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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Capítulo 8


Lo despertó el llanto de un niño. Fue hacia el parque donde dormía el bebé, pero al llegar se dio cuenta de que era Alex el que lloraba. Cuando encendió la luz del dormitorio, vio que el niño tenía las mejillas tan coloradas como su hermano el día antes.

Zac: Oh, Alex, no me digas que tú también. No me extraña que estuvieras tan inquieto.

Tenía el cuerpecito ardiendo y parecía como si tuviera diez veces más fiebre de la que David había tenido. Estaba tan caliente que Zac se asustó, las manos se le llenaron de un sudor frío y, en contraste, Alex parecía aún más caliente.

Lo tomó entre sus brazos y fue hacia el teléfono. Sin pensárselo dos veces llamó a la única persona en quien confiaba y que sabía que lo ayudaría. La única persona despierta a las tres y media de la madrugada.

En realidad, debería arreglárselas él solo, pero Alex estaba muy malito y él no sabía qué hacer. No era el momento de mostrarse orgulloso o de querer tener la razón.

Ness contestó a la segunda llamada.

Zac: Alex está enfermo -dijo sin ni siquiera decir hola-.

Ness: Ahora mismo subo -contestó y colgó-.

Zac abrió la puerta de entrada y luego fue a quitarle el pijama a Alex.

Ness estaba allí en menos que canta un gallo; seguro que había subido corriendo. Llamó una vez a la puerta antes de entrar, con la lengua fuera.

Ness: ¿Le has tomado la temperatura?

Zac: Todavía no -aunque en esa ocasión pensaba hacerlo antes de llamar al médico-. El termómetro está en el cuarto de baño.

Zac llevó a Alex a su dormitorio y Ness los siguió.

Ness: Voy a ponerle el termómetro y luego lo meteré en un baño de agua fresca. Tú llama al médico.

Ness habló con voz tranquilizadora. Estaba bien organizada y controlando la situación. Formaban un buen equipo.

Zac se vistió mientras esperaba la llamada de respuesta del médico, imaginándose lo que le iba a decir. Sorprendente; habiendo tenido ya a un niño enfermo sabía lo que iba a ocurrir.

Mientras apuntaba cuidadosamente la dosis de analgésico que tenía que administrarle a Alex, Zac escuchó atentamente las instrucciones del médico y se dio cuenta de que se había anticipado sin equivocarse. Le estaba empezando a pillar el truco a eso de ser padre y también a lo de preocuparse como lo hacían los padres de verdad.

Agarró la medicina y fue hacia el cuarto de baño donde Alex estaba armando un jaleo tremendo.

Ness: Lo siento, Alex -no hacía más que decirle eso una y otra vez. Lo tenía agarrado en la bañera, echándole agua sobre los hombros con una bacinilla y llorando en silencio-. Odio tener que hacer esto -dijo al ver a Zac-.

Zac: Yo también -le puso la mano en el hombro como gesto de comprensión-. Me alegro de no estar solo. -Ella suspiró. Sin importarle si se mojaba o no, Zac se sentó en el borde de la bañera-. ¿Crees que podemos darle el medicamento ya?

Ness: Con el disgusto que tiene, imposible -dijo mientras envolvía a Alex en una toalla y lo mecía suavemente-. Sé que debería dejar que se secara al aire, pero no puedo -inclinó la cabeza y acurrucó al pequeño-.

Zac la miró detenidamente. Se fijó en los bucles oscuros, en que tenía las mejillas mojadas por las lágrimas, en la dulzura con la que le hablaba al niño… Se fijó en que estaba descalza. Ni siquiera se había parado a ponerse los zapatos, y quizá hubiera hasta dejado la puerta de su casa sin cerrar.

Aparentemente, Zac estaba como siempre, pero por dentro se sentía confuso porque sus sentimientos estaban sufriendo un profundo reajuste.

Se imaginaba escenas futuras parecidas a ésa, y a Ness meciendo a un niño… Un niño con el pelo negro y rizado y la sonrisa de los Efron.

El hijo de ambos.

