Capítulo 4

Al llegar a la enorme área de servicio Vanessa supuso que Zac quería echar gasolina, pero al ver que daba la vuelta y aparcaba, salía y la ayudaba a hacer lo mismo a ella, comprendió que aquel… bar era el lugar en el que se celebraría la fiesta.

Vanessa observó el lugar. Dos cowboys y otras dos parejas entraron en ese momento. Todos llevaban sombrero texano y vaqueros. Aquello la hizo desfallecer.

Ness: ¿Por qué no me dijiste que todos llevarían vaqueros?

Zac: No se me ocurrió -contestó contemplando su vestido, tomándola del codo y guiándola dentro-. Estás bien así.

Deseaba gritar. Iba demasiado bien vestida, y lo sabía. Se sentía tan fuera de lugar como un cisne en un estanque de patos. Pero al menos no había barro en el aparcamiento. Zac le abrió la puerta y entraron. Todos los rostros se volvieron hacia ellos. Vanessa se ruborizó.

El lugar estaba decorado en acero cromado y negro, con grandes altavoces y un micrófono sobre el escenario. A un lado, la barra del bar, llena de cowboys. Zac la guió hacia una pareja, de pie, cerca de la puerta. Tomó su abrigo y lo dejó sobre una silla.

Zac: Estos son mi hermano Scott y su mujer, Ashley. Esta es Vanessa.

Scott se parecía mucho a Zac, pero era algo más alto y sus ojos eran más oscuros, de un azul más profundo bajo el sombrero texano. No era tan guapo como Zac, pero era atractivo. Sus facciones parecían las de un hombre poco acostumbrado a sonreír.

Scott: Así que es verdad que te has casado con mi hermano. Enhorabuena.

Ness: Gracias -contestó amable, observando su sonrisa cálida y un brillo malicioso en sus ojos-.

Scott: Me habría gustado conocerte antes, así podría haberte prevenido contra mi hermano…

Zac: Calla -gruñó serio, sin pizca de humor-.

La sonrisa de Scott se desvaneció. Ashley, su mujer, tomó las riendas de la situación llenando el tenso silencio.

Ashley: Me alegro mucho de conocerte, Vanessa -la saludó tendiéndole una mano-. Llevas un vestido muy bonito.

Ness: Gracias -contestó bajando la vista-, me temo que voy demasiado arreglada para esta fiesta.

Ashley: Pronto descubrirás que aquí, así vestida, irás siempre demasiado arreglada. En Dakota del Sur la gente vive en vaqueros -sonrió-. Yo soy de Virginia, y aún no me he acostumbrado. Mis preciosos vestidos se apolillarán en el armario sin ponérmelos.

Vaqueros. Vanessa desfalleció. Ni siquiera tenía unos, solo un par de pantalones de algodón comprados en California. No llevaba en Rapid City el suficiente tiempo como para haberlos echado de menos, y además, siempre se vestía para ir a trabajar al centro comercial. El resto de su ropa era para el clima cálido de California.

Ness: Vaqueros -repitió-. Eso puede ser un problema.

Ashley: Dentro de un día o dos os haré una visita, y te ayudaré a hacerte un vestuario de cowgirl. Esta noche no puedo quedarme hasta muy tarde, estoy más cansada que de costumbre.

Ashley estaba embarazada. Muy embarazada, a juzgar por la enorme barriga que sobresalía bajo el jersey.

Ness: ¿Para cuándo te toca?

Zac: Vanessa tiene un bebé -afirmó entonces-.

De pronto se hizo un silencio.

Scott: ¿Cómo has dicho?

Vanessa se esforzó por sonreír y mantener bien alta la cabeza. Las mejillas le ardían.

Ness: Tengo un hijo de once semanas. Mi marido murió repentinamente, hace diez meses.

Scott y Ashley se quedaron mirando a Zac y después volvieron la vista hacia ella. Los rostros de ambos reflejaban asombro, y Vanessa sabía por qué. No podían creer que Zac se hubiera casado con una mujer que tenía un bebé. Ashley fue la primera en recobrarse.

