: Me das asco. ¿Lo sabes?
 
Ness: Soy bastante lista, así que sí, me había dado cuenta.
 
Cici: Muy bien, chicas. Ya es suficiente.
 
Nat: Siempre te pones de su lado, ¿no es así?
 
Con el corazón destrozado, CiCi se obligó a hablar con calma y claridad.
 
Cici: He estado haciendo un gran esfuerzo para no tomar partido, pero te estás pasando, Natalie. Vale, ya te has desahogado bastante, así que...
 
Nat: No significo nada para ninguna de las dos. También la has puesto en mi contra -gritó a Vanessa-. Te odio. Os merecéis la una a la otra.
 
Se volvió para marcharse hecha una furia y, cegada y resentida, empujó la escultura de Surgimiento de la peana que CiCi había encargado para ella. Vanessa estalló en un grito de dolor antes de que la escultura cayera y se estampara contra el suelo. El rostro hermoso y sereno, aquel nacimiento de la alegría, aquel rostro de una amiga perdida, se rompió en cuatro pedazos.
 
Nat: Dios mío, Dios mío. -El ruido, la visión de la destrucción, transformó de inmediato la ira de Natalie en horror y conmoción-. Lo siento, Vanessa, lo siento mucho. No pretendía...
 
Ness: Lárgate.
 
Vanessa apenas logró susurrar aquellas palabras por encima de la voz de una herida tan profunda que gritaba en su interior. Logró soltar la copa que sujetaba en la mano y no lanzarla, porque sabía que si arremetía contra su hermana, tal vez no parara nunca.
 
Nat: Vanessa, CiCi, lo siento muchísimo. No puedo...
 
Cuando Natalie dio un paso al frente con la mano tendida, Vanessa levantó la cabeza de golpe.
 
Ness: No te acerques a mí. No lo hagas. Fuera de aquí. ¡Largo!
 
Ahogada por la rabia y el dolor, Vanessa salió corriendo por la puerta trasera para evitar usar los puños en lugar de las palabras.

Sollozando, Natalie se tapó la cara con las manos.
 
Nat: Lo siento. Lo siento, CiCi, no era mi intención.
 
Cici: Sí era tu intención. Querías hacer daño a tu hermana, y a mí. Un «lo siento» no será suficiente esta vez.
 
Cuando Natalie se desplomó entre sus brazos, CiCi le acarició la espalda un momento, pero luego se volvió y le señaló la puerta principal.
 
Cici: Tienes que irte, y tienes que averiguar por qué has hecho lo que has hecho, por qué has dicho lo que has dicho y sientes lo que sientes. Y tienes que pensar en cómo arreglar las cosas.
 
Nat: Lo siento. Por favor.
 
Cici: Estoy segura de que lo sientes, pero has destruido una obra de tu hermana por una rabieta. Le has roto el corazón, y a mí también.
 
Nat: No me odies. -Cuando CiCi abrió la puerta, se aferró a ella-. Ella ya me odia. No me odies tú también.
 
Cici: Yo no te odio, y ella tampoco. Lo que odio son las palabras que he oído salir de tu boca. Odio lo que has hecho porque querías hacernos daño a ambas. Y odio tener que decir esto a mi propia nieta, y que conste que te quiero, Natalie, pero no vuelvas a esta casa hasta que afrontes lo que has hecho, hasta que encuentres la manera de arreglar las cosas.
 
Nat: Sí me odia. Ella...
 
Cici: ¡Para! -exclamó con brusquedad, y apartó a Natalie de sí-. Para y mira en tu interior en lugar de intentar achacar las cosas a alguien a quien te niegas incluso a tratar de entender. Te quiero, Natalie, pero en este momento tengo más claro que el agua que no me gustas. Vete a casa.
 
El corazón se le encogió aún más, pero CiCi cerró la puerta de su casa en las narices de su nieta.