Su imaginación fue aún más lejos y visionó a Ness conduciendo un monovolúmen lleno de niños. Las escenas se sucedían en su mente como si pasara las páginas de un manual para padres: Ness en la cocina ayudando a su hijo con los deberes, Ness haciéndole una trenza en el pelo a su hija, Ness preparando disfraces para Halloween.

¿Y dónde entraba Zac en todo aquello?

Por necesidad, se pasaría la mayor parte del día en la oficina y se prometió a sí mismo que, por todos los medios, intentaría tener éxito en los negocios para que sus hijos tuvieran una madre que pudiera ocuparse bien de ellos. Él procuraría la base y el apoyo, es decir, lo esencial. La dulce, sensible e imprevisible Ness llenaría sus vidas de color.

Por primera vez comprendió por qué su cuñada se quedaba en casa con Alex y David y por qué Mike la animaba a hacerlo.

Afortunadamente, Alex se había tranquilizado.

Ness: Creo que ahora podrías intentar darle el medicamento -sugirió-.

Zac echó un poco del líquido rosa en el cacillo de plástico que venía en la caja. Le temblaba un poco la mano, claro que no era nada extraño teniendo en cuenta que estaba en medio de una importante manifestación personal.

Alex dejó que Zac le metiera la cuchara en la boca pero luego le dio un manotazo.

Alex: ¡No!

El jarabe le chorreaba por la barbilla.

Zac: Trágatelo, Alex -lo recogió como pudo y lo intentó de nuevo-.

Ness le sujetó la cabeza, aunque el niño no dejaba de mover los brazos y patalear.

Ness: Quizá le duela la garganta.

Zac: Espero que no -miró las manchas rosas de la toalla-. ¿Crees que ha tragado suficiente?

Ness: No lo sé, pero lo poco que haya tragado le hará efecto. Tampoco queremos que tome demasiado.

Zac se quedó mirando a su sobrino, y sintió la misma impotencia que había experimentado con David.

Zac: El médico ha dicho que si dentro de una hora no le ha bajado la fiebre tenemos que volver a llamarlo.

Ness: Pobrecito. Está enfermo, en un sitio que no conoce y sin su papá y su mamá junto a él.

Ness miró a Zac, con los ojos llenos de lágrimas.

En ese momento, Zac se enamoró de ella. Quizá ya había empezado a enamorarse antes, pero fue en ese instante cuando se dio cuenta de que había aterrizado.

Zac: Está en el mejor de los sitios, sin contar su casa -dijo, con voz algo temblorosa-.

Afortunadamente, Ness no pareció darse cuenta.

No era el momento de decirle lo que acababa de descubrir en su corazón y no sólo porque estuvieran ocupados con Alex.

Había sido una semana fuera de lo habitual para ambos. Los sobrinos de Zac le habían trastocado su rutina diaria completamente. Ness y él tenían que pasar tiempo juntos tranquilamente sin David y Alex. Necesitaban tiempo para examinar los sentimientos que parecían haber nacido entre ellos.

Como no había pasado tiempo a solas con ella, estaba un poco confuso en cuanto a lo que podrían sentir el uno por el otro.

Ness: ¿Sabes lo que necesitas? Una mecedora -dijo haciendo que Zac la imaginara vestida con un suave camisón largo y sentada en una mecedora con un bebé entre sus brazos-.

Se estaba convirtiendo en un sentimental exagerado. Si seguía así, acabaría rociando el lecho nupcial con pétalos de rosa.

Lecho nupcial… Matrimonio… Saboreó figuradamente las dos palabras y se dio cuenta de que ya no le provocaban el mismo desencanto que antes.

No, casarse con Ness sería el comienzo de una vida nueva.

Pasaron las dos horas siguientes turnándose para mecer a Alex. Finalmente le bajó la fiebre y se quedó dormido.

Por el contrario, a Zac se le había quitado el sueño y no quería que Ness se marchara, aunque sabía que tenía que trabajar.

Mientras pasaban por el vestíbulo, a Zac se le ocurrió una buena excusa para que no se fuera.

Zac. ¿Qué te parece si desayunamos? Soy capaz de hacer huevos revueltos.

Ness: Los huevos no son buenos.