Ashley: Siento mucho lo de tu marido. ¿Cómo se llama tu hijo?

Ness: Charles, pero lo llamo Charlie.

Ashley: Me gusta el nombre de Charles -comentó-. Nosotros llevamos meses discutiendo sobre el nombre que le pondremos a nuestro hijo.

Scott: Voy a por una copa para Zac -las interrumpió tocando a su mujer en el brazo-. ¿Queréis algo vosotras?

Ambas negaron con la cabeza, y segundos después Zac siguió a Scott hasta la barra del bar. Ashley le sugirió a Vanessa que se sentaran. Se sentía ridícula, fuera de lugar, en aquel bar lleno de luces de neón, mesas de metal y sillas de vinilo. Además, jamás le había gustado ir a los bares, y nunca bebía.

Alguien había decorado una de las paredes del bar con campanas de papel con ocasión de la boda. Había una tarta nupcial sobre una mesa pero, aparentemente, nadie esperaba la típica escena de cortarla, porque la gente se acercaba y partía trozos a discreción. Francamente, para Vanessa era un alivio.

De pronto alguien comenzó a dar golpecitos con una cuchara contra el vaso. En cuestión de segundos todo el bar vibraba con aquel sonido. La gente golpeaba las botellas de cerveza con lo que tenía más a mano. Vanessa sabía qué significaba, y sintió un nudo en el estómago. Los golpes no pararían hasta que el novio besara a la novia. Zac, sentado a la barra, hacía caso omiso. Entonces su hermano le dio un puñetazo en las costillas y señaló en su dirección. Zac se puso tenso. Las miradas de ambos se encontraron. Luego, sin esbozar la menor sonrisa, se puso en pie y se dirigió hacia ella.

Vanessa alzó una mano para detenerlo, diciendo:

Ness: No creo que…

Pero aquello era como tratar de detener a un tren furioso. Zac la agarró de la mano que le tendía y tiró de ella. Entonces, antes de que pudiera darse cuenta de lo qué pretendía, puso un brazo bajo sus rodillas y la levantó, sosteniéndola contra su pecho mientras inclinaba la cabeza y posaba los labios sobre los de ella, abiertos por la sorpresa.

Vanessa lo rodeó por el cuello, pero fue más un acto reflejo que un acto de pasión. Sin embargo, mientras él la besaba voraz, se aferró a sus hombros y le permitió penetrarla con la lengua en una respuesta automática que no pudo evitar. Jamás había podido evitarlo, desde el mismo momento de conocerlo. Vanessa lo estrechó con fuerza y se preguntó cómo era posible que lo amara tanto.

Entonces todo el bar prorrumpió en aplausos, gritos y silbidos. Zac levantó la cabeza y sonrió. Era la primera sonrisa de buen humor que veía en él desde el momento de conocer la existencia de Charlie.

Zac: Después de esta noche todos esos gamberros harán cola para que les ayude a escribir un anuncio solicitando esposa. Eres la cosa más bonita que han visto jamás.

Aquellas palabras le sentaron como un jarro de agua helada.

Ness: Bien -respondió disimulando-. Lo añadiré a la lista de razones por las que te has casado conmigo.

La sonrisa de Zac se desvaneció mientras la dejaba lentamente en el suelo.

Zac: Cuando nos conocimos te dije exactamente qué era lo que quería -respondió de mal humor-. Eres tú la que no ha jugado limpio.

Vanessa se dejó caer en la silla y Zac volvió a la barra, apoyó los codos en ella y la cara sobre las manos.

Ashley: Vanessa… -la llamó-. Tú sabías que Zac había puesto un anuncio, ¿no?

Ella asintió, dejó caer las manos y trató de sonreír.

Ness: Sí, lo sabía. Yo contesté a ese anuncio. Llegamos civilizadamente a un acuerdo -añadió observando conmovida los ojos de Ashley, que reflejaban simpatía-. Pero él no sabía que… Zac no ha sabido nada de mi bebé hasta hoy, después de la boda.