Y cuando se recostó contra la puerta, con la mirada clavada en la belleza, la elegancia, la alegría tan temerariamente destruida, dejó que fluyeran sus propias lágrimas.

Las aceptó y fue a buscar a su otra nieta.

Vanessa estaba sentada en las piedras del patio, con las rodillas abrazadas con fuerza contra el pecho y la cara apoyada en ellas, llorando. CiCi se sentó en el suelo del patio y la abrazó para mecerla hasta que se les agotaron las lágrimas.
 
Ness: ¿Cómo ha podido hacer algo así? ¿Cómo es posible que me odie tanto?
 
Cici: No te odia. Está celosa y enfadada y, madre mía, llena de desprecio. En eso ha salido a su madre. Pero sé, lo sé con total seguridad, que Jessica nunca habría querido algo así. No encajas, cariño mío, y se lo toman como una ofensa. Se avergüenzan de nosotras, y esa vergüenza hace que se sientan pequeñas, así que se refugian en ese desprecio.
 
Con un brazo alrededor de Vanessa y la cabeza de su nieta apoyada en el hombro, CiCi miró hacia el mar, hacia los azules profundos y los toques de verde, hacia las olas que lamían la roca.
 
Cici: Yo podría asumir parte de la culpa, pero ¿qué sentido tiene? Lo hice lo mejor que pude. Jessica fue una niña feliz, y luego mi madre... Bueno, ella tampoco tiene la culpa. Somos quienes somos, y quienes elegimos ser -acarició el pelo de Vanessa con suavidad-. Está hecha polvo, cielo. Lo siente mucho.
 
Ness: No, no, no te pongas de su lado.
 
Cici: No, no pienso hacerlo. También me ha atacado a mí y no tenía ningún derecho a hacerlo. Hace mucho que debería haber dejado atrás las rabietas infantiles, que debería haber dejado de culparte a ti, a mí o a quien sea de sus propios problemas. Si acepta lo que ha hecho y hace todo lo posible por repararlo, podría ser un punto de inflexión para ella.
 
Ness: Me da igual.
 
Cici: Lo sé. No te culpo. Las familias la cagan. Qué coño, las familias se pasan la mitad del tiempo cagándola. Pero, la cague o no, siempre será tu hermana, siempre será mi nieta. A ninguna de las dos nos resultará fácil perdonarla, y así es como debe ser. Tendrá que ganárselo.
 
Ness: No sé si seré capaz de arreglarla. Es Miley, y no sé si podré arreglarla. No sé si tendré el valor necesario para intentarlo. Y si lo consigo, no será lo mismo.
 
Cici: La arreglarás -se volvió para besarla en la coronilla-. Sí tienes el valor necesario. No, no será la misma. Dirá algo distinto, algo más. Vamos a hacer lo siguiente: vamos a entrar a recoger los pedazos y a evaluar los daños. La subiremos a tu estudio, y cuando estés lista, empezarás a trabajar en la reparación. Entretanto limpiaremos la casa con salvia blanca y desterraremos toda esa energía negativa.
 
Ness: Vale, pero ¿podemos quedarnos aquí sentadas un rato más?
 
Cici: Claro.
 
 
Harry volvió a casa entusiasmado tras un partido de golf. Había bajado en un par de golpes su anterior récord personal para empezar lo que había decidido que sería un día excelente.

Le quedaba una hora antes de pasar a recoger a Natalie para ir a comer con unos amigos, y a media tarde tenía intención de sorprender a su futura esposa con una visita a una casa que creía que podría gustarles a ambos.

Una casa, para los dos, equivalía al paso siguiente. Algo que buscarían, comprarían y amueblarían juntos, y donde por fin vivirían juntos.

Ella quería una boda de otoño, él esperaría. Ella quería una boda grande y formal, él se apuntaba al plan. Pero quería dar el paso siguiente.

Entró en su apartamento y dejó los palos de golf junto a la puerta. Luego vio a Natalie hecha un ovillo en el sofá de la sala de estar. Su estado de ánimo, ya de por sí alegre, se disparó aún más.
 