Llegaron al salón y Ness vaciló.

Zac: Tengo tostadas… -dijo de repente-. Cereales…

Eso le hizo sonreír.

Ness: No puedo comerme los cereales de Alex. Tomaré huevos; hace muchísimo tiempo que no los como.

Hablaban susurrando para no despertar a David, que milagrosamente no se había despertado con los gritos de su hermano, y eso creó un ambiente íntimo que a Zac no le disgustó.

Sacó unos huevos y se dispuso a prepararle a Ness una de sus especialidades; la otra eran las torrijas. Pero no tenía el pan adecuado para hacerlas.

Ness se sentó en una banqueta y apoyó la cabeza en la mano.

Con la sensibilidad a flor de piel, Zac se dio cuenta de que algo la preocupaba y no creía que fuera sólo Alex.

Zac: ¿Tienes mucho trabajo?

Ness: Algunas noches he estado fuera hasta mucho más tarde, después del cierre de los bares a las dos de la madrugada, porque el grupo decidía hacer un concierto improvisado a puerta cerrada. Es entonces cuando suelen interpretar los temas nuevos y puedo hacerme una idea de su trayectoria musical -aspiró profundamente y soltó el aire muy despacio-. Quizá debería haberme quedado más tiempo esta noche, pero no lo hice.

Zac cascó unos huevos en un tazón, esperando impresionar a Ness porque lo estaba haciendo con una sola mano.

Zac: Por suerte para mí.

Ness: Te las habrías arreglado. Ya has pasado lo mismo con David… Y, por cierto, me quedaré con él mientras llevas a Alex al médico.

Zac le añadió un pellizco de orégano a los huevos.

Zac: A lo mejor decido llevarme a David también. Si estoy allí con dos niños llorando, quizá el médico quiera recibirnos antes.

Ness se echó a reír, pero no era la misma risa desenfadada de siempre.

Zac: No puedo seguir abusando de ti; además, sé que tienes que escribir las críticas.

Ness: ¡Puaj! -se cubrió la cara con las manos-. Por favor, deja que me quede con el bebé. No quiero escribir nada.

Zac batió los huevos.

Zac: ¿Es que tan malo era el grupo?

Ness: Francamente, no sé si eran buenos o no -dijo, dejando caer las manos con desaliento-. Debería volver a escucharlos, pero no quiero. Lo cierto es que, cuando empecé a escribir críticas de música, me habrían encantado y habría escrito un artículo lleno de colorido. Pero últimamente, no sé… -se quedó callada un momento-. No creo estar tan entusiasmada con la movida de los locales y los grupos como antes y no es bueno que escriba una mala crítica sólo porque yo he perdido el entusiasmo.

En ese momento no tenía el aspecto de alguien que disfrutara de ese ambiente. Estaba descalza, llevaba unos vaqueros descoloridos, una camisa y un chaleco. Se veía que había llevado los labios pintados de color rojo.

Zac se alegró por dentro. El hecho de que Ness trabajara de noche no era propicio para establecer una relación.

Ella gimió de fastidio, sorprendiéndolo.

Ness: Ya estoy empezando a sentir lo mismo otra vez. Lo sé.

Zac: ¿El qué?

Sacó una sartén y echó dentro un trozo de mantequilla aunque puso un poco menos, por deferencia a Ness.

Ness no dijo nada de la mantequilla, sin embargo, arrugó el entrecejo con expresión de infelicidad.

Ness: Cada vez que tengo un empleo nuevo me digo: esto es lo tuyo, Ness, esta es la profesión ideal para ti. Todo va sobre ruedas hasta que empiezo a notar una sensación fastidiosa, y sé que algo va mal.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Bueno… -se encogió de hombros-. Sólo es que siento que debería hacer otra cosa. Supongo que podríamos decir que estoy buscando mi destino.

Zac: Yo siempre he sabido lo que quería hacer. Tenía una habilidad especial para gestionar y organizar que otra gente no tenía.

Ness: Eres muy afortunado -dijo, sacudiendo la cabeza-. Creía de verdad que estaba hecha para este trabajo. En esto he aguantado más tiempo que en ninguna otra cosa. No hago más que repetirme a mí misma que todos los empleos tienen sus pros y sus contras, pero al final me he dado cuenta de que no estoy hecha para este trabajo.