Ashley: Eso lo explica todo -comentó abriendo la boca y los ojos atónita-.

Ness: ¿Explicar qué?

Ashley: El hecho de que esta noche esté tan… extraño -sacudió la cabeza dudosa-: ¿Te había contado él lo de su mujer y su hijo?

Ness: Sabía que era viudo, pero no he sabido lo de su hijo hasta después de…

Ashley: No podías saberlo -la interrumpió poniendo una mano sobre su hombro-. Yo no conocí a Tess, pero Scott me ha contado que tuvo un parto prematuro. Tuvo que ir en busca de Zac en la camioneta, y cuando lo encontró él la llevó al hospital. A medio camino, sin embargo, Zac tuvo que detenerse para ayudarla a dar a luz, y ella sufrió una hemorragia. Se desangró antes de que Zac pudiera llegar al hospital.

Vanessa se sintió de pronto como si le hubieran dado un fuerte golpe en el pecho. De pronto comprendía, con claridad meridiana, el horror de su pérdida y la razón por la que ni siquiera podía hablar de ella.

Ness: Y el bebé murió, ¿verdad?

Ashley: Sí, tres días más tarde -explicó aclarándose la garganta-. Era demasiado pequeño, sus pulmones no estaban lo suficientemente desarrollados. Scott dice que Zac se lo tomó fatal, pero yo jamás le he oído hablar de ello. Oculta sus verdaderos sentimientos tras una sonrisa y unas cuantas bromas. Yo sospecho que todo comenzó cuando murió Brittany, su hermana gemela. Nadie conoce verdaderamente al hombre que hay detrás de esa sonrisa.

Vanessa respiró hondo varias veces, esperando que se le pasara el dolor del pecho. ¿Habría alguna forma de que Zac aceptara a Charlie algún día?

El resto de la velada no transcurrió mucho mejor. Zac se acercó a ella en varias ocasiones, pero Vanessa no supo qué decir, así que, tras varios encuentros tensos, él se quedó en la barra con los amigos, bebiendo cerveza, mientras ella hablaba con Ashley. Vanessa trataba de no dirigirle la vista, pero era consciente de su presencia. Zac estaba extrañamente callado, pero al menos no bebía demasiado.

Miley Hemsworth, la cuñada de Ashley, se reunió con ellas. De vez en cuando se acercaban personas a conocerla. Los altavoces y el micrófono, tal y como Vanessa descubrió después, eran para el karaoke. Miley había anunciado muy recientemente su embarazo, pero con Zac delante Vanessa no se atrevió a hablar de embarazos y bebés.

Ashley: Vanessa necesita ropa -gritó dirigiéndose a Miley, tratando de que su voz se oyera por encima del karaoke-. ¿Y botas?, ¿también necesitas?

Ness: Todo, excepto ropa interior -asintió-.

Miley: Podemos ir a Phillip a por vaqueros -comentó-. También tienen abrigos y botas. ¿Guarda Zac ropa de su primera mujer?

Ashley: Eso no importa. He visto fotos de ella. Era tan alta como yo, y… -hizo un gesto poco delicado señalando el pecho de Vanessa-… mucho más desarrollada. Lo siento -bostezó-, es que ya es mi hora de irme a la cama.

Scott, que parecía haberla oído, se acercó a la mesa.

Scott: ¿Quieres que nos vayamos?

Ashley: Estoy segura de que Vanessa también está cansada -contestó asintiendo, mirando significativamente a Scott-.

Scott: ¿Queréis que le diga a Zac que Vanessa quiere irse? -se ofreció entonces dirigiéndose a la barra-.

Miley: Nosotros también nos vamos -comentó poniéndose en pie y cruzando el local hasta donde estaba su marido, Will-.

Miley se puso de puntillas para susurrarle algo al oído, y Will la tomó de la cintura y alzó su barbilla para besarla largamente. Vanessa se sintió desfallecer. Entonces Zac se acercó, y todos salieron al aparcamiento. El aire era frío, más frío que al llegar. Scott señaló la luna y Vanessa levantó la cabeza.

Scott: Nevará antes de que amanezca.