Harry: Hola, cariño. No... -Entonces vio las lágrimas, la cara desfigurada cuando le tendió los brazos-. ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? -la abrazó, y Natalie rompió de nuevo en sollozos-. Dios mío, ¿son tus padres? ¿Tu abuela?

Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
 
Nat: Ay, Harry. He hecho algo terrible.
 
Harry: Me cuesta creerlo. Chis, no llores. -Sacó un pañuelo (su madre le había enseñado a llevar siempre uno) y le secó la cara-. ¿Has robado un banco? ¿Le has dado una patada a un cachorro?
 
Nat: He ido a ver a Vanessa.
 
Harry: Vale. Deduzco que no ha ido bien.
 
Nat: Me odia, Harry. Y CiCi también me odia.
 
Harry: No es cierto.
 
Nat: Eso no lo sabes. Tú no lo entiendes. Vanessa siempre ha sido la favorita de CiCi. Mi abuela la consiente, son dos gotas de agua, como dice mi madre, y yo me quedo con las sobras.
 
Harry: Si es así, deben de quedar muchas sobras, porque siempre que te he visto con tu abuela he sido testigo de lo mucho que te quiere, de lo orgullosa que está de ti. Yo no veo odio por ninguna parte.
 
Nat: Me odian. Y si no me odiaban antes, ahora sí, después de lo que ha pasado.
 
Harry: ¿Qué ha pasado?
 
Nat: No era mi intención -se aferró a la camisa de Harry y se apretó contra él-. Estaba muy enfadada, y Vanessa no paraba de decirme cosas horribles. Y CiCi se ha puesto a preparar unos puñeteros bloody maries, y sentía que se estaba riendo de mí en mi cara. Al final he perdido los estribos.
 
Harry: Madre mía, Natalie, no habrás pegado a tu hermana, ¿verdad?
 
Nat: ¡No! Yo solo... he perdido los estribos, la he empujado y se ha roto. No era mi intención hacerlo, y lo sentía muchísimo, pero no han querido escucharme.
 
Harry: ¿Qué has empujado?
 
Nat: La escultura. El busto de la mujer. -Destrozada de nuevo, se tapó los ojos con las manos-. La escultura de Vanessa de aquella dichosa exposición de Florencia. CiCi la compró, siempre presumía de ella. La he empujado, y se ha caído y se ha roto. Y después, como un segundo después, era como si lo hubiera hecho otra persona. Estaba conmocionada y muy arrepentida, y he tratado de decírselo, pero no han querido escucharme.
 
Harry: ¿La de la mujer que sale del estanque? -La había visto, la había admirado-. ¿La que está en el gran salón de CiCi?
 
Nat: Sí, sí, sí. Es que he perdido los nervios. Se... han puesto las dos en mi contra, he perdido los nervios y se han negado a dejar que me disculpara.
 
Harry se levantó del sofá y se acercó a la ventana. Veía aquella pieza en su cabeza, recordó que, cuando la había admirado, CiCi le había hablado de la exposición, de cómo se había sentido ella al ver la escultura.
 
Harry: Natalie, sabías lo que esa pieza significaba para tu abuela y para tu hermana.
 
Nat: Estaba ahí, y no era mi intención romperla.
 
Harry volvió, se sentó de nuevo y le cogió la mano.
 
Harry: Natalie, te conozco y sé que no me lo estás contando todo.
 
Nat: Te estás poniendo de su lado.
 
Intentó zafarse de él, pero Harry la agarró con firmeza.

Harry: Estoy escuchando tu versión, pero no disfraces la verdad.
 
Nat: No he venido aquí para pelearme contigo. No he venido a discutir contigo por Vanessa. Otra vez.
 