Zac: Hay personas que se abren camino haciendo trabajos eventuales. Su capacidad de adaptación es muy valiosa.

Ness: He pasado por eso; también lo he hecho.

Zac: Entonces, quizá sea el momento de que te tomes un descanso.

Por ejemplo, un descanso lo suficientemente largo como para criar unos cuantos niños.

Ness: Eso también lo he intentado cuando he podido permitírmelo. También me he obligado a quedarme en un empleo más tiempo del que quería, pero al final siempre termino dejándolo. ¿Qué es lo que me pasa? -dijo con una mirada de súplica-.

Zac sacó el queso parmesano.

Zac: No te pasa nada. Cuando averigües lo que quieres hacer con tu vida, tendrás la respuesta.

Ness: Tengo veintisiete años. ¿No te parece que ya es hora de que sepa lo que quiero hacer cuando sea mayor?

Zac: Cada persona es diferente, Ness.

Zac se daba cuenta de que Ness estaba algo decepcionada porque no le hubiera dedicado palabras más acertadas.

Ness: Sí, lo que sea. Me apuesto a que sientes haberme invitado a desayunar, ¿verdad?

Zac: Me halaga que te hayas sentido lo suficientemente a gusto para querer compartir tus sentimientos conmigo.

Y era cierto pero, además, las palabras compartir y sentimientos eran de las que a las mujeres les gustaba escuchar y Zac no quería desaprovechar la oportunidad de decírselas a Ness.

Ness lo observó.

Ness: ¿Qué estás haciendo?

Zac: Estoy rallando el parmesano para mi especialidad de huevos a la italiana. Prepárate para una sorpresa.


No sabía si la había sorprendido o no, pero Ness se comió los huevos y también se quedó con David mientras Zac llevaba a Alex al pediatra.

Como tenía pensado llevar a los niños a la guardería y pasar después por la oficina, tuvo que llamar a Brittany para decirle que se iba a quedar en casa porque uno de los niños estaba enfermo.

Britt: Tienes una montaña de mensajes -le informó-.

Zac: Lo siento, pero no puedo hacer nada al respecto. Delega todo lo que puedas en otras personas y decide el orden de prioridad con el resto por mí. Te volveré a llamar esta tarde.

Britt: Oh, delegar… Esa es una responsabilidad ejecutiva, ¿no?

Zac: Por esa razón eres secretaria de dirección.

Britt: Es cierto.

Brittany andaba a la caza del puesto de ayudante de dirección y ambos lo sabían. Zac no había considerado seriamente ascender a Brittany porque parecía que no había semana en la que no llegara algún día tarde, se marchara temprano o tuviera que perder tiempo hablando por teléfono para solucionar algún incidente relacionado con sus hijos.

Zac la comprendía, en realidad más que nunca, pero iba a necesitar alguien que estuviera allí con él al cien por cien.

Desde luego, cuando se publicara el Manual Doméstico, ella sería la primera en recibir una copia.

Se trataba de organizarse, eso lo sabía en el fondo de su corazón. Aunque David y Alex se habían puesto enfermos con sólo un día de diferencia, Zac sabía que de haber tenido la oportunidad de prepararse para tal eventualidad, no tendría que haber faltado a la oficina.

Cuando llegó a casa y Ness se hubo marchado, se puso a incorporar las programaciones de Ness a las suyas: una mezcla de las mejores innovaciones de Ness y de las Normas Efron.

Después, mientras los niños dormían, devolvió unas cuantas llamadas. Durmieron más de lo habitual, seguramente por la interrupción en su horario de sueño nocturno.

Alrededor de las tres de la tarde, Zac estaba totalmente reventado. Se tumbó en el sillón y planeó echarse una pequeña siesta; pequeña, porque esperaba que uno de los niños lo despertara en cualquier momento.

Zac se durmió hasta que oyó un lastimero:

Alex: ¿Zac, dumo?

Zac: Claro, Alex.