Miley: Estupendo -comentó sacudiendo la cabeza-. Vuestra primera semana de casados, y Dakota del Sur os da la bienvenida con su miserable invierno. Llamadme si me necesitáis.

De camino a casa, Zac le explicó a Vanessa que Ashley y Miley eran recién casadas. Aquel iba a ser el primer invierno de Ashley en Dakota del Sur. Al menos no sería la única, pensó Vanessa.

Will y Miley tomaron una desviación de la autopista antes que ellos, pero Zac salió por la siguiente, a solo unos minutos. Vanessa se alegró de saber que vivían relativamente cerca. Cuando llegaron a casa Zac pagó a la niñera y la llevó de vuelta a su casa mientras Vanessa se apresuraba a comprobar cómo estaba Charlie.

Y Jessica. Era la madre de los dos.

Charlie seguía dormido en la misma posición. Tenía la costumbre de sacar una pierna por fuera de las sábanas. Jessica estaba boca arriba, con las manos enlazadas, y parecía un ángel. Vanessa la besó en la mejilla. La vida jamás sería aburrida con Jessica. La niña había salido de su habitación y pedido perdón tras la regañina de su padre, y Vanessa se había tomado la molestia de planear una cena en la que ella pudiera colaborar. Después del terrible recibimiento inicial, el día no había salido del todo mal.

Vanessa cerró la puerta del dormitorio de Jessica y bajó las escaleras para sacar a Cani por última vez antes de ir a la cama. Por lo general el perro dormía con ella, pero suponía que a Zac eso no iba a gustarle. Subió las escaleras y reflexionó.

Ojala pudiera sentirse tan optimista con respecto a su matrimonio como se sentía en relación a Jessica. No sabía cómo iban a arreglárselas cuando Zac ni siquiera soportaba ver a Charlie. Las lágrimas invadieron sus ojos de nuevo. Ella no era una cobarde, se dijo. Se había casado con Zac, y mantendría las promesas que le había hecho en el juzgado.

Zac necesitaba tiempo para acostumbrarse a los cambios que su presencia y la de Charlie iban a implicar. Sencillamente. Tenía buenos amigos y una familia, y todos parecían muy enamorados de sus mujeres. Quizá, con el tiempo, pudiera amarla a ella.

Desearlo, sin embargo, era como desear una estrella fugaz.

Vanessa se preparó para irse a la cama, pero cuando llegó la hora de deslizarse entre las sábanas de Zac dudó. Acarició la colcha y reflexionó sobre sus expectativas para esa noche, sobre sus deseos de satisfacer una atracción que había sentido desde el mismo instante de conocer a Zac. Deseaba que él le hiciera el amor como no recordaba haberlo deseado con ningún otro hombre jamás.

Pero Zac no estaba. Y, lo peor de todo, cuando llegara a casa, se mostraría tan callado y malhumorado como en el bar. Lo había estado durante todo el día, desde el mismo momento de verla bajar del apartamento con Charlie. Y Vanessa no deseaba que su primera noche de matrimonio fuera así.

Por eso abandonó la habitación. Dejó una de las luces de la mesilla encendida y se dirigió hacia el cuarto de invitados, donde dormía Charlie. Y se acostó allí.

Tras dejar a la niñera, Zac entró en casa y la encontró completamente a oscuras. En la cocina, el perro de su mujer comenzó a saltar, deteniéndose de inmediato cuando él le gritó:

Zac: ¡Calla, bobo!

Entonces subió las escaleras. Sus expectativas para aquella noche habían ido creando en él un estado de excitación creciente, de modo que se dirigió directamente al dormitorio principal. Pero al llegar encontró la cama vacía, tal y como había permanecido durante dos años. La desilusión lo embargó, acabando con el deseo. Y, tras la desilusión, rabia. Rabia era lo único que podía sentir después de un día como aquel.

Había fantaseado con ella, esperándolo en el dormitorio. En medio de todo aquel desastre de matrimonio esperaba poder salvar algo, al menos. Pero Vanessa no estaba interesada en mantener una relación con él, según parecía. Excepto por el hecho de llevar su anillo. ¿Por qué diablos se había casado con él?