Harry: No nos peleamos por Vanessa. Nos peleamos porque no me habías contado la verdad. Me habías dicho que tu hermana no llegaría a casa a tiempo para la fiesta. Que estaba demasiado ocupada. Me hiciste creer que se lo habías contado y que ella había dicho que no podía venir.
 
Nat: Estaba por ahí, en el oeste, así que di por hecho...
 
Harry: Somos abogados -la interrumpió-. Ambos sabemos sacar provecho de las medias verdades y la semántica. No lo utilices conmigo. ¿Qué ha pasado hoy?
 
Aterrorizada de verdad, Natalie volvió a agarrarlo de la camisa.
 
Nat: No te pongas en mi contra, Harry. No podría soportar que te pusieras en mi contra.
 
Entonces él le sujetó la cara con ambas manos.
 
Harry: Eso no pasará nunca. Pero seamos sinceros el uno con el otro. Honestos el uno con el otro.
 
Nat: Mis padres... Mi madre está molesta porque mi padre ha ido dos veces a la isla desde la fiesta.
 
Harry: ¿Tu madre está molesta porque tu padre ha pasado tiempo con tu hermana?
 
Nat: ¡No lo entiendes! Tú no lo entiendes. A Vanessa no le importa lo más mínimo que mi madre esté preocupada, y es una desagradecida. Después de todo lo que hicieron por ella, dejó la universidad y se largó a Europa.
 
Harry ya había oído todo aquello antes, así que trató de ser paciente.
 
Harry: Y parece que fue la decisión correcta para ella. Y si hay algún problema es entre tu madre y tu hermana. No tiene nada que ver contigo, Natalie.
 
Nat: Quiero a mi madre.
 
Harry: Por supuesto que sí. Yo también. -Sonrió, la besó con suavidad-. Sois como dos gotas de agua. ¿Has ido a ver a Vanessa para hablar o para discutir?
 
Nat: Soy abogada. -Se apartó de él-. He ido para hablar, pero entonces ella... -Harry le sostuvo la mirada, con paciencia. El amor que Natalie sentía por él se mezcló con la culpabilidad-. No es cierto. Esa era mi intención cuando he salido de casa, pero para cuando he llegado a la isla, a casa de CiCi, estaba furiosa. Yo he empezado la pelea. La he empezado yo. Dios, Harry, soy una persona horrible.
 
Harry: No digas eso de la mujer a la que amo. -La abrazó durante un minuto, pues la quería tanto por sus defectos como por su perfección. La quería, sin más-. Siéntate un segundo, cariño. Voy a avisar de que no iremos a comer.
 
Y no veremos la casa, pensó.
 
Nat: Se me había olvidado. Lo había olvidado por completo.
 
Harry: Quedaremos otro día. Serviré un par de copas de vino y hablaremos de esto juntos. Lo resolveremos, cariño.
 
Nat: Te quiero, Harry. Te quiero de verdad. -Se agarró a él como a un clavo ardiendo-. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
 
Harry: Lo mismo digo.
 
Nat: Quiero que todo sea culpa suya. Quiero seguir enfadada con ella. Es más fácil.
 
Harry: Te estoy viendo la cara, y esas lágrimas. Así que no creo que sea más fácil.
 
 
CiCi instaló el caballete en el patio. El verano se desvanecería antes de que se diera cuenta, así que valoraba hasta el último día. No iba a pintar el paisaje, sino que continuaría trabajando en el estudio a partir de una foto de Vanessa.

La mujer del sombrero rojo (el ala ancha y plana sobre un rostro arrugado por el tiempo y el sol) que examinaba una cesta de tomates en un mercado callejero, y el marchito anciano del puesto sonriéndole.

En su versión, los tomates se convirtieron en huevos mágicos, llamativos como piedras preciosas, y el pájaro posado en el toldo a rayas, en un dragón alado.

CiCi había jugado con los tonos, la emoción y el mensaje durante una semana. Y Vanessa había pasado esa misma semana sumida en la reparación atenta y meticulosa del busto.