Se sentó en el sofá, sintiéndose como si hubiera estado haciendo una sesión de duros ejercicios de gimnasia. Miró al parque y vio que David también estaba despierto, pero que jugaba en silencio con los suaves muñecos de trapo que tenía a mano.

Zac echó un vistazo al reloj.

Zac: ¡Las seis de la tarde! Chicos, debéis de tener hambre.

«Y están totalmente descansados», pensó. «Hoy no se van a querer dormir a las ocho y media».

Zac les dio la medicina, preparó la cena y emprendió la rutina vespertina, si a eso se le podía llamar rutina. Cuando Alex y él jugaban a recoger el salón, una de las sugerencias de Ness, Zac se fijó en un montón de cartas y papeles. Ni siquiera había ido al buzón a por el correo.

Levantó a David en brazos, junto con un par de sus juguetes favoritos y salió del salón.

Zac: Venga, Alex. ¿Quieres jugar a las oficinas en la habitación del tío Zac?

Con el dedo en la boca, Alex lo siguió. No tenía la vitalidad de siempre, pero Zac se alegró de que estuviera un poco mejor.

Zac: Muy bien, compañero, tú vas a archivar en ese archivador redondo de ahí.

Zac señaló la papelera y le dio a Alex un sobre vacío. Colocó a David sobre la alfombra con un elefante de peluche, que enseguida se metió en la boca.

Los papeles de trabajo de Zac estaban mezclados con los de la casa. Ya había roto otra de las Normas Efron. Clasificó los papeles y allí mismo, encima del correo de la casa, estaba el orden del día de la reunión de la junta de residentes.

Silbó ligeramente para evitar lanzar el primer improperio que se le ocurrió y que Alex probablemente repetiría después.

Era jueves y la reunión era esa tarde. ¿Cómo se le podía haber olvidado? ¿Qué hora era? El despertador de su mesilla de noche decía las 7:42.

Zac se quedó mirándolo fijamente. La reunión había empezado a las siete. Nunca en su vida se le había olvidado asistir a una reunión.

Alex rompió un recibo de la luz y lo echó a la papelera.

Alex: Ahí.

Alex… David…

Zac se pasó la mano por los cabellos. Aunque se hubiera acordado de la reunión, no habría podido ir. No tenía a nadie con quien dejar a los niños. No entendía cómo podía haber tenido aquel descuido.

Alex se fijó en una hoja de propaganda y la tiró a la papelera.

Alex: Alex, nene gande.

Zac: Y tío Zac es idiota.

Alex: Zac, dota -repitió solemnemente-.

Zac: Sí, señor.

El primer día no había llamado a una canguro porque había tenido a Ness, que ya se había marchado. Había contado con ella demasiado, por muy novato que fuera en lo de hacer de padre. Y todo lo que ella le había pedido a cambio era…

¡Dios mío, el desalojo de Ness! ¡La junta estaba votando el desalojo de Ness! Zac se llevó la mano a la frente mientras intentaba pensar con tranquilidad.

Zac: Alex, tenemos que irnos de paseo -agarró a David en brazos y se apresuró hacia el salón-.

Alex: ¿De paseo?

Alex corrió tras de él tan rápidamente como pudo.

Zac: Sí, de paseo.

Zac desplegó la sillita y sentó al bebé; a Alex lo colocó en el asiento de atrás.

Zac: Lo siento, Alex -se disculpó, sintiéndose verdaderamente mal-. Sé que estás malito y no haría esto si no fuera algo urgente.

Sin ni siquiera mirarse al espejo, Zac sacó a los niños de la casa y empujó la silla hasta el ascensor.

A lo mejor la junta no había llegado todavía al asunto de Ness. Las reuniones duraban a veces una o dos horas. Apretó repetidamente el botón del ascensor hasta que llegó. Salió a toda marcha del portal, corrió hacia el edificio de la comunidad y entró a toda prisa. Pasó por detrás de la fila de sillas metálicas donde los miembros de la junta estaban ya sentados y mirándolo con cara de asombro. Zac hizo caso omiso y aparcó la silla detrás de su asiento.

Zac: Siento llegar tarde. Me he retrasado inevitablemente.