Le había tendido una trampa, y lo había cazado. Y él había caído en ella como un tonto. Se había dejado atrapar con cada uno de sus flirteos, de sus parpadeos, de sus meneos de falda y respuestas vacilantes de su cuerpo. Era el hombre más idiota del mundo. Se había precipitado temiendo que ella lo abandonara, pero era evidente que Vanessa jamás había tenido intención de soltar el anzuelo. Estaba tan desesperada por casarse como él. La cuestión era: ¿por qué?

¿Para conseguir un padre para su hijo? No lo creía. De haber sido así jamás le habría ocultado su existencia. Al contrario, habría tratado de asegurarse de que era un buen candidato.

Zac se daba cuenta de que algo se le escapaba. Algo importante, un detalle crucial. ¿Por qué Vanessa le había ocultado que tenía un hijo?

Inesperadamente, se le presentó la respuesta con claridad meridiana. Vanessa estaba desesperada por casarse. Tanto, que no había querido arriesgarse a perder la oportunidad espantando al futuro marido con un bebé que no era suyo. Necesitaba casarse, pero seguía sin comprender por qué.

El problema era averiguarlo.

Vanessa debía estar en la habitación de Scott y Ashley, durmiendo sola en la cama de matrimonio junto a la cuna. Zac, irritado y triste, cerró la puerta y se metió solo en la cama que había esperado compartir con su mujer.

Y tuvo pesadillas incesantemente. Pesadillas sobre hospitales, ambulancias y bebés.

A la mañana siguiente, cuando se levantó, hacía más frío de lo normal. Se vistió y bajó a la cocina a encender la calefacción. El perrito saltó a sus pies, así que lo sacó para evitar accidentes.

Fuera nevaba. La nieve había cuajado en el suelo, que estaba todo cubierto. Hacía mucho frío. El termómetro del porche marcaba una temperatura muy baja, y soplaba viento del norte. Zac juró. Con aquel tiempo no podría salir a cabalgar más de un cuarto de hora.

Al perro tampoco le gustaba el frío. Corrió, hizo sus necesidades, y volvió al lado de Zac, que se echó a reír.

Zac: Buen trabajo. Haces bien en darte prisa, así no nos quedaremos helados.

La cocina seguía vacía. Zac esperaba que Vanessa se levantara, pero terminó de desayunar y ella aún no había aparecido. Se puso el abrigo, se dirigió hacia el garaje, donde tenía la camioneta, y se marchó.

Condujo lentamente por carreteras comarcales, echando un vistazo a los pastos y buscando vacas a punto de parir. Scott y él, en previsión del tiempo, las habían reunido el día anterior en los prados más cercanos, pero algunas se habían escabullido. Tendrían que parir en la nieve, y los terneros morirían de frío nada más nacer. El pronóstico del tiempo indicaba que habría una fuerte ventisca, y a juzgar por los pequeños copos de nieve que seguían cayendo no debía estar lejos. Pronto nevaría fuerte.

Al volver en dirección a casa Zac vio a Scott en el establo, y juntos se dirigieron hacia los pastos a dar de comer a las vacas.

Scott: Buenos días -lo saludó mirándolo con una expresión especulativa-.

Zac: Buenos días. Parece que las cosas se van a poner feas -contestó sin hacer caso-.

Scott: Es probable -dijo sacando alfalfa de la camioneta-. Así que… ¿qué tal tu mujer?

Zac: Bien.

Scott: Y tú, ¿estás bien?

Zac: Sí, bien.

La preocupación de su hermano lo conmovió. Zac estuvo a punto de ceder. Scott conocía sus sufrimientos mejor que nadie, conocía el infierno en el que había vivido desde la muerte de Tess y del pequeño. Tragó, tensó la mandíbula y añadió:

Zac: Dejémoslo por ahora.

Scott: Está bien -asintió-.