CiCi deseó que ambas recibieran bendiciones en su trabajo, encendió sendas velas por ellas y comenzó a mezclar pinturas.

Gritó un «¡Pasa!» cuando sonó el timbre de la puerta. Rara vez cerraba la puerta con llave, y aquella era una buena razón: todo el que llamara podía entrar sin problema en lugar de obligarla a parar e ir a abrir.
 
Cici: Estoy aquí fuera.
 
Nat: CiCi.
 
Sin tener claro si debía sentirse aliviada o recelosa al oír la voz de Natalie, CiCi dejó las pinturas a un lado y se volvió.

La muchacha parecía arrepentida, decidió. Y muy nerviosa; aferraba con todas sus fuerzas la mano del chico en quien CiCi pensaba como Harry el Guapo.
 
Cici: Como siempre has sido de las que siguen las reglas, voy a pensar que has decidido asumir la responsabilidad y que has averiguado cómo arreglar las cosas.
 
Nat: Asumo la responsabilidad. Voy a intentar arreglar las cosas. No sé si podré, pero quiero intentarlo. Estoy muy avergonzada, CiCi, de lo que dije ese día, de lo que hice. Tengo mucho que decirle a Vanessa y espero que me escuche. Pero también tengo que decirte que sabía lo mucho que esa pieza significaba para ti. Sabía que representaba un vínculo entre Vanessa y tú. La rompí porque yo no comparto ese vínculo. Y eso es imperdonable.
 
Cici: Yo decido lo que puedo perdonar.
 
Nat: Creo que arreglar las cosas contigo empieza por tratar de arreglarlas con Vanessa. Y para intentarlo tengo que hablar con ella.
 
Cici: Entonces deberías hacerlo. Está arriba, en su estudio.
 
Natalie asintió con la cabeza y soltó la mano a Harry.
 
Nat: Siempre has sido maravillosa conmigo y me avergüenzo de lo que te dije. Nunca me has defraudado, jamás, ni siquiera cuando me lo merecía.
 
Cici: Un esfuerzo considerable para una persona como ella -murmuró cuando Natalie entró en la casa-.
 
Harry: Sí, así es. Hemos interrumpido tu trabajo. Puedo esperar fuera...
 
Cici: No seas tonto. No puedo trabajar mientras me pregunto si oiré gritos, voces y palabrotas. Vamos a tomarnos una cerveza.
 
Harry: No me vendría mal.
 
CiCi se acercó a la puerta y levantó una mano para darle unas palmaditas en la mejilla.
 
Cici: Eres bueno para ella, Harry. No estaba segura, pero eres bueno para ella.
 
Harry: La quiero.
 
Cici: El amor es como el pegamento. Empléalo bien, es capaz de arreglarlo casi todo.
 
 
Vanessa usó pegamento, alfileres, papel de lija, pinturas. Tras una semana de trabajo intenso, comenzó a creer que podría recuperar a Miley. Podría devolver la vida a aquella cara.

Oyó los pasos justo al apartarse para evaluar los progresos de la mañana.
 
Ness: Ven a verla. Creo que... Creo que es posible.
 
Entonces levantó la vista y vio a Natalie. Despacio, se puso de pie.
 
Ness: No eres bienvenida.
 
Nat: Lo sé. Solo te pido cinco minutos. Por favor. No hay nada... ¡Dios mío! La has arreglado.
 
Ness: Ni se te ocurra.
 
Natalie interrumpió su carrera hacia la mesa de trabajo y entrelazó las manos a la espalda.
 
Nat: No hay nada que puedas decirme que no me merezca. Estar arrepentida, avergonzada, asqueada de mí misma, no es suficiente. Saber que has arreglado lo que yo intenté destruir no me exime de culpa.
 
Ness: No está arreglada.
 