Alex: Zac, dota -dijo en el silencio que siguió a la llegada de Zac-.

Zac pestañeó, sonrió y decidió no traducir.

Presidenta: Señor Efron, no vamos a volver atrás con el orden del día -dijo la señora Greenborough, presidenta de la junta-.

Zac: De acuerdo, señora Greenborough.

Sonrió a la señorona con traje de punto y sortijas de diamantes.

*: Sabíamos que estaba aquí porque su coche está en el aparcamiento. Pero no estaba presente cuando empezó la reunión.

El que había hablado era J.G. Ottwell, con sus eternos zapatos blancos, pantalones de sport y camisa de punto, listo para jugar un partido de golf si le avisaran en ese momento.

Zac: Lo lamento, me ha sido imposible llegar antes.

¿Qué diablos le pasaba a esa gente? Vale, había llegado tarde, muy tarde. Y no iba vestido con traje de chaqueta. ¿Y qué? ¿Por qué no le explicaban lo que estaban discutiendo en ese momento y continuaban normalmente con la reunión?

Tampoco le gustaba la forma en que estaban ignorando a los niños. Zac hizo un gesto señalando a los niños.

Zac: Estos son mis sobrinos. Han venido a visitarme esta semana.

Presidenta: Lo sabemos -la señora Greenborough colocó tres hojas de papel delante de ella-. La junta ha recibido quejas acerca de ruidos molestos.

La señora Garner lo miró furiosa. Vaya, parecía que no había perdido el tiempo.

Presidenta: Como se dará cuenta, eso nos pone en una posición extremadamente difícil. De eso mismo estábamos discutiendo poco antes de que llegara usted.

¿Durante más de cuarenta y cinco minutos? Zac echó un vistazo a las copias de varias quejas y le sorprendió un poco ver que provenían de más de una persona. Aparte de la señora Garner, nadie más se había molestado en hablar con él; claro que, tampoco podría haber hecho demasiado.

Zac: Siento haberles causado molestias. Mi cuñada pasará mañana a recogerlos y eso resolverá el problema.

Presidenta: Señor Efron -la señora Greenborough entrelazó las manos y las apoyó sobre la mesa-. El complejo Bahía del Roble Blanco es un remanso de paz en pleno centro de Houston. Lo que aquí tenemos es algo muy valioso y debemos preservarlo a toda costa. Aquí no pueden vivir niños.

Zac: David y Alex sólo están de visita; no es más que una semana. No viven aquí. He visto a otros niños venir de visita.

La señora Greenborough escogió una de las quejas.

Presidenta: «Llanto y gritos por la noche durante horas» -leyó y entonces lo miró por encima del borde de las gafas-. No considero que sus sobrinos estén aquí lo que se dice de visita.

Zac: Desgraciadamente, los dos niños han tenido bastante fiebre y han estado un poco inquietos.

Presidenta: ¿Quiere decir que ha traído aquí a dos niños enfermos para exponernos a todos al contagio?

Los que estaban cerca de él se retiraron como si fueran a contagiarles la peste bubónica.

Zac: No lo he hecho a propósito -saltó-. Es que no había nadie con quien dejarlos. -Tuvo que levantarse del asiento y detener a Alex, que estaba a punto de salirse del carrito-. Alex, quédate sentado en la silla.

Alex: ¡No!

Zac no estaba dispuesto a enzarzarse en una interminable y ruidosa discusión delante de todo el mundo. Por eso prefirió sentarse al niño encima.

Zac: Me he disculpado por las molestias causadas y les he informado que los niños se marcharán mañana. ¿Podemos continuar con la reunión para que pueda acostar a los niños lo antes posible?

Presidenta: Muy bien -la señora Greenborough carraspeó y con su desagradable tono de voz consiguió transmitirle su total desaprobación-. Hay una moción de los asistentes para censurar a Zac Efron por violar la norma número cuatro, sección b del Convenio de Residentes de Bahía del Roble Blanco. ¿Alguien quiere añadir algo?

Zac: Espere un momento -protestó-. ¿No es la censura una medida algo extrema?

Presidenta: Usted ha quebrantado las normas, señor Efron -la señora Greenborough señaló a Alex con el bolígrafo-. Ahí está la prueba.