Scott y Zac terminaron de dar de comer a las vacas y pasaron el resto de la mañana despejando los pastos de nieve y echándola a las zanjas. Al terminar, cada uno se dirigió a su casa. Zac subió a la camioneta y encendió la calefacción. Tenía los dedos congelados. Al llegar a casa se sacudió la nieve de los vaqueros y de las botas y trató de abrir la puerta, pero la encontró cerrada. Le llevó un rato comprender que Vanessa había echado la llave. Entonces la vio. Corría a abrirle.

Zac: ¡Aquí jamás cerramos las puertas! -gritó-.

Ness: Estaba sola, con dos niños pequeños -se excusó ladeando la cabeza-. No estoy acostumbrada a tener abierta la puerta de casa.

Zac juró en silencio. No era su intención comenzar el día a gritos. Sabía que le debía una disculpa, pero le costaba dársela.

Zac: Es que me ha sorprendido -se limitó a decir mientras se quitaba los guantes. Tenía los dedos blancos de frío, las piernas heladas-. Siento haberte gritado -añadió por fin-.

Ness: Tus manos no tienen buen aspecto. ¿No son esos síntomas de congelación?

La nieve de su ropa, que había comenzado a derretirse, de pronto parecía calada.

Zac: Enseguida me pondré bien. Voy a tomar una ducha caliente -afirmó dando media vuelta y echando a caminar. De pronto se giró de nuevo y añadió-: Tenemos que hablar.

Ness: Lo sé -contestó apartando la mirada-. ¿Quieres que te prepare algo caliente mientras te duchas?

Zac: Sería estupendo -asintió agradecido-.

Zac subió las escaleras y, a medio camino, se dio cuenta de que el perrito lo seguía. Estuvo a punto de gritar que aquel perro no podía quedarse en casa cuando, de pronto, comprendió que no podía dejarlo en el establo con aquel tiempo. Era demasiado pequeño, probablemente se helaría. Además, con él en casa Vanessa debía sentirse más como en su hogar. Quizá pudiera acostumbrarse a su presencia.

Zac: ¡Apártate de mi camino! -se limitó a gritar-.

Al salir de la ducha el perrito lo esperaba encima de la cama, justo sobre la camisa limpia que pensaba ponerse. Zac lo regañó, y creyó ver que sonreía travieso. Entonces tiró de la camisa y lo mandó rodando al otro extremo de la cama.

Zac: ¡Quita, tonto!

El perro se bajó de la cama, pero en lugar de llorar meneó la cola y se sentó a sus pies. Y lo siguió al bajar las escaleras y entrar en la cocina. Vanessa había preparado un montón de sándwiches de queso a la parrilla. También había abierto una lata de sopa de tomate y había preparado café. El bebé estaba en su sillita sobre la encimera. Por un momento Zac se maravilló de lo feliz que parecía siempre aquel niño. Jessica, por el contrario, había sido un bebé difícil. Recordaba haberse turnado con Tess para consolarla durante horas en mitad de la noche.

Zac: ¿Qué tal se ha portado Jessica? -preguntó de pronto-.

Aquella pregunta le arrancó a Vanessa la primera sonrisa en esa casa. Al menos la primera que él veía.

Ness: De maravilla. Hemos estado construyendo casas y jugando a las muñecas.

Vanessa llamó a Jessica y se sentó frente a Zac. La niña entró en la cocina saltando.

Jess: ¡Hola, papi! -exclamó corriendo a abrazarlo-. Vanessa y yo hemos estado jugando toda la mañana.

Zac: Suena divertido -comentó besando a su hija y haciéndola sentar-.

Jess: ¡Y le he dado el biberón al bebé!

Jessica estaba entusiasmada. Zac sabía que esperaba de él algún comentario, así que se esforzó por decir:

Zac: Bien.

Entonces miró involuntariamente hacia la sillita, que seguía de espaldas a él. Por suerte el bebé estaba en silencio. De ese modo era más fácil fingir que no existía.

Jess: ¿Qué es esto? -preguntó desconfiada, señalando la sopa de tomate-. ¡No me gusta!