Nat: Pero es... Es preciosa, Vanessa. Eso era lo que me molestaba, me molestaba lo que eres capaz de crear a partir de un puñetero trozo de barro. Me avergüenzo de ello, ni siquiera puedo expresar la vergüenza que siento. No te conté lo del compromiso, lo de la fiesta, porque no quería que vinieras. Me dije que de todas maneras tampoco querrías venir. Que te daría igual. Solo iba a invitarte a la boda para que la gente no pensara mal de mí. Me permito pensar y sentir cosas terribles respecto a ti.
 
Ness: ¿Por qué?
 
Nat: Me abandonaste. Tuve la sensación de que me abandonabas. Después de lo del centro comercial... -Se interrumpió cuando el rostro de Vanessa palideció, cuando su hermana se dio la vuelta-. Así. Te negabas a hablar de ello conmigo.
 
Ness: Hablaba de ello en terapia. Hablé de ello con la policía. Una y otra vez.
 
Nat: Te negabas a hablar conmigo, y yo necesitaba a mi hermana mayor. Estaba muy asustada. Me despertaba gritando, pero tú...
 
Ness: Sufría pesadillas, Nat. Sudores fríos, falta de aire. Sin gritos, para que mamá no viniera corriendo, pero tenía pesadillas.
 
Sin apartar la vista de Vanessa, Natalie se enjugó las lágrimas de la mejilla.
 
Nat: No me lo habías contado nunca.
 
Ness: En aquella época no me apetecía hablar de ello. Ahora tampoco. Lo arrinconé.
 
Nat: Me arrinconaste a mí.
 
Ness: Mentira -se volvió de nuevo-. ¡Mentira!
 
Nat: No lo es. A mí no me parece mentira, Vanessa, para mí no lo es. Antes contabas conmigo. Erais Ash, Miley y tú, pero contabas conmigo. También eran mis amigas. Después me excluiste. Erais solo Ash y tú.
 
Ness: ¡Por el amor de Dios! Miley murió. Ash pasó semanas en el hospital.
 
Nat: Lo sé, lo sé. Tenía catorce años, Ness. Por favor, ten un poco de compasión. Pensé que mamá estaba muerta. Mientras la arrastraba hasta aquel mostrador, pensaba que estaba muerta. Y pensé que tú también habías muerto. Luego resultó que no, pero yo seguía soñando que sí. Que todo el mundo estaba muerto menos yo. Miley también era mi amiga. Y Ash. Y lo único que veía era que me estabas reemplazando como hermana. Sé que suena muy estúpido y egoísta. Las dos os vinisteis aquí cuando Ash salió del hospital. Con CiCi. Y lo único que yo era capaz de pensar era: ¿Por qué me han dejado atrás?
 
Ness: Ella me necesitaba, y yo la necesitaba...
 
Natalie no había sufrido heridas, pensó Vanessa. Pero claro que las había sufrido. Por supuesto que sí.
 
Ness: No pensé... -consiguió articular-. No pensé que te estuviera dejando de lado o atrás. Solo necesitaba alejarme de aquello. De los reporteros, la policía, las charlas, las miradas. Tenía dieciséis años, Natalie. Y estaba rota por dentro.
 
Nat: Desde entonces siempre fue Ash. Os teníais la una a la otra. Yo también estaba destrozada.
 
Ness: Lo siento -volvió a dejarse caer sobre su taburete y se frotó la cara con las manos-. Lo siento. No me di cuenta. Tal vez no quisiera darme cuenta. Tenías a mamá y a papá, a CiCi, a tus propios amigos. Te volcaste mucho en los estudios, en otros proyectos.
 
Nat: Me ayudaba a dejar de pensar. Me ayudaba a frenar las pesadillas. Pero yo te quería a ti, Vanessa. Estaba demasiado enfadada para decírtelo. No, no estaba enfadada -se corrigió-, me autocompadecía. Luego te fuiste a Nueva York, a la universidad. Con Ash. Empezaste a teñirte el pelo de colores raros, a ponerte ropa que mamá detestaba. Así que yo también la detestaba. Quería recuperar a mi hermana, pero quería recuperarte como yo te quería. No eras como quería que fueras, o como creía que debías ser. Entonces empezaste a serlo y... no me caías bien. -Por fin, se sentó y dejó escapar un suspiro que terminó con una risa desconcertada-. Acabo de darme cuenta. No me caía bien la Vanessa que llevaba trajes de ejecutiva y salía con... ¿cómo era?