Zac: Entonces, ¿me está diciendo que los niños no pueden visitar a los que residen aquí?

Presidenta: Hemos estado discutiendo la posibilidad de establecer una norma para las visitas -lo decía como si aquello fuera una cárcel-. Según nuestras normas actuales, los niños que no hacen ruido pueden venir de visita. Los que se ponen a chillar en mitad de la noche están violando la norma.

*: Solicito que se lleve a votación. Los que estén en favor de censurar a Zac Efron que levanten la mano y digan sí.

Cuatros voces dijeron al unísono:

**: Sí.

Presidenta: ¿En contra? -preguntó la señora Greenborough-.

Zac: No -dijo levantando la mano al mismo tiempo-.

Presidenta: Ha ganado el voto afirmativo, con lo cual se le enviará la citación por correo al señor Efron.

Zac: ¡Déme la maldita citación en mano y se acabó!

Alex: Maldita -dijo Alex con claridad-.

La señora Greenborough arqueó las cejas.

Presidenta: Hay unos procedimientos a seguir.

En ese momento, Zac no quería seguir ningún procedimiento. Lo único que quería era llevarse a David y a Alex a casa. Echó una mirada hacia atrás y se alegró al ver que David estaba dormido.

La señora Greenborough siguió con la reunión, enrollándose como una persiana. Zac le dio a Alex su caro bolígrafo de oro para que hiciera garabatos en las hojas donde estaban escritas las quejas.

Presidenta: El siguiente punto del orden del día es el desalojo de Ness Hudgens.

Alex: ¡Nez! -sonrió a Zac-.

Zac: Propongo que suprimamos ese punto del orden del día. -Pero nadie lo secundó-. Muy bien, entonces propongo que rescindamos la citación por colgar macetas diferentes a las permitidas. Las quitó cuando se lo pedimos.

Presidenta: Sólo porque no se siga quebrantando una norma no significa que nunca se hiciera.

Zac: A la vista del hecho de que esta citación es su décima, y por ello anima a plantear su desalojo, creo que enviarla otra citación es una postura extrema.

Presidenta: ¿En qué se basa?

Zac se alegró de haberse preparado los argumentos de antemano. Sólo deseó haberse acordado de llevar consigo las notas que había escrito.

Zac: En la aplicación no reglamentaria de la norma.

Presidenta: ¿A qué se refiere?

Zac: Dicho en lenguaje más accesible, nos estamos metiendo con ella -señaló con la cabeza al hombre que estaba sentado a su lado-. J.G. pasa con su carrito de golf por el aparcamiento y lo coloca en la zona reservada para visitantes en vez de en la específica para carritos de golf.

J.G: ¡Está al otro lado de la urbanización! -protestó-.

Zac: Sigue siendo una violación de las normas. Y todas las mañanas el caniche del 312 corre suelto por el jardín. El Convenio de Residentes dice claramente que los animales deben ir con correa. He comprobado los archivos y no hemos enviado ninguna citación a estas personas.

Presidenta: No podemos actuar si no hemos recibido ninguna queja.

Zac: ¿Por qué no? La junta ha presentado quejas contra Ness en otras ocasiones.

Zac sintió que todas las miradas se juntaban en su persona; esas miradas que habían expresado enfado se tornaron de pronto malévolas.

Habló la señora Greenborough.

Presidenta: ¿Y desea usted poner una queja, señor Efron? -dijo lentamente, pronunciando cada sílaba con sequedad-.

Zac: No, pero podría, que es el razonamiento que estoy presentando. Si nos aplicáramos a nosotros mismos las normas con el mismo rigor que lo hacemos con Ness, entonces sería como vivir en un estado policial.

*: Cuestión de procedimiento -dijo uno de los miembros de la junta-. Tenemos una moción que nadie apoya.

Zac: Me gustaría seguir con la discusión. ¿Querría alguien apoyar mi ponencia?

Presidenta: Se está comportando de un modo improcedente, señor Zac -la señora Greenborough miró a los asistentes-.