Ness: Sopa de tomate. Pero también he hecho sándwiches. ¿Te gusta el queso?

Jess: Sí, pero no pienso tomar sopa -advirtió-.

Jessica se comió dos sándwiches a la velocidad del rayo, y luego pidió permiso para levantarse de la mesa. Zac, que no tenía ganas de discutir, asintió, y la niña desapareció.

Ness: Puedes levantarte de la mesa -dijo observándola desaparecer-.

Zac: Lo siento, supongo que necesita un par de lecciones en la mesa.

Ness: Todo llegará. ¿Qué hacías antes con ella, durante todo el día?

Zac: Lo que podía. La madre y la hermana de Tess se turnaban a diario para ocuparse de ella. Ashley también, desde que se casó con Scott. A veces contrataba a una niñera, otras la cuidaba la mujer de algún ranchero. El resto del tiempo venía conmigo.

Ness: ¿Y lo echará de menos?

Zac: Imposible. Detesta que la saquen de casa y la dejen por ahí. Aunque, desde luego, puede ir a visitar a su abuela y a su tía de vez en cuando. Te vendrá bien un descanso.

Ness: Hoy hace mucho frío -contestó señalando la ventana-.

Zac: Pues según los pronósticos va a seguir así una buena temporada -dijo sacudiendo la cabeza-. Esta tarde tengo que volver a salir.

Ness: ¿Pero no es peligroso?

Zac no pudo evitar sonreír. Luego contestó:

Zac: Si dejara de hacer todas las cosas del rancho que son peligrosas estaría todo el día metido en casa.

Ness: ¿Y qué tienes que hacer?

Zac: Cuando la nieve cuaja en el suelo y las vacas no consiguen llegar hasta la hierba, tenemos que alimentarlas con pastel.

Ness: ¿Pastel? -repitió incrédula-.

Zac: No se trata de pastel de cumpleaños -sonrió-. Llamamos así a la alfalfa, la comida que sustituye a la hierba. -Vanessa estaba preocupada, pero no preguntó nada más. Zac señaló las cajas sobre la encimera de la cocina, aún sin desembalar-. ¿Piensas terminar hoy de sacar todo eso?

Ness: Supongo. Quizá debieras hacerme una lista de las cosas que consideras más urgentes de la casa.

Zac: ¿Por qué? Está toda hecha un desastre -sacudió la cabeza-. Puedes empezar por donde quieras, no soy quisquilloso. Pero te advierto que detesto el azul -añadió después-.

Vanessa se miró el jersey, azul, y los pantalones.

Ness: ¿Sí?

Zac: No me refería a eso -rió-, me refería a las paredes.

Ness: ¡Ah, tranquilo! Puedo vivir perfectamente sin paredes pintadas de azul.

Zac: Bien.

Entonces volvió a levantar la vista y a mirarla. Aquel jersey azul le daba un tono profundo a sus ojos, contrastando intensamente con la palidez de su piel. Vanessa tenía las mejillas sonrosadas, y llevaba el pelo recogido. De pronto Zac pensó que jamás la había visto con el pelo suelto, y aquella idea lo llevó a concebir otras. Zac se enderezó en la silla. De pronto los vaqueros lo oprimían.

Zac: Hoy estás muy guapa.

Ness: Gracias -contestó en voz baja, sin dejar de mirar su taza-.

Zac: Lamento mucho que ayer empezáramos con tan mal pie -continuó alargando una mano por encima de la mesa para tomar la de Vanessa, que se ruborizó-. Hablemos esta noche, ¿de acuerdo? -pidió-.

Por la expresión de los ojos de Vanessa, Zac comprobó que comprendía. Sabía que él deseaba hacer algo más que hablar. Por eso sostuvo la mirada, esperando su respuesta. Vanessa se quedó muy quieta, en silencio. Luego susurró:

Ness: Está bien.

La presencia de Vanessa lo afectaba. Zac se puso en pie sin soltarla de la mano y tiró de ella para levantarla de la silla. Vanessa colocó las palmas de las manos sobre su pecho, pero él la rodeó por la cintura y la estrechó con la suficiente fuerza como para que notara su excitación.