Ness: El puñetero Gerald Worth Cuarto.
 
Nat: Eso -se sorbió la nariz-. Era un imbécil, pero no lo hacía a propósito. No me caías bien así, ni de la otra manera, porque no eras la hermana mayor que tenía antes de que el mundo cambiara para nosotras. Luego dejaste la universidad y regresaste a Nueva York, después te fuiste a Italia y yo ya no sabía quién demonios eras. Apenas venías a casa.
 
Ness: Las bienvenidas no eran lo que podría decirse cálidas.
 
Nat: Tú tampoco te esforzabas mucho.
 
Ness: Puede que no. Puede que no.
 
Nat: Todo lo que dije la semana pasada lo sentía. Lo creía. Estaba equivocada, pero lo sentía sinceramente. Me equivoqué al esperar que... no sé, que siguieras siendo igual que antes cuando en realidad todos cambiamos aquella noche. Me equivoqué muchísimo al decirle esas cosas a CiCi, que es la persona más cariñosa y asombrosa del mundo, y nunca dejaré de avergonzarme de ello.
 
Ness: Ella no querría que te pasaras la vida avergonzada.
 
Nat: Lo sé. Otra razón para avergonzarme. Estoy aquí por Harry, porque él me hace mejor persona. -Aquellos ojos azules volvieron a llenarse de lágrimas-. Me hace querer ser mejor persona. Has sido egoísta, Vanessa. Y yo también. Pero esta eres tú, y esta soy yo. Voy a intentar ser mejor persona, la persona que Harry ve cuando me mira. Voy a intentar ser mejor hermana. Esa es la única manera que se me ocurre de compensar lo que hice.
 
Ness: No sé si nos habríamos convertido en personas distintas, pero lo siento. Siento no haber estado ahí para apoyarte, no haberme dado cuenta de que no estaba ahí para apoyarte. Podemos probar a empezar de nuevo, con quienes somos ahora.
 
Nat: Sí. Sí. -Hecha un mar de lágrimas, se puso de pie y dio un paso al frente. Posó la mirada en el busto y vio lo que no había visto hasta entonces-. Es Miley.
 
Ness: Sí.
 
Natalie se llevó la mano a la boca a toda prisa y la dejó allí. Fluyeron más lágrimas, le empaparon los dedos.
 
Nat: Dios mío. Es Miley. Nunca la había visto de... No había querido verla.
 
Temblorosa, se retiró la mano de la boca y, cuando Vanessa se levantó, advirtió un profundo dolor en el rostro de su hermana.
 
Nat: Es Miley. Tú hiciste algo hermoso, y yo... Debiste sentirte como si hubiera muerto de nuevo. Oh, Vanessa.
 
Ness: Sí, así me sentí. -Pero se dirigió a la mesa de trabajo y se sintió capaz y más dispuesta a dejar que Natalie se acercara a ella-. Sentí que volvía a morir. Pero puedo recuperarla. Puedo recuperarla -dijo sin apartar la vista de la arcilla-. Esta vez, de esta forma.


2 comentarios:

Lu dijo...

Wow... quien iba a imaginar la pelea de Ness y su hermana, pero por suerte lo van a poder arreglar.
Esta novela me gusta mucho!!
Cuando se conocerán Zac y Ness?

Sube pronto :)

Caromi dijo...

Justo iba a hacer la misma pregunta de cuando se conocen Zac y Vanessa xD, luego de El puñetero Gerald Worth Cuarto? XD
Esta interesante, ya te comento el otro capi cuando lo lea

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