Nadie habló. El único sonido era el que hacía Alex arañando la mesa con el bolígrafo de Zac. Este imaginó que le mandarían una citación por destrozar el tablero, propiedad de la junta.

Presidenta: La moción queda desestimada por falta de apoyo.

Zac: ¡Oh, venga! -gritó-.

Presidenta: El siguiente punto es en referencia al desalojo de Ness Hudgens.

Zac: Nos estamos exponiendo a que nos lleve a juicio -había albergado la esperanza de no tener que exponer tal argumento-. Nos demandará por discriminación.

Presidenta: No he propuesto que se discuta el asunto, señor Efron.

A medida que Zac se sentía más frustrado, Alex también se mostraba más inquieto. Se había aburrido de destrozar el bolígrafo de Zac y de decorar la mesa. Zac sacó la única cosa que podría interesarle a Alex: sus llaves.

Presidenta: ¿Alguien desea discutirlo?

Zac: Si no aplicamos nuestras normas a todos por igual, Ness Hudgens nos demandará por discriminación -repitió-.

Esperaba que lo escucharan porque no sabía cuánto tiempo más podría seguir controlando a Alex.

Una miembro que estaba sentada al otro extremo de la mesa le hizo un gesto a la señora Greenborough. Tras consultarle algo en voz baja, la señora Greenborough se volvió hacia él.

Presidenta: Me han comunicado que la señorita Hudgens ha sido vista entrando y saliendo de su apartamento a horas intempestivas. -Tras arquear las cejas significativamente, la señora Greenborough se puso a hojear el Manual de Política y Procedimientos-. Podríamos echarla por violar la sección veintidós.

Zac: ¿Cómo?

Presidenta: Asuntos de bajeza moral y conducta inadecuada.

Cuando Zac entendió el significado de su implicación, sintió que estaba a punto de perder los estribos.

Zac: Trabaja por la noche y, en vez de enviar cartas moralistas a la junta, cuando oyó a los niños llorar, subió a ver si podía ayudarme -sabía que lo tenía todo perdido, pero intentó apelar a su conciencia, si es que la tenían-. Fue la única que me prestó ayuda y yo le estoy muy agradecido que lo hiciera. La mayoría de ustedes han criado hijos. ¿Ha pasado tanto tiempo desde que eran pequeños que no recuerdan lo que sufrieron la primera vez que se pusieron enfermos, ni que tenían miedo y no sabían lo que hacer? -Se levantó y alzó al niño en brazos-. Este niño tenía 40°C de fiebre ayer por la noche. Ahora debería estar en la cama, por lo que siga con la votación, señora Greenborough.

Presidenta: Todos los que estén a favor de desalojar a Ness Hudgens por incumplir en diez ocasiones las normas incluidas en el Convenio de Residentes que levanten la mano y digan sí.

Zac miró al resto de los miembros.

**: Sí -dijeron todos-.

Alex: Sí -repitió y levantó la mano-.

Zac le bajó la mano inmediatamente.

Presidenta: Todos los que se opongan que digan no.

Zac: No -dijo firmemente mientras colocaba a Alex en la sillita-.

Alex: No -repitió-.

Presidenta: La moción ha sido aprobada; se iniciarán los trámites necesarios para el desalojo.

Zac abrió su agenda y apuntó algo en ella. No le pintaba el bolígrafo después de que Alex arañara la mesa con él, por lo que le arrebató a J.G. el suyo de la mano.

Zac: De acuerdo con la política que tanto les gusta citar, Ness Hudgens puede presentar una demanda, que debe ser discutida en la siguiente reunión -empujó la sillita hasta la cabecera de la mesa y le entregó la nota a la señora Greenborough-. Considere esto su apelación.




¡Aquí los más idiotas son los vecinos!
Qué vida más triste tienen que llevar para estar vigilando si Vanessa sube o baja o si pone tiestos de un color o de otro...

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¡Besis! 


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Que malos son los vecinos
Pobre ness y zac
Muy buna ma nove
Síguela pronto


Saludos
Síguela

Lu dijo...

Que malos esos vecinos, no entienden nada.
Pobre de ellos dos, mientras Ness no se enoje con Zac..

Sube pronto

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