Entonces gimió e inclinó la cabeza, buscando sus labios. Vanessa se mostró pasiva al principio, pero Zac se esforzó por tratarla con delicadeza, reprimiendo el instinto salvaje de devorar cada centímetro de su ser. Enseguida Vanessa se dejó seducir y comenzó a responder con pasión, tal y como él esperaba. Entonces profundizó en aquel beso con la lengua. Las diminutas manos de Vanessa se deslizaron por su pecho y por su cuello, acariciando su nuca hasta hacerlo estremecerse. Zac se apartó un segundo para murmurar:

Zac: Te deseo.

Vanessa inclinó la cabeza y apoyó la frente sobre su pecho. Su respiración era tan pesada como la de él. Zac permaneció inmóvil unos minutos, pero luego la alzó le barbilla y la besó una vez más, antes de soltarla.

Zac: Volveré dentro de unas horas.

Buscó su ropa de más abrigo y salió fuera, sospechando que estaba tan caliente que habría podido salir desnudo.

Vanessa decidió empezar por la cocina porque, según parecía, iba a pasar allí la mayor parte del día. Al principio había creído que había preparado demasiados sándwiches, pero para su sorpresa, Zac se había comido absolutamente todo lo que le había puesto en el plato. Vanessa lo había observado atónita, preguntándose si habría comido más.

Aún se estremecía, después de aquel abrazo. ¿Sería tan tonta como para pensar en acostarse con él después del malentendido que había aún entre ellos? Zac había asegurado que su propósito al casarse era mantener la unión para siempre, pero Vanessa no dejaba de preguntarse si seguiría pensando igual.

Apenas había mirado a Charlie, ni siquiera cuando Jessica lo mencionó ¿Cómo iban a formar una familia cuando no podía soportar a su hijo? Comprendía sus razones, el dolor que debía causarle, pero le dolía ver que rechazaba a su hijo. Era como si la rechazara a ella. De alguna manera, la estaba rechazando a ella.

El viento seguía azotando la casa, y al ruido que producía hubo que añadir después el de los copos de nieve resbalando por las ventanas. Bien, aquel día no saldría, así que tenía tiempo para ocuparse de la casa.

Vanessa fue al salón a buscar a Jessica para pedirle su «ayuda». Era el mejor truco con la niña: mantenerla ocupada, para que se olvidara de poner objeciones. Sin embargo la encontró dormida en el sofá. Sonrió, la tapó, y la dejó.

Comenzó por lo básico: fregar las paredes y los suelos y echar las alfombras a lavar. Acostó a Charlie, amontonó los periódicos para tirar y vació la nevera para limpiarla. Luego fue vaciando y limpiando los armarios de la cocina, volviendo a organizarlos.

Dos horas más tarde Jessica apareció, bostezando.

Ness: Hola, bella durmiente.

Jessica no hizo caso. Se sentó en una silla de la cocina y apoyó la cabeza en la mesa. Vanessa se acercó y se arrodilló junto a ella. Hubiera deseado poder mimarla y acunarla, pero era evidente que la niña se habría puesto a chillar.

Ness: Jessica… -la niña levantó la cabeza y la miró-. He pensado que tú y yo podríamos hacer algo especial por las tardes, mientras duerme Charlie. ¿Qué te apetece hacer hoy?

Jessica se quedó pensativa por un momento, se enderezó vigorosamente y, mientras Vanessa ocultaba una sonrisa, levantó los brazos exigiendo un abrazo.

Vanessa la abrazó y se sorprendió al ver cómo la niña se aferraba a ella. Estuvieron así unos minutos, durante los cuales los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas. Tenía que cambiar la vida de esa criatura, darle una infancia feliz, con todo el amor de que fuera capaz.

Jess: Quiero hacer galletas -decidió-.




Awwwwwwwwwww!!
Que super mona la niña.
Y que bien que las cosas se enderezaron.
Pero es lo que suele pasar cuando llegamos a la mitad XD
Así que yo no respiraría tranquila todavía...

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